Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Agur, Adela. Otoño de 1997
Agur, Adela. Otoño de 1997
Agur, Adela. Otoño de 1997
Libro electrónico573 páginas9 horas

Agur, Adela. Otoño de 1997

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Adela Beasain, policía judicial, y su equipo tienen la misión de descubrir al asesino de Gorka, militante de la izquierda abertzale y presunto autor de la muerte de José Luis Angulo «Culoplano». Pero en juego está mucho más que destapar un crimen. Personajes como Xabier Soroa «Zanpa», su madre, Mila Mendiluce, un misterioso hombre que se hace llamar Harry Callaghan, amores frustrados, manipulación, la corrupción de quienes dicen proteger a las personas y el conflicto que sangró a la sociedad vasca durante cuarenta años desfilarán por las páginas de Agur, Adela. Otoño de 1997, la más negra de las novelas de la serie «ErenTsA».
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 sept 2022
ISBN9788419174451
Agur, Adela. Otoño de 1997

Relacionado con Agur, Adela. Otoño de 1997

Libros electrónicos relacionados

Ficción literaria para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Agur, Adela. Otoño de 1997

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Agur, Adela. Otoño de 1997 - Txema Asencor

    por.jpgpor.jpg

    Primera edición: septiembre 2022

    Campaña de crowdfunding: equipo de Libros.com

    Ilustración de cubierta e interiores: Lupe Roche

    Maquetación: Álvaro López

    Primera corrección: Juan Gordo

    Revisión: Víctor F. Rojas

    Versión digital realizada por Libros.com

    © 2022 Txema Asencor

    © 2022 Libros.com

    editorial@libros.com

    ISBN-e: 978-84-19174-45-1

    Logo Libros.com

    Txema Asencor

    Agur, Adela. Otoño de 1997

    A Juanjo Arín.

    A Juanjo Guanche.

    A José Piera.

    A Imanol Larzabal.

    A Jesús Hernández.

    Y, con todo, la deuda no queda saldada.

    Agurtu. 1. (gral.; Lar, Lecl, Añ). Ref.: A; EI 339 y 340; Lh; Etxba Eib. (Aux. trans. e intrans.). Saludar (tanto al encontrarse con alguien como al despedirse).

    Índice

    Portada

    Portadilla

    Créditos

    Título y autor

    Dedicatoria

    Aparece Gorka

    Primera carta de Montse a su amiga Laura

    Líneas de investigación

    Euskadi askatzeko

    Gorka mata

    Mikel e Isa

    Andoni eta Iván

    Isa y Mikel

    Investigación sobre J.L. Angulo. La familia

    Carmelo y Ritxar

    Prezipizio

    Isa y Mikel, consumatum est

    Infiltrada

    Xabi, el Zanpa

    Entre la jueza Garreta y el Zizari

    Mikel e Isa, más allá del arco iris

    Viaje a la prisión

    Gorka espera

    Signo de contradicción

    La policía investiga. Los padres de Gorka

    Tomax cuenta a sus amigos

    Las pistas en el sobre de Marie Claire

    Sister Sara

    Don Atanasio e Isa

    En Londres

    Cinco días en el infierno

    ¿Nos comemos un morito?

    Sexo, sangre y mierda

    El señor Rumson y la señora de Juan

    Etxeberria, Etxebarria y Lydia

    Herr Strom

    Gorka muere

    José María Salaverría y Cebrián

    Dírham, dírham

    Reunión de pastores…

    Segunda carta de Montse a su amiga Laura

    Agur, Adela

    Epílogo

    Contraportada

    img01hongo.jpg

    Aparece Gorka

    —Así me gusta, puntualidad —dice Peio, el chófer de la línea de autobuses recién jubilado, sin estar seguro de haber sido escuchado. Acababa de cerrar con llave la puerta del portal cuando el Patrol, de los cortos, de Eustaquio, frenó a su lado.

    —Venga, sube —le invita su amigo haciendo un gesto con la mano.

    —Cesta de mimbre llevo yo, se parece a la de caperucita roja, pero dicen que es lo mejor para llevar los hongos.

    —Toda la vida los hemos guardado en una mochila vieja…

    El Patrol se puso en marcha. Enfiló hacia las montañas. Carretera estrecha, con cuidado se podían cruzar dos coches.

    El olor a resina impregna la mañana, las ventanillas tienen los cristales casi abajo del todo. Eustaquio se acoda en el borde del cristal, no hay riesgo de cortarse.

    —Joder —exclama—, se me está quedando el codo helado. Claro —se responde a sí mismo—, estamos en septiembre. —Todo en orden.

    Durante unos segundos se oye únicamente el traqueteo sordo de un motor con demasiadas cuestas en sus bielas. La carretera está húmeda, Eustaquio sabe que no debe correr. No tienen prisa los hongos, si están, esperan. Peio hincha sus pulmones con el aire limpio recién estrenado del día.

    —Puedo añorar la rutina del trabajo, el saludar a los conocidos o ver a los amigos montar en mi autobús. —Peio habla más para sí mismo que para ser escuchado por su compañero—. Pero de lo que estoy feliz es de no volver a oler el tufo de gasoil, la porquería del tubo de escape o el hedor a sudor de la gente cuanto está lleno en verano, aunque abras las ventanillas de par en par.

    El sol impone su personalidad a las débiles nieblas que se desgarran a girones entre las copas de los pinos, deslumbra al conductor después de algunas curvas traicioneras y alarga las sombras hasta precipitarse locas por los barrancos. Sol temprano.

    —¿Fuiste al funeral de Angulo? —pregunta de repente Eustaquio.

    —Claro. Era compañero, aunque trabajaba para otra empresa. Pobre Culoplano.

    —¿Culoplano? —Eustaquio se echa a reír.

    —Culopollo, Culoplano, Culeras…, y esto con suerte, como se te ocurra decir que tienes almorranas, te quedas tú, tu familia y nietos con el mote. El trasero es quien más sufre en nuestra profesión. Los brazos tienen desde hace unos años la dirección asistida, pero por cómodo que sea el asiento, al cabo de ocho horas…, entre la espalda y las almorranas… acabamos todos finos.

    —¿Fue mucha gente al funeral?

