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Heberto y el petróleo
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Libro electrónico237 páginas3 horas

Heberto y el petróleo

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Este libro es una compilación de artículos relacionados con los temas petroleros publicados en la revista Proceso. En los años de su publicación, el poder de la izquierda era exclusivamente testimonial. Consciente de la importancia del tema, Heberto inició una campaña en defensa de las reservas y la propiedad nacional de esa riqueza.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 dic 2021
Heberto y el petróleo
Autor

Fundación Heberto Castillo Martínez A.C.

Fundada en 1997, la Fundación se creó para salvaguardar, fomentar y difundir el trabajo científico, político y social de ingeniero Heberto Castillo, encaminadas a coadyuvar con el progreso social, político, tecnológico y cultural de México.

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    Heberto y el petróleo - Fundación Heberto Castillo Martínez A.C.

    Prólogo

    orn

    Los artículos de Heberto Castillo sobre petróleo que reúne el presente volumen, cubren el periodo 1977-1994, años durante los cuales el poder de la izquierda era exclusivamente testimonial. Se podía protestar, pero no influir directamente en la marcha de política gubernamental. Consciente de la importancia del tema por su relación con la soberanía nacional y el valor simbólico que guarda para la mayoría de los mexicanos desde la aparición providencial de las nuevas reservas petroleras a mediados de los años 70, Heberto inició una campaña en defensa de las reservas y la propiedad nacional de esa riqueza.

    Para ello, tuvo que reunir una copiosa información y sostener polémicas con funcionarios políticos y otros sectores de la izquierda que no compartían una u otra de sus posiciones. Sobre el tema se entrevistó con el presidente José López Portillo y, más tarde, el 5 de septiembre de 1978, con el entonces director de Petróleos Mexicanos, Jorge Díaz Serrano, pero sus argumentos no fueron tomados en cuenta.

    La tesis de Heberto era que el aumento en la venta del petróleo a Estados Unidos en las condiciones de endeudamiento y supeditación comercial existente en los setenta aumentaría peligrosamente la dependencia respecto del vecino del norte. Además, como éstas se desarrollaban en medio de una gran corrupción y un gran despilfarro de recursos, harían más vulnerable nuestra economía. El gobierno, en cambio, defendía la idea de que era México el que estaba en una posición de fuerza, que podía sacar ventaja de las necesidades de Estados Unidos después del aumento de los precios del petróleo en 1973 y la creación de la OPEP. Según sus funcionarios, el aumento de la exportación causaría un gran auge para México. La razón estuvo del lado de Heberto Castillo, quien previo que en caso de turbulencias serias en la economía, acabaríamos dependiendo del petróleo. Esta es nuestra condición actual.

    Pero sobre todo, Heberto Castillo denunció a tiempo la frivolidad con la cual el gobierno de López Portillo estaba metiendo al país en un callejón sembrado de peligros. El signo de su gobierno —escribía en noviembre de 1980— ha sido el petróleo. Se recordará como el gobierno que usó el petróleo para salir de apuros y meter en líos a los que vienen atrás... Pemex tiene ahora una deuda externa que se estima en 7,000 millones de dólares, más de la quinta parte de la deuda externa nacional... gasta más de lo doble de lo que recibe y provoca inflaciones galopantes en las zonas petroleras....Y en agosto de 1981, insistía: En 1976, Pemex debía 438.6 millones de dólares, en julio de 1981 su deuda externa es de 11,000 millones, 25 veces más. En cambio, se equivocó en lo que respecta de la magnitud de nuestras reservas que, sostenía, se agotarían para 1992 y las probables para 1999.

    Más que de análisis, los artículos sobre petróleo de Heberto son de denuncia de hechos que el gobierno ocultaba al público, y hoy no siempre es fácil comprender su importancia, a menos que leamos el conjunto. Reflejan la indignación de un hombre honesto ante el despilfarro y la frivolidad con que se hipotecó una de nuestras principales riquezas naturales. Hablan también del silencio y la complicidad que envolvían la irresponsable entrega de lo que tanto nos costó conseguir. La campaña de Heberto tiene otra faceta: decir las cosas que dijo, en el momento que lo hizo, fue un aporte a la consolidación a un derecho más que cuestionado a finales de los setenta: el derecho de expresión crítica en asuntos vitales de política oficial. La prosa es apresurada y fuerte, y las palabras se agolpan, a veces desordenadamente, para transmitirnos una urgencia que pocos, en aquel entonces, entendieron.

    El debate sobre petróleo que Heberto Castillo desató durante los sexenios de López Portillo y de De la Madrid, con su perseverancia acostumbrada, retrata los avatares de un sector clave que ayudó a sellar el destino de nuestra economía y nuestra soberanía.

