El malestar en la institución: El terapeuta y su deseo
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La institución procede del retorno de lo mismo. Fundada en una relación de eternidad, especie de máquina melancólica, la sombra de lo que a cada cual le falta también parece cernerse sobre su organización.
"Yo soy aquello de lo que el otro carece": este sería uno de los escenarios característicos de la fantasía del terapeuta. Aferrado a una función imaginaria, con la falsa esperanza de encontrar una completitud perdida, ofrece sus atenciones como la madre no mancillada por la carencia.
En una comunidad de negación, cada cual teje en ella su historia y todo se repite, ineludiblemente, como en una tragedia. Asumir como proyecto la transformación de la institución implica atravesar el muro inefable de la ignorancia y enfrentarse a las resistencias que tienen muchísimo que ver con las resistencias clásicas del psicoanálisis.
¿Es posible, a pesar de todo, aplicar el psicoanálisis en la institución psiquiátrica? Esta es la cuestión que centra este ensayo.
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El malestar en la institución - François Ansermet
François Ansermet
Maria-Grazia Sorrentino
el malestar
en la institución
El terapeuta y su deseo
Postfacio de Paul-Laurent Assoun
Traducción de Elisenda Julibert
22916.pngSobre los autores
François Ansermet es psicoanalista, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Ginebra y jefe de servicio de psiquiatría de niños y adolescentes en los Hospitales Universitarios de Ginebra.
Maria-Grazia Sorrentino es psicoterapeuta y pintora, vinculada a la dirección del Secteur psychiatrique de l’Est vaudois, Fondation de Nant.
Colección Psicoterapias
Título original: Malaise dans l'institution, Economica, 2013
Traducción al castellano de Elisenda Julibert
Nuestro agradecimiento a la Fondation de Nant, Secteur psychiatrique
de l’Est vaudois, de Suiza, por haber financiado la traducción de esta obra.
Primera edición en papel: noviembre de 2015
Primera edición: noviembre de 2015
© François Ansermet y Maria Grazia Sorrentino
© De esta edición:
Ediciones OCTAEDRO, S.L.
Bailén, 5, pral. – 08010 Barcelona
Tel.: 93 246 40 02 – Fax: 93 231 18 68
octaedro@octaedro.com
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ISBN: 978-84-9921-775-8
Diseño, producción y digitalización: Editorial Octaedro
A Françoise Dufour
El acto de escribir no es un discurso. El discurso conduce, lógicamente, a alguna parte. El acto de escribir, por el contrario, es abertura. Si el acto de escribir se convierte en discurso, lo que se quería abertura (en un espacio en blanco, en un afuera) tan solo puede conducir, a fin de cuentas, a una conclusión más.
Kenneth White,
La figure du dehors
Vivimos de aquello que todavía no hemos comprendido.
Michel Serres
,
Rome
Prefacio a la tercera edición
La cota de la experiencia ha descendido seriamente.
W. Benjamin
…contemporáneo es aquel que percibe la oscuridad de su tiempo como algo que le concierne y no deja de interpelarlo…
G. Agamben
,
¿Qué es lo contemporáneo?
[Traducción de Ariel Pennisi]
La paz y el bienestar mentales requieren que podamos ocultarnos a nosotros mismos lo poco capaces que somos de prever. Debemos guiarnos por hipótesis. Tendemos, por tanto, a sustituir el conocimiento inalcanzable por ciertas convenciones, la clave de las cuales está en sumir, contra toda probabilidad, que el futuro se parecerá al pasado.
J. M. Keynes (1937)
, «Algunas consecuencias económicas del declive de la población»
[Traducción de Julio Pérez Díaz]
¿Qué página de la historia de la institución estamos viviendo? Es difícil saberlo. Hoy ya tan solo estamos en la suspensión del presente, en el ahora mismo, como si el instante de ver coincidiera con el momento de concluir.
Tal vez sucede que en el presente de la psiquiatría su pasado ya no existe y su porvenir aún no se ha perfilado. Hay que admitir que la institución psiquiátrica no sabe demasiado adónde va. No obstante, aunque el pasado se haya vuelto impreciso, persisten huellas y tal vez señalarán ese futuro que sigue resultando difícil predecir. Es un momento de suspensión que no está desprovisto de la tentación de destrucción. ¿Qué ocurrirá? ¿En qué va a convertirse lo que era? ¿Qué va a resultar de ello? ¿Se recuperará la invención aunque sea bajo otra forma?
