Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Los misterios de Roberta Lamoretti: Una arqueóloga muy singular
Los misterios de Roberta Lamoretti: Una arqueóloga muy singular
Los misterios de Roberta Lamoretti: Una arqueóloga muy singular
Libro electrónico213 páginas3 horas

Los misterios de Roberta Lamoretti: Una arqueóloga muy singular

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Roberta lamoretti es una antropóloga y arqueóloga que ha pasado su vida entre libros y ruinas , siempre en su zona de confort rodeada de sus colegas, tan incerta en su trabajo que le costó su primer matrimonio. Ahora solo se dedica a estudiar e investigar, viajando por varios países donde la llevan sus intereses y despertando en ella su instinto aventurero.

Descubrirá el amor en el camino , de qué es capaz y qué tanto de sus libros puede volverse real y peligroso. Este camino la llevará a lugares hermosos y misterios sin resolver como también a preguntarse si es capaz de entregarse al amor sin dejar esta nueva libertad. Será Franco capaz de aceptar las reglas, la acompañará siempre en sus viajes para asegurarse que siga viva o se rendirá ante el mundo de Roberta.

Cuando se conocieron todo resultó de cuento, Roma les dio el entorno mágico. Ahora Franco debe sumarse a la vida de Roberta y aceptar sus reglas o Roberta dejará caer el corazón de un hombre enamorado. Tal vez ella deje más que eso en el camino si no es capaz de aprender que la vida es mejor acompañada que sola.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 sept 2023
ISBN9788411814454
Los misterios de Roberta Lamoretti: Una arqueóloga muy singular

Relacionado con Los misterios de Roberta Lamoretti

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Los misterios de Roberta Lamoretti

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Los misterios de Roberta Lamoretti - Map Valderrama

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Map valderrama

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-445-4

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    A mi hija querida, gracias por estar siempre conmigo e impulsarme a seguir.

    Prólogo

    Roberta Lamoretti es una antropóloga y arqueóloga que comenzó sus viajes en Latinoamérica; en Brasil estudió a las tribus amazónicas y viajó varias veces a México en busca de los mayas. A lo largo de los años, sus estudios de sociología y antropología la llevaron a varios países y diversas culturas, los cuales son parte de las aventuras y misterios con los que esta intrépida y solitaria mujer se ha topado. Ella acepta la vida como viene, ríe mucho, no recibe órdenes y, en general, es un ser humano lleno de información que únicamente anhela plasmar en sus libros cada lugar que ha visto. Cada viaje la saca de su zona de confort y la impulsa a tomar riesgos.

    En estos viajes solo deseo que el lector viva a través de ellos aventuras, misterios y romance.

    La vida de una mujer común que decide tomar el control de su vida y que, en el camino, arrastra a varias personas con su carácter jovial y sarcástico, agregándole a cada situación su peculiar sello de humor negro.

    «La vida es un camino que recorres solo. Es de dos vías, por lo que recuerda caminar derecho y con cuidado por si te toca volverte».

    CAPÍTULO I

    UN VIAJE POR EL AMAZONAS

    Roberta despertó esa mañana con una extraña sensación de placer. Estiró sus piernas largas y muy bronceadas, al igual que el resto de su figura. Los días de playa le habían dado un maravilloso tono bronceado que hacía que resaltaran sus ojos color miel. Era una mujer alta, bien proporcionada, de largo y ondulado cabello negro que el sol había pintado de tonos rojizos. Se observó en el espejo, algunas zonas de su cuerpo estaban muy bronceadas. Recordó lo doloroso de los primeros días; ahora ya no ardía y el característico tono rojo ardiente se había tornado café tostado con ligeros tonos de dorado. Debería aplicar más crema o se enfrentaría a una molesta descamación de la piel.

    Tenía unos cuantos cortes en su muslo producto de hacer skysurf en la playa y carreras de boogies sobre la arena, además de algunos moretones en sus brazos por su afán de realizar rápel en los acantilados cerca de Mossoró. La verdad, disfrutaba la adrenalina y su cuerpo mostraba las consecuencias.

