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LAS CRÓNICAS DE MARCUS TOMO 3: Un arriesgado viaje al inframundo
LAS CRÓNICAS DE MARCUS TOMO 3: Un arriesgado viaje al inframundo
LAS CRÓNICAS DE MARCUS TOMO 3: Un arriesgado viaje al inframundo
Libro electrónico443 páginas5 horas

LAS CRÓNICAS DE MARCUS TOMO 3: Un arriesgado viaje al inframundo

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Las Crónicas de Marcus es una trilogía que ve la luz en el 2014 con su primer tomo, y en 2019. Luego aparece el segundo tomo en el 2020 y ve la luz el tercer tomo en el 2021.


Marcus de Tabores, una y otra vez, se ve envuelto en peligrosas y nuevas aventuras cuando no tiene otro remedio que luchar contra fuerzas siniestras para

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 mar 2022
ISBN9781685360269
LAS CRÓNICAS DE MARCUS TOMO 3: Un arriesgado viaje al inframundo
Autor

Maritza Vicenta

Maritza Vicenta Rojas DiazQuébec, Canada desde 1996Oriunda de CubaEnfermera de profesión desde 2006Varios textos suyos aparecen publicados en la revista Diéresis y en la Antología De Cuentos Infantiles de la editorial Holguín, CubaActualmente se encuentra enfrascada en ordenar su próximo libro de cuentos infantiles inédito.

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    LAS CRÓNICAS DE MARCUS TOMO 3 - Maritza Vicenta

    Copyright © 2022 by Maritza Vicenta.

    All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, distributed, or transmitted in any form or by any means, including photocopying, recording, or other electronic or mechanical methods, without the prior written permission of the author, except in the case of brief quotations embodied in critical reviews and certain other noncommercial uses permitted by copyright law.

    Westwood Books Publishing LLC

    Atlanta Financial Center

    3343 Peachtree Rd NE Ste 145-725

    Atlanta, GA 30326

    www.westwoodbookspublishing.com

    Contents

    1. El reino de Tabores

    2. El diario

    3. Agustín

    4. Nuevo Hogar

    5. Los Visitantes inesperados

    6. Marcus de vuelta en Tabores

    7. La misión

    8. Una reunión decisiva

    9. La partida

    10. La Ciudad, Nueva Morada

    11. Fuego y hambruna en Tabores

    12. El visitante.

    13. En busca de aliados

    14. Emanuel

    15. Al descubrimiento de la moderna ciudad

    16. Revelación

    17. Encuentro con Hondaré

    18. Nuevas luces para Tabores

    19. Casimiro en Tabores

    20. Los monarcas en la ciudad

    21. Emanuel en la media vida

    22. La solución

    23. Viaje Virtual

    24. Un nuevo enigma

    25. Escritos de Emanuel

    26. Escritos de Emanuel

    27. Emanuel de Tabores

    28. Viaje virtual

    29. Dalia

    30. Lily y Emanuel

    31. Tabores

    EL REINO DE TABORES

    Apenas había pasado un año desde el regreso del príncipe Emanuel, heredero del reino de Marcus y de su madre la princesa Yante, cuando el reino de Tabores había recobrado su peculiar y mística claridad del sol y el cielo volvió a resplandecer en ese azul único e inmaculado que lo caracterizaba.

    La batalla contra las sombras del mal absoluto, y que todos sabían a ciencia cierta provenían de Hondaré, había sido intensa. Pero gracias a la unión de los quince reinos y la magia, del árbol profético, lograron el triunfo.

    Y es que, el rayo de luz, potente y firme, proveniente del árbol había hecho realidad la profecía de una vieja leyenda, y la desgarradura en el firmamento, tuvo sanación, y desapareció como si nunca hubiese existido.

    El regreso del sol hizo retornar la alegría entre los pobladores, quienes cada mañana, salían por las calles de tabores, entonando cánticos de bienvenida al astro rey.

