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Los danzantes de pascola: un grupo ritual del noroeste de México
Los danzantes de pascola: un grupo ritual del noroeste de México
Los danzantes de pascola: un grupo ritual del noroeste de México
Libro electrónico343 páginas4 horas

Los danzantes de pascola: un grupo ritual del noroeste de México

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Los pascolas son un grupo ritual que sólo se localiza en el noroeste de México. La importancia de los pascolas radica en su vital nexo con el pedido de lluvias, ya sea para el florecimiento o para la cosecha, sobre todo de maíz. Por ello son tan significativos para la realización de fiestas religiosas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 oct 2023
ISBN9786075398266
Los danzantes de pascola: un grupo ritual del noroeste de México

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    Los danzantes de pascola - José Luis Moctezuma Zamarrón

    Introducción

    ———•———

    Los pascolas representan el único rasgo cultural que comparten los grupos indígenas que habitan el noroeste de México, a excepción de los grupos yumanos. Los pascolas tienen su origen entre un gran número de sociedades conocidas como cahitas, que habitaban desde el sur de Sinaloa hasta el sur de Sonora, de los cuales sólo quedan los yaquis y los mayos. A los pascolas de éstos los acompaña el venado en casi todo evento ritual.

    Los misioneros no dejaron ninguna información sobre los pascolas u otros grupos rituales por considerar que eran herejías y, según las normas religiosas y políticas de la época, no debían registrar ningún aspecto que fuera considerado como apostasía. Sin embargo, dado el importante carácter entre los grupos indígenas cahitas, los jesuitas rompieron las reglas dictadas desde España y negociaron con los grupos nativos para incorporarlos al sistema religioso católico, por lo cual hubo cambios en la forma original de este grupo ritual. Sin embargo, gracias al trabajo ritual que siguen desarrollando en las fiestas del catolicismo nativo que practican los grupos étnicos de la región, así como de la cosmovisión asociada a los rituales, incluyendo algunos mitos, podemos darnos una idea de algunas de las características de éstos, como elementos surgidos desde la época prehispánica.

    Los misioneros jesuitas los integraron a la religión católica y fue tal su influencia que los pascolas pasaron al resto de los grupos indígenas de la región, la mayoría de ellos de origen lingüístico yutoazteca, que de alguna manera comparten algunos otros rasgos culturales. A pesar de su importancia, el venado no forma parte de la danza ritual de las sociedades que incluyeron a los llamados pascoleros y sólo parte de la indumentaria fue añadida junto con los danzantes, aunque cada grupo los adoptó siguiendo sus propias visiones del mundo.

    Los que adquirieron a los pascolas, a raíz de la migración de grupos de trabajadores yaquis a otras regiones indígenas y permitidos por los jesuitas fueron: rarámuri ‘tarahumara’, guarijó o makurawe ‘guarijío’, o’ob ‘pima’, tohono o’odham ‘pápago’ y ódami ‘tepehuano del norte’. Por su parte, el grupo comcáac ‘seri’, sin tener ninguna relación lingüística y cultural con los yutoaztecas, al ser una lengua aislada, con rasgos culturales propios, incorporó la danza de pascola a sus rituales a partir de la cercanía territorial que compartía con los yaquis. De hecho, algunas canciones de pascola todavía se cantan en lengua yaqui (Moctezuma y Vázquez, 2015).

    Este volumen pretende difundir de manera comprensible para el público en general, las principales características de la gran diversidad que representan los pascolas –o pascoleros– entre los grupos indígenas del noroeste, así como dar cuenta de los múltiples elementos que entran en juego en este grupo ritual y su relación con la religión católica nativa de estos grupos étnicos, así como algunos de los elementos presentes en la visión del mundo que subyace a sus prácticas rituales y la forma de caracterizar su presencia en todo acto de tipo religioso.

    Figura1

    Figura 1. Mapa de los grupos étnicos del noroeste. José Luis Moctezuma y Alejandro Aguilar (coords.) 2013. Los pueblos indígenas del noroeste. Atlas etnográfico, México: inah/inali/isc, p. 40.

