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Papel pintado: Cómo terminar con la emisión, la inflación y la pobreza en la Argentina
Papel pintado: Cómo terminar con la emisión, la inflación y la pobreza en la Argentina
Papel pintado: Cómo terminar con la emisión, la inflación y la pobreza en la Argentina
Libro electrónico670 páginas12 horas

Papel pintado: Cómo terminar con la emisión, la inflación y la pobreza en la Argentina

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¿Quién hace el dinero? El Estado ¿Cómo lo hace? Imprime dinero sin respaldo: papel pintado. Puede hacer tanto como quiera y cuando quiera. Al mismo tiempo, prohíbe las transacciones económicas en otras monedas o en dinero de verdad, con el objetivo de devaluar la moneda del patrón papel pintado, y así transferir recurso desde el sector privado generador de riqueza hacia los burócratas del Estado, los políticos y sus cortesanos, ciudadanos de primera, que se enriquecen a costa de los productores de riqueza del sector privado, ciudadanos de segunda. Es un sistema diseñado en base a instituciones peleadas con la moral y la ética de la libertad, con lo cual solo cabe esperar malos resultados desde un enfoque utilitarista. Es decir, peores resultados en materia de prosperidad y desarrollo que los que se obtendrían bajo otro sistema basado en el derecho, la libertad y la propiedad privada. Desde la historia y la teoría económica, este libro explica cómo se produce toda esta estafa monstruosa que empobrece al conjunto de la sociedad, y beneficia a unos pocos. Este libro también muestra cómo terminar de una vez con toda esta estafa, tanto para Argentina como a escala global.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 sept 2020
ISBN9789505567782
Papel pintado: Cómo terminar con la emisión, la inflación y la pobreza en la Argentina

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    Excelente libro, una opinión válida y contúndete para reflexionar, sobre todo ante aquellas ideas que critican fervientemente al capitalismo y obvian el actual sistema monetario socialista.

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Papel pintado - Diego Giacomini

Borges

INTRODUCCIÓN

Este libro es una dura crítica a nuestro sistema monetario, bancario y financiero, que se esparce con idéntica arquitectura por todo el globo, como si dicha arquitectura no solo fuera la única posible, sino la mejor de todas. Esto es lo que nos venden. En realidad es lo contrario: el actual sistema es el peor que podríamos tener. En las ciencias sociales —y la Economía lo es—, a diferencia de las ciencias duras, el paso del tiempo no implica necesariamente progreso. Nuestro sistema monetario y bancario, que ya cuenta con unos cien años de historia, constituye una asociación inmoral de los burócratas del Estado, los banqueros y los financieros en contra de los individuos y del sector privado. Es un juego de suma cero. Para que la perversión sea mayor, este sistema se constituye contra la esencia misma del dinero, que nació como libre elección de los individuos y se convirtió en motor de su libertad y prosperidad.

Como bien explica Carl Menger, el dinero no fue inventado por ningún político, burócrata o Estado: emergió como resultado de un proceso evolutivo, social e histórico espontáneo. A esto Von Mises lo bautizó la acción humana. La aparición del dinero sentenció de muerte al trueque; ese avance dio lugar a la especialización, la división del trabajo, la acumulación de capital y el crecimiento económico. En definitiva, al desarrollo de la civilización. Sin embargo, el sistema monetario actual, luego de siglos y siglos de avance de los burócratas del Estado sobre el dinero, constituye la perfecta antítesis del dinero provisto en libertad. Hoy en día el dinero es provisto monopólicamente por el Estado y carece de respaldo; así, la expansión monetaria puede tender al infinito. Al mismo tiempo, el Estado prohíbe las transacciones económicas en oro y plata, que habían sido los dos metales espontáneamente elegidos por el público como moneda. De esta manera, el Estado elimina la principal competencia de su dinero fiduciario, forzando a los individuos a comerciar y ahorrar en su moneda. Por un lado, los burócratas del Estado se aseguran el monopolio de la provisión de dinero y por el otro, una demanda cautiva para su producto monetario monopólico. Como sucede con todo monopolio no natural, los burócratas van por la renta monopólica extraordinaria, que en este caso es el impuesto inflacionario. El impuesto inflacionario no es otra cosa que una distribución de ingresos desde los privados, que generan riqueza, hacia los burócratas del Estado y sus cortesanos, que viven de la política, parasitando a los privados.

Este sistema genera dos castas sociales. Los ciudadanos de primera son los burócratas y sus cortesanos, que se enriquecen a costa de los productores de riqueza, ciudadanos de segunda. ¿A quiénes llamo cortesanos? A los banqueros y sus primos hermanos del sistema financiero (mayormente privados), que reciben una prebenda de parte de los burócratas del Estado. Estos les permiten hacer algo que los demás tienen prohibido: violar la propiedad privada. Hacen negocios y ganan dinero con capital ajeno a cambio de una porción del botín. El sistema de encaje fraccionario es esa prebenda. El sistema bancario, además, multiplica dinero sin respaldo y crédito sin contrapartida de ahorro genuino. El multiplicador monetario y el multiplicador del crédito permiten que los banqueros ganen dinero con capital ajeno y sin respaldo, pero parte del botín debe volver en forma de financiamiento al sector público, que siempre terminará siendo pagado con más impuestos o más impuesto inflacionario por parte el sector privado.

El cuadro se completa con otra figura perversa: el prestamista de última instancia, es decir, el seguro para los creadores de dinero bancario y crédito de la nada, que es pagado por toda la sociedad: me refiero al Estado. ¿Cómo funciona la estafa? Sencillo: los burócratas del Estado aseguran a sus socios del sector bancario y financiero que las eventuales pérdidas, debidas a una intermediación financiera errada, serán socializadas, es decir que sus costos serán pagados por la sociedad entera. El Estado salvará al sector con redescuento y expansión monetaria, es decir con un mayor impuesto inflacionario. Esto sucede tanto en Argentina como en el resto del mundo.

Contra ese sistema, este libro tiene dos propuestas para un nuevo orden monetario, bancario y financiero. Una a nivel mundial y otra para el caso de Argentina. Ambas se enmarcan en el pensamiento de la Escuela Austríaca de la Economía y se remiten al Teorema de Regresión Monetaria de Von Mises. Con estas propuestas, el Estado se aparta de la provisión de dinero, que vuelve a ser suministrado en libertad y deja, así, de ser un instrumento de la violencia estatal. Desaparecen las dos castas sociales, se desvanece el impuesto inflacionario y el perverso mecanismo que distribuye ingreso desde el sector privado hacia los burócratas del Estado y sus cortesanos. Estas propuestas —dicho sea sin falsa modestia— representarían un gran avance en materia de inflación.

