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El truco para curar
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Libro electrónico282 páginas16 horas

El truco para curar

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Marco Focchi muestra el uso clínico de textos lacanianos habitualmente considerados sobre todo en su valor teórico, y propone para el psicoanálisis una perspectiva terapéutica diversa de aquella que, imitando a la medicina, se impone suprimir el síntoma y, de ese modo, se condena a la impotencia.
No hay una "receta" para curar, sino un "truco". Es Lacan quien habla de ello: el psicoanalista, a través de la experiencia, consigue susurrar al paciente algo que está en condiciones de inducirlo a sanar. No es el truco del prestidigitador, no es un particular juego de habilidad. Es preciso que las palabras toquen la carne, pongan en juego el cuerpo y hagan emerger lo real de la existencia. A veces se necesita mucho tiempo; otras veces es sorprendentemente rápido, como en los raros momentos en que la vida, imprevista y bruscamente, mantiene sus promesas.
IdiomaEspañol
EditorialGredos
Fecha de lanzamiento15 feb 2018
ISBN9788424938239
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    El truco para curar - Marco Focchi

    Título original: Il trucco per guarire

    © Marco Focchi.

    © de la traducción: Nora Viviana Rosenzwit, Raquel Cors Ulloa y Juan Carlos Gentile Vital, 2012.

    © de esta edición digital: RBA Libros, S.A., 2018.

    Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

    www.rbalibros.com

    REF.: GEBO510

    ISBN: 9788424938239

    Composición digital: Newcomlab, S.L.L.

    Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.

    Índice

    PRESENTACIÓN

    EL SEMINARIO DE MONTREAL

    ENCUENTROS CON LA SEXUALIDAD

    LITURATERRE, UNA CLÍNICA EN TORNO AL VACÍO

    NO HAY RELACIÓN SEXUAL...

    RECURSOS

    EL PADRE NO NECESARIO

    EL BRICOLAJE DEL SÍNTOMA

    SABER CURAR

    NOTAS

    PRESENTACIÓN

    Hay un momento crítico en el transcurso de una cura en el que el analizante se niega a seguir hablando y quiere una solución. Los jóvenes colegas supervisores suelen dar testimonio de las peticiones de los pacientes, y les indican que no disponen de ninguna receta para resolver todos sus males al instante. Es una respuesta razonable, pero no es aconsejable en absoluto. Cierto es que el psicoanálisis se diferencia de la medicina en que al paciente no se le prescribe ninguna receta, ni dosis alguna, ni dietas ni ejercicios. Del consultorio médico se sale con un diagnóstico definido acerca del dolor que afecta a una parte concreta del cuerpo. Por el contrario, el psicoanálisis explora regiones no cartografiadas del prontuario, entra en los serpenteos de la existencia, y penetra en su lado oscuro, inviste el sexo, la angustia, los amores y los odios, sigue los inextricables hilos en que está enredada la vida, se entrecruza con interrogantes llenos de motivos esquivos, y nos hace entender que no existen recetas disponibles e inmediatas, instrucciones claras y aplicables de inmediato para resolver los obstáculos que la vida pone a cada ser humano.

    A ello hay que objetar que no tenemos ninguna varita mágica, dado que esta no es la respuesta. En primer lugar, el paciente ya lo sabe, y en segundo lugar —como hace el Adán apócrifo que mencionamos al final del tercer capítulo—, cuando nos hallamos en una encrucijada y no nos podemos decidir por ninguna de las dos direcciones, lo más importante es, sin embargo, encontrar un modo para salir del trance.

    Ante todos nosotros se presentan encrucijadas donde la elección no tiene la simplicidad que se podría alcanzar si fuese posible acotar el bien y el mal. El bien y el mal, la ganancia y la pérdida, el goce y el sufrimiento están íntimamente entrelazados entre sí. Hay que añadir que no existe ninguna receta, y que por lo tanto no existe ninguna respuesta prudente para un problema que entraña cierta temeridad. En efecto, el asunto no estriba en si debemos girar a la derecha o a la izquierda, o en saber qué es lo que nos conviene. El paciente lo formula así porque se trata de un callejón sin salida, un mero aspecto de su neurosis. El verdadero problema, que se encuentra detrás de su forma sistematizada, matematizada y positivista, estriba en que, si ya no podemos girar ni a la derecha ni a la izquierda, ¿qué podemos hacer? Hic Rhodus, hic saltus.

    Al contrario que sucede con la medicina, el psicoanálisis no da respuestas definidas, porque cualquier receta sería un engaño. La propia idea de solución es falsa, frente a la antinomia del deseo de la que ya habló Ovidio: Nec sine te nec tecum vivere possum.

