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Sin Ti
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Libro electrónico584 páginas4 horas

Sin Ti

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Información de este libro electrónico

Tras la pérdida desgarradora de su hija, la vida de Patty se ha desmoronado en un abismo de alcoholismo y depresión, marcada por alucinaciones inquietantes. En busca de un faro de esperanza, se dirige a un retiro espiritual, enclavado en una antigua casa en el corazón de un bosque montañoso. Aquí, donde el tiempo parece detenerse, ella busca respuestas y la paz que tanto necesita.

Pero la casa esconde más que silencio y sombras. Un perro malvado, un ser espectro que parece conocer sus pensamientos más oscuros, la acecha, prometiendo revelar lo que más anhela. ¿Será la verdad lo que necesita o su mayor pesadilla?

En "Sin Ti", JC Sanabria teje una historia de suspenso que desafía los límites entre la realidad y el terror psicológico. Con cada página, la tensión crece mientras Patty se enfrenta a los secretos de la casa, los misterios de su mente y los fantasmas de su pasado.

¿Qué es real y qué es producto de su tormento? En las profundidades de este retiro, cada susurro del bosque y cada sombra en la pared puede ser la clave para su salvación o el último paso hacia su perdición.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 may 2024
ISBN9798323814244
Sin Ti

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    Sin Ti - JC Sanabria

    Titulo original: Sin Ti.

    Primera edición: 2024

    Publicado por Editorial Oraculi. San José, Costa Rica 2024. oraculieditorial@gmail.com Editor: Emilio Teno.

    Revisión: Juan Carlos Abarca. Diseño de Portada: JC Sanabria. Impreso en USA.

    ISBN: 978-9968-03-729-7

    Todos los derechos reservados.

    Sin Ti

    ––––––––

    JC Sanabria

    JC Sanabria es un escritor costarricense de suspenso, drama y tragedia. En 2023 lanzó su primera novela llamada La Sociedad del Sombrero y en 2024 lanza su segunda obra Sin Ti.

    Para mas información, visita la página del autor: www.jcsanabria.com

    También puedes seguir a JC Sanabria en Instagram y Youtube:

    https://www.instagram.com/jcsanabriaescritor/ https://www.youtube.com/@nitanpodcastjcsanabria

    A todos los que luchan por tocar la campana. A todos los que llevan la marca del dolor en su rostro por no poder escucharla.

    Parte 1.

    Capítulo 1

    Patty

    a mujer de Google Maps rompe el silencio del auto cuando anuncia que We Help queda a solo quince minutos. Me invade una sensación de desconcierto, algo no cuadra. Al salir

    de casa, el destino marcaba tres horas y quince minutos. Es imposible que haya estado conduciendo tanto tiempo sin percibirlo. Giro a la derecha hacia un pequeño pueblo y me detengo para revisar el celular. La dirección es correcta. He estado conduciendo durante tres horas sin darme cuenta. No es posible... pero sí lo es, y recuerdo las palabras de Roger, mi último terapeuta en una larga serie de intentos fallidos de terapia: Tu problema es que vives en el pasado. Debes estar presente. Tal vez ese hombre calvo, con unos kilos de más y con sus consejos trillados, tenía razón.

    Roger sugirió la técnica de: Vuelve al presente y respira. Cierro los ojos y respiro profundamente, intentando anclar mi mente en el aquí y ahora.

    Vuelve, vuelve.

    Respiro profundo, cierro los ojos y respiro otra vez. Vuelve. Abro los ojos y observo las calles sin marcar, las casas antiguas y a personajes  morenos,    con    botas  de  goma  altas  y ropa  sucia. Ganaderos, lecheros    o  agricultores,   probablemente. Salgo del auto, enciendo  un  cigarrillo y trato de absorber el paisaje. El aire frío y fresco, impregnado de un sutil aroma a pino, contrasta con el aire caliente y contaminado de la ciudad al que estoy acostumbrada. El lugar está rodeado por montañas enormes, no tanto por su altura como por su extensión; se pierden en un paisaje de cientos de hectáreas, donde en algunas áreas se ve ganado

    pastando y en otras, bosque denso y profundo.