Los políticos, cuidando su negocio, nos han hecho creer que en el mundo ya no hay más inflación, pero no es cierto. En los veinticinco años que van desde 1993 a 2018, la inflación acumuló 200% a nivel mundial. Si hacemos una apertura por regiones del mundo, nos encontramos que en esos veinticinco años la inflación mundial acumuló +449% (África al Sur del Sahara); +248% (América Latina y el Caribe) y +218% (Asia Oriental y del Pacífico). En pocas palabras, pese a la baja de la inflación con respecto a los años 70 y 80, el actual sistema sigue operando a favor de los políticos y en contra de los actores económicos.

Con nuestra propuesta de reforma la Argentina volvería a tener moneda; el impuesto inflacionario desaparecería y con él la perversa transferencia de ingresos hacia la casta política. Los argentinos pasaríamos a producir, ahorrar, invertir, consumir y pensar en una única y misma moneda; con esto se estimularía el ahorro, la inversión y la acumulación de capital, lo cual recuperaría el sendero del crecimiento económico que perdimos hace décadas. Se crearía nuevo empleo. Al aumentar la demanda de trabajo, mejorarían los salarios reales.

Otra virtud de la reforma que proponemos: dejaríamos atrás las recurrentes crisis de eso que se llama, en la jerga económica, boom&bust: es decir, auges artificiales y burbujas seguidas de recesión. En vez de esto, con los avances de productividad existentes, habría una suave deflación creadora, que permitiría tasas de crecimiento sostenidas en el tiempo, sin las recurrentes crisis monetarias y financieras destructoras de riqueza. Sobran los ejemplos: la crisis del lunes negro de 1987, cuando en una sola sesión bursátil se licuaron buena parte de las ganancias que se habían acumulado durante cinco años de subas en la Bolsa de Nueva York. Las recurrentes crisis de los años ‘90, comenzando por el crack bursátil (1989) e inmobiliario (1991) de Japón, seguido por el Tequila mejicano (1994), la crisis del sudeste asiático (1997), Rusia (1998), la crisis de las tecnológicas (2002-2002), Lehman Brothers (2008-2009) y COVID 19 (2020-¿?). Todas estas crisis tienen el mismo origen: el actual sistema monetario, bancario y financiero. ¿Por qué? Porque todas estas crisis se originan en la creación de dinero físico, dinero bancario y crédito sin respaldo. Esto genera un boom artificial y una burbuja financiera que inicialmente refuerza el proceso de crecimiento insostenible, pero está condenada a mutar en crisis deflacionaria. En este libro se muestra que esas grandes crisis que los socialistas llaman crisis del capitalismo son, en realidad, generadas por la expansión de dinero y el crédito sin respaldo.

Queremos terminar con esto.

Este sistema está conduciendo al mundo, lenta pero sostenidamente, hacia el socialismo del siglo XXI. Cada crisis trae más intervención estatal, cada vez más política monetaria expansiva. Los bancos centrales del mundo intervienen de forma cada vez más agresiva. La masa monetaria sin respaldo crece como un monstruo. El multiplicador monetario y la expansión del crédito vuelan cada vez más. Por otro lado, las regulaciones del sistema bancario y del sistema financiero son cada vez más frondosas, con el Estado monitoreando y regulando cada vez más férreamente al sector privado. La masa monetaria del mundo pasó de 100,5% (2008) a 124,4% (2018) del PBI mundial, mientras que hace décadas atrás era de 63,9% (1980) y 88,6% (1987). Paralelamente, el crédito proporcionado por el sector financiero pasó de 119,2% (2008) a 132,6% (2018), cuando en el pasado era tan solo de 73,4% (1980) y 107,7% (1987). El crédito al sector privado, por su parte, solo aumentó de 120,0% (2008) a 129,8% (2018) del PBI, mientras que el crédito a los gobiernos federales a nivel mundial aumentó a más del doble, pasando de 14,1% (2008) a 31,8% (2018) del PBI. Los Estados tienen cada vez más injerencia en la vida económica.

¿Cuándo fue más claro esto que en 2020? El COVID 19 es una fabulosa excusa para que los Estados, los burócratas y sus instituciones asociadas avancen sobre el sector privado. Esto atenta contra la libertad y la prosperidad y acelera el proceso de colectivización. La Reserva Federal de EEUU y los principales bancos centrales del mundo actúan por cuenta de los burócratas, como nunca se vio en las anteriores crisis. El resultado está cantado: compramos en cuotas otra crisis deflacionaria. En algunos países esto sucede más rápido, en otros es más leve, pero ocurre en todo el mundo. Latinoamérica en general y Argentina en particular están viajando hacia el comunismo a gran velocidad. Tampoco es de extrañar que España sea un caso emblemático en este sentido. ¿Se puede detener esta sinergia? Se puede: pero primero tenemos que tener claro qué es el Estado. ¿Por qué? Para enarbolar una idea faro que nos lleve a actuar a lo largo de toda nuestra vida: El Estado es el enemigo. Para tener una chance de escapar al socialismo, es necesario saberlo.

Así que este es un libro contra el Estado. Entendemos qué es el Estado, qué significa el Estado, cómo opera el Estado, y que su esencia se transmite a través del dinero y la arquitectura del sistema monetario, bancario y financiero. Los bancos centrales son coacción y violencia institucionalizada. El dinero fiduciario sin respaldo, el sistema de encaje fraccionario y la multiplicación del dinero bancario y del crédito son robo y saqueo. Ya dijimos que la actual organización monetaria nos divide en dos castas de ciudadanos; pero el papel de los bancos centrales y el dinero sin respaldo es más grave que el de los impuestos. ¿Por qué? Porque su trabajo sucio es menos evidente. No solo eso: ni siquiera es legislado. Y ofrece menos escapatoria. Los impuestos se pueden evadir, pero el impuesto inflacionario no. Por eso los gobiernos están más dispuestos a ceder presión tributaria que a renunciar a los bancos centrales y al dinero fiduciario. Al analizar la historia monetaria argentina, este libro muestra como la provincia de Buenos Aires, al reintegrarse en 1860 a la Confederación, estuvo dispuesta a ceder recaudación de la Aduana, pero no entregó la maquinita de emitir dinero del Banco Provincia. Así nos ha ido.

