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Dolunai, Antología de Fantasía Urbana
Dolunai, Antología de Fantasía Urbana
Dolunai, Antología de Fantasía Urbana
Libro electrónico155 páginas2 horas

Dolunai, Antología de Fantasía Urbana

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En septiembre de 2013 se realizó una convocatoria abierta de Monstruito Ediciones, para recolectar cuentos terminados y autoconclusivos de Fantasía Urbana escritos en Español, que pudieran publicarse y distribuirse de manera gratuita a través de Internet.

En total se recibieron veinte historias, de las cuales 12 cumplieron con los requisitos específicos de la convocatoria. Estos 12 autores son los que podrás leer en esta antología.

Se incluyen fantasías urbanas clásicas, misterios de difícil resolución, algo de weird y por supuesto terror.

Queda abierta la invitación para que leas y dejes tus comentarios o reseñas en Goodreads.

Santiago, Chile
Enero de 2015

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 ene 2015
ISBN9781310260698
Dolunai, Antología de Fantasía Urbana
Autor

Monstruito Ediciones

Todos tenemos un monstruito que habita en el subconsciente, algunos son tenebrosos, otros son dulces y tiernos, y todos traen consecuencias. Los libros están repletos de estas criaturas, y a través de la lectura podemos exorcizar los peores y valorar lo buenos.Monstruito Ediciones es una editorial simple. Publicamos eBooks. Nuestro público es juvenil y adulto joven.Nuestros eBook se distribuyen online, en todos los formatos y para todo el planeta.Nuestras/os autores reciben desde el 10% hasta el 30% del precio de venta del libro en su cuenta de Paypal, dependiendo de su volumen de ventas.¿Quieres hacernos una pregunta? Escribe un correo electrónico a ediciones@monstruito.cl

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    Dolunai, Antología de Fantasía Urbana - Monstruito Ediciones

    DOLUNAI

    Cuentos de Fantasía Urbana, Volumen I

    Escritos por

    Patricia K. Olivera

    Joel Cavaleri

    I.C. Tirapegui

    Gonzalo Fernández

    Sergio A. Amira

    Jorge Araya Poblete

    Inti Carrizo-Ortiz

    José Luis Flores

    L.J. Salamas

    Romina Riquelme Maturana

    Camila Rebolledo Krefft

    Fernando Gálvez

    Copyright © 2013 Monstruito Editores

    Los autores son dueños absolutos de los derechos correspondientes a sus obras individuales. Monstruito Ediciones solo opera como Antologador de la colección.

    Está prohibida la reproducción o comercialización, parcial o total, de cualquiera de las obras sin la autorización explícita de cada autor.

    ISBN 13: 9781310260698

    Monstruito Ediciones

    ediciones@monstruito.cl

    monstruito.cl


    Esta Antología

    En septiembre de 2013 se realizó una convocatoria abierta de Monstruito Ediciones, para recolectar cuentos terminados y autoconclusivos de Fantasía Urbana escritos en Español, que pudieran publicarse y distribuirse de manera gratuita a través de Internet.

    En total se recibieron veinte historias, de las cuales 12 cumplieron con los requisitos específicos de la convocatoria. Estos 12 autores son los que podrás leer en esta antología.

    Se incluyen fantasías urbanas clásicas, misterios de difícil resolución, algo de weird  y por supuesto terror.

    Queda abierta la invitación para que leas y dejes tus comentarios o reseñas en Goodreads.

    Santiago, Chile

    Enero de 2015


    «La Mujer del Puerto», Patricia K. Olivera

    Aún recuerdo aquella noche. Si cierro los ojos puedo rememorar la Ciudad Vieja de aquel Montevideo que supo verme pasar y perderme entres sus calles estrechas, algunas adoquinadas, y las pocas casas coloniales que a duras penas se mantenían en pie, rodeadas de edificios de estilo y de oficinas, que exhibían la cartelería de algún proyecto de vivienda que pronto daría inicio. Puedo escuchar la conversación de aquel par de borrachos que, sentados en el cordón de la vereda, buscaban arreglar en mundo, y el sonido de la música y algún que otro grito proveniente de las casas de inquilinato. El olor del agua salada proveniente del puerto, a unas pocas cuadras, me envuelve y me transporta a esos alrededores desde donde veía los botes pesqueros, las lanchas de la prefectura y los cruceros que comenzaban a llegar a esa altura del año… De ese año en el que estaba por cambiar mi vida, a punto de culminar mi carrera de Contador, ascender en la empresa donde trabajaba y pedirle a mi novia de pasar a un nivel más serio en nuestra relación. Sí, ese año la vida me cambió para siempre…

    El eco de mis pasos sobre los adoquines, mojados por el rocío nocturno, resonaba en el aire. Aunque ya estábamos en los primeros días del mes de octubre las noches seguían siendo bastante frías. Deseaba llegar a casa lo más pronto posible. No había tenido un buen día en la oficina y solo  quería tomar un baño caliente y meterme en la cama.

