Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La Despedida Por Un Vencido
La Despedida Por Un Vencido
La Despedida Por Un Vencido
Libro electrónico495 páginas8 horas

La Despedida Por Un Vencido

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Yo creo en la justicia americana, tengo conciencia plena del valor que representa su independencia de los demás poderes, y este libro no es un reto a su sistema judicial; sino a la condición humana. El hombre continúa siendo el mismo ser egoísta desde sus inicios, el cual gusta atropellar al más débil e inclinarse al fuerte. Se equivocan quienes piensan que las leyes pueden cambiar la naturaleza humana, de nada vale la manera de estructurarse un juicio y sus componentes cuando el corazón de sus ejecutantes es perverso; esta y no otra es la razón por la cual se da a luz este testimonio. Una vivencia real de un jurado falto de ética, una jueza, un fiscal y un defensor público obsesionados en sancionar a un pobre hombre para complacer los desmanes de un inspector de la Policía que miente, y ellos bien lo saben; pero temen ir en su contra.

En los primeros meses del año 2007 parto de la ciudad de Miami hacia el estado de Georgia en busca de unos documentos los cuales me tomaban tiempo conseguir. Un señor para el cual había trabajado con anterioridad me invita a participar en la temporada de cebollas, lo cual acepto sin conjeturas.

Un viernes, alrededor de las once de la mañana después de haber concluido la labor y recibido la paga me llego hasta la tienda cercana a comprar un paquete de cervezas. Al venir de regreso observo por el espejo retrovisor que soy perseguido por el carro patrullero guiado por el oficial de la Policía local Mario Moser, después de detenerme y revisar mi boca y mi ropa, me esposa mis manos y golpea por mi espalda aun cuando lo estoy tratando respetuosamente sin ofrecerle resistencia alguna. Este hecho fue presenciado por decenas de personas en público, yo no hubiera podido decir mentiras, ni inventar un cuento desasociado de la realidad, hubiera sido de un modo sencillo desmentido y ridiculizado.

En el instante que este oficial de la Policía me registraba aparece en dirección opuesta un carro blanco civil con dos tripulantes sin uniformes oficiales, los mismos registran mi carro en tres ocasiones por espacio cercano a la hora, curiosamente el tercer registro el cual no me permiten observar, afirman haber encontrado una dosis de crac cocaína en una de las gavetas del carro.

Este hecho sirve de base a todo un largo proceso de irregularidades, y corrupción como nunca imaginé que pudiera suceder en América; si alguna persona me hubiera contado este relato antes de vivirlo, lo hubiera juzgado de mentiroso, así de sencillo. A la distancia de diez años miro este acontecimiento con espanto, hasta donde puede degradarse el hombre cuando en su corazón anida el perverso sentimiento del racismo, la intolerancia al extranjero y el más perverso de todos los sentimientos humanos: pisotear al de abajo.

A los tres días de convivir con un joven en la misma celda, me entero que era mi compañero de causa al ser conducidos los dos ante un investigador y preguntarme si era quién me había vendido la cocaína, pareciera una novela, pero no lo es, se trata de un hecho real en toda su dimensión, y para acabar de completar el cuadro de miseria, este joven no asiste al juicio, o sea, soy juzgado por comprar cocaína y no asiste el vendedor.

Pero aquí no acaba el caso, el policía que me arresta tampoco asiste al juicio. Mi acusador resulta ser un famoso inspector que no recuerdo haber visto con anterioridad y fabrica una historia risible por su grado de irracionalidad y contradicciones. Su testimonio no hubiera resistido una leve investigación, la fiscalía en complicidad con la jueza y mi defensor público, se dedicaron a esconder las evidencias requeridas para el caso.

Ojalá que este caso conlleve a la reflexión sincera de quienes, teniendo la oportunidad de hacer un juicio justo, prefirieron manchar con su conducta la justicia de esta gran nación.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 dic 2020
ISBN9781643343983
La Despedida Por Un Vencido

Relacionado con La Despedida Por Un Vencido

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La Despedida Por Un Vencido

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La Despedida Por Un Vencido - Angel Osiris Milian

    En los amaneceres están los momentos más intensos de la vida. Es como si existiera una analogía entre la fuerza pujante con la cual viene el sol y esa vital energía que existe en todo despertar. A ello nos adaptamos, y como rutina diaria nunca llegamos a predecir en cual amanecer está el giro que cambiará nuestra vida. Nunca percibimos la señal que nos diga: a partir de hoy nada será igual. Esos golpes llegan como mandato de un reino desconocido, y se impregnan como principados en el alma.

    No imaginaba, y ni siquiera en mis sueños más pesimistas vaticinaba que aquel 27 de abril del año 2007 tuviera una nueva caída. Ocho meses atrás recibo el golpe capital de mi vida; el que lacera el alma y doblega las rodillas. Mi compañera muere y deja atrás toda una carrera de sueños y promesas por realizar el día el cual cumplo años, entonces conozco el sufrimiento, y por primera vez en mi vida acepto una derrota. La muerte es el único fallo irreversible en el cual perdemos toda esperanza, contra ella no hay revancha posible, y un sentimiento de culpa parece clavarse en el alma. Mary Beth fue el pedazo lindo de mi vida y no pudiera emprender obra alguna sin pronunciar su nombre.

    Aquel último viernes de abril amanezco optimista, es mi día de cobro; pero también tengo que pagar el alquiler de mi vivienda con cuatro días de atraso, pienso como voy a distribuir el dinero mientras preparo un pan con aceite y ajo. Una vez listo, comienzo a desayunar sentado en los escalones por donde se sube al tráiler. Aprovecho y prendo el carro, el cual expele un humo negro en cantidades a considerar, lo he llevado a varios mecánicos, pero ninguno ha dado con el problema. Me han aconsejado un cambio de motor o su reparación; pero no he tenido la cantidad de dinero exigida. No he querido pensar en la posibilidad de un carro nuevo, pues se trata de un regalo de mi esposa muerta. Los recuerdos son como un cofre donde se guardan las joyas preciadas, la carga fiel que siempre nos acompaña, los monumentos de nuestra historia; los cuales sentimos la necesidad de visitar en los desplomes del alma.

