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Señales de locura
Señales de locura
Señales de locura
Libro electrónico87 páginas1 hora

Señales de locura

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Éstas son historias felices, escritas de noche, acerca de personajes vencidos. A estos cuantos los une el deseo, no importa el cumplido o no, de cada uno de sus habitantes: deseo de morir, de venganza, de transformar su vida, de ser mejores. Están, por demás, llenas de humor, y de absurdos, porque considero que es la mejor forma de acercarse a la desilusión.
El lector encontrará que cada una de ellas forma parte de un todo, como un cuerpo, en el que a veces los órganos (personajes) se subordinan al movimiento inercial de las circunstancias (desarrollo argumental), y funcionan sólo por obligación.
El objetivo de estos relatos, que es el del autor, es acercarse a la forma original de la cotidianidad. Mas, no a aquélla de panes y pollos (por peces). La pretensión es la sumergirse en la psicología de personajes comunes, casi legendarios, para subvertir cada prejuicio o filia hacia ellos.
Es por ello que cada personaje no subordina la historia a sí mismo, sino que va enfrentándose a ella lo mejor que puede. Quizás por alguna vez, el lector podrá sorprenderse queriendo, como por solidaridad, a uno de estos entes literarios. Corre el riesgo además de sentirse identificado, cayendo sobre el ese tan temido "qué haría yo si me pasara tal cosa".
IdiomaEspañol
EditorialGuantanamera
Fecha de lanzamiento17 dic 2016
ISBN9781524304270
Señales de locura
Autor

Luis M. Ruiz

Luis M. Ruiz (La Habana, 1987). Licenciado en Derecho, ha participado y obtenido premios en concursos a nivel municipal, así como en la Universidad. Tiene varios poemas y cuentos publicados en antologías digitales. Se ha vinculado a talleres de creación literaria, así como a cursos de narrativa. Recientemente se graduó en el Taller de Técnicas Narrativas impartido en el Centro Onelio Jorge Cardoso. En Cuba, por supuesto.

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    Señales de locura - Luis M. Ruiz

    punto

    Ilusión perdida

    Mi novia es una muñeca inflable, quiero aclararlo desde el principio. Lo digo sin vergüenza. Ya puedo imaginar la cara de asco que estarán poniendo. Pervertido, asqueroso, búsquese una novia de carne y hueso, serán algunos de sus comentarios. Y yo me rio de ustedes. Porque mi Lucrecia, se llama así, es más humana que la mayoría de las esposas, mujeres o amantes.

    A ver ¿cuántas veces han llegado ustedes a su casa y lo ha recibido su pareja con la misma sonrisa con que la dejaron por la mañana, pocas eh? ¿A cuántos de ustedes los dejan tomarse una cerveza sin que a su novia le aparezca esa mirada de jueza con que recorre el tramo que va desde la espumilla en la comisura de los labios hasta la barriguita de levadura? Son miles los ejemplos. Pero lo principal, al menos para mí, es esa tranquilidad, ese silencio mágico, no importa si no me baño, si fumo mucho, o si no cocino. Ni un reproche y yo la amo más.

    Además, Lucre es mi garantía. Ella es la seguridad de un amor solo nuestro, sin suegras, ni hijos. Sin la eterna preocupación de cuando empezar una familia. Ella jamás me exige la madurés de un futuro padre. Yo hace mucho tiempo decidí que no quiero descendientes, por eso estamos hechos el uno para el otro.

    Por eso me desvivo en atenciones con ella. Si el día es demasiado caluroso, le dejo el ventilador prendido, para que no se me dañe. La lavo una vez por semana y retoco, siempre que puedo, sus facciones con acrílico extranjero. Lucre es mi tesoro, el único ser capaz de darme lo que necesito, paz y fidelidad asegurada.

    En cuanto al sexo, bueno, ahora es normal, no voy a mentir. Al principio era emocionante, cada día descubría nuevos placeres, posiciones. La de ventajas que tiene que la novia de uno no posea huesos. Solo me molestaba un poco que no me hablara, pero le adapte un MP3 con grabaciones de películas porno y todo de maravilla. Además, lo de no usar condón, ni preocuparse por enfermedades de transmisión sexual hacia nuestra relación más placentera.

