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Las cabezas de la Hidra
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Las cabezas de la Hidra
Libro electrónico185 páginas2 horas

Las cabezas de la Hidra

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Ha pasado el tiempo para la inspectora Clara Valentín. Ahora, casada y con un niño pequeño, tiene que compaginar su trabajo en la policía con la familia. Pero un nuevo caso que al principio parece de rutina se convertirá en un caso extraordinario: unos crímenes que presentan un extraño y sorprendente factor en común y que requerirán todo su ingenio para resolverlos.
En esta quinta novela de Mercedes Aguirre la alusión al mito de la Hidra de Lerna aparece como una metáfora que muestra cómo unos hechos ocurridos hoy pueden encontrar su sentido en el pasado.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 mar 2023
ISBN9788419485526

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    Las cabezas de la Hidra - Mercedes Aguirre

    Cada policía que ha tenido que buscar y encontrar a un criminal, convencido de que su tarea era erradicar el crimen, se asemeja al héroe que hizo frente a la mítica Hidra, cortando todas sus cabezas, una tras otra, para eliminar al monstruo. Sin embargo, el monstruo es esquivo, como lo es el criminal. Y peligroso también. Por eso el héroe tiene que emplear todas sus fuerzas y astucia para vencerlo, anticipar sus reacciones y evitar sus ataques. Cae una cabeza, segada de su cuello, pero al poco brota otra. Y la tarea continúa. A veces, incluso, podría no acabarse nunca.

    No sé cómo he podido esperar tanto tiempo. Lo que empezó casi inadvertido, poco a poco pasó a ocupar todos mis pensamientos, a cualquier hora del día o de la noche. Entonces fue cuando me di cuenta de que de alguna manera tenía que ponerle fin. Aún no sabía cómo, pero ya encontraría una solución.

    Eso era lo que pensaba, al principio. Pronto comprendí que no iba a ser fácil. Pero no me daría por vencido.

    Mi trabajo y mi vida dependían de ello.

    Aquel día había tomado una decisión y me sentía especialmente optimista y de buen humor. Hasta me extrañó que los que estaban a mi alrededor, los que pasaban a mi lado, no se dieran cuenta de mi renovada euforia y determinación. Aunque todo el mundo estaba solo pendiente de sus propios problemas que seguramente eran insignificantes comparados con el mío.

    Una posibilidad se había ido abriendo paso en mi cabeza. Y ya había planeado cómo llevarla a cabo.

    Cuando me disponía a salir de casa sentí la vibración del móvil en el bolsillo de la chaqueta. Lo saqué y miré la pantalla.

    «Ahora no», dije para mis adentros con una sonrisa que espontáneamente floreció en mis labios. Y pulsé para cortar la llamada.

    1

    Sabía de antemano lo que podía esperar de una mañana como esa, cuando todo el mundo en la oficina anticipaba ya las pequeñas vacaciones que el puente ofrecía. Por supuesto, no todos podían disfrutarlo: la comisaría seguiría activa hasta el lunes y los permisos se turnaban, pero aun así se respiraba un ambiente casi festivo y el buen tiempo del mes de mayo contribuía a ello.

    La inspectora Clara Valentín se sentía afortunada de poder tomarse unos días libres, especialmente cuando su marido Rafael también tendría fiesta en el instituto en el que trabajaba de profesor. Los chicos no le echarían de menos, era lo que había comentado mientras desayunaban en la cocina horas antes.

    Clara intentó atender al trabajo que tenía pendiente, aunque con la mente en otra parte. Ninguno de los casos que llevaba podría clasificarse de urgente. Uno de ellos, un caso de violencia de género que había resultado en el asesinato de la expareja de un joven con antecedentes penales esperaba las pruebas concluyentes para llevarlo a juicio y conseguir la condena del autor. Siempre que tenía que enfrentarse a ese tipo de delito se sentía invadida por la rabia, escandalizada de que esa actitud machista todavía siguiera produciendo víctimas. Pero ya estaba acostumbrada. Era parte de su trabajo.

    El comisario Marcos Arroyo estaba fuera de su despacho. A veces tomaban un café juntos y comentaban cosas de la oficina. Después de una época tormentosa cuando Clara rompió una relación personal con él, la situación se había transformado y ahora había quedado entre ellos una amistad que compartían con el marido de Clara y con Esther, la actual pareja de Marcos. Clara no olvidaba que fue precisamente Marcos quien propició que llegara a conocer a Rafael.