    Soy el primero en llegar a la finca, para mí es una costumbre, se trata de una nueva labor que hoy comenzamos, a mi juicio, es la mayor del grupo que componen el latifundio del granjero Ortiz Stanley. Se encuentra situada al lado de la carretera US l, a un par de millas del poblado de Lyons. Salgo del carro y empiezo a fijarme en la cebolla, la cual se encuentra más hecha que en las granjas anteriores. También han extraído para la recolección mayor cantidad, por lo que supongo que a partir de hoy comienza la producción diaria: me llegó la hora de hacer dinero. Miro hacia el cielo y le doy gracias a Dios, porque mis planes se harán una realidad; en par de meses volveré a Miami, esta vez para siempre.

    La recolección comenzó el primero de abril pasado, pero hasta el momento ha marchado con lentitud. Hemos trabajado aproximadamente un par de días por semanas por no encontrarse la cebolla en su estado óptimo. Mayo es el mes idóneo de la recolección y obliga a levantarse a todo tren; pues en junio comienza a podrirse buena parte de ella, y no queda otra alternativa que abandonarla en el mismo lugar de su nacimiento. Para este mes la capacidad de almacenamiento ha menguado, y es una de las razones por la cual se vuelve lenta la recogida al igual que al principio.

    La cebolla es una planta herbácea con hojas alargadas que parten de un tallo bulboso, el cual se desarrolla bajo tierra y constituye su parte comestible. La coloración de sus hojas es un excelente indicativo para saber cuándo se encuentra lista para ser recogida. En Georgia suelen extraerla a la superficie al pasar por debajo del bulbo una lámina de hierro tirada por un tractor. Luego de efectuada esta operación, regularmente, esperan de dos a tres días a que el sol las madure y poderlas recolectar.

    El trabajo de los obreros de la recolección consiste en juntar un grupo de plantas y separarlas del fruto, el cual vierten en una cubeta acarreada por cada uno. Una vez lleno el recipiente lo llevan hasta los camiones o rastras donde los espera un recibidor, el cual llaman dompeador (una adaptación del verbo inglés to dump al español). Este deposita las cebollas en una caja de madera, y luego le devuelve la cubeta para atrás con una ficha plástica en el interior que va a servir de medida para la paga.

    Encima de los vehículos se colocan dos hileras de cajas que cubren todo el largo y ancho de su parte posterior. Abajo de estos envases, por donde el montacargas introduce sus barras para alzarlas, se penetra un tablón dejándole un trecho hacia afuera que sirve de soporte al recibidor. Ese es precisamente mi trabajo, pues soy el dompeador.

    La rastra avanza por el medio, y a cada lado de ella un grupo de braceros con su dompeador. Los que se encuentran en mi lateral vienen corriendo hacia mí, lanzan la cubeta y en el aire la capturo, con un movimiento brusco de manos la vacío, y la devuelvo con el comprobante en su interior. Cuando realizo esta operación viene otra cubeta volando; aquí el reflejo consta. Al moverse la rastra hacia adelante se vuelve un poco difícil recibirla, pero tengo la experiencia de no perder el ritmo de trabajo; las cubetas vuelan y te pueden golpear.

    Un señor de edad avanzada en vez de soltar la cubeta en el aire se queda parado frente a mí con ella en la mano. Al inclinarme hacia adelante para recibirla, el que viene detrás no puede contener el movimiento, y al lanzar el recipiente me golpea con ella en el rostro. Sencillamente, se pierde el ritmo de trabajo y con ello la consecuencia: Son gajes del oficio, exclamo. Toni responde en son de juego: El problema es que estás viejito, este es tu último año de trabajo. Las gentes ríen.

    Toni es uno de los hijos del señor Genaro Sánchez, contratista al mando del grupo de trabajadores, quien emplea a su prole como patrones y choferes durante la cosecha de cebollas. Él viene al frente del grupo que está al lado izquierdo, por donde se encuentra el chofer. Por el otro costado viene Ernesto, el hijo menor, ellos velan porque las cubetas las entreguen rebosadas y libres de raicillas. Les resulta difícil controlar la calidad en el trabajo al ser la paga de este por destajo, y los obreros necesitan mover sus manos con toda energía para promediar un salario digno. Algunos de ellos han adquirido una habilidad cercana a lo artístico, y apenas se les percibe el movimiento en sus tijeras con la cual separan la cebolla de las hojas, así sostienen un paso meteórico por más de diez horas de trabajo diario sin importarles las inclemencias del tiempo. Los mexicanos son extremadamente fuertes para esta labor, hombres de poco hablar con una cultura e idiosincrasia muy peculiar.

    Cada cubeta es pagada a treinta y ocho centavos, y los más diestros promedian a más de doscientas diarias cuando la cebolla tiene un tamaño favorable y existe abundancia del tubérculo. Aunque si un hombre sostuviera un ritmo en el trabajo de condiciones normales, incluyendo las ocho horas establecidas como jornada, con toda seguridad este ganaría por debajo del salario mínimo establecido en América. El trabajo por destajo para los trabajadores agrícolas no es más que una artimaña de los granjeros para burlar el salario mínimo. He visto en muchas granjas como alteran los talonarios del cheque la cantidad de horas trabajadas para hacerlo coincidir con la paga requerida. El granjero siempre gana, el trabajador unas veces sí, y la mayoría no.