    Así pues, no hay ninguna receta que nos cure, pero sí existe un truco. La receta o solución siguen la senda de lo posible, pertenecen al orden de lo calculable, donde el mundo está diseñado en blanco y negro, mientras que la antinomia, como enseña la historia de la lógica moderna, no tiene solución. O, mejor aún, no tiene ninguna solución lógica, al menos si nos valemos del cálculo, la senda del sentido común y las pruebas disponibles. Pero con respecto a lo real, lo relativo a la vida, la lógica es solo una apariencia. Cuando llega al punto esencial, al imposible que hay sobre el fondo de la existencia de cada uno, no hay que bloquearse en la parálisis. Es necesario seguir adelante a partir de la imposibilidad lógica, preparar el terreno que empuja a encontrar la auténtica salida en lo irresoluble, en el expediente.

    Lacan habla del truco, del engaño, cuando se refiere a la cura. Se refiere a él en una intervención, comentada en el último capítulo, datada en sus últimos años. Este truco consiste en que la experiencia del psicoanalista —es decir, un saber no enciclopédico— le susurre algo al paciente y esto lo induzca a curarlo.

    No es el truco del prestidigitador, que esconde lo que hacen las manos, tratando de engañar al ojo del público. Ni siquiera se trata de un juego de ingenio muy especial, porque si el psicoanálisis trabaja con las palabras, no es para convertirlas en el instrumento de una sofística que intenta explorar la maestría del lenguaje. Hablar es necesario, cierto, pero hasta que estamos inmersos en una conversación no sucede nada decisivo. Necesitamos que las palabras toquen la carne, pongan en juego el cuerpo, y hagan emerger los aspectos reales de la existencia. A veces hace falta mucho tiempo, y otras se produce con una rapidez asombrosa, como los raros momentos en que la vida, de improviso y con brusquedad, mantiene sus promesas.

    El truco para curar no se encuentra en este manual. Más bien, dice Lacan jugando con los propios conceptos, salta fuera del sujeto supuesto saber, que no está apenas relacionado con la Enciclopedia. Tampoco es el experto poseedor, porque es algo que no se posee. Lacan sugiere que viene de la experiencia.

    Una antigua historia china devuelve perfectamente la idea. Un príncipe está sentado en lo alto leyendo, y un carretero trabaja debajo de él. El carretero deja los utensilios e interroga al príncipe: «¿Qué haces?», le pregunta. «Leo las palabras de los sabios», se jacta este. «¿Y dónde están los sabios?», pregunta el primero, haciéndose el ingenuo. «Han muerto», contesta el segundo. «Lo que lees —concluye entonces el carretero— es solo la hez de los antiguos». Cuando el príncipe le pide que se explique, el carretero le dice: «Cuando hago una rueda, si pongo poco empeño el trabajo es agradable, pero carece de solidez. Si, en cambio, voy demasiado deprisa, el trabajo es pesado y está mal hecho. Sin embargo, la mano siente aquello que es sutil, lo que no se excede ni se queda corto, y la mente lo recuerda, pero la boca no puede expresarlo, y no se lo puedo transmitir a mi hijo».¹

    Y esto es lo que acoge la experiencia: lo que resulta inasible por la palabra. Lo que la ciencia considera real es la porción expresable del ser, la que contesta a las matemáticas, y sería un error hacer derivar el método científico hacia las cosas que no se pueden expresar directamente con palabras, sino apenas rozarse. El sexo, el amor y el inconsciente son insensibles al método científico, y la curación no se produce gracias a ningún tratamiento terapéutico premeditado. Por el contrario, esta se produce gracias a una utilización correcta de los semblantes, que le hace vacilar para desprender de ellas lo real. En el fondo, Lacan se refiere a esto cuando habla de truco. No se trata de ningún secreto, ni de nada oculto, ni de juegos ingeniosos, sino de la prontitud, tempestividad o presteza para aprovechar los recursos del supuesto saber, para coger lo inaprehensible, ese «no sé qué».

    La clínica lacaniana abre el camino en una región donde lo real no es el referente positivo de la palabra, y donde no podemos hablar de método en el sentido en que este término se emplea en el ámbito científico. Sin embargo, podemos decir que hay un método en las locuras de los hombres y de las mujeres, que se siguen y se rehúyen, se aman y se odian, sueñan y se angustian.

    Los conceptos de Lacan ayudan a entrar en un mundo complejo que se sustrae a la universalidad de la ciencia justo porque se ha escindido del sexo, y donde el sufrimiento mana del placer, donde el deseo le contradice, y donde eso a lo que aspiramos en mayor medida es aquello a lo que más tememos.

