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Hermanos
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Libro electrónico272 páginas3 horas

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El asesino en serie apodado por la prensa como «el Vampiro» lleva casi diez años matando con total impunidad. Cuelga a sus víctimas bocabajo y las desangra. Pero los hombres a los que mata están todos manchados por el más obsceno de los crímenes: abuso de menores. Por eso hay quien cree que el Vampiro no va a ser castigado nunca, ya que en cierto sentido hace que las calles sean más seguras.

Sin embargo, ahora un nuevo indicio arroja otra luz a sus delitos. El ADN del Vampiro aparece en otras escenas del crimen, y esta vez sus víctimas son mujeres jóvenes e inocentes.

Para parar definitivamente al monstruo, el FBI se apoya en una asesora de mucho renombre. Se trata de Almond Holt, hija de un asesino, que se dedica a trazar perfiles. Gracias a su sensibilidad única y a la vez quizás molesta, Almond se acerca a la verdad... una verdad oscura que profundiza en las raíces del doloroso pasado de dos hermanos. Solo su conciencia podrá distinguir a las víctimas de sus verdugos...

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 feb 2021
ISBN9781071586914
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    Hermanos - Miss Black

    Miss Black

    Hermanos

    El asesino en serie apodado por la prensa como «el Vampiro» lleva casi diez años matando con total impunidad. Cuelga a sus víctimas bocabajo y las desangra. Pero los hombres a los que mata están todos manchados por el más obsceno de los crímenes: abuso de menores. Por eso hay quien cree que el Vampiro no va a ser castigado nunca, ya que en cierto sentido hace que las calles sean más seguras.

    Sin embargo, ahora un nuevo indicio arroja otra luz a sus delitos. El ADN del Vampiro aparece en otras escenas del crimen, y esta vez sus víctimas son mujeres jóvenes e inocentes.

    Para parar definitivamente al monstruo, el FBI se apoya en una asesora de mucho renombre. Se trata de Almond Holt, hija de un asesino, que se dedica a trazar perfiles. Gracias a su sensibilidad única y a la vez quizás molesta, Almond se acerca a la verdad... una verdad oscura que profundiza en las raíces del doloroso pasado de dos hermanos. Solo su conciencia podrá distinguir a las víctimas de sus verdugos...

    ––––––––

    missblack.eu

    facebook.com/MissBlackWriter

    1.

    Primera mitad de los años 2000.

    Jenkins conducía con calma, con los faros que iluminaban poco más que el asfalto húmedo justo delante del SUV.

    —Creo que estoy un poco cohibido —dijo. Aunque como no hablaba con timidez, Almond pensó que podría ser uno de esos tipos que enmascaran sus inseguridades detrás de su soberbia—. Quiero decir... Eres Almond Holt. Tienes mucha fama.

    —Más bien mala fama, diría yo. —Una ligera sonrisilla por su parte.

    —Puede. Pero desde luego en Quantico te conocen bien.

    —No solo en Quantico, me temo.

    Jenkins puso disciplinadamente el indicador de dirección y salió de la carretera.

    — ¿Por eso tienes el jardín todo iluminado?

    Almond gruñó y afirmó:

    —Los vecinos creen que soy una exhibicionista. Como si les estuviese mandando el mensaje de que mi trabajo es más importante que el suyo.

    —¿Por qué? ¿Acaso no lo es? —repuso el otro y le miro de soslayo.

    Por segunda vez, Almond pilló ese halago implícito, pero decidió pasarlo por alto.

    —Algunas noches me cuesta no ponerlo en duda —contestó con cierta prudencia y añadió, para cambiar de tema—: ¿Te alegras de que te hayan asignado este caso?

    Jenkins soltó una risa sarcástica.

    —Cualquier cosa es mejor que los delitos fiscales.

    Esta vez, Almond le observó con más atención. Conducía de una manera aparentemente tranquila, pero ella intuía que tenía los músculos del cuello rígidos bajo la camiseta blanca de  feebee.

    —Otra persona diría que cualquier cosa es mejor que los delitos en serie —dijo, deliberadamente despacio—. Pero sí, en este caso estoy de acuerdo contigo.

