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Más allá de la intimidación: ¿Cómo romper el ciclo de vergüenza, acoso y violencia?
Más allá de la intimidación: ¿Cómo romper el ciclo de vergüenza, acoso y violencia?
Más allá de la intimidación: ¿Cómo romper el ciclo de vergüenza, acoso y violencia?
Libro electrónico484 páginas6 horas

Más allá de la intimidación: ¿Cómo romper el ciclo de vergüenza, acoso y violencia?

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Información de este libro electrónico

En el corazón de las conductas de bullying reside un sentimiento de vergüenza que no ha sido adecuadamente manejado, sostiene el autor, Jonathan Fast. El libro explora el bullying como un problema de manejo de vergüenza y estatus social. Fast extiende el alcance de su teoría y señala que otras actitudes de violencia tales como la homofobia, la violencia doméstica, el racismo son también formas de intimidación que comparten el mismo origen.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 oct 2019
ISBN9786071664198
Más allá de la intimidación: ¿Cómo romper el ciclo de vergüenza, acoso y violencia?

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    Más allá de la intimidación - Jonathan Fast

    SECCIÓN DE OBRAS DE EDUCACIÓN Y PEDAGOGÍA


    MÁS ALLÁ DE LA INTIMIDACIÓN

    JONATHAN FAST

    Más allá de la intimidación

    ¿CÓMO ROMPER EL CICLO DE VERGÜENZA,

    ACOSO Y VIOLENCIA?

    Traducción

    VÍCTOR ALTAMIRANO

    Primera edición, 2019

    Primera edición en libro electrónico, 2019

    Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero

    © 2016, Jonathan Fast

    Beyond Bullying. Breaking the Cycle of Shame, Bullying, and Violence fue publicado originalmente en inglés en 2016. Esta traducción se publica por acuerdo con Oxford University Press. El Fondo de Cultura Económica es el único responsable de esta traducción del trabajo original y Oxford University Press no tendrá ninguna responsabilidad por errores, omisiones, inexactitudes o ambigüedades en dicha traducción o por las pérdidas causadas por la confianza en el mismo. Título original: Beyond Bullying. Breaking the Cycle of Shame, Bullying, and Violence

    D. R. © 2019, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios: editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-6419-8 (ePub)

    ISBN 978-607-16-6318-4 (impreso)

    Hecho en México - Made in Mexico

    Este libro está dedicado a mis hijos, Molly Jong-Fast Greenfield, Benjamin Fast y Daniel Fast, con gran amor y respeto.

    SUMARIO

    Introducción

    En torno a la vergüenza

    La intimidación dentro y fuera de las escuelas

    La intimidación hacia adolescentes LGBT. Parte I. No es fácil ser verde

    La intimidación hacia adolescentes LGBT. Parte II. ¿Era un cluster? ¿Cuáles fueron sus causas?

    La intimidación hacia las mujeres por parte de los hombres

    La intimidación hacia negros e hispanos por parte de blancos

    Fallas en el manejo de la vergüenza. Tiroteos escolares y actos de terrorismo doméstico

    La justicia restaurativa y los procesos de restauración

    Bibliografía

    Índice analítico

    Índice general

    INTRODUCCIÓN

    En la década de 1990 un estallido de devastadores tiroteos escolares cambió el panorama de la infancia en Estados Unidos. Si bien las víctimas eran relativamente pocas, sus trágicas muertes hicieron que el público sintiera que las escuelas ya no eran lugares seguros. El público exigió que se tomaran acciones inmediatas: ¡Detengan los asesinatos! ¡Hagan que las escuelas vuelvan a ser seguras! Los investigadores examinaron cuidadosamente los casos en busca de las características que compartían los tiradores con la esperanza de crear un perfil que pudiera ayudar a identificar al próximo antes de que causara algún daño. Algunas similitudes eran obvias y poco sorprendentes: casi todos los tiradores eran hombres y todos tenían entre 11 y 21 años; todos vivían en vecindarios rurales o suburbanos; ninguno era popular; la mayoría amaba las armas y los videojuegos violentos. No obstante, las similitudes terminaban ahí. Algunos provenían de hogares en extrema pobreza, otros eran muchachos de clase media alta, hijos de maestros, abogados e ingenieros; algunos eran guapos, otros eran flacos o regordetes, con lentes gruesos o flecos; algunos mentían como estafadores profesionales, pero otros eran ineptos sociales; algunos eran brillantes, otros tenían problemas de aprendizaje; algunos tenían problemas psiquiátricos severos mientras que otros parecían relativamente cuerdos. Finalmente, de este océano azaroso surgió un factor que eclipsaba a todos los demás:

    Todos habían sufrido de intimidación.