    Los trabajos aquí expuestos son una colaboración de investigadores, promotores culturales y actores sociales dedicados a esta actividad, con muchos años destinados al estudio, promoción y práctica de la actividad llevada a cabo por los pascolas en casi todos los grupos de la región, a excepción de los tepehuanos del norte, grupo originario del estado de Chihuahua, de quienes no contamos con información para este volumen. El trabajo colectivo en este volumen permite tener una idea más global sobre los pascolas en toda la región que muestra una gran diversidad en varios aspectos, sobre todo en su parafernalia, actividad dancística y la cosmovisión que expresa dentro de cada grupo étnico que incorporó en su ritualidad a estos singulares personajes.

    El artículo inicial, de José Luis Moctezuma, con más de 37 años de investigación con yaquis y mayos, presenta varios aspectos relacionados con el origen de los pascolas en la época colonial; el significado del término pascola, como un híbrido entre la palabra española pascua, que en ese tiempo tenía el significado de fiesta y el vocablo de origen cahita o’ola ‘viejo o sabio’, expresado en las lenguas yaqui y mayo como pajko’ola. Estos personajes rituales están íntimamente ligados a uno de los mundos o universos de estos grupos étnicos, conocido como el juya ania ‘el mundo o universo del monte’. Para estos grupos, en este espacio natural y simbólico, tienen su origen los pascolas y el venado, una forma de representar la relación entre el bien y el mal, aunque en realidad es un fenómeno más complejo. Por último, ofrece un breve panorama de la forma en que los pascolas pasaron a otros grupos de la región a través de las migraciones de los yaquis y la importancia que le dieron los misioneros jesuitas a éstos para integrarlos en otras sociedades indígenas, aunque cada uno lo incorporó desde su propia visión del mundo.

    El trabajo de Miguel Olmos, investigador con una larga trayectoria en el estudio de los pascolas, pone énfasis en el simbolismo y la estética de este grupo ritual. Hace ver el sincretismo entre la religión católica y la herencia prehispánica que dio origen a lo que hoy conocemos como pascolas entre yaquis y mayos. También hace referencia a los mitos asociados con su creación, en los que aparecen diversos símbolos y significados, algunos relacionados con el origen de los yaquis, a través de seres ancestrales llamados surem y de personajes del catolicismo, como la virgen, Dios y el diablo. Olmos deja clara la importancia del juya ania ‘el mundo natural’ y el yo ania ‘el mundo antiguo o venerable’ y sus dones para convertirse en un buen pascola. A su vez, ofrece una interesante referencia al papel del chivo negro, o macho cabrío en relación con la obtención del don. Además, presenta varios aspectos relacionados con los pascolas, desde su indumentaria hasta su papel en el ritual como un ser juguetón y hasta transgresor de las normas de estos grupos, relacionándolos con personajes semejantes en otras regiones de México y Estados Unidos.

    El capítulo escrito por Pablo Sánchez, especialista en los pascolas mayos, tiene como base sus tesis de licenciatura y maestría. En su texto de difusión muestra la importancia de los pascolas en la ritualidad del grupo autonombrado yoreme ‘la gente’ y su impacto en el ámbito folklórico, sobre todo en el caso de su acompañante, el danzante de venado. Sin embargo, a pesar de su participación fuera de sus comunidades, los pascolas tienen como referente principal el ritual que realizan dentro de la ramada. Señala que, en el contexto festivo-religioso, ellos practican sus danzas y otras actividades del ceremonial en el interior de su espacio vital, una representación del juyya ánia ‘el monte’. Dentro de la ramada cada parada (grupo de pascolas, venado y sus músicos) se coloca hacia los cuatro lados del recinto, llamados los cuatro altares. Los primeros dos ocupados por los músicos de cuerdas de los pascolas, el tercero, el tambolero, y el cuarto, los cantavenados.

    A diferencia de los mayos, las ramadas yaquis cuentan con tres grupos de música, con un solo grupo de cuerdas. Además, su construcción no tiene cuatro paredes sino tres y el tambolero siempre se recarga sobre un tablón clavado en la tierra, en el espacio abierto de la ramada.

