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Entornos que capacitan: Intervención con adolescentes y jóvenes en riesgo de exclusión
Entornos que capacitan: Intervención con adolescentes y jóvenes en riesgo de exclusión
Entornos que capacitan: Intervención con adolescentes y jóvenes en riesgo de exclusión
Libro electrónico184 páginas2 horas

Entornos que capacitan: Intervención con adolescentes y jóvenes en riesgo de exclusión

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La educación de los adolescentes que abandonan la escuela de manera prematura acostumbra a generar opiniones diversas en las se tiende a acentuar su incapacidad para aprender y su incompetencia social, un juicio precipitado que esconde una realidad más compleja.

Desde el conocimiento cercano y el trabajo con equipos educativos que atienden esta población, Entornos que capacitan, parte del hecho de que los jóvenes en riesgo de exclusión no están negados para aprender ni para vivir en comunidad y valora el impacto que los entornos tienen en el desarrollo integral de las personas.

En el libro se aborda la necesidad de una educación orientada a movilizar capacidades que no se han desarrollado suficientemente en adolescentes de entornos desfavorecidos y se hace una propuesta de intervención estructurada en cinco capacidades básicas, a propósito de las cuales se introducen: aportaciones teóricas, relatos etnográficos, metodologías didácticas y propuestas de actividades.

Los recursos que se presentan han sido puestos en práctica en entidades socioeducativas que abordan, desde el respeto y la esperanza, la formación de aquellos chicos y chicas que han fracasado en la escuela.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 sept 2022
ISBN9788427728905
Entornos que capacitan: Intervención con adolescentes y jóvenes en riesgo de exclusión

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    Vista previa del libro

    Entornos que capacitan - Xus Martín

    Presentación

    Entornos que capacitan es fruto de un largo recorrido. Su objetivo es visibilizar, pero también enriquecer, la labor educativa silenciosa y no siempre reconocida que se realiza al margen, en paralelo, o como alternativa a la educación ordinaria.

    Habla del trabajo de entidades que acogen, cuidan y forman a chicos y chicas que, por lo que sea, realizan itinerarios educativos distintos a la mayoría, finalizan la educación obligatoria fuera de los institutos y cuando cumplen los dieciséis años continúan formándose en recursos que se mueven entre el terreno de lo social y de lo educativo. El por lo que sea tiene mucho que ver con situaciones de pobreza, marginación y falta de oportunidades. Tiene que ver también con la rigidez de un sistema educativo en el que siguen sin caber todos.

    Las autoras hemos tenido la fortuna de encontrarnos con estos chicos y chicas, de conocerlos mientras acuden diariamente a entidades socioeducativas para formarse y continuar aprendiendo.

    Y hemos descubierto adolescentes y jóvenes tan espabilados, pesados, ingeniosos, simpáticos, pasotas, divertidos, malhumorados y descarados como los que encontramos en un aula universitaria, en un centro de tiempo libre o en una escuela de idiomas, lugares a los que difícilmente acuden los chicos y chicas de los que hablamos en el libro.

    Y es que, a pesar de ser tan iguales al resto, las dificultades a las que se enfrentan y los obstáculos que deben sortear son exageradamente desproporcionados. Por ello, a sus dieciséis, diecisiete o dieciocho años ya han tenido tiempo de saber menos y de fracasar más que el resto de jóvenes. Ya se han visto obligados a renunciar a logros que la mayoría de adolescentes todavía aspira conseguir. Parece que la cuna, el distrito postal, la clase social o el origen étnico han tenido un peso importante en su trayectoria.

    De las similitudes y diferencias entre unos adolescentes y otros, hemos querido poner el foco en el tema de las capacidades, conscientes de que, con frecuencia, estas quedan bloqueadas cuando un niño o niña crece en entornos deficitarios que no pueden dar respuesta a sus necesidades básicas. Sabemos que es, principalmente, en la adolescencia cuando se detectan con preocupación niveles muy bajos en el desarrollo de capacidades, aun cuando sabemos también que estos retrasos se han ido acumulando durante la infancia.

    Lecturas precipitadas y miradas sesgadas de la situación concluyen con un diagnóstico erróneo dando por hecho que la mayoría de adolescentes en riesgo de exclusión son incapaces de aprender, de integrarse en la sociedad, o de contribuir con su esfuerzo al bien común, entre otras limitaciones. La relación cercana con los chicos y chicas, el trabajo cooperativo con educadores y educadoras que les acogen, y algunos trabajos de investigación anteriores, propios y de otros autores, nos permiten afirmar que no es así, que la realidad es más compleja.

