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Un ángel que alumbra mi corazón
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Libro electrónico265 páginas4 horas

Un ángel que alumbra mi corazón

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Información de este libro electrónico

¿Existen almas gemelas? o ¿el amor a primera vista? Son preguntas que aquellos que han vivido un romance saben que va más allá de un solo enamoramiento, porque los sujeta a una cuerda invisible que se une para siempre y ni el tiempo ni la distancia podría quitar ese sentimiento, porque la fuerza del amor rebasa cualquier circunstancia.

Un ángel que alumbra mi corazón es una historia donde el destino de dos almas jóvenes de dulce inocencia los llevó a coincidir. En aquel pasado algo mágico pasó y en un instante y en una mirada hubo una conexión de dos almas que se considera «amor a primera vista». En esa adolescencia con los corazones de inocencia se sujetaron a un delirio lleno de un amor, donde sus corazones latían al compás de juegos inocentes, con la claridad de una mirada soñadora y, en cada esquina, los besos robados que duraban solo un instante, pero suficiente para que sus pupilas brillaran y sus corazones se conectaron en un «te quiero» callado.

Un amor que desafió al destino haciendo referencia a su parentesco y separó sus vidas, porque su amor era prohibido. Sus corazones quedaron heridos al separarse porque su idilio se juzgaría como pecado. Y desde ese día de su separación cada uno vivió sus vidas… Pasaron más de treinta años... sin pensar que el destino les tenía un reencuentro inesperado…
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 abr 2024
ISBN9788410683891
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    Un ángel que alumbra mi corazón - Irma Carmona Olmos

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    Créditos

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Irma Carmona Olmos

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1068-389-1

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Para mi primer amor, que alumbró mi vida, y desde el primer instante que nuestras miradas se cruzaron nos encontramos para acariciar el alma desde siempre. Un ser con un corazón humilde, genuino, sencillo que siempre irradia una inocencia muy especial, como alma de niño. Un ser que cuando ama todo lo da, que me enseñó a recobrar mi esencia y a reencontrarme a mí misma. Y sobre todo el poder ver con los ojos del alma y el corazón porque la luz de su mirar ha iluminado mi existir en el ayer, en el hoy y por siempre.

    Eres un ángel que como las estrellas que brillan alumbra mi corazón, y ni el tiempo, la distancia ni ninguna circunstancia pudieron apartarnos porque nuestras almas se encontraron en el tiempo y estuvieron unidas en un sentimiento eterno, sujetas con el cordón más fuerte y puro que es el amor.

    .

    El destino los llevó a coincidir sin pensar en el tiempo ni el lugar. En aquel pasado algo mágico pasó y en un instante y en una mirada hubo una conexión de dos almas que se considera «amor a primera vista». Y en esa adolescencia con los corazones de inocencia se sujetaron a un delirio lleno de un amor donde los corazones latían al compás de juegos inocentes con la claridad de una mirada soñadora y en cada esquina los besos robados que duraban solo un instante, pero suficiente para que sus ojos brillaran y sus corazones se conectaran en un te quiero callado que provocó al destino y los condenó, haciendo referencia al parentesco que separó sus vidas porque se juzgó como pecado.

    Pero la cuerda invisible de lo que se une en el amor los sujetó en el tiempo. Y llegó el día y la hora perfecta en que se volvieron a encontrar, aunque sus miradas reflejaban lo que en su ausencia habían vivido, con profundos suspiros queriendo encontrar la razón.

    ¿La razón? Posiblemente el destino o la necedad de la vida al quererlos separar, pero la fuerza del amor los atrajo como un perfume suave donde solo ellos sabían el aroma, aquella fragancia agradable, apacible y sublime, pero tan intensa, con gran persistencia capaz de activar sus sentidos donde solo ellos se reconocían.

    UN ÁNGEL ETERNO

    QUE ALUMBRA MI CORAZON

    NOVELA DE AMOR Y ROMANCE

    DE LA NUEVA ERA

    Él, de nombre Emiliano; cara ovalada de finas facciones, piel canela, ojos café y de mirar penetrante, labios delgados dibujando apenas una sonrisa, estatura mediana, complexión delgada, un muchacho inquieto jovial que a sus diecisiete años irradiaba mucha energía y tenía un gran sentido del humor, característica que lo distinguía, sus gestos con movimientos de muecas muy únicas al decir cualquier ocurrencia, y especialmente un gesto singular era que apretaba sus labios moviendo su cabeza y siempre muy ágil respondía con respuestas de frases graciosas, donde al parecer muy internamente en su corazón sentía una satisfacción al saber que hacía sonreír a los demás.

