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Contrainsurgencia e intervencionismo Estadounidense en América Latina.: Las guerras contra el comunismo, el terrorismo y las drogas.
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Libro electrónico222 páginas2 horas

Contrainsurgencia e intervencionismo Estadounidense en América Latina.: Las guerras contra el comunismo, el terrorismo y las drogas.

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La contrainsurgencia, los golpes militares y el intervencionismo Estadounidense implementados en en América Latina por ese país, al menos desde principios del siglo pasado. Tienen gran relevancia explicativa para comprender sus actuales correlatos expresados en la Guerra Contra las Drogas en Latinoamérica y en Oriente Medio la “Guerra contra el Te
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 ene 2022
ISBN9786078535842
Contrainsurgencia e intervencionismo Estadounidense en América Latina.: Las guerras contra el comunismo, el terrorismo y las drogas.
Autor

Ramón César González Ortiz

Ramón César González Ortiz, es licenciado en Sociología y Maestro en Estudios Políticos por la UNAM. Actualmente está realizando el Doctorado en Ciencias Sociales, impartido por la UAM-Xochimilco.

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    Contrainsurgencia e intervencionismo Estadounidense en América Latina. - Ramón César González Ortiz

    Capítulo I.

    Fundamentos iniciales del intervencionismo estadounidense.

    Aunque nuestros intereses actuales nos obligan a mantenernos dentro de nuestras propias fronteras no podemos evitar dirigir la mirada hacia un futuro lejano en el que nos multiplicaremos más allá de esas fronteras y nos extenderemos por la totalidad del norte del continente, o incluso por el sur, y nos convertiremos en un pueblo que hablara una misma lengua, se regirá por las mismas formas de gobierno y respetará las mismas leyes.

    Tomas Jefferson.

    Los Estados Unidos en 1820, atenderán como prioridad de su política exterior, el problema de la tierra y de su ocupación hacia el sur. Partiendo de una necesidad especulativa y financiera, además de ser el resultado de una herencia colonial respecto a la preocupación por la posesión de tierras, ya que, la posesión de la misma significaba el Impérium.

    Hechos a los que se le sumaran el avance comercial de las potencias europeas en Latinoamérica, como Gran Bretaña, y poco después, Alemania y Francia. Quienes operaron en el vacío dejado por la retirada de España e inician así dichas potencias, el período de transición entre viejo y nuevo imperialismo.

    Ante lo cual, los Estados Unidos intentarán a partir de la Doctrina Monroe en 1823, reservar a América Latina como su campo de acción. Máxime cuando, desde tiempo atrás, Rusia estaba interesada por la costa noroeste del continente americano.

    En contra parte, distintos países europeos responderían firmando tratados comerciales y de navegación, así como reconocerían a las nacientes naciones americanas. En el caso alemán, desde que Alejandro de Humboldt publicara su Ensayo político sobre Nueva España a principios del siglo XIX, en Alemania era común hablar de la riqueza de México e intentarían obtener grandes ganancias a partir de invertir en los sectores de minería y comercio [1].

    Afanes europeos, ante los que Estados Unidos respondería interviniendo en la vida nacional de las recién nacidas naciones de América, mediante la intriga política y demás medios.

    Dentro de tal entramado, las acciones del ministro estadounidense Poinsett, en México, tendrían dos momentos: una propiamente política y diplomática, referente a tratados, fronteras, construcción de vías de comunicación entre los dos países y otras caracterizada por el intervencionismo en la vida interna de nuestro país, con la intensión de contrarrestar las posiciones de ingleses y franceses.

    Así, aparecerían como instrumentos del intervencionismo político estadounidense en nuestro país, la organización de grupos liberales y la masonería, la división de las fuerzas dentro de las cámaras, así como la intromisión en los asuntos de la sucesión presidencial. Hechos que llevarían finalmente a la expulsión de Poinsett de México, quien sería sustituido por Antonio Butler.