    Mi pequeño momento de paz es interrumpido por la vibración del celular. Es Olivia quien llama.

    —¿Llegaste? —pregunta sin saludar.

    —No, estoy a quince minutos.

    —Apúrate, son muy estrictos con el tiempo, no sé si te dejarán entrar si llegas tarde.

    —Tranquila, estoy cerca.

    —Tenías que llegar a las ocho y faltan cinco minutos.

    —Lo sé, voy de camino.

    —Avísame si necesitas que llame a alguien.

    —Lo haré.

    —Te quiero.

    Olivia cuelga sin despedirse; no lo tomo personal. Así es ella:

    apurada, pero efectiva, nunca descansa, siempre saltando de una tarea a la siguiente, de una reunión a otra, pensando en todo y en todos excepto en ella misma. Es lo que le gusta, la ejecución de las tareas, y que las personas a su alrededor estén bien. Es gracias a su forma de ser que nuestra agencia literaria ha tenido el éxito que ha tenido, no por mí; yo solo aporté capital y encontré a un par de buenos escritores que nos ayudaron a alcanzar las grandes ligas, pero sin Olivia nada de esto hubiera ocurrido. Ella es quien se mueve detrás de cámara, la engrasadora

    JC Sanabria

    ––––––––

    de toda la maquinaria, a quien nadie agradece lo suficiente.

    Nunca se me hubiera ocurrido venir a un retiro espiritual en We Help y pasar una semana con tipos de pantalones blancos y descolgados, meditando, haciendo yoga y hablando de chakras por un precio demasiado elevado; mi mundo se reduce a mi apartamento, entre ropa sucia en la sala, botellas vacías por todas partes y comida chatarra; todo unido por la oscuridad de no abrir las cortinas. Pero, según ella, es necesario después de aquella noche.

    Aquella noche, Olivia llegó sin avisar, aunque ella insiste en que me llamó muchas veces por varios días seguidos y que, al no contestarle, no tuvo más remedio que darme una visita para ver si estaba bien. Probablemente sea cierto, aunque yo no lo recuerdo; ya no acostumbro a contestar el teléfono. Lo cual ha causado muchos reclamos de familiares, amigos y algunos inversionistas molestos. La pila de manuscritos se hizo muy grande para poder manejarla; también las dudas de esos inversionistas sobre si podía seguir en la editorial o si debería darle el espacio a alguien que estuviera en mayor capacidad.

    Apenas recuerdo lo que pasó, o partes de lo que pasó; sé que había estado tomando desde la mañana, como lo hacía desde hace mucho, pero recuerdo estar de pie frente a tu puerta; tomar dos tragos largos y respirar profundo; abrir la puerta y quedarme ahí, parada en el umbral, mirando tu cama, todavía destendida, como la última vez que te bajaste de ella. Rufo, el peluche, seguía ahí, junto a tu pijama y tus pantuflas  de  peluche de  elefante.

    —Mírame, mamá —decías, saltando en la cama—. ¿Te gusta mi dibujo, mamá?

    Luego todo fue oscuridad.

    JC Sanabria

    ––––––––

    Cuando desperté, Olivia me estaba poniendo paños fríos en la cara. Según ella, yo estaba de pie, ahí, viendo tus cosas, sin respirar, ella me habló, me movió, pero no respondí hasta que caí al suelo, seguramente por la falta de aire. No respiro cuando estoy en tu habitación, no sé por qué, pero no lo hago. De hecho, pensar en estar ahí de nuevo me provoca una sensación de ahogo.

    —¿Qué haces aquí? —pregunté.

    —No me contestaste el teléfono y tuve que venir.

    —Lo siento.

    —Veo que no has limpiado todavía desde la última vez que vine.— Lo siento.

    —No creo que sea sano para ti vivir así.

    —Lo siento.

    —No me estás escuchando, solo dices lo mismo hasta que me calle, ¿cierto?