    Luego pasaron los meses y se fue perdiendo la emoción. Pero, ojo, la culpa es toda mía. Ella, al fin y al cabo, hace lo que yo quiero. Por eso ahora solo hacemos el amor el día antes de las festividades o aniversarios. Que no sea en la fecha en sí, responde a que soy un poco glotón y no me gusta templar con la barriga llena. Como ven hasta en eso ella es comprensiva. Pero tengo que dejarla.

    Resulta que hace un par de meses salí a buscar detergente para bañar a Lucre. Por mucho que caminé, no pude encontrar el que siempre uso. Al final compré uno, que según la dependienta, era igual de bueno que el otro. Pero resulta que a los pocos días de lavada, le empezaron a salir pequeñas granitos en el rostro, y su cuerpo parecía aumentar de volumen rápidamente.

    Lo primero que pensé fue que el detergente le había hecho daño. Enseguida busqué en el pomo y lo comparé con el que siempre usaba. Todos los ingredientes eran iguales, excepto por uno. El nuevo contenida una solución obtenida del útero equino, al parecer, altamente cargada de estrógeno, por lo que se recomiendaba usar guantes para manipularlo

    Nada de eso explicaba, a no ser que Lucre fuese alérgica a los caballos, el porqué de los cambios físicos de mi novia. Pero lo cierto era que cada día se hacía más pesada y, puede parecer una locura, pero juro que su sonrisa ya no era el oasis de tolerancia de siempre. Incluso el sexo se volvió tan monótono y aburrido, que preferí evitarlo totalmente. Yo me sentía desesperado ante aquello. No podía explicarme por qué motivos mi relación se estaba yendo a la mierda.

    Por eso me fui a casa de mi madre, y dejé a Lucre en el armario. Pensaba que un tiempo, distanciados, era lo que necesitábamos para aclarar nuestras mentes.

    Pero el destino es cruel e irremediablemente me obliga a dejarla. Porque, aquel día, mientras cerraba la puerta, nada me hizo sospechar que hoy, cinco meses más tarde, me la encontraría, aun desnuda en el armario, con una indudable barriga de embarazada.

    Felinos

    A Darcy, mi amor y sueño.

    ―Misicat, lindo, deja de lamerme los dedos del pie ―Deja de lamerle los dedos a Julius, Misicat, te vas a envenenar ―Miau, miau ―Que graciosa, Lila. No deberías hacer esos comentarios; hace tres días no te bañas ―Estoy comulgando con la naturaleza. Ven Misi, comulga conmigo ―Miau, miau ―Lo que tú digas. Igual puedes hacer como el gato y lamerte tú misma ―Para eso estas tú; lames mejor mis partes privadas ¿no es verdad mi gatico lindo? ―Miau, miau ―Qué sabe el animal este de cómo yo te paso la lengua ―Misicat lo sabe todo ―Miau, miau.

    Lila descansa su cabeza sobre mi barriga. Está borracha; casi tanto como yo. Le acaricio el pelo, y tarareo una canción de cuna cualquiera, sé que ella no me escucha. Estamos solos en la casa; tristes.

    El gato murió ayer, estaba tirado junto a la cama cuando lleguemos; después de un mes en casa de mi madre. Le hicimos un velorio digno. Me puse el único traje que tengo y Lila el vestido de encaje que le regalé cuando el entierro de nuestro hijo. Frederick trajo una lápida de mármol de las que roba del cementerio y se quedó para la ceremonia Lila le dedicó al felino un discurso hermosísimo acerca de la bondad y la rencarnación; yo toque el violín y: bebimos, bailamos, lloramos. Luego nos quedamos dormidos y Frederick enterró en silencio a Misicat.

    Dice Lila que la tumba del gato quedo como ella quería. Le gusta la tarja. Yo sé que tiene razón, pero he visto como el hijo del vecino entrará a nuestro patio y se robará el pedazo de mármol, que antes trajo para congraciarse con Lila. He visto como: el nombre MISICAT, el titulo MASCOTA,

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