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Escapando del Infierno
Escapando del Infierno
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Libro electrónico194 páginas2 horas

Escapando del Infierno

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     Peces en una pecera, hormigas en un terrario o ratones de laboratorio recorriendo un laberinto. Puede que nuestras vidas no sean más que eso, una prueba para ver si encontramos el queso.

No hacer nada, la solución más sencilla, pero al final el tiempo nos empuja a realizar actos injustificables. El egoísmo, el miedo, la falta de empatía y el peso del paso de los años. Terminar deseando a la mujer joven del vecino, robar la herencia a los hermanos, caer en la adicción de cualquier droga que nos nuble el juicio.

Justificar lo injustificable y seguir adelante de rodillas, a gatas o arrastras como gusanos. No se puede preparar la carrera, dosificar las fuerzas, cuando se desconoce la distancia; cuando no se sabe dónde está la meta.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 ago 2023
ISBN9798223883517
Escapando del Infierno
Autor

Francisco Angulo de Lafuente

Francisco Angulo Madrid, 1976 Enthusiast of fantasy cinema and literature and a lifelong fan of Isaac Asimov and Stephen King, Angulo starts his literary career by submitting short stories to different contests. At 17 he finishes his first book - a collection of poems – and tries to publish it. Far from feeling intimidated by the discouraging responses from publishers, he decides to push ahead and tries even harder. In 2006 he published his first novel "The Relic", a science fiction tale that was received with very positive reviews. In 2008 he presented "Ecofa" an essay on biofuels, whereAngulorecounts his experiences in the research project he works on. In 2009 he published "Kira and the Ice Storm".A difficultbut very productive year, in2010 he completed "Eco-fuel-FA",a science book in English. He also worked on several literary projects: "The Best of 2009-2010", "The Legend of Tarazashi 2009-2010", "The Sniffer 2010", "Destination Havana 2010-2011" and "Company No.12". He currently works as director of research at the Ecofa project. Angulo is the developer of the first 2nd generation biofuel obtained from organic waste fed bacteria. He specialises in environmental issues and science-fiction novels. His expertise in the scientific field is reflected in the innovations and technological advances he talks about in his books, almost prophesying what lies ahead, as Jules Verne didin his time. Francisco Angulo Madrid-1976 Gran aficionado al cine y a la literatura fantástica, seguidor de Asimov y de Stephen King, Comienza su andadura literaria presentando relatos cortos a diferentes certámenes. A los 17 años termina su primer libro, un poemario que intenta publicar sin éxito. Lejos de amedrentarse ante las respuestas desalentadoras de las editoriales, decide seguir adelante, trabajando con más ahínco.

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    Escapando del Infierno - Francisco Angulo de Lafuente

    Escapando del Infierno

    Peldaños desiguales en la espiral descendiente

    Prólogo

    Peces en una pecera , hormigas en un terrario o ratones de laboratorio recorriendo un laberinto. Puede que nuestras vidas no sean más que eso, una prueba para ver si encontramos el queso.

    No hacer nada, la solución más sencilla, pero al final el tiempo nos empuja a realizar actos injustificables. El egoísmo, el miedo, la falta de empatía y el peso del paso de los años. Terminar deseando a la mujer joven del vecino, robar la herencia a los hermanos, caer en la adicción de cualquier droga que nos nuble el juicio.

    Justificar lo injustificable y seguir adelante de rodillas, a gatas o arrastras como gusanos. No se puede preparar la carrera, dosificar las fuerzas, cuando se desconoce la distancia; cuando no se sabe dónde está la meta.

    1

    -  Et incarnatus est de universo: tirra, aqua, vento et igni. Invoco deos inferos. Angeli de caelo et inferno. Vocem meam audi me et instruam te. Angeli atris profundis inferni. Eamque ponam custodes lucis. Sidera, terras et maria. Quod lux eorum qui onera portabant, et ignis flammae illuminare me.

    Los dos jóvenes pronunciaron con voz temblorosa el conjuro al mismo tiempo. Sostenían entre sus manos un viejo libro encuadernado en piel marrón oscuro, con las tapas desgastadas por el tiempo. La parte inferior tenía una franja negra, carbonizada por el fuego, que en algunas páginas había alcanzado los márgenes del texto. Con seguridad, en algún momento del pasado, habían intentado destruirlo, pero por desgracia o fortuna algo o alguien lo salvó de las llamas.