    El sol de Brasil entraba por la ventana de su apartamento en Natal, un bien raíz otorgado por su ex marido, beneficio de un matrimonio que duró 27 meses y que se terminó en buenos términos. Él no soportaba el estilo de vida aventurera de Roberta, y la separación era algo que llegaría tarde o temprano. Con esas añoranzas y reflexiones, Roberta observa frente a ella la playa. La ensenada era preciosa y el mar estaba tranquilo bajo un cielo azul y despejado. La vista era realmente maravillosa; solo eso ya le otorgaba más valor al apartamento de dos dormitorios y amplias terrazas. Llevaba un mes en la ciudad disfrutando de la comida, las playas y el buen humor de los lugareños. Sus amigos, Joao y Carlo, acostumbraban a inventarse planes dentro de la cuidad. Los conoció en Chile, en la universidad, mientras cursaba estudios mayas. Carlo se había especializado en lenguas incas y precolombinas; ambos además eran antropólogos forenses, una ciencia que a Roberta le resultaba inquietante. Había pasado muchas horas viendo programas policíacos y le fascinaba la capacidad de resolver crímenes a través de cuerpos inertes.

    Esa mañana, Joao le preguntó si le gustaría ir de excursión a la selva. Había un circuito de tres días a la Amazonia brasileña al este de Minas Gerais, a lo que Roberta aceptó encantada. Había escuchado hablar sobre la tribu de la gente invisible, indígenas que, según la narrativa popular, se mimetizaban con la selva logrando un camuflaje perfecto. Le preocupaba un poco el tema de los mosquitos. No se llevaba muy bien con ellos, pues más de alguna vez había desarrollado alergias a las picaduras.

    Preparó su morral, sus inyecciones antialérgicas, pomadas, linterna, su cuchillo, algunos básicos de su botiquín, protector solar, un mapa de la zona. Miró su revólver, una 22 con estuche sobaquera. Aprendió a usar armas en algunos de sus viajes a México y tenía permiso para portarla. La llevaría de todos modos; es una zona peligrosa en la cual podrían encontrarse con maleantes e insurrectos militares, especialmente porque no viajarían por la ruta turística, era más bien un viaje de expedición.

    Su ropa, la típica de la zona, botas para evitar picaduras de serpientes, pantalones de camuflaje, varias camisetas, su chaleco preferido lleno de bolsillos y cierres, el cual la acompañaba adonde fuera, ya que le permitía tener a mano muchas cosas en los varios compartimentos que tenía.

    Una vez lista, salió. Joao la esperaba en el jeep. Era un chico alto de 30 años, cabello rubio, muy bronceado y con una amplia sonrisa que mostraba una dentadura perfectamente blanca.

    Bom día, amiga, ¿tudo pronto? —sonrió Joao.

    —Sí, tudo pronto. ¿Dónde está Carlo?

    Aqui estou. —Una voz la hizo voltear la cabeza justo para ver a Carlo con tres vasos de café en las manos.

    Carlo era moreno, más alto que Joao, grandes ojos verdes, llevaba shorts y playeras y se podía ver la cicatriz de la mordedura de un tiburón en su pierna izquierda, producto de su afición al surf. Recibió el regalo del escualo en las costas australianas.

    Obrigada, Carlo. —Roberta se apresuró a ayudar al joven.

    Emprendieron el viaje al aeropuerto, un vuelo directo hasta la ciudad de Belén en el norte del Brasil. Una vez allí, los guías los llevarían hasta el muelle para tomar el barco por el río Amazonas.

    El calor era bastante húmedo y asfixiante, como temía Roberta, y estaba lleno de insectos y toda clase de animales, algunos cuyo nombre era imposible de pronunciar.

    Navegaron hasta Tucurui, un pequeño poblado donde pasarían la noche. Joao le explicó que ahí cambiarían de embarcación, ya que los guías solo podían llevarlos hasta ese lugar; el resto del viaje corría por cuenta de ellos.

    —¡Roberta, ven, quiero presentarte a alguien! —gritó Carlo levantando las manos.

    Una mujer salió de una de las carpas. alta, de cabello rojo, ojos verdes y amplia sonrisa; vestía gabardina y pantalones de camuflaje.

    Esta é Amelia que vai nos acompanhar. Amelia es antropóloga e estuda tribos indígenas. —Carlo hizo la presentación muy formal y en perfecto portugués.

    —Hola. Amelia, encantada. Soy Roberta. Parece que nos interesa la misma área de estudios. —Roberta se acercó y le dio la mano.

    —La encantada soy yo. He leído parte de tu trabajo. Cuando Carlo me dijo que vendrías, le supliqué unirme —contestó la chica.

    —Creo que aprenderé más yo de ti. Carlo dice que estudias las tribus indígenas de la Amazonia, ¿es cierto? —preguntó Roberta tomando un sorbo de su café.

    —Sí, y también me dijo que tú buscas a los invisibles. —Amelia la miró de reojo.