    Sánchez también aporta la importancia del ‘monte’ para los pascolas, incluyendo su origen, los animales y las plantas del monte que tienen que ver con los danzantes, los mitos, así como los dones que se pueden obtener en ese espacio vital para los miembros de este grupo ritual.

    El aporte de Antolín Vázquez, miembro de la comunidad mayo y promotor cultural en el estado de Sonora desde hace más de 35 años, es muy significativo por el acercamiento que tiene con los pascolas, tanto por su participación como miembro del grupo étnico, como por su actividad de promoción de la cultura de este grupo indígena. Ser yoreme implica comprometerse con el ceremonial religioso, y su familia y él han sido muy activos en el respeto por la tradición, que ha implicado la participación de los pascolas en los rituales familiares decenas de veces. A su vez, como promotor, ha trabajado de forma muy cercana con los pascolas de la región, a quienes ha apoyado y con los que ha convivido en decenas de presentaciones dentro y fuera de las comunidades mayos. Estas actividades las plantea en su aporte en este libro, dando a conocer los pasos para amarrar el compromiso de los pascolas para toda fiesta. También señala la problemática que tienen los miembros de este grupo ritual, así como las actividades que han desarrollado como parte de su promoción y apoyo. Al final, presenta una serie de testimonios de pascolas muy experimentados.

    Siguiendo con los mayos, pero ahora de Sinaloa, Hugo López, investigador con 20 años en esta región, expresa el carácter de los pascolas por sus características polifacéticas, dado su gran versatilidad en sus funciones ceremoniales, relacionadas con una carga mítica y simbólica, junto con un gran valor estético, sus alcances histriónicos, su fuerza moral, pedagógica y hasta subversiva. Parte de reconocer la afinidad entre los pascolas yaquis, con los mayos de Sonora y de Sinaloa, aunque reconoce que existen ciertos aspectos particulares es cada uno de los tres grupos; por supuesto, más semejantes entre los mayos. Entre las diferencias con los sonorenses incluye: enredar en un mechón de cabello en la parte de la coronilla con una flor hecha de papel crepé; el uso de colores más claros en las máscaras, a diferencia de los de Sonora y los yaquis que tienden a pintar las máscaras de color negro; el uso de una especie de faldilla blanca que le llega hasta las rodillas. La labor de los pascolas lo centra en la pajco jo´ota o ‘fiesta de la ramada’, espacio propio para su trabajo ritual y elemento sustantivo de las fiestas comunales y familiares. Al mismo tiempo desarrolla dos perspectivas de análisis, la intracomunitaria y la extracomunitaria. En la primera hay una dinámica interna que intenta continuar con el ritual, mientras que en la segunda existe una situación contradictoria, entre el desconocimiento y la folclorización y por otro su reconocimiento y difusión por parte de los propios actores sociales y promotores de su enorme riqueza.

    Luis Hernández nos presenta sus vivencias como pascola de Sinaloa. Con nivel de licenciatura, ha vinculado su labor, como pascola, con su trabajo como promotor cultural de alto nivel dentro de la Universidad Autónoma Indígena de México. Aquí, narra sus experiencias desde pequeño para convertirse en parte del elaborado proceso para integrarse a uno de los grupos rituales más representativos de este grupo étnico. Aclara los mecanismos por los cuales los niños comienzan desde temprana edad a interesarse por las danzas a partir de ver el trabajo ritual de sus mayores, aunque para ser un buen paxköla requieren tener una experiencia en el tenku ania ‘el mundo de los sueños, el lugar de los sueños’, ligado directamente con el juyya ánia ‘mundo del monte, lugar sagrado del monte’. Así fue como Luis tuvo un sueño con los judíos, llamados fariseos en Sonora y le contó a su tío que se había aprendido en lengua mayo una canción de venado, a lo que su pariente comentó que podría ser maasobuikléero ‘cantavenado o músico de venado’. Entre sus enseñanzas implicó la solicitud de un compañero, utilizando un jinabaka ‘discurso ritual’, para pedir a las hormigas que iban a tomar algunas piedritas del hormiguero, sin sentir dolor cuando lo hicieron. También buscar una faja de lana, porque en Sinaloa la usan de estambre, mientras en Sonora todavía las elaboran de borrego. En fin, que su historia personal se entrelaza con las historias de otros pascolas y sus enseñanzas, debido a los cambios que están experimentando las comunidades yoremem.

