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Ojo
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Libro electrónico435 páginas7 horas

Ojo

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Esta historia no tiene un final, solo una conclusión. Se escribió en un momento, muy atrás en el pasado, pero fuera del tiempo. Ahí en donde las cosas más importantes e increíbles suceden, y comienzan con un día habitual en la vida de Martin, un joven obsesionado con las matemáticas con el tiempo y los números, pero que más allá de todo eso, su principal atención se encuentra en Monique, una relación turbia y enfermiza casi incestuosa. Pronto se verán envueltos en situaciones metafóricas llenas de alegorías, rayando y cayendo en lo más profundo de la mentalidad humana, echando un vistazo a los misterios de la conciencia y si es verdad que la percepción de uno mismo nos puede acercar a nuestro propio universo interno, encontrándose con las mismísimas personificaciones de las emociones y sentimientos humanos, por qué están ahí y de qué sirven las trampas emocionales y psicológicas que nos atan a llenar vacíos, limitando el pensamiento, enseñándolos a descubrir que hay cosas más allá de lo superficial del mundo y de la vida, e inclusive de la muerte y, sobre todo, más allá del amor.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 sept 2023
ISBN9788411813891
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    Ojo - L. Enrique Adame Torres

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © L. Enrique Adame Torres

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-389-1

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Esta historia tiene tres versiones, la del autor, o sea un servidor, la de cómo el público lector la entendió y la verdadera. Esta historia se desarrolló en un año como cualquier otro en un día común, en un lugar no tan desconocido ni tampoco muy lejano, pero sí muy escondido, los personajes y su identidad no son tan relevantes porque esta historia sucedió en segundos y solo una persona pudo apreciarla y capturarla en su memoria, siendo aún ajeno a la trama.

    Esta historia se escribe con el principal objetivo de que si alguien en el mundo la entiende y logre comprenderla guarde el secreto y viva gozándolo en su feliz silencio.

    .

    Tal vez ya hubo alguien que se imaginó una vida contigo, pero yo me cree mil vidas a tu lado. Diseñé varios mundos recreando las distintas posibilidades entre realidades alternas y fantasías oscuras, desconozco cuántos universos deseche en mi egoísta locura, para estar infinitamente juntos en esta espiral interminablemente efímera.

    CAPÍTULO 1

    Despierta

    Eran las seis cuarenta y siete de la mañana cuando me encontraba en mi cuarto poniéndome los zapatos, habíamos quedado en ir con el tío rojo que vivía en una ciudad cercana a la de nosotros, pero el atraso de más de cuarenta minutos para mí eran la diferencia, me gusta ser puntual y exacto en todos los aspectos no sé por qué el maldito reloj no sonó a tiempo, tenemos que salir a las siete, ni un minuto más —me dije—, corrí por la sala, pasé por el pasillo y entré al cuarto prendiendo la luz.

    —Despierten, Alfred, Mikael se nos hizo tarde.

    —¿Memmi? —respondió Mikael levantándose apresurado medio dormido, a Alfred lo miré que ya estaba vestido, pero distraído como siempre.

    —¿Ya estabas despierto, Alfred? —le pegunté sorprendido.

    —Ya, es que oí un ruido afuera en la ventana y me desperté, luego me cambié y me anduve por toda la casa, pero nadie me escuchó, me aburrí y me volví a acostar —contesto Alfred apenado.

    —Me hubieras hablado —le dije mientras giraba el cuerpo hacia el otro cuarto y tocando la puerta con cierto cuidado—. Pasa —contestó Monique desde el otro lado de la puerta, entré y para mi sorpresa ya se estaba peinando su largo cabello negro.

    —Se nos hiso tarde, mierda, ¿puedes creerlo? —dije recargándome en el marco de la puerta abierta.

    —Ya vi, lo bueno que ya habíamos empacado desde ayer en la noche las cosas y las mochilas —contesto Monique mientras se peinaba frente al espejo y mirándome a través del reflejo.

    —Tenemos que irnos a las siete para ganar tiempo para llegar a la cima y acampar antes de llegar con el tío y nos llegue la tarde —le dije en tono apresurado

    —Qué flojera me das, y ahora peor porque ayer me desvelé —dijo Monique en un tono algo cansado pero satisfecho de nuevo volteándose al espejo.

    —¿Por qué, qué te pasó? —pregunté interesado.

