Los ataques elegían poblaciones grandes y mal guarnecidas a las que pudieran llegar sus barcos
En el año 844 aparecieron en las costas peninsulares unos enemigos hasta entonces desconocidos, los vikingos, conocidos como lordomani o nordomanni por los cristianos del Reino de Asturias y como mayus o madjus, adoradores del fuego, entre los andalusíes del Emirato de Córdoba. Como venían haciendo por toda la fachada atlántica de Europa, sus ataques se dirigieron contra las poblaciones costeras, si bien penetraban por los ríos siempre que los mismos fueran navegables para sus embarcaciones de quilla poco profunda, con preferencia por las poblaciones grandes y mal guarnecidas, lo que les procuraba un pingüe botín en oro, plata y otros bienes, pero también en esclavos.
No existe unanimidad entre los historiadores sobre la identidad de estos saqueadores. Mientras que unos defienden que eran aliados de los míticos Björn Costado de Hierro (hijo de Ragnar Lodbrok) y Hastein, otros piensan que se trataba de noruegos westfaldingi, que habrían partido de sus bases en la isla de Irlanda. Esta teoría se basa en que los últimos habrían sido aliados de algunos nobles francos rebeldes –Pipino II de Aquitania y el conde Guillermo de Septimania– en su enfrentamiento contra el monarca Carlos el Calvo. Su flota habría remontado el río Garona hasta Tolosa saqueando todo sin oposición, para posteriormente dirigirse hacia la península ibérica.
Como ya había sucedido, setenta de sus naves. A pesar de que esta batalla se presentó en su época como una gran victoria, la flota vikinga estaba lejos de estar destruida y se dirigió hacia el sur, a las tierras del Emirato de Córdoba. El día 20 de agosto la flota vikinga desembarcó en el estuario del Tajo y tomó Lisboa, saqueándola durante 13 días. Una parte de la flota desembarcó en Medina Sidonia y saqueó Cádiz, internándose posteriormente por el cauce del Guadalquivir. Tras instalar en la Isla Menor un campamento, saquearon Coria y Tablada y se dirigieron a Sevilla. El 1 de octubre atacaron la ciudad, que carecía de murallas y de donde gran parte de la población había huido precipitadamente, destruyéndola, masacrando a su población y saqueándola durante siete días. El emir tuvo que movilizar un gran ejército contra ellos al mando de Muhammad Ibn Rustum, que constaba de las huestes de los generales Said Rustam de Toledo y Nasr al-Fata de Valencia, la caballería ligera de la Marca Superior e incluso tropas de los Banu Qasi. Finalmente, el gran ejército reunido por el emir Abd al-Rahman II derrotó a los vikingos, causándoles mil muertos y unos cuatrocientos prisioneros, que fueron ejecutados. La flota vikinga expulsada de la Isla Menor y Medina Sidonia se internó por el Guadiana y se dirigió a Lisboa y, junto con otra parte de ella que había estado saqueando la costa atlántica del actual Marruecos, volvieron a sus bases. Si bien la victoria andalusí puede calificarse de incontestable, supuso la movilización de todos los recursos militares y económicos del emirato, sin olvidar las gravísimas pérdidas humanas y materiales de cinco meses de continuos saqueos. Pero este, como veremos, no sería el único contacto del mundo musulmán con los vikingos.