    Desde hace quince años colaboramos con entidades socioeducativas que atienden a adolescentes y jóvenes de entornos desfavorecidos. Acudimos a ellas para observar una actividad, para participar de manera regular durante un tiempo, para contribuir en la implementación de alguna práctica educativa, para compartir experiencias o para pensar juntos nuevas maneras de abordar la educación con este colectivo. Pese a diferencias notables entre entidades, encontramos dinamismos educativos que se repiten: el uso frecuente del sentido del humor, la creatividad a la hora de enfrentarse a nuevos retos, la relación cercana con los adolescentes, una confianza enorme en sus capacidades, y una mirada capaz de ver posibilidades donde otros solo han visto limitaciones.

    Son estos elementos los que permiten a los equipos educativos asumir con realismo, energía, determinación y esperanza la ardua tarea de reconducir trayectorias personales marcadas por el fracaso.

    A nivel más personal, este libro cierra un ciclo que las autoras empezamos juntas el año 2012. Durante todo este tiempo hemos compartido muchísimas cosas. Investigaciones, grupos de trabajo, cursos de formación, congresos, trabajos de fin de grado y de fin de master, una tesis, y más recientemente, ya por separado, la participación directa en proyectos con adolescentes y jóvenes que crecen en los límites de la comunidad. De alguna manera este libro se lo debíamos a las entidades de las que tanto hemos aprendido, pero también nos lo debíamos a nosotras mismas. En estos diez años hemos podido repensar ideas, cuestionarnos creencias, desanimarnos y volvernos a animar, entusiasmarnos con pequeños éxitos, mirar la realidad desde otros puntos de vista y avanzar en algunas propuestas. Del esfuerzo por sistematizar parte del trabajo realizado surge este libro en el que defendemos el poder transformador de la educación.

    Somos conscientes, sin embargo, de que la educación, sin más, es insuficiente para revertir la situación de abandono en la que vive parte de la población y de que los cambios estructurales de un sistema injusto no se pueden implementar única, ni principalmente, desde los centros educativos. Urgen políticas sociales decididas, y presupuestos comprometidos con la igualdad y la reducción de la pobreza.

    Entornos que capacitan se dirige de manera prioritaria a los educadores y educadoras que trabajan con adolescentes y jóvenes en riesgo, pero también al profesorado de educación secundaria. En los encuentros con los jóvenes les hemos escuchado quejarse de la escuela, una institución en la que no se han sentido reconocidos ni tenidos en cuenta. Sabemos que son muchos los docentes que desean y se esfuerzan por hacer de los institutos lugares más inclusivos capaces de acoger y de ayudar también a aquellos que lo ponen más difícil.

    Algunos dinamismos educativos y propuestas metodológicas que las entidades socioeducativas tienen instauradas en su práctica cotidiana son transferibles a los centros ordinarios y probablemente su implementación facilitaría una mayor y mejor atención a la diversidad.

    Nos gustaría contribuir a facilitar el conocimiento de estas intervenciones, pero también a introducir una mirada más amable de los alumnos y alumnas que en la escuela la liaban, que no aguantaron más y que abandonaron antes de finalizar la etapa obligatoria. Algunos de ellos han reducido significativamente su conducta disruptiva, acuden asiduamente a una entidad y continúan formándose.

    El libro se estructura en siete capítulos. En el primero, Adolescentes y jóvenes en desventaja, se presenta quiénes son los chicos y chicas excluidos de la sociedad y a qué dificultades se enfrentan. Se introduce la acción educativa de este colectivo a partir de las aportaciones de tres pedagogos, Juan Bosco, Anton Semionovick Makarenko y Fernand Deligny, quienes desde distintos contextos políticos, ideológicos e históricos, supieron identificar como víctimas a jóvenes que, socialmente, eran juzgados como transgresores.

    El segundo capítulo, Una intervención orientada al desarrollo de capacidades aborda la necesidad de una educación que asuma el reto de movilizar capacidades que en los adolescentes más desfavorecidos no se han desarrollado suficientemente o permanecen en estado latente. En él planteamos las tesis de nuestra propuesta, nos posicionamos en torno al concepto de capacidad, y proponemos cinco capacidades básicas cuyo desarrollo, a nuestro entender, permite al adolescente tomar distancia de su pasado marginal y construir un proyecto vital que le satisfaga personalmente y contribuya al bien común.

    Los cinco capítulos siguientes se destinan a presentar y desarrollar cada una de las capacidades propuestas: conocerse a uno mismo, establecer relaciones personales, sentirse miembro de un grupo, vincularse socialmente y, formarse y emanciparse.

    En todos los capítulos se combinan textos narrativos, apartados reflexivos, aportaciones teóricas, metodologías didácticas y propuestas de actividades. El libro finaliza con una breve reflexión.