    De repente, la intimidación, una actividad que había pasado más o menos desapercibida durante siglos, o que se había elogiado como una forma de curtir a la siguiente generación, se colocó bajo los reflectores como una fuente de miseria personal y una amenaza pública en potencia. Investigaciones posteriores sugirieron que los problemas que ocasionaba no necesariamente se desvanecían después de que las personas se graduaban, sino que eran un presagio de depresión, ansiedad y baja autoestima crónicas.¹ A aquellos que llevaban a cabo la intimidación tampoco les iba bien de adultos; las estadísticas mostraban que cometían crímenes con una frecuencia cuatro o cinco veces mayor que quienes no intimidaban.²

    En los últimos años se ha publicado una cantidad innumerable de libros y artículos dedicados a la intimidación. A pesar de la infinidad de soluciones que los expertos en el campo han desarrollado, la intimidación se ha vuelto más común y despiadada. El cyberbullying, la difusión de chismes malintencionados en Facebook, Twitter y otras redes sociales, ha creado oportunidades para ocasionar daño emocional que eran inimaginables en el pasado.

    Este libro difiere de sus similares en que explora la intimidación como un problema de vergüenza, manejo de la vergüenza y estatus social. El primer capítulo explora la importancia evolutiva de la vergüenza, cómo informa la cultura, por qué permanece oculta a plena vista y cómo se maneja, tanto bien como mal. Me baso en investigaciones que provienen de varias fuentes, incluidos textos de psicología, psiquiatría, sociología y antropología, para establecer los fundamentos de los capítulos siguientes. El segundo capítulo se enfoca en la intimidación en las escuelas. El tercero explora la homofobia, un problema que lleva a la intimidación de estudiantes LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transgénero) y estudiantes con presentaciones de género no tradicionales. El cuarto capítulo es un estudio de caso de un cluster de suicidios que ocurrió en Anoka, Minnesota, en 2011 y discute si en verdad lo ocasionó, como han asegurado algunos miembros de los medios liberales, una política del consejo escolar que prohibía discutir la homosexualidad en los salones de clase. Los capítulos quinto y sexto abordan el papel de la vergüenza y la creación de chivos expiatorios en la violencia doméstica y el racismo. El séptimo capítulo sugiere que la unión de una vergüenza excesiva con una falta de estrategias saludables para su manejo son dos de los factores que han llevado a un número creciente de devastadores tiroteos escolares y de otros actos de terrorismo doméstico. En el último capítulo se discuten las prácticas restaurativas como un antídoto para la intimidación y para los actos de vergüenza/ira que dañan a la comunidad.

    Si bien algunas autoridades consideran que la vergüenza es la emoción maestra,³ rara vez se reconoce su existencia. Muchas personas no son conscientes de ella, incluso mientras la experimentan. En verdad se trata del agente secreto de las emociones, su presencia sólo se revela al momento del avergonzamiento gracias a una ola de mareo, confusión de pensamientos y una descarga de sangre hacia el rostro. Si el acontecimiento que ocasiona la vergüenza es lo suficientemente poderoso, los recuerdos relacionados con él pueden aquejar a la persona durante años, remodelando su vida en sentidos positivos o negativos. La vergüenza puede transformarse en vergüenza/ira y hacer que niños y adultos cometan actos de violencia que confunden a amigos y familiares. Algunos académicos creen que toda la violencia criminal se alimenta de vergüenza.⁴

    El carácter central de la vergüenza para entender el comportamiento humano es un cambio paradigmático que comenzó hace aproximadamente 45 años con la obra de Helen B. Lewis⁵ y se ha ganado muchos seguidores desde entonces, algunos de ellos estudiantes reconocidos de psicología y sociología, como John Bradshaw, June Tangney, Thomas Sheff, James Gilligan, Paul Ekman y Sylvan Tomkins, entre otros.

