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Relatos Ecoanimalistas
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Libro electrónico172 páginas2 horas

Relatos Ecoanimalistas

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La humanidad debe aprender a respetar más a la naturaleza y a todas sus criaturas. Dado que la ciencia está fallando en este objetivo tan urgente, tal vez el cambio necesario pueda venir de la literatura. De forma amena y sencilla estos relatos invitan al lector a reflexionar sobre su vida y sobre el rumbo de nuestra civilización. Encontrarás historias cotidianas y futuristas, amores posibles y fábulas imposibles, mezclando ficción y realidad. Es evidente la incitación a la acción para que, entre todos, podamos pintar un futuro alejado de la distopía a la cual nos encaminamos.

José Galindo es doctor en Informática por la Universidad de Granada y profesor en la Universidad de Málaga (España). Entre sus publicaciones destacan artículos y libros científicos, pero también de carácter ecologista y literario. Es autor del ensayo Salvemos nuestro planeta (2ª ed.), de la novela El buscador de lo inefable, del blog ecologista y animalista Blogsostenible (blogsostenible.wordpress.com) y del blog de relatos Historias Incontables (historiasincontables.wordpress.com). No utiliza las redes sociales a nivel personal pero sí a través de las cuentas de Blogsostenible (Twitter, Instagram...).
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 mar 2021
ISBN9791220110563
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    Relatos Ecoanimalistas - José Galindo

    cover01.jpg

    José Galindo

    Relatos Ecoanimalistas

    © 2021 Europa Ediciones | Madrid

    www.grupoeditorialeuropa.es | info@grupoeditorialeuropa.es

    ISBN 979-12-201-0654-2

    I edición: enero del 2021

    Depósito legal: M-4322-2021

    Distribuidor para las librerías: CAL Málaga S.L.

    Impreso para Italia por Rotomail Italia

    Finito di stampare nel mese di gennaio 2021

    presso Rotomail Italia S.p.A. - Vignate (MI)

    Relatos Ecoanimalistas

    Prólogo

    El libro que está a punto de leer permite acercarnos, a través de vivencias del propio autor y de ficción, al sentir y maneras de vivir de otros seres vivos que comparten con nosotros el planeta. Experiencias, sentimientos, pero también profundos saberes de nuestro entorno natural. Así, comienza un viaje hacia otra forma de conocer el medio que nos rodea, la naturaleza, que en demasiadas ocasiones olvidamos, especialmente los habitantes más urbanitas.

    El libro de Pepe Galindo es una colección de relatos cortos y entretenidos. Pero no nos engañemos, porque además, sus historias enseñan y muestran cuestiones que, tal vez por desconocimiento u olvido, incluso la persona más ecologista y sostenible no practica.

    El autor es una persona implicada con la lucha medioambiental, socio y voluntario de diversas organizaciones ecologistas y humanitarias (en Greenpeace desde 1994), y que en su quehacer diario no olvida lo que esto supone, desde cómo moverse, comprar o gestionar sus residuos. También escribe dos publicaciones online (BlogSOStenible y Historias Incontables). Y lo más impactante es su afición por coleccionar incendios en plantas de reciclaje¹, por lo que precisamente entramos en contacto.

    Considero que su amena lectura nos puede acercar a seguir aprendiendo a ser más sostenibles e integrados con nuestra naturaleza, a la vez que más humanos. Como ecologista convencido considero un privilegio poder prologar este libro que tan oportunamente remarca pequeñas cosas y situaciones que nos rodean, y que desgraciadamente pasan desapercibidas.

    Creo que quienes lo lean podrán sentir lo mismo que sentí yo. Y así empezar a reconocer que el planeta no es propiedad de la Humanidad. Esto ya es un primer paso.

    Julio Barea, responsable de campaña de Greenpeace.


    1 https://blogsostenible.wordpress.com/2013/08/14/incencio-plantas-reciclado-plasticos-papel-residuos/

    Un planeta de mierda

    En un futuro cercano…

    El tren se detuvo solo para mí. Cuando me bajé, me pareció una ciudad fantasma. No había nadie en las calles. Ventanas rotas y macetas secas reflejaban la huida de familias completas. Treinta años antes aquella ciudad había sido próspera. La recuerdo llena de vida, con niños en los columpios, ahora oxidados, con muchos negocios, ahora vacíos o cerrados.

