Antología
Por Javier Castañeda
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Antología - Javier Castañeda
Antología
Copyright © 2021 Javier Castañeda and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726863437
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
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EL TRADUCTOR DE DIOS
Porque en verdad, Alá, el mejor testimonio
Que nosotros podríamos dar de nuestra dignidad
Es el ardiente sollozo que rueda las edades
Y viene a morir al borde de tu eternidad
Los faros, Bod Al-Er
1
Judá odiaba la clase de los jueves. Era cuando le tocaba impartir Los orígenes de la Cábala a una panda de mocosos que no les importaba lo más mínimo lo que decía. Su asignatura claramente estaba destinada para mentes más maduras y despiertas, pero la reciente reforma educativa había optado por complicarle la vida al permitir que se impartiese a chicos que no alcanzaban los doce años de edad. Un despropósito, vamos. Era como intentar enseñarle los problemas del matrimonio a un conjunto de solteros vocacionales. Y por si fuese poco lidiar con su desgana, encima el director del centro había colocado la asignatura a penúltima hora cuando los alumnos estaban ya cansados y habían tenido una hora antes Nomenclatura de los nombres divinos en la que disfrutaban combinando las letras del álef-bet para conseguir aquellas que producían el movimiento automático en los objetos. Al fin y al cabo esos rufianes sólo querían convertirse en los nuevos James Watt, descubriendo un nombre que les permitiera hacerse tan famosos y ricos como el arabesco que halló él y que mejoró de forma exponencial la eficiencia del arabesco de Newcombe.
Por eso su clase era una tortura, pues mientras él intentaba encaminarles por los orígenes del pensar cabalístico que dio lugar al mundo en el que vivían, ellos sólo esperaban impacientes llegar a la siguiente clase, Nefeshmática, donde aprendían los principios del nefesh que les permitirían después combinar y permutar los nombres más simples del movimiento automático, autentico objetivo de toda la educación obligatoria. Era descorazonador, pero a Judá no le quedaba otra, pues desgraciadamente hacía tiempo que a su asignatura se le había colgado el sambenito de inútil.
Abrió el Crátilo de Platón:
—Moisés, lee 435d.
Moisés suspiró y abriendo su libro comenzó a leer:
—Sócrates: «Quizá, Crátilo, sea esto lo que quieres decir: que, cuando alguien conoce qué es el nombre (y este es exactamente como la cosa), conoce la cosa, puesto que es semejante al nombre. Y que, por ende, la técnica de las cosas semejantes entre sí es una y la misma. Conforme a esto, quieres decir, según me imagino, que el que conoce los nombres conoce la cosa».
—Bien, hasta ahí —interrumpió Judá—. ¿Qué relación encontráis entre este texto de Platón y la cabalística posterior?
Todos miraron hacia otro lado pidiendo a Yahvé que no les preguntaran a ellos. Judá recorrió con su mirada el aula hasta que encontró los ojos de David, un oasis en el desierto. Él era su única esperanza, siempre lo era, y en determinadas ocasiones la única razón para no abandonarlo todo. Le miró suplicante y David salió en su ayuda.
—Bueno, los arabescos mecánicos son variaciones del nombre de Yahvé y por tanto lo reflejan. Por eso conocer los nombres de Yahvé es conocer a Yahvé.
—Efectivamente. Conocer el nombre divino es conocer la cosa. Fijaos, ¿cuando conocéis el arabesco que hace que vuestros coches anden, acaso no conocéis realmente qué es un coche? ¿O cuando escribís el nombre en la bombilla para que esta os ilumine, no conocéis lo que es la luz mejor que de cualquier otra forma?
—Y si eso es así —replicó David—. ¿Por qué Platón también dice que es mejor conocer las cosas directamente? ¿No significaría eso que deberíamos por tanto conocer a Yahvé de forma directa y no a través de sus nombres?
A Judá le asombraba que alguien hubiese leído el Crátilo sin que nadie se lo exigiese.
—Bueno, pero eso es porque Platón todavía no había conocido el auténtico poder del nombre. ¿Quién fue el primer pensador que vio y estudió un golem?
—Aristóteles —respondió de nuevo David.
—Efectivamente. Fue él el que sirvió de nexo de unión entre el pensamiento griego y el pensamiento judío posterior. Por eso en esta asignatura estudiamos los antecedentes de la cábala, no la cábala misma.
—Pero…
Y en ese momento sonó la campana. Todos se levantaron como si llevasen escrito un arabesco aéreo en el culo.
—Mañana seguiremos —le dijo a David que abandonó la clase cabizbajo.
Judá recogió sus cosas y salió del aula, para encontrarse de frente con el director del instituto que le estaba esperando.