    El príncipe Marcus fue recompensado largamente, con la dicha de recuperar a su familia. Su hermosa princesa Yante y su hijo Emanuel, le habían sido devueltos. Y ese regocijo iba mucho más allá de todos los triunfos adquiridos por él, hasta entonces.

    El principito Emanuel, se había convertido en todo un hombre. Su cabello negro y ondulado le daba un cierto parecido con su padre, en cambio sus ojos verdes y brillantes eran el reflejo de la mirada tierna de su madre. A pesar de que creció en la montaña de fuego, rodeado de salvajes, había algo refinado en él, que lo distinguía claramente de los rudos Azabaches.

    Era usual verle vestir siempre con elegancia su traje principesco en azul y negro. Armoniosamente complementado con sus botas charoladas de caña larga. Pero, a pesar de ello, el joven Emanuel llevaba siempre consigo, su poderoso arco de fuego del que sólo se separaba para dormir o para tomar su baño matinal en las cristalinas aguas, de una de las pozas del caudaloso río de Tabores.

    El príncipe Emanuel, siempre estaba de buen humor y como su padre Marcus, no había metas que no pudiera alcanzar.

    En Tabores, del joven Emanuel solo se sabía que era el líder de los Azabaches y se rumoraba que podía desaparecer al hacer contacto con el agua. Pero hasta el momento se desconocían los dones mágicos que éste poseía. De modo que de los tantos dones divinos otorgados por su familia el día de su nacimiento nadie tenía señal alguna. Por eso todos se dieron a la tarea de trasmitirle una educación que iba más allá de una simple rutina. Dalia le dedicaba muchas más horas a la enseñanza de la comunicación con la naturaleza, que cuando lo hizo con su propio hijo. Y para ello se iba con su nieto por los jardines y bosques de Tabores donde podía entrenar mejor esa gracia que ella poseía. Y que, a pesar de sus esfuerzos, su nieto no lograba sacar de su interior.

    Marcus por su parte gozaba de aquella alegría paterna desconocida por él hasta el momento. El príncipe estaba sorprendido al ver a su hijo tan fuerte y robusto. Esto le traía el recuerdo de las palabras de su madre cuando le dijo que la montaña de fuego le daría a Emanuel la estatura del gran líder de los Azabaches, cuando fuese celebrado el primer cumpleaños del infante en dicha montaña. Entonces Marcus se había resistido a creerlo. Sin embargo, todo se había cumplido palabra por palabra. Y ahora su hijo, era el líder oficial de los Azabaches quienes, en otros tiempos, habían sido considerados enemigos de todos los reinos.

    Pero esa no era la única cosa que sorprendía al príncipe Marcus. Su amada esposa había decidido, mantener el estilo de vestimenta que había llevado todo el tiempo de cautiverio en la montaña de fuego.

    Aquel pantalón negro ceñido al cuerpo que dibujaba sus curvas bajo el tul rojo que lo sobre cubría. Le daba una imagen encantadora y sensual que lo hacía estremecer de pasión. Sobre todo, cuando llevaba su recortada blusa de cuero negro, tipo chaleco, colocada sobre el blusón de seda blanca que la hacía relucir distinta y cautivante.

    Y aunque la hermosa Yante conservaba sus delicadas maneras y refinado comportamiento, por momentos, Marcus creía estar en presencia de Carla la reina de la montaña.

    A menudo el príncipe de Tabores se sentaba en el balcón del ala derecha del palacio y dejaba que su mirada recorriera el vasto terreno que se extendía ante sus ojos. El recuerdo del triunfo contra la alimaña que Hondaré les había enviado, surgía una y otra vez en su mente. Y sentía un profundo agradecimiento hacia la mágica luz que, gracias a ella, se cerró la grieta en el cielo del reino a despecho de su propia existencia.

    Pero no todo había sido de gran dicha aquel brutal día. En las filas aliadas hubo grandes pérdidas. Tres reyes perecieron y un número inmenso de soldados de todos los elegidos, cayeron heroicamente en la batalla. Y para colmo aquella no había sido la única pérdida importante para él. Marcus había descubierto que el enfrentamiento le privó de algo de inconmensurable valor… el Don de la abundancia.