    Nací y crecí en esta ciudad. Me gradué en su universidad. Aquí conocí a mi esposa y aquí quise vivir y trabajar, pero la vida me llevó a otro país. Vuelvo a mi ciudad como experto consultor. Grandes empresas me pagan para que marque su rumbo y las lleve al éxito. Estudio su misión, su visión, sus valores, sus puntos fuertes, sus debilidades, sus amenazas, sus oportunidades y sus desafíos. Mi trabajo es crear equipos que funcionen y que trabajen para un objetivo común.

    Cuando me llamó una famosa empresa cárnica contesté con un rotundo no. Luego, cuando me dijo la ciudad, no pude negarme. Conocía la decadencia de toda la región de oídas, pero desde que mi familia se vino a vivir conmigo no volví a saber nada más.

    La entrevista con el director ejecutivo fue rápida, formal y más breve de lo que estoy acostumbrado. Aún recuerdo sus palabras, tuteándome:

    —Antes había 50.000 cerdos, solo en esta granja y teníamos quince más repartidas por toda la región. Recibíamos subvenciones y generábamos empleo y riqueza. ¿Qué ha pasado? Queremos que nos ayudes. Te pagamos bien para que nos digas cómo revitalizar nuestro modelo de negocio. Conocemos tus grandes logros.

    Aunque él me tuteaba, yo seguí hablándole de usted por respeto, hasta que me pidiera que no lo hiciera:

    —Necesito que usted me facilite bastante información.

    —Pide lo que quieras a mi secretario. Gracias por todo y espero verte pronto.

    Así lo hice. Solicité un montón de documentación: balances contables, proveedores, contratos, campañas de marketing, incidencias, legislación… Todo estaba correcto, impecable. Me reuní con los empleados de la central. Su trabajo era perfecto y eficiente. ¿Qué estaba pasando? Era la primera vez que sentía que no podía ayudar a la empresa. Antes de darme por vencido, decidí dar un paseo para despejarme.

    Pedí una bici prestada y recorrí los caminos. Vi campos llenos de estiércol en los que no crecía apenas nada, ríos muertos y pestilentes con peces asfixiados y putrefactos, tierras abandonadas y casas en ruinas. Solo encontré tres árboles. Estaban juntos y me paré a descansar a su sombra. Había un sorprendente silencio. ¿Dónde estaban los pájaros? Un anciano sentado en una piedra me contestó:

    —Aquí no viven bien ni los pájaros. ¿No hueles esa peste? Antes era distinto. Había muchas aves. En el río nos bañábamos y pescábamos. Ahora si te bañas, estás muerto. Se han cargado todo. Las granjas y los mataderos han arruinado esta región. Almacenan sus residuos en balsas y esperan que desaparezcan. Siempre hay filtraciones, o vertidos directos aprovechando las lluvias. Cuando lo distribuyen en los campos es aún peor. Irrespirable. Hasta el agua huele mal.

    Tenía permiso del director para visitar todas las instalaciones. Una a una, quise ver todas las granjas. Entrevisté a las personas, pero no vi humanidad. Trataban a los animales como si fueran máquinas de producir proteínas. ¿No necesitan estas máquinas moverse ni ver la luz del sol?

    —¿Es este el agua que beben los animales? —indagué.

    —¡Sí señor!

    —Pero… ¿usted se atrevería a beber ese agua?

    —¿Yo? Ni loco. Aquí todo el mundo bebe agua mineral.

    —¿No les preocupa el plástico?

    —El agua del grifo está contaminada. Las autoridades lo han reconocido. Nitratos.

    También visité la parte de animales enfermos. Algunos eran incurables y, sin embargo… ¿Por qué los mantenían vivos? Aunque no me lo dijeron, era obvio que los colaban en la cadena alimentaria en cuanto llegaban al peso previsto. Pude ver que un animal moribundo fue cargado con destino al matadero antes de que muriera.

    Mi visita al matadero fue más rápida de lo que hubiera imaginado. No aguanté. Allí el objetivo es matar de la forma más económica posible. Los animales llegan chillando y salen envasados. Hamburguesas y todo tipo de piezas. Si algún animal se resiste, se usa el palo con pinchos. El sistema de aturdimiento, sencillamente no lo usan, por comodidad, me confiesa un operario. Una mujer manejaba el cuchillo magistralmente: cortar, desangrar, sacar las vísceras… Me entretuve hablando con ella:

    —¿Le gusta su trabajo?

