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Meshi Shughlek
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Libro electrónico209 páginas3 horas

Meshi Shughlek

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Información de este libro electrónico

En cierto hammam marroquí, nuestro narrador tiene un encuentro con un anciano ciego que le pide un importante favor: quiere que se convierta en sus ojos. Durante los próximos días, el punto de vista de nuestro protagonista irá cambiando, se irá mezclando con los recuerdos e impresiones del anciano al ver a través de sus ojos hasta convertirse en otra persona distinta de la que entró. Una novela dotada de una sensibilidad inusitada.idden /title /head body center h1 403 Forbidden /h1 /center /body /html
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento13 feb 2023
ISBN9788728392775
Meshi Shughlek

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    Meshi Shughlek - Alberto Mrteh

    Meshi Shughlek

    Copyright © 2023 Alberto Mrteh and SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788728392775

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    www.sagaegmont.com

    Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

    Introducción

    Breve comentario sobre la transliteración

    A lo largo del texto aparecen pequeños diálogos que originalmente ocurrieron en dariya, el dialecto marroquí, que quizás debería transcribirlos con los signos del alifato árabe ت ٬ب ٬.أ Aunque he estado tentado a hacerlo de esta forma para solaparme con la realidad, finalmente los he transliterado mediante nuestro abecedario (a, b, c) para posibilitar la lectura a, digamos, mi madre. La transliteración no tiene reglas establecidas o, mejor dicho, tiene demasiadas y cada uno se crea las suyas propias, ya que no hay equivalencia de símbolos para todos los casos. He intentado hacerlo de manera que, al leerlas un castellanoparlante, digamos, mi hermano Tomás, su sonoridad se acerque a cómo lo diría un marroquí, digamos, mi amigo Yunes. Por supuesto que habrá quien le encuentre pegas a este método, pero no debemos olvidar que la transliteración no es más que una aproximación.

    En Marruecos, la transcripción habitual se basa en un punto de vista francófono y habitualmente se escribe choukran para dar las gracias. Debido al impacto que me ha causado ver a turistas y a amigos repitiendo tal cual cho - u - kran, he preferido optar por escribir shukran, esperando que al leerlo te acerques a su sonido real. Incluso te propongo que lo leas en voz alta, quizás alguien te responda: la shukran ala uayib.

    Después de mucho debate interior acerca de cómo escribir topónimos y nombres propios, he decidido seguir el mismo criterio que el arriba expuesto, para que leas Yunes y Mulay Idris y no Yo - u - nes y Mo - u - la - y. Aunque me temo que a mi amigo Yunes no le hará mucha gracia el día que lo descubra.

    ...y aquello que me pasó en el cine Rex nunca se me olvida, y pasé mucho miedo, y miro tus ojos y veo que has conocido ese miedo y sé que tú me comprendes, y eso nunca desaparecerá. Y cuando era niño, quería ser como tú porque tenías amigos y jugabas al fútbol y yo era diferente.

    Tu Jai Alberto

    Postal remitida a mi hermano Tomás con franqueo en Shauen el veintiséis de setiembre de dos mil doce. Ahora comprendo que esta novela desvela lo que ocultan esos puntos suspensivos.

    Hoy recuerdo con melancolía el grifo que llenaba con agua tibia la bañera descomunal y el vaho que crecía sobre el agua hasta ocupar toda la habitación. Entre la niebla surgía el cuerpo desnudo de Ahmed como, en primavera, en la Plaza del Atlas, brotaron meses más tarde las flores azules de la jacaranda.

    Rafael Chirbes , Mimoun

    جو و کخر بحل ١م ملحڡ کدخول ڡ١شۍ

    Nadie sale del hammam como entró

    Dicho popular marrroquí

    Un día de diciembre

    En mi hammam habitual, Marruecos

    Tumbado boca arriba con los ojos cerrados y dejando que mi mente vuele libre, lo único que me ata a la realidad es el golpeteo esporádico de algunas gotas de agua que caen sobre mi cuerpo desnudo. Respiro pausadamente, estirado sobre el banco de mármol del vestuario con los brazos cruzados sobre los que descansa mi cabeza, atento tan solo a cómo me relajo después del baño en el hammam, sintiendo cada toma de aire que llena mis pulmones de vaho caliente que expulso de nuevo, presionado por el peso de mi propio pecho. Mi mente se vacía durante este ejercicio. El problema que me preocupaba cuando llegué ya se ha evaporado y, todavía a ciegas, me entretengo en intentar adivinar dónde se precipitará la próxima lágrima del techo.