Estado y gobierno son dos cosas diferentes. El gobierno es —o debería ser— el encargado de poner en práctica los deseos de los individuos que viven en sociedad: primero velando por la libertad y en segundo lugar garantizando la seguridad. Ningún gobierno debe intervenir más allá de estos límites. Debe tener solo un pequeño aparato de códigos e instituciones cuyo único propósito es asegurar los derechos naturales del ser humano; es decir, su propiedad privada primaria (su cuerpo) y el derecho a utilizar sus energías para transformar su entorno en libertad, y así poder proveerse medios medios para alcanzar sus fines, que no son otros que sobrevivir y vivir en un marco de creciente prosperidad. Un gobierno jamás debe intervenir en positivo, sino siempre en negativo. Nunca debe usar la violencia ofensivamente, solo defensivamente. Es decir, interviene con violencia solo como respuesta a una violencia previa, y solo con un sentido reparador hacia quien recibió el daño. Un Banco Central, así como la actual arquitectura monetaria, bancaria y financiera, no tienen nada que ver con las responsabilidades de un gobierno.

El Estado es algo muy diferente de un gobierno, y hace todo lo opuesto a lo que debe hacer este. El Estado no surge del entendimiento común y del acuerdo de individuos que viven en sociedad; se origina en la conquista y confiscación y se materializa en la explotación económica a la que burócratas y cortesanos someten al sector privado. Ningún Estado se originó de otra forma. La Historia nos muestra, una y otra vez, cómo un grupo invade a otro, lo conquista, lo expolia; entonces, cuando se establece explotación económica del grupo vencido a favor del victorioso, nace un nuevo Estado. El Estado se basa en una idea fundamental: el individuo no tiene derechos, salvo aquellos que el Estado le concede provisoriamente. El Estado se ocupa de la libertad y la seguridad a condición de que no obstaculicen su intención principal, que es la explotación de la clase productora. A diferencia de los gobiernos, que (idealmente) intervienen solo en forma negativa, el Estado por naturaleza interviene sin cesar y en forma onerosa. Como sostiene Albert Nock: Si consideramos al Estado dondequiera que se encuentre, si indagamos en su historia en cualquier momento, no hay manera de diferenciar las actividades de sus fundadores, administradores y beneficiarios de la de los criminales profesionales. (1) El Estado usa la violencia, en forma permanente, para mantener los privilegios de casta de los burócratas. Es bueno recordar que el Estado está hecho de personas de carne y hueso, que utilizan sus estructuras, para perseguir sus propios beneficios. Este libro se propone explicar cómo sucede esto, tanto desde un enfoque moral y ético como desde una perspectiva utilitarista.

Hay dos grandes problemas cuando se plantean estos debates. Primero, la discusión se sitúa inevitablemente en el contexto de siglos de existencia y de dominio violento del Estado; estamos tan acostumbrados a este mal que no lo percibimos. En el mejor de los casos, lo consideramos un poder demoníaco, pero inevitable; lo más usual, sin embargo, es que lo veamos como algo bueno. Esta legitimación se logra a través de la educación pública, ya sea de gestión estatal o privada, que adoctrina en la religión del Estado, al tiempo que la política empodera a burócratas y políticos. El principal rol de la educación pública es propagar una fe inquebrantable en el Estado. Se nos enseña que políticos y burócratas toman decisiones en pos del bienestar general. También se nos enseña que el Estado nos expresa; que sus acciones reflejan nuestra voluntad.. Se nos enseña el republicanismo. El Estado republicano es un instrumento para convencernos de que gobernamos a través del Estado. Es su herramienta de legitimación más potente. Así nos convencemos de que es esto o el caos, el miedo, la barbarie y el descontrol. Algo similar sucede con el dinero y la organización monetaria. ¿Cuántos profesionales de la economía plantean siquiera la posibilidad de otro tipo de organización monetaria, sin el Estado de por medio? ¿Y cuántos ciudadanos la imaginan?

En definitiva, el Estado es una organización criminal que se las ingenia para obtener el respaldo de la mayoría. Tiene siempre la colaboración de intelectuales que crean opinión a su favor, desde las universidades, los colegios o los medios masivos de comunicación; son recompensados con una participación en el poder, en el botín o mediente el prestigio intelectual o social. Y en los hechos, la idea de Estado limitado, pequeño y eficiente es utópica; ninguna constitución ha podido limitar su expansión, que siempre es exponencial. Murray Rothbard, un economista que vamos a citar mucho en este libro, lo explica así: El hecho cierto, atestiguado por la historia, es que los gobiernos no han respetado estas limitaciones. Y hay muy buenas razones para dar por supuesto que nunca lo harán. En primer lugar, porque, una vez establecido el canceroso principio de la coacción —de las rentas coactivas y del monopolio forzoso de la violencia— y legitimado como el genuino núcleo de la sociedad, existen excelentes motivos para suponer que este precedente se expandirá y se hermoseará. El interés económico de los gobernantes estatales les empujará a trabajar activamente en favor de esta expansión. Cuanto más se amplíen los poderes coactivos del Estado más allá de los límites mimosamente marcados por los teorizadores del laissez-faire, mayor será el deseo y la capacidad de la casta dominante que maneja el aparato del Estado para acrecentarlos. Esta clase dominante, impaciente por maximizar su poder y su riqueza, ampliará las facultades estatales y arrollará toda débil oposición, a medida que vaya ganando terreno su legitimidad y la de sus aliados intelectuales y se vayan estrechando los canales del libre mercado institucional opuestos al monopolio gubernamental de la coacción y al poder de tomar las decisiones últimas. En el mercado libre es una gozosa realidad que la maximización de la riqueza de una persona o de un grupo redunda en beneficio de toda la comunidad; pero en el reino de la política, en el ámbito del Estado, la maximización de la renta y de la riqueza acontece de modo parasitario, en beneficio exclusivo del Estado y de sus dirigentes, y a expensas del resto de la sociedad. Los partidarios de gobiernos limitados se refugian a menudo en el ideal de un gobierno an-dessus de la mêlée, que se abstiene de tomar partido entre las facciones enfrentadas de la sociedad. Pero, ¿por qué habría de hacerlo? Si el Estado dispone de un poder sin restricciones, sus dirigentes tenderán a aumentar hasta el máximo posible su poder y su riqueza y a expandirlos, por tanto, más allá de los supuestos límites. El punto determinante es que en la utopía del Estado limitado y del laissez-faire no existen mecanismos institucionales para mantener al Estado dentro de unos límites bien establecidos. Debería bastar, a buen seguro, el sangriento registro de los Estados a través de la historia para probar que de todo poder, una vez adquirido, se usa y abusa. (2).

