Durante la Edad Media, las distintas dinastías de reyes que habían gobernado en Sudán, aunque independientes políticamente, dependían del Califato de Córdoba, de manos de cuyo califa recibían un Corán y una cimitarra. La influencia, claro está, era puramente nominal, no efectiva. Pero sí existió un importante tráfico comercial entre al-Ándalus y Sudán, pues las caravanas de camellos atravesaron el Sahara y llegaron a Marruecos cargadas de oro, marfil, goma arábiga —muy apreciada para el lustre de la seda—, sal o esclavos. Las evidencias históricas de dicha influencia se han constatado arqueológicamente gracias al descubrimiento de dos investigadores franceses, Bartoli y Chambon, en 1939, de ocho estelas funerarias talladas por marmolistas de al-Ándalus y fechadas en los siglos xii y xiii. Dos de ellas están firmadas por Ya`ich, un marmolista de Almería.
EL ORÍGEN DE TOMBUCTÚ
Según una leyenda popular, el nombre de la ciudad proviene de una esclava que guardaba las pertenencias de los viajeros junto a un oasis —un pozo, tin—, en un recodo del río Níger. Una tribu tuareg, los masha, dejó allí sus pertenencias a una vieja, o madre, de nombre Buktu, de donde nace el topónimo: tin de Buktu o Tombuctú. Su importancia radicó en su localización geoestratégica, en una encrucijada comercial, un puente, entre el tráfico fluvial del Níger y las rutas caravaneras del límite sur del desierto del Sahara.
La fundación de la ciudad de (1375) el geógrafo mallorquín Abraham Cresques lo representó en Tombuctú, junto a una gran pepita de oro. Dicha representación no hizo sino aumentar el interés y la curiosidad de los aventureros europeos sobre las riquezas y el mito de dicha ciudad en el imaginario popular.