    Lo supo cuando al caminar por los terrenos y jardines marchitos por el fuego de ambos bandos, todo quedaba igual. Ningún efecto mágico se producía en las plantas como anteriormente ocurriera. Ni un nuevo retoño se aventuró a renacer ante su presencia. El príncipe sintió con honda tristeza la perdida de aquella facultad que desde niño le acompañara.

    El Don de la abundancia había sido patrimonio exclusivo de sus antepasados y sin dudas de gran utilidad para el reino en tiempos de paz y de diferentes contiendas.

    Aquella energía que sirvió de alimento para el árbol sagrado no era otra que la esencia de todas las almas. Y el árbol también entregó la suya en el esfuerzo supremo de salvar Tabores. Acto en el que perdió sus hojas, quedando seco y como muerto.

    Pero saber que las tinieblas de Hondaré no volverían nunca más le daba a Marcus un consuelo inigualable. Y la certeza de que el sacrificio había valido la pena.

    Marcus miraba hacia el bajo suelo del balcón y recordaba con cierta tristeza el trágico desenlace de aquel día fatídico que, para suerte de todos culminó en victoria.

    Recordó que al final de ese día los demás reyes volvieron a sus reinos. Al despedirlos notó como les era difícil describir el sentimiento que los habitaba. El triunfo contra las sombras de Hondaré era algo único. Y pudo percibir como esto les infundía un orgullo que iba más allá de las palabras. No obstante, la pérdida de los tres reyes los había afectado profundamente a todos. Por lo que ninguno tuvo deseos de festejar la gran victoria.

    El rey Casimiro había decidido quedarse en palacio desde ese día. Quería simplemente estar con su familia. Como padre de la princesa Yante. Por primera vez, después de tanto tiempo de cautiverio, podía disfrutar de su compañía y de la de su querido nieto Emanuel, que ahora era todo un hombre.

    Era la época en que al igual que su madre la reina Dalia, Marcus también se había dado a la tarea de trasmitirle a su amado heredero todo cuanto sabía del mundo de Tabores, así como del mundo donde él había crecido. Quería que su hijo tuviera el máximo de conocimientos posibles. Estaba convencido que era el mejor regalo que podría ofrecerle.

    —Padre, ¿por qué deseas que aprenda cosas de ese otro mundo donde creciste? Vivo aquí y según usted mismo me ha dicho allá no iré a vivir nunca.

    —Debes aprender todo cuanto puedas, hijo. El saber llega a ser una virtud valiosa que nos facilita la vida increíblemente. Y aunque te he dicho que no iras allá, el futuro es desconocido por todos. Por eso debes aprender todo lo necesario, pues nunca se sabe cuándo necesitaras de esos conocimientos.

    —Si usted lo dice… —contestó Emanuel, que prefirió abstenerse de contradecir a su padre.

    Marcus aprovechaba cada ocasión que se le presentaba para hablarle del lugar donde había crecido y también de todo cuanto había aprendido allí. Luego se iban al bosque y una vez allí le mostraba como abrir el pasaje mágico, cosa en la que el joven príncipe no parecía ser muy hábil, pues a pesar de poner todo su empeño solo lograba un torpe performance de malabarismo con las hojas secas.

    Marcus se sentía desanimado con este hecho. Hasta el momento él era el único que podía abrir el pasaje mágico. Angus había desistido de hacerlo pues se quejaba de carecer de fuerzas para mover las hojas. Ante tal disyuntiva Marcus se preguntaba, qué pasaría cuando él no pudiera hacerlo nunca más. ¿Quedaría Tabores aislado del otro mundo para siempre?

    Por su lado desde su llegada, Yante se había dado a la tarea de ayudar a las damas de todo el reino y a uno que otro desamparado. Había recuperado el deseo de socorrer a sus coterráneos como siempre lo había hecho del otro lado del mundo de Tabores. Y se regocijaba al sentirse útil otra vez.

