Eros di satire
Por Kevin M. Weller
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Froilán Suiter es un hombre fuera de lo común, adicto a los placeres carnales y también alocado como un adolescente. Su complicada vida se ve sumergida en la miseria y la delincuencia, lejos de todos los lazos familiares, se enfrenta a la cruda realidad tal y como es. Descubre de casualidad un bar singular en el que trabajan hombres libertinos que harán que su vida dé un vuelco de ciento ochenta grados.
Kevin M. Weller
Kevin Martin Weller es un autor vanguardista, independiente y autodidacta, nacido en Bs. As. en julio del año 1994. Es un literato perfeccionista, amante de la filosofía, la ciencia y el arte. Ha estudiado la ciencia del lenguaje y la ciencia de la literatura desde su adolescencia y dedica gran parte de su tiempo a la lectura y la escritura, como si se tratase de una obsesión de la que no puede despegarse por nada del mundo. Trabaja como técnico en electrónica y refrigeración, aunque de manera independiente y esporádica realiza otros trabajos.
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Eros di satire - Kevin M. Weller
Prólogo
En el mundo real existen distintos tipos de pervertidos, los que violan gente por gusto y los que fantasean con ser violados; he aquí la gran diferencia. Ahora bien, hay quienes no se conforman con el sexo tradicional, con la masturbación ni con la pornografía, es por ello que buscan más allá de lo que atrae a la mayoría. Y es así que cada día aparece un loco disímil con una nueva carta en mano.
Hombres libidinosos, domeñados por la perversidad, anhelan algo más que el placer que les puede otorgar el contacto físico, desean lo prohibido, lo aberrante, lo tabú. En plena búsqueda, a veces hallan lo que quieren, a veces no. El temor a experimentar cosas nuevas puede resultar un obstáculo para muchos, no para los más osados, los desenfrenados libertinos que la Santísima Inquisición no exterminó nunca.
Donde el pecado no existe, donde la libertad es una ilusión, donde la fruición es el fin supremo, donde el único imperativo categórico es el anhelo por lo anormal, el deseo por lo indebido, ahí mismo es donde van quienes, inconformes con la vida, aspiran a sentir más de lo que pueden soñar.
I. Una vida de mierda, un trabajo de mierda, un futuro de mierda
Como todo hombrezuelo que no se halla a sí mismo en este mundo en el que no se sabe qué pasará mañana, mi vida había estado en la cuerda floja desde que tengo uso de razón. Siempre lo dije, no se puede esperar nada de nadie ni mucho menos de uno mismo, cada vez que te planteas alcanzar una meta, algún bastardo se interpone y te saca del camino. La vida es así; vivir es así.
¿Cómo surgió todo? Bien, antes que nada, debo reconocer que no siempre fui lo que soy ahora. Por suerte, tuve la oportunidad de conocer un hombre (mi actual pareja) que me pudo sacar del fango. Estaba atrapado en un pantano interminable, no habría podido salir a flote de no ser por él. Ahora lo considero mi héroe, lo menos que puedo hacer es amarlo con todo el fervor del mundo.
Siempre fui lascivo, lo admito, negarlo sería el sumun del cinismo, nunca tuve problema en admitirlo, lo sabe todo el mundo, hasta mis padres que están enterrados bajo tierra. No por nada me gané un gracioso y singular apodo: Bonobo. Me pusieron así en referencia al macaco, no al músico inglés. Pues bien, resulta que soy más calentón que uno de esos primates. Desde los seis años que me manoseo el pajarito, empecé explorando mi cuerpo como cualquier niño normal, hasta que un día, siendo ya adolescente, descubrí que jalarse el chorizo puede ser mucho más divertido de lo que parece. Fue el inicio de mi obsesión. Me volví adicto a la paja.
Lo mejor fue que tenía un vecinito, un año menor que yo, con quien jugaba todos los días de la semana. Con él descubrí algo estupendo: una amistad homosocial que formaría los cimientos de mi sexualidad. Si bien es cierto que con él nunca tuve sexo, en más de una ocasión nos tocamos con malas intenciones. Lo malo es que, contrario a lo que pensaba, dejó de hablarme el día que consiguió su primera novia. A fin de cuentas, el amiguillo íntimo que tuve de niño resultó ser hetero. Cosas que pasan.
Mi amigo y yo tuvimos una relación bromántica que perduró por más de cinco años, pero acabó en nada. En la edad del pavo ya fue distinto, tuve otro amigo cercano con el cual compartí algunas experiencias íntimas, nos llegamos a tocar el bulto en algún que otro roce accidental jugando fútbol, no más que eso. A veces jugábamos a pellizcarnos el culo o darnos nalgadas. Cosas de púberes.
En ese mismo periodo, tuve otros dos amigos cercanos con los cuales salíamos los fines de semana, chupábamos como un cosaco y fumábamos como chino en quiebra. He de admitir que fue la mejor época de mi vida, no para mi hígado y mis pulmones, sí para mi mente, que se sentía a gusto con tanta gente buena onda a mi lado. Fueron los años de oro de mi juventud, rodeado de valiosos amigos que me querían.
Conforme fue pasando el tiempo, mis lazos de amistad comenzaron a desvanecerse, todos mis amigos, con los que alguna vez la pasé bomba, desaparecieron de la noche a la mañana. Me dejaron solo, cada uno se fue a hacer su vida. Hoy todos están casados con una mujer y tienen hijos. Soy el único que no hizo lo mismo que ellos, y por una razón simple: soy más gay que un fan de Coldplay. Bueno, no tanto, quizá exageré un poco.
Desde que salí de la escuela, la cosa no fue igual. Mi vida como estudiante universitario ya no fue tan entretenida, me fui a estudiar bibliotecología, ni sé para qué mierda escogí esa carrera del orto que no tiene salida laboral, supongo que lo hice para decir que hacía algo con mi vida vacía. Mis padres eran exigentes y querían que estudiase algo, alguito, querían que me recibiera y me fuese a hacer mi vida. Cómo si un título universitario sirviese de algo hoy en día.
Mi hermano mayor había tenido mejor suerte que yo, al ser un hombre social, atractivo y gárrulo consiguió un buen trabajo sin siquiera terminar una carrera universitaria. A los veintitrés años ya estaba viviendo solo, con una mujerzuela que tenía de mucama. Consiguió un buen departamento, se compró un auto y se quedó en su madriguera.
Mi hermano, que no parecía mi hermano, era cinco años mayor que yo, tenía un cuerpo fornido, ojos claros, una voz gruesa y el cabello lacio. A las mujeres