    En el Seminario de Montreal he intentado mostrar la utilidad clínica de los textos lacanianos, que se suelen analizar sobre todo por su extensión teórica. Debo agradecer a los colegas de Montreal el intercambio de ideas que he realizado con ellos, y que no ha hecho sino enriquecerme. Agradezco de manera particular a Anne Béraud el hecho de haberme invitado a hablar en el contexto del Pont Freudien, así como su paciente y preciso trabajo de transcripción y redacción del texto. En el apartado «Recursos» he recogido algunas ideas de una prospectiva terapéutica diferente de aquella otra que imita la medicina y se impone la tarea de suprimir los síntomas, con lo que se condena a la impotencia.

    EL SEMINARIO DE MONTREAL

    El seminario de Montreal tuvo lugar, por iniciativa de la asociación Le Pont Freudien, del 14 al 16 de noviembre de 2008. La conferencia inaugural, «Encuentros con la sexualidad», tuvo lugar en el centro cultural Côtedes-Neiges. El seminario de lectura sobre Lituraterre y el teórico «No hay relación sexual» se efectuaron en el hospital de Notre-Dame. La discusión clínica realizada el sábado por la tarde —algunas de cuyas referencias se encuentran en el texto— no se expone por motivos de confidencialidad.

    La conferencia y el seminario se impartieron en francés. El original se publicó en el n.° 26 de Actes du Pont Freudien. La transcripción y la redacción del texto fueron posibles gracias a Anne Béraud.

    ENCUENTROS CON LA SEXUALIDAD

    (CONFERENCIA)

    PIERRE LAFRENIÈRE: Querría darles la bienvenida, y en primer lugar al doctor Focchi, quien ha aceptado nuestra invitación para participar en la conferencia de hoy, así como para trabajar con nosotros durante el fin de semana en los asuntos tocantes a la sexualidad y la relación sexual. El doctor Focchi es psicoanalista en Milán, analista miembro de la Escuela (AME), miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y presidente de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (SLP) en Italia.

    La conferencia de hoy se titula «Encuentros con la sexualidad». Es un tema amplio, y puede abordarse desde diversas perspectivas, la más directa de las cuales nos remite a los problemas del deseo, el placer y el goce, los problemas de lo que les sucede a cada uno de los compañeros en el encuentro sexual. ¿Qué es lo que se encuentra? ¿Cuál es el verdadero compañero en un encuentro sexual? ¿Qué tipo de relación une a los hombres y las mujeres en el plano sexual?¿Una de complementariedad, de simetría o de unidad?

    Por supuesto, el tema que abordaremos esta tarde no puede dejar de referirse al primer encuentro del sujeto con la sexualidad, la cual no viene de manera simple. ¿Dónde estriba la dificultad? Afrontaré el problema desde el punto de vista del psicoanálisis, que se refiere al fin último de la idea freudiana de que «todo es sexual». Esta interpretación del descubrimiento de Freud fue un escándalo en su época. Existe, en la primera infancia, una sexualidad que no se puede reducir a la genitalidad. A partir de Tres ensayos sobre la teoría sexual, de 1905, Freud trató de determinar lo que orienta el deseo de un sujeto. Pero Freud no se compromete demasiado cuando afirma que la sexualidad es lo que confiere al psicoanálisis su carácter específico. He aquí algunas sugerencias para abrir la discusión de esta tarde. Doy, pues, la palabra al doctor Focchi.

    MARCO FOCCHI: Buenas tardes. Agradezco a mis amigos el haberme invitado a hablar hoy aquí, en Pont Freudien, que, en efecto, constituye un puente entre dos continentes, y crea un intercambio para facilitar el trabajo y la transmisión de información entre lo que sucede aquí y lo que se hace en Europa.

    Espero que mi acento no sea ningún obstáculo para la comunicación, dado lo imperfecto de mi francés. De un tiempo a esta parte, en Europa, los miembros de nuestra escuela hablamos, e incluso bromeamos un poco, sobre las diferencias de acento entre el francés de Québec y el de Francia. Como soy italiano, debo manifestarme neutral al respecto, a pesar de que mi oído está, obviamente, habituado al acento parisino.

