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Las Monedas Del Olivo: Y El Último Regreso
Las Monedas Del Olivo: Y El Último Regreso
Las Monedas Del Olivo: Y El Último Regreso
Libro electrónico373 páginas4 horas

Las Monedas Del Olivo: Y El Último Regreso

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Información de este libro electrónico

Los hijos del seor Papastathopoulos, estn a punto de descubrir el misterio ms grande que encierra su dinasta y el legado milenario que su ms antiguo ancestro les dej. Tendrn que descifrarlo al pasar por una serie de pruebas que los desafiarn hasta la muerte. Descubrirn sus legendarios dotes y los usarn a su conveniencia. Vivirn sus ms anhelados sueos pero tambin confrontarn sus ms temidas pesadillas cuando se ven en el peligro de perder a sus almas gemelas. Lidiarn con el enemigo hasta el fin, pero an peor, con la traicin del camarada. Debern elegir entre el deber del destino o el amor de una persona; entre la vida de muchos o la vida por la que viven
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento21 ago 2015
ISBN9781463385439
Las Monedas Del Olivo: Y El Último Regreso
Autor

GA Montserrat

GA Montserrat nació el 22 de agosto en San Luis Potosí, México. Descubrió su pasión por la lectura y escritura poco antes de los 11 años. Empezó a escribir “Las Monedas del Olivo” en octubre de 2010, terminándolo el 31 de diciembre de 2012. En abril 2015 terminó su segundo libro, “No era penal”. Una crítica constructiva a la sociedad mexicana basada en el fútbol. Actualmente, se encuentra desarrollando la secuela de “Las Monedas el Olivo”, otro proyecto juvenil y un blog en internet. @gamontserrat http://myzealouslifestyle.com/

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    Las Monedas Del Olivo - GA Montserrat

    Para Karla, Quien lo leyó primero.

    Para Mercedes, Quien lo escuchó primero.

    Para Piero,

    Para Ignazio,

    Para Gianluca

    Que con sus magníficas voces

    Prendieron chispas a mi creatividad.

    I

    A las afueras de un poblado de Hungría, en lo alto de la colina se extendía una gran mansión estrafalaria con grandes jardines, establos, muchos animales y decorada con unas majestuosas estatuas griegas, era un paisaje digno de un cuento de hadas, donde probablemente ahí dentro habría una hermosa princesa aguardando por su valeroso príncipe…aunque en realidad, dicha mansión no la habitaba la realeza pero sí por una familia de muy alto prestigio y reconocida en todo el país.

    Una mañana de Abril, a la hora del desayuno Augustus Papastathopoulos reposaba cómodamente sobre el sillón de la sala mientras esperaba con ansias el desayuno Muero de hambre, querida- decía a su mujer.

    Augustus era un señor bajo y regordete, con unos ojos de un azul intenso, tez clara, con cabello entrecano, de un perfil digno de un Dios griego a pesar de la edad, sin duda alguna ese hombre en sus épocas de juventud había sido realmente atractivo. Era muy reservado pero amable.

    Ya voy mi cielo- respondió Santina, su mujer. Santina Samaras, era una mujer de inmaculada belleza, una piel tan clara y limpia cual la leche, de unas facciones tan finas que la hacían parecer irreal, sin contar sus impactantes y esplendorosos ojos verdes, era esbelta, su cabello largo y castaño el cual la mayoría del tiempo llevaba atado con un lazo acentuaba aun más sus ojos.-Ponte el lazo tu sola, Alana.- decía a la menor de sus hijas.

    La pequeña Alana de no más de nueve años era increíblemente parecida a su madre, de no ser por el tamaño y los pocos signos de la edad en la cara de Santina se podría jurar que eran hermanas gemelas.

    Bajando de la enorme escalera de la gran mansión venía un apuesto, alto, fornido joven, era indudablemente el hijo mayor de la familia Papastathopoulos, sus ojos iguales a los de su padre y su cabello y piel como la de su madre, lo hacía ser un hombre irresistible.

