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Laboratorio de cuentos III: Para que te sigas entreteniendo
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Libro electrónico216 páginas3 horas

Laboratorio de cuentos III: Para que te sigas entreteniendo

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Son doce cuentos y narraciones de ficción, creados por la imaginación y en algunos casos con cierta referencia a la realidad, que tienen como fin principal entretener al lector y tratar que la mente de cada uno de ellos pueda crear las imágenes de la narración y eventualmente inventar desenlaces alternativos.

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento22 abr 2023
ISBN9781685743642
Laboratorio de cuentos III: Para que te sigas entreteniendo

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    Laboratorio de cuentos III - Alonso Rivera

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    El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos e imágenes fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable sobre los derechos de los mismas.

    Publicado por Ibukku

    www.ibukku.com

    Diseño y maquetación: Diana Patricia González J.

    Diseño de portada: Ángel Flores Guerra B.

    Copyright © 2023 Alonso Rivera

    ISBN Paperback: 978-1-68574-363-5

    ISBN Hardcover: 978-1-68574-365-9

    ISBN eBook: 978-1-68574-364-2

    Índice

    El inicio

    Esporas del mal

    Chesu…

    Conquista del espacio

    De puerta en puerta

    El abuelo

    El amigo

    El desalojo

    El observador

    Inodoro

    La laguna

    Me lleva el diablo

    El inicio

    El avance tecnológico llevaría al desastre a la humanidad. Nadie podría preverlo porque siempre se había visto como algo positivo; porque realmente lo era, sin duda. Pero, aun así, la robotización de las actividades, en busca de mayor eficiencia y reducción de costos, debió tener sus límites. Alguien debió preverlo, debió anticiparse a lo que pasaría y quizá, si hubiera podido convencer a los ambientalistas y estos hubieran difundido la visión del futuro, tal vez los países se habrían puesto de acuerdo en limitar el avance de la automatización y no habría ocurrido la real y verdadera hecatombe.

    La agricultura es una actividad que ha realizado la humanidad por milenios, primero para autosostenimiento de la familia y luego para la tribu o clan, con una finalidad no comercial. Pero con exponencial crecimiento poblacional y la necesidad de generar riqueza para poder ir elevando el nivel de vida, esta actividad se convirtió en un negocio para lo cual el dueño de una parcela debería sembrarla para obtener una cosecha, no solo para autosostenerse, sino para poder comercializar el exceso. Ocurrió entonces que alguno fue más eficiente que otro o tuvo suerte con que, mientras las cosechas de otros se arruinaban por razones de la naturaleza, las suyas se concretaran, que pudo ampliar su posesión de terrenos expandiendo su área de cultivo e incrementando su producción. Y necesitó la colaboración, pagada por supuesto, de otras personas para poder cultivar la mayor extensión.

    Pero él no era el único. Muchos otros agricultores fueron creciendo y se inició la competencia por captar el mercado. La agrícola era una actividad que requería ingente mano de obra, muchas personas trabajando, ganando un salario y viviendo de esa actividad. Sin embargo, vino la tecnología para lograr más eficiencia y competitividad, empezaron a aparecer las máquinas que reemplazaron parcialmente la mano de obra: tractores, segadoras, cosechadoras, que desde un punto de vista podrían ser consideradas como robots sin ningún tipo de programación, que eran manejadas directamente por un humano pero que reemplazaban la mano de obra de muchos de ellos.

    Y los hombres desplazados de esta labor debían dedicarse a otras actividades, que, si bien no son netamente productivas, pero se van haciendo necesarias en aras del progreso y de la elevación de la complejidad de la vida humana. Por ejemplo, los contadores, que no producen nada pero son indispensables en el manejo de las empresas, los empleados bancarios tampoco lo hacen, pero no se podría prescindir de ellos; los fotógrafos; los oficinistas; los vendedores de helados y golosinas, y muchos más. La sociedad se acomoda para crear puestos de trabajo que permitan que la economía se mueva.

    Como contraejemplo, yendo en sentido contrario, hubo países que prohibieron el uso de maquinaria agrícola, para evitar que se desplazase la mano de obra del ser humano hacia la robotización. Tal vez se vea como retrógrado, pero quizá tenían razón.