    —Hombre, yo esperaba más. No estaba llena la iglesia. Las circunstancias de su muerte y los comentarios posteriores… —Peio deja la frase en suspenso.

    —En el Heraldo decían que habían secuestrado al nieto de José María Salaverría. Al parecer, el pequeño de Soroa y sus amigos fueron testigos del rapto. Pobre Juan Mari, un hijo en la cárcel y el otro metido en esta movida.

    —Yo también conozco a esos críos. Hablan peor que un carretero, pero no son malos chavales.

    —¿Quién hizo la misa, el cura viejo?

    —Sí. No se alargó demasiado para lo que es él. Por lo visto, era amigo de su padre, de Mintxo, allí presente. También estaban la mujer y sus cuatro hijos. Los vi luego en la calle, tenían tanto dolor que no eran capaces de llorar. Yo justo le di el pésame a la viuda, estaba destrozada. No es para menos. Morir así y con esos rumores sobre tu marido de boca en boca por el pueblo… «Nos han destrozado la vida», no hacía más que repetir la pobre mujer.

    Se hizo de nuevo el silencio entre los dos hombres.

    —¿Le conocías mucho?

    —Del pueblo. Cuando nos encontrábamos, normalmente en algún bar, cada uno con su cuadrilla, nos saludábamos. «Hola, autobusero», decía uno, «Hola, colega», le contestaba siempre el otro. La última vez que nos vimos me preguntó cuánto tiempo me quedaba para jubilarme, le dije que medio año. «Dejarás el volante antes que yo», me respondió. Mira por dónde lo hemos dejado prácticamente a la vez, pero él para siempre.

    —Sí, chico —dice lacónico Eustaquio.

    Ante ellos, abandonada hacía rato la carretera comarcal y después de unos cuantos kilómetros por una pista forestal, se les presentó una cuesta formidable. No se veía el final. Una curva cerrada a unos cincuenta metros ponía aparentemente el punto final a la pendiente. Tenían igualmente la posibilidad de continuar por la pista que habían seguido hasta el momento.

    —Si queremos tener la mínima posibilidad de coger alguna seta, hemos de subir esa cuesta.

    —¿Andando? —se alarma Peio.

    —No, hombre, en el Patrol. No es la primera vez que la subo, pero te aviso, agárrate bien, te creerás que estás domando un potro salvaje.

    —¿Como en los rodeos?

    —Sí, señor, como en los rodeos del Oeste americano. Reductora y para arriba.

    No le faltaba razón al veterano trabajador de La Química. Los traseros de los dos hombres empezaron a botar violentamente sobre los asientos como si fueran el lomo de un caballo salvaje. Eustaquio era el vaquero que se agarra con las dos manos a las riendas del volante. Peio, apretando con fuerza su mano derecha en el asa que encuentra sobre la puerta, intenta que su cabeza no choque contra el techo del vehículo.

    —Es esto o subir andando —grita Eustaquio para ser escuchado.

    —Esto, esto —responde su amigo echándose hacia delante—, pero no quiero dejar los cuernos aquí arriba.

    No tardan en llegar a una mínima explanada donde poder aparcar y descansar de tanto zangoloteo. No encontraron más vehículos; cualquiera no está en condiciones de alcanzar aquel premio.

    —Luego nos tocará bajar esa cuesta…

    —Sí, despacito y con buena letra. Ya sabes que los puertos se bajan en la misma marcha con la que se suben. —Eustaquio abre la puerta trasera de su coche y empieza a calzarse unas viejas botas de montaña.

    —Hace un año no me pillas para venir a andar al monte ni loco. En los dos meses que llevo jubilado me hago cada día diez kilómetros, pero por llano, ¿eh? No quiero que me dejes tirado.

    Cada uno con su bastón, su camisa de franela, sus botas de montaña. Eustaquio con txapela, Peio no.

    —Esta cesta de mimbre es muy bonita, pero es un coñazo para llevar —dice casi para sí Eustaquio—. Vamos a tirar por ese sendero que está medio oculto por los helechos.

    No tardó el caminillo en desaparecer, comido los hierbajos y el cada vez menor tránsito de los montañeros. Eustaquio sabe a dónde va. Pronto desaparecen los helechos, llegan a un pequeño bosque de hayas y rocas cubiertas de musgo gordo y rugoso como hilos de lana verde oscura.

    —Bueno —dice Peio bufando—, aquí un pequeño descanso. —Y deja caer su corpachón en una piedra relativamente plana.

    —Más monte, Peio, más monte… y menos chiquitos.

    —No me digas eso, que llevo tres semanas de ramadán.

    —¿Cómo?

    —Sin probar el sople, hombre.

    Eustaquio deja a su amigo descansar; él no puede parar quieto. Con el extremo metálico de su bastón mueve las hierbas altas atento a no dañar el codiciado fruto. Peio tiene las articulaciones anquilosadas después de estar más de cuarenta años sentado al volante. —¿Qué te parece esta preciosidad, Peio?

    El viejo chófer se acerca. El largo bastón separa un manojo de hierbas intensamente verdes de un hermoso hongo, con todo su aspecto de casita de enanito de cuento. Abre una navaja de mango gastado de madera, con hoja más de hoz que de cuchillo. Parsimonia. Rito. No es una trucha, no va a huir. La cintura de Eustaquio es casi femenina, inverosímilmente flexible para su edad. Prefiere doblar el espinazo que las rodillas.

    El estado de ánimo de los dos hombres ha mejorado, como si hubieran bebido un buen trago de vino.

    Se reparten el terreno a inspeccionar.

    —Se corta el tallo por la parte baja, ¿eh? Nada de arrancar de cuajo.

    El bosque parece no acabar. Nada de pino, roble americano, encinas, hayas, castaños… Bosque autóctono de aspecto paleolítico, olvidado, silencioso. Dejan que el aire húmedo penetre hasta el último alvéolo de sus pulmones. Caminando a pasos lentos se van separando un amigo del otro. La suerte no se ha repetido. Una golondrina no hace primavera. Va a ser eso.

    —¡Eustaquio! —grita con fuerza Peio.

    —¡¿Qué?!, ¿otro? —responde este sin levantar la cabeza de hierbas y hierbajos.

    —¡Otro, hostias! Ven para acá.