    El lector debe estar consciente de que este libro no representa la corriente principal del pensamiento psicológico en torno al comportamiento humano. Incluso en el campo de la psicología, donde se alienta a los pacientes a explorar sus sentimientos más profundos, pocas veces se habla de la vergüenza. Se cree que los libros de texto presentan el paradigma actual de un tema al momento de su publicación. Un texto introductorio popular de psicología⁶ de 768 páginas menciona la vergüenza en seis ocasiones, emoción aparece 60 veces y cognitivo (relacionado con los pensamientos, los recuerdos, la solución de problemas y otros procesos mentales esencialmente no emocionales) 90 ocasiones. Otro texto introductorio⁷ enlista vergüenza 5 veces, emociones 61 veces y cognitivo 94. Resulta obvio que los autores de estos libros presentan la psicología como un campo que incluye el pensamiento en torno a las emociones.

    Las personas suelen asociar la vergüenza con la infancia⁸ debido a los accidentes que ocurren mientras se aprende a ir al baño. Se convencen a sí mismos de que, ya que controlamos nuestros intestinos, controlamos nuestra vergüenza. Esta ilusión pareciera validarse porque, como adultos, podemos evitar muchas de las situaciones vergonzosas que plagaron nuestras infancias. Ya no somos prisioneros del salón, del patio de la escuela ni del hogar abusivo o alcohólico en que crecimos, si es que tuvimos el infortunio de nacer bajo estas circunstancias. De hecho, de elegirlo así, como adultos podemos evitar por completo el contacto humano y rehusarnos a salir de nuestras casas.

    Evitamos nombrar la vergüenza y rehuimos su discusión, de igual modo que los amigos de Harry Potter evitaban mencionar a Voldemort. En su lugar nos sentimos mortificados o humillados, apenados o decaídos. Los adolescentes están bajoneados o consideran que una experiencia es incómoda o extraña. Entre los adultos la intimidación, un método para avergonzar, se remplaza con etiquetas como acoso laboral, violencia doméstica, racismo y ataques. Si bien estas etiquetas cambian, la intimidación continúa a lo largo de nuestras vidas de modos que pueden ser sutiles u obvios: se nos prohíbe la entrada a grupos o comunidades; se nos hace sentir como si no fuéramos dignos de aquello por lo que hemos trabajado o que nos han dado; nos bañan de anuncios que buscan convencernos de que nuestros poros son demasiado grandes, nuestros dientes demasiado amarillos, nuestros cuerpos demasiado fofos, que nuestros hijos carecen de los juguetes y los libros que les darán el combustible necesario para ganar la competencia, etcétera, etcétera.

    Aquellos cuya autoimagen ha sido desfigurada por la vergüenza y que no tienen una forma saludable de manejarla pueden volcarse hacia el crimen y la violencia en busca de autovalidación. Los crímenes se persiguen sin prestar mucha atención a la experiencia de vergüenza de las víctimas o del delincuente. Las cárceles imparten aún más vergüenza y recluyen al perpetrador junto con criminales experimentados, lo que puede proporcionarle un entrenamiento profesional en las minucias del comportamiento depredador.

    En otras palabras, creo que la principal parte de la miseria humana es resultado de una vergüenza mal dirigida, no identificada y no reconocida. Si bien no puedo ofrecer sinceramente una cura para la intimidación (creo firmemente que no existe tal), he intentado proporcionar al lector un manantial de información en torno a la manera en que la vergüenza da forma a la intimidación, maneras saludables y no saludables de manejar la vergüenza, la utilidad de los procesos restaurativos en la creación de escuelas civilizadas y el valor de la justicia restaurativa en la reparación del daño social del crimen. Me gustaría creer que, con esta información, el lector podrá lidiar mejor con la intimidación de cualquier tipo y que se acercará, aunque sea un poco, al punto donde se valora y respeta a todas las personas por igual.