—¿Tienes un segundo?
Judá asintió y le acompañó hasta el despacho.
—Toma asiento —le ofreció amablemente el director. A Judá no le gustaba el tono demasiado dulce que estaba utilizando—. Tenemos que hablar de Los orígenes de la Cábala.
—¿Qué ocurre? ¿Por fin se me va a hacer caso y se va a colocar dos cursos mas adelante, cuando los alumnos pueden tener ya los conceptos suficientes para entenderla? —Judá sabía perfectamente que no estaba allí por eso.
—No. Verás. Hemos tenido quejas de varios padres que no comprenden porque sus hijos tienen que estudiar esos autores herejes.
—¿Ahora son los padres los que establecen las materias a impartir? Y no son herejes, precisamente lo que yo enseño es que estos autores plantearon los mismos problemas que nosotros hemos resuelto posteriormente.
—Sí, pero esos griegos eran politeístas. Y el caso es que no creo que para el próximo curso vayamos a ofrecer tu asignatura.
—No me lo puedo creer —dijo Judá indignado—. ¿Y quien les explicará quienes fueron los padres de la Cábala y cómo se llegó hasta el momento actual? ¿Crees que es posible descubrir nuevos arabescos que funcionen sin conocer el pensamiento anterior?
—Yo no sé nada de esos griegos y aquí estoy.
Todos sabemos como has llegado hasta ahí, pensó Judá.
—Pues afortunadamente Einstein no compartía esa visión e hizo una tesis sobre la interpretación cabalística que Agustín de Hipona hizo de Platón —replicó Judá con vehemencia—. Y Enrico Fermi, sí, sí, Fermi, publicó un artículo donde explicaba cómo Tomás de Aquino adaptó el pensamiento de Aristóteles a la cábala. Todo ello justo antes de dar con las claves que condujeron al «Nombre explosivo».
—Eso no son mas que exageraciones. Y además, no sé porque te preocupa que desaparezca, tú puedes impartir Gramática aplicada o Principios de cabalística.
—Sabes que hace años que renuncié a ello. Y no volveré a hacerlo. Mira donde nos ha conducido el auge de la nomenclatura.
—Pues la decisión ya está tomada. Hazte la idea de que este es el último año de Los orígenes de la Cábala.
Judá se levantó y se marchó del despacho dando un portazo. Hacía tiempo que desgraciadamente el sistema educativo únicamente buscaba formar nomencladores que descubriesen los nombres que hacían funcionar el mundo, olvidando que la educación no debería sólo crear trabajadores, sino sobre todo formar personas que fuesen capaces de convivir en una sociedad que cada vez se volvía más egoísta. Formar y no seleccionar debía ser el objetivo de la enseñanza. Por eso ese aspirante fracasado a nomenclador no iba a enseñarle lo que era importante. Sabía que si eliminaban su asignatura se quedaría para hacer sustituciones esporádicas en el mejor de los casos. Pero incluso eso era preferible que volver a traicionar el nombre de Yahvé.
En el aparcamiento se metió en su coche, introdujo la llave en el contacto y la giró para completar el nombre que hacia girar las ruedas, y que fue hallado en su forma moderna por Carl Benz. Las ruedas comenzaron a rotar y sólo el freno de mano que elevaba el coche un par de centímetros del suelo impidió que este saliese disparado. Lo quitó y soltando lentamente el pedal del freno que llevaba inscrito otro nombre en él, controló la potencia de las ruedas. Suavemente se dirigió hasta su casa.
En la cocina su mujer Ruth preparaba la comida. La saludó sin ni siquiera darle la mano, tal como mandaban las normas mas estrictas del shomer negiah.
—El horno se ha vuelto a estropear —le dijo ella con la misma frialdad—. No calienta a más de cien grados.
Judá se quitó la chaqueta y abrió la puerta del horno para revisar el nombre.
—No sé por qué no podemos comprar uno patentado como todo el mundo —le reprochó su mujer.
Judá no le culpaba por su mal humor, pues no era la primera vez que pasaba. El arabesco que producía el calentamiento de la resistencia lo había encontrado él y obviamente no era perfecto, pero se negaba a pagar el precio que pedían por un horno que incorporaba un nombre ya probado. Las corporaciones creían que por hallar y registrar lo que Yahvé había dispuesto de forma gratuita tenían derecho a cobrar por ello.
—Lo arreglaré mañana —tendría que permutar de nuevo alguna de sus letras genéticas para ver si encontraba un nombre mas estable—. Pero hoy ¿podremos comer algo? Me muero de hambre.
Sentados a la mesa Judá recitó el berajot correspondiente y cuando terminó miró a su mujer.