    ––––––––

    Empezaba a caer una lluvia fina justo cuando Mitchell fue a su encuentro. Llevaba un impermeable verde y unas botas parecidas a las de Almond.

    Jenkins miró con escepticismo el borde lleno de barro de la calle y puso una mueca. Llevaba mocasines de piel negra.

    A Mitch parecía no importarle. Tenía un aspecto siniestro, con el pelo gris pegado a la cabeza casi completamente mojado.

    —Al, Henry —les saludó con resolución—. Me alegro de que hayáis podido llegar tan pronto. Están insistiendo para llevársela.

    —¿Quién la ha encontrado? —preguntó Almond mientras se encaminaba a la lona de plástico que la científica había usado para precintar la calle.

    —Perdón, me pongo las bolsitas en los pies y voy —dijo Jenkins.

    Ni Almond ni Mitchell le dedicaron más que un vago gesto de asentimiento. Siguieron andando hacia la lona. Por allí había varias personas embutidas en los trajes blancos de la científica, un par de policías de uniforme y uno de paisano que parecía un negro enfadado.

    —Al, este es el teniente Smith, de la Policía de Contea —le presentó Mitch—. La doctora Holt, que colabora como asesora en el caso del estrangulador.

    En ese momento llegó Jenkins corriendo, con los pies metidos en dos bolsitas de plástico diferentes. Una era amarilla y parecía de una tienda de discos; la otra, blanca y verde, probablemente sería de un supermercado.

    Almond le tendió la mano al teniente. El hombre gruñó exasperado y le estrechó la mano con recelo. Era evidente que no era precisamente un admirador de los psicólogos ni de la Psicología. Y puede que tampoco le gustara demasiado que se le quedaran las manos húmedas por la lluvia.

    —Tienes el apellido perfecto para encontrar a hijos de puta como este, ¿eh? —comentó medio en broma.

    Mitch parecía haberse quedado de piedra, mientras que Jenkins se puso rojo de golpe. Almond se limitó a mirar fijamente al teniente con esos plácidos ojos castaños y a responder, sin soltarle la mano:

    —El apellido y los cromosomas, señor Smith, eso se lo aseguro.

    El teniente pareció confundido durante unos segundos, y después le soltó la mano de golpe. De pronto había recordado dónde había visto un perfil similar al de la doctora, o quizás incluso quién era ella. Ella no notó -mejor dicho, decidió no hacerlo- su mirada esquiva porque en cuanto recogió la mano siguió tranquilamente hacia la lona.

    —Mi... —murmuró Smith.

    —Este es el agente especial Jenkins —le cortó Mitch, que se fue detrás de Almond.

    —La han encontrado unos chicos que volvían de una fiesta —le dijo mientras la seguía—. Uno se bajó del coche para... bueno, ya te lo puedes imaginar.

    Ella le miró por encima del hombro.

    —Espero que no se haya meado encima del cadáver.

    Mitchell apenas sonrió.

    —No. Oh, no. Solo ha vomitado al lado.

    Pasaron dentro de la lona de plástico, con las botas (o en su defecto las bolsas) bien metidas en el fango. Un hombre con un impermeable de Burberry’s estaba de cuclillas al lado del cadáver. Se trataba de una mujer desnuda, llena de barro y viscosa. Su cuerpo estaba iluminado por los focos de los policías y por el alba gris, que empezaba a despuntar. Almond se acercó un par de pasos más.

    Con la lluvia, tenía el pelo hecho una sopa, pero se podía ver que era rubia. Estaba tendida un poco de lado, los miembros descompuestos. Una parte de la lengua le sobresalía de la boca, lívida.

    —Está fresca —comentó Almond, sin dejar de mirar el cadáver con una curiosidad contenida.

    —El doctor nos estaba dando una primera estimación —dijo Smith desde detrás de ella.

    —¿Y...? —preguntó Almond, sin ni siquiera girarse.

    —Menos de diez horas, puede que menos de cinco.

    La doctora se encorvó un poco, apoyó las manos en las rodillas y se echó ligeramente hacia adelante para ver mejor.

    —¿Qué más nos puede decir? —preguntó al patólogo, que ya se había levantado.

    —Hasta que no la tenga sobre la mesa de autopsias, nada.

    Almond suspiró.

    —¿De manera extraoficial?