De nuevo: este libro quiere demostrar que el dinero en manos monopólicas estatales y la actual arquitectura del sistema monetario, bancario y financiero son el mejor ejemplo del abuso al cual el Estado nos condena.

Probablemente, este segundo trimestre de 2020 constituya una oportunidad única para entender cuál es la esencia del Estado y el modus operandi de los burócratas del Estado. La mayoría de los gobiernos del mundo han decretado (con diferente fuerza) cuarentenas que impiden que las personas se muevan y trabajen libremente. En Argentina, el 19 de marzo de 2020 se decretó el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio para un período que iba del 20 al 30 de marzo. Fue extendido en tres oportunidades, prolongándose sucesivamente hasta el 13/4, hasta el 26/4 y hasta el 10/5. Más tarde se extendió hasta el 25/5 y mientras escribo esto sabemos que se prolongará hasta el 8 de junio. La cuarentena argentina, que ya es más que setentena, se extiende cada vez más y nadie sabe cuánto va a durar. No debería sorprender: toda intervención estatal está condenada a crecer (a proseguir su camino de la servidumbre, en palabras de Hayek), lo cual implica inexorablemente pérdida de libertad y bienestar para el sector privado.

La cuarentena está peleada con la ética y la moral de la libertad. Es un delito que la casta política perpetúa desde el Estado, atentando contra el derecho de cada individuo a su persona, al uso de su primera propiedad (el cuerpo) y al usufructo de su trabajo; es decir, la cuarentena va contra el derecho natural.

¿Qué entendemos por el derecho natural del hombre? Repasemos: la razón humana descubre el derecho natural, que nos proporciona un cuerpo de normas éticas en virtud de las cuales se pueden juzgar las acciones en todo tiempo y lugar. La ley natural debe juzgar si el Estado avanza contra los derechos individuales. A diferencia de los animales, el ser humano no posee un conocimiento instintivo cuando nace. En consecuencia, no conocemos nuestros fines ni los medios para conseguirlos: tenemos que aprenderlos y para esto ejercer nuestras facultades de observación, abstracción y reflexión; es decir, la razón. Que los humanos deban emplear su mente para adquirir conocimiento demuestra que son libres por naturaleza. Lo natural es que el ser humano sea propietario tanto de sí mismo como de su propia extensión de sí mismo en el mundo material: es decir, propietario del fruto de su trabajo. Una sociedad libre es aquella donde todos disfrutan de sus propiedades naturales a salvo de la agresión. Ningún otro sistema social que pueda ser calificado de natural.

Queda claro que mediante la cuarentena los gobiernos ejercen violencia contra la propiedad de las personas. En definitiva, atentan contra la vida: justo lo opuesto a todo lo que mentirosamente pregonan. ¿Cómo pueden responder los ciudadanos? La violencia puede no ser delito si es defensiva, si responde a una agresión previa. Cuando la justicia condena a prisión a una persona actúa con violencia, pero solo como respuesta a una agresión previa. Si todos tienen derecho absoluto a su propiedad natural, se considera que también tienen derecho a defenderla, incluso con la fuerza. ¿Hasta dónde alcanza ese derecho? Fácil: hasta el punto en el cual sus acciones defensivas comienzan a incidir en los derechos de propiedad de terceros. No se puede apelar a la violencia como respuesta a daños potenciales o imprecisos. La única forma de protegerse frente al despotismo es atenerse al criterio de que la invasión que se percibe debe ser inmediata y clara. En este sentido, Rothbard explica que los inevitables casos de situaciones borrosas o confusas, tenemos que hacer todo lo posible para comprobar si la amenaza de invasión es directa e inmediata y permite, por tanto, que los individuos ciudadanos adopten las medidas preventivas pertinentes.

En este sentido, la cuarentena utiliza violencia ofensiva por las dudas, intentando prevenir una amenaza o daño potencial. El COVID19 no produce un daño certero, uniforme, palpable y directo, que son las condiciones necesarias para que la violencia sea legítima; como está ampliamente estudiado, un enfermo puede no contagiar, o puede generar contagios asintomáticos, leves, complicados o mortales. Con el accionar frente al COVID19, la mayoría de los gobiernos del mundo han tomado el camino del despotismo. Algunos países darán unos pocos pasos por ese camino. Otros, muchos. La Argentina lo recorre en moto. Hay una provincia que no tiene un solo infectado desde hace cuarenta y seis días, pero toda su población está en prisión domiciliaria. Hay otra en la cual el viceministro de salud dice que la cuarentena debe estirarse todo lo posible, o al menos hasta que pase el invierno o aparezca una vacuna. Cuidado: este camino conduce a Venezuela. Si lo recorremos, implosionará el PBI per cápita, la moneda se hará pedazos y la inflación aumentará exponencialmente. El desempleo crecerá fuerte y el poder adquisitivo se derretirá como un helado al sol. La pobreza y la indigencia subirán a niveles récord.

¿Será ese momento trágico la oportunidad para aplicar la reforma del Estado, monetaria y bancaria que proponemos en este libro? Ojalá. La alternativa es una sociedad donde solo la casta política tendrá derechos, mientras el resto de nosotros vive en la esclavitud.

1. Ver Nuestro enemigo, el Estado de Albert Jay Nock, Unión Editorial Argentina (2013); página 61.

2. La ética de la libertad de Murray Rothbard, Unión Editorial Argentina (2012), páginas 236 y 237.

1. EL DINERO FIAT: LA GRAN ESTAFA

a) Por qué existe la inflación

¿Por qué tenemos inflación? ¿Por qué pierde valor el dinero? Paul Volcker (ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos) nos da una clave cuando explica que solamente una primera derivada (inflación) del nivel general de precios igual a 0, garantiza que la segunda derivada (aceleración) también sea 0. ¿Muy técnico? Traduzco: solo una inflación de cero garantiza que la inflación no se acelere. En otras palabras, la inflación es como el cáncer. Una vez que aparece, por su propia naturaleza tiende a acelerarse más y más.

Lo que dice Volcker está avalado por la teoría y la realidad. Desde el lado teórico, muchas explicaciones ponen de manifiesto la relación negativa entre inflación y crecimiento. Cualquiera sabe que no hay crecimiento sin inversión. Y bien: la inflación destruye el ahorro, es decir, justo eso que financia a la inversión. Es decir que perjudica la formación de capital, las mejoras de productividad y el crecimiento económico. Además, la inflación vuelve imposible el cálculo económico en general y de los retornos en particular. Esto también es veneno contra la inversión. Nadie va a invertir si no puede calcular cuánto ganará con esa inversión. Los efectos negativos de la inflación se acumulan unos sobre otros: arruinan a los individuos, al sector privado que produce bienes y servicios, al crecimiento y la prosperidad.