    —Estuve toda la noche haciendo una carta muy especial —decía eso mirando de reojo su lado derecho, pude verlo en el reflejo del espejo.

    Miré en la pequeña repisa blanca y desgastada de madera que efectivamente ahí se asomaba la esquina de un sobre entre algunos libros, y al lado de ese montón un tintero recién usado, no quise preguntar más y escondí mi interés.

    —Vámonos, apúrate, se nos va a hacer más tarde. —Esto mientras me alejaba de su puerta con una sonrisa más fingida que forzada.

    Faltaban ya pocos minutos para las siete cuando ya salíamos de casa, todo lo habíamos organizado un día antes, era poco el equipaje porque teníamos planeado quedarnos solo dos días, Monique revisaba que no faltara nada mientras yo revisaba de nuevo el coche, llantas, agua y lo demás. Era una mañana fresca con pocas nubes y el otoño estaba por invadir lo que quedaba del verano, había llovido en anteriores días, por lo que se podía oler el pasto húmedo aplastado por las hojas secas que empezaban ya a caer, todo era perfecto menos el atraso, empecé a meter las mochilas mientras el adormilado Mikael se subía al coche, Alfred ya nos esperaba adentro muy contento, pues esta era la primera vez que venía con nosotros. Monique apenas se metía al carro del lado del copiloto. Es raro cuando la vida te tiene sorpresas a la vuelta de la esquina y no te lo esperas hay algo en el aire que pocos pueden percibir, porque todo está en un tono tranquilo y algo armonioso pero detrás de esos detalles es donde se esconden los más inesperados cambios que uno tanto esperaba en su vida y curioso es el modo en el que el tiempo te hace olvidar las cosas que tanto has deseado, te hace creer que nunca pasara tal evento que nunca conseguirás tal objetivo es simpática la forma en la que llegan esos inesperados cambios a nuestras vidas.

    —Tengo hambre —comentó Alfred desde atrás del asiento.

    —Yo también —respondió Mikael también.

    —Cuando lleguemos a la cima comeremos —le respondió Monique mirándolo por el espejo retrovisor.

    La cima era un lugar al que llegábamos al cruzar el túnel, avanzábamos un poco hasta llegar a una planicie con un pequeño monte forrado siempre de pasto y de algunos cuantos árboles. Era nuestra primera parada, siempre acampaba ahí antes de llegar con el tío rojo. Monique y yo ya habíamos ido unas cuantas veces, esta era la segunda vez de Mikael y, como había comentado, era la primera vez que Alfred nos acompañaba y eso porque mis tíos casi no lo dejaban solo, pero en esta ocasión coincidió en que ellos iban a una especie de retiro, aparte Alfred es el más pequeño de la familia con solo poco más de nueve años. Su madre, que para mí es una exagerada religiosa que obliga a Alfred a acompañarla al templo todos los domingos, y entre semana algunas veces saliendo de la escuela, él nos decía que le gustaba pero que prefería pasársela con nosotros, así que cuando su padre (mi tío) le preguntó al pequeño Alfred dónde quería pasarse los días, este no dudó en contestarle que con nosotros. El problema era que por otro lado la mama de Alfred no me veía de buen modo, sobre todo porque vivía solo y Monique tenía viviendo conmigo ya casi un año, pero eso era lo menos que me preocupaba, no me importa que sospechen y ni que hablen a nuestras espaldas, soy feliz desde que ella comenzó a vivir conmigo. Ella es muy inteligente y siempre me ha entendido desde que éramos unos niños. Hubo un tiempo en el que los papas de Monique decidieron vivir frente a nuestra casa, en esos días vivíamos en una tranquila colonia un poco rural con calles limpias y casi todas las personas se conocían entre sí, era bonito y nadie buscaba problemas, así que el lugar era muy pacifico, las noches en ese lugar eran muy estrelladas, no sé si era por mi visión de niño, pero el cielo era tan negro casi como el mar. Monique en ese tiempo tenía trece años y yo dieciséis, fueron ocho meses los que Monique vivió ahí y claro que fueron los meses más hermosos de mi vida, esos recuerdos son los que más resaltan en mi adolescencia, porque Monique y yo nos quedábamos despiertos a veces hasta la madrugada platicando en el porche, en la sala, y en el patio y a veces subíamos al techo a ver las estrellas. Recuerdo que en días de vacaciones cuando no teníamos escuela apostábamos en las noches a ver quién se quedaba dormido primero y ella perdía la mayoría de las veces, dormida sobre mi pecho, una de esas veces fue cuando me di cuenta de algo que ya sabía, al verla dormida tan tranquila sobre mí, y su cabello negro cubriendo mis hombros hasta mi cintura. Esa vez me aventuré a tocarle el cabello hasta llegar a su rostro y luego a su boca, toqué con mis dedos sus labios, sabía que esto no era normal pero era un movimiento bello y pensé: ¿qué pensara ella si despierta sintiendo mis dedos rozando su boca? ¿Ya habrá besado a alguien? ¿Ella sentirá lo mismo por mí? Pero esa noche ella no despertó, lo sospechaba y creía que era imposible para mí, estaba enamorado por primera vez. Monique en los últimos días que vivió ahí me pedía por costumbre en las noches que le dijera el nombre de las estrellas, así como sus constelaciones, y yo se las decía y ella se arrullaba recostada sobre mí. Reconozco que fueron muchas las veces que le quise robar un beso a esa pequeña boca rosada suya pero mi exagerada timidez y mi educación por no decir miedo me lo impedían, nunca le pude decir nada de lo que sentía por ella, era tan grande mi alocado y adolescente amor por Monique, quizá lo que tampoco ella nunca supo era que yo memorizaba en las tardes el nombre de todas las estrellas para dictárselas en las madrugadas.