    Muchas personas me ayudaron a encontrar el tiempo y mantener la energía necesaria para escribir este libro. Sobre todo, me gustaría agradecer a mi esposa, la reverenda Barbara Fast, por alentarme, por sus sugerencias, por su paciencia al escucharme mientras desentrañaba en voz alta enredadas madejas de ideas; a Daniel Fast y Ben Fast por discutir ideas conmigo; a Molly y Matt Greenfield por su hospitalidad interminable y su compañía simultánea; a Carmen Hendricks, la decana de la Wurzweiler School of Social Work en Yeshiva University, quien me facilitó un año sabático durante el que se escribió la mayor parte de este libro; a Bene Reiter, mi hábil asistente de investigación en este y otros proyectos; a Dana Bliss, mi editora en Oxford University Press, quien me alentó a emprender este proyecto; a Scott McClanahan, por sus maravillosas ilustraciones; a Jefferson Fietek y Melissa Thompson, por ayudarme a entender la política y la economía del distrito escolar de Anoka-Hennepin; a Marc Maron, quien me regaló varias horas de su ajetreado día para platicar conmigo sobre comedia y vergüenza; a Harriet Lerner, Emily Kofron, Atte Osanen, Eliza Ahmed, John Bailie y Marji Lipshez-Shapiro por revisar versiones previas de este manuscrito, o secciones de él, y hacerme muchas sugerencias útiles.

    I. EN TORNO A LA VERGÜENZA

    LA FUNCIÓN EVOLUTIVA DE LA VERGÜENZA

    En 1859, después de años de cuidadosa reflexión y de una meticulosa reexaminación de la evidencia que tenía, Charles Darwin publicó El origen de las especies,¹ con lo que creó una controversia que continúa hasta nuestros días. Darwin escribió que la diversidad de la vida en la Tierra, de los lagartos, los simios y los seres humanos, es el resultado de haber descendido evolutivamente de ancestros comunes y no del esquema jerárquico de la creación que describe la Biblia. Trece años después, con la intención de apuntalar su teoría con pruebas que demostraran que otras especies compartían incluso aquellas emociones que se consideran innatas de los humanos, publicó La expresión de las emociones en los animales y en el hombre.² Reunidas entre sus páginas había ilustraciones y fotografías de personas de todo el mundo, incluidos pueblos aborígenes y diversos tipos de animales, que expresaban placer, desagrado, ira, vergüenza y otras emociones de tal manera que las similitudes en sus expresiones faciales y gestos conductuales resultaban inmediatamente obvias.

    Paul Ekman,³ un renombrado psicólogo estadunidense que se interesa por las emociones, confirmó la hipótesis de Darwin al mostrar fotografías de rostros humanos a personas de diferentes culturas orientales y occidentales.⁴ A cada sujeto se le daba una historia, compuesta por una oración, que sugería una de las emociones que se estudiaba: Sus amigos vinieron y está feliz. Luego se mostraban tres imágenes al sujeto, mismas que plasmaban tres emociones diferentes, y se le pedía que identificara la imagen que mejor ilustrara la emoción. Los índices de respuestas similares entre ciudadanos de Brasil, Argentina, Japón y Estados Unidos fueron altamente consistentes. Con el fin de terminar con esta controversia de una buena vez, Ekman y su colega W. V. Friesen viajaron a Papúa Nueva Guinea y llevaron a cabo el mismo experimento con miembros de la tribu fore, una cultura material aislada y neolítica.⁵ El pueblo fore era iletrado y no estaba expuesto a la televisión, la radio, las revistas o los periódicos. Ekman y Friesen descubrieron que los resultados eran absolutamente consistentes con los que habían obtenido de culturas contemporáneas. No era necesario aprender las emociones básicas, las personas nacían conociéndolas. Hicieron además un segundo e intrigante descubrimiento al que volveremos más adelante en este capítulo: que los fore tenían normas de exposición muy específicas, prescripciones delimitadas de su cultura en torno a quién podía mostrar emociones a quién y cuándo.

