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Noches oscuras, bocas grandes
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Noches oscuras, bocas grandes
Libro electrónico204 páginas2 horas

Noches oscuras, bocas grandes

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Información de este libro electrónico

La novela está ambientada en Quito en el 2084. En esos momentos, al igual que el resto del planeta, la ciudad sufre del embate de la crisis climática y de una pandemia que liquida millones de vidas. Ricardo Méndez es un ex-policía, convertido en detective privado, que tiene el don psíquico de retroceder en el tiempo. Tiene la ayuda de Nikita, su joven asistente ciborg. Un día, Méndez recibe la visita de Gerardo Morán, “El Inmortal”, afamado cantante de tecnopasillo. Éste le cuenta que tiene sospechas de que su esposa es infiel y le contrata para que realice el seguimiento a la mujer, descubra la posible infidelidad y consiga las pruebas para divorciarse. Este caso de apariencia sencilla se complica, luego de que Morán es asesinado brutalmente. El teniente Esteban Mayorga, ex-compañero de Méndez, es jefe de la unidad policial que investiga el caso. Mayorga pide a Méndez que le apoye investigando y asesorando en el crimen, porque conoce la forma particular y casi mágica de resolver los delitos. Al final, se descubre al culpable y los oscuros secretos de “El Inmortal”.
“Noches oscuras, bocas grandes” es novela que plantea el tema de la violencia de género, y coloca la idea de que estos problemas sociales son inherentes a las sociedad y no desaparecerán en el futuro.

IdiomaEspañol
EditorialOmicron Books
Fecha de lanzamiento7 dic 2021
ISBN9789942405937
Noches oscuras, bocas grandes
Autor

Cristián Londoño Proaño

Nació en Quito, 1973. Escritor de ciencia ficción, fantasía y poesía. Guionista, productor y realizador audiovisual. Inventó y desarrolló el concepto de la novela de fantasía andina, que se plasma en su trilogía de novelas "El Instinto de la Luz", su primera novela lleva el mismo titulo. Publicó las novelas "Los Improductivos" (2014) y "El Instinto de la Luz" (2011). Publicó los poemarios: “Desojare” y “Luna de Solitarios”. Obtuvo los premios: I Bienal de Joven Poesía Ecuatoriana Jorge Carrera Andrade y el primer premio del V Festival al aire libre del Municipio de Guayaquil. Escribió y dirigió las obras de teatro: “Amantes azules” y “Los Cirios Negros”. Escribió, dirigió y produjo los documentales: “Jorge Enrique Adoum: el poeta desenterrado”, “Malayerba: la condición humana”; “Jorge Velarde: autoretratos” y “Sábato”. Escribió, dirigió y produjo la miniserie histórica de docu-ficción “Patriotas”. Escribió, dirigió y produjo las series de documentales de literatura “La Belleza de Sentir” y “Literamanía”; la serie de documentales de arte ecuatoriano “Arte de Sentir”. Sus producciones retratan a los actores del acontecer literario y cultural ecuatoriano de finales del siglo XX e inicio del XXI y reúnen aproximadamente a 66 documentales.

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    Noches oscuras, bocas grandes - Cristián Londoño Proaño

    Cristián Londoño Proaño

    NOCHES OSCURAS, BOCAS GRANDES

    Los archivos de Ricardo Méndez

    Ómicron

    Books

    Noches oscuras, bocas grandes

    Cristián Londoño Proaño

    Ómicron Books

    1era edición digital: Octubre 2021

    Quito, Ecuador.

    © 2021 Cristián Londoño Proaño

    ISBN: 978-9942-40-593-7

    Edición: Cristián Londoño Proaño

    Corrección de texto: Cristián Londoño Proaño

    Ilustración: Shusterstock

    Diseño de portada y maquetación: REDA+

    Todos los derechos reservados de acuerdo a la

    ley. Prohibida la reproducción total o parcial sin permiso

    escrito del editor.

