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Nuestro mundo radiactivo
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Libro electrónico127 páginas1 hora

Nuestro mundo radiactivo

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Información de este libro electrónico

El libro recoge información de primera fuente sobre la presencia de la radiactividad en la naturaleza, tras cuarenta años de trabajo en el área de Radiactividad ambiental en la Comisión Chilena de Energía Nuclear (CCHEN). A pesar de contener información especializada respecto de un fenómeno científico complejo, gracias a la simpleza de la narración y las habilidades explicativas del autor, es un texto que puede ser leído por jóvenes y adultos y conocer, por ejemplo, ¿de dónde proviene el Carbono 14?, ¿qué es el Radón?, ¿tenemos radiactividad en nuestro cuerpo?, ¿afectará la radiación cósmica a los astronautas?, y muchas preguntas más. El texto es interesante, fluido en su lenguaje y aporta datos desconocidos para la mayoría de las personas. Es una invitación a dar una nueva mirada al lugar donde vivimos y, con seguridad, el lector se llevará más de una sorpresa.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 ago 2023
ISBN9789564090818
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    Nuestro mundo radiactivo - Osvaldo Piñones Palma

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    NUESTRO MUNDO

     RADIACTIVO

    Osvaldo Piñones Olmos

    191025_Logo_vectorizadonegro_sin_sombraSello_calidad_AL

    PRIMERA EDICIÓN

    Julio 2023

    Editado por Aguja Literaria

    Noruega 6655, dpto 132

    Las Condes - Santiago - Chile

    Fono fijo: +56 227896753

    E-Mail: contacto@agujaliteraria.com

    Sitio web: www.agujaliteraria.com

    Facebook: Aguja Literaria

    Instagram: @agujaliteraria

    ISBN: 9789564090818 

    DERECHOS RESERVADOS

    Nº inscripción:

    Osvaldo Piñones Olmos

    Nuestro mundo radiactivo

    Queda rigurosamente prohibida sin la autorización escrita del autor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático

    DISEÑO DE PORTADA

    Imagen :

    Diseño:

    ÍNDICE

    Prólogo

    Introducción

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Reflexiones

    Anexos

    Bibliografía

    Cuando las luces de la tecnología se desvanecen,

    solo permanece la incorruptible belleza de la naturaleza

    Prólogo

    Cada vez que miro el cielo al anochecer me vienen a la memoria recuerdos de mi niñez, cuando, sentado junto a mis amigos en el suelo duro y frío de nuestra salitrera, contemplábamos el firmamento mágico y luminoso en las noches estrelladas, allá, cerca de Iquique. Buscábamos aquel minúsculo punto brillante que, según los diarios de la época, era posible ver sin instrumentos ya que pasaría moviéndose lentamente. Era el primer satélite que orbitaba la Tierra: el Sputnik, como lo bautizaron los soviéticos.

    Y así pasábamos horas absortos en la inmensidad del universo, donde miles de luciérnagas estelares nos invitaban a reflexionar sobre el origen de todo. ¿Cómo se formó el universo?, ¿todo está hecho de los mismos materiales?, ¿hay vida en otros planetas? Y las eternas preguntas: ¿de dónde venimos?, ¿adónde vamos?

    Sin duda, el haber nacido en medio de la enorme aridez del desierto de la Pampa del Tamarugal, en el norte de Chile, me ayudó a desarrollar la imaginación. Disponía, en la noche, de la bendición de un enorme cielo siempre en Navidad, donde millones de luces nos saludaban con su parpadeo y nos hacían pensar que estaban tan cerca que, si subíamos al cerro, las podríamos alcanzar. Y en el día, el calor intenso de un sol implacable y abrasador que, junto a la salinidad del suelo, hacía imposible que brotara algo de vegetación, resaltando aún más la soledad e inmensidad del desierto. Entonces, mi acercamiento a la química y al estudio de la composición de la materia y las fuerzas del universo viene de allí, de esa soledad sin horizonte ni puntos de referencia. Sin embargo, tenía un refugio muy especial en medio del desierto donde, junto a muchos niños pampinos, pasaba tardes enteras recogiendo tierra de distintos colores. De hecho, al lugar secreto lo llamábamos la cancha de colores.

    En pequeñas botellitas separaba y clasificaba esos suelos de acuerdo con sus tonalidades. Así, los amarillos, ocres, rojizos, negros y verde azulados fueron incrementando mi colección. Obviamente, no eran nada más que una mezcla de distintos minerales. Pero, para una mente infantil, era un tesoro que se diferenciaba del blanco perenne de los nitratos del salitre, aquel que, en las mañanas frías de invierno, hacía parecer como nieve todo el suelo de la pampa calichera. Esto, debido a la humedad de la camanchaca, la niebla característica de la zona que permitía que el salitre aflorara y se depositara en la superficie.

    Luego, adulto, nunca imaginé que, después de una larga travesía por Chile y distintos lugares del planeta, estudiando, trabajando, recorriendo y conociendo renombrados laboratorios, impresionantes equipos, instalaciones y sofisticados artificios de alta tecnología desarrollados por el hombre, volvería a mis raíces, a la naturaleza, a estudiar la tierra, a los suelos, cuyos colores recolectaba en mi niñez, los que encerraban más secretos de los que imaginaba. Guardaban una energía desconocida, tenían ¡elementos radiactivos!

    Introducción

    ¿Hay radiación en esta habitación?

    Esta ha sido la permanente pregunta con que inicio cada una de mis clases y charlas acerca de la presencia del fenómeno de la radiactividad en la naturaleza. Y es, precisamente, el hecho de haber contestado tantas preguntas respecto al tema durante los más de 40 años que trabajé en la Comisión Chilena de Energía Nuclear como responsable del área de la Radiactividad Ambiental dentro del Departamento de Protección Radiológica, lo que me ha llevado a escribir este pequeño texto ilustrativo.

    Para informar no solo a los estudiantes y al público en general, sino también a muchos profesionales, especialmente del área de la salud, acerca de algo que debiera ser más conocido por todos.

    La radiación es parte de nuestro planeta, de nosotros mismos y, lamentablemente, he comprobado que existe un gran desconocimiento de las fuentes naturales de radiaciones ionizantes.

    Si nombramos la palabra radiactividad, la asociación inmediata para la mayoría de las personas es que se trata de creación humana. Una invención de los científicos que significa peligro, muerte, destrucción y cáncer. Inevitablemente recordamos las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, o los accidentes nucleares de Chernóbil y Fukushima. En resumen, es solo un término negativo que nunca pensaríamos que pudiera ser de origen natural.

    Esta actitud ante lo desconocido no es nueva. Pensemos en cómo se habrán comportado los antiguos habitantes del planeta frente a un rayo que cayó sobre un árbol e inició el fuego. ¿Habrán realizado manifestaciones en contra del fuego? Con el tiempo, de seguro se formaron diversas corrientes y posiciones frente a este fenómeno desconocido que les mostró la naturaleza. Aquellos que, muertos de frío y con hambre, esgrimían pancartas en contra del fuego por ser peligroso: quemar, provocar incendios y arrasar con bosques, versus aquellos que habían logrado comprender el fenómeno y lo utilizaban en su beneficio, para darse calor, cocinar sus alimentos, iluminar sus viviendas y como protección frente a bestias salvajes.

    Este es el mismo caso: un agente físico de la naturaleza llamado radiación ionizante, fenómeno

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