    LA VERGÜENZA ES UNA EMOCIÓN PROTOTIPO

    Robert Plutchik, contemporáneo de Ekman, así como psicólogo asociado desde hace mucho tiempo con la Facultad de Medicina Albert Einstein, concordaba en que ciertas emociones básicas eran innatas. Se refirió a las emociones más básicas como emociones prototipo (tristeza, felicidad) para distinguirlas de las emociones más complejas (arrepentimiento, nostalgia), que, según creía, resultaban de la mezcla de emociones prototipo y utilizó la metáfora del círculo cromático, cuyos colores primarios se pueden mezclar para crear un universo de tonalidades; luego se añadía una capa de cogniciones con el fin de clarificar el significado y el uso de la nueva emoción. Por ejemplo, Plutchik consideró que el desprecio, que no es una emoción prototipo, era el resultado de la mezcla de dos emociones prototipo: ira y desagrado. La parte cognitiva y aprendida del desprecio involucra su aplicación: cuándo, dónde y contra quién usarlo.

    Plutchik planteó una serie de aserciones o postulados que debía considerar cualquier persona que estudiara una emoción. En primer lugar, estaba de acuerdo con Darwin y con Ekman en que todas las criaturas, tanto hombres como animales, tienen un repertorio de emociones innatas y que las emociones mismas han evolucionado junto con diferentes especies, de acuerdo con las necesidades de dicha especie. Por ejemplo, como sabe cualquiera que tenga un perro, cuando se avergüenzan, estas mascotas se comportan de un modo muy similar a los humanos. Si regresamos a casa y descubrimos a nuestra mascota mordisqueando lo que queda del pollo rostizado que dejamos en el mostrador de la cocina para que se enfríe y le señalamos su equivocación, evitará nuestra mirada, quizá cubra su nariz con las patas, se irá encogido a otro cuarto o se esconderá bajo la cama. Podemos proponer que la vergüenza ha sido útil para los perros, en un sentido evolutivo, porque los hace parecer más humanos y arrepentidos y, por lo tanto, más fáciles de perdonar. Su elevado sentido de la vergüenza nos asegura que los perros han incorporado el código de comportamientos que se permite o prohíbe en nuestra casa. Esto resulta particularmente importante, pues un perro grande es capaz de mutilar o matar a un ser humano. Por otro lado, los gatos no parecieran mostrar vergüenza pero son capaces de mostrar alegría cuando ronronean, una característica que hace que se ganen el cariño de los humanos, quienes a su vez los alimentan y cuidan. En otras palabras, las emociones prototipo que han sobrevivido hasta nuestros días en los hombres y los animales lo hicieron porque siguen cumpliendo alguna función evolutiva importante.

    LA VERGÜENZA MANTIENE A LAS PERSONAS EN GRUPOS

    Entonces, ¿qué función tiene la vergüenza que ha hecho que perdure como una emoción prototipo por los 250 000 años que el hombre ha caminado en la Tierra?⁷ Las personas anhelan estar en relaciones, en parejas y en grupos. Gershen Kaufman, quien escribe con frecuencia en torno a la vergüenza, señala lo siguiente:

    Pocos empeños son tan imperiosos como nuestra necesidad de identificarnos con alguien, de sentirnos parte de algo, de pertenecer a algún lugar. Ya sea en relación con nuestra pareja, o la familia o con nuestro grupo de iguales, experimentamos una necesidad vital de pertenecer. Asimismo, es precisamente esta necesidad de identificación la que nos confiere de modo más seguro esa sensación especial de pertenencia. Ese empeño es tan poderoso que quizá nos sintamos obligados a hacer casi cualquier cosa con el fin de asegurarnos nuestro lugar.

    Judith Herman, una profesora de psiquiatría en la Escuela de Medicina de Harvard, concuerda en que la vergüenza es uno de los principales reguladores del apego, el cuidado, el apareamiento y el rango social, la inclusión, la exclusión y la cooperación⁹ entre los primates. Advierte que, si bien esto es así en tiempos de paz, durante la guerra, cuando la sociedad se desplaza hacia el caos, el miedo se sobrepone a la tarea de regulación social y hace que la violencia se imponga.

    Todos queremos ser miembros de un grupo, ya sea una díada compuesta por nosotros y la persona con quien elegimos pasar el resto de nuestras vidas o una familia extendida que celebra los éxitos de los otros y se ayuda en los tiempos difíciles. Puede tratarse de un grupo explícito, con un nombre y acta constitutiva de requerimientos detallados, como el cuadro de honor de la escuela, un equipo universitario de futbol americano o una orquesta estatal, o puede ser un grupo más abstracto e implícito, un grupo sin nombre ni acta, un grupo al que sólo constituye el hecho de que sus miembros comparten una situación social o una experiencia:¹⁰ Niños que Pueden Amarrarse los Zapatos, Adolescentes con Citas para el Baile de Graduación o Estudiantes de Último Año que irán a Universidades Importantes.