    Un par de metros delante de Peio, un hombre yace en el suelo. Botas usadas, de montaña, suelas gastadas, pantalón vaquero, chubasquero azul cielo con capucha, levemente agitado por un viento que se levanta de repente. Es casi imperceptible el redondel, como de cigarrillo, que agujerea la cabeza. El viento juguetón acaricia como una madre amorosa su melena sucia de sangre seca y las minúsculas hojas frágiles trabadas en el cabello. Cuerpo indiscutiblemente masculino, pelo largo y la cara medio hundida sobre la tierra ligera. A su vera, como testigo incorruptible, una pistola brilla sin ninguna esperanza.

    —Joder, menudo champiñón —dice Eustaquio, intentando recuperar el resuello.

    Los dos hombres miran el cadáver que les da la espalda.

    Eustaquio deja la cesta de mimbre en el suelo con su único habitante. Mete las manos en los bolsillos. Peio está en jarras.

    —¿Y ahora qué? —pregunta uno.

    —¿Ahora? Se nos ha jodido la excursión —responde el otro—. Tenemos que bajar a Leku echando leches y avisar a la policía. Y sin tocar nada, que para algo ha de servir ver tantas series de televisión.

    —¿Sabes dónde estamos?

    —Sí. No es la primera vez que vengo por estos lares —responde Eustaquio.

    —¿Y no habéis tocado nada? —Txomin, uno ochenta de altura, más de cien kilos de peso, amigo del bien comer y del mejor beber mira a sus compañeros de sociedad. Es el hombre de confianza de Adela Beasain, responsable de la policía municipal de Leku y Erentsa.

    —¿Qué hostias vamos a tocar, Txomin? —La paciencia de Eustaquio empezaba a escasear.

    —Yo me he querido traer la pipa de recuerdo, pero este no me ha dejado, a falta de perretxikos… —Era evidente la sorna en el tono de voz de Peio.

    —Peio, no estamos en el bar tomando chiquitos. Estáis denunciando que habéis encontrado el cuerpo de un hombre en el monte, así que chorradas las mínimas. Esto es serio.

    Era uno de los viejos despachos de la base de la policía municipal de Leku, en el mismo edificio de la Casa Consistorial y casi tan viejo como él.

    —Hay que subir echando virutas. —Txomin siempre procuraba que su hablar, estando de servicio, fuese lo más educado posible—. De todas formas, tenemos que esperar a la jefa. Está en una reunión con el alcalde y la juez García Escolar; no creo que tarde.

    —¿Sabes leer un catastral, Eustaquio?

    Sin esperar respuesta, a Txomin le cuesta trabajo abrir un armario metálico con su pequeña llave. El policía urbano desarrolla el mapa catastral elaborado por el ejército de tierra, con aires de mariscal de campo. La cartulina se obstina en volver a su posición original.

    —Aquí está Leku. Habéis cogido la carretera de Goizpe…

    —Hemos tomado esta desviación, hacia el kilómetro treinta y siete a la izquierda, pista forestal, es la zona de Mendigain. —El dedo índice de Eustaquio describe un círculo sobre el papel—. Por esta zona tiene que estar —concluye.

    —Después de dejar el coche, un par de horas —exagera Peio, pero su amigo no le quiere desmentir.

    Imprevisiblemente se abre la puerta del pequeño despacho. El ambiente está cargado ahí dentro, un cierto olor desagradable se hace presente al rato de permanecer encerrados. Adela entra en el cubículo con su brío habitual. Viene a aportar un poco de aire fresco. Txomin no aguarda a que la mujer cierre la puerta.

    —Parece que ha aparecido Gorka, jefa. Han encontrado el cuerpo de un varón en la zona de Mendigain. Dicen que lleva el pe­lo largo y a su lado hay una pistola.

    —¿Qué hacían ustedes en un lugar tan abrupto? —La policía miró a los hombres a los ojos.

    —Recoger hongos. —Peio tuvo que morderse la lengua para no añadir «guapa».

    —¿Y? —El interés de Txomin dejó de ser policial para pasar a ser personal.

    —Una pieza, hermosa, hay un buen revuelto para dos o tres personas.

    —Señores, por favor. Txomin, ve avisando a la juez García Escolar para hacer el levantamiento del cadáver, aunque con el bombo que tiene no sé si está para demasiadas excursiones. Ella verá. Mientras se lo piensa vamos nosotros para allá. Usted nos guía, ¿verdad? —La orden de Adela, rubia, más cerca de los cuarenta que de los treinta, sonaba a una alegre invitación a pasear por la montaña.

    —Es la hora de comer. —Eustaquio mira sin disimulo el reloj Citizen de su muñeca—. Son las tres menos veinte. Antes de empezar a hablar, ya sabe que su intento de escaquearse está condenado al fracaso.

    —Sí, pero hay un hombre muerto con una pistola a su lado. Así como lo han encontrado ustedes lo pueden encontrar otros; y no ser tan buenos ciudadanos. Además, por lo que comenta, tienen la cena asegurada. —La limpieza de su mirada apartaba cualquier rastro de ironía en sus palabras.

    Los recién llegados hacen un círculo en torno al cuerpo yaciente y su arma. Si estuvieran en la ciudad podrían parecer una cuadrilla de amigos comiendo pipas, esperando que abran las puertas del cine.

    —La vaina no tiene que estar lejos, la bala estará incrustada en algún árbol, hay orificio de entrada y de salida. A buscarlas.

    Adela habla con firmeza. Los policías acaban de enfundarse unos guantes de látex blanquecinos. Sus dedos parecen los pezones de una vaca.

    —Atentos a lo que pisamos. Vamos a cubrir un perímetro de unos cincuenta metros. A ver si encontramos alguna pista. Se echa en falta una mochila, ¿verdad? Hemos de confirmar desde qué pistas forestales, aparte de la que hemos venido nosotros, se puede acceder a este punto. —Mira a Peio y Eustaquio—. A ustedes, muchas gracias por su colaboración, ya les llamaremos para declarar.

    Con todo el cuidado del que es capaz, Adela se acuclilla a menos de medio metro de la cabeza del cadáver. Está notablemente laxo. Le gira la cara sin dificultad. No cabe duda de que es el Gorka que describieron los chicos. «Lleva más de treinta y seis horas muerto. A ver qué nos dice el forense, cuando quiera llegar».