    —Los invisibles, al parecer, solo son un mito —contestó Roberta—. Tanto o más que la cuidad de oro que Cortés nunca encontró. Estoy más interesada en los wari, es la única tribu que aún practica el endocanibalismo. Se comen a sus muertos para tener su espíritu, algo parecido a los mayas, que se comían el corazón de sus enemigos.

    —Sabes que hay más tribus acá y que algunas son peligrosas, ¿cierto? Ya tengo una idea de lo que buscas, pero, ¿deseas tener contacto con ellos? —preguntó Amelia con las cejas levantadas.

    —La verdad, no. Solo me gustaría fotografiarlos si se puede. Los estudios que he revisado son muy claros, solo que no hay muchas imágenes. —contestó Roberta, manipulando su cámara fotográfica.

    —Se hace tarde aquí, la noche se viene. Prenderé una fogata y terminamos de montar las carpas —interrumpió Joao—. Los guías se fueron y me dijeron que puede caer mucha agua. Se esperan lluvias fuertes.

    —¡Ay! —gritó Roberta, sobresaltada. Frente a ella, dos hombres semidesnudos, con un hueso atravesando su nariz, vestían faldas de totora y llevaban el pelo cortado de forma muy simétrica.

    —Tranquila, Roberta —acudió Joao—. Son yanomanis, nos acompañarán en el viaje. Suelen ayudar en las expediciones. Los yanomanis son una tribu tranquila dedicada a la caza y pesca.

    —Y ahora son guías —sonrió Roberta, hablando para sí misma.

    Después de comer algo de carne, frutas y beber agua de almendras, se fueron a dormir. Roberta se quedó en la carpa junto a Amelia, quien se durmió de inmediato. «Qué suerte la de ella», pensó para sí Roberta. Solía sufrir de insomnio, sobre todo cuando viajaba por trabajo. Revisó su cama en busca de serpientes, cerró los mosqueteros y se acostó. Extrañamente, el sueño vino muy rápido.

    A la mañana siguiente llovía. Según los pronósticos, las lluvias los acompañarían gran parte del día. Levantaron el campamento y subieron todo al bote; una embarcación algo destartalada y a la que le faltaba pintura. Se podía ver cómo salía el humo por las chimeneas, lo que le indicaba a Roberta que retrocederían varios años al pasado con un barco a vapor.

    La travesía por el río fue tranquila. Roberta fotografiaba la fauna y la flora; el agua se mantenía tranquila y, a pesar del fuerte aguacero, el calor no disminuía.

    Hemos llegado —dijo Joao—. Desde aquí será a pie. Estamos en una zona muy boscosa. Por favor, amarren sus botas, es zona de serpientes.

    Las botas, como las llamó Joao, son unas piezas de cuero que se amarran a las piernas justo encima de la caña de los botines. Si alguien pisa alguna víbora, esta morderá las botas y no a ellos.

    Caminaron con las mochilas en sus espaldas y las capas de agua encima. Roberta no tenía mucha visibilidad, la lluvia era intensa. Carlo les dijo que llegarían a un campamento ya levantado por otra expedición y, según el mapa, estaban cerca.

    Una vez en el claro, encontraron restos de construcciones de paja y troncos. La lluvia paró un poco; armaron las carpas y prendieron fuego.

    La noche llegaba pronto en la selva. El fuego disipó a los mosquitos, pero Roberta, igualmente, decidió cubrirse de repelente. Una picadura la tendría con molestias varios días.

    Se fueron a dormir en medio de una selva espesa llena de ruidos y sonidos de animales. La sombra de la noche le ofrecía a Roberta hermosas visiones de insectos voladores brillantes. Sintió una magia que la hizo sonreír.

    Unas horas después…

    —Roberta, Amelia despierten —les susurró Joao con la cabeza metida dentro de la carpa.

    —¿Qué pasa? —preguntó Amelia medio dormida.

    —Shh —respondió Joao con el dedo sobre su boca—. Tenemos visitas no gratas.

    —¿A qué te refieres? —preguntó Roberta en un susurró.

    —Traficantes.

    —¿Traficantes de qué? —preguntó Roberta.

    —Drogas —dijo Joao—. Y son peligrosos, usan a los nativos para transportarla desde Perú y así la ingresan a Brasil sin sospechas. Nuestros guías se fueron, al parecer estos traficantes esclavizan lugareños.

    —Está bien, ¿qué hacemos? —dijo Amelia—. No podemos dejar que nos vean ni tampoco salir de aquí, será mejor que averigüemos qué pasa.

    —¿Estás armada? —preguntó Roberta.

    —Siempre, amiga, nunca salgo sin mis amigos y menos en esta zona —contestó Amelia mientras le enseñaba su pistola y su cuchillo.

