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Lurel y la gente demonio
Lurel y la gente demonio
Lurel y la gente demonio
Libro electrónico214 páginas2 horas

Lurel y la gente demonio

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Información de este libro electrónico

Lurel se embarca en nuevas aventuras, encontrándose con extraños seres que merodean ocultos entre la vida humana: la gente demonio. Así descubre un vínculo de atracción entre estos seres y él mismo. Recorre medio mundo intentando develar este misterio y planeando romper el nexo... Pero ¿lo logrará?

Antiguas prácticas médicas, que rayan en la brujería. Un viaje hacia el mundo oriental, donde se cruza con un imperio dividido, y que con su búsqueda tiene la posibilidad de aportar su grano de arena para unificarlo. Las distintas decisiones lo acercarán más a su destino.

Esta es la segunda parte de la saga: Lurel

IdiomaEspañol
EditorialNoelia Zeman
Fecha de lanzamiento19 jul 2023
ISBN9786310000916
Lurel y la gente demonio
Autor

Noelia Zeman

Noelia nació en Buenos Aires, Argentina. Estudió en la UBA y actualmente trabaja en el área de sistemas.Desde pequeña se ha dedicado a contar historias. Comenzando con sus producciones literarias escritas desde los trece años, como parte de su amor por los textos.Lurel es la primera novela que ha escrito y ha decidido publicar como libro electrónico.

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    Lurel y la gente demonio - Noelia Zeman

    Por esos días Iehuia, la potestad de Dios que se encarga de alejar a los humanos de la influencia de los seres malignos, se encontraba sumamente atareado en apartar a las brujas y los hombres de sus pactos demoníacos. Había demasiada interacción de la humanidad con los ángeles caídos.

    Y dada las casualidades de la vida, el ángel acababa de ser convocado por Ariana. Al hacerse presente, inmediatamente, pudo percibir en la mujer la oscuridad que rodeaba su alma. Sin embargo había luz, una gran claridad que gritaba a viva voz, queriendo salir de detrás de esa negrura propia de la magia que se nutre de los poderes de los demonios. Iehuia no pudo más que quedar obnubilado por aquella luz que lo había convocado.

    —¡Tú!, mujer, ¿por qué te alías con Belcebú para llevar adelante tu magia?

    Ante aquella pregunta, la mujer se sorprendió hondamente con esa voz profunda y calma, que se dirigía hacia su persona. Y a su vez quedó extasiada con la belleza y el poder de luz de la potestad que había invocado.

    —¿Eres tú Iehuia, quien ha acudido a mi llamado? —inquirió la mujer en tono de duda.

    —Ese soy, enviado de Dios para potenciar las energías de los humanos hacia el cumplimiento de tareas bajo los dogmas divinos —sentenció el ángel con solemnidad, mientras observaba a la mujer con su mirada incriminatoria.

    —Es la magia negra, oh potestad. La que mis hermanas me han enseñado a practicar y la única que conozco —le replicó Ariana en tono de lamento.

    —Cada hombre y cada mujer puede vivir su vida sin valerse de las artes oscuras.

    Ariana y Iehuia conversaron largamente. La mujer había dedicado gran parte de su vida a sanar a los enfermos. Sus dos hermanas mayores la habían iniciado en el camino de la magia oscura, convenciéndola que sin importar los medios, la sanación era el fin en sí mismo que ella debía perseguir. Las primeras veces, Ariana había quedado asombrada del poder que engendraban unas pocas vísceras humanas y lo que podían lograr en el nivel de sanación de un enfermo. Luego, sus hermanas, aprovechando su dolor ante el sufrimiento de la gente que acudía a ella en busca de alivio… le habían enseñado los poderes de los sacrificios de sangre. Había mucho que decir, en cuanto a tomar una vida para salvar otra; pero de alguna forma la hermana menor había quedado convencida que era una vía posible en el camino de la sanación.

    Iehuia, llegaba a asir los motivos que impulsaban a la mujer a haber obrado de la forma en que lo había hecho hasta ese entonces. Pero también era su deber como heraldo de Dios, guiar a esa alma por el buen camino. Así que mucho le habló sobre el poder de las evocaciones angelicales, de las plegarias y de los milagros que podía obrar la fe en el amor incondicional de Dios.

