Pocos comportamientos del ser humano resultan tan contradictoriamente fascinantes como el de la mentira. Mientras la ética nos invita a contenerla a pesar de los indicios que apuntan a su ancestral e innata presencia en nuestra especie, todas las herramientas comunicativas de la globalización en la que estamos instalados, especialmente internet y las redes sociales, parecen estar hechas para amplificarla en el mundo actual. Gracias a esas ventanas tecnológicas, mentir–o al menos no decir toda la verdad–está al alcance de todos nosotros por medio de un simple, rápido y en apariencia inofensivo click.
De hecho, el uso indiscriminado de la mentira en un mundo sobresaturado de información nos conduce cada vez con mayor frecuencia a escenarios en los que somos incapaces de distinguir lo que es verdad de aquello que no lo es. Las están a la orden del día modelando