    Un grupo de chicas y chicos pasó junto a mí, riendo y charlando animados. Por los atuendos que usaban concluí que se preparaban, con bastante anticipación, para celebrar la noche de Halloween . Sonreí para mis adentros recordando mi época infantil, cuando salía con todos mis amigos a recoger caramelos. Nuestras abuelas o madres estaban casi todo el año confeccionando los disfraces para ver quién lucía más terrorífico, no solamente  para alardear ante las chicas , sino  para ganar en el concurso del club donde hacíamos deportes.

    Pasaron varios años desde mi último Halloween , ahora tenía cosas más placenteras para hacer en una noche como esa. Me mordí el labio inferior al imaginar a mi novia metida en la cama, adormilada debido a la agotadora jornada en la facultad y en la clínica donde hacía la pasantía. Apuré el paso, ansioso por disfrutar de su calor.

    Aún me faltaban varias cuadras para llegar al apartamento. Un dúplex que fue una antigua casa en bastante mal estado y que refaccioné convirtiéndola en un gran espacio sin divisiones, con un cómodo entrepiso. Los grandes ventanales fueron la causa de que decidiera comprarlo, pues permitían ver la bahía de Montevideo. Quizá la ubicación no era muy buena, teniendo en cuenta que se trataba de una zona antigua de la ciudad que coincidía con los accesos al Puerto. Por allí era frecuente ver a los marinos extranjeros que, recién llegados, buscaban un poco de diversión; por ende, también era la zona favorita de las prostitutas. Si bien el barrio tenía fama de ser inseguro yo no podía quejarme; apenas hacía un año nos habíamos mudado con mi novia y nunca tuvimos ningún tipo de problemas, y esperaba no tenerlos en el futuro.

    Iba tan distraído que no me percaté de que todos habían desaparecido. Una neblina poco frecuente en esa época del año se había adueñado del espacio y era difícil ver con claridad. Todas las puertas estaban cerradas a cal y canto, salvo en algunas pequeñas almacenes de ramos generales que funcionaban de forma clandestina a una hora en la que los pocos supermercados de la zona ya habían cerrado. De repente, mi pie  golpeó algo blando y oí el lamento de un perro que de inmediato comenzó a alejarse, por lo que deduje que había salido corriendo como alma que lleva el Diablo. En medio de mi conmoción casi me caigo al patear una botella de vidrio cuyo sonido volvió a alterar ese silencio que ya me asustaba en serio y se me metía en el cuerpo de la misma manera que el olor salobre que provenía del mar. Miré a mi alrededor y, a pesar de no ver a nadie, tenía la sensación de que me observaban. Apuré el paso, tiritaba de frío, esa intensa niebla me había dejado las ropas y el cabello húmedos.

    En el apuro tropecé con una figura encorvada y harapienta que, de la nada, salió a mi encuentro dándome un gran susto. Me dijo algo, no entendí sus palabras, pero sí los gestos obscenos que hacía mientras se levantaba los trapos que usaba como pollera y movía las caderas atrás y adelante, dejando oír con claridad unos guturales jadeos. Recuerdo que murmuré una maldición, me aparté con brusquedad y continué mi camino; oí que me insultó, giré para responderle y quedé sin habla al ver a una vieja horrible que me apuntaba con el dedo y decía algo. Podía verla con claridad, como si la niebla en torno a ella se hubiera disipado por obra de algún encantamiento; no me costó mucho comprender que me estaba amenazando. Su boca desdentada se curvó en una horrible mueca sin dejar de sobarse los senos flácidos y caídos que había dejado al aire, lanzó una estridente y chillona carcajada y desapareció de mi vista.

    Quedé pasmado, el trayecto que me faltaba para llegar a casa lo hice corriendo. Llegué sin aliento. Al ver que mi novia dormía aproveché para darme esa ducha caliente que tanto necesitaba. Estuve un buen rato bajo el agua, tratando de serenarme; aún me parecía escuchar esa siniestra carcajada. Se me había quitado el hambre así que luego de ponerme el pijama me escurrí entre las sábanas, me abracé fuerte a mi novia y me dormí al instante.

    Al otro día, durante el desayuno, le conté lo ocurrido; solo logré que se riera de mí y me tildara de paranoico. Pensé que quizá tenía razón y decidí olvidar el asunto, en el último tiempo trabajaba demasiado y seguro eso me estaba afectando. Volví a hacer el mismo camino de la noche anterior para llegar al trabajo. A esa hora de la mañana el panorama era muy distinto, la calle lucía inofensiva con la gente que iba y venía hacía sus quehaceres cotidianos. Al llegar al sitio donde tuve el extraño encuentro miré de reojo, desde la vereda de enfrente, y me pareció ver a alguien. No era la vieja, se trataba de una mujer joven, vestida como una odalisca, que me observaba con insistencia. Continué mi camino sin perderla de vista, pero en cuanto parpadee desapareció.