    Cuando se fue, recuerdo que llegué a casa viniendo de la escuela, yo presentía algo porque me extraño no verla salir de su casa para irnos juntos a la escuela, porque en todos los meses que estuvo siempre nos íbamos y llegábamos juntos. El camino de la escuela a la casa y de la casa a la escuela era cosa habitual de todos los días, era una costumbre que me reconfortaba siempre al final de la última clase, porque en el camino platicábamos mucho y siempre pasábamos al parque y nos quedábamos un tiempo ahí comiendo algo y mirando a la gente, al llegar a nuestra calle cada uno se iba a su respectiva casa sabiendo que en la noche saldríamos nuevamente. Monique era de las chicas calladas y poco sociables y no por ser egocéntrica ni nada, pero su aspecto elegante y delicado la hacía parecer que estaba fuera del alcance del chico que la viera, y de las mujeres ni se diga. Algunas la consideraban una niña pedante y presumida y eso lo sé por algún comentario que oí en el pasillo de la escuela, lo que no sabían era que Monique era de las mujeres que podían levantarse de la cama un día sin peinarse e irse caminando descalza a la calle así sin quejarse y sin perder el glamur. Le importaba un comino la crítica de la sociedad, pero eso sí, si en el camino miraba un vagabundo mendigando, ella si podía le daba algunas monedas, o si veía un gato un perro o cualquier otro animal en la calle, lo recogía, los adoptaba hasta que se repusieran. Una vez caminando juntos se detuvo abruptamente, y la vi que corrió a unos pocos metros de nosotros a recoger una flor, un simple girasol pisoteado por la gente que pasaba, si se daban cuenta del girasol, pero que no le daban la menor importancia.

    —¿Qué no ven? —preguntó Monique, desconociendo yo si ella esperaba una respuesta a esa pregunta, espero que no, pero debí darle importancia en ese momento.