    Cuando Alexandros llegó al rellano del primer piso, de la nada salió Georgios para asustarlo o por lo menos intentarlo.

    Georgios era el cuarto hijo de la familia Papastathopoulos, un adolescente muy alegre, que no era tan guapo ni apuesto como su hermano mayor, pero sí el más carismático y valiente, además de estar dotado de una cualidad muy peculiar de desenmascarar mentiras y de saber cómo se sienten las personas con el solo estar a unos metros de distancia. Su cabello era rizado y negro, sus ojos llamaban mucho la atención, eran cafés y muy profundos.

    Alexandros corrió tras Georgios para hacerle cosquillas. Alexandros aléjate.- gritó Georgios cuando por fin lo atrapó.

    ¿Podrían callarse?, intento ensayar, hoy tengo clase con ese tipo el de la nariz de águila y no he practicado nada.- dijo desde el piano una voz que sonaba enfadosamente entonada y amargada pero melodiosa, de un timbre perfecto.

    No te expreses así del señor Thomass, Calíope-reprendió Santina dulcemente a su hija mayor.

    Calíope era una adolescente delgada, de piel igual a la de su padre, ojos azul cielo, cabello negro y rizado al igual que Georgios, de no más de diecisiete años; era muy introvertida y en el pueblo la conocían como la amargada Papastathopoulos. Ella, sin duda, era un prodigio de la música y un extraordinario talento para cantar. Sí, como sea, como sea respondía sarcásticamente a su madre.

    Por la puerta de la cocina se aproximaba el ama de llaves, una vieja gorda y de una misteriosa apariencia.- El desayuno está servido.- anunció mientras acomodaba su dorado y entrecano cabello.

    Gracias Marry, enseguida iremos, te puedes retirar-dijo Santina. Marry Miyakovska se regresó de mala gana a la cocina.

    Marry ya vivía en la vieja mansión desde antes de que la familia Papastathopoulos llegara a vivir Hungría. Por lo que la familia sabía, Miyakovska era muy rara y reprimida, por lo cual nunca iba al pueblo donde la tenían muy mal considerada.

    Buen día padre.- saludó Alexandros sentándose en el enorme comedor, a un lado de la cabecera, donde se sentaba Augustus.

    Buen día.- devolvió el saludo amargamente, mientras leía el diario y daba un sorbo a su taza de café.

    Buen provecho.- dijo Santina alegremente a su familia.

    ¿Qué ha habido padre?.- preguntó Alexandros curiosamente cuando se limpiaba la boca con la servilleta de tela.

    Otro asesinato, me parece que ayer por la noche. Después del festival del pueblo-contesó.- ¡Santo dios! ¿Hasta dónde llegaremos?.- dijo para sí mismo.

    ¡Oh! Pero qué barbaridad… ¿Se ha encontrado al responsable, querido?.- preguntó Santina distraída, cuando servía jugo a la pequeña Alana.

    Parece que no, ni siquiera se halló el cuerpo del difunto sino solo rastros de un asesinato.- respondió.

    ¿Papa´, quién ha sido el asesinado?-preguntó Georgios tristemente, masticando comida.

    "Cielo no hables con comi-

    Bueno…hijo eso no te lo puedo decir a ciencia cierta, puesto que el cuerpo no fue hallado, pero lo más probable es que haya sido Rodolf Karonitsch, el dueño del bar del pueblo ese que se llama el tabernero-dijo interrumpiendo a su mujer.

    ¿Cómo lo saben?.- preguntó Georgios con cara de preocupación.

    Dado a su repentina desaparición, hijo mío.-dijo

    ¡Mamá, me temo que es el padre de mi amigo Albert!, ¿Podrías llevarme a verlo?- dijo Georgios

    Calíope se rió estrepitosamente Eso le pasa por ser un viejo chismoso.

    Calíope, ¿Cómo puedes decir eso?- dijo ofendida Santina.

