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Una joven inspectora encargada de buscar a un hombre común. Su novio agente inmobiliario y el amigo. La esposa del desaparecido, enfermera, y sus dos hijas. El dueño de un bar. Su empleado. Una historia que bien podría haber sucedido cerca de usted. Una historia que narra una desaparición que bien podría ser la de un vecino, de un conocido, la suya propia, señor lector, señora lectora

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 abr 2024
ISBN9798224966110
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    Sal - Richard Tauber

    ESA MARAVILLOSA PÓCIMA LLAMADA FANTASÍA HABÍA SIDO LA RESPONSABLE DE MANTENER VIVA LA CONEXIÓN, la fascinación que se filtraba hasta sus sentidos de manera imperceptible a la vez que Andrea construía una relación mágica con su padre. Quien la introdujera de forma temprana en el film noir en aquellas noches otoñales de televisión y manta jamás hubiera sospechado que a través del cine fomentaba una ulterior vocación pero tras la llamarada que algunos jóvenes afortunados sienten, tras ese fuego mágico que prende el corazón y arde y se mantiene candente hasta que se extingue quien sabe si agotado por la rutina o las frustraciones, Andrea había sido capaz de vencer las reticencias familiares, superar los obstáculos universitarios y burlar la soledad del estudio definitivamente. Ya habían pasado unos meses desde que aprobó los exámenes. Entre los miles de aspirantes que se habían presentado a las oposiciones ella había sido uno de los ciento cincuenta afortunados. Uno mas de tantos y tantos novatos, ilusionados aprendices que quizás sin darse cuenta, sin medir bien los riesgos ni las consecuencias que supone el ingreso en el Cuerpo Nacional de Policía habían logrado asegurarse un futuro tan peligroso como tentador. Con poco mas de veinticuatro años e infinitas ganas de trabajar la falta de noticias sobre su ubicación concreta dentro de aquel complejo organigrama no conseguirían dinamitar su ilusión primeriza. Una día mas volvió a entrar en el portal del Ministerio del Interior, uno mas de los muchos que debería sufrir en aquella exasperantemente interminable primavera, y con la resignada convicción de que tampoco aquel miércoles conocería donde estaría su primer destino Andrea tecleó sus datos, presionó Enter y en aquel intento que pensó no sería el último se topó con una agradable sorpresa. Al día siguiente, sin siquiera haber recibido la confirmación pidió prestado el coche a quien le presentara a Bogard, a O´brien o Fred Macmurray, y sin mas se presentó en comisaria. Lejos de la atmósfera hollywoodiense, después de esperar mas de media hora sentada en una butaca  - llevaba así desde enero -,  el que mas tarde sería su superior al fin le pudo dedicar un minuto y confirmó extrañado la ausencia de noticias:

    -Hasta que llegue la comunicación oficial no podemos hacer nada

    Trascurrieron lentamente otras siete semanas y antes de que aquella frescura se acabase por marchitar, de que la impaciencia la agotara, afortunadamente sonó el teléfono. Al día siguiente se incorporó. Llegó pronto. Un compañero le mostró el interior de aquel minúsculo edificio que contaba con apenas un par de despachos, dos salas de reunión y de interrogatorio y el sótano. Luego subieron al segundo piso, todo el diáfano y desordenado, el espacio donde trabajaba el resto de compañeros y justo enfrente de su puesto, del escritorio alejado y distante que le habían reservado, el agente le indicó cual era el despacho del comisario jefe. Tras reconocer la comisaria, acorde en tamaño a una pequeña ciudad costera, Andrea se sentó por primera vez en su mesa y abrió los cajones, vacíos de papeles o documentos, sin ningún caso propio que hubiera que resolver o investigar, invadida solamente por un montón apilado de expedientes ya resueltos que alguien habría colocado allí por falta de espacio. Entonces observó como varios compañeros pasaban de largo, con prisas, como si la ignorancia fuera el producto de una ordenanza obligatoria, como si ella fuese una mujer fea o transparente, como si aquel día fuese la víspera de un festivo, cuando todo el que tiene libre se propone huir de una ciudad gris.

    Transcurrió mas de una semana y gracias a la baja médica de un compañero Andrea había conseguido ganar unos metros. Un compañero herido en una reyerta cuya recuperación se prolongaría en el tiempo había facilitado que ella se acercarse al despacho principal, aunque todavía no le hubiesen asignado ningún cometido. Para conocer mejor la ciudad, el destino con que le habían premiado aquellas interminables oposiciones Andrea ya había callejeado por sus calles a través de google maps. Para descansar del tedio solía abrir el navegador y buscar en la sección de sucesos de El Correo algún caso truculento resuelto por la policía. Algún secuestro, asesinato despiadado o robo de película que se hubiese producido en algún lugar mas  concurrido que su pequeño destino costero. El caso que ella soñaba resolver desde que vio por primera vez Al borde del peligro, cuando tenía catorce años - ya en la Universidad se daría cuenta de que lo que aparece en el cine, los asesinatos, los golpes de estado o las guerras que se retransmiten por televisión están a años luz de la terrible realidad -.