¿Cómo empezó en la Argentina la peste de la inflación?

Una pista: desde que se creó el Banco Central de la República Argentina, la inflación creció en forma sostenida, década tras década: +59% (1935/1945); +472% (1945/1955); +1.334% (1955/1965); +2.809% (1965/1975) y +1.180.435.725.903% (1975/1991). Cuando el gobierno de Menem impuso la Convertibilidad y el patrón dólar, la inflación bajó hasta +18% (1992/2001). Más tarde, se refundó el BCRA y la inflación volvió a estar cada vez más a la orden del día, pasando de +264% (2002/2010) a +1.144% (2010/2019). Desde que se abandonó el patrón dólar y la casta política recuperó el manejo de la política monetaria, midiendo cada cuatro años, la inflación pasó de +7,3% (2003/2006); a +20,7% (2007/2010); +28,6% (2011/2014) y +35,2% (2015/2018) promedio anual. En 2018/2019 trepó hasta +50,7% promedio anual.

Un estudio del Banco Mundial afirma que cada vez que la inflación supera el 20% anual se pierde -1,58% de crecimiento. De nuevo, la Argentina avala con creces esta relación negativa. Dejando de lado a Venezuela, nuestro país tiene el peor desempeño de PBI per cápita en la región de los últimos treinta y cinco años. Repitámoslo: la Argentina es el país con peor performance de generación de riqueza desde 1998 a la fecha. De acuerdo con los datos del Banco Mundial, entre 1998 y 2018 el PBI per cápita en dólares (de 2017) de Argentina creció +14%, la mitad que en Brasil (+27%); cuatro veces menos que en Colombia (+55%); Uruguay (+56%) y Chile (+65%), y siete veces menos que en Perú (+101%). Este comportamiento relativo de Argentina se agrava aún más cuando acortamos el período de análisis, lo cual muestra que tanto el problema como sus consecuencias se agravan año tras año. En 2012/2018 el PBI per cápita de Argentina cayó -8%, más que en Brasil (-5%), que es el otro país (dejando fuera a Venezuela) que tuvo performance negativa también. Del otro lado, el PBI per cápita de Chile (+13%); Colombia (+16%); Uruguay (+17%) y Perú (+23%) aumentó en el mismo período.

Si la Argentina es el país que tiene la mayor inflación de la región, no puede sorprender que tenga la peor performance en materia de crecimiento económico. Por lo tanto, tampoco puede sorprender que termine siendo el país con peor desempeño en materia de evolución de la pobreza y la indigencia.

Lo que no siempre se entiende (y con esto, poco a poco, vamos a aproximarnos al nefasto papel del BCRA) es que la inflación siempre, y en todo lugar, es un fenómeno monetario. La inflación es la pérdida sostenida del poder adquisitivo del dinero: con la misma cantidad de unidades monetarias cada vez compramos menos bienes y servicios. Y dado que en una economía monetaria todas las transacciones económicas se sostienen sobre el dinero —consumimos, ahorramos e invertimos en dinero—, la inflación termina trasladándose a todos los rincones del sistema económico y del individuo, ya que el ser humano es un ser económico.

Bien: ¿cómo se determina el poder adquisitivo del dinero? A partir del juego entre oferta monetaria y demanda. Si la oferta monetaria crece más que la demanda de dinero, hay inflación, porque el poder adquisitivo del dinero cae. Si la demanda de dinero crece más que la oferta, el poder adquisitivo del dinero aumenta y en consecuencia hay deflación. Si tanto la demanda como la oferta de dinero crecen al mismo ritmo, no hay ni deflación ni inflación.

En este contexto, es muy importante considerar que el dinero es un bien instrumental. No tiene valor (subjetivo) en sí. Por sí mismo, no sirve para satisfacer ninguna necesidad; solo lo demandamos para adquirir (a través de intercambios indirectos) los bienes y servicios que sí satisfacen nuestras necesidades. Así pues, el valor subjetivo del dinero es igual a la utilidad anticipada de aquellos bienes que se espera comprar con él. O sea, el dinero solo sirve como medio de intercambio. ¿Y cuando el dinero actúa como reserva de valor? Entonces decimos que es un medio general de intercambio en términos intertemporales; es decir, un instrumento para adquirir bienes o servicios en el futuro.

¿Qué implica esto? Que la demanda de dinero está necesariamente atada a la demanda de bienes y servicios, ya sea en el presente (medio general de intercambio), como en el futuro (reserva de valor). A mayor (menor) demanda de bienes y servicios, más (menos) demanda de dinero. Dado que, salvo desvíos coyunturales —que serán limpiados por el mecanismo del sistema de precios— la oferta y la demanda de bienes y servicios tenderán a equilibrarse, la demanda de dinero se encuentra atada a la esfera real de la economía. Más producción es más nivel de actividad económica, mayor generación de riqueza y en consecuencia, mayor demanda de dinero. Si crece la actividad, crece la demanda de dinero; si la actividad cae, la demanda de dinero también. La demanda de dinero tenderá a crecer en línea con la producción y la economía (3).

Por lo tanto, si la provisión de dinero crece al mismo ritmo al cual crece la economía, no hay ni inflación ni deflación. Si crece a un ritmo un poco más suave que la producción y la demanda de dinero, hay una suave deflación. Si crece permanentemente por encima del nivel de actividad, la inflación es sostenida. Si esta práctica se sostiene en forma permanente, la tasa de crecimiento de la economía y la demanda de dinero terminarán siendo negativamente afectadas, con lo cual la inflación sería creciente aún con un ritmo constante de expansión de la oferta monetaria. Hay un escenario peor: si en este marco de caída de la economía real y de la demanda de dinero la expansión monetaria se acelera, la inflación crece más y más, ya que el desequilibrio monetario es cada vez mayor.