    Así como esta actividad agrícola podríamos mencionar muchas otras de transformación: la fabricación de autos, la construcción de casas y edificios, también de carreteras, fabricación de juguetes y casi o tal vez todo lo que al inicio lo fabricaba el hombre, con sus propias manos, ahora lo hacían las máquinas, a fin de incrementar exponencialmente el volumen de la producción para satisfacer la creciente demanda por el producto, pero a un costo mucho menor y poder competir con otras empresas que ponían en el mercado productos similares o sustitutos y ya elaborados con tecnologías modernas. En buena cuenta, quien no recurría a las máquinas simplemente desaparecía el mercado.

    Pero, yendo un poco más adelante, hasta nuestra actual moderna sociedad, ya han aparecido los primeros autos que se trasladan solos sin necesidad de conductor y que podían trabajar dando servicio de taxi. Aun con fallas, que se manifestaron luego de las pruebas que hizo el fabricante y por lo cual aún no han recibido la autorización para su uso, no por eso dejaron de ser la semilla que se iría perfeccionando. Eran ya robots que tomaban decisiones: dónde ir despacio, dónde acelerar, dónde parar y cómo evitar los choques. Según lo que se preveía, bastaría ser llamado por el usuario (a través de un teléfono celular con toda la actual tecnología informática) y que este le indique a dónde quería ir, y eso era todo. La máquina calculaba la ruta más corta sin tener que preguntarle a nadie, excepto al satélite, que lo alimentaba de información actualizada. Y el pasajero tampoco debía pagar con monedas ni billetes, bastaba extenderle su tarjeta para que el otro robot, el banquero, extrajese de su cuenta el dinero exacto y sin tener que ensuciarse las manos.

    Igualmente, ya había supermercados, todavía en fase de prueba, que no requerían empleados para que atendieran a los clientes. Solo bastaba que llenaran sus carritos con los productos. El robot invisible iba tomando nota de los productos que estaba retirando e iba sumando los precios para al final obtener la cuenta total, y finalmente conectarse con el robot bancario para hacerle el cargo por lo adquirido, y emitir la factura que le llegaría virtualmente al comprador a través de su smartphone, table o laptop. Un prodigio. Al final del día, cuando el sensor de movimiento detectaba que ya no había humanos, procedía a cerrar la puerta. ¿Quién? La inteligencia artificial a cargo. Salía otro robot que se encargaba de limpiar pisos, góndolas, congeladora y todo el alrededor, y también otro autómata que había recibido información de cada uno de los productos retirados, de modo que sabía cómo había variado el inventario y traía los productos para reponerlos en las repisas de exhibición.

    Ya no había humanos, la eficiencia era total, sin fallas ni errores, y a un costo menor.

    ¿Alguien habría pensado qué pasaría si el uso de los autosrrobots y de las tiendas autómatas se generalizaba, cuántos puestos de trabajo se perderían irreversible e irremediablemente? ¿Habría o se podría crear alguna otra actividad que sirviera para absorber esa mano de obra? ¿Podrían producirse suficientes puestos de trabajo para absorber la mano de obra desplazada? Tal vez se pensara que ese problema tendrían que resolverlo las fuerzas del mercado, el ingenio y la inventiva del hombre individualmente y sin intervención del Estado. ¿O el Estado tendría que intervenir en alguna forma?

    Años después se hizo realidad lo que había estado mucho tiempo como proyecto: ya había miles, millones de autos autónomos recorriendo el mundo y miles de tiendas autoadministradas también en franca expansión, en forma de franquicias o cadenas que iban desplazando a los servicios humanos tradicionales. Si bien los gobernantes de los países que recibían estos portentos y los propios usuarios celebraban la modernidad y la simplificación de las tareas que les daba muchísima facilidad y comodidad para satisfacer sus necesidades de bienes y servicios, por otro lado la rápida expansión de esta tecnología había dejado sin puestos de trabajo a muchísima gente, y el breve lapso en el que esto ocurrió no les daba oportunidad de recolocarse en ninguna otra actividad laboral que les permitiera generar ingresos para sostenerse a ellos mismos y a sus dependientes.