    Cuando la rastra estuvo llena brinco hasta el suelo, extraigo el tablón y corro hasta el próximo tráiler disponible para ser llenado. Después de colocar el soporte para treparme encima lleno las bolsas de fichas. Yo uso para ello una especie de delantal en la cintura, donde coloco estos comprobantes de la paga al trabajador.

    La mañana comienza a calentar y el fuerte olor de cebolla invade los sentidos. Me tomo una cerveza de un golpe para contrarrestar los efectos del cansancio, mientras observo mis brazos y cara cubiertos por una capa de tierra. Subo a la rastra desesperado; pues hay una línea de braceros a la espera, los cuales reniegan por la demora de su dompeador. Esta operación se repite cada vez que se completa una carga, para ello dilata alrededor de cuarenta minutos. Este año se ha incrementado el personal, somos más de sesenta hombres en la producción diaria; pero solo unas temporadas atrás apenas rebasábamos los veinte y la capacidad de trabajo era inferior. Año por año se ha multiplicado el número de inmigrantes los cuales arriban en busca de trabajo, al extremo que hasta los mismos jornaleros reniegan del exceso de sus paisanos y sus efectos negativos.

    Desde lo alto de la rastra todo se observa de un modo pintoresco. Unos corren hacia mí con el recipiente a la altura que le permiten sus brazos, y en pleno movimiento lo lanzan al aire. Con la misma intensidad regresan con la cubeta vacía después de recapturarla, simultáneamente, otros se aferran en verter la cebolla a la velocidad posible de sus manos, esto toma ribetes de una competencia deportiva; ¡el ansia de ganar dinero hace maravillas!

    A las once de la mañana se detiene el trabajo cuando llevábamos cinco rastras terminadas, este es un paso digno de una olimpiada, a los dompeadores les remuneran el viaje a 20 dólares por lo que sumo la centena. La razón por la cual nos detienen temprano es porque desean darle un par de días más a la cebolla necesarios para su estado óptimo. De acuerdo con los vaticinios a partir del lunes trabajaremos largas jornadas, eso es lo deseado, días largos de trabajo para engordar la billetera, pagar las deudas o sabe Dios cuántas razones diferentes. Ganar y ganar, aunque para ello dejemos un pedazo de vida tirado en el surco, esta es la única opción que dignifica al emigrante.

    Camino en dirección a donde se encuentra Sánchez. Me paga la semana comprendida entre el 17 y el 24 de abril; pues la misma cierra en la granja de Stanley los martes, y en el momento de su clausura sumábamos 19 viajes, por lo cual recibo la suma de 380 dólares. Le devuelvo veinte dólares prestado, y me afirma: El lunes comienza lo bueno; caminando le respondo: Esta es mi gran oportunidad.

    Cuando voy de vuelta a casa realizo una parada en la tienda de Santa Claus e invierto en el carro veinte dólares en gasolina. Camino hacia el interior del establecimiento en busca de un paquete de cervezas; pero no tienen en existencia la buscada. Esta sencillez tuvo una repercusión dolorosa en mí, y de no haber sido por ella este libro nunca se hubiera escrito. Lo grande siempre estriba en las pequeñeces, la vida y toda creación son detalles de un tiempo y espacio infinito, verdad de la cual tratamos de huir; pero nunca logramos escapar. En nuestro final somos humillados por la muerte, diseminados por el espacio y borrados por el tiempo.

    Qué feliz me siento al reencontrarme con la casa y dedicar algún tiempo a mi persona, necesito de la soledad, de hablarme y decir lo que siento a este pobre hombre. En los mismos escalones donde varias horas atrás desayuno, ahora me siento y dejo libre mis pies de sus pesadas botas. Iba a dedicar un rato a levantar pesas; pero quiero dejar mi cabeza libre de preocupaciones, y así mismo descalzo voy a pagar la renta. Pienso que en varios minutos estaré de regreso, y demoro varias semanas; pero lo cierto es que otros con el mismo presentimiento jamás vuelven: ¡qué ironías tiene la vida!

    Una vez frente a la casa del dueño del parqueadero me estaciono, con mi dedo índice hago funcionar el timbre inútilmente; nadie contesta y decido regresar a casa. Sentado al volante del carro abro su gaveta, extraigo una libreta donde escribo mis poemas, y en su interior coloco los doscientos dólares destinados para el pago del alquiler; este dinero es algo sagrado para mí. Al llegar a la esquina hago un giro en dirección a la tienda más cercana. Siento ganas de tomar algunas cervezas y voy por ellas, en definitiva, las tengo bien ganadas, el día está caliente y se torna cada vez más; vale la pena un buen refrescante.

    Arribo a la tienda, y en vez de parquear el carro lo dejo al lado de la bomba de gasolina prendido. Al entrar al interior del mercado extraigo un paquete de seis cervezas, y después de pagarlas voy y las coloco en el asiento delantero. Cuando iba a abrir la puerta del volante Williams me llama y pide una peseta, regreso y le regalo un dólar, se trata de un señor que unos años atrás trabajaba conmigo y mi mujer en el planteo de cebollas. Él solía darme alguna ayuda en el trabajo, en cambio, yo diariamente le compraba su medicina; pues es alcohólico. Williams es un señor de la etnicidad negra que frisa los sesenta años, anda mal vestido y, al parecer, la vida le es una carga y no un privilegio.

    Regreso al volante, y pienso seguir para otra tienda a comprar los víveres de la semana; pero estoy demasiado sucio, descalzo y desisto de la idea. Continúo rumbo a mi morada, cuando me encuentro a mitad de camino entre la tienda y el lugar donde resido miro por el espejo retrovisor, y observo que la policía me sigue a toda velocidad. Una infracción de tránsito es la idea que viene a mi mente, aminoro la velocidad y prosigo viaje. Doblo primero hacia la izquierda, después hacia la derecha, y el patrullero persiste en mi ruta. Se vuelve muy evidente que me va a parar, cuando se encuentra a unos veinte metros de distancia enciende la luz de su carro, lo cual yo lo asimilo como una alerta, sin embargo, no es hasta las dos cuadras siguientes frente al lugar donde moro en que detiene mi marcha.