    La vida de Emiliano trascendió en un pueblo llamado Coxcatlán donde se respiraba la inocencia de muchos de los que crecieron en este hermoso pueblito en los años 70 y 80 donde no existía el glamour de una vida lujosa, el prodigio en aquel momento y en aquel pueblo era el poder respirar aire puro y ver amaneceres con las mañanas más frescas al ver caer el rocío en las hojas de las plantas y sus calles con caminos pedregosos, pero llenos de ecos, sonrisas de niños y jóvenes de este lugar. Donde por las tardes al caer la noche en cada esquina existía un solo farol, suficiente para alumbrar las calles, y en el centro del pueblo con casas de diferentes tamaños, pero siguiendo un patrón tradicional con estructuras con la mayoría de paredes altas y ventanas de madera, ahí en el corazón del pueblo se distinguía una casa donde vivía la familia de apellido «Ojeda».

    Que se decía domicilio conocido, porque relativamente era un pueblo pequeño con pocos habitantes. Ahí vivía Ricardo Olmedo, conocido por todos los habitantes del lugar por su oficio como sastre, y su esposa Antonia, muy querida por la gente del pueblo por sus gestos de amabilidad y su devoción a ayudar siempre participando en eventos religiosos.

    La casa, aunque diseñaba la misma apariencia que las demás en el pueblo con los techos rojos y paredes altas firmes y fuertes hechas de adobe, las puertas y ventanas de madera. En la casa de la familia Ojeda siempre al amanecer abrían las ventanas de madera de par en par permitiendo fluir el aire fresco de la mañana y el buenos días de los que al pasar por ahí a sus deberes y quehaceres se cruzaban inclinando la cabeza. Se observaba muy de cerca una barranca donde el agua corría permitiendo un sonido de quietud y el choque del agua entre las piedras y al mismo tiempo la naturaleza participaba en la melodía de cada amanecer.

    Emiliano, con la inocencia de aquel entonces, en su niñez seguramente tuvo muchos momentos felices y otros tantos no muy buenos, pero llenos de anécdotas, aventuras y vivencias donde había muchos juegos de infancia con travesuras que mamá muchas veces reprendió, y en otras como niño consentido sentado al par de ella con caricias y palmaditas en la espalda. Aunque su padre le ponía mano dura porque sus travesuras rebasaban su paciencia y los castigos a veces eran duros y severos… e indudablemente agregando las carencias y la pobreza de recursos. Donde había días de extrema escasez pero siempre encontraban la forma de tener un plato de comida en la mesa, a veces tener que recorrer grandes distancias en los montes de los alrededores para recoger lo que la naturaleza les brindaba como algunas plantas comestibles y Emiliano, como el joven adolescente de la casa, hacía estos recorridos para de alguna manera contribuir con lo que era necesario y era parte del trabajo diario.

    Y así transcurrían los días en este pueblo donde cada familia sobrellevaba sus propias batallas y solían llevar casi la misma rutina…

    Antonia, siempre entregada y afable, cumpliendo con los quehaceres de madre y esposa, y los hijos cumplían con tareas que les eran asignadas. Emiliano, ya un joven adolescente lleno de ilusiones pero que su condición de vida lo limitaba en muchos sueños que él tenía, pero, muy obediente a lo que le correspondía, continuaba haciendo sus labores como hijo de familia.

    Todos los días y tras una máquina de coser, su padre Ricardo muy de madrugada con gran agilidad manipulaba concentrado y con la seriedad que lo distinguía. La familia de apellido Ojeda en total la conformaban cuatro varones, Valentín, Omar, Luis y Emiliano, y cuatro hijas, Soledad, Tania, Valeria e Isela, la menor. Emiliano e Isela eran los hijos más pequeños de los que quedaban en la casa porque el resto de los hermanos ya tenían sus propias vidas, aunque no muy lejos de ahí, en el pueblo de Coxcatlán, a excepción de Valentín que se mudó a una de las colonias cerca de la ciudad de México.