    Libro disponible en: www.teoriaomicron.com

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    1

    Buenas noticias

    Aquel jueves cinco de abril del 2084, como todas las mañanas, Méndez revisó las recientes noticias científicas en su vieja tableta. Le llamó la atención los últimos detalles de la pandemia de XM-026. Según el último reporte del gobierno, se habían incrementado los casos de contagio, y las muertes provocadas por el virus. Recordó que el XM-026 se propagaba, principalmente, por el contacto de persona a persona. Los primeros síntomas eran leves, apenas un malestar de cuerpo, que podía ser confundido con estrés o cansancio. En el transcurso de las siguientes veinte y cuatro horas, el virus XM-026 incubaba en el organismo, luego invadía e infectaba a los pulmones, el estómago, el hígado y el intestino; y finalmente, se producía la muerte del paciente. Debido a la agresividad del virus, el uso del traje antifluidos de polipropileno y la cápsula de poliuretano eran obligatorios. De repente, un golpe seco en la puerta interrumpió sus pensamientos.

    Nikita, su asistente, que estaba sentada en el escritorio, manejando su ordenador mediante el movimiento de sus dedos, en forma de círculos concéntricos, sobre el implante electrónico colocado en su muñeca metálica, pulsó el botón de su escritorio. Se abrió la puerta. En la oficina entró un hombre pequeño y regordete, puesto un traje antifluidos y la cúpula transparente en la cabeza. Aquella imagen le remontaba a las antiquísimas películas de ciencia ficción de la segunda mitad del siglo XX.

    —¿Agencia de detectives Méndez? —dijo hosco el hombre.

    —Si —respondió Nikita—. ¿En qué le servimos?

    —¿Puedo hablar con Ricardo Méndez?

    Nikita hizo un gesto con su cabeza, señalando a su jefe.

    —Encantado —dijo Méndez—. Por favor, Nikita acompáñalo para que se quite su traje.

    Nikita abrió la puerta del cuarto antivirus. El hombre ingresó y Nikita la cerró. Recordó que cuando se pasó a esa oficina, había adaptado uno de los cuartos para que los clientes pudieran dejar sus trajes antifluidos. El cuarto disponía de un sistema inteligente de aireación y desinfección. Era una habitación sofisticada que la autoridad municipal le había obligado a adecuarlo para asignarle la patente del funcionamiento.

    Cinco minutos después, el cliente abrió la puerta y salió del cuarto antifluidos. El hombre tenía los ojos cafés y la nariz diminuta. No era un sujeto bien parecido, podría decirse que era un ser común. Lucía un traje fino y elegante y varios anillos en sus manos. Nikita sonrió. Era una sonrisa cómplice como sí ella tuviera alguna información que él desconocía. Le indicó que mostrara sus manos. El hombre lo hizo y ella las desinfectó con la pistola de rayos ultravioleta.

    —Listo, Don Ricardo —dijo satisfecha Nikita.

    Méndez se incorporó de su escritorio, dejando la vieja tableta en el tablero. El hombre caminó, se paró frente a él, tomando una distancia prudente e hizo un gesto de saludo. En ese instante, Méndez hizo lo que siempre solía hacer con sus clientes. Lo hacía, por varios motivos, entre ellos, le ayudaba en su trabajo. Empezó el proceso. Sintió que su respiración se puso lenta, observó que los gestos del hombre y lo que Nikita regresaba a su escritorio, se quedaron estáticos. Literalmente, el tiempo se congeló. Contrajo las pupilas y su visión se tornó blanca.

    Cuando todo se aclaró, observó qué se había transportado a otro lugar.

    ¿Dónde estoy?, se preguntó.