    Se trata de un policía muy temido por los mexicanos al cual acusan de racista y le llaman Italiano, es la única información que tengo al respecto. Me ordena bajar del carro y caminar a su encuentro, al encontrarnos frente a frente coloca su mano sobre mi cabeza de un modo brusco y exclama: Abre tu boca, ábrela, revisa mi dentadura como si fuera un estomatólogo consumado. Una vez convencido de no encontrar ningún tesoro escondido en ella requisa mi ropa de modo minucioso y resulta otro fiasco, enojado mira a mis ojos, y alzando un dedo en señal de sentencia afirma: Te tragaste la droga, pero te la voy a sacar del estómago.

    En el momento en que el policía detiene mi carro, al unísono del sonido de la sirena, se asoman más de veinte o treinta residentes del parqueadero ávidos de alguna novedad. Si alguna persona se hubiera interesado por saber cuánta veracidad había en mis palabras, el hecho resultaría tan sencillo como indagar el tiempo. Digo esto, porque en el acto del juicio un investigador de la Policía narra una historia ficticia, más propia de una novela policiaca que de una tesis para ser presentada ante un jurado, aquel día enmudece la justicia y el crimen dicta sentencia.

    En lo que el policía me registra aparece por el lado opuesto un carro blanco de aspecto civil, el cual se parquea frente al mío. De el mismo descienden dos individuos de los cuales supongo tratarse de agentes encubiertos. Uno de ellos vestía camisa blanca de mangas largas, y se me da un parecido al jefe de la Policía local, el otro me resulta desconocido y no pude grabar su rostro en mi memoria. Al parecer ellos habían venido comunicándose por la radio con el patrullero el cual me detiene, razón por la que este dilata en pararme, buscaban el lugar conveniente en donde coincidir; pues vienen desde direcciones opuestas.

    Entre los dos agentes registran el frente del carro por espacio de diez minutos sin encontrar nada, se apartan de este unos metros, y uno de ellos comienza a repetir por la radio: Operación anticrack, ¿a dónde está la droga, la droga? Caminan diagonalmente hacia el otro lado de la acera, y me resulta imposible entender el resto de la conversación, lo que sí estoy seguro de estas palabras por su semejanza con el español. Mientras el Italiano me custodia los otros dos agentes dialogan entre ellos; ¿de qué hablan, a quién llaman, cuál droga buscan? Oh… mi Dios, seré acaso un predestinado para los problemas al cual se le es vedada la paz. Así razonaba en aquel momento amargo de mi vida.

    Vuelven por segunda vez a requisar el carro, chequean los mismos lugares, las gavetas, debajo de las alfombras y los asientos, pero solo la parte delantera, no les interesa el resto del vehículo. Mientras esto ocurre, el Italiano monta una guardia pretoriana a mi persona, como si acabara de descubrir la resurrección de Pablo Escobar y ahora lo poseyera entre sus manos. Una vez terminada la segunda e infructuosa requisa vuelven a retirarse hacia la misma posición. Me causan la impresión que no desean ser escuchados por el agente; esa es mi opinión, puedo estar equivocado, pero es mi creencia.

    Había aumentado la cantidad de espectadores en el lugar, un señor de Guatemala, del cual solo conozco su alcoholismo, hace una señal con la mano como queriéndome decir: ¿Qué está pasando contigo? El Italiano algo impaciente me pide la licencia de conducir y la chequea en la computadora, terminada esta operación regresa hacia mí, súbitamente me empuja contra el carro de una manera brusca. Se encuentra bajo los efectos de lo que un psicólogo llamaría una perturbación emocional, un político de acuerdo con sus intereses y un periodista hubiera escrito un libelo que a mí mismo causaría risas. Después de colocar mis manos hacia atrás y esposarlas abre la puerta trasera del carro policial ordenándome subir, cuando voy a montar pega con su puño por mi espalda, siento como si quebrara mi columna vertebral. Hablo de un hombre que mide más de seis pies y pesa sobre las doscientas libras, este fue el hecho más doloroso en el transcurso del proceso contra mí, en cambio, este agente no asiste a la corte a testimoniar.

    Han transcurrido más de ocho meses de estos hechos que narro, y una tarde camino en dirección a una tienda de la hispanidad, cuando escucho que alguien me llama: Cubano, cubano te voy a decir algo que seguro te va a divertir. Habla de una vez. Así es como le contesto; entonces afirma: Te recuerdas de aquel policía abusador el cual te propina un putazo por la espalda; pues sufrió un infarto cardiaco y se está muriendo en el hospital. Yo nunca verifiqué si esto era cierto o falso; pero aseguro que viva una larga vida o muera mañana mismo me importa un bledo. Se trata de un hombre cobarde, y en igualdad de condiciones dudo se hubiera dado el lujo de golpearme, solo un miserable procede de un modo tan rastrero, quien me daba el parte era el mismo señor de Guatemala.

    Me tiendo en el asiento trasero del carro policial, me encuentro incómodo, entonces se acerca el Italiano y me afirma: En un momento te voy a liberar. Al parecer le pesaba la conciencia por lo ruin de su conducta o se asustaba de su propia cobardía. Bueno, también puede haberse sentido frustrado al ver realizadas dos pesquisas sin resultado alguno. Lo cierto es que siento un desahogo temporal al pensar que todo iba a concluir de ese modo intranscendental, desafortunadamente me encontraba muy lejos de la realidad; pues el problema estaba por empezar.