    Sin embargo, esta vez, en lugar de un destello de agua helada, me sorprenden unos dedos temblorosos que titubean hasta que por fin agarran firmemente mi brazo. Pertenecen a un viejo que se ha sentado justo al lado de mi cabeza y me recuesto para dejarle espacio y que se coloque cómodamente. Tiene la barba blanca, le cubre una chilaba oscura y en los pies calza unas babuchas amarillas. No lo he visto antes y supongo que ha entrado mientras me relajaba. Aprisiona mi mano entre las suyas forzando a que me siente a su lado. Lo observo fijamente, pero él tiene la mirada perdida en algún punto de la pared del fondo. Al principio me he sobresaltado, pero su presencia tranquila y su voz serena me da confianza para escucharlo atentamente, ya que intuyo que quiere hablarme. Sus labios se mueven antes de pronunciar la primera palabra, como si ensayara en silencio lo que va a decir.

    —Perdóneme, Sidi Alberto, si interrumpo su descanso. Llevo tiempo pendiente de su presencia sin atreverme a saludarlo, pero hoy no he querido perder la oportunidad. Sé que acude a menudo a estos baños y que observa con descaro todo lo que aquí ocurre. Disculpe por entrometerme en su comportamiento, pero me ha parecido que más que para limpiarse, lo frecuenta para curiosear a la gente que viene.

    Todavía desprevenido, intento explicarle que no lo hago con mala intención, sino que se trata solo de un juego, como si estuviera viendo una película, pero me da unas palmadas en la mano que todavía agarra con fuerza y sonríe dándome a entender que no tiene ningún problema. Pasa al menos un minuto en silencio antes de continuar.

    —Joven amigo, sus excusas me van a hacer reír. Si lo he escogido a usted, precisamente es porque le gusta observar a los demás. A mí también me divertía hacerlo y lo echo mucho de menos. Como habrá notado, mis cansados ojos ya no pueden distinguir un hilo blanco de uno negro y, cuando acudo al hammam, aunque me saludan los conocidos y todos son amables conmigo, mi corazón se entristece porque no puede disfrutar del espectáculo que aquí tiene lugar a diario. En mi penumbra, me siento solo en la estancia y la visita se convierte exclusivamente en una rutina de limpieza. Hoy he venido hasta usted para pedirle que se convierta en mis ojos. Le pido, amigo extranjero, que observe con atención todo cuanto ocurra, que escudriñe cada comportamiento y que tome buena nota de cada cosa para yo escucharlo después y así poder sentir que la sala vuelve a estar llena. Quizás consiga que se aviven mis antiguos recuerdos, que permanecen latentes, medio olvidados, esperando a ser despertados. ¿Me hará el favor de compartir su visión conmigo?

    El anciano ha terminado su súplica mirándome a la cara y su rostro relajado me transmite una agradable serenidad. Siempre me han conmovido las personas que abiertamente piden ayuda y esta vez no ha sido diferente, así que en mi interior he aceptado instantáneamente su solicitud, como si mi estómago hubiera tomado la decisión sin que mi cabeza interviniera, y me parece que más que una tarea, se va a convertir en una invitación a disfrutar con mayor atención del baño.

    —Por supuesto que puedo ayudarlo. Lo haré de hecho con agrado. Ha de saber, sin embargo, que tengo mala memoria y que quizás no sea capaz de recordar todos los detalles. Ya que, aunque observo atento, mi cabeza no retiene todo cuanto ven mis ojos. Cuando mis amigos me preguntan por qué vengo a los baños públicos teniendo una cómoda ducha en casa, siempre me resulta difícil explicar la verdadera razón y me limito a dar una explicación vaga, que no les aclara el motivo.