    —Lo siento.

    Olivia se levantó, tomó una botella fría de la nevera, la abrió y me lanzó el agua en la cara.

    —¡Despierta, maldita sea! —me dijo.

    —¡Olivia! —le grité.

    —Necesito hablar contigo.

    —No era necesario tirarme agua. —Me sequé con un paño—. ¿Qué

    pasa?

    —No seas llorona. Siéntate.

    Olivia me miró seria por un momento y respiró profundo. Era la misma mirada que le daba a los empleados cuando tenía que despedirlos, aunque en este caso su tristeza no era actuada, era real.

    —No me digas que esto es otra intervención; sabes que eso no funciona conmigo. ¿Recuerdas la última vez? Fue terrible. ¿Por qué insistes? —dije en tono de broma para alivianar el aire pesado, pero Olivia no cambió su semblante.

    —Me han pedido tu salida.

    —¡Ah!, ¿sí? ¿Quién?

    —Jonathan.

    —Claro, él siempre ha querido mi cabeza.

    —No es solo él: Janice, Oliver, Edward, todos los de la junta. Debo admitir que me asombró escuchar eso.

    —¿Todos?

    —Sí...

    —Malditos.

    —Han tenido mucha paciencia, pero ya no pueden esperarte más.

    —¿Los estás defendiendo?

    —Créeme que estoy de tu lado, pero también de la empresa...

    —¿Tú también quieres que me vaya?

    —Claro que no, quiero que estés, que te quedes, pero quiero que estés...

    —¿Qué significa eso?

    —Ellos necesitan números, ventas, nuevos autores, nuevas ediciones, algo, y en los últimos meses no has dado nada...

    —No es que no quiera, es que...

    —Lo sé, lo entiendo, ellos lo entienden, pero ya es hora de tomar acción, ya no te pueden esperar más.

    Me levanté y me serví una copa. Nos quedamos un rato en silencio.

    —Entonces esto es todo, ¿no? Debo irme a buscar trabajo en otra

    parte.

    —No creo que sea tan sencillo; hace un tiempo vengo pensando en esto, buscando una solución, pensé en buscarte un trabajo similar en alguna otra parte, pero conforme fui preguntando a mis colegas, me di cuenta de que todos saben tu situación, tu estado actual, por decirlo de alguna forma y...

    —¿Y qué?

    —Pues que nadie te quiere, nadie quiere arriesgarse a tenerte, en este momento, por lo menos.

    —Vaya... estoy jodida entonces. Tomé otro trago.

    —Sí y no, bueno, puede que no; convencí a Jonathan de que te diera un poco más de tiempo, le pedí un par de semanas más.

    —¡Ah!, ¿sí?

    —Sí, siempre y cuando...

    Olivia me extendió un panfleto blanco que en el medio tenía a un tipo meditando; en el interior, un par de personas se tomaban de la mano en círculo y reían a carcajadas; y en una esquina decía: We Help.

    —Por Dios, Olivia, ¿qué mierda es esto? ¿Otro terapeuta?

    —Es tu última oportunidad; es lo que es.

    —No creo que pueda ir a otro psicólogo.

    —Léelo.

    El panfleto decía: ¿Has llegado al fondo y necesitas ayuda? Lo abrí:

    "¿Has llegado al fondo y necesitas ayuda? ¿Algunas veces piensas que

    sabes lo que quieres, pero otras te sientes perdida? ¿Quieres terminar con eso que te hace sentir mal para siempre? En We Help ayudamos a personas perdidas como tú a encontrar su camino"

    —Se trata de un retiro espiritual donde te aseguran encontrarte contigo misma y por fin ver la luz desde ese hueco mental en el que te habías hundido, eso dice su página web, un retiro de una semana con Amelia Wilson, una terapeuta muy reconocida, que te garantiza devolverte el dinero si el programa no te da lo que quieres.

    —Todos dicen eso, ¿por qué haces esto?