Ahora que sabemos cuánto hay en juego en la provisión de dinero, la pregunta es evidente: ¿quién se ocupa de esa delicadísima tarea? ¿Qué criterios emplea? ¿Cómo está construido el sistema monetario? Todas estas variables establecerán el ritmo de expansión de la oferta total de dinero y esto, a partir de su relación con la demanda de dinero, determinará su poder adquisitivo y su variación.

b) El dinero Fiat

Quien se ocupa de proveer dinero es el Banco Central, que, en contubernio con los burócratas del Estado y la casta política, se vale de este poder para perpetrar una estafa monumental, que los financia a tiempo que expolia a los ciudadanos comunes. Pero no siempre fue así. El dinero es un invento privado. Más adelante en este libro desarrollaremos este punto; por ahora, baste señalar que el dinero surgió espontáneamente como resultado de la acción humana, es decir, en un proceso histórico y dinámico en el cual, a partir de un proceso de prueba y error, millones de personas a través de los siglos terminaron eligiendo el oro y (en menor medida) la plata como dinero. ¿Por qué? Porque eran los bienes más demandados.

Si todavía usáramos oro y plata como dinero, su poder adquisitivo no dejaría de aumentar. La producción total de oro crece históricamente al +1,8%/+3,0% anual, por lo que (descontando su uso industrial) la oferta de dinero oro crecería alrededor del +1%/+2% anual. Con los aumentos de productividad y de la economía real existentes, el poder adquisitivo del dinero no dejaría de aumentar, y el nivel general de precios caería secularmente al -1%/-2% anual, con lo cual la retribución de todos los factores de producción aumentaría en términos reales, mejorando su poder adquisitivo y bienestar.

Pero el mundo actual ya no cuenta ni con dinero mercancía ni con dinero provisto en libertad. Es decir, el dinero ya no es más el oro espontáneamente elegido por el público. Al mismo tiempo, el público no puede acceder al dinero que elegiría espontáneamente. El dinero ya no es privado, sino que es provisto coercitivamente y en forma monopolística por el Estado. La moneda tampoco es dinero mercancía: ya no hay respaldo de ningún tipo, mucho menos metálico. Hay un sistema monetario, bancario y financiero que domina al 99.5% de los países y se encuentra montado sobre dinero Fiat y a partir de un sistema de reserva fraccionaria.

¿Qué significa dinero Fiat? Que su uso es impuesto por decreto; es decir, del curso legal y obligatorio, o sea, de una imposición ejercida a partir de la violencia física del Estado. El dólar, el euro, el yen, la libra, el real, el sol peruano, el peso y todas las monedas son dinero Fiat; es decir que los agentes económicos no las eligen, los Estados los obligan por ley a usarlas. ¿Cómo? ¿Por qué? Porque esos Estados, al tiempo que imponen por la fuerza sus monedas Fiat, prohíben a los agentes privados hacer transacciones comerciales, económicas y ahorrar en oro y plata. Esta prohibición tiene por objetivos eliminar la competencia para sus monedas Fiat y asegurar que la casta política, al mando de la única fuente de creación de dinero, pueda obtener su renta monopolística excepcional, que no es otra que el señoreaje y el impuesto inflacionario.

Un breve repaso de nuestro sistema bancario:

El Banco Central de la República Argentina tiene el monopolio exclusivo de la emisión de papel moneda

Los bancos privados operan con un sistema de encajes fraccionarios, esto es, solo disponen de una parte del dinero que los ciudadanos o las empresas depositan y utilizan el resto para ofrecer préstamos.

El Banco Central opera como prestamista de última instancia, es decir, en caso de peligrar un banco privado (por ejemplo, porque todos los depositantes retiran su dinero al mismo tiempo), el primero puede rescatarlo mediante la inyección de dinero.

Cuando se emite dinero nuevo, su efecto inflacionario no es inmediato; esto permite a quien primero accede a él (es decir, al mismo Banco Central) comprar dinero fuerte (por lo general dólares) al precio que existía antes de la emisión.

El encaje fraccionario es una prebenda que el Estado y sus burócratas le otorgan a los banqueros comerciales, que no son otra cosa que sus socios inmorales y sus cómplices solidarios. Algún lector desprevenido puede pensar que estamos exagerando. Para desgracia de todos nosotros, no es así.

Algunas preguntas y respuestas para visualizar este fenómeno en toda su dimensión. El Estado les otorga a los banqueros una prebenda para que ellos también puedan crear dinero de la nada. ¿Por qué una prebenda? Porque el Estado permite que los banqueros puedan permanecer al margen de la ley, violando nuestra propiedad privada. Los burócratas del Estado permiten que los banqueros hagan negocios y ganen dinero con nuestra plata y sin nuestro consentimiento; y como si fuera poco, libres de riesgo. ¿Por qué con nuestra plata y sin consentimiento? Porque el Estado permite que los banqueros ganen dinero prestando el que les dejamos en guarda, es decir, avasallando nuestra propiedad. Hay que tener bien claro que los depósitos a la vista no son préstamos que les hacemos a los bancos, ya que no hay ninguna transferencia intertemporal del bien y, al mismo tiempo, tenemos disponibilidad permanente de nuestro dinero. En consecuencia, ese dinero debería estar encajado permanentemente al cien por ciento. Cualquier otro encaje menor e intermediación financiera emergente de dicha reserva parcial, no es otra cosa que una violación a la propiedad privada y un delito. Los banqueros ganan dinero espuriamente con nuestro dinero. ¿Por qué libres de riesgo? Porque el Estado, a través del Banco Central, actúa de prestamista de última instancia, asegurando que los banqueros no solo nunca vayan a perder dinero, sino impulsándolos a crear más y más depósitos, con el objeto de que den el mayor crédito posible. No se penaliza el crédito otorgado en forma irresponsable, todo lo contrario: se lo incentiva, asegurando evitar quiebras y socializar pérdidas. O sea, el Estado, el Banco Central y sus burócratas potencian al máximo el negocio bancario, lo cual demuestra que son socios y cómplices. ¿Por qué socios y cómplices? Porque el Estado y sus burócratas permiten a los banqueros hacer negocios y ganar dinero espuriamente violando nuestra propiedad privada solo a cambio de un porcentaje participativo en las ganancias. Parte del crédito espuriamente creado a partir de avanzar sobre nuestra propiedad privada en forma de depósitos dejados en guarda debe volver al sector público en forma de financiamiento de gasto público y/o cualquier delirio fiscal de la casta política.

c) Una estafa monumental

El Estado, el BCRA, sus burócratas y los banqueros son socios inmorales y cómplices inmorales, porque ambos ganan dinero a partir del mismo negocio, que no solo es espurio, sino que es a expensas de terceros. Es espurio porque consiste en falsificar dinero: inventarlo de la nada misma. Es a expensas de terceros, porque el retorno de negocio surge a partir de estafar a los privados. El Estado y el BCRA, a partir de la creación primaria (base monetaria) y los banqueros por medio de la creación secundaria (multiplicador monetario del dinero), ganan dinero con el señoreaje y por medio del impuesto inflacionario que cobran al sector privado. Burócratas y banqueros crean dinero de la nada y luego lo gastan, lo cual le otorga tanto al gobierno como a la industria bancaria un poder descomunal.