    Ella, de nombre Flor, una jovencita de piel blanca, pelo negro crespo, ojos grandes y pestañas rizadas, complexión delgada, estatura mediana y, como un sello particular, pecas que llenaban sus mejillas, reservada y muy atenta a la vida. Con sueños de grandeza, reprimida en muchas cosas y hasta cierto modo con reproches a su mundo de pobreza. Siempre soñadora, creando un mundo fantasioso que muchas veces la alejaba de la realidad. Su refugio, su escape, era cerrar sus sentidos para no sentir su verdadero vivir de carencias y pobreza, pero siempre con un deseo interno de volar a otros cielos, no importando el riesgo que este pudiese tener.

    Flor, desde muy pequeña, mostraba una actitud positiva ante cualquier circunstancia de la vida de escasez y siempre con un deseo inmenso de superación. La rutina de vida que llevaba normalmente al salir del colegio, por las tardes se subía a la azotea y se sentaba en un lugar escondido con un libro de poemas que diariamente ojeaba una y otra vez, y otras veces siendo ella misma la autora de algún verso o historia que escribía. Aunque el ruido de la sirena de alguna ambulancia o el ajetreo de los carros interrumpiera su lectura ella trataba de poner oídos sordos a su alrededor, sin dejar de atender sus tareas diarias, «¡hija ejemplo!», decía mamá… A lo cual encendía la furia de una de las hermanas que muy celosamente manifestaba con sus rebeldías.

    Su vida transcurrió en un lugar tranquilo, llamado Los Reyes La Paz donde pudieron al fin establecerse su padre José y su madre Elia, ya que habían tenido una vida de situaciones muy difíciles siempre en la búsqueda de una estabilidad y los que sufrieron las peores situaciones de vida en todos los sentidos fueron Benar, Oscar y Flor por ser los hijos mayores.

    La colonia estaba muy cerca de la ciudad de México, que en aquella época de los 80 tenía el aspecto pueblerino por su tranquilidad y la forma de vida de aquellos tiempos, se conocía como estado del Distrito Federal, estaba a media hora de la ciudad de México, pero siempre de alguna manera tenía olor a ciudad.

    Flor era la mayor de las hermanas, Elvia y Natia, tres bellas jóvenes, indudablemente que cada una tenía características muy propias que las hacía únicas, y cuatro hermanos varones: Benar, el mayor, Oscar, Tiago y José, donde en su total conformaban siete. La dicha de todos ellos era que podían disponer de un jardín enorme porque sus padres llegaron a vivir en una escuela, que se le conocía como jardín de niños, (Kindergarten), ahí comenzó su historia de cada integrante de la familia que se convirtió en un sin número de aventuras para cada uno de ellos. Y la de Flor especialmente.

    Ella, Flor, de quince años, y él, Emiliano, de diecisiete años, fueron los que formaron parte de una historia de amor, donde dos destinos que al parecer llevaban diferente dirección, tomó solo un instante para que sus ojos se encontraran y desde ese momento supieron que era una amor eterno que marcó su corazón para siempre y el brillo de sus ojos anunciaba ya un destino y al asomarse en sus pupilas vivirán un sólido y arrebatado sentimiento que se juzgaría como pecado…Y que los forzaba a vivir secretamente su romance… Para después terminar en una dolorosa separación. Y por siempre aquel muchacho repetía muy secretamente con una herida en su corazón:

    «Mi Flor, yo quise apartarte de mi mente y de mi corazón, pero la luz de tu mirar brilla, tus pupilas son luz que alumbra mi corazón…».

    Casi treinta años transcurrieron para que pudiese haber un nuevo reencuentro… Siempre hubo barreras muy distantes ni siquiera para un estrechón de manos. Su destino ya estaba marcado…

    Amar no es mirarse el uno al otro, es mirar juntos en la misma dirección, posiblemente esta es una frase de amor que siempre surgirá cuando se está en algún momento de nuestras vidas enamorados y el amor lo describimos como algo limpio, puro y bello, especialmente si nace de la inocencia de la adolescencia donde tus sueños se cruzan con tus fantasías y el romanticismo…

    Y así comenzó…

    Era el comienzo de la época más esperada por muchos y se siente la atmósfera decembrina, los cánticos navideños anunciaban las posadas y las piñatas colgadas para las celebraciones con luces y bengalas… Por los alrededores se ve la gente caminando por las calles con gorras, abrigos y bufandas.