    Hija, esto es muy serio, ¿no te has percatado de que han habido más de 100 asesinatos en lo que va del año?.- preguntó Augustus.

    Después de haber pasado media hora más discutiendo sobre el tema, se levantaron de la mesa y cada quien se ocupó de sus asuntos. El señor Augustus se fue a trabajar, Santina y Georgios se dirigieron al pueblo en busca de la familia del señor Karonitsch, Calíope se retiró al salón para su clase personal de música con el famoso compositor alemán Thomass, Alexandros se dedicó toda la mañana a estar montado a caballo practicando para el siguiente concurso de equitación mientras pensaba e imaginaba su futuro, su sueño más anhelado, el de casarse con la persona indicada y formar una hermosa familia. Alana estuvo jugando en su casa de muñecas, molestando a los perros y la servidumbre, pateando a las gallinas y arrancándoles las plumas.

    Santina y Georgios iban en carreta camino al centro del pueblo donde se encontraba el bar. Atravesando un pequeño bosque, después de unas cuantas casas o mejor dicho chozas, rodearon el lago que se encontraba justo antes de entrar y pasar por un enorme y desgastado letrero que decía Bienvenidos sean a Bekés acercándose cada vez más al centro se veían escombros de incendios, la gran mayoría de los locales comerciales que había, tenían las ventanas rotas, las puertas estaban tumbadas y no había gente en ellas. A la vista, ese lugar parecía maldito y era espeluznante.

    Es aquí.- dijo Santina al cochero cuando llegaron al bar de los Karonitsch.

    Georgios y su madre bajaron del carruaje en silencio y tocaron la puerta de la entrada, esperaron respuesta unos cinco minutos y nadie aparecía a abrir la puerta. Decidieron entrar y buscar a Albert y a su madre. El bar era un lugar rústico, y de dos pisos, lleno de bastantes cuadros muy similares, de lo que parecía ser un ciervo blanco, con tres personas (un señor y dos jóvenes) que lo seguían a punta de pistola. Las mesas estaban desgastadas y la parte de atrás del bar estaba lleno de reservas de bebidas y muebles enmohecidos.

    ¿Hola?.- preguntó Georgios.-¿Hay alguien aquí?-cuestionó con voz entrecortada

    Parece que no hay nadie, cielo.- dijo Santina.

    Tal vez huyeron.-dijo Georgios sentándose en las escaleras. Georgios miró a un lado y a otro pero no encontró nada fuera de lo normal…excepto un papel, tal vez una nota…

    Aquí hay…una…nota.-dijo nervioso.

    Léela, amor.- incitó Santina.

    Nada es permanente, a excepción del cambio.-leyó Georgios a su madre.

    ¿Nada es permanente a excepción del cambio?.-analizó Santina.-¿Dice algo más, quién la pone?

    Nada, aquí no dice…espera.-dijo Georgios mientras volteaba la hoja. Había una especie de firma desgarbada e irreconocible en las que difícilmente se podía leer las cochinas iniciales D.S manchadas de sangre y lágrimas.

    D.S. ¿Quién será?, Georgios ¿Tienes alguna idea de quién pudo haber escrito esto?, ¿Albert jamás te mencionó nunca de conflictos que haya tenido Rodolf con alguna persona?

    No que yo recuerde, mamá- dijo Georgios rascándose la cabeza.- Pero no lo puedo creer, es que esto fue tan así de la nada….-chilló derramando una lágrima.

    Creo que es tiempo de que nos vayamos, hijo.-dijo Santina tomando a su hijo de la mano.

    Salieron a paso lento de la taberna y entraron al cálido interior del carruaje.

    Iban avanzando a un paso más o menos precipitado hacia las afueras de Bekés. Ya cuando iban llegando a la gran colina donde se alzaba la mansión, desviaron un poco el camino al pasar las grandes rejas de la entrada y recorrer un largo tramo hacia el gallinero, se iban acercando a lo que parecía ser una choza abandonada y escondida.

    Se bajaron del carruaje y pasaron por un estrecho camino de piedra bordeado de un jardín crecido y muy seco.