    El hombre se empujó las gafas hacia dentro. Las tenía todas salpicadas de gotitas de lluvia.

    —No ha muerto aquí. La han dejado entre veinte y treinta minutos después de morir. Casi seguro ha muerto por estrangulamiento, pero supongo que eso ya lo intuía, ¿verdad?

    Almond le dedicó una ligera sonrisa.

    —¿Hay posibilidad de sacar las huellas del estrangulador de su cuello?

    El médico hizo un gesto vago hacia los hombres de blanco.

    —Lo han intentado, pero...

    —Ha llovido demasiado —dijo Mitch—. Y luego está el puto barro. El doctor ha dicho que tuvo relaciones antes de morir.

    Almond miró de nuevo el cadáver.

    —¿Esperma o lubricante?

    —¿Qué? ¿Lubricante? —masculló Jenkins.

    —Quiere saber si utilizó preservativo —explicó Mitch en tono seco.

    El otro se quedó un poco cohibido por esa pregunta tan estúpida.

    —Preservativo —contestó el médico—. No hay rastros de violencia.

    Almond asintió.

    —Pues esto va de mal en peor —susurró en voz baja. Después pareció arrepentirse y añadió—: No para ella, claro.

    —Ehm... Perdón —se entrometió Jenkins—. Supongo que no se han encontrado pelos o...

    —Puede que encontremos algo en la sala de autopsias. Pero por el momento, quitando el barro, todo limpio.

    En ese punto, Almond se echó un poco más hacia delante y sorteó a la víctima con una pierna. Se puso de cuclillas sobre su cara y la observó atentamente.

    —¿Es una impresión mía, o esta parece un poco más mayor que las otras? —preguntó, casi  vagamente. Parecía que estuviese preguntando una opinión sobre una seta que se había encontrado en el bosque—. A mí me parece que por lo menos tendrá treinta años, ¿qué opináis?

    —Puede que alguno más —dijo Smith.

    Almond se volvió para mirarle, después saltó de nuevo a la víctima y volvió con ellos.

    —Sí, tiene buen ojo,  teniente —dijo, con la cabeza inclinada hacia un lado.

    Él hizo una mueca.

    —Lo siento si...

    —Era un cumplido, teniente. No creerá que ha sido el único en hacer una batida sobre Holt padre.... ¿Está enfadado porque el FBI quiere dejarle aislado?

    Él cruzó los brazos.

    —La chica ha muerto en mi zona.

    Almond le dedico una ligera sonrisita.

    —Eso no lo sabemos. Aquí solo es donde la han encontrado.

    —¡Basta! —intervino Mitch, y se dirigió a Smith—: Mire, ya le he dicho que le mantendremos informado. ¿Se imagina cómo sería si por cada cadáver que ha dejado el estrangulador el responsable del lugar hubiera querido formar parte del equipo que le capture?

    —Pues tendríais diez pares de brazos más.

    Mitch sonrió de manera amistosa.

    —Ya los tenemos. En serio, apreciamos mucho cualquier ayuda que nos pueda prestar igual que apreciamos la ayuda de los demás. Mañana por la mañana habrá una reunión informativa en Quantico. Y por supuesto, está usted invitado. —Guiñó un ojo—. Usted o su jefe, claro.

    Smith resopló al ver perfectamente que ese hueso tenía poca carne que roer.

    ––––––––

    La furgoneta de Mitch no permitía hacer interceptaciones ambientales, y como estaba aparcada en el límite de la interestatal, dos kilómetros al sur del lugar donde se había encontrado el cadáver, daba razones a la paranoia del FBI sobre la fuga de noticias.

    —Canter se ha quedado a gusto —anunció Mitchell cuando estuvo bien seguro de que los únicos oídos que le podían escuchar eran los de Almond y Henry Jenkins.

    Estaban sentados en torno a una mesita de camping en la parte de atrás de la furgoneta, con un montón de papeles tan grande que amenazaba con derrumbarse.

    Almond chasqueó la lengua.

    —Y tú no estás de acuerdo.

    —¿Y la prensa? —preguntó Jenkins, con la frente arrugada.

    Mitch echó un vistazo al nitrógeno líquido.