    Y Butler, al estar relacionado con el grupo terrateniente estadounidense, emprendería de manera violenta el tema de los límites fronterizos pendientes con nuestro país. Al respecto, el periódico El Sol, señalaría que, el coronel Butler había sido comisionado para negociar con nuestro gobierno la cesión de la Provincia de Texas, mediante una suma de cinco millones de pesos [2]. Y bajo la misma tesitura, Butler propondría que se gestionara en los Estados Unidos un préstamo para México, que tuviera como garantía el territorio.

    Además de que, Butler, tal como Poinsett, para lograr sus fines recurriría a toda suerte de artilugios, reclamando peleas de marineros, insultos a la bandera de su país, barcos detenidos, contrabando de mercancías, falsificación de moneda, faltas de respeto a funcionarios y demás.

    Y dentro del mismo ideario, para 1840, con la intención de anexionarse Texas, se pondría en marcha la idea del «Destino Manifiesto», que sería mucho más funcional en materia política que el monroísmo. Y que sería formulada por el editor neoyorquino John O’ Sullivan, en 1845 [3], indicando en dicho manifiesto que, los Estados Unidos eran el país escogido para ser la Nueva Israel.

    Motivos por los que, se le confiaba a los EE.UU, la misión histórica de salvar al mundo cristiano, la civilización occidental y la democracia, y en ese mismo año, 1845, el Congreso aceptó a Texas como el vigésimo octavo estado de la Unión.

    Y más toda vía, el presidente Polk, acorde con tal lógica, esgrimirá la teoría del Destino Manifiesto para reivindicar las zonas ribereñas del Pacífico, asegurando que los Estados Unidos tenían derecho a todo el territorio, de Oregón hasta la latitud de 54o40’ a California, así como a enviar a sus colonos por Panamá.

    Situación que estuvo a punto de producir una guerra con Inglaterra, pero que se evitó cuando los norteamericanos se avinieron a negociar la frontera en los 49° de latitud N., ratificada el 15 de julio de 1846. Mientras que respecto a la cuestión de Panamá, se resolvió mediante el Tratado Bidlac con Nueva Granada, el derecho de tránsito por Panamá a los norteamericanos, para ir a California.

    Y en cuanto a la anexión de California, se intentó negociarla mediante compra, enviando 10 de noviembre de 1845, Polk, a México al plenipotenciario John Slldell, para ofrecer cinco millones por Nuevo México y «lo que hiciera falta».

    Negociación ante la cual nuevamente se niega el gobierno mexicano, y los norteamericanos, por su parte, se dispusieron a conquistarlo por las armas. De manera que, el 13 de enero de 1846, el presidente norteamericano ordenó al general Taylor, cruzar el río Nueces y ocupar la margen izquierda del Río Grande.

    Finalmente, para mayo, el Congreso declararía la guerra a México y, tras el conflicto, México reconocería la pérdida definitiva de Texas, Nuevo México y Alta California. Mismos que formarían posteriormente los estados de California, Utah, Nevada, Nuevo México, Arizona, Colorado y Wyoming.

    Avasalladora victoria sobre México que daría nuevos bríos a la política del Destino Manifiesto, de forma que, para 1848, los Estados Unidos volverían a ofrecer la compra de Cuba a Madrid e incluso sostendrían conversaciones de alto nivel para anexionarse Irlanda y Sicilia [4].

    Transición del imperio terrestre al imperio marítimo y comercial.

    Alzad los ojos para contemplar el futuro del comercio, e inspirados en la idea de que sois norteamericanos y tenéis que llevar la libertad y la justicia y los principios de la humanidad allá donde vayáis, salid a vender productos que conviertan el mundo en un lugar más cómodo y feliz, y convertid a la gente a los principios de Norteamérica.

    Woodrow Wilson.

    Una vez terminada la conquista del oeste y al sur, EE.UU, se convertiría en una potencia industrial y comercial de primer orden, siendo que, la anexión de los territorios mexicanos daría un gran impulso industrial a ese país, dado que, el capitalismo norteamericano encontraría en los territorios que fueron de México, fuentes vastas para su producción.

    Dando origen a una producción amplia y sostenida, con capacidad de exportación, primero, de materias primas, y posteriormente de artículos industriales, que en conjunto darían forma al proceso monopolista [5].