    Los dos hombres giran sobre sus talones y se encaminan cuesta abajo. Cansados, hambrientos, incluso con sueño, el bosquecillo de hayas y robles americanos no les parece ahora tan bucólico; es más bien un escenario del que quieren escapar.

    —Vaya hongo de los cojones que hemos encontrado —maldice Peio.

    —¿Quién coño es el Gorka que ha dicho antes Txomin?

    —Jodé, quien dicen que mató a Culoplano.

    Primera carta de Montse a su amiga Laura

    Hola, Laura:

    Hace más de tres semanas que hemos llegado a Erentsa desde Barna, así se llama el pueblo donde vivimos. No lo busques en el mapa, seguro que no aparece, es muy pequeño. El que seguro que está es Leku, es algo mayor, pero tampoco nada del otro mundo. Es donde voy yo al instituto.

    Yo hubiera preferido llamarte por teléfono y contarte todo esto hablando, pero mi madre dice que las llamadas son carísimas, que lo que he de hacer es ejercitar el género epistolar. A ella no le cuesta escribir, porque trabaja en eso, pero a mí em fa una mandra¹ que no veas.

    Como hoy está lloviendo (¡qué raro!, ironía) y aún no tenemos deberes del insti, voy a aprovechar para contarte un montón de cosas que me han pasado en estos pocos días.

    Para empezar, ya tengo amigos en Erentsa, son un grupo de chicos y chicas de mi edad. La verdad es que no me ha costado mucho hacerlos, como sé jugar al fútbol y pegarle al balón enseguida me han aceptado. También voy con ellos en bus al insti.

    No te lo vas a creer, pero te juro que es verdad: en una casa no muy lejos del pueblo un hombre mató a un pederasta que había secuestrado a un niño y dos de los chicos de la colla (aquí dicen cuadrilla) lo vieron todo y rescataron al chaval. No sé si habrán dado la noticia en TV3. ¡Qué miedo!, vieron cómo le mataba de dos tiros en la cara. Casualmente, son los chicos con los que mejor me llevo, sobre todo uno de ellos que se llama Carmelo. Creo que le gusto. Bueno, ya te contaré más adelante otro día.

    Yo no sé si me terminaba de creer esa historia y les pedí que me llevaran a ver la casa donde pasó todo. ¡Jopé, si era verdad! Estando allí llegó un tipo que parecía extranjero con unos perros lobo, los ataron con una cadena a su caseta, pero uno de ellos empezó a ladrar como un loco. Varias noches he soñado con sus ladridos y con la saliva que se le escapaba, todo loco el perro. A la vuelta a casa en bici (aquí la gente se mueve mucho en bici, aunque las carreteras son bastante estrechas) nos cayó una tromba de agua impresionante y llegué a casa hecha una sopa. Menos mal que mi madre no me echó la bronca.

    Hemos tenido la suerte de que, al poco de llegar, se han celebrado las fiestas del pueblo, San Gregorios, como dice la gente. En Barcelona no hay estas cosas, ni en la Merced ni cuando se hace en barrios como Gracia o Sants. Esto es un pueblo pequeño de verdad y toda la gente se conoce como si fueran de la familia, lo malo, por lo que dicen, es que todo el mundo te controla como si fueran tus padres o tus tíos. Todo el mundo sabe quiénes somos, nos llaman «los catalanes», pero no en plan despectivo. En las fiestas hicieron un concurso de tortilla de patatas y de callos a la madrileña. Los callos al principio no me gustaban, pero luego ya sí. La verdad es que lo hemos pasado muy bien, y eso que normalmente hablan en euskera y yo no me entero, pero dicen que no tardaré en aprender, pero no sé, es bastante difícil. En la próxima carta o cuando nos veamos ya te diré cuánto he aprendido.

    Un día de fiestas, a la noche, en la verbena hizo rap una chica muy maja del pueblo que conoce a gente de Barcelona y estuvo hablando un rato con nosotros. Después, tocaba un grupo que aquí es muy famoso, aunque nosotros no habíamos oído hablar de ellos. Tiene una versión en euskera, claro, de una canción muy famosa de cuando mis padres eran jóvenes, Eva María. Les hizo mucha gracia. Pero resulta que vinieron unos chicos de otro pueblo donde los de Drindots, que así se llama la banda, no habían actuado, y boicotearon la actuación con petardos y una bengala de humo naranja que lo dejó todo perdido. Cuando salieron los chicos de Erentsa, de este pueblo, a enfrentarse con ellos, salieron corriendo en sus motos y coches. No veas qué nervios, pero al final no pasó nada.

    Como te digo, la gente es muy maja, mis nuevos amigos me animan a que me apunte a un club de fútbol femenino, pero mi madre dice que hasta que no me asiente en el insti, que nada. La verdad es que esto es muy diferente de nuestro cole de Casp. Mi padre dice que tenemos que aprender a adaptarnos a todas las circunstancias, que solo los animales que se han adaptado a distintos entornos han sobrevivido. De todas formas, ellos saben que el cambio del Eixample por Erentsa es muy grande y que todos hemos de tener un poco de paciencia.

    Bueno, me estoy enrollando mucho. Ya me contarás qué tal te va a ti en este inicio de curso. He mirado el calendario, no hay ningún puente, ni el Pilar, ni Todos los Santos, y la Constitución también cae en sábado. No lo hemos hablado en casa, pero supongo que hasta las vacaciones de Navidad no iremos a Barcelona. Entonces nos veremos y tendremos millones de cosas que explicarnos.

    Un beso muy gordo.

    Tu amiga Montse.


    ¹ Me da pereza.

    Líneas de investigación

    Hay noches horribilis que anticipan días más horribilis todavía, pero gracias a Dios no hay mal que cien años dure. Entonces Adela escucha la voz, con acento navarro, de su abuela completando el dicho: «ni cuerpo que lo resista». Hay noches y días felices, son los días en que Arantza, «su chica», está en casa, y esa noche les tocaba cine. La última película que habían visto era Gattaca, elegida por Arantza, aficionada a la ciencia ficción. Ahora era el turno de Adela, sabía que en el Novelty proyectaban La novia de mi mejor amigo, así que la elección ya estaba hecha. Julia Roberts gustaba a las dos, aunque en opinión de Arantza, «tenía la boca como un buzón de Correos». Cameron Díaz no está mal. «Chica, un poco excesiva, ¿no?». «Tú eres más dúctil y maleable», respondía siempre Arantza, melosa como una gatita.