    —Tú espera diez minutos después de que se enteren los policías locales y verás si se lo han dicho ya a la prensa.

    Jenkins levantó las manos y Almond se dio cuenta de que alguien muy espabilado le estaba sacando las uñas.

    —Perdona. Desde que he llegado no hago más que decir burradas —admitió, y su superior esbozó una sonrisa—. ¿Cómo tienen intención de gestionar esto?

    Tenemos, querrás decir —le corrigió Mitch—. Porque ahora tú también estás en este barco. —Resopló—. Pero no nos hundiremos, tranquilo. Solo nos tendremos que comer un poco de... —le echó un vistazo rápido a Almond—. Ya me entiendes.

    Ella sonrió y siguió hojeando los documentos que tenía delante.

    —¿Te parezco el tipo de persona que no tolera las cosas escatológicas, Mitch?

    Él se rio.

    —Primero explícame qué es eso de la escatología, doc.

    —Palabrotas —murmuró Jenkins en voz muy baja.

    Mitch no quiso contradecirle, ya que seguramente se habría dado cuenta de que había quedado como un idiota por enésima vez.

    —En cualquier caso, me alegra que por fin alguien se haya dignado a escuchar mis sugerencias —dijo Almond para volver al tema principal.

    —Alguien no. Se trata del Gran Jefe en persona. ¿Me equivoco, o tú querías que esto se hiciese público desde el principio? Hacerlo ahora no es lo mismo. Y te advierto que tengo la intención de limpiarme el culo con tu discursito por la tele.

    Almond le miró en silencio por un instante. Jenkins podía percibir que entre el jefe de sección y la asesora se había creado una tensión que no solo se basaba en las circunstancias actuales, sino que venía de muy atrás en el tiempo. Al mismo tiempo, parecía que los dos estaban muy unidos y, si no se caían simpáticos, al menos estaban a gusto el uno con el otro.

    —Lo sabía —dijo ella por fin, con un movimiento de cabeza—. Sabía que cuando tuvieras que tirar la toalla me necesitarías.

    Mitch suspiró.

    —Tenemos miedo de que se cabree.

    —Y hacéis bien. Yo también me cabrearía si una manada de periodistas...

    —Es por eso que...

    —Lo sé.

    Sus palabras se entremezclaban sin necesidad de que cada uno terminase su frase. Después, hubo unos segundos más de silencio.

    —Y tú quieres que vaya a la tele y diga: «Hola, hermano, mírame, soy tu amiga. No te enfades si esta gente no te entiende». ¿Es eso?

    Mitch se encogió de hombros.

    —¿Tú crees que funcionará?

    Almond arqueó las cejas.

    —No lo sé. Puede. —Se rascó un lado del cuello—. Puede que si le echo encima toda la carnaza...

    —¿A él o a la prensa?

    Almond le miró mal.

    —¿No es lo mismo?

    —Sí —admitió Mitchell, y por un instante pareció cohibido. Suspiró y añadió—: Mira, ya sé lo que significa y...

    —Oh, no, Mitch —le interrumpió ella, pero sin rencor. Parecía resignada—. No tienes ni idea de lo que significa. Yo era pequeña cuando murió, así que no me pillaron, pero vi lo que le hicieron a mi madre.

    —Sí, me acuerdo. Yo ya estaba en la Policía.

    Almond suspiró.

    —Vale. ¿Y cuánto puede durar, en el fondo? ¿Un par de semanas?

    —Puede que menos. Y luego, cada vez que él nos deja un regalito como el de hoy o... de ese otro tipo... —Mitch se interrumpió—. Pero nosotros le pillaremos antes, naturalmente.

    Jenkins, que hasta ese momento había asistido en silencio al intercambio de golpes, carraspeó.

    —¿Cómo es que te ha impresionado tanto la edad de la víctima, doctora?

    Almond sonrió por lo de «doctora».

    —Tengo que pensar un poco en ello, Henry. Porque puedo llamarte Henry, ¿no? —Él le hizo un gesto con la mano para que continuase—. Pero podría ser la cosa más interesante que nos ha pasado desde que no usó el preservativo con Hoffman.

    Jenkins levantó las cejas.

    —¿Por qué? ¿Solo porque esta víctima es un poco mayor que las anteriores?

    Ella asintió.

