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Proyecto Nostalgia
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Libro electrónico86 páginas1 hora

Proyecto Nostalgia

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Información de este libro electrónico

Anderson es un exsoldado que vive en Norwin, un lugar triste, apagado y gris después de la Tercera Guerra Mundial, un enfrentamiento que sumió al mundo en una quietud desoladora. Su esposa y sus hermanas son lo único que le queda, además de "la nostalgia", un extraño síndrome que se apodera de la mente de los que combatieron, y que comienza a mezclar realidades y tiempos en ellos.

Se dice que todo funciona a media máquina, que la vida debe seguir su curso, como en el pasado.
Se dice que todo está bien, pero detrás de esa calma se esconde una mano oscura: el partido de Sion, una organización con fines perversos que busca apoderarse de lo que queda.

"Proyecto Nostalgia" es mucho más que un libro, se trata de una distopía intrigante y amena, la lucha de un hombre traumatizado por encontrar a toda costa la verdad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 sept 2023
ISBN9789564062402
Proyecto Nostalgia

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    Proyecto Nostalgia - Manuel Alejandro Villarroel Cerda

    PROYECTO NOSTALGIA

    © 2022, Manuel Alejandro Villarroel Cerda

    ISBN: 978-956-406-148-1

    eISBN: 978-956-406-240-2

    Primera edición: Octubre 2022

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, tampoco registrada o trasmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mediante mecanismo fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo escrito por el autor.

    Imprenta: Donnebaum

    Impreso en Chile/Printed in Chile

    La paz muchas veces es pasajera. La paz después de una guerra puede ser una ilusión.

    Capítulo 1

    Si he de iniciar este relato, nada más decir que los ojos de aquella dama, azules como el cielo, me hacen pensar en los despejados y tranquilos prados de mi pueblo, en aquellos días en que la pureza de mi amada aún miraba a escondidas tras los árboles. Me detendré aquí, pues puede que nunca termine con este hermoso recuerdo.

    El grupo de gente reunida comenzó a aplaudir, la mayoría de las mujeres pedían más palabras para cada una de ellas, pero en sus ojos solo existía una mujer para él. Una vez apaciguada la multitud, tomó rumbo al hospital. Subió hasta el séptimo piso, habitación 217. En ella, una mujer en silla de ruedas miraba por su ventana: su cabello era largo y de un color negro brillante, no media más de un metro con cincuenta.

    —Llegaste —dijo al mirar hacia la puerta, su voz era tierna y esbozaba una sonrisa—. Me tenías preocupada.

    —Lo siento, esta vez había más gente de lo normal —dijo mientras la besaba tiernamente. Su estatura no resaltaba, era de la media. Su pelo estaba revuelto y la luz de la ventana resaltaba su piel morena—. Veo que te has levantado. ¿Quieres ir al jardín?

    Habían pasado ya algunos meses desde el accidente: una mina no detonada explotó cerca de Serena y los demás que hacían ayuda humanitaria. La onda expansiva derribó a todo el grupo, todos salieron con heridas y rasguños de poca gravedad. Todos, excepto ella. La fuerza la había azotado contra uno de los tantos escombros del suelo, golpeándose la espalda con el único resto de edificio con un arco de fierro; se lesionó la columna, dejándola en silla de ruedas.

    A pesar de su condición, siempre se preocupó por sus compañeros. En cambio, ellos nunca aparecieron para visitarla; ni siquiera una carta, el único que había estado a su lado fue Anderson.

    —Creo que cada vez llegas más tarde, siempre dices que se junta demasiada gente —decía Serena mientras observaba el juego de luces de los árboles con el sol.

    —Es como si se corriera la voz, siempre comienzo a la misma hora y cada vez se reúne más gente. Al menos saco a los demás de la rutina, la economía postguerra nos ha afectado a todos.

    La postguerra se había apoderado del mundo después de la Tercera Guerra Mundial: un conflicto iniciado por el mundo árabe contra las principales potencias. Todo fue tan rápido, que nadie supo del conflicto hasta que las bombas ya habían sido arrojadas en las principales capitales. Ni siquiera se sabían los nombres de los ganadores, solo quedó la ruina, pues toda la economía se enfocó en armamento, creación de nuevas bombas y minas antipersonales con un gran poder de choque más que explosivo. Anderson vivió el calvario de la guerra en carne propia, se le obligó a ser soldado en la batalla del Sahara, el conflicto más largo y que dio fin a la guerra. La mayor parte de su pelotón murió, los sobrevivientes seguían merodeando por las ciudades no bombardeadas, teniendo pesadillas sobre la guerra y el pasado. A esto se le denominó el efecto nostalgia.

    —¿Cuándo vas a decírmelo? —exclamó ella, mientras acomodaba su silla bajo la sombra del árbol más alto del jardín.

    —¿Decirte qué cosa? —respondió Anderson, mientras se acomodaba entre las piernas de Serena. Ella jugaba con su cabello revuelto.

    —Que te vas. Sé que te ofrecieron un trabajo en Winter, dejaste la carta en mi habitación el otro día —dijo con algo de pena, mientras seguía jugando con el cabello de Anderson.

    —Bueno, no quería decírtelo hasta que estuviera confirmado, pero sí, me ofrecieron un trabajo de guardaespaldas en Winter. Si todo sale bien, debería presentarme en dos semanas más.

    —No quiero que te vayas, sé que los gastos del hospital son muy altos, pero no quiero perderte. No de nuevo —dijo con lágrimas en sus ojos.

    —No llores —le habló él, tomándole las manos con calidez—. Volveré pronto, esto es solo por un tiempo. Además, tu hermana trabaja en el hospital. No estarás sola.

    —¿Y tú?

    —Yo crecí en Winter. Además, Andrea vive en la ciudad y creo que Paz está por llegar. Me mandó una carta la semana pasada.

    —Ya sabes que no me gusta mucho que estés con ellas. Tú las ves como hermanas, pero ellas no. —Le apretó las manos a Anderson.

    —Oye, las hermanas adoptivas también son familia. En fin —se escuchaba un poco molesto—. ¿Regresamos a almorzar?

    El tiempo pasó rápido, la hora del toque de queda se acercaba. Anderson ya debía marcharse. No se permitían alojados en el hospital, quedarse para acompañarla era imposible. Por lo demás, su casa quedaba lejos.

    —Siempre te quedas hasta tarde —le dijo la encargada del hospital, mientras lo acompañaba a la salida.

    —Me gusta pasar tiempo con ella, Alejandra —le dijo con seriedad—. Quiero estar todo lo que pueda.

    —Y mi hermana lo aprecia mucho —respondió ella—. Por cierto, ¿cómo van las visiones?

    —Cada vez son menos, pero son molestas.

    —Nadie dijo que el efecto nostalgia fuera placentero, Anderson.

    —Tienes razón —respondió él, pensativo—. Bueno, aquí me despido.

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