    Los artículos sobre el gasoducto a Cactus nos obligan a recordar la impunidad de los gobernantes en el sistema corporativo de aquellos años. Los cuestionamientos a las incongruencias en las cifras de los informes de Pemex culminaron en el destape de uno de los muchos actos de corrupción que caracterizaron a esas administraciones. Otra cosa que Heberto dijo a tiempo, es que el endeudamiento en que incurrimos para aumentar a marchas forzadas la producción del combustible, acabaría en un desastre financiero. En efecto, de motor del desarrollo, el crecimiento desmedido de la explotación petrolera se transformó, a partir de 1982, en fuente de la crisis de otras ramas de la economía.

    Heberto denunció, jugándose la vida, vicios que siguen presentes en la explotación del combustible vital hasta nuestros días: el inmenso despilfarro de los pozos abandonados, la maquinaria tirada en los campos de explotación, las llamaradas que colorean el desperdicio de nuestro gas, los daños ecológicos y su impacto en la vida de cientos de miles de mexicanos.

    Los artículos aquí presentados son la crónica de un desastre anunciado, que todavía no encuentra fin. El gobierno calla y el capital exige la privatización. Nada más actual que las oportunas llamadas de atención de Heberto.

    Heberto y la izquierda

    Conocí a Heberto Castillo en el Movimiento de Liberación Nacional (MLN) en el año de 1951. Todavía estaban frescas las impresiones de las luchas ferrocarrileras y la Revolución Cubana, La región más transparente y Artemio Cruz, que acababa de salir. El MLN fue el primer gran intento desde los años cuarenta de unir a la izquierda socialista con el cardenismo y el nacionalismo revolucionario. Heberto jugó un papel importante, quizá central en el desarrollo de algo que había de fructificar sólo un cuarto de siglo más tarde.

    Desde entonces, no dejó ni un día de jugar un papel fundamental en eso que llamamos la izquierda independiente. Su nombre estuvo ligado a todos los momentos decisivos, a todas las glorias y las miserias, a todos los avances y persecuciones que conoció el movimiento popular hasta hoy Heberto Castillo es una figura histórica de ese movimiento ondulante, heterogéneo y multifacético que es la izquierda mexicana.

    Tenía entonces 33 años de edad. Lo impresionante de su trayectoria es que al morir era dirigente de un partido que representa el triunfo del propósito que anunció el MLN: la fusión del cardenismo —el nacionalismo revolucionario— con la izquierda independiente, preponderan teniente socialista.

    No es fácil ubicar a Heberto en las corrientes que dieron vida al movimiento. Su pragmatismo y su espíritu protagónico lo llevaron a romper barreras ideológicas y organizativas, y su inmensa vitalidad y una consecuencia férrea lo salvaron de las trampas que ponen el tiempo y los peligros mortales que crea el poder amenazado. Comencemos por los tiempos que le tocaron vivir.

    La historia de la izquierda no es sólo la historia de sus hombres y sus mujeres, y mucho menos la de sus dirigentes. Es también la historia de sus creaciones: movimientos, organizaciones, revistas, periódicos, archivos, formas de lucha, mentalidades, ideas, ideologías, modas, literatura y arte. Es la historia de momentos estelares: grandes huelgas, fundación de partidos, irrupciones guerrilleras, victorias electorales, obras seminales. Y también de procesos subterráneos lentos y oscuro, como la formación y la diseminación de las ideas de democracia, justicia social, humanismo. La mujer, el hombre de izquierda —en este caso, Heberto Castillo- ,se baña en ellas, se mueve en un mundo que lo precede y lo trasciende y sólo puede ser comprendido como parte de él.

    La historia de la izquierda durante los 35 años de vida política de Heberto Castillo, es la historia de un éxito relativo. Después de dos décadas de estancamiento y parálisis, a partir de 1955 se ajustó con brío a la recomendación bíblica: Creced y multiplicaos. Se expandió a saltos y, pese al momento de confusión, pausa y reacomodo que vive actualmente, vista en perspectiva, ha logrado conquistar posiciones y espacios inesperados.

    Sus logros nunca se ajustaron ni estuvieron a la altura de sus sueños y de ahí los aires de desaliento y angustia que frecuentemente la recorren. Pero éste parece ser, más que el indicio de una realidad, el sino de toda posición radical de ayer, de hoy y de todos los tiempos. En tres décadas y media, surgieron o crecieron considerablemente una decena de partidos de izquierda de cierta importancia, entre los cuales estaba el que encabezaron Heberto Castillo y Demetrio Vallejo, el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT). Actualmente, el PRD incluye a muchos (mas no a la totalidad) de los sobrevivientes de esos partidos. Protestas sindicales, como la ferrocarrilera de 58-59, la de los médicos de 1964, la de los electricistas a principios de los setenta. Olas de resistencia campesina, de las cuales la vida y la muerte de Rubén Jaramillo son testigos. Revistas como Política, Historia y Sociedad, Cuadernos Políticos y El Buscón, periódicos como La Voz de México, Oposición, Uno más uno; un auge impresionante del pensamiento teórico marxista que duró una década. Novelas inspiradas en el fin de la era de la Revolución Mexicana, el 68, las guerrillas, que enriquecieron a la literatura nacional.