El Estado y los burócratas tienen este descomunal poder en base al monopolio de la fuerza, de la ley y del castigo del Estado. Los bancos, que son empresas privadas, obtienen este beneficio gracias a un extraordinario privilegio concedido por el Estado: la licencia para crear dinero a través de los sistemas Fiat y de reserva fraccionaria con los que operan. Del otro lado, los agentes privados indefensos. Es un juego de suma cero. Unos pocos ganan a expensas de muchos. Políticos, burócratas y banqueros estafan a los productores privados.

La emisión de este dinero mágico, sin respaldo, es una estafa como pocas. Por tres razones: primero, el gobernante falsifica dinero para cobrar impuesto inflacionario, que es el peor impuesto de todos, porque no se puede evadir, lo cual lo convierte en el instrumento más perfecto para que el gobernante expolie la propiedad privada de sus gobernados. Segundo, porque falsificando dinero el gobernante perjudica en mayor medida a los pobres. Tercero, y más grave de todo, la falsificación de dinero distribuye ingresos desde los gobernados hacia el gobierno.

El nuevo dinero fraudulento no tiene función social: solo es ventajoso para unos a expensas de otros. Ganan los que llegan temprano al dinero, pierden los que llegan tarde. ¿Quién llega primero? El burócrata del Estado llega primero al dinero recién emitido. Esto multiplica instantáneamente la cantidad de dinero físico, pero los precios suben un poco más tarde. Los gobiernos inyectan el nuevo dinero fraudulento para pagar sus gastos cuando los precios todavía no han subido, lo cual implica un beneficio neto en favor de los burócratas. Poco después, dado que hay más dinero y es fraudulento porque no tiene respaldo, su poder adquisitivo comienza a deteriorarse. Cada vez se necesita más dinero para adquirir la misma cantidad de bienes y servicios. Los agentes económicos privados, que recibimos el nuevo dinero fraudulento más tarde y cuando los precios ya subieron, perdemos. Claramente, los políticos son los grandes beneficiados por la emisión de dinero fraudulento, mientras que los agentes económicos privados somos los grandes perjudicados.

Si la emisión de dinero fuera fuente de prosperidad real, todos nos dedicaríamos a fabricarlo y todas las monedas serían aceptadas. Pero este mundo de fantasía no existe. La emisión de dinero fraudulento solo trae inflación. Si la falsificación proviniera solo de una banda de rufianes, su daño macroeconómico sería nulo. Pero la falsificación proviene del gobierno, que tiene el monopolio de la emisión. Por eso el daño es incalculable. Esta falsificación es legal y no tiene castigo. El gobierno tiene incentivos para emitir cada vez más. Así, la inflación está condenada a subir. El público se saca de encima el dinero cada vez más rápido, intentando gastarlo antes que pierda su poder adquisitivo, lo cual potencia la inflación.

d) ¿Cómo justifican la estafa?

En la Argentina (y en otras partes del mundo) existe todo un andamiaje educativo tendiente no solo a ocultar toda la realidad que explicamos más arriba, sino también a adoctrinar en el sentido contrario. La educación pública, ya sea de gestión estatal o de gestión privada, busca inculcarnos que la moneda debe ser cien por ciento estatal y monopólica. Se nos adoctrina en la religión del Estado desde pequeños, enseñándonos que los políticos gobiernan para el bienestar general, y que el dinero es algo demasiado importante para ser dejado en manos de los privados. Se nos enseña que el dinero solo puede ser estatal y monopólico porque es soberanía.

Sostener que el dinero estatal y monopólico hace a la soberanía es una de las mentiras más inmorales que escuchamos desde pequeños. Ese dinero es funcional a un Estado más grande y a un negocio mayor para la política y sus burócratas, lo cual implica mayor impuesto inflacionario, más violación a la propiedad privada, menos ahorro, inversión, acumulación de capital, crecimiento y prosperidad. En suma: menos soberanía. Todo lo contrario de lo que nos enseñaron. La soberanía no pasa por tener la cara de San Martín en los billetes, sino por una economía que crece, que ofrece prosperidad y libertad.

También nos mienten cuando nos enseñan que si el dinero no fuera estatal habría menos crédito, subiría la tasa de interés y por ende bajaría la tasa de crecimiento. De acuerdo con este mito, evitar que el BCRA y los bancos creen dinero de la nada hará subir la tasa y lesionará el crecimiento. Pero es una ficción que ante la escasez de ahorro genuino se pueda inventar crédito expandiendo artificialmente la oferta y bajando la tasa. La inversión nunca puede ser mayor que el ahorro voluntario de la sociedad. El ahorro y la inversión siempre terminan siendo idénticos. La inversión está obligada a converger en la cantidad de ahorro genuino que haya, mucho o poco. Cuando los bancos inventan crédito y financian inversión por encima del ahorro existente, los empresarios tienden a invertir mal, en proyectos desproporcionados que tarde o temprano son liquidados, obligando a la inversión a converger en los niveles de ahorro genuino y voluntario que hayan en el sistema.

e) Desarmando el mito

¿Se entiende ya que es mentira que el sistema de encaje fraccionario impulse la inversión y el crecimiento? También es falso que el crédito desaparecería en un sistema monetario en el cual todo el dinero estuviera respaldado al cien por ciento, tanto la base monetaria como los depósitos a la vista. Al contrario, seguiría habiendo crédito, pero esos fondos estarían previamente ahorrados en forma voluntaria por otros agentes económicos; no serían ficticios. Al estar previamente ahorrado, el crédito garantizaría que se mantuvieran coordinadas la oferta y la demanda de bienes presentes y futuros en el mercado, evitando los profundos desajustes que el actual sistema bancario produce y que, en última instancia, generan los booms artificiales, los procesos inflacionarios y las posteriores crisis y recesiones económicas recurrentes.