    Y no podemos ni queremos finalizar esta presentación sin dar las gracias a las personas que nos han ayudado y de las que hemos aprendido durante todo este tiempo. Damos las gracias a los educadores y educadoras de cinco entidades en las que nos encontramos como en casa: el centro educativo Esclat, el centro educativo Cruïlla, la asociación Saó Prat, la Fundación Adsis y el centro educativo Cancuní. En todas ellas hemos participado en distintos momentos y nos han aportado el conocimiento que solo se puede adquirir en la realidad. Los ejemplos, relatos, y propuestas de actividades que recogemos en el libro son suyos. Deseamos haber sabido transmitir el buen hacer, la intuición y el afecto a los adolescentes por parte de los equipos educativos y directivos de cada entidad.

    Queremos también dar las gracias a los chicos y chicas que nos han dejado entrar en sus vidas y nos han aceptado sin demasiadas preguntas. Con algunos de ellos hemos pasado tardes inolvidables de conversaciones espontaneas mientras compartíamos una caja de galletas. Sus reflexiones, sus bromas y su alegría contagiosa nos han ayudado a conocer de primera mano quiénes son, qué opinan y cómo viven situaciones que a nosotras nos parecen enormemente duras. Y, por último, queremos agradecer a nuestros compañeros y compañeras del GREM (Grup de Recerca en Educació Moral) su cercanía y disponibilidad para discutir una y mil veces ideas, dudas, y reflexiones que la escritura de libro nos ha generado. Una vez más hemos experimentado que siempre están cuando les necesitamos. Gracias.

    1. Adolescentes y jóvenes en desventaja

    P oner adjetivos o un complemento al colectivo al que nos dirigimos es una tarea incómoda. Sabemos que con decir adolescentes y jóvenes no basta porque la realidad es que nos referimos solo a un grupo de adolescentes y de jóvenes. Aquellos cuyas trayectorias escolares, pero sobre todo vitales, se desmarcan de las que han vivido el resto de chicos y chicas de su edad. Si especificamos que se trata de adolescentes y jóvenes en riesgo de exclusión o vulnerables corremos el peligro de reducir a estos jóvenes a un conjunto de clichés. Clichés que con frecuencia se dejan entrever en artículos de prensa, en manuales de pedagogía, en teorías sociológicas, en el cine o en la literatura. Clichés que de una manera más cruda se manifiestan en parte de la opinión pública, a veces con un elevado nivel de crueldad.

    De ellos y de ellas se ha dicho casi todo: que no pueden como los demás, que son maleducados, que no les importa lo colectivo, que dicen palabrotas, que roban, que son unos sinvergüenzas, que no respetan nada ni a nadie, que son muy cutres, que son unos vagos, que no sirven para estudiar, que son asociales, que son vándalos, que se piensan que la calle es suya, que consumen drogas, que se aprovechan de los demás, que no les gusta trabajar, que viven del cuento y un largo etcétera de comentarios, algunos de los cuales nos avergonzaría dejar por escrito. La realidad es que algunas de estas ideas son parcialmente ciertas, pero es casi imposible que todas ellas tengan cabida en un mismo sujeto. También resulta difícil imaginar que ninguna de ellas defina la conducta de jóvenes que viven en entornos normalizados. Resulta extraño pensar que ellos no se pelean, no dicen palabrotas, no roban, no se enfrentan a la autoridad, no hacen novillos, no son malos estudiantes y demás.

    La diferencia es que al tratarse de un chico que pertenece a clases sociales bajas, que parece inmigrante o que vive en situación de pobreza, todos los prejuicios que hemos expuesto se proyectan sobre él, mientras que cuando el adolescente es de los nuestros somos mucho más benévolos a la hora de juzgarle.

    Así, acostumbramos a funcionar con imágenes distorsionadas –y distorsionadoras– de la realidad, que nos dificultan el conocimiento de una parte de la población limitando con ello las posibilidades de acertar a la hora de establecer medidas que ayuden a reconducir su situación (Martín, 2020). Pero reducir los jóvenes en riesgo de exclusión a un conjunto de prejuicios y de clichés, no es algo nuevo. Como veremos, se ha dado a lo largo de la historia y en sociedades distintas. Tampoco es nueva la actividad de muchos educadores y entidades que trabajan diariamente para optimizar las condiciones de vida de estos chicos y chicas.

    La educación social es, de alguna manera, deudora del trabajo de personas que en distintos lugares y desde ideologías y posiciones políticas diferentes supieron trascender la mirada inmediata que la sociedad proyectaba sobre los jóvenes vagabundos, maleantes, pobres, desheredados o gamberros (en cada momento se les atribuyó un adjetivo distinto) con los que se encontraron. Personas que tuvieron la lucidez suficiente para liberarse –y liberar a los chicos– del peso de las etiquetas, y el valor de implicarse en sus vidas no dándoles por perdidos.

    La mayoría de

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