    —Joao, ¿dónde está Carlo? —preguntó Roberta.

    —Está vigilando por el lado sur. Sabes que se mueve sin que nadie lo note. Nunca conocí a alguien que pudiera ser tan invisible —contestó Joao.

    Ninguno durmió durante la noche. La selva estaba llena de ruidos, y ellos expectantes ante la presencia de los delincuentes.

    La mañana los recibió en guardia. Carlo volvió al campamento y les informó que eran cuatro. Llevaban amarrados a algunos nativos y cargaban marihuana. Estaban armados con escopetas, ya que pudo ver que uno de ellos llevaba una mágnum 45.

    —¿Mágnum 45? —Amelia levantó las cejas—. Esas armas son de la policía o del ejercito. ¿Crees que puedan ser rebeldes?

    —¿Rebeldes? ¿Qué no me habéis contado? —interrumpió Roberta.

    —Sabíamos que había un grupo de insurrectos en la zona, pero la policía me informó que, supuestamente, no estarían en nuestro camino. Aunque sí me dijeron que tuviéramos cuidado en la ruta y que, si nos topábamos con ellos, no hiciéramos nada —explicó Carlo.

    —Será mejor salir de aquí. Iremos al sur, seguro que encontramos algún poblado donde nos guíen afuera de la selva —propuso Joao.

    —Espera, dame el mapa —dijo Roberta.

    —¿Qué quieres ver? —preguntó Amelia.

    —Estamos aquí. —Señaló un punto en el mapa—. Debemos llegar a esta zona de Matto Grosso; pero según las leyendas, entre este punto y allá, encontraron ruinas incas. Se cree que eran la antesala de la famosa cuidad perdida.

    —¿Estás de broma? —dijo Carlo—. Es una leyenda, nadie ha encontrado rastros de ella.

    —No, no estoy bromeando. Según los escritos que revisé hace años, encontraron ruinas; se supone que del imperio inca, pero nada concluyente acerca de la supuesta cuidad de oro. Si llegamos a ese punto, estaremos lejos del camino de los traficantes. Podremos acampar y ver si algún teléfono funciona; aquí no hay señal.

    —Bueno, es un plan. Debemos sí o sí salir de aquí —dijo Joao.

    Tomaron sus mochilas y emprendieron el camino. Paró de llover, pero la humedad se hacía cada vez más fatigante. Tenían bastante agua y, de no ser así, «solo habría que esperar a que lloviera y abrir la boca», pensó Roberta.

    Caminaron por dos horas. Según Carlo, los traficantes no los seguían, lo que les dio tranquilidad. La selva era muy espesa; en ocasiones era incluso difícil seguir el sendero. Las aves los acompañaban desde las alturas. Roberta solo pensaba en no toparse con algún felino curioso o, peor aún, hambriento. Llegaron a un claro. Roberta se sentó; estaba agotada. La caminata con esa humedad era un esfuerzo adicional. Recostó su cuerpo en una gran piedra y, al hacerlo, esta crujió.

    ¿¡Qué diablos!? Algo se movió aquí —les indicó a los otros.

    —¿De qué hablas? —preguntó Joao.

    —Mira, Roberta. —Apuntó a la piedra y comenzó a sacar la hierba que la cubría. Al hacerlo, encontró un grabado tallado en ella.

    —Es… un grabado antiguo. ¡Es inca! —Exclamó Roberta—. Ayúdenme.

    —Tienes razón, son grabados incas. Están escritos en quechua antiguo. Señalan algo, pero no puedo descifrar qué —contestó Carlo.

    —Creo, chicos, que hemos caminado por horas en «el camino de piedra», antigua ruta de los incas. La usaban para huir de los españoles —señaló Roberta.

    Trabajaron juntos despejando la piedra y, ante sus ojos, apareció una serie de tallados en la piedra. Grabados de la cultura inca, según les dijo Roberta.

    —¿Qué dice? —preguntó Amelia.

    —Bueno, no están muy claros, pero, según entiendo, hablan de una cuidad dormida en medio de las aguas y el cielo. Hablan de tesoros al dios del Sol. Chicos, creo que encontramos la cuidad perdida del Dorado. —Roberta los miró a todos—. O, al menos, la ruta para llegar a ella.

    —¿Parapata? —preguntó Joao.

    —Por Dios, Joao, ¿quién soy, Dora la exploradora? Se llama Paititi —contestó Roberta—. Y de que fuera de oro, bueno… es la leyenda.

    —Pero se supone que

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1