    —¿Está de broma? Me repugna. Tras mi primera semana, lo dejé. No podía… pero no encontré otra cosa, y al mes siguiente volví, ganando menos, ¿sabe? Tengo una familia que alimentar.

    Hice un par de llamadas para recabar más información. Aquella noche, me encerré en mi habitación del hotel y me puse a escribir el informe. Veinte páginas, el informe más breve de toda mi carrera. Incluí varias fotos. No muchas porque no quise hacer un reportaje fotográfico, pero dejé constancia de que había disparado bastantes más fotos. Normalmente el director de una empresa no está al corriente de todo lo que pasa. A veces, sencillamente no quiere enterarse.

    A la mañana siguiente, quise ver al director, pero estaba ocupado. Le entregué el informe a su secretario y le dije que me despidiera de él. Bajé al vestíbulo, me monté en el taxi, cerré la puerta y ordené: A la estación. En ese momento sonó mi teléfono. Era el director. Descolgué y empezó a gritar antes de que me diera tiempo a decir algo:

    —¿Te pago tanto dinero para que me hagas un informe de veinte páginas?

    Sin perder mi calma, le contesté amablemente:

    —Está todo bien explicado y con referencias para ampliar la información.

    —¡No te pago para que hagas informes sino para que me los cuentes! ¡En 5 minutos te quiero ver en mi despacho!

    El taxi dio la vuelta a la manzana y me dejó otra vez en la puerta. Le di un billete al conductor y le sugerí:

    —Quédese el cambio y espéreme si quiere. Tardaré veinte minutos.

    Subí por las escaleras. Cuando su secretario me vio llegar, me hizo pasar rápidamente. En su cara vi la preocupación por el enfado de su jefe. Supuse que el director había leído algo del informe y no le había gustado. Yo estaba tranquilo. Pasé al despacho. Él estaba sentado tras su gran mesa y sin levantar la mirada del informe me espetó:

    —Por lo que te pago, tengo derecho a que me expliques el informe. Al menos un resumen.

    Algunos directores ya me habían pedido que les hiciera un resumen del informe por escrito, pero este informe ya era un resumen. Él deseaba que se lo contara verbalmente, así que sentencié con dureza:

    —¿Quiere que se lo resuma en pocas palabras? Su negocio está muerto.

    —¿Estás de broma? Soy muy estricto con el trabajo de calidad y tú mismo has visto que todos nuestros balances están en perfecto orden.

    —Sí, pero el mundo está cambiando y en pocos años todo va a ser muy diferente. Hay dos opciones: o colapsa el planeta completo, o bien, quiebra su negocio. Es totalmente insostenible. En ambas opciones, esta empresa está condenada.

    —No digas tonterías. Aún somos un imperio.

    —Un imperio en decadencia. ¿Quién se acuerda del último emperador de Roma?

    —¡Tenemos ventas por todo el planeta!

    —Le pondré un ejemplo. Su empresa está fabricando cuchillos de piedra, cuando ya estamos en la edad de los metales.

    —¿Qué me estás contando?

    —El planeta está cambiando. La gente está cambiando. El consumo de carne está descendiendo por todo el planeta. No solo por la contaminación que produce, sino por el maltrato animal². Hoy nadie considera aceptable que una cerda tenga casi tres partos cada año. Mire los datos del informe.

    —Es una tendencia que puede cambiar en cualquier momento.

    —No cambiará. Las leyes son cada vez más estrictas. Su modelo de agricultura y ganadería industrial usa enormes cantidades de agua, y cada vez hay menos agua disponible. Supongo que sabe que el agua de esta ciudad está contaminada por los nitratos de su industria. Supongo que sabe que los purines de la ganadería son altamente contaminantes.

    Por un momento sentí pena de aquel pobre hombre de negocios. Toda su vida intentando levantar un gigante con pies de barro. Él pretendía resolver un problema que yo pensaba que era irresoluble. Se le ocurrió proponer algo:

    —Si el problema es de agua, pondremos depuradoras y desaladoras.

    —Las desaladoras consumen mucha energía y su salmuera residual también contamina. Esta región se está quedando sin agua. Y su negocio necesita demasiada agua. No solo para sus animales, sino también para producir lo que ellos comen. El uso de plaguicidas y fertilizantes químicos también contaminan

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