—Van a eliminar Los orígenes de la Cábala. El próximo año no tendré asignatura que impartir.
—Pero puedes dar Nefeshmática, ¿verdad?
—No colaboraré otra vez en algo que avive más la ira de Yahvé.
—Ya estás con eso —le recriminó su mujer—. Judá, no sabemos cual es la causa de la décima plaga. Y tenemos que pagar muchas facturas.
—Todavía hay infinidad de trabajos que los golem no pueden realizar. En realidad cualquiera que requiera hablar, así que si tengo que meterme a comercial lo haré. Pero no pienso dar Nefeshmática ni nada similar.
Cuando terminaron de servirse, Ruth retiró la ensalada con un gesto brusco y lanzó sobre la mesa un arroz especiado que había hervido usando un arabesco de plástico que sumergido en el agua la llevaba al punto de ebullición.
Judá entendía a Ruth. Había sido una niña de la guerra y durante años vivió en la pobreza más absoluta. Para ella la idea de sufrir una situación remotamente similar le producía escalofríos. Y al fin y al cabo, él era el que debía procurar por ella. Pero no lo haría a cualquier precio.
El timbre de la puerta le sacó de sus pensamientos. Ruth la abrió y un hombre alto y afable le extendió la mano. Se la estrechó y volvió la cabeza hacia el salón.
—¡Es Ismael! — gritó a Judá—. Vamos, entra. No te quedes ahí.
Ismael le dio su abrigo y Ruth lo colgó de una percha.
—¿Cómo estáis? —dijo educadamente.
—Pregúntale a tu hermano que el próximo año dejará de ser profesor.
Judá le invitó a sentarse en el sofá.
—¿Quieres un whisky?
—¿De los tuyos?
—Sí, fabricado con mi arabesco particular.
Ismael asintió.
Ruth mientras tanto puso en marcha el golem aspirador completando el nombre que había dibujado Judá en él.
—¿Qué es eso de que dejas de ser profesor el próximo año? ¿Han quitado tu asignatura?
Judá asintió y se sentó frente a él.
—Pues precisamente venía a ofrecerte…
—No necesito ninguna oferta.
—Si no sabes de qué te voy a hablar. Por una vez escúchame.
—Escúchale —gritó Ruth desde la cocina—. Tiempo para negarte tienes.
Ismael sonrió ante el apoyo de su cuñada y después de beber un trago de whisky, continuó.
—Sabes que hace años, ¡siglos! que soñamos con volar.
—Si ya volamos.
—Sí, con aviones. Pero esa técnica se basa en un arabesco que imprime la velocidad suficiente al avión para que con la aerodinámica del aparato este consiga despegar y mantener el vuelo. Pero yo me refiero a levitar. ¿Por qué no hemos sido todavía capaces de hallar ese nombre?
—No lo sé. No he pensado mucho en ello.
—Pues eso es lo que estamos buscando ahora. Un arabesco que nos permita flotar libremente por el aire.
—Ya conoces los problemas de aplicar los nombres a tejido vivo.
—No importa. Con que hallásemos el arabesco que permitiese levitar a un coche sería magnífico. Pero de momento no hemos conseguido levantar ni una pluma. Por eso estábamos pensando en ti. En la compañía todavía se acuerdan de tu trabajo. Mira ese golem —los dos giraron la cabeza para mirar al aspirador—. Es una pequeña joya. ¿Cómo lo hiciste?
—Tiene dos arabescos principales. Uno sirve para moverse por la habitación y esquivar los obstáculos. El otro sirve para aspirar por esa trompetilla —el golem de repente se quedó como dándose cabezazos contra una esquina—. El no haber podido mezclar los dos nombres en uno produce estos problemas.
—¿Ves por qué te necesitamos? Eres el mejor nomenclador que conozco. Con tu técnica y conocimientos y nuestra base de datos podrías alcanzar ese nombre para levitar en poco tiempo.
—Sabes que no volveré a la compañía.
—Vamos, Judá. No seas terco. Esto sería un gran avance para el hombre.
—¿Aunque supusiese ofender de nuevo a Yahvé? Yo no volveré a hacerlo.
—¿Comulgando con las tesis catastrofistas? Nadie ha demostrado que la décima plaga sea un castigo de Yahvé.
—Puedes pensar lo que quieras, pero yo sé que es un castigo.
—Mira que eres reaccionario. Estoy seguro de que el Sanedrín lo solucionará antes o después.
—Pues ya pueden darse prisa porque en un par de generaciones no habrá bebés con los que repoblar la Tierra. Solo hay una solución: dejar de mancillar su nombre.
Ismael se levantó del sillón