    Chequeó el sitio. Lo reconoció. Era el Mall Millenium. Hace dos semanas lo había visitado, porque había hecho algunas gestiones en una de las agencias bancarias. Estaba en el patio de comidas, que estaba ubicado en el tercer piso. Había varias mesas de metal que se extendían aproximadamente treinta metros, seccionados por columnas, los locales de comidas estaban abiertos y había bastantes personas que comían o hacían cola para comprar. Sabía que, como todas ocasiones anteriores, su consciencia se había transportado al pasado.

    ¿Cuánto tiempo retrocedí?, se preguntó.

    A su alrededor revisó algún indicio de la fecha. En unas de las columnas había una pantalla holográfica que decía: «Único día de mega descuentos», y la parte inferior indicaba la fecha: «cuatro de abril».

    Ayer, se dijo. ¿Qué quiere mostrarme la visión?

    De pronto, Méndez se fijó que su cliente estaba escondido en medio de las mesas, observando atento a otra mesa, en la que estaba una mujer madura de cabello pintado de rubio, de nariz delgada y ojos cafés, y un hombre joven de contextura musculosa, de nariz ancha y ojos negros. El cliente sacó su holomóvil de su bolsillo y tomó una foto. La pareja se incorporó y caminaron entre las mesas del patio de comidas. El cliente guardó el holomóvil en su bolsillo y los siguió. La pareja descendió por las escaleras mecánicas. El cliente se apresuró, los siguió, pero en mitad de las escaleras, descubrió que la pareja se había esfumado. ¿A dónde había ido? El rostro del cliente mostró su frustración.

    El cliente sacó su holomóvil del bolsillo, lo puso al frente de sus ojos y lo desbloqueó. En la pantalla translúcida había una foto del hombre, donde vestía un traje oscuro y en la parte superior, en letras grandes y blancas: «El Inmortal». Abrió el navegador y encontró la página web de la Agencia de detectives Méndez. Hurgó en la página y consultó la dirección completa de la oficina. En ese momento, sonó el holomóvil. El cliente contestó y dijo: «Ya estoy en eso, no te preocupes». Hubo un silencio prolongado y luego dijo: «Te lo voy a devolver. Confía en mí». Se despidió y guardó el holomóvil.

    En ese instante, Méndez sintió que su respiración se aceleró y de nuevo, su visión se tornó en blanco. Cuando sus sentidos reaccionaron, observó las paredes blancas, desgastadas de su oficina, y los muebles cafés de medio uso, que los había comprado en una feria de remates. Tuvo consciencia que había vuelto a su oficina. Su visita al pasado había sido cuestión de unos segundos. Notó que el cliente lo miraba extrañado.

    —Disculpe —dijo, sintiendo que ya estaba en el presente—. Tome asiento, por favor.

    El hombre se sentó en la silla frente a su escritorio. Nikita, se acomodó su saco negro sobre su brazo robótico, tomó asiento en su escritorio e hizo un gesto de preocupación.

    —¿Está bien? —exclamó preocupado el hombre.

    —Sí… Fue un ligero desvarío —contestó Méndez.

    ¿Desvarío?, se dijo. Debería llamarlo: Viaje en el tiempo. Su visión era una proyección del pasado reciente. Pero, la palabra «desvarío» le resultaba cómoda, no quería que al decir que tuvo una visión, los clientes pensaran que era un chamán o médium, y no un detective. Tal vez sus clientes podrían poner en duda sus métodos de investigación.

    —Me llamo Gerardo Mora —dijo del cliente—. Quizás, ha escuchado mi nombre artístico.

    Mordió sus labios.

    —El Inmortal —dijo Méndez con seguridad, recordando lo que había leído en la pantalla del holomóvil. Precisamente, recoger información era otro motivo para realizar el pequeño viaje en el tiempo con sus clientes.

    El hombre rió satisfecho.

    —Así me dicen mis fanáticos —exclamó entusiasmado el hombre.