    Tocaron la puerta y Marry, el ama de llaves la cual llevaba un harapiento uniforme blanco les abrió. Entraron Santina y Georgios a la pequeña choza que estaba conformada por una cocineta, una salita destartalada con dos sillones y una mesa, había dos puertas y cada una conducía a pequeñas recámaras, había en el ambiente un incómodo olor a café y comida descompuesta.

    ¿Cómo se encuentra?.-preguntó Georgios rápidamente.

    Adelante.-dijo Marry con un sonoro ronquido acercándose a la primera y raída puerta para abrirla.-Pasa y compruébalo tú mismo.

    Hola Dem.-soltó Georgios nervioso.

    En la desvencijada cama se encontraba un joven muy similar a Georgios, pues era su gemelo Demetrius, el cual se encontraba muy pálido, aún más de lo que ya era, con grandes ojeras, estaba mucho más delgado de lo que su gemelo era.

    ¿Qué quieren?.- contestó Demetrius en tono cortante y maleducado.

    Veníamos a saludarte hijo.-dijo melancólicamente Santina, derramando una lágrima.

    Eso no sería necesario si me dejaran vivir en la mansión, con ustedes.-dijo

    Dem, tu sabes lo que piensa tu papá, y créeme que yo estoy en contra de esto, y también tus hermanos. Pero contra tu padre no podemos hacer nada; tú sabes que el también te ama, pero aún cree que sigues como antes.-dijo acercándose a la cama de su hijo.

    ¡No! Mamá, yo no estoy loco y ni lo estaba.- gritó, apartando de un ligero empujón a su mamá.-Simplemente no me entienden…nadie me entiende.-dijo para sí mismo, sintiendo por dentro una enorme ira.

    Hijo, tienes que tratar de comprender un poco a tu papá, él lo hace para mantener en alto la reputación de la familia, y más que nada para protegerte a ti".-dijo Santina.

    ¡Mamá, bien sabes que la reputación y lo que piense la gente, me importa un bledo!.-dijo.-Además, por si no te habías dado cuenta, nadie en el pueblo sabe de mi existencia, ni siquiera mucha gente de la familia me conoce, y si me conocieron lo ocultan, y todo por la culpa de mi padre. ¿Sabes lo que es estar cinco años en una choza repugnante, sin ver el sol, sin respirar aire fresco?¿Sabes lo que se siente estar tras cuatro paredes viendo por una ventana a tus hermanos disfrutar los días, disfrutar de la compañía?.-dijo muy enfadado Demetrius a su madre, respirando irregularmente.

    "Hijo.-

    "No mamá, ¡basta ya!…esto es una injusticia, yo también soy parte de la familia, ¡de tu familia! Y lo que tampoco puedo creer es que ni siquiera mi propio padre sea capaz de venir a hablar conmigo, de enfrentarme así como el hombre que él dice ser.-

    Insultos a tu padre no toleraré.-dijo Santina.-El sabe lo que hace

    Mamá, tiene más de un año y medio que no viene a verme.-resopló Demetrius.

    Hijo en eso yo se que tu padre ha estado muy mal, pero tú sabes que a mi no me hace caso. Prometo hacerlo por ti.-contestó Santina.

    Dem, ¿Tú crees que yo no te extraño conmigo en la mansión?, si tan solo pudiera venir a visitarte más seguido, lo haría; pero Marry.- dijo pronunciando el nombre del ama de llaves con rencor.-Los médicos y mi padre dicen que va en contra de tu tratamiento.-dijo Georgios.