    Revisó los documentos relacionados con el caso en la pantalla del ordenador haciendo un esfuerzo por concentrarse y dejar de planificar en su cabeza lo que tenía que hacer en cuanto dejara la oficina. Pero la impaciencia por acabar una tarea que ya se estaba haciendo monótona y poder dedicarse a otras cosas la dominaba. Para empezar tenía que recoger a su hijo de dos años de la guardería. Llevarlo a casa y prepararlo para el viaje que Rafael y ella habían organizado no iba a ser fácil. Héctor la llenaba de orgullo y satisfacción pero estaba en una edad imposible y agotadora para los padres.

    —¿Algo especial para el puente?

    Absorta en sus propios problemas no se había dado cuenta de la presencia de dos de sus compañeros que volvían de la cafetería que había enfrente del edificio.

    Clara sonrió.

    —Pues sí. Hemos reservado en una casa rural en el norte, en Guipúzcoa. Un descanso al aire libre con el niño nos vendrá muy bien. ¿Y vosotros?

    —Nada de particular —repuso Carmen Serrano— Quizá una visita a mis padres, ver a los amigos...

    Carmen, que recientemente había ascendido a subinspectora, era una mujer tranquila y eficiente, de edad parecida a la suya, con la que se llevaba relativamente bien aunque tampoco habían intimado demasiado.

    —Tenéis suerte —comentó su otro compañero, el inspector Iván Bravo—. A mí me toca trabajar.

    Pasadlo bien y ojalá os haga buen tiempo —añadió dirigiéndose a Clara.

    Volvió al ordenador cuando los dos se alejaron en dirección al despacho contiguo. El otro caso tenía que ver con un atraco y un sospechoso al que se podía asociar con la investigación de otro robo en el que había resultado muerta una persona. Las pruebas eran bastante concluyentes.

    —Comisario Arroyo... le llaman por teléfono.

    Clara alzó la cabeza y se encontró de nuevo con Carmen que, efectivamente, se dirigía a Marcos que venía por el pasillo. Hizo un gesto de saludo con la mano y continuó al ordenador. Pero no pasó mucho tiempo hasta que el propio Marcos se presentó en su despacho.

    —Un caso de homicidio —dijo saltándose cualquier tipo de saludo—. Tengo a los agentes Conde y Rodríguez en la escena. Pero necesito que tú sigas la investigación...

    Clara le miró con un gesto resignado.

    —Ya sé que tienes permiso y no quiero estropearte las vacaciones —añadió él inmediatamente— pero creo que es algo que te puede interesar.

    —No te preocupes —respondió. Qué otra cosa podía decir—. Puedo ir echando un vistazo a los informes y el lunes me pongo en serio con ello. ¿Qué datos tenemos?

    —Un hombre de unos cuarenta años. Muerto en el portal de un edificio de la calle Torija. Lo encontraron de madrugada. De momento no hay identificación aunque no tiene pinta ni de mendigo ni de drogadicto.

    —¿El arma del crimen?

    —No la han encontrado, pero parece claro que fue apuñalado con algún tipo de cuchillo. El forense está con ello.

    —Muy bien. Como digo, enviadme los informes y los resultados de la científica si los tenéis antes del lunes. Estaremos en contacto.

    Cuando Marcos se alejó los pensamientos de Clara habían cambiado por completo. Aquello era lo que en realidad la apasionaba de su profesión: investigar un caso de asesinato y seguir todos los pasos necesarios para descubrir al culpable.

    Se había enfrentado ya a numerosos casos de homicidio en su carrera dentro de la policía. Y aunque ahora su familia absorbía mucho de su tiempo, no quería dejar de mostrar sus aptitudes para el trabajo que había elegido y que había sido su vocación desde que estaba en el instituto.

    2

    Llegaron pasada la medianoche. El tráfico había sido horrible, especialmente a la salida de Madrid. Clara y Rafael se habían turnado para conducir y, aunque no habían disfrutado especialmente de las interminables caravanas, una vez alejados de la ciudad el optimismo había ido creciendo. Además, Héctor había pasado durmiendo la mayor parte del tiempo e, incluso cuando estaba despierto, parecía feliz y entretenido mirando por la ventanilla o jugando.