    —Ya te lo dije, quiero que estés bien; tienes deudas hasta el cuello y sin trabajo nada va a mejorar..., y también porque ya no quiero verte en este estado; sé que lo que has pasado es muy difícil y terrible, pero no quiero verte así más, me duele verte así, y creo que Haily pensaría lo mismo, no es algo que la hubiera hecho feliz, ¿no crees?

    —Haily está muerta, nada la puede hacer feliz.

    —Ella está muy viva, en tu cabeza, lo sé... sigues viéndola, ¿cierto?

    —Sí...

    Sentí que mis ojos se aguaban.

    —También te he escuchado decir Vuelve varias veces, sin contexto, sé que te hablas a ti misma cuando la ves a ella ¿o me equivoco?

    —No.

    —Quiero que estés bien, sé que en el fondo tú también quieres estar bien, es tu decisión, puedes ir a este lugar, tal vez no te solucione todo, pero puede ser un primer paso, un paso real, no como los anteriores; depende de ti, y quién sabe, tal vez puedas conservar tu empleo y seguir adelante con tu vida.

    —No lo sé.

    —Haz un último intento, si no funciona, te dejas llevar por esta vida que tienes para siempre y no volveré a molestarte, ¿Qué dices?

    No dije nada, acepté con la mirada, no porque pensara entonces que fuera a hacer alguna diferencia en mi vida, lo hice por ella, por la tristeza en su rostro, sabía que mantener mi empleo era solo una excusa, eso no importaba realmente, ella no quería perder a su amiga de toda la vida y heme aquí.

    ––––––––

    Tengo que apresurarme. Vuelvo al auto y antes de continuar noto que, al lado, en el asiento del pasajero, la botella de ron ya pasa la raya de la mitad. Un récord, media botella de ron y un paquete de cigarros antes de las nueve de la mañana. Nada mal, papá estaría orgulloso de mí, siempre lo vi bebiendo en la sala de la casa a altas horas de la noche, pero nunca lo vi terminar media botella en dos horas. Maldito debilucho.

    Reviso el asiento de atrás para alcanzar otra cajetilla de cigarros en el bulto negro que alisté... no está y recuerdo haberlo dejado en el desayunador antes de salir. Mierda. Ahí están los cigarros y las otras botellas, con las que pensaba pasar toda la semana en ese lugar. Mierda. No creo poder aguantar una semana entre cartas astrales sin ron. Debe de haber un lugar cerca donde pueda conseguir algo. Lo que sea.

    Mi talón empieza a temblar, como baterista nervioso antes de un concierto. Mi respiración se acelera.

    Recorro un poco el pueblo, es media mañana, pero encuentro una pequeña licorera abierta. En el mostrador, un par de señores mayores, de unos setenta años conversan entre risas y un par de tazas de café. Me saludan con un buenos días y no logro responder más que con una sonrisa, que, creo, no me sale del todo bien.

    —¿Café, querida? —me pregunta el que está detrás del mostrador.

    —¿Qué?

    —Creo que la señora aquí busca algo más fuerte, Jerry —dice el otro. Jerry mira las botellas como si hubiera olvidado que están ahí.

    —¿Qué buscas, niña?

    —No es una niña, Jerry, trátala con respeto. Respondo con otra sonrisa fingida.

    —Ron, ¿tiene más de esas botellas o solo esas dos?

    —Tengo un par más guardadas.

    —Dame las cuatro y una rueda de cigarros.

    —Claro que sí.

    —¿Estás segura de que no quieres un café con eso? —dice el otro tipo—. ¿No eres de por aquí, cierto?

    —Me llamo Vince y él es Jerry, un placer.

    Vince extiende su mano. La estrecho; es una mano áspera, como madera vieja y descuidada.

    —Patricia, un placer y no, no soy de por aquí.

    —Claro que no, nos conoceríamos. Aquí todos se conocen, es un pueblo pequeño. ¿A qué debemos tu visita?

    —Vince, no seas importuno —dice Jerry—. Discúlpalo, es un poco entrometido a veces.