    ¿No me digas que tú también te crees todas las estupideces que dicen esa metiche y mi papá?, pero es que no puedo creerlo, hasta mi propio hermano gemelo me cree un loco desquiciado. Pero, ¿Saben qué? Yo siempre he tenido una pregunta que nadie de la familia me ha podido responder… ¿Por qué me creen un loco, enfermo o como sea que se refieran a mí? Yo siempre he dicho la verdad, y ahora si él que no me crea, ¡Pues que se vaya a coger amapolas!.-dijo con enojo.-Y ahora si me hacen el favor váyanse de mi cuarto ya mismo, que el enfermo necesita descansar.-gritó.-Y pensar que es lo que he hecho mal como para que mi propia familia me tenga peor que un prisionero…

    Santina y Georgios seguían al pié de la cama con una mirada triste.

    ¿Qué esperan?, ¡largo!.-dijo al fin.

    Con la última mirada de desaliento, Santina abrió la puerta y encontró a Marry pegada a la puerta, probablemente había escuchado todo lo que había pasado allí dentro, pero a Santina ni siquiera le importó.

    Abandonaron la choza y volvieron a subir a el carruaje ya de regreso a la entrada de la mansión.

    Santina no pudo parar de llorar durante el resto del día, mientras Georgios la consolaba.

    Mamá, siento mucho que Dem te haya gritado.-dijo Georgios a su madre acariciando su cabello.

    Es que él tiene toda la razón, es de la familia y ve como lo tenemos…pero esto no se quedará así, hoy mismo hablaré con tu padre, y si no me escucha, me veré obligada a desobedecerlo por primera vez..-dijo Santina decidida.-Por mis hijos, soy capaz de hacer lo que sea.

    A las seis en punto, comenzaron a cenar…

    Mamá, ¿Por qué parece que lloraste?.-preguntó Alexandros.

    No, no he llorado.-dijo Santina sonriendo.

    Vamos mamá, no te sale bien mentir.-incitó Alexandros.

    Lo que pasa es que visitamos a Demetrius.-respondió Georgios por su madre.-Y mamá se puso triste, porque lo extraña mucho, así como todos nosotros ¿cierto?

    ¿Quién es Demetrius?.-preguntó Alana.

    Mi hermano gemelo, Ali. Tu hermano también, por cierto deberías ir a visitarlo.-dijo Georgios triste.

    No lo recuerdo, pero si dices que es mi hermano, ¿Por qué no vive aquí con nosotros?.-dijo Alana.

    !Basta ya!.- dijo Augustus elevando la voz.

    Querido, si tan sólo fueras a verlo, te darás cuenta de que el está bien, realmente no tiene nada malo.-dijo Santina.

    Ese chico está enfermo, debe de permanecer apartado de la familia, no quiero que su locura contagie a mis hijos.-dijo Augustus conteniendo su ira.

    No puedo creerlo Augustus. Hablas de él como si fuera alguien más, el también es tu hijo.-dijo Santina poniéndose de pié.-Si tan sólo le dieras una oportunidad, si lo visitaras…

    ¡Eso si que no!, a mi no me van a decir que es lo que tengo que hacer..-dijo Augustus con determinación.

    Pero Agusutus, es nuestro hijo…lleva tu sangre..-soltó Santina.-No podemos dejar que siga así de abandonado, ni siquiera lo podemos ir a visitar, y tu ni te molestas en preguntar como está.

    ¡No me reclames eso!, tu sabes muy bien que los médicos nos han dicho que va en contra de su tratamiento; el contacto con la gente le hace mal, tú misma viste como se puso la última vez..-dijo Augustus descontrolado.-Fin de la conversación.

    Santina se retiró muy indignada de la mesa y Alexandros la siguió.

    Mamá, en verdad quiero que Demetrius vuelva a la casa. Si harás algo en cuanto a eso, no dudes en decirme y te ayudaré. Yo por mi parte intentaré más tarde hablar con mi padre..-dijo Alexandros.

    Gracias hijo, ahora ve y termina de cenar..-dijo Santina limpiándose las lágrimas.

    Te amo mamá, y mucho..-añadió Alexandros mientras le daba un beso en la mejilla a su mamá.

    Gracias hijo, yo también.-

    Alexandros se dirigió nuevamente al comedor el cual yacía en un silencio incómodo.

    Padre, mi madre está realmente triste.-dijo Alexandros.