    Pasaron días y dedicar todo el tiempo a comisaria, limitarse a esperar sin ninguna tarea en concreto le estaba pasando factura. Ante la falta alternativas Andrea cerró el navegador y retomó la paciente transcripción, desde el ordenador a su cabeza, de algunos informes mas, algunos expedientes ya resueltos, cortés encargo del jefe. Expedientes de algún robo en domicilio particular, de algún hurto en tienda de ropa – el quinto de la semana – o alguna pelea. Nada extraordinario. A última hora de la mañana, justo antes de que sus compañeros salieran a comer ojeó la cartelera del cine Santa Fe y mandó un par de mails. A la hora del refrigerio, pensando en el trayecto diario hasta casa y con la sensación de estar ejerciendo el empleo de jubilada Andrea fue con sus compañeros a la cafetería de enfrente. Entró en el bar y como si en aquellos días de trabajo, los primeros, fuese la invitada a una reunión de ex-miembros del instituto, con la misma timidez tomó asiento:

    -El comisario tiene una sorpresa para ti, le dijo alguien mientas acababa de tomarse el postre.

    Eran las tres de la tarde cuando los agentes se disponían a volver al trabajo. Andrea se dirigió a su mesa, encendió el ordenador y justo cuando estaba dispuesta a estudiar un expediente mas, a perder el tiempo una vez mas con la teoría, el jefe, que había vuelto de unas jornadas sobre seguridad ciudadana y delincuencia la reclamó con un gesto. Ella atravesó el departamento y golpeó los nudillos en el marco de la puerta.

    -Buenas tardes, señor comisario

    -Buenas tardes, Campoamor. Pase, pase...

    Andrea traspasó el umbral que permanecía siempre abierto con la certeza de que aún, por su falta de experiencia, no la asignarían ningún caso. Pensando que por fin tratarían su incorporación definitiva a algún equipo, justo cuando se disponía a cerrar su superior le quitó importancia:

    -Deje abierto Campoamor...solo será un minuto..., expresó el con un tono de voz que parecía sugerir que ella era la responsable de hacerle perder el tiempo. ...se trata de un asunto simple. Una desaparición. En centralita han recibido la llamada de una mujer que dice que su marido no aparece por casa. Le han dicho que venga a comisaria a poner una denuncia y el caso se lo he asignado a usted. La mujer estará al caer...

    Andrea cruzó el departamento y se dirigió hacia la entrada principal, al mostrador donde se tomaban los datos preliminares de robos o agresiones.

    Al cabo de unos minutos el mismo agente apareció en su mesa, esta vez acompañado por una mujer de mediana edad.

    -Buenas tardes, soy la inspectora Campoamor. ¿En qué puedo ayudarla?

    La mujer, que no aparentaba mas de cuarenta años de edad, rubia, con el pelo corto, gafas y bien parecida se sentó frente a ella mientras el compañero se retiraba.

    -Mi nombre es Aragón. Maria Isabel García de Aragón y mi marido ha desaparecido

    -Bien. ¿Hace cuanto que no tiene usted noticias de el?

    -Desde el martes. El martes fui a trabajar al hospital, como siempre, y cuando regresé no estaba en casa

    -¿Es usted médico?

    -No. Soy enfermera

    -¿Y su marido? ¿a qué se dedica su marido?

    -Bueno... el está desempleado

    -Bien. Y dice usted que no ha vuelto a casa desde el martes...¿a qué puede deberse esta ausencia? ¿porqué cree usted que no ha regresado?

    -No lo sé. El debería haber estado en casa, como todos los días, esperándome

    -Y dígame señora Aragón ¿A qué hora suele usted llegar a casa?

    -Bueno, mi horario es muy variable, unos días por la mañana y otros por la tarde. Pero el siempre está esperándome. En casa. Da igual que yo llegue a las tres o a las diez, que trabaje de día o por las noches

    -Bien... ¿Cómo se llama su marido? ¿qué mas datos puede usted darme sobre el?

    -Se llama Federico. Federico Cervantes. Tiene mi edad, 51, y bueno, el no trabaja desde hace diez años

    Andrea copiaba en un folio los datos que la señora Aragón le iba proporcionando, con los que luego abriría un expediente. Su primer expediente.