    Vuelven los otros dos policías hacia el carro después de diez minutos o más, los observo pasar, aparentemente uno de ellos lleva una cámara fotográfica en las manos, al menos esa es mi impresión, no estoy excepto a equivocaciones, dejo margen para esa posibilidad. El hecho me resulta curioso; pero dada la posición en la cual me encuentro no puedo observar este tercer registro como las dos veces anteriores, lo hubiera deseado, se me niega el derecho a ver lo que está pasando en mi propio carro, ¿por qué razón?

    La tercera requisa es en la que menos tiempo demoran, una vez finalizada los dos supuestos policías se montan en el carro que arribaron y parten de idéntica forma. No midieron palabra alguna conmigo, ni siquiera miran mi rostro, una cosa si queda definida, y es que son de rango superior a Moser; pues a este ni los buenos días le dieron.

    El Italiano se acerca y dice sentenciosamente: Vas preso por compra de cocaína, estas palabras todavía retumban en mis oídos. Han transcurrido varios meses de estos hechos que narro y no dejo de preguntarme: ¿Será cierto o falso el hallazgo de cocaína en mi carro? Cuántas horas he sacrificado buscando una respuesta cierta, aplicando toda lógica posible, en cambio, todos los razonamientos me conducen a un nuevo empezar: ¿Por qué no me permiten ver la tercera pesquisa, a quién llamaban por radio preguntando a dónde se encuentra la droga? Bien reza el viejo proverbio: Todos los caminos conducen a Roma.

    El reloj de mi carro marcaba las once y cincuenta cuando soy detenido por el policía, y el de la prisión anuncia las doce y cuarenta cuando en ella hago presencia. Otra vez la cárcel, la crueldad de sus rejas, lo peculiar de su olor y lo triste de sus historias. De nuevo el hambre en mi vida, las noches de insomnio, el sentimiento de culpas o el deseo de venganza, otra vez planes irrealizables, el aprendizaje de lo malo y el ansia de libertad.

    La cárcel no es la destrucción de los sueños; en ella está el fertilizante que los hace crecer. No es la derrota que te excluye de la batalla por la vida, sino, aumentan tus ansias de triunfo al ver tu amor propio ofendido, y al reencontrarte con la libertad cuentas con el libro de su conocimiento. La cárcel te moldea el carácter y acentúa tu personalidad; nada como ella ofrece una medida exacta de tu estatura moral, de tus debilidades y definiciones; la cárcel para unos es roca y para otros pantano.

    Al entrar en la penitenciaria del pueblo de Lyons te encuentras con su primera habitación ubicada a unos cuantos pasos de la entrada principal. Se trata de un cuarto relativamente amplio donde reciben a sus nuevos inquilinos. Allí te mandan a sentar en unos bancos ubicados junto a la pared, frente de estos un mostrador rectangular que le da la vuelta al sitio, y en su interior los oficiales encargados del procesamiento legal de los encartados, para ello cuentan con computadora y cámara fotográfica. En este mismo recinto también disponen de varias celdas pequeñas, a las cuales le dan diferentes usos, a veces sirven provisionalmente para retener en ellas a reclusos, y en otras ocasiones los nuevos ingresos se cambian la ropa por el uniforme presidario.

    Llevaba menos de un minuto en este salón cuando traen a un jovencito de la raza negra, viene vestido y peinado de un modo llamativo, con trenzas en su pelo y pantalones por debajo de la cadera. Se trata de un joven veinteañero al cual no recuerdo haber visto con anterioridad, sin embargo, juega un papel clave en el proceso abierto en mi contra. No imagino en ese momento tratarse de mi compañero de causa; después de entrar a la prisión comienza el mundo de las sorpresas.

    Mi nueva vestimenta consiste en un overol de kaki color naranja y broches al frente, después de ponérmelo me entregan un bolso con la ropa de cama y algún aseo personal. Soy conducido por un pequeño túnel que al final tiene una puerta de hierro. Al traspasar esta nos adentramos por un corredor el cual posee a un lado la hilera de dormitorios, el número tres es el asignado para mi convivencia.

    Las paredes de los dormitorios que bordean el pasillo están construidas por cabillas lisas en forma de malla de cuadros pequeños, la cual permite la visibilidad a través de ella. Su puerta compuesta del mismo material es abierta automáticamente desde el salón donde eres recibido. En los dos laterales de esta parte frontal la malla permanece soldada a unas columnas de hierro, de las cuales parten hacia el fondo las dos paredes de bloques del dormitorio. Estas se van abriendo hacia atrás dando un diseño triangular a la habitación, para tener una idea perfecta, cuando entramos a su interior, según nos vamos adentrando en la galera se va agrandado a la vez.

    Lo primero en observar en su interior a continuación de la puerta es una escalera de metal, tanto una como la otra se encuentran sujetadas a sus paredes laterales. Al lado de la escalera, y hacia el centro se ubican las mesas, primero una, y después las otras dos situadas también de forma triangular en el mismo centro de la habitación. Las mesas son de metal, y forman un solo mueble con sus banquetas fijas; pues toda la mole es sujetada al piso por tomillos de hierro. Estas no solo sirven de comedor al preso; sino, desde ella contemplan la televisión, juegan cartas o simplemente conversan. Las mesas son teatro, restaurante y parque de diversión de este minúsculo pueblo, cuya población está por debajo de los veinte habitantes; pero cada miembro es una historia diferente. Tal vez otra cultura, una religión distinta, y toda una gama de colores en sus pieles, sin embargo, todos tienen un denominador común: gentes pobres, algunos con culpas y otros inocentes, delitos menores o exagerados, crímenes reales o fabricados, pero gentes pobres. Sin dudas de ninguna clase, este es el elemento común de la población penitenciaria americana.