    Augustus no dijo nada, se limitó a seguir cenando en silencio.

    Pásame el salero.-ordenó a Georgios.

    Y así pasaban los días, las semanas, los meses, y no dejaban de llegar noticias sobre las múltiples y misteriosas desapariciones y los asesinatos…

    Un lluvioso y helado día de Octubre, en la pequeña choza se encontraba Demetrius observando desde la ventana a lo que hasta hace cinco años, era su hogar. ¡Cómo añoraba esos días! Esos días en los que era un niño normal, un niño muy alegre, que se limitaba a pasar el tiempo jugando con sus hermanos y disfrutando del cariño de su madre. Tenía una extraña combinación de sentimientos en ese momento; Demetrius intentaba resguardar todo ese rencor que sentía hacia su padre por haberlo alejado de lo que más quería, por haberlo hecho pasar una terrible infancia y un pésimo comienzo de la adolescencia. Demetrius aún tenía esa tonta esperanza de que su madre cumpliría esa promesa que le había hecho meses atrás, pero él muy bien sabía que su padre había hecho todo lo posible para evitar su regreso a la mansión y así impedir que su tonta reputación se cayera al precipicio…Pero ya no lo permitiría, tenía que salir y vivir, tenía que recuperar el tiempo perdido y nada ni nadie se lo iba a prohibir.

    Aquí está tu cena, muchacho.-dijo Marry irrumpiendo en la pequeña habitación.

    No tengo hambre.-murmuró Demetrius sin apartarse de la ventana.

    ¡Tu madre ha dicho que tienes que comer!.-dijo Marry

    Hasta crees que voy a probar tu asquerosa y envenenada comida.-bramó Demetrius.

    No entiendo de qué hablas.-dijo ofendida Marry.

    ¡Por favor!, ¿Tú crees que aún no me he dado cuenta?, ya no soy el mismo tonto de antes Marry, porque si de algo estoy seguro, es que tú no eres lo que aparentas ser.-dijo Demetrius con su inescrutable rostro.

    Tienes que comer, ya llevas así semanas enteras, muchacho, pero como sea…es tu decisión..-refunfuñó Marry.

    Sí, como tú has dicho, es mi decisión..-bramó malhumorado Demetrius.

    Marry dejó la bandeja con la desagradable y nada apetecible comida, antes de que ella dejara la habitación, Demetrius la llamó.

    ¿Por qué está llegando tanta gente?.-preguntó Demetrius.

    Hoy es tres de Octubre, chico….-contestó el ama de llaves.

    II

    T res de octubre, con qué hoy era el cumpleaños de su padre y él ni siquiera se había molestado en ir a verlo, justo hoy se cumplían dos años de que el no iba a verlo…

    La mansión Papastathopoulos abría sus puertas a los nobles invitados, para festejar en grande un año más de vida del señor Papastathopoulos. El anfitrión y su esposa se encontraban en la entrada de la mansión bajo una sombrilla que sostenía un sirviente de la mansión para saludar a cada una de las personas.

    Los restantes hijos de los señores Papastathopoulos, estaban en el enorme recibidor esperando a que entraran los invitados para encaminarlos a sus asientos.

    Se acercaba un noble de Noruega, el señor Sorensen acompañado por su esposa y sus bellas hijas.

    Georgios ya se acercaba a ellos para acompañarlos, cuando de repente Alexandros le hizo carrera para ganarle y encargarse de guiarlos hacia el comedor principal donde se erguían enormes esculturas de hielo alumbradas por un magnífico candelabro de oro. A las hijas de los Sorensen las llevó a un comedor alterno donde había ya otros invitados conducidos hasta allí por Calíope y Alana.

    Con permiso, en unos momentos estaré de regreso.-dijo Alexandros a la mayor de las hermanas Sorensen, se retiró del salón para volver al recibidor.

    Alexandros se encontró a Georgios con la familia Inglesa Robinson, unos señores muy elegantes y educados que venían con su hijo de no más de 18 años, muy guapo por cierto, con sus ojos y cabello café.