    No solían hacer muchos viajes largos y, de hecho, en Madrid apenas usaban el coche, tan solo ocasionalmente para ir a un centro comercial en las afueras de la ciudad y alguna visita a unos amigos que vivían en la sierra. Los viajes a la casa de los padres de Rafael en la provincia de Huelva se habían ido espaciando hasta reducirse a uno en Navidades y otro, si acaso, en el verano cuando podían.

    La idea de este viaje había surgido de forma inesperada. Una conversación de Rafael con un compañero en el instituto y una búsqueda en Internet ayudaron a tomar la decisión. Hacía tiempo que Clara no tenía un permiso de varios días y la verdad es que lo necesitaba. El estrés de su trabajo combinado con cuidar y atender a Héctor había hecho mella en su estado anímico y físico: dormía mal, estaba nerviosa y se sentía cansada. De manera que al fin se dirigían a la costa de Guipúzcoa y a la casa rural en la que habían reservado habitación planeando descansar, disfrutar del aire libre, del mar y de la gastronomía local. A Héctor le sentaría bien y todos regresarían más relajados y de mejor humor.

    No fue hasta la mañana siguiente cuando realmente empezaron a apreciar el lugar en el que se encontraban. De noche y por aquellas carreteras secundarias no había mucho que ver. Casi fue un milagro que dieran con su alojamiento, un antiguo caserío en las afueras de una pequeña aldea. Pero con los primeros rayos de sol que se colaban entre la niebla, la vista era magnífica. La casa estaba situada en el ladera de una colina, todo praderas verdes a su alrededor y al fondo, el mar que desde allí se adivinaba en calma en aquella mañana de primavera. Cansados del viaje, los tres habían dormido profundamente y eran ya pasadas las diez cuando se hallaban dispuestos para desayunar.

    Durante las largas horas en la carretera Clara había explicado a Rafael que tenía trabajo. Pero había prometido que solo dedicaría un par de horas al ordenador, dependiendo de los informes del caso. Estas vacaciones eran para estar con la familia. Rafael estaba acostumbrado a la profesión de Clara, una profesión que a veces dificultaba las relaciones personales. Las clases y las otras actividades de él como director teatral aficionado también llenaban sus horas. Sin embargo, desde que nació el niño, ambos procuraban en la medida de lo posible compaginar la vida familiar con la profesional.

    El caserío solo tenía cuatro habitaciones para huéspedes. Una pareja joven, otra de edad madura y dos chicas veinteañeras fueron las personas que encontraron en el comedor de la planta baja para el desayuno. Se intercambiaron saludos de cortesía mientras les servían los cafés, los huevos y las tostadas. Los productos eran locales, orgánicos y sin duda excelentes.

    Héctor estaba inquieto con la novedad del lugar y el ambiente. A duras penas Clara consiguió sujetarle y hacer que tomara un vaso de leche con unos bollos. Pero ella también estaba inquieta. Si era por la excitación de explorar y descubrir el lugar de sus vacaciones o por la investigación que se proponía comenzar no sabría decirlo.

    3

    Acomodó su portátil sobre una mesita junto a la ventana, en ese rincón pensado para que los huéspedes pudieran disfrutar del paisaje, especialmente en los días en los que el tiempo no invitaba a pasear. Pero aquella tarde el sol lucía en un cielo completamente despejado y Rafael se había llevado a Héctor a jugar a la pelota en la pradera que había detrás de la casa. Clara sabía que no la molestarían en un rato.

    Había disfrutado enormemente de la excursión en coche y del paseo que habían dado por la mañana, llegando hasta el faro de Zumaia y la playa de Itzurun. La vista de la bahía era espectacular. Habían comido y tomado café en el casco antiguo de Zumaia e incluso habían curioseado en varias tiendas charlando con algunas personas de la localidad. En la playa, a pesar de que el viento era demasiado fuerte y levantaba remolinos de arena, habían caminado descalzos mientras Héctor reía alborozado al ver las olas por primera vez en su vida, chapoteando en los charcos que la marea había dejado.

    Con esos recuerdos felices aún en su cabeza Clara se dispuso a leer los informes de la comisaría.

    Los primeros datos confirmaban lo que Marcos ya le había anticipado. Se trataba de un hombre, probablemente entre cuarenta y cincuenta años, muerto por varias heridas de arma blanca. Una de ellas había acertado en el corazón. Las fotos de la escena del crimen situaban el cadáver junto a la puerta de entrada de un edificio antiguo

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