    —Llego antes de lo previsto —había anunciado Arantza en una llamada al móvil de su compañera a media mañana—, tengo que dejar el Mack en el taller porque está un poco malito. Voy al gimnasio y a masaje. Es mi premio después de tantas horas de volante. ¿Cuándo sales del curro? Te voy a buscar con la moto, o sea ponte ropa para la ocasión y nos vamos directas a la capi. Mixto de jamón y queso y a llorar.

    Durante la cena, Adela preguntó por el Mack, sentadas en el banco corrido del bar con los mejores bocadillos de jamón y queso de la ciudad. «A esto lo llaman bikinis en Barcelona, jo, tía, hasta en eso me van las mujeres», había confesado Arantza el día que llevó a su amiga al Zaldibi taberna por primera vez.

    —La gente cree que un camión es un motor con ruedas que se mueve de un sitio a otro llevando una carga. No tienen ni idea. Son como las personas: están contentos, o tranquilos, o enfermos leves o graves. Mi Mack tiene lo que en un humano sería una gripe o un constipado. Funciona, puede hacer vida normal, pero tú ves que no está bien. Tarda en responder, detectas algún ruido fuera de lugar, lo notas cansado. Al igual que las personas, necesita descanso y un buen médico, y Bustos, nuestro jefe de taller, es un médico fantástico.

    —Cariño, las películas de ciencia ficción no te están sentando nada bien.

    —¿No te lo crees? Pues con algo tengo que fantasear tantas horas sentada al volante: que mi camión es un ser vivo, que estamos haciendo el amor, que me sumerjo en una intensa luz blanca que baja del cielo, que los túneles tienen forma de…

    Adela casi se atraganta con el trozo de bocadillo que estaba tragando.

    —¿Qué dices? —atina a preguntar después de beber un trago de sidra.

    —Y me convierten en un girón de niebla, en un soplo de aire invisible, pero soy yo, tengo conciencia de mí misma, de cada una de mis partículas inorgánicas. ¿Sabes lo que hago, Adela?

    —Tener un accidente no, que yo sepa; pero igual dar un frenazo.

    —Me cuelo en ti. No te digo por dónde porque me da vergüenza.

    —¿Dentro de mi cuerpo? Arantza, me estas vacilando.

    —En serio. ¿Sabes qué busco?

    —¿Si tengo colesterol?

    —¡Qué pava! Tu alma, buscaba encontrar tu alma.

    —¿Y la encontraste? —Adela quiso continuar lo que creía una broma de su amiga.

    —Pues claro. Tu alma era algo físico, material. ¿Sabes esa escena de Sonrisas y lágrimas en la que Julie Andrews baila en una pradera de los Alpes, con un paisaje de montañas increíbles detrás, mientras suena una música maravillosa?

    —¿Julie Andrews era yo?

    —Toda aquella escena, música incluida, era tu alma, eras tú.

    —¡Pero qué cursi te pones para ser camionera, cariño!

    Adela tuvo que aguantar las ganas de besar a su compañera. La jefa de la Policía Municipal de Leku y Erentsa no podía provocar ningún escándalo público. Nadie le pudo quitar, sin embargo, el inmenso placer de perderse en su mirada.

    —Menos mal que la peli empieza a las nueve y media. Mañana tengo que madrugar —dijo Adela.

    Los empleados de la policía municipal de Leku y Erentsa no tenían reloj para fichar.

    No eran de llegar tarde. A las ocho y cinco ya estaban todos en la sala multiusos de la base. El acceso estaba prohibido a todo aquel que no fuera miembro de la Policía Municipal. De todas formas, estar en la segunda planta del edificio la hacía de difícil acceso al público en general.

    Una gran pizarra Velleda en su tercer o cuarto destino, un par de monitores con sus torres y una impresora matricial conviven con máquinas de escribir Olivetti. «Esta es la verdadera transición, de lo analógico a lo digital; la otra, la política, es un cuento», dijo el alcalde en su última visita, con aire filosófico. Todos afirmaron con la cabeza o con susurros, pero nadie se atrevió a pedir mejores condiciones laborales. El presupuesto municipal es el que es.

    Adela estaba alegre y con ganas de trabajar. «¿Está Arantza en casa?», había preguntado Txomin momentos antes. La jefa había respondido afirmativamente con una sonrisa. «Todo va bien entonces», piensa el tripasai². Joseba y Julen entraron con sendos cafés de máquina en la mano y cara de sueño.

    —¿Qué tal la cena de ayer? Supo a poco, ¿no? —Ahora era Adela la que ensayaba un gesto irónico.

    —No creas. Quedó un revuelto de coña para los tres, con huevos de caserío, naturalmente. Un par de tomates de huerta delante con su ajito bien picado y dos gotas de aceite de oliva virgen extra y un poco de queso detrás; pan poco, que me lo han quitado, y una botella de txakoli. Hemos cenado mejor que el rey de España.

    La cara de Txomin traslucía el placer de la cena entre amigos. Poco tenía que ver con las comidas pantagruélicas de años atrás, cuando el ácido úrico era problema de su padre o sus tíos.

    —Bueno, muchachos, vamos a ganarnos el sueldo —era una de las motivaciones de Adela cuando veía la cara de sueño de sus compañeros—, os aseguro que este mes nadie nos lo va a regalar. Punto uno. Os informo de la reunión que tuvimos ayer el señor alcalde, la juez García Escolar, el delegado de la Policía vasca para nuestra comarca y yo misma. Después de unos cuantos tiras y aflojas, se llegó a la conclusión de que llevemos nosotros, es decir, las personas aquí reunidas, la investigación sobre la muerte de José Luis Angulo. A falta de confirmación posterior, el alcalde me ha indicado que seamos también nosotros quienes investiguemos la muerte de García Genevilla, Gorka para los amigos. No quiere versiones oficiales que enmascaren un asesinato de la extrema derecha. No sería la primera vez. Además, Mendigain, donde apareció el cuerpo está dentro del término municipal de Erentsa, por tanto, nos corresponde a nosotros. Esperemos que nadie ponga pegas, estamos a las órdenes de la juez García Escolano, aunque la veo más preocupada por su próximo parto que por otra cosa. El resto de tareas como policía municipal, tráfico, denuncias del vecindario, etcétera, las coordino yo con el resto de la plantilla, de forma que nosotros cuatro nos podamos constituir como grupo de investigación criminal. Tu experiencia, Julen, en el departamento de investigación de la Policía Municipal de la Capital, nos va a ser tremendamente útil. ¿Cuántos años estuviste en ese destino, Julen?