    Después de las mesas y pegado al fondo del dormitorio, en lo que sería la base del triángulo están los cubículos usados por los reclusos. Estos minúsculos cuartos vienen siendo la casa del reo, cada uno tiene una litera de dos pisos con colchoneta plástica. Estas pequeñas viviendas sin privacidad resultan insuficientes dado el mayor número de prisioneros, razón por la cual son ocupadas por los que más tiempos dilatan arrestados; los últimos en llegar duermen en el suelo a la espera de su turno.

    En la segunda planta no existen los cubículos, solo un salón con cuatro literas, las cuales se encuentran, al igual que la parte de abajo, pegadas a la pared del fondo. Al frente de estos lechos un espacio en cuyo piso duermen algunos reos dada la carencia de camas, y a continuación una verja cual si fuera un balcón; pues desde allí se domina la vista del salón con sus mesas y el televisor. Arriba quedan los más dolidos o aburridos, pues, regularmente, el grueso de la población penal permanece en el primer piso donde se desarrollan la mayor cantidad de actividades; el preso vive a la expectativa de un nuevo acontecimiento.

    Al entrar en mi nueva morada observo que la planta de abajo estaba ocupada, al extremo que ni en el suelo queda espacio para otra persona. Subo hasta el segundo piso. Debo encontrarme un sitio, me dije; pues este es el único lugar en el cual no despiden a nadie.

    Al llegar a la segunda planta todas las camas están ocupadas, razón por la cual tiendo mi colchoneta en el piso junto a la pared lateral, y me acuesto cubriéndome con la frazada. Una profunda depresión se apodera de mis sentidos. No pensaba en lo absurdo de mi arresto, me encuentro anonado, con la mente en blanco, incapaz de generar ideas. La fuente de mis pensamientos ha secado, y ahora permanece en un limbo, sin entender la realidad o pensar que en el futuro voy a necesitar de este presente.

    El reloj marca las cinco de la tarde cuando un compañero de celda me despierta para decirme que se encuentra disponible la comida. Desciendo al primer piso y observo colocadas en la mesa las bandejas una sobre la otra. Cada uno pasaba y recogía la suya, sin dudas de ningún tipo, este es el momento más esperado por el preso, se trata de todo un acontecimiento dentro de la penitenciaria.

    Cuando regreso con mi alimento me siento a comer en el piso, carezco de apetito, a pesar, de llevar más de diez horas sin llevarme un bocado a la boca. Como después pude percibir, casi todos los nuevos ingresos padecen del mismo mal; pero del desinterés por la comida se va pasando a la pasión por ella; en la cárcel es normal vivir en los extremos.

    Al terminar de cenar me tiendo boca arriba sobre la colchoneta. Hago un recuento cuidadoso de los hechos que me conducen a la prisión. ¿Será verdad qué la policía encontró cocaína en mi carro o fabrican el cuerpo del delito, pero qué razón habrá existido para ello? Juro llevar este caso hasta donde lo permita mi vida. Aquella promesa todavía retumba en mi conciencia; pues pocas cosas me he propuesto con tanta pasión. En este suceso, necesidad y deseo de justicia forman un mismo cuerpo, pero solo el tiempo se va a encargar de poner las cosas en su lugar, de vivir una experiencia irrepetible y, al final, este libro como veredicto implacable de la verdad.

    Un compañero de infortunio me extrajo de mis meditaciones: ¿Amigo, amigo, qué delito cometiste? Me interroga un prisionero de la raza negra, joven alto y de complexión atlética el cual afirma llamarse Roberto. Con él diálogo por espacio de par de horas contándonos nuestros problemas, mi interlocutor está inconforme con su sentencia, se siente víctima de una novia y sus manipulaciones. En estos momentos se encuentra sentenciado por el delito de violación y asegura haber encontrado refugio en Dios, me aconseja delegar mis problemas en el Todopoderoso. Los presos bien dicen ser inocentes o asistirle razón para la ofensa cometida, nunca he conocido a uno solo expresar sentimientos de culpas.

    Un hombre blanco al escuchar nuestra conversación se involucra en ella, y me dijo: Yo pensaba que tú eras estadounidense, ¿acaso eres italiano? Le contesto que soy cubano, y estoy acostumbrado a ese tipo de equivocación; pues cuando vivía en New Jersey en varias ocasiones fui objeto de la misma pregunta. Los seres humanos solemos formamos prototipos definidos, al margen de las emigraciones y los cruces de razas. Hasta donde conozco, en mi árbol genealógico no existe ascendencia italiana ni americana.

    A mi interlocutor en varias ocasiones lo había visto tirarse en el piso boca abajo y empezar a orar, lo realiza con frecuencia, llanto y pasión. La verdadera razón por la cual se inmiscuye en la conversación es al escuchar a Robert platicar de Dios; pues desea darnos su testimonio de fe. Él era un hombre incrédulo, pero un mal día, uno de esos que tiene hasta el gato de la casa, su mujer lo abandona con un individuo de la raza negra, pues fumaba crack, cocaína y el amante era vendedor del producto. Según su historia en un primer momento piensa suicidarse; pero luego opta por algo más sabio, y le presenta una petición a Dios: Si de verdad tú eres real haz que mi mujer regrese a casa junto a mí. A los tres días de su oración recibe la respuesta de fe; su esposa reaparece en su casa llorando y rendida a sus pies. Alza sus puños en señal de triunfo y expresa: Aleluya, se postra a orar con vehemencia; muchas personas al caer presos acuden a las creencias, y aceptemos o no, la fe transforma.

    Así transcurre mi primer día de cautiverio, aquella noche no pude dormir, amanezco tratando de encontrar solución a mi problema. Mi mente volaba y volaba; pero siempre recalaba al puerto de partida. Como enfermiza monomanía mi cerebro se aferraba sin poder encontrar el pensamiento alternativo; mientras el insomnio encuentra grata posada en mí.