    Se iniciaron entonces masivas y globales protestas por todo el mundo, pues parecía no haber solución para ellos. En algunos países más afectados incluso se formaron sindicatos de autodefensa de los puestos de trabajo y de su modo de vida, y empezó a haber brotes de violencia. La situación parecía que se iba a tornar incontenible, e incluso algunos autos autónomos fueron destruidos e incendiados y varias tiendas autoadministradas, saqueadas y vandalizadas. Pero la sociedad valoraba esas actitudes como producto de la demencia de gente que no entendía que el progreso de la humanidad no podía ser detenido y que estos avances eran en su propio beneficio. Olvidaban las premonitorias palabras de Bertolt Brecht: «Pero, como yo no era obrero, tampoco me importó». Tal vez les faltó leer la última frase: «Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde».

    Las grandes compañías que habían aparecido en el mundo y que competían por producir mejor tecnología en este campo de la automatización y robótica, protestaron en forma agremiada, exigiendo a los Gobiernos que tomarán acción, pues sus inversiones estaban siendo afectadas. La propiedad privada, que es la piedra angular del modelo económico que había llevado a tan alto grado de desarrollo, estaba siendo cuestionada y afectada por gente calificada como vandálica e inescrupulosa.

    Por supuesto que los Gobiernos debían actuar en consecuencia con lo que establecían sus normas fundamentales, su constitución política que debía regir sus decisiones críticas, pues, si bien contemplaba que la persona humana era el fin supremo de la sociedad, no era menos cierto que también ponía énfasis en que debía respetarse la propiedad privada. Consecuentemente, se vieron obligados a desplegar fuerzas del orden para controlar las turbas, usando mayor o menor grado de fuerza dependiendo de las circunstancias.

    Utilizar la palabra lamentablemente tal vez no sería lo más adecuado, porque dependería de quién fuera el observador de los acontecimientos para que pueda darle un significado, pero lo cierto es que no solo en esos dos rubros aparecía la robótica reemplazando a la mano de obra humana. Y es que el afán de reducir costos y alcanzar mayor eficiencia seducía a los grandes empresarios (que válidamente debían buscar estos objetivos a fin de que sus empresas fueran competitivas y pudieran sobrevivir, es decir, no se les podía culpar por lo que hacían) y a la vez incentivaba a los desarrolladores de tecnología.

    La tecnología robótica se orientaba a las actividades donde se requería ingente mano de obra, pues permitía reducir estos costos operativos, pero además tienen asociadas la posibilidad de formación de sindicados que soliciten mejores condiciones, incremento de sueldos, e incluso pudieran llegar a realizar paralizaciones de labores que indudablemente producen perjuicios económicos a las empresas.

    Recientemente se habían puesto en operación maquinarias robóticas en el sector agrícola, que no solo preparaban el terreno para la siembra, sino que seleccionaban las mejores semillas entre las que tenían en los silos, y además las clasificaban para tener áreas de óptima producción para exportación y clientela prémium, y otras de menor nivel. Asimismo, tenían un pronosticador del clima y así podían determinar no solo qué momento era adecuado sembrar, sino que decidían qué tipo de cultivo sería el más conveniente: papas, maíz, lechugas, o tal vez frutales, alcachofas, espárragos, paltas. Y preparaba el terreno de acuerdo con ello. Pero no solo eso, sino que regulaba la cantidad de agua necesaria y suficiente, logando también ahorros en este aspecto, y además identificaba las plagas que podían venir anticipando el tratamiento, y también a las que ya estaban afectando les aplicaba el tratamiento exacto, lo que le permitía hacer labor profiláctica o aplicar la solución más adecuada en el momento adecuado y en forma oportuna, según el caso específico. Obviamente, la cosecha era igualmente automática, seleccionando los productos para envasarlos según la calidad: los excelentes, los de buena calidad, los grandes, medianos, pequeños, y eliminando, si es que eventualmente ocurría el problema, los productos defectuosos. Y finalmente, dejando todo almacenado y clasificado y listo para la venta. No era necesario, por lo tanto, el muy humano conocimiento tradicional e intuitivo de la siembra que fue utilizado por centurias, pero que muchas veces llevó a la quiebra a los agricultores. En buena cuenta, nuevo desplazamiento del personal que siempre se dedicó a esta labor.

    Como es de imaginar, el uso intensivo de esta tecnología agrícola robótica y su difusión creo más desempleo y nuevas protestas, nuevos actos vandálicos y nueva acción de las autoridades a fin de reestablecer el orden.