    —Cinco, casi seis, y entre lo aprendido en cursillos de formación y la experiencia del día a día me siento capacitado para poder participar en este equipo —afirma Julen con seguridad.

    —Gracias —responde escuetamente Adela—. El hecho es que ayer, trece de septiembre, apareció el cuerpo de Gorka. A la espera del resultado de la autopsia, podemos decir que cuando se le encontró, hacia las once de la mañana, llevaba más de treinta y seis horas muerto. Mató, presuntamente, a José Luis Angulo, el veinticinco de agosto. Si no se movió del bosque, ¿quién le ayudó? Tuvo que ser alguien del pueblo. Sabemos por dos testigos, dos menores, Tomax y Carmelo, que Angulo tenía secuestrado a Robert en una casa que parece un chalé de tipo pirenaico. Tenemos pendiente saber qué narices se cocía o se cuece en esa casa. ¿Pederastia? Otra cuestión, a falta de autopsia, repito, ¿homicidio o suicidio? ¿Podemos identificar las causas que llevaron a Gorka a quitarse la vida? ¿Quién puede tener algún móvil para matarle? ¿Gente del chalé?

    Comenzó la lluvia de ideas. Debajo de la palabra móvil, Adela comenzó a escribir la cabecera de dos columnas, una para sospechosos, otra paralela para móviles; con letra clara escribe al dictado de sus compañeros:

    «Los pederastas de la casa, como venganza».

    «Gente del entorno del muerto, de Angulo, también como venganza».

    —Ese Gorka se movía en el entorno de la kale borroka, pudo ser ETA, por matar sin permiso de la Organización. Cosas más raras se han visto.

    «Alguien del entorno de Gorka, como venganza personal».

    —Si Gorka instruía a adolescentes en la kale borroka, puede que el padre de algún chaval se lo haya cargado, también como venganza.

    —No podemos olvidar a la Triple A o el Batallón Vasco Español, hace tiempo que están callados, pero desde lo de Miguel Ángel Blanco… todo el pueblo sabía que Gorka estaba missing. Esos cabrones tienen oídos en todas partes —dice Julen.

    —Un dato importante —reflexiona Adela—, quien mató a Gorka fue a buscarle al monte, donde vivía escondido; no se lo encontró en la plaza del pueblo. Quien se lo cargó le tenía muchas ganas.

    Se hace el silencio. A nadie se le ocurre ningún implicado ni ningún móvil más. Txomin quiere encender un cigarrillo, pero recuerda que desde hace dos meses está prohibido fumar en las dependencias municipales. Es el precio a pagar por que el alcalde haya dejado el tabaco.

    —¿Cuáles son los más probables? Es decir, ¿de qué hilo empezamos a tirar primero?

    —De acuerdo, pero todo esto en base a que Gorka no se suicidara, es la opción que tiene más boletos —dice Txomin, intentando evitar todo atisbo de ironía.

    —Perdona, Txomin, pero nadie se suicida con un tiro en la nuca… —dice Joseba.

    —De todas formas, y esto es importante para la investigación, tengo a tres compañeros nuestros y a otros tres guardas forestales peinando el recorrido que va desde la casa del crimen a donde encontramos el cadáver.

    —¿No estará Fermín Gazta, el guarda forestal entre ellos? —pregunta Joseba.

    —No. Desde la Policía vasca nos han informado de que su mujer ha puesto una denuncia por desaparición esta misma mañana. Ellos se encargarán de la investigación. Posiblemente nos pedirán ayuda —comenta Adela—, esa antena tenemos que tenerla puesta, ¿vale?

    —Ese ha ido a putas y se le ha hecho tarde para volver a casa. No será la primera vez que vuelve al redil a los tres días con los bolsillos vacíos, alcohol en sangre y el rabo entre las piernas. Seguro que esta vez le han abducido unos extraterrestres.

    —Es un tipo rencoroso, ya su padre era un mal bicho, escucha a la gente del pueblo. Si ese chalé donde se produjo el asesinato tiene caca, no me extrañaría que el Gazta estuviera pringado.

    —Vale —suspiró Adela—, tomo nota. Joseba, tenme al tanto de cualquier novedad sobre la desaparición de Fermín Gazta. Volvemos a nuestro tema. ¿Candidatos?

    —A mí esa casa siempre me ha mosqueado —dice Julen en tono reflexivo—. Creo que he pasado también dos o tres veces por ahí. Es demasiado elegante, está demasiado escondida, demasiado protegida. Está rodeada por casetas con pastores alemanes, valla con cámaras… Aparentemente no vive nadie, supongo que irán los fines de semana. Si en esa casa hacían fotos y vídeos a los niños, a alguien le hemos jodido el negocio, y ha sido Gorka quien ha levantado la liebre, es un buen motivo para darle pasaporte.

    —Hay una persona que está vinculada con la casa y con lo que se hacía allí dentro, presuntamente delitos de pederastia, y es el amigo Angulo. Estaba dentro, salió con el niño y llevaba un gran cuchillo en la mano… Yo empezaría por ahí —dice Joseba—, nos puede dar una pista incluso sobre la gente de la casa.

    —¿Cómo lo veis? —pregunta Adela mirando uno por uno a sus compañeros—. Joseba y Julen, investigad la casa, a nombre de quién está, quién paga los recibos de luz, agua, consumos, actividades, quién la frecuenta. A ver qué se dice en el pueblo sobre la casa, preguntad a la gente que va al monte, si han visto alguna cosa… Pediremos una orden judicial para poder entrar en las dos viviendas. ¿Qué tienen que ver una con la otra?

    —No ha salido hasta ahora el tema, pero el chaval ese, Carmelo, conocía a Gorka —aporta Txomin—. Hay información que nos oculta.