    En ocasiones contemplaba a su amado esposo sumido en largas horas de conversación junto a su hijo. En esos instantes Marcus sentía su mirada como una fuerza poderosa de atracción. Le era imposible continuar sin ceder al poder que ejercía su mujer sobre él. Estaba más enamorado que nunca de su bella esposa. Sentimiento que ella correspondía con la pasión de todo su ser.

    Otras veces, Yante se les acercaba silenciosa y discreta para no interrumpir el aprendizaje de su hijo. Y en su momento corroboraba la veracidad de lo dicho por Marcus respecto a las costumbres del otro mundo.

    Estas conversaciones se convirtieron en un instante de sumo placer para Emanuel, quien terminó interesándose por el tema. Había empezado a desear ver con sus propios ojos todo cuanto le decían. Claro que, por ese carácter hermético heredado de los Azabaches, estos pensamientos se los guardaba para sí y cuando no estaba en compañía de sus padres se iba junto a sus abuelos, los reyes Federico y Dalia, para que le respondieran las muchas interrogantes que iban surgiendo en su ávida mente juvenil.

    Casimiro por su parte, como abuelo materno, también conversaba con su nieto. Y su plática se tornaba interesante para el muchacho cuando le aseguraba que las muchas visiones que había tenido, en muchos casos, le habían salvado la vida.

    Pero esa mañana no fue como las demás. El desayuno había sido interrumpido cuando se oyó sonar el heraldo en la torre más alta de palacio anunciando la llegada inesperada del sabio Filomeno.

    El sabio Filomeno era un hombre que había conservado su juventud eterna gracias a los Aranices y la práctica de los cinco ritos que entrañaban el antiguo secreto de la juventud. Su atuendo de capa oscura y capucha, a través de la cual dejaba ver una larga trenza nacida de la canosa barba, le daban un toque místico y sobrecogedor. Su vida estaba llena de conocimientos y vivía en el más completo retiro donde pasaba sus días en gran recogimiento como lo hacen los monjes o los ermitaños. Como era de esperar, su inusual presencia en el palacio, inquietó a todos.

    El sabio fue recibido por Samalión a la entrada principal y luego conducido a la sala del trono donde lo esperaban el rey Federico y el príncipe Marcus.

    El sabio deslizó el capuchón que cubría su rapada cabeza e hizo una reverencia respetuosa ante el rey Federico y el príncipe Marcus.

    —Mis respetos a sus Altezas —dijo con voz de barítono y enigmática

    Marcus, que ardía en impaciencia, movió la cabeza en señal de saludo y luego indagó.

    —¿Qué le trae por aquí sabio Filomeno? Es la primera vez, después de los acontecimientos, que nos honra con su visita.

    —Así es, príncipe Marcus. Una situación particularmente inquietante me ha hecho volver.

    —¿De qué se trata, sabio Filomeno? —inquirió el rey Federico frunciendo el ceño.

    —Se trata de algo muy delicado que he descubierto por casualidad. Y que no pude guardar para mí solo.

    —Explíquese, por favor —insistió amablemente el rey Federico.

    —Una fuerza oscura se mueve oculta de nuestra vista y prepara, silenciosamente, el fin del reino de Tabores —dijo de un golpe, como si disparara una andanada de flechas mortales.

    —¿Cómo es eso? ¿De qué fuerza habla? —preguntó angustiado el rey Federico.

    El sabio Filomeno sacó un pergamino que traía en su morral y al desplegarlo leyó lo que allí estaba escrito:

    —"El libro escrito será y a su dueño honrará" —dijo cerrando los ojos como si memorizara el texto

    Luego de una pausa recogió con destreza el pergamino que volvió a guardar en su morral.

    —¿Eso qué significa? —se impacientó el príncipe Marcus— ¿Es una adivinanza o algo por el estilo?

    —Cada día de mi vida —explicó imperturbable el sabio— Consulto estos pergaminos que me revelan el camino a seguir. En su mayoría son escritos inspiradores, pero hay otros que fueron redactados por los visionarios del tiempo. En ese caso son escritos con la punta de una flecha para diferenciarlos del resto, porque son profecías o advertencias infalibles. Son como una intuición. Y que deben tomarse muy en serio porque en el fondo cuando la seguimos nos damos cuenta de que era lo que debíamos hacer para lograr algún objetivo o simplemente salvar la vida.