    —No soy importuno, solo quiero saber por qué una turista compra cuatro botellas de ron y cigarrillos a las nueve de la mañana; no juzgo, solo quiero saber dónde es la fiesta.

    Vince ríe. No respondo y de no ser por los lentes oscuros, habrían podido ver mi mirada de desprecio, aunque sé que no lo hace para molestarme, está intentando ser amable.

    —¿Cuánto es?

    —Cuarenta.

    Le doy un billete y espero el cambio. Vince mira a Jerry, avergonzado.

    —Tal vez me puedan ayudar; me dirijo a We Help. El celular dice que estoy a quince minutos, pero no sé si estará equivocado.

    Le muestro el celular a Vince, que lo toma como cualquier otro viejo, alzando la cabeza y mirando hacia abajo. Lo analiza y mira a Jerry, preguntándole con la mirada si sabe de lo que estoy hablando. Jerry levanta las cejas y agacha la mirada, luego me ve y agacha la mirada de nuevo.

    —¿Conoces We Help, Jerry? Yo no lo he escuchado.

    —Es la casa de los Wilson —dice Jerry.

    —Ah..., claro...

    —Eso explica muchas cosas —dice Jerry, me da el teléfono de vuelta y una sonrisa comprometida. —Sí, está a unos quince minutos, la dirección está bien.

    De pronto no me miran, agachan la cabeza, como con pena, pero intentando ser respetuosos.

    Recibo un mensaje; es Olivia: ¿Llegaste ya? Veo la hora; son las nueve y veinte, me distraje demasiado tiempo. No creo que Olivia quiera escuchar mi explicación de que llegué tarde porque estaba comprando ron y que por eso no me dejaron entrar.

    —Gracias.

    Tomo la bolsa y salgo de ahí. Me subo al auto; los señores no me han quitado la mirada de encima, Vince niega con la cabeza y Jerry dice algo que no puedo escuchar. A la mierda, no tengo tiempo para esto y acelero. El camino es hermoso, imponente; me siento pequeña aquí, enormes árboles resguardan una calle solitaria. Saco la mano por la ventana y el

    viento fresco la golpea, la muevo para arriba y abajo contra el viento. Es divertido. Se me escapa una sonrisa. Río y cierro los ojos por un momento para sentir el lugar. Río, como lo hacías cuando íbamos de paseo. Sacabas la mano justo así y cerrabas los ojos para sentir el viento en tu rostro. Tú también reías.

    Tu destino está a la derecha, dice la chica de Google Maps. Pero no veo nada a la derecha, más que cercas de pinos y árboles. Reviso el celular, pero no veo una entrada. Creo que estoy perdida. En eso, de entre los arbustos a la derecha, sale un señor, también mayor como los que estaban en la licorería, con botas de hule y ropa colgada. Mira el auto y se acerca.

    —Buenos días, señora.

    —Hola, estoy buscando We Help, dice que he llegado, pero no veo nada.

    —Siga un poco mas y encontrará un camino a la derecha, no está asfaltado, pero entrará sin problema, siga la calle y llegará a la casa.

    —Excelente, muchas gracias.

    —Disculpe, ¿es usted Patty Reyes?

    —Sí, ¿cómo lo sabe?

    —Me lo imaginé, la están esperando, yo trabajo ahí, soy uno de los jardineros.

    —Mierda, voy tarde entonces.

    —Me parece que sí, pero mejor tarde que nunca, ¿no?

    —Muchas gracias.

    Encuentro el camino de tierra a la derecha, un camino largo y recto entre árboles frondosos, parece una vieja propiedad del sur a comienzos del siglo XIX, con entradas enormes y esclavos negros trabajando o siendo castigados por haber comido más pan del que les tocaba. Ahora solo hay una soledad ensordecedora, algo relajante.

    Al fondo de la larga calle se asoma el hotel, una casa grande, blanca de varias plantas y columnas griegas con un corredor que la rodea y grandes escalones que llevan a una gran puerta lujosa. De ser otro lugar y otros tiempos, juraría que estoy en una plantación de tabaco en New Orleans.