    -¿Tiene usted una fotografía?, le reclamó mientras pensaba en el intervalo: diez años, y recordaba los meses de devastadora incertidumbre que ella misma había padecido.

    Sin decir nada la mujer sacó su cartera y puso sobre la mesa una pequeña foto, de esas que se usan para obtener algún tipo de carnet. Campoamor miró el retrato, guardó silencio y dejó hablar a la esposa del desaparecido sin interrumpir. Según iba anotando datos en su agenda, según iban trascurriendo los minutos y la señora Aragón pronunciaba una frase, articulaba una palabra o recordaba algún detalle su tono de voz y su rostro suave y claro se iban poco a poco enmarañando.

    -No sé donde puede estar. Desde el martes...estoy... esperándole......, y cuando el habla se le ahogó entre llantos y tartamudeos comenzó a llorar.

    Tras la entrevista Andrea acompañó a aquella pobre mujer hasta la salida mientras pensaba en la razón que habría tenido aquel hombre, allí, en aquella pequeña ciudad porteña, para desaparecer. Quizás una desavenencia conyugal o una infidelidad en una ciudad en la que, según el comisario, nadie desaparecía nunca. Solamente cuando había que protestar por el cierre de alguna de las pocas fábricas que quedaban en la bahía o contra alguna medida aprobada por el gobierno, ya fuese esta injusta o muy injusta...

    Aquí solo hemos tenido manifestaciones contra el confinamiento...

    La inspectora dejó el expediente sobre la mesa y durante un segundo llevó su mirada al despacho de su jefe. Con la cara de desconsuelo de la señora Aragón en mente Andrea barajó las posibilidades que conducen a un hecho así: infidelidad, problemas de dinero, algún tipo de amenaza, quizás drogas. Antes de dejar ver su rostro se incorporó sobre la mesa, sacó del cajón una agenda nueva y limpia y su pluma y comenzó a transcribir los datos que previamente había anotado en el expediente.   

    Eran ya mas de las siete cuando cerró el cajón de su mesa. Entonces salió de comisaria y subió en el coche para volver a casa. Según recorría las calles del centro jalonadas de edificios inclinados e irregulares apoyados unos en otros, el paseo marítimo lleno de ruido, de gente paseando acompañada de petardos y música de verbena en un día de verano meridianamente típico Andrea pensó en aquel hombre. Pensó en su primer caso.

    AL DÍA SIGUIENTE SE despertó a las seis. Con el amanecer y su primer caso en el pensamiento bajó a la calle y condujo hasta llegar a comisaría:

    Federico Cervantes. Cincuenta y un años, desempleado desde hace diez... diez años...y cuya mujer es enfermera...

    Tras hora y veinte minutos de paseo al fin Andrea pudo subir al departamento. Acomodada en su escritorio abrió el cajón de su mesa y con la misma atención que prestaría una principiante leyó de nuevo los pocos datos que su memoria ya había aprendido, el expediente del primer caso que le habían asignado. Se trataba de una pareja normal, con una vida normal de clase media que compartía los gustos y las aficiones mas o menos habituales en un matrimonio de mediana edad. Posiblemente por los irreconciliables horarios del sector sanitario Isabel y Federico solían salir sin compañía. Algún que otro sábado cenaban fuera, luego iban a algún local a tomar un helado, paseaban por alguna de aquellas playas deshabitadas del norte de la ciudad y al contrario que la mayoría de los habitantes de una ciudad mediterránea en la que la vida nocturna transforma a las personas en gentío y según van pasando las horas las libera de prejuicios innecesarios, de convenciones pasadas de moda, el matrimonio Cervantes-Aragón regresaba a casa casi siempre antes de media noche. Tras bordear los límites de la imaginación Campoamor guardó el expediente en el cajón, avisó a un compañero de que en caso de recibir una llamada tomaran el teléfono por ella y salió en dirección al garaje.

    El camping Paradiso se encontraba en una pequeña bahía cuyas colinas acababan por sumergirse en la profundidad del mar. Aquel era un refugio retirado conocido unicamente por españoles extraviados, perdidos en algún viaje de vuelta a casa y ocupado sobre todo por extranjeros. Alemanes, ingleses o europeos de camiseta y chanclas, de los que disfrutan del calor del sol, de la arena de la playa y el mar incluso en enero. En los alrededores no había ningún edificio, ni siquiera una urbanización aislada en una zona abruptamente recogida cuyo acceso era incómodo. Un entorno paradisíaco que había escapado de la especulación y el turismo de masas milagrosamente. Casi desierto de vegetación y personas en aquella época del año, un hombre, un empleado de la propiedad pensó Campoamor, desmontaba en la pequeña cala un kiosco de madera. En la entrada, una mujer.

