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Erase una vez en el festival del queso rodante en Gloucester: Corazones Entrelazados, #2
Erase una vez en el festival del queso rodante en Gloucester: Corazones Entrelazados, #2
Erase una vez en el festival del queso rodante en Gloucester: Corazones Entrelazados, #2
Libro electrónico124 páginas1 hora

Erase una vez en el festival del queso rodante en Gloucester: Corazones Entrelazados, #2

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Los romances existen, al igual que los engaños amorosos y los enredos que complican la vida también lo hacen. Esta historia contiene parte de eso. Se trata de un chico y una chica. A partir de ahí, el drama fluye en diferentes direcciones. Secretos. Maltratos y conclusiones que, en ocasiones, tienden a doler. Terceros en discordia. Y un amor llevó al límite de su resistencia.

IdiomaEspañol
EditorialEli Key
Fecha de lanzamiento17 mar 2024
ISBN9798224894871
Erase una vez en el festival del queso rodante en Gloucester: Corazones Entrelazados, #2
Autor

Eli Key

Eli Key, de 22 años; oriunda de Gualeguaychú. Provincia de Entre Ríos, Argentina, es estudiante de marketing y trabaja como niñera para poder pagarse sus estudios. A partir de los doce años comenzó a escribir, y no fue hasta que leyó a Charlotte Brontë ya sus hermanas Anne y Emily, que comenzó a interesarse seriamente en la literatura. Después de conocer a Emily Dickinson; Richard Bach; Patrick Leigh Fermor; Megan Mayhew Bergman y Joan Didion, entre otros; se decidió a incursionar en ideas más decentes y prolijas, relativo a la narrativa y a las prolijidades de los textos. A partir de los dieciocho años, se arrojó de lleno a escribir todo cuanto pudiera salir de su pluma. Después de probar en varias plataformas digitales y de explorar los blogs, se decidió autopublicar en Draft2 Digital. Y mientras el país donde vive se debate en un mar de angustias y déficit económico; ella se esfuerza cuanto puede para depurar sus obras.  La vida no es fácil, se hace lo que se puede con lo que se tiene, pero al final de una tormenta siempre sale el sol;  es lo que dice siempre.

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    Erase una vez en el festival del queso rodante en Gloucester - Eli Key

    Érase una vez, en el Festival del queso

    De Gloucester

    Corazones entrelazados

    Eli Key

    ©Todos los derechos reservados

    Contenido

    PRÓLOGO

    Ailana

    CAPÍTULO 1

    CAPÍTULO 2

    CAPÍTULO 3

    CAPÍTULO 4

    CAPÍTULO 5

    CAPÍTULO 6

    PRÓLOGO

    E ché a correr por el jardín después del desayuno ─dijo Jinny─. Al ver que las hojas se movían en un hueco en el seto, pensé: «Es un pájaro en su nido». Apartándome de los demás, fui a mirar, pero no encontré ningún nido. Las hojas continuaban moviéndose: entonces tuve miedo y eché a correr otra vez pasando junto a Susana, junto a Rhoda y junto a Neville y Bernardo que estaban conversando en la caseta del jardinero. Corrí cada vez más ligero, gritando. ¿Qué fue lo que movió las hojas? ¿Qué es lo que mueve mi corazón, mis piernas? Y me precipité donde estabas tú, Luis. verde como un arbusto, como una rama inmóvil, con los ojos fijos. «¿Estará muerto...?», pensé y te besé mientras mi corazón brincaba bajo mi traje rosado como las hojas que se mueven sin cesar, incluso cuando no hay nada, que las remueva. Siento ahora el perfume de los geranios, siento el olor a tierra húmeda... Me pongo a danzar como una burbuja, me siento lanzada sobre ti como una red de luz que te envuelve todo entero y queda vibrando sobre ti.

    (Las Olas ─ Virginia Woolf)

    Ailana

    El cielo: ¡es lo que no puedo alcanzar!

    La Manzana en el árbol:

    siempre y cuando no tenga esperanzas,

    cuelgue, eso: Él cielo es: ¡para mí!

    El color, en la nube que cruza

    : la tierra prohibida,

    detrás de la colina, la casa detrás,

    allí se encuentra el paraíso.

    Sus burlas púrpuras — Tardes—

    Los crédulos — Señuelo —

    Enamorados — del prestidigitador —

    Eso nos rechazó — ¡Ayer!

    Emily Dickinson

    CAPÍTULO 1

    Una mañana, y hacia el comienzo de la primavera, bebía yo, una taza de café, recostado sobre la columna de la pared del living de mi casa. El reloj acababa de dar las nueve y treinta, y la sobria soledad caminaba a sus anchas por el interior de mi hogar. Fue en esos íntimos momentos que albergué para mis adentros, la promesa de ser visitado por cierta damisela que pronto llamaría a la puerta.

    La luz natural proporcionada por los amplios ventanales que oportuno decidí instalar, embebían de cálidas y agradables influencias a mi humilde morada. Y todos sabemos que el sol es el ingrediente principal en la elaboración de la vida, sin embargo, en algunos espacios, la luz artificial resultaba eficiente, como por ejemplo en los pasillos y en los clósets. En cuanto a todo lo demás, se revestía de una franca y espléndida luminosidad, tal el caso, de las habitaciones y entradas, que eran revestidas de una hermosa claridad matinal.