    Con el fin de evitar cualquier confusión, la vergüenza no es la fuerza que nos une a un grupo. Uno se casa, como dice el antiguo proverbio, por amor en la juventud, seguridad en la vida mediana y compañía en la vejez. La gente se une a familias guiada por la naturaleza y las circunstancias; elige universidades intentando predecir qué preparación le servirá más adelante en su vida y se une a comunidades con la esperanza de que contará con personas que se comportan bien y que tienen intereses e intenciones similares.

    La vergüenza se presenta en dos tipos de situaciones; el primero, cuando nuestra pertenencia a un grupo existente se ve amenazada por un comportamiento inapropiado. Si cometemos un crimen serio, nuestra familia puede repudiarnos. Si causamos problemas en la escuela, nos arriesgamos a que nos expulsen. Si bien un nuevo empleado quizá no pierda su trabajo por derramar café en su suéter blanco mientras se dirige a una junta con su jefe, sin duda siente que así será. En ejemplos como éstos, somos nosotros mismos quienes nos avergonzamos (figura I.1).

    La vergüenza también se presenta en un segundo tipo de situaciones, cuando la ambición de riqueza, estatus o satisfacción personal o profesional nos lleva a buscar el ingreso a un grupo de mayor estatus: enviamos nuestra solicitud a una universidad prestigiosa sólo para descubrir que no cumplimos con sus estándares académicos; audicionamos para un grupo de música de cámara pero nuestras capacidades son menores que las de nuestros pares. En situaciones como éstas, la persona que nos rechaza del grupo nos avergüenza, alguien a quien podemos considerar el guardián de la puerta. Algunos añadirían un tercer tipo de situaciones: la experiencia de la vergüenza empática por la humillación de otro ser humano, del mismo modo que podemos compartir la felicidad o la pena.

    FIGURA I.1. A veces nos avergonzamos a nosotros mismos.

    Todas las experiencias de vergüenza involucran a un grupo o al menos a otra persona porque la vergüenza necesita un referente. Sólo se puede sentir vergüenza si no se logra cumplir con los estándares culturales, conductuales, intelectuales o ideológicos de otros. La vergüenza no puede existir en alguien que ha estado aislado desde su nacimiento. Para parafrasear a Karl Marx,¹¹ un hombre que vive en una comunidad de clase media puede estar absolutamente satisfecho con su estatus social, pero si un rico se muda a su lado y construye una mansión, su sueño se empezará a ver perturbado por sentimientos de inadecuación económica. El nuevo vecino representa a un grupo al que puede llamarse Los Ricos.

    Afortunadamente, la mayoría de nosotros pertenece al mismo tiempo a varios grupos, tanto explícitos como implícitos. Si nos avergonzamos y nuestra pertenencia a un grupo pareciera ser tenue, aún podemos buscar solaz y apoyo en nuestra pertenencia segura a otros grupos. Un niño que sufre de intimidación en la escuela aún tiene (eso esperamos) a algún familiar o a amigos cercanos que lo reconforten ayudándole a procesar la vergüenza, con esto me refiero a hablar de ella, analizarla, probar su validez y planear una manera de resarcirse, etc., hasta que el recuerdo pierda su fuerza. Los niños que sienten que han sido exiliados de todos los grupos y que no tienen cómo manejar su vergüenza son los que más nos interesan; son los que tienen mayores probabilidades de albergar impulsos violentos y destructivos, y quienes corren el mayor riesgo de volverlos en su contra o contra alguien más.

    VERGÜENZA SANA, VERGÜENZA TÓXICA Y VERGÜENZA COMO ARMA

    La vergüenza puede ser una fuerza constructiva que ayuda a los niños a dominar las habilidades necesarias para asumir un rol como adultos. Cuando Sam, quien tiene cinco años, juega con su comida, su madre le dice: No puedes comer en la mesa de los adultos hasta que dejes de meter las manos en la comida. Ella le está informando cómo este comportamiento particular evita que se una a Los Adultos, un grupo de estatus elevado. Esto se llama vergüenza saludable porque alienta a los niños (y a los adultos) a dominar las habilidades que los harán más autónomos y socialmente atractivos en el mundo de Los Adultos.