    Los siguientes tres artículos versan sobre los yaquis. El primero, de José Luis Moctezuma, da cuenta de los principales elementos presentes en la actividad ritual de los pascolas, desde su relación con el juya ania ‘el mundo del monte’, pasando por los elementos materiales y sus rasgos simbólicos, entre ellos la ramada, representación del juya ania y sus características, entre otras de construirse con materiales naturales, a diferencia de los ramadones mayos, ahora construidos con materiales industriales, por la que ya son permanentes. Otro aspecto comprende la riqueza de su parafernalia e instrumentos musicales y, en particular, la presencia de la flor, como elemento fundamental de la cosmovisión de yaquis y mayos. Dedica un apartado a las danzas, las bromas y los discursos rituales, la triada que implica ser un buen pascola, así como la práctica de varios juegos para concluir los cabos de años. Finaliza con algunos rasgos relacionados con los mitos que sustentan la presencia de los pascolas en la cultura de los autonombrados yoemem (yoeme en singular).

    Por su parte, Trinidad Ruiz, promotora cultural con cerca de cuatro décadas de coordinar y trabajar con promotores yaquis, hace un recuento de la labor realizada por las Culturas Populares desde 1984 en torno a los pascolas y el venado, sobre todo a través de los eventos que han realizado para discutir aquellos aspectos relacionados con estas danzas y sus ejecutantes. Señala que hay al menos 38 danzantes de pascola y ocho de venado en los pueblos tradicionales, además de 10 grupos bien organizados de niños y jóvenes que están en el proceso de aprendizaje de las suertes efectuadas en el ceremonial dentro de las comunidades. Al igual que el resto de los trabajos sobre yaquis y mayos, hay una referencia al juya ánia ‘mundo del monte’, además del yo’o ánia ‘universo antiguo’ y del yo’o joara ‘lugar de encanto’. Así, los cantavenados comienzan siempre con el sewa jippetam ‘petate de flores’ al inicio de una fiesta, con una referencia explícita a la sewa ‘flor,’ elemento primordial de la relación con la naturaleza que tienen los integrantes de este grupo ritual. Para dar continuidad a esta labor religiosa, los promotores culturales han realizado diversos encuentros y varios viajes a distintos lugares de México y del extranjero para dar a conocer sus tradiciones y continuar apoyando uno de los emblemas identitarios más reconocidos de este grupo étnico.

    En este volumen se encuentra el testimonio de Gildardo Valencia Piña, pascola mayor yaqui, del pueblo tradicional de Ráhum. La entrevista la hicieron Trinidad Ruíz y Domitila Molina Amarillas, mientras la traducción del yaqui al español la realizó Severa Matuz Valdez, las dos últimas promotoras culturales yaquis. La importancia de este material consiste en contar con información de primera mano de un portador de la sabiduría y la práctica de la actividad de ser pascola. Gildardo Valencia, como actor social de un trabajo ritual, nos remite a sus inicios a los tres años de edad y ahora cuenta con 45, por lo que con su experiencia ha llegado a la más alta jerarquía de este grupo, ser pascola mayor. Su don lo adquirió mediante el sueño con el chivato, antes de adquirir su lengua nativa. Su experiencia en el tenku ania ‘el universo de los sueños o de las vivencias’ lo puso en el camino de ser un oficio, según la visión del mundo que tienen los autonombrados yoemem. Ahora también es tambulero de los pascolas y el venado, gracias a su aprendizaje originado en un sueño, como lo fue para ser danzante de pascola. Narra una serie de experiencia y normas que deben de tener quienes forman parte de este importante grupo ritual para la comunidad yaqui.