    ¿Qué se podía hacer? ¿Cuál podría ser la solución, detener el progreso y la evolución, prohibir la sana competencia que genera eficiencia y creatividad? La mano de obra no era absorbida y los seres humanos poco a poco estaban entrando en niveles de pobreza extrema, y eso solo generaba que su instinto de supervivencia los llevara a utilizar la violencia contra aquellas maquinarias que los estaban haciendo perder su dignidad de personas.

    Ahora, con la confianza que generaba el perfecto funcionamiento de los taxis autónomos, también se había desarrollado el transporte público autónomo, el transporte interprovincial autónomo, y también el transporte de carga. ¡Adiós a los accidentes! ¡Adiós a los choferes de relevo! Pues el robot no se cansa. Y, por si fuera poco, las aeronaves también estaban operando autónomamente, y consecuentemente, ya no requerían pilotos. En este rubro, las coordinaciones de la aeronave con la torre de control del aeropuerto, que ahora era también estaba robotizada, eran automáticas e instantáneas, no existían los errores y todo funcionaba perfectamente coordinado.

    Algo que había pasado desapercibido y que ahora se puede comprender al percatarse de lo que ocurría en la torre de control de aeropuerto: era que la robotización estaba llegando a las oficinas; es decir, no solamente se estaba reemplazando la actividad mecánica realizada por el ser humano, sino también la administrativa. El monitoreo de los radares, la emisión de informes, la comunicación con la aeronave y otras torres de control ya era realizado por un cerebro electrónico que coordinaba todo silenciosa y eficientemente.

    Este gran avance se trasladó a otras actividades: ¿publicistas?, ¿creativos?, ¿diseñadores? No, ya eran cosa del pasado paleolítico, ¿para qué? Si la máquina, con la información que captaba automáticamente de las redes sociales tenía un conocimiento muy profundo, inigualable, del cerebro humano, sus necesidades, sus apetitos, sus emociones, cómo reaccionaba ante cualquier circunstancia, y podía diseñar en segundos el plan publicitario más efectivo y eficiente para cualquier producto, y difundirlo exactamente a través del medio más conveniente, ya sea escrita, radial, televisiva, redes sociales o lo que la inteligencia artificial calculara que sería lo mejor. ¿Resultado? Mayores ventas, pero más desempleo.

    Y en línea con ello, ¿para qué médicos?, ¿para qué enfermeras? Bastaba que el paciente pasara por un portal para que la máquina diera el diagnóstico y determinara el tratamiento. Ya no era necesario hacer exámenes separados de ecografía, rayos X, sangre, orina, heces, tomografía. No, todo estaba integrado en un solo portal. Asimismo, las intervenciones quirúrgicas efectuadas por máquinas sin intervención humana eran altamente eficientes. El robot conocía perfectamente el cuerpo humano y su manejo de instrumentos era absolutamente preciso para cualquier tipo de intervención, e incluso estaba preparado para actuar en caso de que ocurriera un imprevisto.

    Todo lo que se narra iba ocurriendo en el transcurso de décadas, conforme la inventiva del hombre lograba mejores productos robóticos. Esto inicialmente sucedía en forma relativamente lenta. Sin embargo, conforme se iba haciendo más complejo el diseño y la construcción de sofisticadas máquinas autómatas, era necesaria la intervención de los propios robots para alcanzar buenos resultados, y de esta manera se aceleró el desarrollo tecnológico. Pero llegó un momento conforme pasaba el tiempo que ni siquiera era necesaria la intervención humana: bastaba plantearle los parámetros al robot y él se encargaba del resto. ¿Notaron? Un robot creando robots cada vez más perfectos. La inteligencia artificial creada por el hombre ahora creaba una inteligencia artificial superior perfecta.

    La violencia social defendiendo los puestos de trabajo se agudizaba, ahora incluía a las personas de las diversas actividades que estaban siendo reemplazadas por la automatización inteligente. Por otro lado, la presión hacia el Gobierno para que protegiese los bienes de las empresas también se incrementaba. Muchas máquinas robóticas con inteligencia artificial habían sido destruidas y a los Gobiernos no les quedó otra opción que desplegar toda su fuerza de seguridad para contener a las hordas de protestantes. Pero, más aún, autorizaron a las propias empresas a contratar personal para que protegiera los bienes, pero con la consigna y disposición fundamental que su accionar debía ser exclusivamente defensivo, y que por ninguna circunstancia debería atacarse ni menos herirse a las personas. Esto último fue imposible. No había forma que no ocurriera algún accidente

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