Los verbos que estoy por vivir: Cuentos
Por Marina Deza
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Marina Deza nos impone estas preguntas con su potente puñado de textos aquí reunidos. Desde uno de ellos, la mujer en duelo frente al océano se vuelve signo de la totalidad de los relatos y de la autora misma. Ella, justamente, mujer de la costa, niña de Necochea, nos ofrece allí la trillada escena de la página en blanco, pero ahora reconvertida en una escena superior, la del abismo latiente que deja a nuestros pies una endeble franja de espacio y tiempo para plasmar las huellas de nuestra voz aquietada por ese latir que recuerda o anuncia un huracán pasado o posible.
Una mujer no escribe porque lo pida una blancura deseante; una mujer, esta mujer, este tipo de mujer escritora que aquí se nos presenta, escribe porque se ha enmudecido. Esta mujer enmudecida escribe sabiendo la endeblez de ese gesto, como endebles son las marcas de una vara de mimbre en la arena que orilla la espuma marina. Marina es, pues, esta mujer que se escribe al escribir en la zozobra del futuro incierto tras un pasado demolido.
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Viaja por las emociones y el pensamiento, en ese vaivén en el que el mar ser nos hace presente continuo e infinito.
Bella escritura.
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Los verbos que estoy por vivir - Marina Deza
El pequeño Maru ilustrado
Y un día él estaba sentado en la cocina, me miró al entrar, ofreció un mate e inició la conversación con un chiste. Nomás, dijo: —¡Ya sé! Tenemos que crear: El pequeño Maru Ilustrado —para todo el mundo, venderlo, regalarlo, como sea que todos lo tengan.
Era habitual que estuviéramos creando escenas, escenografías, nuevos proyectos. La nuestra, era una casa de teatreros, casa con arte y artesanos del buen vivir.
Como buenos artistas habíamos sido contestatarios de la crianza que recibimos y amalgamábamos nuestras diferentes culturas con humor, amor y bastante desparpajo. A veces con una pasión grandilocuente y exótica donde se filtraban las tablas (como se lo suele llamar al escenario teatral) al piso de casa y ahí sí, había que agarrarse. Pero hoy parecía que el mate ofrecía un encuentro, una buena tarde por delante.
Es hasta doloroso aceptar que cómo buena ibérica, lenta para un humor refinado como el del judaísmo, lo tomé en serio. Quedé desconcertada, no teníamos un proyecto para crear un libro. Nunca me gustó ser la cara visible del teatro, entonces no entendía. Aun así, él seguía expectante, dando por hecho esa creación. —¿Para qué haríamos un libro explicativo de mí? — le pregunté.
Era buen comediante, había preparado el terreno, lo rastrillaba de tal modo que siempre estaba fértil para el humor y lo estuvo. Apenas le di el pie, lo tomó. Entró en su salsa, diciendo: —Así la gente puede leerlo antes de conocerte. Sería un acto introductorio para comunicarse con vos —su filosa ironía brillaba en cada sílaba.
Lo seguí con atención. Aun así, seguía desconcertada. Entonces, prosiguió: —Así te entienden—. Me ofreció otro mate sin sacarme la vista de encima (me escaneó) —¿Entendés? — Y se rio mientras tomaba el mate que me había dado. Pero lo que buscaba era entenderlo. Cedió otro mate fraternal diciendo —No, no entendés—. Por eso, se rio más.
Frente a mi lentitud de entendimiento y su agotada paciencia, se fue a las anécdotas: Empezó a citar frases de mi autoría de los últimos tiempos. Las citó todas con una entonación e interpretación exquisita.
Las frases con un uso erróneo de las palabras en su significado o por error en la construcción lingüística. Las oraciones con comas disléxicas, que cambian el sentido de lo dicho. Sin olvidarse de las palabras inventadas e inexistentes y sílabas sin acento o fuera de lugar. Por supuesto, no se privó de la oportunidad de darle a cada una de las frases su adecuada traducción al castellano, ni de condimentar la explicación con un hilarante tono para el futuro lector.
Por fin, para mí, era claro, pero dolorosamente gracioso. No le reconocí su decir con maestría porque no podía más que reírme. Esa risa en la que te hacés encima, que te une al otro y que las verdades más duras pueden ser dichas sin herir. Y, aun así, burlándonos de mí, era imposible, inviable no carcajear, hasta destornillarse. Empezaba a andar, por el solo estímulo de la carcajada, el imaginario y seguíamos buscando y encontrando juegos de palabras de las brutalidades que había expresado los últimos tiempos. Era evidente que ya no podía disfrazarlas más con el cuento de una retórica propia
. En esta fiesta se estaba acabando el carnaval y quedaba tan claro su hartazgo de mi tozudez. No había otra manera (así que no la hubiera encontrado) de decirle a mi necedad que era yo misma la que se perjudicaba, nadie