    Pasó el tiempo; y con el transcurso de los días, Ariana había comenzado a aplicar muchas de las técnicas angelicales que le ensañaba la potestad, incluso estaba comenzando a creer que en forma alguna el poder demoníaco era necesario en el camino de la sanación. O más bien, ahora lograba comprender que los efectos oscuros en las almas de los humanos eran aún más devastadores que la propia enfermedad.

    Iehuia, podía ver como crecía la llama de la fe en el corazón de la mujer. Y muy de a poco su alma se iba purgando de los velos oscuros que la rodeaban. Incluso se podía decir que la potestad tenía a su ser en júbilo por la batalla que parecía ir ganando.

    Sin embargo, cada vez que puede, el diablo mete la cola…

    Era una tarde fría de otoño, donde el viento soplaba arreciante y levantaba las hojas del bosque cercano a la casa de Ariana. La hechicera había salido a realizar una de sus últimas recolecciones antes de la siguiente primavera, ya que en aquellas tierras el invierno era crudo, y la nieve quemaba todos los hierbajos medicinales que podía proveer la tierra en otras estaciones.

    Las hojas y pequeñas ramas iban golpeando con furia el rostro de Ariana, el cielo se iba poniendo negro, y se oían truenos lejanos. Apenas podía entreabrir los ojos para ver algo.

    Tenía que volver, no había más remedio que cancelar la recolección ese día y regresar con lo poco que había conseguido.

    Ni bien había decidido dar la vuelta, comenzaron a caer las primeras gotas. La mujer caminaba cada vez con más prisa, apenas pudiendo ver algo en el camino.

    Justo cuando estaba llegando al claro del bosque al otro lado de donde se encontraban el grupo de casitas de la villa donde vivía junto a sus hermanas; fue que de improviso una poderosa rama de un gran abeto se resquebrajó y cayó con todo su peso sobre Ariana. Su cuerpo se desplomó en el suelo inconsciente, mientras los charcos de agua y barro se teñían con la roja sangre que manaba profusamente de la cabeza de la mujer.

    Las hermanas brujas, con su percepción extrasensorial, pudieron sentir casi al instante la agonía de su hermana menor.

    Salieron ambas hechas una tromba hacia la dirección desde donde provenía el dolor de su hermana caída. Pero lamentablemente cuando llegaron, a Ariana se le escapaba el último hálito de vida del cuerpo. Por más que la sacudieron, abofetearon y lloraron, no hubo reacción alguna. Claro que aún su alma estaba cerca, y sabían lo que tenían que hacer. Una de ellas sacó de entre sus ropas empapadas un pequeño frasco que contenía un líquido oscuro, sangre de demonio. Con cuidado la mujer entreabrió los labios del cuerpo inerte de la joven y vertió una espesa gota dentro de su boca.

    Entre ambas empezaron a arrastrar el cuerpo embarrado y ensangrentado hacia la villa.

    Apenas habían avanzado unos pocos metros cuando Iehuia se les apareció frente a ellas.

    —¿Pero qué han hecho? —les rugió conminándolas a confesar su acto.

    —Lo que había que hacer para salvarla —lo espetó con mirada desafiante la hermana que le había suministrado la sangre de demonio.

    —Con eso acaban de condenarla… ¿es que creen que con esa impura sangre el alma de Ariana entrará en comunión?

    —Esa es la idea —retrucó la hermana.

    —Cuan equivocadas están, mujeres. Si acaso existe la mínima posibilidad de que la oscuridad en el alma de Ariana se abrace a la sangre de demonio, estarán condenando su existencia a servir a las fuerzas del mal. Ella no hubiese querido eso —sentenció la potestad mientras las lágrimas corrían por su fulgurante rostro.

    Acto seguido, hizo aparecer entre sus manos angelicales un corazón de cristal, en el que con cuidado guardó algunas de las lágrimas que le caían por las mejillas. Luego se lo entregó a las hermanas diciendo:

    —Esta es la cura que purificará de la eterna oscuridad su alma. Ella debe tomarla por propia voluntad, una vez que vuelva a la vida; si es que llega hacerlo.