    Méndez sonrió. Era una sonrisa llena de satisfacción. Realmente, nunca lo había conocido, ni era fanático. Sólo distinguía a los intelectuales, a los científicos y a los políticos. Los personajes de la farándula nacional le resultaban desconocidos. Su visión le había salvado. Al fondo de la oficina, su asistente lo miró admirada con una sonrisa burlesca.

    —Terrible lo de la pandemia —comentó Méndez.

    —Sí, apenas ayer estábamos sin utilizar los trajes antifluido —repuso el cliente—. De un día a otro, la cantidad de contagios subió y el gobierno activó el estado de alerta.

    —En tantos años de pandemia y estados de alerta, ya debemos acostumbrarnos —opinó Méndez.

    El cliente afirmó con su cabeza, hizo una pausa y luego, preguntó:

    —¿Puedo confiar en usted? —preguntó Gerardo.

    Méndez se acomodó en su asiento y respondió:

    —No se preocupe. Sé guardar mi lugar. Todo quedará entre usted y yo.

    —Quiero que me haga un trabajito —manifestó Gerardo.

    Méndez cruzó confiado los brazos. Debido a su visión, intuyó el motivo al que el hombre había venido.

    —Cuénteme, señor Mora —indicó afable.

    —Tengo sospechas de que mi esposa es infiel.

    —¿Cuáles son sus sospechas?—preguntó Méndez, sintiendo que hacía una pregunta obvia, pero al mismo tiempo, necesaria.

    —He comprobado que mi esposa miente —respondió Gerardo—. Dice que va a un sitio y no lo hace.

    Méndez entendió su visión. Por eso, Mora había perseguido a la mujer en el centro comercial, y se encontró con la desagradable sorpresa que se reunió con un hombre joven.

    —Puede que cambie de planes —dijo Méndez, cínicamente.

    —Tal vez… Ayer me indicó que se iba a visitar a sus padres y no lo hizo. Se fue a entrevistarse con un hombre joven.

    Gerardo sacó el holomóvil, lo puso al frente de sus ojos y lo desbloqueó, buscó la galería de fotos y proyectó una foto. Méndez se quedó admirado. Era la foto que, en su visión, había visto tomarse.

    —¿Le preguntó a ella? —indagó Méndez como si fuera un consejero matrimonial y no supiera nada más.

    —No le dije nada —respondió Mora, haciendo un gesto de menosprecio—. Seguro, ella lo negará y se enojará, porque tendrá toda la excusa para decirme que desconfío de ella. Prefiero tener otro tipo de pruebas más contundentes.

    —¿Otras pruebas?

    —Sí, detective Méndez… Tengo una mala corazonada. Quiero que investigue sí mi esposa es infiel o no.

    Méndez pensó que su cliente tenía pruebas circunstanciales sobre la infidelidad de su esposa. Solo disponía de una foto en que conversaba con un hombre joven. Había muchos celos en la petición. No hay mayor tortura para cualquier persona cuando los pensamientos divagan sin dirección y distorsionan la realidad.

    —Supongamos que descubro la infidelidad de su esposa —dijo Méndez— ¿qué desea que consiga?

    —Entrégueme pruebas de su infidelidad —respondió categórico Gerardo.

    —¿Fotos? ¿Videos?

    —Exacto.

    ¿Y para qué quiere las fotos o videos?, se dijo. Tal vez para documentar la demanda de divorcio o quizás… Dejó sus pensamientos inconclusos. No era su competencia. Él era un investigador privado que conseguía lo que sus clientes le pedían. Lo que ellos hicieran con la información no era su problema, era cuestión personal del cliente.

    —¿Cuánto costará? —indagó Mora.

    —Déjeme hacerle un presupuesto rápido —respondió Méndez.

    Pensó en lo que tenía que pagar. Estaba vencida la cuota del juicio de alimentos, el pago de arriendo de la oficina, el sueldo de Nikita, y, el pago de la luz. Claro no podía sacarle todo el dinero a un sólo cliente, pero aquel hombre se notaba que lo tenía.