La locura parece haber abandonado a la psiquiatría, que se las arregla bien sin ella y, hasta cierto punto, ya no la quiere. Pero ¿dónde está? ¿En la inmigración, en el aislamiento, en la precariedad, en la segregación, en la exclusión o incluso en la prisión?
No solo la locura tiende a desaparecer del campo de la institución psiquiátrica, sino también la clínica. Ya no parece haber lugar para lo inesperado, para la particularidad, para el detalle intrigante. Todo se encuentra formateado, preprogramado en trámites preestablecidos que obstaculizan la sorpresa del encuentro. Expulsión y eclipse de la clínica inscrita en el humanismo, expulsión y eclipse del sujeto herido e hiriente: quienes insisten en seguir pensando una clínica con una dimensión humana a menudo deben hacer frente a la hostilidad y a la burla.
¿Cuál es el destino de la institución psiquiátrica en semejante situación? Siempre se le exige que domine las crisis que se le confían. Pero si la institución ya no es capaz de hacer de la crisis una confluencia de caminos, un instante decisivo, ya solo está ahí para constatar, comprender, administrar, en vez de partir del punto enigmático que constituye el límite de aquella persona que se le ha confiado. La administración del paciente reemplaza a la invención clínica. Cada paciente entra en la institución por una causa distinta, y no obstante terminará encontrándose sumido en unos protocolos incapaces de reconocer su singularidad.
¿A qué se debe esta tendencia? ¿A qué temor corresponde? Propone la necesidad de un dominio al que nada debería escapar. Pero se trata de algo que no es en absoluto controlable. La institución termina entonces por producir los pacientes que corresponden a su fracaso, a su insoportable límite. Al no reconocer al psicótico, se lo convierte en un individuo antisocial, incluso en un psicópata.
Esta es una época de resistencia a la psique. Todas las explicaciones sugieren control. Ya no existe el enigma del sujeto, sino la certeza controlada. Incluso se supone que el propio sujeto no está en la base de los trastornos que presenta. No tiene nada que ver, son los genes o la estructura de su cerebro los que le imponen su forma de ser.¹ Así es como lo psíquico ha llegado a desaparecer, por efecto de algo que podríamos llamar el sofisma de las bases biológicas de los trastornos psíquicos. Primera proposición: se admite que existen trastornos psíquicos. Segunda proposición: se plantea la hipótesis de que esos trastornos psíquicos tendrían una base biológica. Tercera proposición: se demuestra —o se cree demostrar— esta base biológica. Cuarta proposición: puesto que estos fenómenos tienen una base biológica, no son psíquicos. En conclusión: no existen trastornos psíquicos. Y así es como se cambian constantemente las clasificaciones diagnósticas, se cambian los dispositivos institucionales, se cambian los protocolos, pero fatalmente todo se repite y, como en el teatro del absurdo, se escenifica una sinrazón del mundo en la que la humanidad se pierde.
Este es pues el lugar en el que nos encontramos en el momento de esta tercera edición de El malestar en la institución: todo se repite y al mismo tiempo, paradójicamente, ya no sabemos adónde vamos. ¿Cómo conciliar estas dos observaciones contradictorias? En la época en que se publicó la primera edición de este libro nos encontrábamos más bien en el callejón sin salida de un trabajo institucional regido por la idea de tener que dar al otro lo que le falta, en una perspectiva oblativa. Nos situábamos en el encuentro pero este estaba marcado, como se ha mostrado, por una negación de la transferencia que conducía hacia el furor sanandi.² Ahora, por el contrario, se anula el hecho del encuentro, se anula al sujeto y se lo reemplaza por el protocolo universalizador. ¿Acaso es así como hemos pasado de la transferencia al anonimato? El anonimato suprime las diferencias, borra la singularidad, anula el tiempo, sumiendo a la institución en la repetición de lo mismo, que implica un futuro que se parece al pasado, en la negación del cambio e incluso de toda esperanza terapéutica. Al rechazar el sujeto, nos inclinamos hacia un mundo desprovisto de historia. Las instituciones mismas olvidan lo que ha sido su historia, hasta que llegan a olvidar el hecho de haber olvidado. La reedición de este libro es una ocasión para hacer hincapié una vez más en las potencialidades del deseo del terapeuta y de la clínica como la experiencia de la singularidad en cuanto tal, dos referencias que permiten plantar cara a la desaparición, la ausencia y la soledad que parecen afectar hoy tanto al paciente como al terapeuta en la institución.
1. Una idea muy extendida en una época en que, no obstante, se sabe que la experiencia deja una huella en la red neuronal —incluso una huella epigenética a través de la metilación del ADN— que hace que la contingencia intervenga en