    —Sí, sin duda. Ya sufrió el chaval la humillación de reconocer que había pasado por esa casa. No quise entonces tirar demasiado de la cuerda por miedo a romperla. La relación con Carmelo está abierta. Ahora, una vez muerto el ínclito Gorka, y sin temor a ninguna represalia desde el más allá, le podemos interrogar de nuevo sobre su relación con él. —Adela habla con seguridad, mientras lo apunta en la pizarra.

    —¿Y nosotros, jefa? A estos ya les has dado faena.

    —Nosotros, Txomin, vamos a hablar con la viuda de Angulo. ¿Tú sabes alguna cosa de él, aparte de que era chófer del bus a la Capital?

    —Le conozco de vista de toda la vida. Mi hermana era de la cuadrilla de su mujer, pero diría que han perdido la relación.

    —¿Y de la cena de ayer…? Además de una bronca de tu médico si se entera del revuelto y el txakoli, ¿sacaste algo de tus amigos?

    —Sí, jefa, la policía nunca descansa. —Txomin hace un amago de sonrisa—. El bueno de Angulo era conocido en el ambiente de los autobuseros como «Culoplano». La gente le apreciaba. No tenía una cuadrilla en concreto. Andaba bastante por la Capital, últimamente más que por el pueblo. Con su mujer, Ángeles, Angelines, parece que tenía buena relación. Todos los que le conocían no hacen más que preguntarse qué coño hace el Culoplano, primero, secuestrando a un niño, y luego, amenazándole con un cuchillo cebollero.

    —Yo ya sé qué harías tú con un cuchillo cebollero en una mano y una cuerdecita roja en la otra, ¡merendarte una vela de chorizo entera! —Julen reía ante su propia ocurrencia.

    —A tu madre me voy a merendar, y el coño de tu hermana de postre —responde Txomin sin perder la compostura. Tiene unos cincuenta y tantos años muy bien alimentados.

    —Julen, siéntate, pareces un crío. Joder, si la gente os viera por un agujerito…

    —Comentaron también, sin darle importancia, que siempre le ha gustado apostar, antes en el frontón, como a todo el mundo en esta zona, pero parece que últimamente le tiraban las tragaperras de los bares, siempre esperando que la máquina estuviera caliente para darle la puntilla.

    —¿Podría ser ludópata? —pregunta Adela.

    —No sé si tanto como eso, pero es una posibilidad —contesta Txomin.

    —Por lo visto, Angelines tiene una mercería en Martutene con una socia. Parece que el negocio le va bien, pero claro, se pasa todo el santo día fuera de casa. Me interesa hacerle una visita.

    —¿De la familia qué sabemos?

    —El más conocido es su padre, el famoso Mintxo, tiene ochenta y tantos, vive en la Capital. Es una especie de santo laico para unos y un metomentodo para otros —dice Txomin con su pachorra habitual.

    —Explícate un poco más, haz el favor —le reclama Adela.

    —Lo cierto es que es un tipo curioso. Para empezar, es muy buena persona, eso no se discute, pero estaba en todos los follones sindicales. Cuando los sindicatos estaban prohibidos y se metía a la gente en la cárcel por ser de Comisiones Obreras o de ELA, él organizaba cajas de resistencia para mantener a las familias de los obreros durante las huelgas. La de Michelin, por ejemplo, fue famosa. Pero, por otra parte, decían que era un meapilas, que ayudaba a los curas, cantaba en la misa, pasaba la cesta, daba la comunión. No veas la cara que ponían muchos cuando iban a un funeral y se encontraban al mayor borrokas³ repartiendo hostias a la gente. Habría que valorar hablar con él.

    —¿Más? —Adela mira a sus compañeros.

    —Yo conozco a su hijo mayor —interviene Joseba—. Bueno, mi hermano pequeño le conoce más, porque juegan juntos en el equipo de balonmano de Leku. Son amateurs, pero hay alguno seleccionado para el equipo absoluto. Puedo ir a buscar a Dani a la salida del entreno y le echo el lazo al chaval. A ver qué nos puede contar de su padre. Se llama igual que él: José Luis.

    —De todas formas, tendremos que investigar en el entorno de Gorka sobre su equilibrio psicológico. En fin, señores, a currelar: Txomin, tú puedes enganchar bien con el viejo Mintxo. Te escapas a la capital y mantienes una charla nostálgica con él. Joseba, tómate unas birritas después del entreno con el hijo y a ver qué nos cuenta de su padre. Txomin y yo misma hablaremos con su mujer. Joseba y yo hablaremos con Carmelo y su amigo Tomax. Julen, ya que te autodenominas el rey del confite, invita a unos vinos especiales a alguno de ellos. Si son de la quinta de Culoplano, mejor. Cubrimos cinco frentes, algo con fundamento tenemos que encontrar.


    ² Comilón.

    ³ Coloquialmente, en euskera, luchador.

    Euskadi askatzeko

    Kojo entró como una exhalación en el bar.

    A esas horas, entre los últimos cafés y los primeros chiquiteros, había poca gente en la taberna. Algún abuelo hojeando el diario haciendo tiempo para subir a su casa a comer. Un fulano de espaldas al mundo, echando monedas a la máquina tragaperras, con la convicción de que la CIRSA estaba muy caliente; y una mujer de mediana edad apurando su tercer café de la mañana.

    Txapas había limpiado la superficie de las tres mesas con su bayeta azul, vaciado y dejado ordenados los ceniceros. Igualmente, había secado la barra de madera con la gamuza destinada al efecto. En un extremo la hucha de presoen alde bien atada con una cadenita metálica. Simbólicamente, ella también estaba presa, y en lo práctico, se trata de evitar que en un momento de trajín en la taberna alguien se la lleve. Los ojos de Kojo se clavaron en la cara del Txapas. Jadeaba. No había tenido inconveniente en venir corriendo por la calle.

    —No me jodas, Kojo, no me digas que es verdad —dice el recién llegado, agarrando el pasamanos de la barra.

    —Gorka, tío, el puto Gorka. —Hace un gesto afirmativo con la cabeza, manteniéndole la mirada—. Dicen que llevaba días muerto.

    —También dirán que se ha suicidado.

    —¿Tú qué dices? —pregunta Kojo.