    Situación que se vería plenamente después de la guerra de Secesión, cuando se da la reconstrucción radical del Sur, así como después de 1867, cuando lograron otro objetivo fundamental del monroísmo, la compra de Alaska a los rusos, por siete millones doscientos mil dólares.

    Con tales bases, durante la presidencia de Andrew Johnson, tras el asesinato de Lincoln, el Secretario de Estado Willlam Henry Seward impulsaría el remodelaje de la teoría del Destino Manifiesto, para ajustarla a un expansionismo de tipo económico, que diera salida a la producción industrial del país, con el menor número de agresiones directas.

    Así, se intentaron canalizar los capitales hacia los mercados naturales (Cuba, México y Santo Domingo), respaldados por la diplomacia y la armada estadounidenses. No obstante que, en Santo Domingo fracasaron las negociaciones para comprar una base naval [6].

    Dentro de esa lógica, en 1898, en Washington se convoca a la primera conferencia internacional de los estados americanos. Y durante dicha conferencia, los autoproclamados americanos, intentarán imponer un tribunal de arbitraje permanente para solucionar los conflictos regionales, así como proponen a los países de América Latina disminuir sus tarifas exteriores y crear una unión arancelaria que les garantizará a los productos estadounidenses un vasto mercado cautivo.

    No obstante, los países más ligados a Europa, particularmente Argentina, opondrán resistencia a tales propuestas, haciendo fracasar dichas tentativas comerciales norteamericanas [7].

    Aun así, se continuara desde 1890, con la profundización de los proyectos estadounidenses, al amparo del pensamiento de AlfredT Mahan, oficial de la marina y Rector del Colegio Naval de Guerra, que defendió la tesis según la cual el destino de los Estados Unidos era convertirse en potencia naval para sustituir a Inglaterra como metrópoli colonial. Y para lo cual era necesario reforzar la marina de guerra, así como conseguir bases navales que actuaran como claves auxiliares.

    Para tal efecto, se incrementó la construcción de buques de guerra, lo cual llevaría a que, la marina norteamericana, que era la sexta del mundo en 1890, se convirtiera en la cuarta una década después, así como se buscaron bases navales con verdadero frenesí.

    Para ello, Estados Unidos avanzaría bastante en sus ambiciones tras la ocupación de Hawái, zona de la cual el presidente Mckinley había sentenciado «nosotros necesitamos Hawai tanto o mucho más que necesitábamos California; es el Destino Manifiesto».

    Política que sería la misma que guiaría el conflicto con España para conseguir enclaves en Cuba y Puerto Rico. Pero presentándose la guerra con Cuba [8], primero como una necesidad moral del pueblo norteamericano por mediar en un conflicto sangriento entre España y su colonia, y luego claramente como una necesidad defensiva de los intereses monroístas norteamericanos[9] .

    Al respecto, Mckinley, en su famoso discurso del 11 de abril de 1898, señaló que la intervención en Cuba era necesaria, tanto para preservar la paz en la isla, como para defender los intereses norteamericanos, de manera que: «en nombre de la Humanidad, en nombre de la civilización, en defensa de los intereses amenazados de los Estados Unidos, los cuales nos dan el derecho y nos imponen el deber de hablar y de proceder, la guerra debe cesar en Cuba».

    Aún más, con Cuba se procedió de igual forma que con México, cuando se le culpo de tozudez porque no reconocía la independencia texana, y, por consiguiente, porque no facilitaba la anexión de Texas a los Estados Unidos. Y de forma similar, se indicó que en la isla existía una mala administración, de funcionarios poco escrupulosos, así como se habló sobre una preocupación respecto al régimen político, hasta llegar al hecho de intentar conmover al mundo respecto al hecho inhumano de la esclavitud [10].

    Hechos que llevarían finalmente a que, el 20 de abril, el Congreso aprobará una resolución en la cual declaraba abiertamente que otro de los objetivos de la intervención estadounidense -ya se hablaba de tal- era la independencia de Cuba. Y el mismo día se daría el ultimátum a España, que derivaría en la guerra.