    Era un año diferente a los años anteriores desde que José y Elia habían llegado a esa colonia, donde habían pasado por mucho sufrimiento en su recorrido de vida al no tener un lugar estable para vivir, la vida les regaló la oportunidad de poder quedarse en el colegio (Kindergarten) como custodios, el personal del colegio les asignó una pequeña casita. Sus labores principales eran el mantenimiento del colegio, entre ellas limpiar, ordenar y atender las necesidades laborales del día a día, el trabajo era largo y pesado no había un horario de entrada específico ni una salida porque trabajaban por pagos voluntarios de los padres de familia, ahí iniciaron una vida en el municipio Los Reyes La Paz muy cerca de la Ciudad de México donde en un principio fue difícil adaptarse, donde por años fueron complicados por sus arduas jornadas y actividades que desde muy temprano realizaban. Los hijos mayores sufrieron y padecieron muchas más necesidades, y Benar, Oscar y Flor. Después nacieron cuatro más de sus hijos, quienes de alguna forma crecieron con el privilegio de tener un enorme jardín donde podían jugar con libertad, sobre todo los fines de semana que se convertía cada día en una aventura.

    A Elia y a José, después de haber trabajado varios años sin beneficios y por lo tanto con muchas carencias por el poco pago de dinero que recibían, se les abrió una puerta de oportunidad y gracias a que una directora encargada del plantel llegó a hacer cambios, especialmente vio todo el esfuerzo y entrega a su trabajo, contempló la manera de ayudarlos para que fueran parte del plantel oficialmente y que al fin gracias a eso tendrían derechos, así como obligaciones, y ahora era el primer año que podían recibir beneficios porque ya les comenzaron a pagar por nómina y les dieron su primer aguinaldo, que es un dinero que les dan a los trabajadores en vísperas navideñas, además de que eran días de vacaciones y descanso, así que para Elia era la oportunidad de, con ese dinero, tener una salida a donde ella siempre anhelaba, aunque por las circunstancias económicas no había sido posible, hasta que llegó esta ocasión de poder regresar a visitar a su pueblo querido donde nació, indudablemente habían pasado ya muchas cosas desde que salió de su pueblo donde en aquel entonces era casi una adolescente, ahora ya con una vida hecha era tiempo de regresar a su pasado donde tuvo una infancia muy amarga con muchas carencias porque fue huérfana de padre y madre y durante los primeros años estuvo con su abuela materna, pero desafortunadamente murió, así que la mayoría de su niñez la vivió con familia segunda que la acogió para que no quedara abandonada, era la oportunidad de regresar a visitar a sus primas Antonia y Carmen que casi eran como sus hermanas, además, volver a ver a la familia restante y amistades del pueblo que no veía desde que ella se fue de su pueblo muchos años atrás, especialmente aquellos que Elia recordaba con más cariño y quienes la acogieron de niña, habían pasado muchos años así que no sabía con qué noticias o a quien volvería a ver de nuevo, lo que sí la emocionaba era visitar su pueblo amado y lo que había dejado en él.

    Elia comenzó a preparar y a empacar, se iría con cinco de sus hijos, que eran Flor, Elvia, Tiago, Natia y Josesito, el más pequeño. A cada uno se le asignó ciertas tareas, y dejar todo en orden para que al siguiente día, ya todo preparado, se levantaran muy de mañana para no tener contratiempos. La noche transcurrió y para Elia fue un poco difícil conciliar el sueño, por la ansiedad que le provocaba el viaje a su pueblo. Al día siguiente, y tal como ella lo había planeado, se levantaron muy temprano. Como siempre, Elia, atenta a que todo estuviera listo sin olvidar nada, y de antemano sabía que era largo el camino, salió deprisa a comprar algunos panes para prepararlos con cajeta con mermelada y algo de fruta previniendo no pasar hambre y partieron después del mediodía. Su esposo José y sus dos hijos mayores, Bernar y Oscar, se quedarían al pendiente de la casa, además a José no le gustaba salir de su entorno y no viajaba en autobús, decía que le mareaba y era muy incómodo para él dormir en otro lado que no fuera en su cama. José, un hombre atractivo, ojos color azul, con un carácter hasta cierto punto difícil de tratar y de muy pocas amistades, pero las personas que lograban conocerlo a fondo cambiaban su perspectiva de don José.