    Yo por otro lado sí era algo tímido y reservado por algunos momentos, sí tenía algunos amigos en la escuela, pero dejé de verlos en los meses que vivió Monique ahí en la colonia, inventaba excusas para que no me visitaran, o no iba a las invitaciones que me hacían, aparte porque supe que alguno de ellos andaba tras de Monique cuando supo que éramos familiares. Así fue como me la pasé en esos meses evadiendo a todo mundo, pero ese día que no la vi llegar a casa, vi a mi madre en la cocina, me acerqué al refrigerador a tomar agua y fue cuando aproveché para lanzarle la pregunta desinteresada, para que no supiera el dolor que me estaba comiendo en ese momento. Le pegunte por mis tíos para desviar mi verdadero interés, aunque sospecho que los mayores sabían la clase de relación que tenía con Monique, sobre todo mi madre, porque ella más que nadie vio cómo evolucionaron mis sentimientos hacia ella. Mi madre y mi padre eran muy pacifistas y liberales, sabía que si algún día ellos nos sorprenderían dándonos un beso no se espantarían ni lo tomarían como algo aberrante, porque para ellos el amor es amor y así de sencillo. Cuando mi madre me platicó todo, y supe lo que más me sospechaba, se habían ido en la mañana porque la mudanza en un error se adelantaron un día antes de tiempo, se fueron a otra ciudad muy lejos de donde vivíamos. Era imposible que regresaran porque, según esto, a mi tío Charly, el papa de Monique, le habían ofrecido un puesto más alto en el trabajo y por esta razón la mudanza fue imprevista, y digo según porque Monique me contó una noche que la verdadera razón por la que se habían mudado fue porque sus padres tenían problemas de infidelidad. La madre de Monique descubrió a la amante de su papa en algún lugar del pueblo y fue por eso que se fueron sin avisar, fue de improviso, rápido, sin decirle nada a nadie para no tener que dar explicaciones a la gente. Monique también me comentó que de nada les había servido mudarse a otra ciudad, porque la sombra de la infidelidad los siguió, pero esta vez por parte de su madre, provocando el divorcio definitivo y quedando Monique como hija única en ese matrimonio, llegando a ser la hermana mayor de sus otras dos medio hermanas que la madre tuvo con la actual pareja. Recuerdo que pasó poco más de un año de su partida cuando una mañana llegó una noticia a la casa por parte de los familiares de mi padre: el padre de Monique había fallecido meses después de firmar el divorcio. El tío Charly tomó la vía fácil aventándose de un puente para solucionar su depresión, y esta información la supe por mi madre pidiéndome que no se la comentara a mi padre, porque fue muy doloroso para él, perder a su sobrino favorito y de los más sociables entre la familia, pero el dolor que más me importaba era el de Monique. Lo que sabía de ella era que se mudaron a otra ciudad con su madre y su nueva familia, le perdí la pista por completo, yo quería que ella me compartiera de su dolor para hacer más liviano su pesar. Cuando ella se fue, el mundo se apagó para mí, nunca le confesé lo mucho que me gustaba y que era algo raro porque mi corazón estaba aprendiendo a enamorarse y que era raro pero a la vez placentero, porque las madrugadas eran de nosotros. Mis jóvenes madrugadas ahora dormirán en el recuerdo, y todo esto me lo repasaba todos los días mientras me hundía en mi cuarto, pero tuvieron que pasar seis años para que un día…

    —Tengo hambre —dijo de nuevo Alfred distrayéndome de mis pensamientos.

    —Yo traje galletas —le presumía Mikael asomando una envoltura en su pantalón—. Y no te daré porque eres muy llorón.

    —No soy llorón, dame una —le reclamó Alfred apretándole el brazo.

    —Te daré un paquete si te subes al columpio y le das rápido —dijo Mikael quitándose de la mano de Alfred y asomaba otro paquete de galletas con la otra mano.

    —¡No! Ese columpio no —dijo temeroso Alfred acurrucándose en la esquina del carro a un lado de la venta.

    —Ha, ha, ha, ha, ha, ha, le tienes miedo al rostro de la mujer en el árbol, lo sabía, miedoso cobarde —se burlaba Mikael comiéndose las galletas frente el pobre Alfred que miraba triste hacia afuera por la ventana del carro.

    —Ya déjalo —interrumpió de nuevo Monique alzando un poco más la voz y mirándolos desde el espejo—. Si batalla para dormir otra vez, te voy a hacer que te duermas con él —cerró la discusión sentenciando a Mikael.

    Pasaron como diez minutos desde que estaba recordando lo de mi pasado con Monique cuando después de un rato me miró y me dijo:

    —Tuve un sueño un poco extraño ahorita en la mañana antes de que me despertara —dijo algo confundida.

    —¿Qué soñaste? —pregunté sin apartar la mirada del camino.