    Estaba exasperado, nunca me había sucedido nada raro y, de un día para otro, extraños personajes parecían acecharme. Lo atribuí al ambiente que se estaba gestando previo a la celebración de Halloween . Procuré no darle importancia y me concentré en el Estado de Cuentas que en ese momento imprimía para mi jefe.

    Esa tarde, otra vez me pidieron hacer horas extras. Siempre pasaba con los cierres del mes y, para ser sincero, ese dinero extra le venía muy bien a nuestra economía. Salí del trabajo bastante tarde, el clima estaba tal como la noche anterior. Aproveche que no era mucho el tránsito y caminé por el medio de la calle para evitar así cualquier otro encuentro desafortunado. Los escaparates de algunos pequeños comercios exhibían luces y decoraciones con motivos terroríficos. A mis oídos llegaba el sonido de la música y las risas provenientes de alguna fiesta que se celebraba por los alrededores. Por lo menos el lugar no lucía tan solitario y amenazante como la vez pasada. Estaba a punto de cruzar cuando vi a la joven salir de la penumbra del callejón y caminar despacio hacia mí. Tenía sus maravillosos ojos verdes fijos en los míos y una sonrisa demasiado perturbadora estampada en la cara. Mi vista no me había engañado: parecía una odalisca escapada de un harén, una extraña aparición que me invitaba a disfrutar de placeres jamás imaginados. Cualquier idea que tuviera en mi mente hasta ese momento se había evaporado y no era ya ni siquiera dueño de mis movimientos; mis pasos iban hacía ella, adentrándose en ese callejón en penumbras, sin importar quién era ni de dónde había salido. De inmediato me vi dentro de una tienda primorosamente decorada con telas de seda y velos de colores; los almohadones, colocados al descuido por todo el piso, estaban cosidos con hilos de oro, y los utensilios que veía eran todos de plata. El aire olía a incienso y una música sensual e hipnótica salía de alguna parte. Frente a mí, la odalisca iniciaba la danza del vientre. Con movimientos lentos, suaves y fluidos, movía las diferentes partes del cuerpo a intervalos de tiempo distintos, centrando sus ondulaciones ora en las caderas y el vientre, ora en los brazos que movía de forma hipnótica. Poco a poco se fue acercando a mí, que la observaba con la boca abierta casi sin respirar; no sabría decir si por miedo a romper el hechizo o por los temores que había experimentado recientemente en ese mismo lugar. Cerré los ojos, ella estaba tan cerca que podía oler el perfume que la envolvía y que me mareaba de tan fuerte que era. Cuando los volví a abrir tenía su rostro cerca del mío , movía con suavidad los brazos por sobre mi cabeza. Sus ojos de gata parecían hurgar en todos mis secretos, mientras una sonrisa provocativa se ensanchaba en su boca de dientes blancos y perfectos. Se alejó de repente, con el mismo movimiento sensual y armonioso, y dejó caer uno a uno los siete velos que cubrían su cuerpo.

    A la mañana, los fuertes bocinazos de los camiones del puerto fueron mi despertador. Apenas podía abrir los ojos por la claridad de la mañana. Comencé a sentir frío y poco a poco me situé en la realidad, parpadeando varias veces ante lo que veía. La fantástica tienda había desaparecido y yo me encontraba en el callejón, acostado sobre unas telas raídas desperdigadas por el piso, unas mantas viejas tapaban mi desnudez. Los grandes vehículos pasaban unos tras otros, el día acababa de comenzar y yo había despertado allí, no podía creerlo; ¿qué hacía en ese lugar? Recordé lo sucedido, miré a mí alrededor y a mi lado vi un bulto cubierto por mantas andrajosas; lo descubrí y el rostro de la vieja me sonrió con su boca sin dientes. La horrible risa volvió a colarse en mis oídos, unas arcadas incontrolables me invadieron al verla desnuda junto a mí. Me sentí enfermo, me caí varias veces antes de ponerme en pie y cuando lo logré no podía mantener el equilibrio. El vidrio roto de una de las ventanas del depósito a cuyo costado había sucedido todo, me devolvió una imagen lastimosa de mí mismo desnudo, pálido y ojeroso. Me incliné para vomitar la bilis que me revolvía el estómago. Tomé consciencia de mi estado febril, lo único que deseaba en ese momento era llegar a casa como fuera, sentirme seguro en un sitio  conocido que me devolviera a la realidad de lo que había sido mi vida hasta ese momento. Como pude tomé mis ropas, desparramadas por el piso, y me

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