    Dos olas guerrilleras que sacudieron al país más de lo que se cree. Todo eso es historia de la izquierda y de ella forma parte la vida de Heberto Castillo, una estrella en una constelación, la mayor parte de la cual es invisible para el observador neófito, porque está formada por miles de militantes anónimos. No hay duda de que en la historia de la izquierda, durante estas tres décadas hay un corte profundo, cuyo fondo aún no se ve: la ruptura de los años 1988-1991.

    Heberto, como todos los izquierdosos mayores de 40 años, vivió ambos periodos y el corte se siente en su acción y en su palabra.

    ¿Qué sucedió en esos memorables cuatro años? Entre 1988 y 1990, el mundo del socialismo realmente existente (¿peor es nada?, como lo había llamado Brejhnev) desapareció y, con él, un proyecto, una utopía, un ideal, nacidos en 1917, que arrastraron a millones de hombres y mujeres a la construcción de un nuevo mundo. En México surge la tendencia democrática en el seno del PRI y lanza la candidatura a la Presidencia de Cuauhtémoc Cárdenas, arrastrando tras de sí a la mayor parte de la izquierda, entre ellos a Heberto, que era candidato a la Presidencia por el PMS, y que renuncia para sumarse a la de su antiguo alumno y amigo de la época del MLN. La izquierda pasa de la marginalidad política a la disputa por el gobierno; de la acción extraparlamentaria al mundo de los partidos electorales; de la lucha por las ideas a la ludia por posiciones políticas; de las alianzas programáticas a las alianzas electorales.

    Como todos sus correligionarios de otros credos, durante la primera parte de su vida, la pre-88, Heberto se enorgullecía de formar parte de una izquierda independiente. Ese concepto, ser independiente, tuvo para el político veracruzano un valor supremo. Líder de la Coalición Nacional de Maestros en el 68, sostenía que no se podía ya luchar desde dentro del partido oficial y las organizaciones controladas por él, y repetía incansablemente que había que formar organizaciones independientes.

    En esa época sostenía que sólo por ignorancia se podía esperar que el gobierno del PRI y las organizaciones de él dependientes sirvieran al pueblo. En un artículo del 20 de enero de 1975, lo pone con toda claridad: La falta de organizaciones auténticamente populares (...) hace que muchos vean salida a los grandes problemas nacionales sólo por los medios oficiales: es el gobierno quien debe luchar contra los enriquecidos; es el gobierno quien debe organizar a los obreros y los campesinos....

    Pero esto es una ilusión, sostiene el dirigente del PMT: El gobierno tutela para controlar (...) La única alternativa está en la organización independiente. Con el paso de los años, su convicción de la resistencia popular de las acciones de oposición estaban ablandando el autoritarismo del PRI-Gobierno.se fue consolidando. En 1979 escribía: Recuérdese que hace sólo algunos años era casi imposible señalar como responsable de algún mal acto de gobierno al presidente de la República y salir con vida. Ahora ya no. Hemos ganado a base de golpes, encarcelamientos y muertes de compañeros, el derecho a responsabilizar al presidente de la República... El derecho a la crítica se ha ampliado, no por gracia del poder público, sino por la lucha....

    Se ha acusado a la izquierda pre-88 de que no tenía un espíritu democrático, de que no luchaba por abrir un camino electoral, parlamentario, de que era partidaria de la violencia. Los que dicen esto son ignorantes u ocultan la verdad. Olvidan que en los años sesenta y setenta, en las condiciones existentes en aquel entonces, la lucha electoral por el poder era un sueño, simplemente porque la izquierda ni siquiera tenía el derecho de organizarse independientemente fuera del control del gobierno. Cualquier intento en esa dirección era enfrentado con la represión o la cooptación. Lo que era legal estaba controlado y lo que no podía controlarse era ilegal y se reprimía. La izquierda era semilegal y frecuentemente ilegal.