    En todos los textos sobre los pascolas yaquis y mayos se menciona su labor como oficio, junto con el danzante de venado y los músicos de ambos. Este carácter lo obtienen al aprender y ejecutar un trabajo ritual dentro de las ceremonias comunitarias y familiares. Es un don que hay que obtener y practicar una vez que se convierten en los anfitriones de la fiesta, una vez que los invitan los fiesteros, las autoridades tradicionales o los miembros de una familia. Al igual que los maestros rezanderos y las cantoras, también con la condición de oficios, tienen el deber de acudir a donde se les llama para que una fiesta religiosa tenga ese carácter. Su labor es altamente valorada por los miembros de la comunidad y les guardan un respeto especial, por su investidura y trabajo ritual, el cual representa también un gran desgaste físico. Por ello, reciben un pago por sus servicios, casi siempre simbólico, que puede ser monetario o en especie.

    Por su parte, Claudia Harriss ha estudiado a los guarijós de Chihuahua por más de 30 años y ha documentado la participación de los pascolas en las fiestas tradicionales de los miembros de este grupo indígena de la sierra. A diferencia de sus vecinos mayos, de donde seguramente obtuvieron esta danza, junto con la influencia yaqui, no tienen un sistema complejo de participantes, ni una indumentaria tan elaborada como los pascolas originales. Sin embargo, estas características no opacan en absoluto su importancia tanto en su ritual como en su cosmovisión, lo que ha permeado la danza adquirida durante la época colonial. Harriss señala los elementos propios de estos danzantes, aunque al igual que yaquis y mayos, lo pueden llevar a cabo a nivel comunal o familiar. Las fiestas grandes, como el tuguri y la waremachi ‘Semana Santa’, son de tipo agrícola y requieren una organización mayor, no así las fiestas familiares, donde bailan junto a los pascolas, hombre, mujeres y pequeños. Su música, antes interpretada por músicos, ahora puede ser tocada en una grabadora, aunque con sones guarijós que evocan la naturaleza –lluvia, flora y animales del monte–. Los instrumentos tradicionales son el arpa y el violín, pero cuando no es posible contar con ellos lo hacen con guitarra. La indumentaria se compone de los ténabaris (ténebori en yaqui y mayo), llamados cha´egori en esta lengua. Los pascolas guarijós están en serio peligro de desaparecer, sobre todo por la escalada de violencia en la región y el impacto de los mestizos en la cultura y la ritualidad de este grupo étnico.

    En un primer capítulo, el material presentado por Alejandro Aguilar, investigador con más de 30 años de estudios con distintas comunidades étnicas, corresponde a los grupos guarijíos de Sonora, conocidos en los últimos lustros como makurawes y los pimas, cuyo etnónimo es o’ob. Los llamados makurawe tomaron de los mayos al grupo de los pascolas, seguramente por la influencia de los jesuitas para evangelizar más rápidamente a los indígenas del noroeste. Al igual que el resto de los grupos de la sierra, esta sociedad incorporó a los danzantes pero modificó varios aspectos. En primer lugar, sustituyó la danza del pedido de lluvia para el florecimiento del llamado juya ania ‘mundo del monte’, por un pedido de lluvias benignas para tener una mejor cosecha. Por ello, los pascolas bailan durante las fiestas de la tugurada y de la cava-pisca, ambas dedicadas para pedir y agradecer por las cosechas. En cuanto a los músicos, pueden participar uno o dos grupos de músicos, como con los mayos, una arpa y dos violines. También conservan más elementos del ajuar de los pascolas mayos, como es el uso de ténabaris, cinturones con cascabeles metálicos y las máscaras, un tanto diferentes a las de los yoremem, sobre todo con mayor colorido. Asimismo, los pascolas llevan a cabo juegos durante la tercera y última noche de la cava-pisca, haciendo alusión a diversos animales.