    Debo decir que, con anterioridad a esta ocasión, ya había tenido un encuentro con el Québec; no con la lengua pero sí con una palabra. Fue durante un viaje a Nueva Inglaterra, en Estados Unidos. Estaba en New Hampshire, perdido en medio de los Apalaches, y buscaba un pueblecito llamado Bretton Woods, donde se firmaron los acuerdos para estabilizar las tasas de cambio con respecto al dólar. Es muy conocido hoy en día, debido a la crisis mundial, pero se trata de un lugar muy pequeño. Estaba perdido en el campo. Buscaba a alguien a quien solicitar información, cuando por fin veo a un hombre. Me dirijo a él en inglés, y él me pregunta: «¿Habla francés?». Le respondo: «Sí, hablo mejor en francés que en inglés». Entonces comienza a explicarme: «Mire, al final de la calle hay una lumière...». ¡Una lumière! Entiendo que se refiere a lo que en París llaman feu rouge, un semáforo. Entonces, sin duda por exceso de celo, pregunto: «Por lumière ¿entiende feu rouge [luz roja]?». Y me responde: «No, monsieur, ¡también puede ser verde!».

    Fue mi primer encuentro con una palabra en Québec. Esta noche hablaremos de otros encuentros; pero, en el fondo, el encuentro con la sexualidad es también el encuentro con una palabra, con una palabra que señala un corte en la lengua, que separa.

    Intentaremos abordar en profundidad este argumento a lo largo de tarde.

    ¿EXISTE UNA SEXUALIDAD «NORMAL»?

    Para comenzar, quiero decirles que, en cierta ocasión, un amigo médico, que había organizado una página web sobre salud que recibía muchas consultas relacionadas con la sexualidad, me preguntó si podía responder a las preguntas que le llegaban. «¿Por qué no?», me dije. Tendría la oportunidad de encontrarme con preguntas diferentes de las que me llegan a la consulta, que suelen ser más rebuscadas y sofisticadas. El público de Internet es amplio, y tenía la curiosidad de saber qué cuestiones se plantea la gente en relación con la sexualidad. En efecto, el abanico de preguntas era muy amplio, pero, a fuer de buscar un hilo conductor, diré que me interesaba la calidad. Las preguntas giraban en torno a aspectos cuantificables, como el tamaño del pene o el número normal de relaciones que se debe tener en un tiempo dado. La cantidad. Podían ser cuestiones de carácter estadístico, pero indicaban que la gente quería saber qué es lo normal en lo relativo a la sexualidad. Me preguntaban, pues, sobre lo que se considera normal con respecto al sexo. La gente quería estar segura de que se hallaba ante un posible encuentro extraño, de que lo que descubría en su encuentro con la sexualidad era, en cierta medida, ya conocido. Es evidente que no acudían a mí como analista —tan solo era un mensaje de correo electrónico en Internet—, pero me trataban como si fuese un experto. Tan solo buscaban eso: al depositario de un saber. Intentaban verificar si lo que descubrían en su encuentro con la sexualidad ya estaba indexado, clasificado, incluido en alguna enciclopedia, o escrito. Y para saberlo se remitían a la cantidad, que es la plasmación del saber científico por excelencia.

    He aquí la cuestión: la normalidad. Esto significa que se busca hacer pasar el encuentro con la sexualidad a través del saber, es lo que hoy se intenta unir: saber y sexualidad, y que además se ha convertido en algo dominante. Se ha convertido en algo dominante a través de lo que podemos llamar la pedagogía sexual, que es un campo en expansión. Por ejemplo, cuando era niño no había ningún curso de educación sexual en el colegio. Ahora los colegios han entablado una competición —por supuesto, hablo de los colegios en Europa, ustedes me dirán cómo es por aquí— por ver quién organiza más cursos de educación sexual. Nos podemos preguntar de dónde viene este impulso de hacer pasar la sexualidad a través del saber. Podemos tomar un punto de referencia.

    LA SEXUALIDAD MESURADA

    En la historia reciente —no hace falta ir muy lejos— hubo un momento en que Alfred Kinsey, a quien se considera el patriarca de la sexología —todos conocen el Informe Kinsey—, intentó medir la sexualidad, hacerla pasar al plano de lo mesurable. Esto sucedió a finales de la década de 1940. Kinsey era entomólogo de formación. El entomólogo se dedica a clasificar especies, y Kinsey se especializó en la búsqueda de una muy, muy particular: las avispas. Las había clasificado en millones. Para Kinsey, el saber consistía en acumular casos y ejemplos. Su carrera comenzó cuando una asociación estudiantil femenina lo invitó a hacer un curso sobre el matrimonio y, en el encuentro con los estudiantes, se quedó estupefacto por la inexperiencia de estos en lo relativo a la sexualidad.