    En esas condiciones, la demanda democrática más rudimentaria, más simple, más elemental, era el derecho a crear organizaciones independientes. Vallejo estuvo en la cárcel 10 años porque osó exigir que el sindicato ferrocarrilero pudiera elegir a sus dirigentes en forma independiente, sin intromisión de los dirigentes charros a quienes apoyaba el gobierno. Heberto se pasó la vida creando organizaciones independientes. El Movimiento de Liberación Nacional, el Partido Mexicano de los Trabajadores, el Partido Mexicano Socialista... La lucha por la independencia de las organizaciones populares es la prehistoria de todas las complejas luchas por la democracia de hoy. Es el certificado de nacimiento de la oposición legal de izquierda. Entonces, la omnipresencia oficial era aplastante y el grito de ¡Independencia! equivalía al grito de ¡Democracia! de hoy.

    Como todos los miembros de la izquierda pre-88, Heberto Castillo se veía a sí mismo como un revolucionario y hubiera rechazado cualquier intento de ser catalogado como reformista. Todavía en abril de 1979 escribía: El PMT es el partido de aquellos que tienen necesidad de luchar para transformar la sociedad; ellos son los obreros y los jornaleros agrícolas. Ellos son necesariamente revolucionarios, porque su miseria, su explotación, los empuja por acabar con esas condiciones de vida (...) Pero en el PMT están —deben estar— aquellos que son revolucionarios, aunque sus condiciones de vida no los empujen a la lucha (...) En el PMT militan cada vez más, al lado de los revolucionarios por necesidad, los revolucionarios por convicción.

    En eso, Heberto tampoco se diferenciaba mucho del resto de la izquierda independiente. Lo sucedido después de 1988 parece haberles dado un mentís rotundo. El cambio en el régimen político se produjo, pero no por la vía revolucionaria, sino por la vía de las reformas lentas y titubeantes, que aún no culminan, pero que son indudablemente muy reales. Hoy día, nadie quiere ni se atreve a hablar de revolución. El haber sido revolucionaria aparece como uno de los pecados mortales de la izquierda pre-88. Al menos, un anacronismo. Pero las cosas no son tan simples.

    Sólo a partir de 1988, y quizá desde unos años antes, se abrió realmente la posibilidad de transformar el sistema político mexicano por la vía de las elecciones y las reformas parlamentarias. Pero la situación de los años 1961-1987 era muy diferente; las vías del cambio reformista, del cambio por la vía electoral, estaban cerradas por la prepotencia y la represión ejercida por el partido gobernante y las organizaciones dependientes de éste contra todo lo que oliera a izquierda. La revolución aparecía como necesaria, porque la reforma y la vía electoral habían sido canceladas. Ante la cerrazón total, la ruptura.

    El nuevo partido —decía Heberto, refiriéndose al PMT— sólo tendrá éxito si se constituye como una gran asamblea popular, como una entidad que confía en el pueblo y que lucha por la libertad política como condición para emprender un proceso revolucionario (...) No es que la libertad política por sí misma represente la liberación de la mayoría de los trabajadores (...) pero, ¿cómo puede lucharse por la transformación social sin libertad política?.

    Para Heberto Castillo, como para toda la izquierda independiente, la democracia política sólo tenía sentido como un paso en la elevación de las mayorías trabajadoras del país. ¿Pero no hay algo de actual en esta proposición? Actualmente, el país está enfrascado en la reforma política, en la consecución de los elementos más esenciales de un sistema basado en el pluralismo partidista, el respeto a los derechos ciudadanos, el Estado de derecho. Pero una vez que los cambios más esenciales de esa reforma estén en vía de realización, ¿no surgirá de nuevo el problema del contenido social de esa democracia, de su relación con la distribución del ingreso y de la propiedad, el derecho a la educación, los sistemas de seguridad social, los derechos de las minorías y las mujeres? Es decir, de la cuestión social.

    Heberto, con quien alterné en varias ocasiones por periodos prolongados, era un hombre muy controversial, con una posición muy propia dentro de esa izquierda. Tenía convicciones y principios inquebrantables, Para él la política nunca fue un simple camino al poder y mucho menos al enriquecimiento. Era más bien un medio para cambiar al mundo. Su visión trascendió siempre los intereses personales, la fama, los puestos.

    Ingeniero, hombre práctico que se sentía incómodo en el mundo de la especulación teórica, vivió, sin embargo, movido por un sueño que lo embargaba con una fuerza avasalladora y que él ejercía con una obstinación poco común: el sueño de un mundo justo, igualitario y solidario. Tenía también un estilo personal para unir sus convicciones con la acción, que merece mucha reflexión de parte de todos aquellos interesados en la conservación de las enseñanzas de una vida ejemplar y la comprensión del periodo que le tocó vivir.

    Enrique Semo

    Comprometer el petróleo es comprometer a México

    orn

    Pareciera que México se sacó la lotería, pues de pronto se descubrieron mantos petrolíferos

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