    Finalmente, las tropas norteamericanas, sólo se retirarían de la isla a cambio de la aceptación de la Enmienda Platt, misma que preveía en su artículo III que: "El gobierno de Cuba consiente en que Estados Unidos ejerza el derecho de intervenir para preservar la independencia de Cuba, mantener un gobierno capaz de garantizar el respeto de las vidas, de los bienes, de las libertades y de las obligaciones internacionales [11].

    Eventos que se repetirían con la llegada de Woodrow Wilson a la presidencia, al invadirse Nicaragua en 1912, Haití en 1915, Santo Domingo en 1916 y República Dominicana de 1916 a 1924, entre otras invasiones. Así como Wilson llevaría a los EE.UU a la Primera Guerra Mundial [12].

    Así las cosas, después de la expansión naval, el mayor detonante para la expansión comercial estadounidense sería la llegada de la depresión de 1929. Siendo que esta demostraría que, si bien la industria norteamericana se encontraba aun relativamente aislada del comercio mundial – la agricultura y la ganadería en menor medida -, los depósitos estadounidenses no se encontraban separados de los mercados financieros internacionales.

    De suerte que, ante la crisis, los EE.UU responden revocando la Ley Smoot-Hawley [13], rebajan de manera selectiva los aranceles y sitúan al frente de la política exterior a Cordell Hull, ferviente ideólogo del libre comercio [14].

    Libre comercio que, desde 1943, a medida que se vislumbraba la victoria, adquiere un tono político más acentuado en los Estados Unidos. Pero que avanzara al igual que en Inglaterra, con la preocupación por la propagación de movimientos de resistencia en Europa, Francia, Bélgica, Italia, Yugoslavia y Grecia, liderados por distintas corrientes de izquierda.

    Y a las que se le sumaran en la primavera de 1944, el despliegue del Ejército Rojo por Europa del Este. Pero siendo éste último movimiento el de mayor preocupación para los EE.UU, puesto que, ante la Unión Soviética no se enfrentaban simplemente a una forma de capitalismo distinta, sino a la negación misma del capitalismo.

    Situación de la cual siempre habían estado consientes dirigentes estadounidenses como Wilson, quien intenta acabar con el bolchevismo enviando una expedición para ayudar al Movimiento Blanco en 1919.

    De suerte que, para contrarrestar el avance del Ejército Rojo, las ideas de Roosevelt, así como los ataques a Pearl Harbor, gestan una oleada de indignación patriótica que marcaran una ruptura histórica en el ámbito de la política exterior norteamericana.

    Debido a que, hasta el momento había existido una tensión en el seno del expansionismo estadounidense, ante la convicción del separatismo hemisférico y la exigencia del intervencionismo redentor. Pero las condiciones ocurridas hasta 1943, permitirán se puedan fundir los dos nacionalismos estadounidenses: el aislacionista y el intervencionista, hasta dar origen en sentido estricto al imperialismo estadounidense [15].

    El imperialismo Estadounidense y el discurso de la guerra contra el comunismo.

    Con la llegada a la Casa Blanca de F.D. Roosevelt, en 1933, los EE.UU. adoptaran la política de la buena vecindad, que tendría como fin neutralizar el antiamericanismo y poder contar con aliados seguros en caso de necesidad, en cuanto la guerra estallara en Europa.

    A causa de que, hasta antes de las dos guerras mundiales, las naciones de América del Sur, padecían poco la influencia estadounidense. Ya que se mantenían vinculadas a Gran Bretaña respecto a las finanzas y el comercio, y con Francia o Alemania sobre el armamento y los problemas militares. Todo con la intención de diversificar lo suficiente a sus socios exteriores y lejanos, para no ser avasallados.

    Y para modificar dicha situación, la Primera Guerra Mundial coadyuvaría a los intereses norteamericanos, puesto que, ésta les permitió aumentar su influencia sobre sus vecinos meridionales, mucho más allá del Canal de Panamá e imponer a las naciones del continente la entrada a la guerra contra las potencias del Eje. Así como desencadenar un verdadero bloqueo económico contra los Estados más recalcitrantes, entre los que se encontraban Argentina.

    Dentro de la misma lógica, cabe señalar también que, en nombre de la lucha contra el nazismo, y en nombre de

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