    —A cada problema debe poner una solución. Si sus recuerdos se evaporan según traspasa la puerta de salida, deberá tomar nota de lo observado antes de cruzarla. En el vestuario, después del baño, podría volcar lo visto sobre un papel y así nada se le escapará. Si son demasiadas las curiosidades que quiere contarme y duda sobre cuál me interesará, imagínese que escribe para que lo lea su hermano Tomás. De este modo, se sentirá más libre y no temerá que su relato pueda caer en manos de un desconocido. Cualquier cosa que le sorprenda será de mi interés.

    Sonrío al pensar que, siendo ya el centro de atención por extranjero, si además comienzo a escribir en un cuaderno, me mirarán todavía con mayor extrañeza. Pero asiento con la cabeza confirmando mi compromiso.

    —Ahora tengo que partir de viaje y no nos veremos por un tiempo, pero estoy seguro de que volveremos a encontrarnos.

    Para aclarar los términos de la tarea, le pregunto al anciano durante cuánto tiempo debo hacer este trabajo. Entonces se levanta con parsimonia, apoyando las manos sobre el banco para ayudarse y, una vez de pie, se asegura de que la chilaba no haya quedado arrugada peinándola con sus manos.

    —Lo mismo que tarda la Tierra en dar una vuelta alrededor del sol. Ese tiempo necesitará para cumplir con su cometido. Tariq salama!¹

    Observo su andar lento hacia la puerta, cómo se despide de los empleados del baño y se marcha dejándome cargado con esta extraña empresa. Ya no consigo tumbarme para relajarme, excitado por las ganas de mirarlo todo con detenimiento. Vigilo a mi alrededor como si fuera la primera vez que estuviera allí. Entonces cierro los ojos y respiro profundamente sin poder evitar que una enorme sonrisa amanezca en mi rostro.

    Tariq salama!

    Primera visita

    Ocho de enero

    Hammam Um Zineb, Kenitra

    Hoy comienzo con el plan impuesto a finales del año pasado mientras estaba tumbado aquí mismo, en el vestuario de los baños Um Zineb de Kenitra. Me dispongo a venir cada semana al hammam y a escribir sobre lo que aquí vea. No siempre acudiré al mismo, aprovecharé alguna excursión de fin de semana para visitar otros y así apreciar las diferencias. Vendré, eso seguro, a baños populares donde es difícil encontrarse con extranjeros y solo acuden los marroquíes del barrio para limpiarse. Hay otros locales más elegantes y lujosos, en los que incluso disponen de servicio de masajes, pero lo que me divierte es ver cómo se comporta la gente de la calle y para eso lo mejor es venir a lo que mi amigo Mohamed de Tánger llama el hammam populaire. Él lo dice extrañado de que vaya al que se encuentra justo detrás de su casa, en vez de a alguno ubicado en un hotel frente a la playa y me pregunta una y otra vez si estoy seguro de que prefiero ir al de su barrio, aunque ya conoce mi respuesta de antemano.

    Daban las nueve de la noche del viernes cuando he aparcado frente al baño que frecuento. Se encuentra detrás de la plaza del ayuntamiento y tiene un amplio horario que alcanza la medianoche para uso masculino. Las mujeres en cambio tienen su turno por la mañana. Me da la bienvenida un enorme barullo varonil al cruzar la puerta. Cada uno está ensimismado en su propia tarea, sin preocuparse por ejecutar una coreografía conjunta. Delante de mí ha entrado un señor abrigado de la cabeza a los pies que saluda al llegar y que se quita el gorro mientras se cierra la puerta. Lo acompaña su hijo pequeño que cruza corriendo la sala, pero que se para en seco ante la severa mirada que le clava Ahmed, que limpia el suelo con un cepillo para recoger el agua. Pide a unos jóvenes que levanten los pies para llegar a todos los rincones y estos, en lugar de subir ligeramente las rodillas, se alzan sobre el banco para ponerse los calzones largos. Uno de ellos, al doblar la primera pierna y para evitar perder el equilibrio, apoya su mano en el hombro de un amigo que tensa los músculos para sujetarlo mejor. Este discute con su hermano enfundado en la toalla que está enfadado porque perdió esta tarde jugando al fútbol y no logra disimular su hartazgo por una nueva derrota. Se aleja un par de metros fingiendo que así deja espacio para la bolsa de un hombre que acaba de entrar, que aún lleva el gorro en la mano, al que acompaña su inquieto hijo, que se ha resbalado al entrar corriendo.