    Santina se dirigió a Alexandros.-Hijo, ya todos los invitados han ocupado sus asientos, hazme el favor de anunciar a las cocineras que empiecen a preparar todo para comenzar a servir pronto..-Santina se marchó después de haber hecho que su hijo se encorvara para darle un beso en la frente.

    Augustus Papastathopoulos se puso de pié, agarró una elegante copa y la golpeó suavemente con la punta de un lustroso cuchillo para llamar la atención de los invitados y comenzó.-Gracias a todos los presentes por haber venido hasta aquí, a pesar de los tiempos difíciles que nos invaden hoy en día este hermoso y admirable país, que el cielo los bendiga y espero que disfruten del delicioso banquete.

    Los meseros entraron en el comedor con finas charolas y comenzaron a servir la comida. Hubo un gran murmullo de aprobación y tintineos de cubiertos.

    En la mesa de los jóvenes, se hallaba Calíope sentada a un lado del apuesto hijo de los Robinson, Alana y Georgios con ambos cubiertos en manos dijeron con ojos resplandecientes y al unísono.-¡Al ataque!. Alexandros y el resto de la mesa rieron ante tal cosa.

    Y bien, ¿Cómo te llamas?.-preguntó Alexandros mostrando su encantadora sonrisa a la mayor de las Sorensen.

    Camila, ¿Y tú?.-preguntó ésta, devolviendo la sonrisa.

    Alexandros.-dijo.-¡Qué ojos tan hermosos tienes!.-reconoció Alexandros.

    Tú no te quedas atrás.-respondió al alago murmurando y ruborizándose, pero sin dejar de verlo a los ojos.

    Camila Sorensen era una chica bien parecida, de ojos y cabello castaños con un brillo muy peculiar, el fino vestido naranja que portaba entonaba mucho más sus grandes ojos de abundantes pestañas.

    Al otro lado de la mesa, donde estaban Calíope y el chico Robinson, Louis, reinaba un ambiente demasiado tenso, ya que Calíope trataba de ignorar por completo a Louis y éste no lo permitía, pues no paraba de cortejarla.-¡Qué hermoso cabello tienes!.-decía Louis.

    ¿Me dejarías comer en paz?.-contestaba Calíope. Calíope se sentía realmente incómoda y nerviosa, pues era la primera vez que un varón la cortejaba.

    Yo soy Louis, ¿Tú cómo te llamas?.-preguntó Louis a Calíope.

    Si te lo digo, ¿Te callarías?.-dijo groseramente Calíope.

    Claro, con eso me basta y me sobra.-replicó Louis sonriente.

    En eso, Alana y Georgios se percataron de la conversación entre Louis y Calíope y siguieron escuchando con atención sin que ellos se dieran cuenta.

    "Me llamo Atene.-

    ¡Se llama Calíope, se llama Calíope!.-exclamaron interrumpiendo Alana y Georgios.

    Ignóralos, son unos cerebros de pistache, me llamo Atenea.-dijo Calíope mientras un mesero retiraba su plato.-Ahora sí, ¿Ya me dejarías cenar?

    Sí, Atenea.-dijo felizmente Louis.

    Justo en ese momento Santina llegó a la mesa de los jóvenes y empezó a rebuscar a Calíope con la mirada.

    Mamá, ¿Qué habrá de postre?.-preguntó Georgios gritando desde el otro extremo de la mesa.

    Ve a la mesa de postres, hijo. Hay una gran variedad..-respondió Santina.

    ¿Es tu madre?.-preguntó Louis a Calíope.

    Calíope estaba a punto de comer el bocado de su tenedor, pero interrumpió cuando Louis hizo tal pregunta.

    .-respondió Calíope.

    En un instante, Louis se puso de pié y fue directamente hacia Santina y dijo.-"Señora Papastathopoulos, es un placer conocerla. Mi madre ha hablado maravillas de usted. Tiene una hermosa

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