    Los dos muchachos se encontraban en el centro de un círculo, al que se unían en los extremos otros de menor tamaño, cada uno de ellos con diferentes símbolos en su interior. Los habían realizado siguiendo las instrucciones del libro: Marcando el surco primero con una vara de nogal que cortaron al despuntar el alba, justo cuando los primeros rayos de sol tocaban el árbol. Después sobre los trazos vertieron una mezcla de sal y carbón vegetal. El pentagrama con sus círculos de sal y ceniza según decía el texto, protegía a los convocantes de los demonios. Antes de leer el libro ni siquiera imaginaban que hubiese una lista tan grande de ángeles caídos. Tuvieron que seleccionar el nombre del diablo a invocar, pues con cada uno de ellos se podía realizar diferentes tratos o acuerdos.

    La luz del ocaso de un cielo con colores rojizos y anaranjados, bañaba las antiguas lápidas de mármol gris del viejo cementerio. Mientras repetían una y otra vez las palabras escritas, el viento cesó repentinamente, se hizo una calma absoluta y se supieron observados, la sensación desconcertante, la silueta antropomórfica que veían de soslayo caminando entre las tumbas mientras recitaban la invocación escrita en el libro.

    Una anómala corriente de aire movió con violencia uno de los cipreses que se encontraban a la derecha, sin que nada más se moviese, ni una hoja del suelo se levantó y el resto de árboles continuó inmóvil. El cementerio al completo iluminado por los últimos rayos de sol, parecía un óleo inmóvil sobre lienzo, velado únicamente por los estertores del ciprés.

    El miedo inexplicable, el terror paralizó repentinamente a los dos jóvenes, que dejaron de pronunciar las confusas palabras. Llevaban mucho tiempo preparando aquello y pensaban que estaban totalmente seguros de lo que hacían, pero ahora como si despertasen súbitamente, se daban cuenta de que no se trataba de ningún juego.

    -  ¿Lo has visto? – Casi un susurro al oído del otro.

    -  Si, había algo ahí, la sombra recortada con forma de figura humana, que caminaba entre las tumbas. – Empujaba su hombro contra el del otro muerto de miedo.

    -  Coge la vara y llámale por su nombre...

    De entre los cientos de demonios, al parecer con diferentes poderes y rangos, en una estricta jerarquía militar, seleccionaron uno de menor categoría para realizar el pacto. En realidad los dos eran ateos y no creían en esas cosas, así que la razón principal era demostrarse así mismos de que todo aquello no eran más que cuentos de vieja. Llegados a este hipotético momento, ya no había vuelta atrás. La única manera de poder salir del pentagrama con seguridad era sellando antes el pacto con el diablo. El íncubo que habían invocado, era una especie de tesorero, guardián de las riquezas del inframundo. Una vez delante, deberían negociar el precio de sus almas y después uno de ellos con la rama purificada de nogal salir del pentagrama atravesar las puertas del infierno y tocar con la punta de la vara los tesoros antes de cogerlos en las manos y regresar con ellos.

    De nuevo un silencio total, tan intenso como si el mismo tiempo se hubiese detenido. Ahora la luz era tan tenue que sólo podían ver unos metros de distancia alrededor. El tenso silencio se quebró por el chasquido de una rama, se escucharon pasos, primeros cautos, lentos e inseguros, como si alguien caminase a hurtadillas por el cementerio, luego se oyeron correr acercándose. Cerraron los ojos por el miedo, si aquel diabólico ser se les presentaba cara a cara, a los escasos dos metros de distancia del perímetro circular marcado en la tierra, morirían de un infarto. El corazón les latía desbocado y ninguno era capaz de abrir los ojos. Sintieron la presencia a escasos metros, la escucharon caminar entorno al círculo, como si lo examinase en busca de una debilidad, de una grieta por la que poder atravesarlo. Podían escuchar su respiración fatigada y les llegó un hedor a carne en descomposición, similar al que recordaban la vez que encontraron en la cuneta un perro muerto, que en un principio les pareció que se movía y cuando lo tocaron con un palo su pecho se abrió dejando al descubierto miles de gusanos que le devoraban las entrañas.  