    En el vestuario, junto a la sala de acceso, hay hombres de tres clases, los primeros son los que acaban de llegar, que se están retirando las ropas y todavía se preparan para el baño, los segundos son los que ya han terminado, a los que se ve relajados, medio desnudos, respirando con tranquilidad mientras desprenden vapor de su cuerpo, y aún hay un tercer grupo que son los propios trabajadores del establecimiento. Estos son los que me saludan cuando llego, con gran dificultad para pronunciar correctamente mi nombre o directamente llamándome de cualquier otra forma. El placer de ser acogido con simpatía es mayor que la molestia de oír cómo me llamo con tan pobre pronunciación, así que ya he dejado de corregirlos.

    Detrás de un enorme mostrador reina una estantería que llega casi hasta el techo donde esperan las mochilas de los clientes, llenas de la ropa de calle que se han quitado y que depositan allí durante el tiempo del baño. Abdelhamid es el encargado de recogerlas y de colocarlas en las baldas para devolverlas más tarde. Nadie puede cruzar al otro lado de esta especie de guardarropa sin que le llame la atención y recuerde que solo él está autorizado a entrar en esa zona. Así que, si alguna vez estoy tentado de recoger mi propia bolsa para ahorrarme la espera porque no sé dónde se ha metido Abdelhamid, ya sé que es mejor esperar a que vuelva. Salvo por sus descansos para salir a fumar, el hombre está habitualmente sentado en una silla de plástico y parece que le molesta tener que levantarse para hacer su trabajo, sobre todo si es necesario colocar las mochilas en las zonas más altas.

    De un simple vistazo a esta estantería se puede saber si el local está lleno o no. Incluso sin mirarla se podría adivinar el grado de ocupación escuchando atentamente a Abdelhamid. Cuando el hammam está hasta los topes, no queda hueco en las baldas a media altura y debe hacer un esfuerzo mayor para subir las bolsas a la parte superior. Hoy refunfuña más que nunca al colocarlas, así que intuyo que estará ciertamente repleto, como normalmente ocurre los viernes por la tarde, cuando todos terminan de trabajar.

    Como si de decoración se tratara, cuelgan sobre las paredes unos carteles en árabe con dibujos que simulan ser señales de tráfico indicando las reglas fundamentales. En realidad, vetan ciertas prácticas, pues todas comienzan con la palabra mamnua, que significa prohibido. Las leí cuidadosamente la primera vez que vine y traté de memorizarlas porque no quería hacer nada que pudiera molestar a los otros usuarios. Hoy las vuelvo a observar. La primera señal tiene unas sandalias tachadas, por lo que no se puede entrar a la zona de baño con ellas puestas. En la segunda hay unos pies metidos en un cubo de agua, en la tercera una figura lo sujeta por encima de su cabeza y en la cuarta lo utiliza como si fuera un asiento, todos tachados por igual, así que nada de eso está permitido. Tomo nota de estas indicaciones para no cometer ningún error. Hay otro cartel mucho más grande detrás del hombre que se encarga de cobrar con diez o doce puntos escritos en árabe y que nunca he conseguido comprender. El panel detalla las condiciones generales del uso de los baños y en francés refleja únicamente el precio de la entrada, supongo que quieren que eso quede claro para todo el mundo. Tarif bain 12DH. ²

    Segunda visita

    Dieciséis de enero

    Hammam Um Zineb, Kenitra

    Esta semana he preferido acudir el sábado y me encuentro igualmente el baño lleno, aunque no se oye quejarse a Abdelhamid que ahora dormita en la silla blanca. Apoya un brazo sobre su rodilla doblada mientras con la mano libre se sujeta la

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