    —Fue raro, yo sé que tú no crees en los sueños ni nada de ese estilo, pero lo sentí tan real que todavía lo siento, no puedo dejar de pensar en ese sueño, soñé que estaba acostada en la cama en posición fetal volteando mi cara hacia el espejo grande que llega hasta el piso, y en el reflejo yo me veía pero en el espejo aún no abría los ojos. De pronto abro los ojos y el reflejo del espejo me mira directamente sin quitarme la vista, luego este reflejo se levanta lentamente y le empiezo a notar una ligera sonrisa a boca cerrada, da unos pasos al frente y se acerca al borde del espejo, todo esto sin aún apartarme la mirada, ya estando ahí frente de mí, de pie, me mira de abajo hacia arriba, luego mira el cuarto como si estuviera reconociendo el lugar, luego me mira otra vez y dirige una mano al espejo y con un dedo toco muy apenas el espejo, y este hizo ondas como las ondas que hace un lago al arrojarle una piedra. De pronto con la misma mano toca el espejo con el puño cerrado y este sonó como si tocaran mi puerta, de pronto desperté porque en realidad alguien tocaba la puerta. Al levantarme a ver quién tocaba, miré el espejo y todo estaba normal, caminé hacia la puerta y al abrirla no había nadie, en verdad, te lo juro, no había nadie fue cuando vi que ya era tarde, así que decidí cambiarme porque soy la que más tarda bañándose, cuando estaba peinándome a los pocos minutos tocaste la puerta del mismo modo que en el sueño, fue extraño. Lo más extraño fue el modo en el que me miraba a mí misma.

    —¿Cómo te miraba? —pegunté un poco integrado nuevamente sin dejar de mirar el camino.

    —Me miraba tranquila feliz como si mi reflejo estuviera orgulloso de verme ahí acostada viviendo en ese lugar, no me dio miedo porque el sentimiento que transmitía era de paz y cuando tocaste la puerta la primera vez tuve una sensación extraña como de déjà vu.

    —¿Qué es un déjà vu? —pregunté más confundido arrugando la frente.

    —No recuerdo, lo leí una vez, lo que recuerdo es que un déjà vu era algo que ves o sientes estando consiente, pero que te da la sensación de que ya lo habías vivido, pero que sucede en milésimas de segundos casi indetectable, pero que tu cerebro lo repaso por alguna razón —me contestó Monique acomodándose en el asiento y mirándome fijamente la cara esperando alguna respuesta clara, cosa que para nada tenía en ese momento. Soy un profesor de matemáticas de secundaria, ¿por qué cada vez que hay algo que pasa inexplicadamente u ocurre un problema en la familia acuden a mí por respuestas? En la universidad nos dieron algunas clases sobre el pensamiento humano y supe de algunas teorías de la parapsicología pero hay cosas que están más allá de mi comprensión, por eso decidí estudiar para maestro de matemáticas, algo factible y preciso para mi futuro, que bueno que no fui abogado—. Quizá sea tu subconsciente tratándote de decir lo feliz que eres viéndote a ti misma reflejada acostada y tranquila, porque ahora por fin tienes paz a tu alrededor y vives sin problemas con la conciencia tranquila —respondí sonriéndole mirándola de reojo manejando, desconozco si le ayudo mi respuesta pero sí vi que se quedó pensativa.

    —¿Tú crees? —respondió con una sonrisa que se desvanecía volteando el rostro hacia la ventana.

    Con esa pequeña acción deduje que la mente de Monique se había perdido en un recuerdo de su pasado ajeno a mí, cosa que me incomodaba en mi propio silencio, y que yo mismo reprimía en una enferma complicidad hacia mí mismo, solo para que ella no detectara mi molestia y se molestara conmigo, pero a mí me hacía aterrizar en mi realidad y esta realidad era que Monique había tenido a alguien más antes que a mí. Esa persona había dejado una más profunda huella que mi propia presencia, y eso me enfermaba, y más cuando ella se quedaba mirando hacia a la nada o cuando charlábamos y ella interrumpía su propia risa quedándose callada pensativa recordando algo, me llenaba de cólera el hecho de saber que yo estuve más en su vida, y la conocí desde niña y que en ningún capítulo de su vida me apreciara como yo la aprecio y valoro y amo más que a nadie, nunca consideró ningún latido de mi corazón. ¿Qué me falto para llegar a ser huracán en su mundo, en su vida, o el temblor en sus emociones? Y llegar a ser momento preciso y no un fugaz recuerdo, como los favores que son olvidables y desapercibidos o como la belleza de las estrellas al pasar. ¿Qué me faltó para llegar a ser inolvidablemente eterno en tu mente Monique? Mi cuestión era para ser un recuerdo eterno e imborrable, ¿se necesita aguardar ese recuerdo en la mente o en el corazón? Esa era mi duda, era mi duda.