    —Las edades son importantes, Henry. No lo he escrito en el perfil porque no estaba segura, y sigo sin estarlo, pero mi opinión es que esas mujeres tienen la misma edad que su madre en una época en la que se produjo un episodio crítico para él.

    —¿Episodio crítico?

    —Sí, alguna cosa que cambió las cartas de la mesa para este chico. Y no para mejor. —Almond se frotó los ojos—. Aunque ya no estoy tan segura de que se trate de un «chico», Henry. —Una ligera sonrisa—. A menos que me consideres una chica a mí también.

    —Perdona, pero, ¿cuántos años tienes? —preguntó él, totalmente descolocado.

    —También puedes preguntarme cuánto peso, si quieres —contestó Almond, concisa, y luego añadió—: Treinta y cinco. Siempre pensé que tendría como diez años menos que yo, pero...

    —Pareces más joven. Y eso que no eres mayor para nada —dijo Jenkins.

    Almond alzó hacia él su mirada tranquila:

    —Henry, no me lo tomes a mal, pero cuando dices ese tipo de cosas parece que estés echando un piropo a quien tienes delante... y muchas se enfadan cuando ven que alguien les está lamiendo el culo. Yo sé que tú no haces esas cosas... —una ligera sonrisa— ...pero yo soy una comecocos.

    Jenkins parecía apurado. Mitchell se echó a reír.

    —¡Eso sí, con Canter puedes hacerlo cuando quieras, que seguro que le gusta! —exclamó.

    Almond dio la vuelta a unas cuantas páginas más.

    —Ahora bien, que esa mujer tenga unos treinta me hace pensar que él es más mayor de lo que creía. A menos que mi teoría del momento crucial sea para tirarla por el váter, claro. —Se colocó un mechón de su pelo castaño detrás de la oreja—. Porque si el detonante es que le recuerdan a su madre en un momento de su infancia, él ahora tendrá que ser más mayor que la edad que tenía la madre por aquel entonces...

    —¿Por qué? —preguntó Jenkins—. ¿Por qué tiene que ser más viejo de lo que era ella? —añadió.

    —Porque si fuese más joven sería demasiado joven. Las otras víctimas tenían unos veinticinco. Lleva tres años matando. Y antes de eso ya había empezado con los otros. Así que hará por lo menos cinco años. Se necesita fuerza para hacer lo que hace él, además de determinación y una minuciosa planificación. No pudo haber empezado a los quince años.

    »Tal vez con quince años hizo otras cosas, no sé. Quizás hasta mató a alguien, pero no de una manera tan marcadamente ritual. —Almond se volvió a recolocar el mechón, que se le había vuelto a caer, detrás de la oreja—. Lleva casi diez años haciendo de vampiro. Cuando empezó debía tener por lo menos veinte. Y ahora nos encontramos con esta chica de treinta, que creo que será más joven que él, porque las otras tenían menos edad que ella. Puede que dos o tres años menos. Quizás no es mucho, pero... así a ojo yo diría que algo más. Le recuerdan a su madre de joven. No pueden ser más mayores que él.

    —Así que ahora crees que tendrá como unos treinta, ¿no? —preguntó Mitch.

    Almond sacudió la cabeza.

    —Yo digo que tendrá por lo menos mi edad. No tengo pruebas que lo justifiquen, pero...

    —...Pero crees que será así.

    Almond asintió.

    Mitch cogió un folio y escribió algo, luego lo metió en el fax y lo envió. En la parte de atrás del furgón se hizo el silencio. Almond hojeaba un expediente, Jenkins miraba al vacío.

    —¿Sabes por qué te sigo queriendo más allá de por tus perfiles, Al? —dijo Mitch cuando terminó de mandar el fax.

    —¿Porque soy muy sexy? —bromeó Almond con voz apagada, sin dejar de hojear el expediente.

    —Porque tú entiendes de verdad lo que les ronda por la cabeza a estos... —Mitch se tropezó ligeramente con las palabras antes de continuar—: Personajes.

    Almond sonrió ligeramente y siguió a lo suyo.

    —Vamos, Mitch, admite que es solo porque tengo un buen culo... —Levantó la mirada del expediente y añadió, en un tono completamente distinto—.

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