Bajo un sistema monetario sin dinero Fiat y con encajes del 100% se seguiría prestando aquello que se ahorre, pero con la gran diferencia de que lo ahorrado tendería a invertirse de manera proporcionada y correcta. Y si bajo ese sistema hubiese proyectos de inversión o empresariales con dificultades para financiarse, ello demostraría que el sistema goza de salud y genera anticuerpos. Serían esos mismos proyectos que bajo el sistema actual encuentran financiamiento, pero están condenados a quebrar y ser liquidados. Un sistema sin dinero FIAT y con encajes del 100% tiende a bloquear a tiempo los proyectos no rentables.

En cuanto al tipo de interés, también es mentira que si se deja de lado el actual sistema la tasa de interés subirá. ¿Por qué? Porque el tipo de interés depende de las valoraciones subjetivas de preferencia temporal de los agentes económicos, que no tendrían por qué verse alteradas por el hecho de pasar a un sistema monetario, bancario y financiero como el que propongo. Llamémosla, para mayor comodidad, la reforma Giacomini-Milei. Por el contrario, en un sistema como el propuesto por esta reforma, el tipo de interés tiende a ser siempre bajo.

De acuerdo con los lineamientos de la escuela austríaca, la tasa de interés cuenta con tres componentes básicos: i) tasa de preferencia social intertemporal; ii) inflación o deflación esperada; iii) riesgo relativo al negocio y si se quiere, se podría agregar un cuarto; iv) beneficio empresarial puro. Claramente, ninguno de estos componentes es afectado hacia la suba por el establecimiento de un sistema de encaje del 100%. De nuevo: es falso que nuestra propuesta incremente la tasa de interés.

Al contrario: en el caso de Argentina, en particular, la reforma Giacomini-Milei conduciría a una baja de la tasa de interés. ¿Por qué? Porque al quitarle financiamiento al estado, obliga a una disminución de su tamaño y a la consecuente desaparición del déficit fiscal. Menor Estado y desaparición del déficit fiscal significan más ahorro, lo cual implica una baja de la tasa de preferencia social intertemporal y reduce el primer componente de la tasa de interés. Paralelamente, con nuestra reforma el poder adquisitivo del dinero no solo dejaría de caer, sino que incluso podría aumentar, con lo cual el segundo componente de la tasa de interés también se reduciría. Este segundo componente del tipo de interés podría pasar a cero o incluso negativo, con lo cual la tasa de interés estaría cayendo no solo por su primer componente, sino por su segundo también. Es más: pasado el tiempo, y tras un período sin recesiones económicas, el tercer componente de la tasa de interés (riesgo del negocio) también tendería a reducirse.

Por lo tanto, podemos concluir que, en lo que se refiere al tipo de interés, no existe base teórica alguna para suponer que sería más elevado que en la actualidad. Al contrario, existen poderosos argumentos para considerar que tanto en términos reales como en términos nominales, la reforma Giacomini-Milei bajaría los tipos de interés de mercado. En consecuencia, con esta reforma habría más ahorro, menor tasa de interés, más inversión, mayor formación y acumulación de capital y en consecuencia, mayor crecimiento del PBI, más prosperidad individual y más progreso en la Argentina.

f) Una propuesta para terminar con el monopolio estatal en la creación de moneda

El adoctrinamiento mentiroso en la religión del Estado, que empodera a la política y sus burócratas, no termina aquí. También se nos enseña que solo con una moneda monopolísticamente provista por el Estado, la cantidad de dinero puede crecer al ritmo que la economía necesita. Mentira en varios niveles: para empezar, no hay una cantidad óptima de dinero, y por ende, tampoco una tasa de crecimiento óptima de la cantidad de dinero. Más adelante, con buena teoría, explicaremos por qué. En realidad, toda masa monetaria es utilizada en toda su extensión; la única diferencia es que el nivel general de precios variará para cada volumen diferente de cantidad de dinero.

Más grave aún es afirmar que solo el Estado tiene la capacidad de hacer crecer la cantidad de dinero al ritmo que la economía necesita: esta es una mentira destinada a ocultar el negocio de los políticos, burócratas y banqueros asociados. Se origina en el hecho de que los agentes económicos parecen no concebir un entorno distinto que la realidad inflacionaria actual, y piensan que no es posible el desarrollo económico sin cierta tasa de expansión crediticia e inflación; y también es falso. No solo es falso sino inmoral, porque la expansión crediticia y la inflación son las fuentes del negocio que tanto los banqueros como los políticos hacen a expensas de nosotros.

La reforma Giacomini-Milei, al proveer la moneda en libertad y dejar que —en línea con el Teorema de la Regresión Monetaria de von Mises— los agentes económicos elijan espontáneamente el dinero, cambia por completo el paradigma. Si eligieran el dólar como moneda, esto aseguraría un permanente crecimiento de la demanda de dinero. Dado que nuestra reforma monetaria, bancaria y financiera iría acompañada con reformas estructurales y con un achicamiento del Estado, se produciría una remonetización de la economía por repatriación de dólares y aumento del ahorro genuino. Esto provocaría una expansión de la oferta y la demanda de dinero, con lo cual la estabilidad de su poder adquisitivo estaría garantizado. La economía crecería vigorosamente. Más adelante en el tiempo, y dado que el dólar es un bien escaso, podría aparecer un aumento del poder adquisitivo del dinero, porque la producción de bienes y servicios crecería a un ritmo superior a la cantidad del mismo. El nivel general de precios podría disminuir, bajando la cantidad de dinero que se necesitaría para comprar bienes y servicios. La retribución de todos los factores aumentaría en términos reales, lo cual sería positivo para incentivar el crecimiento económico estable. En definitiva, esta reforma no traería ningún problema en cuanto a la cantidad de dinero y su impacto sobre el crecimiento económico. Todo lo contrario, nuestra reforma propulsaría la estabilidad del mercado monetario, con un poder adquisitivo del dinero fuertemente estable, que hasta podría transformarse en una suave deflación, que propulsaría un crecimiento económicos estable y sostenido con bajas tasas de interés.

Dado que nuestra propuesta apunta a desarmar la asociación inmoral entre políticos, burócratas y banqueros, dirán que esta propuesta atenta contra el negocio bancario. Sería otra mentira para proteger sus privilegios de casta. No es cierto que los bancos perderían su principal negocio y fuente de ingresos. Lo que perderían es el señoreaje, el impuesto inflacionario y la posibilidad de crear dinero y crédito sin respaldo de ahorro genuino. Esto impediría que se sobreexpanda la oferta monetaria total, generando ciclos de auge y depresión.

Los bancos seguirían teniendo activas todas sus unidades de negocio. Por un lado, seguirían contando con su banca de depósitos a la vista (con un coeficiente del 100%), por lo cual podrían cobrar un

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