    —No entiendo lo que quieres decir. Ni tampoco lo que nos has leído. —inquirió el rey aún más intrigado— ¿En qué parte dice que el reino está en peligro?

    —Es que no es tan simple, Majestad —se inclinó con otra reverencia el sabio Filomeno y poniendo el rostro muy serio extrajo con destreza de su morral un pequeño libro que cabía en la palma de su mano.

    Todos se quedaron observando con curiosidad aquel diminuto ejemplar. El sabio escrutó algunas páginas hasta llegar al centro de este.

    —Aquí está la prueba de lo que digo, su excelencia —afirmó Filomeno sin titubear.

    Todos se pusieron de pie a su alrededor para ver mejor lo que para él, resultaba evidente.

    —¿Que desea que miremos? —indagó el rey Federico— Me parece un libro muy bonito y bien encuadernado.

    Filomeno acercó suficientemente el libro ante los ojos del rey y cuando este leyó las dos páginas que tenía ante su mirada palideció.

    —¿Qué es esto? —dijo tomando el libro con manos temblorosas— No puedo creerlo ¿Es mi Diario?

    —¿Lo reconoce? —indagó el sabio tornando su mirada escrutadora y enigmática

    —¿Qué ocurre padre? —preguntó intrigado Marcus sin despegar los ojos del pequeño libro.

    —El Diario, hijo —balbuceó el rey Federico dejándose caer pesadamente en su trono.

    —¿El Diario dices?

    —El Diario —repitió el rey Federico con la voz entrecortada.

    Samalión se quedó mirando la reacción del rey Federico y murmuró encogidamente:

    —Presiento el inicio de una nueva mala historia.

    El príncipe Marcus viendo que nadie le daba una explicación lógica, tomó el pequeño libro en sus manos y leyó las dos páginas que tenía ante sí. Luego hojeó algunas hacia adelante y otras hacia el centro. El texto que allí se le revelaba lo puso lívido.

    Súbitamente el recuerdo del libro de la vida emergió en su memoria y recordó, cuando hubo pronunciado el nombre de Agustín, vio como el Diario aparecía mágicamente y en él se iba escribiendo lo que le iba pasando a Agustín, en ese instante. Y reconocía claramente algunas de aquellas frases que le fueron permitidas ver en ese momento. Luego continúo leyendo a partir del centro y reconociendo la caligrafía de su padre el rey Federico. Comprendió que era la historia que el mandatario había escrito para él, cuando le describía con amor el mundo de Tabores.

    Su corazón latió apresuradamente. Alguna nueva trampa se preparaba en contra del reino, que no podía adivinar. Marcus sintió que un nuevo y peligroso reto se alzaba ante sus vidas.

    Marcus levantó la vista y miro al rey con una interrogante en el rostro. Federico adivinando su pregunta se le acercó.

    —Ahora no hay tiempo para explicaciones ni lamentos —musitó.

    Marcus volvió la mirada al sabio Filomeno y este le dijo a su vez:

    —Este libro es una réplica fiel del Diario. Cuando el rey Federico lo escribió, me fue entregada una copia para guardarla aquí en Tabores. El Diario tenia plasmado nuestro mundo en detalles, razón suficiente para velar por él. Pero en este no podemos agregar ni quitar ni una tilde. Es como la imagen virtual de lo que se escribe en el original. De manera que no tenemos control sobre el verdadero.

    —¡Increíble! —exclamó el príncipe— ¿Y qué quiere decir lo que acabas de leernos?

    —Federico escribió la vida de nuestro reino en ese Diario. Eso hace forzosamente nuestro destino parte de lo que allí se vaticina. Y por lo que veo existe otra persona que actualmente escribe en él. Es difícil de predecir qué nos ocurrirá cuando nuestra historia haya sido transformada en el Diario —aseguró Filomeno e hizo una ligera pausa, tragó en seco y miró a los presentes con aire lacónico— Hay algo más grave aún, señores, cuando ese otro sujeto haya terminado de completar el Diario hasta la última página, pasará a ser el único dueño del libro y de nuestros destinos. Será algo así como nuestro Dios.