    Y sin mediar más palabras, ascendió a los cielos entre las nubes ominosas que aún azotaban con furia tormentosa a los hijos de los hombres.

    En vano esperaron las brujas durante toda la noche a que el alma de su hermana retornara al cuerpo corrompido con la sangre de demonio. Por el contrario, su luz encontró el camino para ascender a los cielos de la mano de su ángel guardián, a la espera de su juicio. Quedando olvidado en la tierra por centurias, el regalo de Iehuia.

    CAPÍTULO 1

    Lurel llevaba navegando en mares lejanos, largo tiempo. El Muerte Negra y su tripulación se habían visto enriquecidos con cuantiosos y exóticos botines. Aquellas aguas, no estaban bajo la protección de ninguna corona, y a su vez era poco practicada la piratería; pero claro, había otros peligros a los que enfrentarse.

    Aquella mañana el capitán había abierto la ventana de su camarote, el cielo estaba despejado y la brisa soplaba fresca, podía escuchar el graznido de las gaviotas que revoloteaban cerca de los muelles.

    El plan era pasar unos días en aquel pequeño pueblo pesquero, para abastecerse y descansar luego de tan largo período en el mar. Entre la tripulación ya podía notarse la tensión creciente, ocurrían cada vez más seguido escaramuzas entre los marineros. Algo de descanso en tierra y cambio de aires, ayudaría a calmar el ánimo de sus hombres.

    El joven capitán había escuchado rumores sobre una isla perdida, sobre la cual se decía que albergaba innumerables tesoros, sin embargo la leyenda rezaba que se encontraba infectada por serpientes y además era celosamente custodiada por un temible monstruo. Esperaba recabar más información entre aquellos pescadores, quienes navegaban las aguas desde niños y eran diestros marineros y por supuesto, conocedores de la región.

    Durante las noches en los bares fue fácil entablar conversación con los lugareños, todos tenían alguna anécdota que contar, alguna historia mórbida que habían oído sobre la isla Serpiente.

    El viejo capitán Crick, que lo había acompañado durante el último tiempo, hacía lo propio.

    Esa noche ambos se sentaron a hablar en una mesa de la taberna del pueblo, mientras compartían unos porrones de cerveza.

    —¿Qué opinas Lurel? ¿Crees que exista esa isla? ¿Y ese tesoro? —inquirió Crick con una sombra de duda en el rostro.

    —Lo cierto es, Crick… que nadie sabe exactamente dónde queda la isla Serpiente o cómo encontrarla. Todos se basan en historias que han oído, como si fuera parte del folklore local.

    —Mmmmm… tal vez, joven capitán, tal vez se trate de una leyenda que va de boca en boca.

    »Pero en todos los años de experiencia que llevo, estas historias siempre llevan algo de verdad.

    —Desde luego, claro está para nosotros —concluyó Lurel, y luego de una pausa continuó—. Algunos aldeanos han comentado que un hombre que se encuentra en la prisión ha pisado esas tierras, siendo el único de su tripulación que ha vuelto con vida para contarlo.

    »Podríamos continuar buscando pistas por ese lado. ¿Qué opinas Crick? —indagó el joven mientras miraba al viejo capitán con una sonrisa cómplice.

    —Entonces habrá que sacarlo de donde está. Pondré a unos hombres en ello —le replicó Crick, devolviéndole la sonrisa cómplice.

    El viejo se quedaría todavía por unas rondas más de cerveza en la taberna.

    Por su lado, Lurel quería tomar algo de aire fresco, precisaba pensar y ordenar un poco las ideas. Dar una vuelta de tuerca a todo ese asunto, esperando rescatar alguna otra pista relevante de entre todo ese embrollo de habladurías que había estado oyendo durante los últimos días.

    Las callejuelas del puerto estaban solitarias, solo oía el eco de sus propias botas sobre el pedregullo del suelo. Las escasas velas de las casas que aún quedaban encendidas, se iban apagando una tras otra, hasta que todo quedó en penumbras, apenas iluminado por una luna en cuarto menguante.

    El joven continuó caminando demasiado compenetrado en sus pensamientos para notar nada, hasta que de repente desde un callejón que pasaba, algo saltó, lo golpeó y lo estampó de espaldas contra una pared.