    Faltaban alrededor de diez minutos para entrar al túnel, era corto el camino para llegar a la ciudad de mi tío rojo, lo que tardaba en cruzar el túnel llamado Heinrich no pasaban los tres minutos. Ese túnel tenía una ligera curvatura de extremo a extremo que lo hacía ver como una letra s, no se sabía si era por mal cálculo o por capricho de los ingenieros pero decidieron dejarlo así, porque en aquel entonces ya urgía el camino para los comerciantes que transportaban su mercancía. La fauna del bosque y sus viejos árboles y pinos no ayudaban al trasladado de la gente y de los caballos, ha sido remodelado tres veces por el municipio Ribe que es una de las dos localidades, lo que también tengo entendido es que el túnel Heinrich tiene ciento cuarenta y nueve años y hace catorce años se convirtió en un símbolo de unión entre las dos ciudades y fue a partir de esa conmemoración que las dos ciudades decidieron hacer un festejo cada año, que precisamente en dos días se celebraría esta fiesta, porque el túnel cumpliría años. Espero ir con Monique y los niños de regreso de con mi tío porque estuvieron anunciando por tres meses que habría comida, baile, juegos y desfile, y una colorida feria, este festejo será en grande.

    —¿Iremos al desfile de este año? —preguntó Monique mirándome ya más sonriente subiendo los pies en el tablero del carro.

    —Si de hecho estaba pensando eso, qué bueno que lo mencionas, me leíste la mente, qué tal si vamos después de venir de con mi tío —contesté gustoso por la pregunta.

    —Yo nunca he ido —dijo Alfred desde el asiento de atrás con la boca llena de migajas.

    —Ni irás porque te quedarás allá con el tío rojo, qué lástima porque van a dar pastel y más comida mientras está el desfile —contestó Mikael molestando al pobre Alfred.

    —Ya, déjalo, Mikael —interrumpió Monique a Mikael nuevamente regañándole desde el espejo—. No te vas a quedar en ninguna parte, vendremos a mirar el desfile regresando de allá y será el más bonito porque es el aniversario y estaremos nosotros cuatro.

    Mientras Monique tranquilizaba a Alfred y a Mikael, podía ver la entrada del túnel desde el camino y la línea de árboles que nos guiaban hacia él, las hojas secas ya empezaban a invadir la carretera y estas corrían tras el auto al pasar por encima de ellas. Eran las siete cuarenta y seis de la mañana cuando entrábamos al túnel, recuerdo haber suspirado quizá de tener el sentimiento de alivio de que todo estaba bien, ese fue el presentimiento en mi pecho. Estábamos a medio camino y entre la luz tenue dentro del túnel Monique aprovechó para tomar mi mano cubriendo la suya con la mía, dentro de esa media oscuridad yo le respondí acariciando su palma con la yema de mis dedos respondiéndome ella con una silenciosa risita, sabíamos lo que significaba eso y sabíamos lo que había pasado entre nosotros. Me hizo olvidar el tiempo por esos pequeños detalles que reconfortan el corazón, mi corazón, volteé hacia ella para aprovechar el único rayo de sol que cruzaba el túnel para admirar su sonrisa su rostro y sus ojos y enamorarme más, y si la vi, fue casi como si el tiempo se detuviera y pusiera el aire en cámara lenta para apreciar más ese instante, miré primero sus ojos viéndome y su risa, sus dientes, todo esto mientras ella giraba la cara hacia enfrente, dicen que cuando tienes la curiosa habilidad de observar a esa persona que tanto amas moviéndose lentamente es motivo de preocuparse, porque en ese caso eres tú el que ama más, y el que ama más es el que más sufre, porque es que se preocupa por la integridad de la persona y es el que pierde más al entregarlo todo.

    —¿Por qué siempre te cambian el color de los ojos en la oscuridad? —pregunté a Monique sin soltar su mano aun sabiendo su respuesta.

    —Porque algunas veces ni siquiera estoy aquí y en otras, soy otra persona, siempre me haces esa pregunta, Martín —me contestó mirándome y feliz apretando mi mano cariñosamente, de nuevo con la magia de ralentizar el tiempo a su alrededor con su elegante movimiento.

    Luz al fin, salimos del túnel.

