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La palabra en psiquiatría: ¿Todavía eficaz?
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Libro electrónico218 páginas3 horas

La palabra en psiquiatría: ¿Todavía eficaz?

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El discurso actual, tanto el social como el que se manifiesta en algunos medios psiquiátricos, nos empuja a negar el cuerpo como superficie del lenguaje del síntoma.
El cuerpo sería así sólo un objeto biológico o un conjunto de órganos susceptibles de ser educados o reeducados.
El libro de Fernando Vicente, que no sólo está dirigido a los profesionales de la salud mental, nos transmite, a través de su recorrido, otras vías para escuchar y acoger los sufrimientos que las diversas patologías psiquiátricas nos muestran, lo que puede llevarnos a evitar caer en un realismo patológico donde casi ninguna posibilidad existiría para quienes sufren una alienación psíquica y social crónica.
La apuesta que aquí se nos presenta es saber si queremos, a través de nuestra palabra y sobre todo de nuestra escucha —acompañadas ambas de "nuestros testimonios profesionales"— que la cronicidad patológica y mortífera sea una realidad inevitable o más bien una situación dinámica y siempre posible de mejorar.
"La tesis principal del autor es que la palabra, además de presentarse como el principal recurso para gobernarse en sociedad, es también el mejor alimento que podemos ofrecer al psicótico. Algunos lo encontrarán obvio, pero la palabra es un bien fugitivo que se nos escapa de continuo. 
Hablar es difícil, pese a su aparente sencillez, dejar hablar es aún más complejo, y hacer hablar a quien tiene dificultad para hacerlo puede llegar a ser una tarea en el límite de lo posible.
No obstante, basta mencionar el concepto palabra para cortar por la mitad la psiquiatría. Se sostiene que desde que Freud propuso que el delirio no era tanto un déficit como un intento autocurativo, la psiquiatría quedó dividida en dos: una, científica o biomédica, que reniega de esa posibilidad y apunta al cerebro como único escenario causal y terapéutico, y otra, más decidida y arriesgada, más arrojada al hombre y a la vida, que señala directamente al sujeto". 
(Fernando Colina)
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 oct 2020
ISBN9788412207712
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    La palabra en psiquiatría - Fernando Vicente Gómez

    I. Los síntomas

    En psiquiatría, mucho más que en cualquier otra disciplina, tenemos que estar siempre muy alertas.

    Francesc Tosquelles nos recuerda continuamente los riesgos que existen a causa de la permeabilidad permanente que existe entre lo social y lo patológico; ideologías diversas empujan a los profesionales hacia funciones a veces muy alejadas de lo que debiera de ser nuestra ética con los enfermos.

    Dicha consigna es todavía de gran actualidad. Desde mediados del siglo XX ha habido «verdades científicas» de las que no se podía dudar, que nos concernían directamente y que han marcado los desarrollos centrados en dos aspectos muy importantes de nuestra sociedad:

    En primer lugar de la «genética» y de las consecuencias de considerar los aspectos hereditarios del ser humano como evidencias científicas y, más allá, sobre su plausible determinismo en nuestra existencia.

    En segundo lugar, de otras ciencias «científicamente evidentes» como son la economía y las finanzas. Bien es verdad que, a priori, debería ser fácil medir la materia existente con sus múltiples conexiones en nuestro organismo, y aún más fácil poder contar lo materialmente cuantificable.

    El sujeto loco, como soporte de un discurso que molesta, es y ha sido siempre alejado y prácticamente escondido para proteger y salvaguardar la seguridad que en apariencia nos dan hoy el determinismo y la genética. Con frecuencia en la historia y más aún en la actualidad, la ciencia económica viene a decirnos con insistencia que delante de una tarea tan inútil por sus resultados como es ocuparse de la locura, lo mejor sería economizar en medios terapéuticos utilizables para otros fines. Reorganicemos y reorientemos de forma distinta las terapéuticas costosas en medios humanos, encerrando a los enfermos peligrosos con muros —o con muros modernos como es la medicación— para que no pongan en peligro la seguridad paradisíaca de la sociedad «normal», y propongamos una buena rehabilitación y reeducación «para todos los demás».

    En referencia a esta cuestión, el último estudio de la Inspection Générale des Affaires Sociales (IGAS) nos señala el camino, proponiéndonos una formación costosa y además ineficaz.

    Una formación mucho más específica para que se pueda aprender, prevenir y gestionar las situaciones de agresividad, y para ello más entrenamiento físico para mejor controlar posibles agresiones. Esta es la orientación que deberíamos seguir para permanecer siempre en el buen camino.

    Es evidente que si consideramos la locura sólo desde el ángulo del comportamiento, la mejor y única terapéutica posible y deseable es el conductismo.

    Nuestra visión de la locura humana y de la significación de sus síntomas no es la misma, como me gustaría demostrar a lo largo de estas líneas.