    —Les he fallado a todos —se quejó Federico apretando la corona con sus dos crispadas manos.

    —No padre. Hiciste lo que creíste correcto para tu pueblo y eso es propio de un buen Rey. —replicó Marcus con un brillo encendido en la mirada— Lo recuperaremos antes que la maldad de Hondaré se apodere del Diario. Te lo prometo —afirmó el príncipe Marcus con aire impetuoso.

    —No creas que te será fácil. Hondaré te desafió el día de la batalla contra las sombras —dijo el sabio poniendo en duda aquel posible rescate del Diario por parte del príncipe Marcus— Esa fue la señal. Desde entonces el próximo y más siniestro de los combates había comenzado, solo que no nos percatamos de ello —afirmó gravemente el enigmático personaje sin titubear.

    —¿Cómo lo sabes? No recuerdo haber hablado de ello.

    —Yo sé muchas cosas, príncipe Marcus.

    —¿Cómo que te desafió, hijo? ¿En qué momento ocurrió eso? ¿Por qué no me lo dijiste?

    —En realidad no tomé en serio sus amenazas. Un día escuché un viejo dicharacho que decía: Todos se creen vencedores hasta el día del combate. Por eso me dije: de nada sirve tener miedo. Lo enfrentaré cuando sea y ya veremos quién le gana a quien.

    —Hondaré está actuando detrás del hombre que tiene el Diario. Poco a poco le ha ido convirtiendo en su marioneta. De ahí la lentitud de la transformación del Diario. Pero con su poder, Hondaré está entrando en su mente y pronto le dictará lo que él desea que aparezca en dicho documento —aseguró el sabio Filomeno pensativo y previsor— No te confíes demasiado, joven Marcus. De un momento a otro nuestro mundo podría convertirse en un sitio frágil y sobornable por las fuerzas del mal.

    —¿Qué te hace pensar que Agustín cederá a sus órdenes? —se interesó el rey Federico atemorizado

    —Según he leído en estas últimas páginas, hay bastante avaricia en ese hombre. La avaricia es una puerta inmensa para darle entrada al mal y ofrecerle abrigo. Estoy seguro que Hondaré, ya está obrando en su corazón para arrancarnos el Diario y para destruirnos para siempre —afirmó el sabio con aquella voz profunda y enigmática.

    Marcus frunció el ceño y Samalión lo miró con aire aterrado.

    —No hay más que decir —espetó Marcus poniéndose de pie— Pongamos ese Diario a resguardo nuestro lo antes posible.

    —Estoy de acuerdo con usted, Príncipe —afirmó Samalión analizando la situación y agregó con aire decidido— Nos pondremos en camino cuanto antes.

    El sabio Filomeno lanzó una mirada a todos y suspiró al tiempo que dijo:

    —Excelente decisión.

    El sabio Filomeno hizo una reverencia y con el sentimiento del deber cumplido, quiso ponerse en camino para regresar a su cabaña de inmediato, pero el rey le suplicó que aguardase al menos por un día junto a ellos, así repondría sus fuerzas para emprender el viaje de regreso. Filomeno se vio obligado de aceptar la hospitalidad del palacio y en su compañía disfrutaron de un copioso banquete y del mejor vino de frutas que jamás hubiera probado.

    Al final de la cena el sabio aprovechó para conversar con el príncipe Marcus, pues desde su visita a la cabaña nunca más habían vuelto a dialogar.

    —Quería expresarte toda mi gratitud, noble Príncipe —le dijo Filomeno iniciando un pequeño discurso mientras le acompañaba en un último brindis.

    —Aún no he recuperado el Diario —dijo Marcus humildemente.

    —Lo digo, porque a pesar de las dificultades que has encontrado en tu camino siempre has logrado mantenerte digno.