    Los o’ob también recibieron de los yaquis a los pascolas, con intermediación de los jesuitas. Aguilar expone los pascolas o’ob y las características que les son propias a partir de su particular forma de integrarlos a su cultura y visión del mundo. Muestra un dato importante de los pascolas de Ónavas, pueblo pima que hasta mediados del siglo xx mantenía rasgos culturales y hasta lingüísticos pero, en la actualidad, ya están casi totalmente desaparecidos. Según Pennington (1980), en ese tiempo todavía se practicaba la danza del pascola en diversas fiestas patronales, tanto en la iglesia como en los solares familiares, al igual que lo hacen la mayoría de los grupos de la región, a partir de la estructura ritual de yaquis y mayos. Comenta este autor que antes usaban únicamente un taparrabo y una máscara de árbol de chilicote, pero que para esa época empleaban una cobija blanca o de colores, como lo hacen los yaquis. Además, se colocaban los ténabaris (él no les llama así) alrededor de los tobillos y sus músicos tocaban con arpa y violín, aunque era un solo hombre el que bailaba, sin necesidad de tener ese cargo de manera permanente.

    En la actualidad los o’ob de la sierra alta habitan en la frontera de los estados de Sonora y Chihuahua. La actividad de los llamados pascoleros entre ellos se circunscribe a la ceremonia del yúmari o yúmare. Los pascolas danzan en círculos y lo hacen como un pedido de lluvia para las buenas cosechas, al igual que rarámuris y guarijíos. Dos músicos de violín y un arpa los acompañan, pero en ocasiones lo hacen con guitarra. El pascola principal lleva un cinturón de pezuñas como único distintivo, quienes lo acompañan pueden ser hombres o mujeres y los varones se tienen que quitar el sombrero o gorra en señal de respeto. Los pascoleros están en una situación grave de desaparecer por varios factores, pero principalmente, por la intromisión de los mestizos, sobre todo de los narcotraficantes, que se meten en el círculo sin quitarse el sombrero y casi siempre con un bote de cerveza en la mano, para después crear problemas entre los participantes.

    El texto de Ana Paula Pintado, con una extensa experiencia con los ralámuli de las Barrancas, conocidos como tarahumaras, ofrece un panorama del pascol de esa región de Chihuahua. Parte de reconocer los elementos simbólicos y sociales que giran alrededor de estos danzantes rituales, señalando que su actividad va más allá del factor dancístico y representan su visión del mundo e importantes normas de esta sociedad indígena. Por ello, para los ralámuli, las fiestas y las danzas son un trabajo ritual, centrado básicamente para la petición de lluvias benignas para tener buenas cosechas, así como invocar por la buena salud de los miembros de la comunidad; solicitud que le hacen a sus deidades y antepasados Anayáwari y Onolúame. Dentro de esta concepción el nátali tiene múltiples implicaciones en la vida ritual y cotidiana de los ralámuli, tanto en lo individual como en lo colectivo. Su presencia fortalece la vida comunitaria y es la esencia del individuo, conocido como alewá ‘fuerzas vitales’, en el caso de este grupo y de los guarijíos, los hombres tienen tres y las mujeres cuatro, por su capacidad de dar vida. En las fiestas, la danza del pascol se realiza en las celebraciones del templo y del patio, al igual que guarijíos, yaquis y mayos. El pascol danza por donde vienen los chubascos, de forma serpenteante, al igual que en los otros grupos encorvados hacia adelante, haciendo sonar los chanébali ‘sarta de capullos de mariposa’ enrollados alrededor de las pantorrillas. De esta manera los pascoleros fueron tomados de los yaquis en la época colonial, pero modificaron su esencia a partir de su visión del mundo.

    Por último, en una segunda participación de Alejandro Aguilar en este volumen, establece la forma en que los comcáac, conocidos como seris y los o’odham, interpretan a los pascoleros. Como en los otros grupos, su incorporación vino de parte de los yaquis. De hecho, en el caso comcáac existen algunos cantos que interpretan en lengua yaqui. Sin embargo, en este caso no resultó por medio de los jesuitas, debido a que nunca fueron evangelizados a pesar del intento del padre Gilg. Su inserción se debió a la cercanía geográfica entre estas dos sociedades indígenas y a las relaciones comerciales y culturales que

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