    A los lados hay grandes jardines con senderos y bancas para sentarse a leer un buen libro. Te hubiera encantado este lugar.

    Un tipo vestido de blanco me saluda y me indica dónde estacionar.

    El aparcamiento está a la derecha, al lado de un hermoso jardín de rosas y sillas blancas, con vistas a la parte trasera, donde se asoman las montañas de donde probablemente se podría ver el atardecer con una copa de vino y un tipo romántico prometiendo una vida tan buena como ese momento. Veo que el tipo de blanco se acerca, entonces guardo rápidamente las botellas que acabo de comprar en el maletín; no quiero miradas molestas.

    —Buenos días —dice el joven de blanco por la ventana.

    —Buenos días.

    —¿Patricia?

    —Sí.

    —La estamos esperando; si gusta, le ayudo con las maletas mientras usted se registra.

    —Gracias.

    Antes de salir del auto, veo que, desde el jardín en el frente, el jardinero que me ayudó antes sale de entre unos arbustos con una carretilla llena de tierra y se detiene a descansar ¿Cómo pudo llegar aquí tan rápido? El señor se limpia el sudor con un pañuelo que saca del bolsillo trasero de su pantalón y luego, al verme, me saluda con la mano. Le devuelvo el saludo.

    El tipo de blanco levanta el maletín y las botellas chocan entre sí.

    —¿Agua? —dice con una sonrisa pícara, una linda sonrisa de ojos negros brillantes. Es demasiado joven para mí, pero en algún otro momento de mi vida le sonreiría de vuelta y haría una broma sobre guardar el secreto en mi habitación, él aceptaría incrédulo, se sorprendería al darse cuenta de que no bromeo, pasaríamos una noche de sudor por placer, despertaríamos avergonzados y no nos volveríamos a ver jamás, pero no ahora, ahora no siento siquiera las ganas de sonreírle.

    —Sí.

    —No diré nada —dice—, pero aquí está prohibido el alcohol, a menos que la doctora ordene lo contrario; si encuentran esto, lo decomisarán hasta que salga.

    —Entendido.

    Sigo al tipo por un sendero de piedras blancas y flores a los lados que va a dar a la entrada principal. Subo los escalones que llevan a la puerta enorme de madera y vidrio antiguo. Esta casa podría ser un museo si se quisiera, por lo vieja que se ve.

    Por dentro es lo que esperaba: colores pasteles, telas colgando del techo e incienso de lavanda combinado con música suave, personas de sonrisas lentas y un par de estatuas del Buda gordo, pero no veo al Buda delgado, tal vez ni siquiera sepan cuál es el real, tal vez todo esto solo es para hacer creer a los clientes que están en un lugar de paz, no muy diferente a cualquier café moderno con la misma temática.

    —¿Señora? ¿Señora?

    —¿Qué?

    —¿Se encuentra bien? La he estado llamando y no parece escucharme.

    —Lo siento.

    La recepcionista me da una sonrisa incómoda, me pide información y le dice al tipo de blanco que me lleve a la habitación en el segundo piso. Olivia ha pagado por la habitación premium que incluye un balcón que da a las montañas, creo que lo hizo porque sabía que necesito fumar. Se lo agradeceré luego.

    —Disculpe —dice el tipo de blanco—, no quiero apurarla, pero la están esperando para el desayuno compartido en el salón principal.

    —¿Quién?

    —El resto del grupo.

    —¿Hay un grupo?

    —Sí...

    —No lo sabía, lo siento, bajaré enseguida.

    Capítulo 2

    Patty

    l tipo de blanco me lleva por un corredor largo, el piso de madera exagera los pasos; las paredes son viejas, recién pintadas, pero se nota su tiempo. Llegamos a unos escalones largos que van a dar a

    lo que parece el salón principal, custodiado por un hermoso candelabro dorado. La barandilla es fría y brillante. Me imagino bajando lentamente con un gran vestido de época mientras mis padres y mi prometido me esperan abajo, me miran asombrados por mi

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