    Todo esto declaraba que el día iniciaba radiante; con sus percepciones, sonidos, y el ajetreo de una nueva jornada. Y en medio de ese irrumpir diurno, reconozco que mi alma pulsó con la fuerza de una atracción similar a la que la tierra ejercía sobre la luna.  Por consiguiente, los latidos se acrecentaron de una manera sobrecogedora cuando escuché que alguien llamaba a la puerta principal.  

    Respirando en profundidad, descendí los pocos escalones que me conducían hasta la puerta de entrada. Aferré el picaporte y lo halé con firmeza, dispuesto a enfrentar lo que vendría una vez que la saludara y nos embarcáramos hacia lo que consideraba, una exigida obligación.

    ─ ¡Señor Hadrien! ─expresó Ailana, saludando con una sonrisa. Un bella trigueña de ojos color miel, semblante sereno, rostro particularmente cuidado, cubierto por una leve tonicidad producto del maquillaje. Con sus labios medianos retocados con suavidad en un color granate oscuro, que le brindaban un maravilloso aspecto sensual. Y sus cabellos negros con un corte moderno, cumplían con el requisito de la sencillez.

    Además, vestía una playera blanca con inscripciones que se acentuaban como grafitis. Llevaba unos jeans negros al cuerpo, y zapatos con tacones de color bordó. Asimismo, traía consigo, un par de pulseras de oro y plata, aquí y allá. Una delicada gargantilla de oro con un corazón donde llevaba grabado su nombre. Una cartera de mano de cuero y del mismo tono que su calzado, junto a una sonrisa bien elaborada. Dicha visitante, me vio directo a los ojos y yo a los suyos.

    ─Hola Ailana.

    ─ ¿Estás preparado? ─dijo con una dulce sonrisa─. Espero que los nervios no te tomen desprevenido, mis padres no son muy estrictos. Te caerán bien ya lo verás.

    ─ ¿Tus padres? No; no estoy nervioso ─respondí mirando la suave ondulación en el centelleo de sus ojos. Un centelleo que expresaba su felicidad por ciertas cosas. Como en este caso, donde debía conocer a sus padres.

    ─Muy bien guapo, esperaremos unos minutos de todas formas. Te habrás dado cuenta de que he venido antes de lo previsto; pero fue por una buena razón, deseaba prepararte antes de verlos.

    ─Me parece acertado dado que poco me has hablado de ellos.

    ─Si, y lo siento, no pensé que quisieras conocerlos.

    ─ ¿Por qué dices eso?

    ─No sé, supongo que tu comportamiento contemporáneo me indicó otro tipo de señal que no supe interpretar. Es decir, tú eres de mente abierta. No te preocupan los cambios. Vives en una constante expansión, crecimiento y... todo eso ─su sonrisa picaresca y sus manos entrelazadas por delante, entretanto, rotaba su figura de un lado hacia otro, me indicó que esto le divertía sobremanera.

    ─Preciosa, me emociona tu impresión acerca de mí, y mucho lo hace; pero, si no te lo he mencionado. No pienses que no me importa. Si callé, no significó indiferencia, sino paciencia. Eres la viva expresión de un mensaje divino, estoy feliz contigo y aquello que para ti es importante, lo es también para mí.

    El beso fue ardiente, lleno del más cándido afecto. Succioné su hermosa lengua y...

    ¿Qué otra cosa puede suceder en momentos como estos, entre dos enamorados?

    ─De acuerdo ─dijo, apartándose despacio─. Sentémonos y te diré lo que necesitas saber.

    Echamos a andar en un dialogo donde sus ojos y rostro se iluminaban al hablar de sus padres. Todo abarcó, desde anécdotas, datos de uno y otro, hasta gustos y tradiciones. Y durante el transcurso de nuestra conversación, no me detuve a juzgar o imaginar escenarios posibles. Bloqueé todo intento de temor, disuasión y error que pudiera llegar a cometer como el invitado de honor que sería.

    Yo sabía muy bien que, para mí dulce prometida, la velada sería muy importante. Una situación que, en verdad, me resultaba atrevida, y hasta un poco desafiante. Incapaz de razonar deliberadamente, de concebir un pensamiento, y mucho menos de enseñar una señal de alarma, me limité a sonreír, asintiendo a cada una de sus propuestas. En ese punto, comprendía también que el reto de un presumible rechazo por parte de sus progenitores, podría llegar a ser inevitable.

    Entiende lo siguiente, estimado lector. He sido escritor y todavía lo soy. También dibujante y hasta incursioné en grupos literarios. Por lo que, no sería bien visto para mis posibles suegros, el que su hija esté saliendo con un empedernido romántico de letras y acuarelas. Creo yo, que ese era un punto en contra para mí.

    Y mientras tanto mi novia de fulgurantes ojos encantadores alcanzaba la cima de su relato, a saber: esos instantes de fascinante drama; como la vez que fue liberada de las garras de unas porristas alocadas, que pensaron le había robado el novio de su líder. Y también aquella otra, en la que, por pura suerte del destino ─lo cual sostengo que no fue así─; casi se precipita de una colina rocosa, salvándose a duras penas de

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