    CAPÍTULO 2

    Quédate en el camino

    Habían pasado seis años desde que Monique se fue, yo cursaba mi último año en la universidad, seguíamos viviendo en la misma casa, puedo decir que sí pensaba en ella pero ya eran cada vez menos frecuentes los recuerdos. Tenía una esperanza de algún día verla pero era vaga la recurrencia de este deseo, pero en las noches cuando pasaba de camino a casa, miraba su antigua casa, el porche donde platicábamos y algunas veces pequeñas escenas se recreaban estando en el parque acompañado con amigos o con pareja. Una noche llegando a mi casa venía de dejar a Dinora una chica que conocí en la universidad, debo de decir que le daba un ligero parecido a Monique aunque a Dinora no le llamaban la atención las estrellas, pero sí le importaba mucho lo que la gente pudiera decir de ella. Esa noche que regresé había un cielo despejado y tenía tiempo sin mirar la vieja casa donde Monique vivía, así que miré al frente de la casa donde ya vivía una familia, parecía una noche normal. Al entrar a casa solo cené, le di un repaso a mis trabajos cuando de pronto empezó a llover mucho, fue algo extraño pero no lo pensé en ese momento, así que opte por recoger mis cosas y preparar todo para el día siguiente, me acosté y a los pocos minutos la tormenta cesó convirtiéndose en un viento ligero y fresco, cosa que me agradó mucho porque era temporada de calor, en esos tiempos cruzaba por una racha donde frecuentemente tenía extraños sueños que me hacían despertar en la madrugada, no eran pesadillas, eran sueños muy surrealistas. El hecho de no entender lo que veía me hacían despertar desesperadamente, esa misma noche me senté en la cama y tomé el vaso de agua que ya tenía en la repisa de alado, estaba repasando lo que había soñado cuando oí de pronto un sonido como si estuvieran aventando piedras al cristal de mi ventana. ¿A esta hora a las 3 a.m.? Pensé que era uno de mis amigos, pero ellos nunca vendrían a esta hora, miré hacia afuera por la ventana sin ver nada todavía por mi visión aun dormida, cuando de repente ahí a lado del árbol del patio una figura se me aclaró asiéndome abrir más los ojos, no lo podía creer, era Monique, ya más grande sonriéndome desde afuera.

    Al salir del túnel nos seguía recibiendo una bonita mañana, pero siempre al pasarlo no sé por qué tenía la noción de que el lado de mi tío era más bonito, el sol se asomaba entre los árboles con un cielo azul y rosa por la prematura mañana, con tintes anaranjados y brillantes. Era único el cielo donde mi tío vivía, fresca, fresca mañana, ese frío que no calumnia y un viento que te hace recostarte boca arriba en el pasto, quedarte mirando hacia el cielo y dormir y que tu mente vuele entre las nubes. Estacioné el coche donde siempre, y mientras bajábamos las cosas para acampar Mikael y Alfred se adelantaron corriendo al lugar que estaba un poco más arriba de una colina.

    —¡Solo estaremos menos de una hora, comeremos y reposaremos la comida! —comenté en voz alta antes de que se alejaran más.

    —¿Y si no quedamos más tiempo? Ahora quiero disfrutar más el momento aquí —contestó Monique caminando junto a mí.

    —No sé, ya estamos algo retrasados y mi tío se podría preocupar si no llegamos a la hora acordada, además podemos estar más rato aquí de regreso.

    —Siento que aquí estamos en medio de dos lugares donde nadie nos conoce ni con tu tío ni en la otra ciudad, me siento en paz, como que aquí podríamos vivir tú y yo sin que nadie nos moleste ni señale ni juzgue.

    —¿Vivir para siempre? —pregunté un poco entusiasmado recalcando mi pregunta.

    —No para siempre, Martín, nadie es inmortal, ¿o sí? —contestó Monique abrumada con un gesto fastidiado, no sé si por mi corta contestación o por mi ilógica idea—. Todo lo bueno acaba, por más perfecto que sea al igual que lo malo no hay días oscuros que duren cien años, Martín, eso sí es seguro —dijo algo segura aún con el rostro melancólico.

    —Ya sé que todos morimos, ley de la vida, no tienes que recordármelo —contesté enfadado apresurando el paso.

    —Solo digo que deberíamos buscar un lugar lejos de lo que queda de mi familia de tu casa, quiero olvidarme de todo, conocer otros lugares, Martín. —Monique tendió la sábana en el verde pasto para sentarnos a comer, mientras Mikael y Alfred corrían entre los árboles cerca de nosotros, luego Monique me miró y vi que su mirada cambió como si estuviera pensando en algo muy escondido en lo más profundo de su corazón, algo que sí me intentaba decir, pero no tenía las palabras para comenzar—. Recuerdas, Martín, esa noche que llegué a tu casa y subí al techo hasta tu ventana y tú sorprendido me dejaste entrar, estabas mudo sin palabras mirándome de arriba abajo.

