Cuando Hannah llegó a la gran casa gregoriana, pensó que todo estaría bien.
Había quotes inspiracionales pintados en las paredes blancas y las camas en cada habitación se veían acogedoras y welcoming. Esta casa residencial sería su base por los próximos seis meses. Estaba acompañada por otras 19 mujeres, todas con sus propias razones para estar ahí; algunas se autolesionaban, otras habían sido abusadas y unas más -como Hannahbuscaban apoyo para los trastornos alimenticios. El programa prometía enseñarles a lidiar con sus problemas y acercarse a Dios. Como cristiana, Hannah confió en esta organización basada en la fe para ayudarla. Sus días ahí fueron estructurados: ella completaría sus quehaceres, iría a estudios bíblicos, escucharía a personas invitadas a hablar de su experiencia y tendría sesiones one-on-one con el staff para revisar su progreso. Hannah cumplió con todo; ella quería mejorar.
Sin embargo, gradualmente el introdujo reglas que no parecían correctas, nada relacionadas con su razón para registrarse. No se le permitía hablar sobre su sexualidad, sobre ser . De pronto, tal tema se convirtió en el enfoque principal de su tratamiento. El personal le decía que podían oler el demonio que vivía dentro de ella. Visitas externas acudían regularmente a poner sus manos sobre su vientre y rezar, le aseguraban que la única manera de que sus futuros hijos existieran era si se arrepentía y se volvía heterosexual. Poco