    Cuando expulsan temporalmente a James por escribir su nombre con pintura en aerosol sobre el basurero del estacionamiento de su secundaria, queda brevemente exiliado de su grupo, Niños que van a la Escuela, y lo sentencian a un grupo diferente, Niños que han sido Expulsados. Para sus padres, quienes discuten el incidente con voces acalladas y preocupación, el grupo tiene un nombre más alarmante: Futuros Delincuentes Juveniles. Sin embargo, no tienen nada de qué preocuparse. James está tan avergonzado y molesto consigo mismo que no volverá a destruir ninguna propiedad.

    Janice, una estudiante universitaria de primer año, conduce hasta Fort Lauderdale para las vacaciones de primavera. En una fiesta en la primera noche toma más de lo que había planeado —mucho más— y, en su camino de regreso al motel, el movimiento errático de su automóvil llama la atención de un policía de tránsito. Tras no aprobar la prueba del alcoholímetro, pasa el resto de la noche en los separos con un borracho, un hombre con la barba llena de baba y tres prostitutas. Janice se da cuenta, conmocionada y horrorizada, que dejó el grupo Estudiantes de Primer Año con Oportunidades Maravillosas para unirse a un grupo que podemos llamar Delincuentes Menores e Indeseables. Después de pasar la noche en la celda, se asegura de nombrar siempre a un conductor designado (en ocasiones ella misma) antes de asistir a una fiesta.

    Si bien el primer caso ilustra la vergüenza saludable, un término más adecuado para el segundo y el tercero sería vergüenza reintegrativa,¹² porque el castigo recuerda al infractor cuál es el comportamiento necesario para reintegrarse a un grupo de estatus elevado. Considérese la diferencia entre la noche que Janice pasó en la cárcel y los efectos deshumanizantes de las sentencias prolongadas en la cárcel, en las que una vergüenza que podría haber sido reintegrativa se vuelve tóxica.

    Los padres, los maestros, la policía y otras autoridades ayudan a las personas a apegarse a comportamientos que se reconocen como sanos, respetuosos y apropiados en la cultura dominante. Con el fin de responder a una pregunta que se planteó previamente, ésta es la clave de la importancia evolutiva de la vergüenza: ayuda a la raza humana a comportarse de modo aceptable en grupos, en los que siempre hay normas en torno a qué es aceptable y qué no lo es. Un ser humano no puede sobrevivir en el aislamiento. La vergüenza saludable posibilita la compañía, la colaboración, la religión y el nacionalismo, por nombrar sólo algunos de los beneficios que proporcionan los grupos.

    Sin embargo, la vergüenza es un arma de doble filo. El mismo poder que le otorga una fuerza disciplinaria y didáctica sin paralelos la convierte en un arma formidable y en ocasiones letal en manos de bravucones e intolerantes. La vergüenza que critica lo que alguien es en vez de lo que hace se considera vergüenza tóxica¹³ porque envenena su autoconcepto. Podemos cambiar lo que hacemos, pero no lo que somos.

    Pensemos en un niño que olvida continuamente hacer su tarea. La mamá que dice: Tu padre y yo esperamos que estudies y tengas buenas calificaciones, utiliza la vergüenza saludable al recordarle a su hijo que el éxito académico forma parte de la cultura familiar. Si el niño quiere conservar un buen lugar en ella, debe ser atento, estudiar mucho e ir a la universidad. No obstante, si un padre, llevado por la frustración y la ira, exclama: ¡Eres un flojo y nunca vas a hacer nada con tu vida!, la vergüenza se vuelve tóxica. Esta locución no ofrece ninguna salida; la acusación de flojera llega al núcleo del autoconcepto de la persona (figura I.2).