    —He hecho lo que debía y nada más. Pienso que cada ser nacido sabe en qué momento debe actuar, porque en el fondo no tiene otra salida.

    —Eres afortunado —dijo Filomeno mirando a la princesa Yante, que animaba la mesa con aquella sonrisa inigualable.

    Marcus siguió con la vista la mirada del sabio y aprobó:

    —En eso tiene razón. Soy el hombre más afortunado del universo. Tengo todo cuanto un hombre desearía tener. Una esposa, un hijo, y el calor de su familia.

    —Tu hijo es sorprendentemente igual a ti —observó el sabio.

    —En eso discrepo, creo que su rostro tiene mucho de su madre.

    —Me refiero a su actitud. Es impetuoso, y valiente. Recuerdo cuando te vi la primera vez. Eras tan joven para emprender todas aquellas hazañas, que pensé que nunca más te volvería a ver. Y me alegro de haberme equivocado.

    Luego de la cena y mientras su padre y el rey Casimiro entablaban una animada conversación con el invitado. Marcus se acercó a su hermosa esposa y la condujo al jardín.

    —¿Qué sucede? —preguntó Yante mirándolo a los ojos.

    Lo conocía muy bien y sabia de sobras que algo ocupaba la mente de su esposo. Pero Marcus, la abrazó tiernamente antes de pronunciar palabras.

    —Debo hacerle una visita a Agustín —dijo en un murmuro.

    Yante se quedó muy seria y deshaciéndose de sus brazos afirmó con aire melancólico:

    —Me dejaras otra vez ¿Eso es lo que quieres decirme?

    —No deseo dejarte, amada mía. Solo es una visita. Tomo el Diario lo pongo a mi resguardo y regreso para Tabores.

    —Marcus, amor de todos mis universos, no puedes dejarme siempre. Soy tu esposa. ¿Es que ya olvidaste la vida de en pareja? Viajan juntos, hacen proyectos juntos. ¿Dónde están esas promesas que me hiciste cuando nos conocimos?

    El príncipe Marcus guardo silencio. Sentía en su corazón el reclamo de su esposa y le dijo muy quedo:

    —Yante eres el amor de mi vida. Y siento que no te he dedicado el tiempo que necesitas. Pero no quiero exponerte a riesgos inútiles.

    —¿Y que podría ser tan riesgoso? Me acabas de decir que recuperaras el Diario y volverás de inmediato. ¿Hay alguna razón para que no deba acompañarte?

    Marcus quedó silencioso. Mientras el rostro de Yante se había contraído tristemente.

    —Está bien —dijo reflexivo— Déjame pensar como organizo tu visita allá.

    —Me inquietas Marcus, jamás me ocurrió nada durante mi estancia en el otro mundo. Olvidaste que yo también crecí allá.

    —Lo que me preocupa es que Agustín pueda reconocerte en algún momento. Hasta ahora él desconoce que iremos por el Diario. Y no quiero despertar sospechas. De todos modos, aun no sé dónde encontrarlo.

    —Mi amor, no quiero seguir separada de ti. Te prometo que lo haremos todo a tu manera. Si eso te tranquiliza con respecto a mi seguridad —dijo Yante con un nuevo brillo en los ojos al tiempo que se abrazó del amado con profunda ternura.

    Esa noche, Marcus se despidió de ella y se encaminó hacia el bosque a través del pasaje secreto y una vez allí tomo un puñado de hojas y el cetro. Y una reflexión paso por su cabeza. Tenía que estar seguro que su amada Yante, no correría ningún peligro en la ciudad moderna. La última imagen que guardaba de su casa, era el temblor de tierra que la había devastado a medias y ahora no estaba seguro de nada.

    Con una buena dosis de energía y en un solo giro, su vigoroso brazo lanzó las hojas hacia arriba y a pesar de la oscuridad de la noche, su esfera compacta se fue trasformando en brillantes mariposas, que jugueteaba hasta ceder lugar, a una impresionante metamorfosis, de un encantador y florido paisaje. Frente a él, aves, bosques, animales y flores se divisaban a través de la inmensa ventana que se abría. Y cuando los trinos de los ruiseñores empezaron con aquel canto único, el príncipe dio un paso al interior del paisaje desapareciendo por él.