    —Te huelo, sé lo que eres… —le susurró una voz al oído.

    Lurel solo consiguió ver una melena leonina erizada y unos ojos almendrados oscuros que lo escrutaban. A la vez que se percataba de un poderoso brazo que lo había aprisionado contra el muro.

    —¿Qué…? —Fue lo único que llegó a balbucear el joven capitán.

    —Shhh… puedo notar tu confusión, tú no sabes lo que yo soy. Ni siquiera eres consciente de lo que tú mismo eres —dejó deslizar aún entre susurros quien lo tenía aprisionado.

    —¡Por tu bien será mejor que me sueltes! —le gritó el joven, lleno de ira.

    Entonces una vela se encendió, y Lurel pudo ver el rostro completo de su opresor. Se trataba de una joven mujer mulata, de melena leonina y erizada. Y ojos… esos ojos… reflejaron la luz de la vela como candiles, cual si de un gato se trataran.

    Inmediatamente ella lo liberó de su opresión, y con movimientos felinos se escabulló entre la noche.

    Al día siguiente, Lurel había amanecido muy cansado, le había costado dormir pensando en aquel encuentro inesperado. Esa mujer que furtivamente lo había sorprendido en la oscuridad de la noche. ¿Pero que había dicho? ¿Qué no sabía lo que él mismo era? Y además esos ojos, ese brillo incandescente no era posible en ojos humanos… ¿O sí?

    A media mañana Crick apareció en su camarote para hablarle de los planes con el preso.

    —Ay, pero es que apenas puedo hacer que mis palabras dejen de retumbarme en la cabeza; he bebido demasiado anoche —le soltó el viejo con una mueca entre sufrimiento y súplica.

    Lurel revoleó los ojos hacia arriba, se giró y buscó en un mueblecillo de madera lustrada, un pequeño frasco.

    —Aquí tienes Crick —le dijo Lurel mientras le entregaba el envase—. Recuerda, solo unas gotas.

    El viejo capitán le sonrió e inmediatamente, abrió el frasquito y bebió unas cuantas gotas de aquel poderoso elixir anti-resacas.

    Se asomó a las ventanas abiertas de la habitación de Lurel y tomó algunas bocanadas de aire fresco, mientras olía el aroma del mar y contemplaba las embarcaciones pesqueras aledañas atracadas en el puerto, junto al Muerte Negra. Su barco de toda la vida, que a punto de retirarse, había decidido vender a aquél joven, tan capaz y valiente, como él mismo lo había sido en su juventud, todavía resaltaba majestuoso frente al resto de navíos atracados allí.

    Lurel se había repantingado en su escritorio, mientras esperaba que a Crick le surtieran efecto las gotas que le había dado.

    Unos pocos minutos, y el viejo capitán se sentía notablemente repuesto.

    —Uf, tengo que admitir que cuando se acaben esas gotas, con todo gusto volvería al archipiélago de Las Cien Islas a buscar más. Valen su peso en oro.

    —Imagino que ya has enviado a alguien a merodear cerca de la cárcel, para poder sacar de allí, al valioso prisionero que buscamos, ¿no? —le preguntó Lurel, haciendo caso omiso al comentario de Crick.

    —Sí, justo venía a eso, a comentarte que envié a tres de mis… nuestros hombres a husmear por allí. Pero también, venía por otra cuestión…

    »Bueno, recuerdas cuando te vendí mi barco, la condición era ser tu co-capitán por un año —esbozó Crick con un tono apesadumbrado.

    Lurel se reincorporó en la silla, y clavó sus ojos cafés en el hombre que tenía frente a sí. Sabía perfectamente hacia donde se dirigía aquella conversación. Crick había sido un útil y leal compañero durante ese último año de viaje. Manejaba muy bien a la tripulación y además, se cuidaba de no desafiar la autoridad de Lurel en el barco. Cosa que el joven agradecía, y tenía la misma condescendencia con el viejo capitán. Así que pensó ahorrarle el mal trago, decidiendo ser él quien hablara para zanjar la situación.

    —Capitán Crick, déjeme decirle que todo su labor y su empeño los considero invaluables. Si bien sé, que está en todo su derecho de retirarse y abandonar la piratería, déjeme decirle que nada apreciaría

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