    El sábado y domingo llamaron a muchas gentes para visita, afortunados aquéllos que tengan seres queridos preocupados por su suerte. Mi familia en este país era mi mujer y ahora pertenece al mundo de Dios. Este fin de semana me recuerda la isla donde nací y sus días difíciles, Cuba y su absurda tiranía, de no haber sido por ella nunca hubiera emigrado y ahora me encontrara entre los míos. En este país solo tengo los restos de mi esposa y el alea de extranjero.

    El lunes 30 de abril, en horas temprana de la mañana, soy conducido al primer interrogatorio del caso seguido en mi contra. Un inspector de la Policía me hace llevar ante su presencia, y después de tomarme las generales mira hacia afuera y apunta con su dedo para preguntarme: ¿Ese hombre que está ahí es quién te vende la droga? Así comienza el interrogatorio y esta es mi primera respuesta: Ni lo conozco ni le he comprado cocaína. Acto seguido me vuelve a interrogar si lo había visto fuera de la tienda o conversado con él, sin pensarlo le contesto no haberlo visto con anterioridad. Tampoco la piensa el instructor para indagarme. ¿Quién coloca la cocaína en tu carro? Eso yo no lo sé, y le agrego, que en ningún momento observo a la policía ocupar droga en mi vehículo. Esta entrevista fue tergiversada por el fiscal en las conclusiones del juicio oral en complicidad con mi defensa, en las postrimerías de este testimonio lo veremos.

    Salgo atónito de la entrevista, un nuevo elemento desconocido hasta el momento se agrega al caso seguido en mi contra. El joven de raza negra, el cual arriba unos segundos después que yo a la prisión, lo acusan de venderme la droga; pero lo inconcebible estriba que hasta ese momento compartíamos la misma celda y desconocíamos ser compañeros de causa. Ni sabía que lo acusaban de venderme cocaína ni yo de comprársela, a pesar, de estar viviendo en el mismo dormitorio. Esto parece estar más cerca del humor a un caso serio. Me hablo a mí mismo: «No creo que sean tan desvergonzados de llevar este caso ante un juez». Lejos estaba de imaginar la verdad, de saber que no existe diferencia entre juez y policía, entre abogado y fiscal. Si eres pobre no pases por el condado de Toombs; allí te desprecia la ley.

    Al instante de regresar al dormitorio traen al jovencito también de vuelta a la misma morada, se dirige a mí en forma provocativa: Hombre, si tú compraste cocaína a otra persona se lo debes decir a la policía. Creo evidente el problema y lleno de coraje le contesto: Yo solo compré un paquete de cervezas en la tienda, y a nadie le debo explicaciones. Entonces, me afirma más calmado: Pero es que el viernes yo no estuve por la tienda, y me encuentro a más de una cuadra de distancia cuando me arrestan. Ven acá, ¿a ti te ocuparon cocaína?, sus ojos le brillan como a un felino al escuchar mi pregunta, y responde: Como voy a traer cocaína si me encuentro de probatoria. Un hombre de la raza negra, grueso, y de aspecto bonachón interviene entre nosotros y acaba con la polémica. Solo recuerdo de sus palabras cuando decía: "Police no good, no good". Después de este encontronazo mi compañero de causa y yo sostenemos unas relaciones humanas excelentes; pero de un primer momento pudo haber ocurrido un problema. Sencillamente, su pensamiento consistía en que la policía me usaba en su contra, con posterioridad el mismo lo manifiesta. Creo, a pesar de todo, nunca llega a confiar plenamente en mí, no es necesario encuesta; la desconfianza es el sentimiento más generalizado del ser humano.

    Después de la conversación con mi supuesto compañero de causa quedo libre de dudas. La policía no encuentra droga en mi carro, se trata de un delito fabricado. Todo parece indicar que somos arrestados a la misma vez, en diferentes puntos y traídos al mismo tiempo a la prisión. Estoy seguro de que el joven me habla sin doblez. No le asiste razón para mentir, los dos estamos interesado en arreglar el problema.

    No demoramos una hora de regreso en nuestro dormitorio cuando vuelven a conducirnos a una oficina cercana al cuerpo de guardia. Primero interrogaron a mi compañero, y después de salir me ordenan pasar al interior de la oficina. Me encuentro por primera vez con el defensor público, Mark Berbeman, se trata de un hombre menudo, delicado, con sonrisa y mirada sin doblez. Después de tomar mi declaración me dijo: Cuando salgas en libertad no puedes verte envuelto en ningún tipo de problema, por esta razón me ilusiono con una pronta excarcelación.

    Aquella noche arriba un nuevo inquilino al dormitorio el cual me causa alegría, hasta el momento de su llegada era la única persona de habla hispana en el cubículo. Él sube hasta el segundo piso y acomoda su colchoneta al lado de la verja, permanece mudo al carecer de comunicación en inglés. No me quiero identificar para ver cómo se desenvuelve; pero el blanco americano se le acerca. Apunta con su dedo índice hacia mí y le comunica: "He speaks spanish. Al sentirme descubierto le robo la iniciativa y le digo: Yo hablo español, es cuando se acerca a mí y tendiéndome su mano me dijo: Hermano".

    Su primera pregunta es para indagar si los negros nos buscan problemas, a lo cual le contesto no creerlo y continúa su interrogatorio. ¿De qué parte de México eres tú? Al parecer no había tenido tiempo para reflexionar. Yo soy cubano, mi nombre es Ángel. En esos instantes me vuelve a tender su mano en señal de amistad, se presenta como Enrique. Todos al caer en la cárcel sentimos cierto temor dadas las ideas erróneas introducidas en nuestras cabezas por los medios de difusión. Hollywood y la literatura han contribuido a distorsionar la realidad carcelaria pintándola como un antro de violencia dado intereses mercantiles. En cambio, poco o nada hablan del hambre en las cárceles americanas, y la rigurosa e innecesaria austeridad sometida su población penal, la humillación de la cual son víctima los cautivos, contraria a toda ética y metodología de reeducación posible.