    EL DIARIO

    Marcus apareció, súbitamente, sobre una montaña de escombros donde antes estuviera el hermoso jardín de su casa en la ciudad moderna. Se agachó rápidamente para no ser visto por los constructores que desempeñaban su tarea con ahínco.

    Luego de estudiar el entorno y desconociendo las influencias actuales de Hondaré sobre aquellas personas, pensó que debía salir de allí lo antes posible y de manera discreta.

    Descendió con mucho cuidado por entre los pedazos de bloques y restos de hormigón armado, que otrora formaran la construcción. Se alejó en dirección contraria hasta que estuvo fuera del alcance de la vista de aquellos hombres.

    Mientras avanzaba, una pregunta cobraba forma en su mente

    —¿Cómo volveré a Tabores? —se dijo preocupado.

    El acceso al reino de Tabores tenía todas las trazas de estar bloqueado desde el lado de los mundos paralelos. Jamás abriría el pasaje desde esa montaña de escombros. Necesitaba un jardín o de lo contrario quedaría atrapado para siempre.

    La primera idea que le vino a la mente fue ir al jardín botánico de su madre. Pensó que tal vez Rafael, el jardinero, podría ayudarlo. Y allá se fue con rapidez.

    El jardín se veía majestuoso y bien cuidado. Todo igual que la última vez que lo viera. Los rosales bordeaban la alameda central, hasta el centro del vergel, sitio en el que rodeaba el kiosco de amplias ventanas amarillas, hasta llegar nuevamente a la entrada principal.

    El diseño, colorido y la disposición minuciosa de las flores multicolores lograban una perfecta armonía haciendo resplandecer bellamente el lugar, convirtiéndolo en un espacio sublime.

    Marcus sintió un agradable estremecimiento. Siempre había experimentado un extraño vínculo en su interior con toda aquella naturaleza que lo desbordaba de asombros cada vez que se enfrentaba a ella.

    Los perfumes florales entre mezclados con el aroma de las tisanas que se servían en el kiosco de ventas, le arrancaron un profundo suspiro y por un momento, sintió muy cercana a él la presencia de su madre, la reina Dalia.

    Rafael estaba quitando algunas hojas secas a los girasoles cuando le divisó y de inmediato el apuesto príncipe fue a su encuentro.

    —Hola, Rafael —saludó Marcus con visible agrado.

    Ahora un poco más viejo y delgaducho, el hombre levantó la vista y sus ojos se iluminaron al tiempo que una amplia sonrisa de alegría se dibujó en su rostro.

    —Amigo, ¿tú por aquí? Cuánto tiempo sin verte —dijo Rafael avanzando hacia él.

    Después de un abrazo cariñoso, los dos amigos se aislaron de la multitud que frecuentaba el lugar. Una pequeña terraza al borde de la avenida fue el sitio que escogieron para sentarse a conversar tranquilamente.

    —Estoy contento de verte, hermano. Pero no has venido sólo para saludarme. Lo veo en tu mirada —afirmó Rafael pausadamente.

    —Imagino que supiste, que el lugar donde estaba nuestra casa, se ha convertido en un vertedero de escombros a causa del terremoto —dijo Marcus como explicando.

    —Sí, esa parte de la ciudad fue devastada por el cismo y decidieron de echarlo todo abajo para evitar accidentes y nuevos derrumbes. Al menos eso fue lo que dijo el diputado que ordenó la demolición. De todos modos, algunos se habían dado a la tarea de saquear las casas destruidas a medias y hubo uno que otro incidente de heridos que conllevó a esa decisión.

    —¿Y los dueños de las viviendas?, ¿Qué pasó con ellos?, ¿Fueron despojados de sus propiedades?

    —No. Todos los sobrevivientes fueron instalados en otros sitios y en parte indemnizados monetariamente por la oficina del seguro. Imagino que como, en el caso de ustedes,

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