    —Claro que me acuerdo, pensé que era un sueño, estaba sorprendido —le dije abrazándola parados sobre la sábana.

    —¿Qué fue lo primero que me preguntaste? ¿Recuerdas? —contestó Monique correspondiéndome el abrazo.

    —Te pregunté: ¿Monique? ¿Eres tú? —le respondí extrañado por la pregunta.

    —Esa pregunta que me hiciste créeme que me pareció extraña, pero en ese momento me tranquilizó, yo esperaba otra pregunta, pero esa noche lo único que quería era dormir y olvidar mis problemas, huía de algo, Martín, huía de una realidad que yo misma había creado en otro momento, pero no te podía explicar por ciertas circunstancias, el punto es que quisiera alejarme de todo, Martín, vámonos. —Y cómo no olvidar esa noche, si esa noche fue la primera vez que nos besamos y llegué a tocar su cuerpo entre las sábanas y la oscuridad de mi habitación, y entre el sonido de silenciosos labios y desesperados besos creció más el amor por ella, fue tanta la desesperación por volverla ver que me faltó noche para consumirla, pero a la mañana siguiente solo se fue así sin despedirse dejándome un sabor agradable en mi boca y su aromas en mi cama, ya no éramos unos niños y eso me lo dejó muy en claro esa madrugada.

    —¿Quieres dejar a la familia, a todo? ¿Quieres dejar que te juzguen o quieres usarme del modo para olvidar tus errores? De tu pasado tan promiscuo que no viviste conmigo.

    —Dijiste que no me juzgarías ni volverías a tocar el tema, si me aceptaste en tu vida dándome techo y comida es porque tú decidiste aceptarme así, ahora el hecho de que me des la mano no te da el derecho de juzgarme, yo me abrí contigo, Martín, confié en ti, derroché todo en la única persona cercana que me quedaba en esta puta vida, te dije todo, no lo arruines con reproches que no te concierne aventarme en la cara, ¿te digo algo que estuve pensando? Creo que el haber elegido tu casa como refugio esa noche que nos rencontramos fue un error, y me arrepiento de eso —diciendo esto Monique se dio la vuelta y solo pude ver un destello cristalino cayendo de su rostro. Yo por otro lado solo sentí culpa y un sentimiento de haber perdido algo, siento que aplaste una cosa muy importante, pero por el momento no estoy interesado en los daños, estoy recopilado lo que acabo de decir y lo que Monique dijo, no sé quién tiró a matar a quién, no sé quién disparó primero. A los pocos minutos nos acomodamos en la sábana extendida y comimos, ignorando Mikael y Alfred, un problema en curso se prolongaba, una tención silenciosa se olía entre la comida y el césped, tanto que se podía oír el cantar de las aves. Ya no quise pelear ni hablar más del asunto, anteriormente habíamos discutido pero no a este grado, así que para aligerar el ambiente empecé por preguntarle cosas casuales a Alfred y de ahí seguí con Mikael y poco a poco Monique se integró a la plática. Tocamos el tema de la mama de Alfred sobre el modo en que lo sobreprotege y que a veces mi tío y él se tiene que escapar de su autoridad para divertirse cuando van al lago, reímos y el ambiente se tranquilizó un poco, Mikael nos hablaba de su amor platónico en la escuela que al último resulto ser su propia maestra y reímos más pero Mikael reía con una timidez que nunca había visto en él, es bueno descubrir la otras etapas emocionales de la gente cuando convives en grupo, eso te hace apegarte más con las personas y mejor si son miembros de tu familia.

    —Vamos al columpio —comentó Mikael mientras jalaba de la manga a Alfred.

    —Vayan, pero rápido, porque en pocos minutos nos iremos —les dije gritando por que los dos salieron corriendo a dicho sitio.

    —Vamos a recoger todo —dijo Monique como símbolo de tregua temporal y digo temporal porque en todo el momento de la charla con los niños no me dirigió ni una palabra, Monique se caracterizaba como la que siempre daba su brazo a torcer en algunas discusiones, pero solo con algunas personas, y yo era uno de ese círculo especial.

    —Sí,

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