    El muchacho que tenía la rama de nogal en la mano, según lo pactado, era el encargado de decir las últimas palabras y de negociar con el ente diabólico; Pero estaba aterrorizado, el corazón le latía como si le fuese a explotar dentro del pecho y respiraba con dificultad, ninguno se atrevía a abrir los ojos.

    -  ¡Vamos, venga! – Le dijo el otro golpeándole con el codo.

    Las palabras se escucharon varias veces repetidas por aquel ser que los miraba muy cerca. El chico recordó una advertencia que aparecía en el libro: No se podía engañar a los demonios, son extremadamente inteligentes y siempre intentarán hacer trampas antes de pactar. Intentarían atravesar el círculo para atacar a los convocantes o simplemente esperarían a que estos saliesen del pentagrama sin llevar la vara o sellar el pacto. También se avisaba de no leer el conjuro hasta estar protegidos dentro del círculo, ni siquiera leerlo en voz baja, pues una vez que se han memorizado las palabras, los diablos intentaran que las pronuncies. Con tretas y engaños, cuando te encuentras dormido, ellos te hablarán al oído y te harán creer que estás dentro del círculo, para que entre sueños enuncies las palabras que abren las puertas del averno.        

    2

    EN EL VERANO DE 1990, los dos ociosos muchachos, se solían juntar en la plaza de la iglesia vieja. Era uno de los mejores lugares para refugiarse del abrasador sol y de las altas temperaturas. Había bancos pegados a los muros de piedra que formaban las paredes. En la zona norte daba la sombra casi todo el día. La plaza fue hasta hace relativamente poco tiempo, un jardín, ahora en el lugar de la hierba había baldosines de un tono blanco grisáceo, con unas franjas de color carmín que los cruzaban formando unas figuras geométricas de mayor tamaño. Para fortuna de los que buscaban sombra en los días más cálidos de Agosto, los viejos Salix Babylonica, sauces llorones, permanecían en su sitio, aunque no se encontraban agrupados, ni alineados, más bien colocados de forma despreocupada, rompiendo la geometría una y otra vez del nuevo pavimento. Sonaba Thunderstruck de AC/DC en el radiocasete de doble pletina, mientras unos de los jóvenes con una mano en alto y una cinta pinchada en un bolígrafo BIC, la hacía girar en círculos rebobinándola. El que sostenía el radiocasete era algo más bajo de estatura, el pelo negro y rizado que lo llevaba muy corto, casi rapado a máquina, ojos marrones y piel morena. El otro tenía el pelo largo hasta los hombros, de color castaño claro, ojos verdes y tez sorprendentemente blanca para la época del año.

    Seguían el ritmo de la música con ligeros movimiento de cabeza, cuando se escuchó el cerrojo de la puerta de la iglesia, alguien la abría desde dentro. Al poco salió el cura, Don Ladislao, un hombre grande alto y grueso, se acercó a ellos. Con la camisa blanca desabotonada a la mitad, que dejaba ver su camiseta interior de tirantes, húmeda por la zona del pecho, debido al sudor.

    -  Me gusta como toca la guitarra el hombre este, aunque Paco de Lucía es mucho mejor. – Sacó un pañuelo arrugado del bolsillo del pantalón y se secó el sudor de la frente. – Tenéis que poner la música un poco más baja, pues me habéis despertado de la siesta.

    El muchacho que tenía el aparato de música sobre las piernas, bajó el sonido de inmediato.

    -  Como veo que no tenéis mucho que hacer os propongo un trato... - Puso su mano de forma amistosa, sonriente sobre el hombro del que aun rebobinaba la cinta.

    Los dos muchachos se miraron buscando algún gesto de aprobación por parte del otro, sabían que las propuestas de Don Ladislao, no solían ser nada divertidas.

    -  Si me ayudáis a limpiar la plaza, os invito a una Coca-Cola.

    -  Mejor unas cervezas. – Apeló ávidamente sin parar de girar la cinta de casete.