    —Unos dos mil T-coins —propuso Méndez.

    Gerardo se quedó callado. Méndez se puso nervioso. Quizás debía adelantarse justificando el pago, diciéndole que había muchas dificultades en la operación. Había que considerar que debía seguir a la esposa durante días y noches hasta que pudiera descubrir la infidelidad y conseguir las pruebas. Además, aquel día se había sumado otro obstáculo: el traje antifluidos. Debía idear un plan para realizar las fotos o los videos sin ese traje.

    —Estoy de acuerdo —comentó Mora.

    Méndez sonrió. Esos T-coins le solucionaba algunas cuentas. Por lo menos, se dijo, un mes sin preocupaciones económicas.

    —Mi asistente le hace firmar el contrato –indicó Méndez– y usted transfiere el cuarenta por ciento a mi cuenta, por concepto de adelanto del trabajo.

    —Está bien, no hay problema –aceptó Gerardo.

    Méndez se levantó de su silla y apretó la mano de su cliente.

    —¿Cuándo tendrá los primeros resultados? —preguntó ansioso Gerardo.

    Es un trabajo relativamente fácil, se dijo. Mi visión me ayudó. La mujer se exhibió en un lugar público con aquel hombre joven. Tal vez ese sujeto sí es el amante. Por lo que el tiempo que necesito para obtener las pruebas de infidelidad se acorta. Normalmente, hubiese pedido un mes.

    —En tres semanas —estimó Méndez—. Tome en cuenta que, a veces, la investigación puede demorar hasta dos meses. Muchas mujeres son astutas y cuidan bien las apariencias. Cuesta descubrir que tienen un amante. Pero, tarde o temprano cometen un error.

    —Lo entiendo… Seré paciente.

    —Antes de que se marche, entregue a mi asistente la dirección de su domicilio y toda la información que sepa de su esposa.

    Gerardo Mora afirmó con su cabeza.

    Méndez se incorporó de su asiento y caminó al escritorio de Nikita.

    —Recibe los datos del señor Gerardo Mora —ordenó Méndez—, realiza el contrato y ayúdalo para que haga la transferencia bancaria.

    Nikita asintió.

    Gerardo Mora y Nikita se sentaron en la mesa de reuniones que tenía a un costado de su oficina. Él se marchó a su escritorio y se sentó en la silla. Miró el tumbado y se abstrajo en sus pensamientos. Pensó en lo que llamaba «desvarío». Las visiones siempre tenían un objetivo, no sólo se quedaban en meras imágenes.

    ¿Qué quiso mostrarme la visión?, se dijo. Me mostró que Gerardo Mora persiguió a su esposa en el centro comercial. Pero, además hubo una llamada. ¿La llamada? No sé sí considerarla trascendente. Tal vez es una llamada rutinaria. Quizás, el sujeto es un prestamista y le llamó a Mora para cobrarle, y le dijo que le iba a devolver, que confiara en él.

    Bajó su cabeza y se acomodó en su escritorio. Pensó que lo peor de su trabajo era la impotencia. No podía seguir investigando. Había aceptado el trabajo de investigar si la esposa de Gerardo Mora era infiel o no. Lo de la llamada quedaba en segundo lugar.

    ¿Hay algún peligro?, se dijo. Como todo trabajo de investigación, hay algún tipo de peligro, no se conoce como avanzan los hechos y en que desembocan. Lo mejor es concretarse en el pedido de mi cliente y no inmiscuirme en otras cuestiones.

    Alzó su cabeza, se fijó que «El Inmortal» se incorporó de la silla, se aproximó a su escritorio y le hizo un gesto de despedida.

    —Gracias por sus servicios —dijo Gerardo Mora.

    —Haremos todo lo que esté a nuestro alcance —repuso Méndez.

    —Que tenga una buena tarde —culminó el cantante.

    Gerardo Mora se despidió de su asistente. Sentada, Nikita

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