    -Buenos días. ¿podría hablar con los dueños?

    -Si quiere puedo darle precios para la temporada baja y enseñarle alguno de nuestros bungalows

    -Bueno, verá...soy de la policía. Quisiera hacerles unas preguntas...

    -En ese caso entre usted en la oficina. Llamaré a mi marido

    A los pocos minutos llegó un hombre calvo y gordito de unos sesenta años que parecía cansado de chapurrear el francés con su clientela y atender las pequeñas reparaciones que requería su propiedad. El hombre saludó a la agente y se sentó frente a Campoamor mientras su esposa ordenaba tras el mostrador algunos folletos.

    -Verá usted, estoy buscando a una persona de 51 años que ha desaparecido. Se trata de Federico Cervantes

    -Al señor Cervantes y a su esposa hace tiempo que no les vemos

    -¿Cuando fue la última vez?

    La mujer se acercó al ordenador y abrió el programa de reservas.

    -Vinieron por última vez... el verano ante pasado

    -¿Y que solían hacer por aquí? ¿donde iban?

    -Sobre todo a la playa. También solían montar en bicicleta por el camping o comían en nuestro restaurante. Le tenemos abierto todo el año

    -¿Y que relación tenían ambos? 

    -Bueno, no parecía mala. La de cualquier matrimonio, dijo condescendiente el.

    -Verá inspectora, eran una pareja normal. Ahora bien, ya me hubiese gustado a mí que mi esposo se comportase como el señor Cervantes..., añadió ella en la distancia.

    -¿A que se refiere?, preguntó Campoamor ante la mirada avergonzada del marido.

    La recepción se encontraba vacía y aún así la mujer se aproximó a los dos, como si quisiera dar testimonio en la intimidad.

    -Verá usted, se trata de unos clientes que han estado con nosotros muchas veces, sobre todo en temporada baja y ya le digo que Federico tenía constantes detalles con Isabel y sus hijas. Un par de veces viajaron al extranjero pero supongo que por falta de tiempo o escasez de dinero venían aquí, a nuestro camping. En otoño, en primavera, cuando Isabel tenia algún fin de semana libre... ¿Sabe usted que Isabel es enfermera?

    -¿Entonces tienen dos hijas?, preguntó Campoamor extrañada de que la señora Aragón no las hubiese mencionado en su primera entrevista.

    -Si inspectora. Dos hijas adolescentes. Y ya le digo. Cuando el señor Cervantes no les traía croissants para desayunar o estaba jugando al ping pong o al tenis con las tres, estaba cocinando o limpiando la caravana...... Ya quisiéramos otras...

    Tras la entrevista los propietarios abrieron la caravana que Isabel y Federico guardaban en una zona habilitada, junto a un catamaran, y la agente verificó que estaba pulcra, como nueva. Luego le mostraron el camping, el emplazamiento exacto que la familia solía reservar y rodearon las instalaciones sanitarias, siempre cerca para Isabel, el restaurante y la zona de juegos...  Solo de cuando en cuando se veía alguna que otra auto-caravana con matrícula extranjera. Un hogar ambulante, indefenso y solitario entre parcelas desiertas dispuestas a acoger, quizás la siguiente primavera, a algún nuevo campista. Ya en dirección a la playa la mujer le describió la dicha que Isabel y sus hijas irradiaban. Llegaron a la petanca y mientras las dos mujeres conversaban el preguntó a una pareja francesa:

    -Federico est très gentil. Une fois que nous sommes venues ici il nous a donné une coverture. C´est froid, il nous a dit...

    -A estas dos francesas les ofreció una manta un invierno que pasaron en nuestro camping, tradujo el. Espero que sean muy felices aquí, en el Mediterráneo, les dijo

    Extrañados por la desaparición de Federico los dueños contaron a la inspectora como habían visto a Cervantes caminar por la playa con una cartera negra, una pala y una caja de madera. Todas las mañanas de aquel invierno previo al confinamiento, antes de que la familia Cervantes-García y otros clientes habituales se marcharan. Siguiendo las indicaciones la agente cruzó la cala, subió un cerro y siguió saltando por una zona de acantilados de piedra. Caminó tierra adentro por un sendero y se topó con un agujero capaz de albergar un coche. Un hoyo rectangular, escalonado, de muros interiores limpios y perfectamente rectilíneos. Una fosa abandonada que parecía destinada a ser el enterramiento fúnebre de algún extraño artefacto. Al no encontrar nada en su interior, tras verificar la firmeza de las paredes y la limpieza del suelo que parecía haber sido aspirado para no dejar huella, la inspectora regresó al camping. 

    Después de facilitar su número de teléfono Campoamor cogió el coche y condujo en dirección norte. Aquellos restos

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