    Así, Elia y sus hijos con sus respectivos equipajes se dirigieron a la primera parada del autobús que los llevaría a la estación principal, la distancia era a media hora de los Reyes La Paz al centro de la ciudad para posteriormente esperar la próxima corrida que es el que los llevaría a la siguiente estación de autobús.

    Para Elia se convertía en momentos un poco angustiante y estresante porque al bajarse del autobús tenía que hacerlo a la par con maletas y sobre todo estar al tanto de los más pequeños, sin perder de vista a sus demás hijos, una vez que se subían al siguiente autobús tomó tiempo y repartió el pan y fruta a sus hijos, ya que habían pasado algunas horas y era el primer alimento del día.

    Elia se sintió más tranquila, se recargó en el asiento para descansar un poco cerrando los ojos por momentos y, aunque se la veía agotada, prefería estar atenta a lo que sucedía alrededor, ya habían pasado algunas horas de camino.

    Aproximadamente eran de cinco a seis horas de camino para llegar a su destino. En especial porque había varias paradas de autobuses que transbordan.

    Ya en la última terminal, Elia estaba muy atenta y al pendiente de todos sus hijos, en especial a la hora de bajar y continuar su camino ya a una hora aproximada a su destino. Continuaron abordando el último autobús, Elia se dio la oportunidad de recordar momentos aquellos de su niñez, en especial al lado de su abuela, llevándose las manos a su rostro tapando su rostro para disimular la nostalgia que sentía al repasar todos esos momentos que se quedaron grabados en su mente, y, al escuchar el ruido que hizo el autobús, recordó sin querer con una leve sonrisa ciertos pasajes de aquella infancia donde su abuelita solía viajar con ella en tren.

    El camino había sido cansado y extenuante, habían viajado cinco horas aproximadamente, era ya de tarde y la noche caería en cualquier momento, estaban agotados, especialmente los más pequeños, pero estaban a unos momentos de llegar y por la ventanilla ya se podía admirar el paisaje, los árboles, las casitas, una muy alejada de la otra, sobre la carretera se percibía lo rural en todo, en las subidas y bajadas.

    Y por fin el autobús se detuvo, habían llegado a la última parada que era su destino, la gente bajó poco a poco y así todo el pasaje con maletas, cajas y bolsas, Elia se aseguró que todo, sus hijos y equipaje, estuviera bien, así que ya estaban sobre la carretera en la entrada del pueblo, todos exhaustos y sobre todo con mucha hambre. Elia volvía a su pueblo… Coxcatlán.

    Coxcatlán está localizado en la parte sureste del estado de Puebla, donde en sus fiestas decembrinas hacen un acorde de magia de colores, sabores y de fiestas, el ambiente del pueblo que se engalana con color de la navidad, ese rojo intenso de las hojas de la flor de pascua. Las calles y los hogares toman vida, y el ambiente huele a maíz, atole, chocolate y ponche caliente preparado con frutas como tejocote, hierbas, manzanas. Mientras niños y mayores adornan las casas con lucecitas de colores para dar la bienvenida a estas entrañables fiestas y con un esmero especial el nacimiento del niño Dios en el rincón preferido en la casa y, de acuerdo con las posibilidades de cada familia, se colocan figuras representando y recordando tan importante acontecimiento. Coxcatlán es un lugar mágico donde sus tierras tienen un aroma a caña dulce, el municipio cruza por varios ríos en dirección noreste-suroeste, todos ellos provenientes de la sierra, provenientes de sus cálidos manantiales que bañan el noroeste de las tierras, los climas secos son característicos del valle en comparación de los climas templados de las partes altas de la sierra. Tierras fértiles arrulladas por los cánticos de un cielo abierto, sus árboles y

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