    La inmensa mayoría de los mexicanos en esta zona caen a la cárcel por delitos relacionados con el tránsito. Durante la zafra de cebollas miles de emigrantes vienen al condado a trabajar en ella, ocasión aprovechada por el órgano policial para instaurar puntos de control y verificar las licencias de conducir. Una forma de recaudar dinero la institución policial; pues las multas ascienden a los $600. Es evidente tratarse de un acto de corrupción; pues las mismas licencias descalificadas por la policía son válidas para asegurar el carro en las agencias, y entregarles la placa del vehículo en las cortes. La emigración, aceptada por los dueños de los medios de producción para usarlos como mano de obra barata, ha creado la corrupción a todos los niveles de la sociedad estadounidense.

    Al nuevo inquilino, Enrique, no solo le achacan el cargo de manejar sin licencia, también el de guiar en estado de embriaguez. Ahora está arrepentido y siente complejos de culpas; pues la pérdida económica le va a resultar el equivalente a varios meses de ahorro. No deja de hablarme de su causa, y me dice dolerle que otro mexicano haya sido quien le llamara a la policía, por el hecho de rozarle su carro con la camioneta. Enrique al igual que todos tenemos un causante de nuestros problemas, y esto puede ser extendido a todas las facetas de la vida. Los hombres como los pueblos necesitan de un causante de sus frustraciones, y esto puede ser algo positivo, salvo cuando algún líder político lo explota en beneficio propio para enfrentar unos contra otros.

    En el transcurso de la semana arriban dos mexicanos más, por lo cual sumamos cuatro y formamos nuestro equipo de plática, camaradería y ayuda mutua. En la prisión existen pequeñas subdivisiones al igual que el hombre primitivo, solo atendiendo al factor racial. El afroamericano se reúne con los suyos, al igual que lo hacen los hispanos y los blancos de habla inglesa. Al parecer la vida difícil vuelve al hombre más natural, o al ver que lo ha perdido todo se deshace de los maquillajes modernos. La cárcel nos acerca al instinto primitivo, nos vuelve como realmente pensamos y no como fingimos. La prisión es la universidad de cómo es el hombre en su estado natural, tal vez, sea la razón por la que algunos de los líderes mundiales encargados de hacer la historia fueron con anterioridad presidarios. Adolfo Hitler o Fidel Castro son ejemplos, los dos valoraron de forma exacta la psicología de sus pueblos, resultaron ser maestros de las bajas pasiones humanas; los demás tiranos del siglo XX tienden más a la vulgaridad.

    El primero en llegar después de Enrique se nombra Hipólito Martínez quien reside en un pueblo vecino de Lyons y trabaja en una empacadora de cebollas. Según cuenta a la hora de comida pide ser traído hasta Lyons a comprar una bolsa de mariguana de cinco dólares, sin imaginar que este no era su mejor día, y es descubierto de un modo casual por un policía. Todos al cometer un delito por primera vez toman las precauciones necesarias para no ser sorprendidos, pero la costumbre crea la confianza; y es la razón por la cual Hipólito hoy va a dormir entre rejas.

    Hipólito es un hombre joven, natural del estado de Chiapas, el cual confiesa haber sido soldado en su país. Platica despacio de forma tal que despierta el interés de su interlocutor para seguir escuchando hasta el final la historia. Sus charlas giran en torno a su exmujer: mi Morra, la llama, y al parecer la sigue amando, me recuerda aquel versículo bíblico: Porque de la abundancia de corazón habla su boca.

    El tercero en arribar es conocido por Chapita y este si me reconoce, exclama: Cubano, quién iba a imaginar encontrarlo aquí, usted no es hombre de problemas. Lo conocí seis años atrás en una empacadora de cebollas y vegetales: Del Monte, la cual queda cerca del pueblo de Álamo. A nosotros nos llevaba a trabajar a este centro la contratista laboral Martha Pérez. En su grupo viajaban dos hermanas procedentes de la ciudad de Matamoros; Ivette y Michel. Eran comunicativas, en especial la más joven, esbelta y bella. Tenía carisma y Chapita se sentía atraído apasionadamente por su belleza, se quedaba como hipnotizado mirándola, al extremo de olvidar su puesto de trabajo y estar rodeado de personas. Esto provocaba la burla de los demás compañeros incluyendo la de la propia joven, al parecer, tenía a Chapita a menos, por su pequeñez física y lo descuidado de su indumentaria.

    Siempre se recuerda a una persona por determinada razón, y esta era la imagen que tenía grabada de Chapita. Lo consideraba, y aún lo considero, una gente de corazón humilde; por esta razón me sorprende cuando me dice: Cubano, maté a un hombre. No imaginaba yo a Chapita de matador, indudablemente, es tan natural morir de viejo como de ignorancia.

    A mi cautiverio se han ido sumando elementos los cuales me vuelven la vida llevadera. Por la mañana comienzo a trabajar en un poemario que escribo a la memoria de mi esposa. Yo le había escrito varios poemas pequeños, pero ahora trabajo en uno extenso. Qué reducido se ve el mundo cuando esa forma extraña de hablar el alma toca el corazón. No hay belleza como la del mundo absurdo de la poesía, por eso viene precedida de aparentes incongruencias. En el momento en el cual parto de libertad solo cargo conmigo el poemario como recuerdo de esta indeseada e injusta residencia.

    Las mañanas son de expectativas, movimiento y tensión en la cárcel del

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1