    Tenemos que atrevernos a poner nuestro saber en tela de juicio de forma constante para no confundir el saber clínico con el saber interesado. Este último no tiene interés en conocer el origen ni el porqué de los síntomas, tanto a nivel individual como colectivo .

    Ciertamente, no hay síntomas sin cuerpo. Y si ya es difícil acercarnos a nosotros mismos para hacer posible que nuestros propios «síntomas hablen», ¿qué decir «del cuerpo social y de sus síntomas»?

    Es difícil no querer saber nada de los síntomas de la familia si queremos ocuparnos de uno de sus miembros.

    Es difícil también no querer saber nada de los síntomas sociales que nos rodean si queremos comprender los síntomas y el estado de salud del cuerpo profesional y de las instituciones en las cuales trabajamos.

    Si nuestro propio cuerpo intenta (y consigue con frecuencia) decirnos algo de su sufrimiento por vías inesperadas y complejas, el cuerpo social —como cuerpo disociado que es— no puede hablar con una sola voz. Sus miembros, sus tejidos y órganos diversos viven enfrentados y, con frecuencia, con objetivos e intereses muy diversos.

    Estas afirmaciones no son la consecuencia de una profunda reflexión metafísica o psicoanalítica sino que son propias de quien se interese por nuestro cuerpo social, entendido este en un sentido muy amplio, diverso y complejo en su comprensión, y aceptando esta complejidad como la primera y más importante de sus características.

    En el lado opuesto a esta complejidad, observada tanto a nuestro alrededor como en el interior de cada uno, encontramos aquellos que predican la unicidad simplista de nuestra existencia con los corolarios de la verdad y certeza de todos los elementos que la tocan y componen.

    Hay pensamientos pseudocientíficos (característicos de algunas religiones) que nos ofrecen respuestas seguras y tranquilizadoras. Hay otros posicionamientos ante la complejidad de la existencia que nos enseñan a hacernos preguntas, aun sabiendo que no tienen respuesta.

    En este sentido, fue interesante escuchar la intervención de un sociólogo que asistía a una conferencia de Edgar Morin que trataba sobre la ética y las ciencias de la vida y que, dirigiéndose al conferenciante, decía:

    Después de muchos años de trabajo y reflexión, tanto la ética como la complejidad de lo viviente de la cual usted nos habla, nos desvían de la verdad; todo es mucho más simple, todo es biológico y contra eso no podemos hacer nada a pesar de lo que usted nos diga.

    En este universo de certezas, donde abundan más los iluminados que los científicos que buscan verdades, permitidme que haga un pequeño rodeo por el mundo y el cuerpo social actual, para sacar a luz algunas «certezas» con las cuales hemos vivido y convivido desde hace algunos años.

    Neurociencia

    Ya que todo es biológico y que la genética nos marca definitivamente mucho antes de nuestro nacimiento, ¿para qué nos vamos a calentar la cabeza—salvo si queremos volvernos locos— con nuestros propios pacientes?

    Al menos, en el lenguaje religioso, la predestinación deja siempre un margen de suerte a cada uno de los creyentes para poder ganar el cielo, puesto que el destino no está desde el inicio en los genes. Hay que trabajar mucho para percibir algunos signos de éxito en esta vida y con ello de nuestra predestinación, sin que, sin embargo, jamás estemos seguros de ella.

    Felizmente, algunos otros científicos que se ocupan de nuestro cuerpo social y sus síntomas, ¡por una vez están más seguros, incluso, que la religión!

    Hace ya unos 60 años, después de haber esclarecido la naturaleza química del ADN, se creía haber encontrado el soporte de la genética que explicaría el sistema hereditario donde todo estaba ahí desde el inicio. La molécula originaria del ser vivo tenía una estructura claramente establecida y con ello nos iba a informar sobre el origen, desarrollo y fin de nuestra existencia. Pero,

    …empezamos a darnos cuenta de que existe en la mecánica del viviente una complejidad superior, una plasticidad y una dinámica multidimensional que probablemente no habían previsto aquellos que concibieron el proyecto de las secuencias de los genomas.1

    Negándose a toda forma de reduccionismo, los responsables de estos trabajos ponen el acento en que:

    Son, en realidad, las interacciones entre esas características genéticas y el entorno, las que hacen que la enfermedad pueda o no manifestarse.2

    Es el objeto de la epigenética, ciencia que estudia y que tiene como objeto la relación y sus consecuencias entre la genética que hemos heredado y el medio en el que vivimos.

    La epigenética intenta explicarnos las consecuencias y los lazos que existen entre la forma de vida de cada uno de nosotros y nuestros genes. La biología se nos presenta pues, a partir de ahora, mucho más compleja de lo que pensábamos hace unos años, pues se creía entonces que numerosas patologías se desencadenaban por un mal funcionamiento de un solo gen. Hoy sabemos, que nada de eso es cierto. Para Richard J.

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