Desafiando a las mariposas
Por Lars Jorken
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En aquel país desconocido, encontrará muchas respuestas a cosas que quizás no había buscado nunca.
Lars Jorken
El autor lleva trabajando como copy en agencias de publicidad los últimos 19 años. Su afición por la escritura va más allá y le lleva a realizar cursos de escritura creativa y de guionista de cortometrajes. Es ahí donde comienza su andadura con relatos cortos como “La farmacéutica” o “Recuerdos vacíos” y cuentos infantiles como “Nuba, la nube triste” o “La vaca Smüfell”. Con “Desafiando a las Mariposas” rompe esta dinámica y se estrena como escritor de largo formato.
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Desafiando a las mariposas - Lars Jorken
Prólogo
Antes que nada, perdón. Perdón al autor por el retraso. Me hizo el regalo de pedirme que escribiera este prólogo hace… yo diría que más o menos tres meses.
Desde ese momento hasta hoy, mi vida ha cambiado demasiado, y es que noventa días dan para mucho. Dan para subir a más aviones de los que imaginas, dan para cambiar de país un puñado de veces, sin saber muy bien qué dirección tomar. Debe ser la quinta o sexta versión que escribo, ninguna me dejaba satisfecho, y puede que finalmente esta sea la peor de todas, pero también diré que es la que me hace más feliz.
Cuando mi «hermano» me hizo este «encargo», yo estaba en una finca antioqueña, perdido entre la inmensidad y la calma de las montañas colombianas; ahora… (suspiro) estoy en mi ciudad. En mi sitio. Nada hacía presagiar meses atrás que a estas alturas estaría aquí. Con mi hermano a tiro de piedra, sentado en una minúscula plaza del centro, descansando mis posaderas sobre una piedra vasta y roída, bajo la luz de una de esas farolas que son tan de aquí, tan nuestras, tan mías, disfrutando de escribir estas letras mientras se hace de noche.
Igual que el protagonista de esta novela, he tomado decisiones para ser feliz, para estar mejor, para ser más yo. Sinceramente, no sé si lo he logrado, no sé si lo vaya a lograr, pero hay una cosa que tengo muy clara. Un prólogo es como la vida, como la amistad, como un beso, como cualquier otra cosa. Este prólogo es como este libro. Un gigantesco acto de amor y fe. Es como la ilusión de hacer las maletas antes de comenzar el viaje que siempre soñaste.
Gracias, hermano, por regalarme la dicha de compartir este viaje, otro más. Disfruten de este pedacito del corazón de mi hermano hecho libro. Cierren los ojos, este vuelo está a punto de despegar.
Gale
Capítulo I
UN DESPERTAR ATÍPICO
Como cada día, me desperté a las 6:00 de la mañana para hacer yoga antes de ir a trabajar. Aquel 18 de agosto de 2027 no resultó precisamente el mejor momento para meditar. Cuando estaba en mis últimos quince minutos de savasana y, a pesar de haber desconectado el implante receptor de mi smartphone, la Wall TV de mi habitación no dejaba de avisarme de las llamadas perdidas acumuladas que llevaba esa mañana.
Todas ellas resultaron ser de la redacción del periódico. Por no sé qué motivo, aquel día le debió dar a todo el mundo por ir antes al trabajo. No quise devolver las llamadas hasta haberme duchado, no fuese a ser muy urgente y me obligara a perderme el mejor momento del día: mi ducha fría tras haber estirado cada músculo del cuerpo.
Me presenté como siempre desde hace casi veinticinco años que llevo trabajando en la editorial, a las 8:30 en punto. Tenía por costumbre no regalarle ni un minuto a la empresa, así que, si llegaba demasiado pronto, me entretenía con cualquier cosa antes de cruzar la entrada del edificio.
En el departamento de internacional parecían agitados. Pasé por delante del despacho de Jan, el jefe de contenidos, y su mirada fue aniquiladora. Llevaban un rato, por algún motivo que aún desconocía, intentando localizarme, y parecía que esto había superado su paciencia.
—Entra en mi despacho…, ¡ahora!
—Buenos días a ti también… —susurré para no alterarle aún más—. ¿Y bien…? —dije ya en un tono más audible.
En su despacho estaban Robert, director del periódico digital, y Allan, consejero delegado de la editorial.
—Es evidente que, o no viste mi mensaje de anoche convocándote esta mañana a las 7:30, o que directamente no has querido ser infiel a tu maniática puntualidad laboral…, pero lo que hoy vamos a hablar en este despacho puede decidir tu destino de alguna manera. Perdona si no te hemos avisado antes ni comentado nada, aunque entenderás en un momento el porqué de tanta celeridad.
Algo me estaba perdiendo, porque no era capaz de asimilar a qué venía tanto suspense.
—Ayer por la tarde por fin nos fue concedido un visado por tres meses para visitar la República de Kung-Mai —continuó diciendo Jan.
Yo continuaba expectante y no podía evitar tener el labio algo retorcido, intentando encajar este maremágnum de temprana información. No había tenido tiempo ni de pasar por mi mesa ni, por consiguiente, de realizar mi ritual de golpear la máquina de café para ayudarla a expender mi vasito de plástico y disfrutar de mi primer café del día.
Este vago pensamiento me hizo perder el hilo de las instrucciones de Jan, al que seguía viendo mover sus labios, así que decidí volver a ser dueño de mis sentidos.
—Perdona, Jan. ¿Qué tiene que ver ese visado conmigo? —aproveché para reconducir la conversación.
—¡Edgar J. Donaldson! ¿Has tenido la deferencia de escuchar algo de lo que te he dicho? —me recriminó Jan aún más alterado.
—Perdona de nuevo, Jan. Ya sabes que sin mi café matinal no soy persona —intenté suavizar.
Jan presionó su pantalla táctil.
—Un café para el señor Donaldson, por favor, Emma.
—Claro que sí, señor Olsen —se escuchó desde el altavoz del aparato.
—Con azúcar moreno, por favor —aproveché a decir.
—¡Sin problema! —se volvió a escuchar desde el aparato.
—No tenemos mucho tiempo, Edgar. —Parecía, por el tono, que se había calmado, y el hecho de tutearme tuvo un efecto un poco tranquilizante en mí.
—El visado es para ti —volvió a decir Jan, ya que la primera vez aún estaba yo en mis pensamientos más profundos.
—¿Cómo para mí? ¿Qué pinto yo en Kung-Mai? Sigo sin entender nada.
—Edgar, llevas casi veinticinco años en la empresa. Comenzaste en nuestra revista Petit Traveller de carambola por tener la carrera de Turismo y una carrera no finalizada de Periodismo. Luego te decantaste por Ciencias Políticas, lo que te hizo escribir alguna que otra brillante columna en el periódico. Tienes el carnet del Partido Comunista. No estás casado, no tienes hijos. No se te conoce ninguna relación a día de hoy… Vamos, que eres el candidato perfecto.
Emma interrumpió con mi café, pero, a decir verdad, ya había despertado de golpe y ni le di un sorbo.
—Perfecto ¿para qué? —volví a espetar.
Jan sostuvo el visado en su mano derecha como si de una liebre recién cazada se tratase y me lo acercó a escasos centímetros de mi cara.
—Edgar, el régimen de Kung-Mai solo concede treinta visados al año para visitar su país y prácticamente nunca a periodistas, aunque contigo ha