    Si la vergüenza se usa intencionalmente para lastimar el autoconcepto de una persona, entonces debe considerarse vergüenza como arma. La intimidación, la intolerancia, el acoso laboral, la violencia doméstica, el abuso físico y sexual y los crímenes de odio son todos formas de vergüenza como arma. No importa si el infractor cree equivocadamente que golpear a su hijo le enseñará a respetarlo o que castigar al cónyuge por quemar la cena hará que cambie sus hábitos culinarios; puede que diga: Lo hago por tu propio bien o Te estoy enseñando una lección para ocultarle la agresión a la víctima o incluso a sí mismo, pero dichas excusas sólo generan más ira y vergüenza (figura I.3).

    LA ACEPTACIÓN DE LA VERGÜENZA ES UN TABÚ

    En este punto podrían preguntarse: si el doctor Fast tiene razón, si la vergüenza es tan importante, si desempeña un papel tan destacado en el comportamiento humano, entonces ¿por qué es tan raro que se discuta, examine o incluso que se mencione?

    En primer lugar, si bien la vergüenza suele estar presente, es fácil pasarla por alto. Ekman no incluyó la vergüenza en su lista de emociones prototipo hasta 1990,¹⁴ aproximadamente 20 años después de su viaje a Nueva Guinea, porque había estudiado emociones que se expresaban con los músculos faciales y la vergüenza es una de las pocas emociones que no se expresan con músculos faciales.¹⁵

    FIGURA I.2. En ocasiones otros nos avergüenzan.

    FIGURA I.3. La intimidación es vergüenza como arma.

    Aunque la vergüenza no se expresa con el rostro, se manifiesta de otras formas, mismas que pueden variar de una persona a otra: el proceso de pensamiento puede volverse confuso o difícil; algunos sienten calor en el rostro o el pecho, o un hormigueo en las palmas de las manos; algunos se sonrojan, pero otros no. Un gesto emblemático involucra cubrirse los ojos o el rostro y bajar la cabeza (Donald Nathanson responsabiliza de esto a una pérdida de tono muscular en el cuello y los hombros).¹⁶

    La palabra shame, vergüenza en inglés, tiene la raíz pregermánica skem o kem que significa cubrirse.¹⁷ Expulsión de Adán y Eva del paraíso terrenal, la pintura de Masaccio (figura I.4), muestra a Adán cubriéndose el rostro con las manos y a Eva ocultando sus pechos y sus genitales. (Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.)¹⁸

    Sófocles hace que Edipo se ciegue cuando descubre que tuvo relaciones sexuales con su madre. Un cartel clásico, La vergüenza puede ser mortal, muestra los peligros de las enfermedades venéreas y retrata una cabeza estilizada, con las manos cubriendo el rostro. Una colega que nació ciega me dijo que oculta el rostro cuando se siente avergonzada incluso si nunca ha visto que otra persona incurra en este comportamiento, lo que le sugiere que la reacción es innata y apoya la hipótesis de que la vergüenza está programada en los seres humanos.

    Ya que la vergüenza tiene pocos indicadores faciales, aquellos decididos a ocultarla lo pueden hacer fácilmente. De igual manera, las estrategias de manejo de la vergüenza se pueden disfrazar con facilidad como comportamientos cotidianos que no están asociados con las profundidades de la emoción a la que responden. Considérese lo siguiente.

    Hace poco falleció la señora Smith y le dejó a su hija de 60 años un brazalete de oro de valor considerable. Se trataba de una familia adinerada en la que el amor solía confundirse con la posesión de cosas valiosas. En una cena a la que asistió toda la familia, su hermana de 55 años vio el brazalete por primera vez.

    —¿Cómo lo conseguiste? —preguntó.

    —Me lo dio mamá antes de morir —contestó la hermana mayor.

    —Siempre fuiste su favorita.

    —No tiene la menor importancia. Te lo daría en un santiamén.

    —Lo acepto —dijo la hermana menor inesperadamente.

    FIGURA I.4. Expulsión de Adán y Eva del paraíso terrenal (detalle) de Masaccio (1401-1428).

    La mesa se quedó en silencio a la expectativa de la respuesta de la hermana mayor. Con el brazalete aún en su muñeca, la hija mayor se paró, como si acabara de recordar algo importante y desapareció por el pasillo. Después de que transcurrieron unos minutos el anfitrión fue a ver qué le había pasado. Estaba en el cuarto, acostada en la cama viendo televisión con varios sobrinos. Dijo que había ido a

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