    —Que no debe quedar sin respuesta. Habla con la gente. Pero no seáis pardillos y vengáis a organizarlo aquí. Menos aún traer mierda que nos pueda comprometer el chiringuito. Estoy harto de servir zuritos a parejitas de cipayos⁵. Haced lo que Beltza os diga, él ya sabe.

    —La cuadrilla de Gorka nos echará una mano, supongo.

    —Ellos son los que van a organizar el festival, vosotros vais de teloneros. Habla con ya sabes tú quién, que os den espráis. Si quieren otra cosa, ya os lo pedirán. Y tú no vuelvas a aparecer por aquí hasta que no pase la tormenta.

    La mujer que iba por el tercer café estaba más atenta a la conversación que a leer el suplemento dominical del periódico, tal y como aparentaba.

    Kojo salió lentamente a la calle, estaba jodido. Gorka no solo era su líder, su referente en la lucha, era como un hermano mayor. Le consultaba temas de carácter personal. Le hubiera podido mandar a donde el cura o a un psicólogo o que se emborrachara, o simplemente haberle mandado a la mierda. Eso lo hubiera hecho otro cualquiera. Pero Gorka siempre le prestaba atención. Kojo, alias de José Ignacio Izaguirre, hubiera puesto sin dudarlo la mano en el fuego por él. Gorka, al fin y al cabo, era su maestro.

    «Todo el mundo está al caso, ¿no? Falta gente por llegar, pero se supone que vendrán todos, hasta los que hace tiempo que no aparecen. Joder, si no nos movilizamos por Gorka, ¿por quién cojones nos hemos de mover? Tenemos mucho curro pendiente. Carteles, pancartas, pinturas, rotus gordos, cuerdas, y todos los ingredientes para los pontxes⁶ de la noche. Necesitamos fotos de Gorka para hacer las plantillas. Mototsa aparecerá, ¿no? ¿Se ha enterado de la movida? Sí, ya, vive en su puto mundo. Que alguien la vaya a buscar a su casa, por poner carteles nadie nos puede decir nada, todo el mundo con el De eNe I español, por si los cipayos quieren trabajar, aunque ya estamos más fichados que la madre que nos parió. Puto pueblo. A ver, gente con buena mano para rotular. Tú no, hostia, Kojo, que tienes una letra de mierda. ¿Cómo era el chaval ese del centro de acogida? Sí, Partxe, ese, había aprendido bien la técnica de lanzamiento. Que alguien vaya a buscarlo. Echando hostias, vamos. Kojo y Karrika, tomad pasta y a comprar pintura a la droguería de Faustino. Los químicos, mirad bien qué os falta para montar unos buenos fuegos artificiales esta noche, a las diez cuarenta y cinco empezamos, como siempre. Hay que hacer de vez en cuando un guiño a la realidad. Ya es hora de que los de arriba nos feliciten de una puta vez, no sé qué cojones hay que hacer para que nos den una puta palmadita en la espalda. La próxima vez quemamos el pueblo entero y a tomar por el culo, como hicieron los anarquistas en el treinta y seis. ¿Tenemos fotos de Gorka? Trae, Kojo, que Mototsa cuando venga no tenga que pintar de memoria. Por cierto, los retratos que hizo a Zampa le salieron como el culo. Ni su madre le reconocía, bueno, tampoco me importa demasiado. ¿No te jode, la tipa? Que ahora nos vaya a salir con la pancartita, pidiendo pakea⁷ plantada como un poste con los fachas del pueblo, teniendo un hijo en el maco. No hay dios que lo entienda. Otra cosa, hemos de sincronizarnos bien con la gente de otros pueblos, ni los cipayos ni los bomberos pueden estar en dos sitios a la vez. Venga, Mototsa, tía, que vamos tarde. Oye, ¿quién es esa? ¿Una amiga? No estamos en una fiesta de cumpleaños para invitar a los compas de clase. Su padre no será picolo, ni cipayo, ni capitán general, ¿verdad? Tiene pinta de pija. Por una puta vez voy a confiar en ti, aunque los artistas sois la hostia. ¿Que rotula bien, dices? Pues adelante, si terminamos antes, mejor. Pondremos lo de siempre: Gorka eraila⁸, Gorka gogoan zaitugu,⁹ Herriak ez du barkatuko,¹⁰ Jo ta ke irabazi arte,¹¹ Hau al da zuen bakea?¹² Hay mucho curro, no quiero a nadie quieto. ¿Cuántos carteles, fotos y pancartas pusimos la última vez? ¿Llevamos la cuenta? Esta vez quiero más. Necesito que traigas gente, pero de confianza, ¿eh?, que aquí se nos infiltra la cabra de la Legión y no nos damos puta cuenta. Quien trae a alguien nuevo se responsabiliza de él, ¿me explico? Si el tipo nos sale rana, no me voy a preocupar en buscarle. Le corto directamente los huevos a su padrino, pero no se va a dar ese caso, por seguridad de todos. Repito: necesitamos gente, pero de fiar y a ser posible no nuevos. En honor a Gorka, haremos un par de movidas extra, pero no os anticipo nada, que luego la vamos a montar y ya están los cipayos allí. Dos voluntarios que vayan al súper y traigan unas barras de pan y chorizo. No se puede hacer la revolución con la tripa vacía. ¿Beber? Agua del grifo, que es muy sana. Bueno, vale, un par de litronas, pero no quiero a nadie cocido. Como dice el anuncio, la potencia sin control no sirve de nada, a ver si se nos mete en la puta mollera de una vez. Ya echaremos unas birras buenas cuando terminemos el festival, para celebrarlo. Gora Euskadi askatuta!».


    ⁴ Versos del himno «Eusko gudariak».

    ⁵ Ertzainas, en lenguaje peyorativo.

    ⁶ Cócteles Molotov, en argot.

    ⁷ Paz.

    ⁸ Gorka asesinado.

    ⁹ Gorka, te recordamos.

    ¹⁰ El pueblo no perdonará.

    ¹¹ Sin parar hasta la victoria.

    ¹² ¿Esta es vuestra paz?

    Gorka mata

    Dos disparos, solo dos. Nada de vaciar el cargador como hacen los americanos en las pelis; ni de un solo tiro, que se puede fallar y luego tienen que vérselas negociando con

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1