    Los tres se pusieron manos a la obra, los dos jóvenes provistos de escoba y cogedor barrían la plaza, mientras Don Ladislao daba instrucciones dirigiendo la operación. En poco menos de una hora terminaron el trabajo y entonces el cura les invitó a entrar a la iglesia. En el interior la temperatura era agradable, las vidrieras multicolor iluminaban el templo. Cruzaron por el pasillo central, subieron al altar y detrás de este a la derecha había una puerta que llevaba primero a una pequeña habitación, la sacristía y seguidamente por otra al otro extremo a la biblioteca, al salón comedor y finalmente el dormitorio.

    -  Esperar aquí, voy a por los refrescos – Había dicho refrescos y no cervezas, lo que inquietó a los jóvenes.

    -  Cervezas. – Replicó el más alto.

    -  Sí, sí, cervezas. – Confirmó sonriente.

    La antigua biblioteca parecía casi un escenario de película, un decorado cinematográfico. Lugar totalmente en desuso, desaprovechado. Con una enorme mesa central de madera, rectangular y veinte sillas a cada uno de sus lados, que quizás en tiempos pasados habría tenido algún uso, sentándose a ella un cónclave de sacerdotes o tal vez una reunión de caballeros medievales. En cualquier caso era irremediable sentir un pesar, una sensación triste al imaginar las posibilidades desaprovechadas de aquel lugar. El muchacho de pelo largo y castaño claro, miró la biblioteca maravillado. Antiquísimos tomos encuadernados en piel, con inscripciones grabadas en el lomo en francés y en latín, había algunos en castellano, pero eran los menos. El otro se acercó también a curiosear. Al poco se miraron.

    -  Madre mía, esta biblioteca tiene que valer una pasta.

    -  Deben de ser casi todos primeras ediciones...

    -  ¡Qué fuerte!

    -  ¡Alucinante!

    Desde luego no eran expertos en libros antiguos, pero era evidente que cualquier coleccionista mataría por poseer una biblioteca como esa. Desde extremos opuestos fueron leyendo algunos de los títulos impresos en los lomos, pasando las manos sobre ellos hasta encontrarse los dos en el centro de la sala, contemplando el mismo libro sin nombre. Lo agarraron a la vez.

    -  ¡Aquí tenéis, cervecitas bien frías! Pero no les digáis a vuestros padres que os he dado alcohol.  – Tenía una sonrisa burlona contemplando las bebidas, como si acabase de contar o hacer algo gracioso.

    Puso sobre la mesa las tres cervezas, dos vasos de caña para ellos y una jarra grande de porcelana blanca para él. La simple comparativa agraviaba, mostrando la gran e injusta desigualdad, pero en esa ocasión ninguno protestó, se limitaros a coger los vasos y echar un trago.

    -  Es cerveza con gaseosa. – Sorprendidos por el engaño miraron a Don Ladislao en busca de una explicación, mientras este reía a carcajadas. Reía tanto que tuvo que sacar el pañuelo del bolsillo para secarse las lágrimas. 

    Sacó un ajedrez junto a una caja de madera con las figuras, luego las dejó caer sobre el tablero y antes de preguntar si alguno de ellos sabía jugar, las colocó preparando la partida. Las figurillas talladas a mano en madera, parecían viejas reliquias.

    -  ¿Juega usted al ajedrez? – Preguntó el moreno de pelo rizado. El cura sonrió esquinado.

    -  Fui campeón juvenil. – terminaba de colocar las últimas piezas. - ¿Qué tal dos contra uno?

    Aceptaron confiados, dos jóvenes contra un viejo no parecía un reto complicado. Comenzaron la partida, aunque el más alto no podía dejar de apartar la mirada de la librería que se encontraba detrás de Don Ladislao, en concreto, no paraba de mirar aquel singular libro sin título.

    -  ¿Son suyos todos esos libros? – No se concentraba en la partida, aunque el cura jugaba desenvuelto, sin necesidad de parase a pensar cada movimiento.

    -  Son libros viejos de la iglesia. – El otro muchacho permanecía concentrado en el juego, pensando los pros y los contras de cada movimiento. – Ni siquiera son de ésta. Los trasladaron desde no sé qué biblioteca, durante la guerra, el caso es que llevan aquí desde que era monaguillo y nadie los

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