    Creo que la situación actual es difícilmente comparable, en lo que concierne al conocimiento de la sexualidad, con respecto a los estudiantes de las décadas de 1930 o 1940. En aquellos tiempos, las muchachas todavía creían que para quedarse embarazadas bastaba con que un hombre las besara. A Kinsey lo dejó consternado tanta ignorancia sobre la sexualidad. Es preciso decir que esta experiencia tiene ciertas resonancias para él. Hijo de un pastor metodista con fobias sexuales y de una madre devota, Kinsey había tenido una fuerte educación religiosa, que además lo había inhibido. Tal vez quería saber. ¿Qué hace Kinsey entonces? Extrapola al campo de la sexualidad los métodos de clasificación que utilizaba como entomólogo, y los aplica al hombre y la mujer, con criterios que hoy podríamos considerar discutibles. Quiere medir la sexualidad, pero necesita criterios, y el que adopta es el orgasmo. Considera que hay relación sexual cuando hay orgasmo. Por supuesto, se trata de un criterio discutible: esto puede ser más o menos aplicable para el hombre, pero no para la mujer. En última instancia, no había nada mejor, así que comienza a grabar miles de casos, como lo hacía con las avispas. Hoy en día existen archivos que contienen todo el saber acumulado de este modo, y tenemos un Informe Kinsey que ha dado la vuelta al mundo.²

    Kinsey fue, por lo tanto, el primero que impulsó la necesidad de hacer pasar la sexualidad a través del saber. Es cierto que hoy sabemos muchas cosas más. La sexología ha progresado, y las investigaciones también, lo que incluye a Masters y Johnson. Pero lo que apreciamos en el psicoanálisis, por ejemplo, es que cuantas más luces se buscan sobre la sexualidad, más se elude esta.

    EL SECRETO DE TODOS Y DE NINGUNO

    Algo parecido sucede en un relato bastante conocido del escritor argentino Jorge Luis Borges que se titula «La secta del Fénix».³ Borges habla de una secta, cuyos miembros se dedican a un rito secreto, que consiste en un peculiar comportamiento, descrito con gran arte, y con profusión de detalles y particularidades. Y cuando Borges desarrolla su descripción, cae en la cuenta de que el rito secreto no es otra cosa que el acto sexual. Para esta secta, el acto sexual es aquello que todos hacen pero de lo que ninguno puede hablar. En el fondo, la secta del Fénix es la humanidad entera. ¡Todo el mundo está en la secta del Fénix! Les decía que el encuentro con la sexualidad es el encuentro con una palabra que separa, que hace un corte en la lengua. Si tomamos el ejemplo de Borges, esto se hace evidente: todo el mundo forma parte de la secta del Fénix, todos llevan a cabo un rito del que nadie puede hablar, del que están separados por el lenguaje. Por lo tanto, cuanto más queramos saber sobre este secreto, más oculto permanecerá.

    A pesar de todos los esfuerzos por promover la educación sexual y de todos los cursos de educación sexual que se imparten en los colegios, queda el enigma subyacente del acto de hacer el amor, de cómo un hombre puede ser un hombre y de cómo una mujer puede ser una mujer. Lo que se nos escapa no es la técnica, sino el goce. Cuando un niño pregunta por la sexualidad, se le responde con los ejemplos típicos en la asignatura de educación sexual: las flores, los animales, la naturaleza, y los diversos tipos de relaciones y de modalidades. Y aunque se le haya explicado todo esto no se le ha dicho nada, porque lo que él quiere saber, a fin de cuentas, es el secreto del placer que entraña el acto, y no hay palabras para explicarlo.

    Entonces ¿cómo ser hombre y ser mujer en la relación sexual? En el psicoanálisis existen diversas orientaciones —a menudo en conflicto entre ellas—, pero si hay alguna idea sobre la que están todos de acuerdo es que ser hombre y ser mujer no depende de la biología, no se trata de algo ligado a la constitución biológica, ni a las características físicas. Se trata de otra cosa, pero ¿de qué cosa?

    El psicoanálisis arrojó luz sobre la sexualidad humana, antes de que se publicase el gran trabajo de investigación de Kinsey. El psicoanálisis puso de manifiesto la cuestión de la sexualidad, haciendo tambalearse los hipócritas principios en que se basaba la sociedad victoriana. Fue Freud quien tocó los problemas relacionados con este tema, echó leña al fuego que era la ciencia de su época, plantando cara a los hechos y hablando explícitamente de la etiología sexual.

    Era algo que todos sabían, algo así como el ritual de «La secta del Fénix», pero nadie podía hablar de ello. Freud lo afronta, y habla de la etiología sexual. En aquel tiempo era una novedad. Hoy en día estamos habituados a ello, es parte de nuestra cultura, pero en la época de Freud fue sorprendente. Me refiero a los hipócritas puntos

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