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Go Home!. Intervenciones de la CIA y los marines en America Latina
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Libro electrónico172 páginas2 horas

Go Home!. Intervenciones de la CIA y los marines en America Latina

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Desde su independencia, los Estados Unidos han demostrado una permanente vocación expansionista. Esta gran nación estableció desde sus inicios, una política de ocupaciones y anexiones territoriales, que unas veces tuvieron el respaldo legal de una compra, y otras, una amenaza para la seguridad de sus propias fronteras. En estas páginas se traza un recorrido por esta política expansionista, y desnuda una línea de pensamiento y acción que ya lleva siglos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 ene 2013
ISBN9781939048417
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    Go Home!. Intervenciones de la CIA y los marines en America Latina - Fabian Berestein

    Introducción

    "La mayor amenaza a nuestra democracia

    no viene de aquellos que abiertamente

    se oponen a nosotros, sino de aquellos

    que lo hacen en silencio, junto a nosotros."

    Thomas Paine

    Los Estados Unidos de América han heredado una tradición expansionista que nació prácticamente con su historia. Tras su independencia de Inglaterra (1776), liberada del mercantilismo británico y gracias a la estabilidad política lograda, la nación comenzó un camino de expansión territorial y comercial que no se detendría. Desde el Atlántico dio inicio a un proceso de incorporación de tierras, primero con la cesión de Luisiana (1803) y Florida (1819) por parte de Francia y España respectivamente y siguiendo luego con el avance hacia el centro y el océano Pacífico.

    Simultáneamente, con la extensión de las fronteras internas a partir de la conquista del Oeste y de la guerra con México (1848), que le permitió sumar una enorme masa territorial, siguió con su crecimiento continuo y exhibió un importante despliegue económico en América Latina y el Pacífico.

    A lo largo del siglo XIX y a medida que crecía en riqueza y poderío, se fue desprendiendo de la influencia europea, augurando convertirse en una nación rival de los principales centros de desarrollo. En América, esa posición le permitió transformarse en el eje alrededor del cual girarían tanto la política como la economía del resto de las repúblicas que integraban el continente, compitiendo al principio con Inglaterra como centro industrial capitalista, y luego desplazándola.

    El sustento ideológico que justificaría tal expansión ya estaba latente desde comienzos de aquel siglo. En efecto, la llamada Doctrina Monroe, sintetizada en la frase América para los americanos y presentada en el año 1823 por el presidente James Monroe, contenía el germen del futuro intervencionismo en América Latina.

    Su proclamación, si bien fue tomada inicialmente con reservas por el Congreso de los Estados Unidos, luego lo colmó de entusiasmo y representó un momento decisivo en la política externa del país. El texto estaba dirigido a las potencias europeas y principalmente a Inglaterra. En él se le sugería (advertía) cesar los intentos de intervención en América. Además, el texto se presentaba como una defensa de los países sudamericanos en el marco de sus respectivos procesos de independencia.

    Con el tiempo, los propósitos originales expuestos por la doctrina Monroe fueron cambiando. Y la presión de los intereses económicos la fue conduciendo a una paulatina reformulación.

    El antecedente de mayor peso para ello fue la teoría del Destino manifiesto (1845), según la cual:

    .. el cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno.

    Con estos argumentos, Estados Unidos justificó entonces las anexiones de Texas, California, Nuevo México, Arizona, entre otras concretadas en el siglo XIX. Y culminando la centuria, libró una bochornosa guerra contra España, a la que le arrebataría Cuba y luego Puerto Rico.

    Así se llegó al siglo XX. Desde Washington se proclamaría el derecho a intervenir en América Latina, atribución que continuaría inspirando a lo largo del nuevo siglo la política exterior norteamericana hacia la región que, en su conjunto, siempre fue considerada su patio trasero.

    Por otra parte, la relación económica de Estados Unidos con el subcontinente coincidió con un proceso político y económico que durante los últimos dos decenios del siglo XIX se fue pronunciando: el capitalismo ingresaba exultante en su etapa superior, el imperialismo.

    La necesidad de invertir el capital acumulado en las condiciones más ventajosas llevó a los países desarrollados industrialmente a buscar nuevos territorios donde colocarlo. La gran empresa nacional de ese tiempo pasó a ser la penetración política y económica de los territorios por desarrollar. En este marco, los Estados Unidos de América, gracias a sus conquistas económicas, pasaron a formar parte del grupo de los nuevos estados imperiales. No obstante, a diferencia de los países europeos que se dirigieron a África y Asia en busca de destino para sus excedentes financieros, la joven república lo hizo en el mismo continente americano, al sur de sus fronteras.

    Cuando en su mensaje de 1904 el presidente Roosevelt dio carta blanca a la intervención de su país en América Latina, la doctrina Monroe en su versión original se convirtió en un eufemismo. La alusión a americanos (incluso en el habla popular) tendría a partir de entonces un único destinatario: los americanos del norte.

    En esa alocución, el mandatario expresó en los siguientes términos lo que después fue conocido como Corolario Roosevelt a la Doctrina Monroe:

    ...si un país americano situado bajo la influencia de los EE.UU. amenaza o pone en peligro los derechos o propiedades de ciudadanos o empresas estadounidenses, el gobierno de EE.UU. está obligado a intervenir en los asuntos internos del país desquiciado para reordenarlo, restableciendo los derechos y el patrimonio de su ciudadanía y sus empresas.

    Este documento no sólo completaba explícitamente la Doctrina Monroe sino que además se convertiría en el sustento teórico en nombre del cual se justificarían la sucesión de intervenciones posteriores producidas en el transcurso del siglo XX, y que incluso llegan hasta la actualidad. Las recurrentes crisis políticas en las repúblicas latinoamericanas fueron a menudo aprovechadas para intervenir, con el fin de restaurar el orden y salvar la democracia. En otros casos en que no hubo crisis, éstas fueron inventadas para facilitar la intervención.

    El intervencionismo ha sido y continúa siendo la filosofía que marca la política externa de los Estados Unidos. Se ha presentado de distintas maneras, que van desde la presencia militar directa a la presión tanto económica como diplomática. Se trata de un amplio abanico que incluye, además, acciones indirectas tales como las operaciones encubiertas, los sabotajes, asesinatos de líderes políticos, patrocinio de ejércitos mercenarios y contrarrevolucionarios, etc.

    Muchas de esas acciones subterráneas han contado especialmente en el último medio siglo con la colaboración de los servicios de Inteligencia, en particular la CIA (Agencia Central de Inteligencia), cuya oscura intromisión en países de América Latina ha incidido políticamente al punto de derribar gobiernos populares, adversos a los intereses norteamericanos o simplemente, decididos a defender los suyos genuinos, instalando en su reemplazo regímenes títeres. Décadas después, y sólo en algunos casos, su espíritu democrático se permitió hacer un anacrónico mea culpa. Pero esas declaraciones, si llegan, lo hacen tarde y mal, y sólo sirven de coartada para una supuesta transparencia.

    Recorriendo las páginas de este libro, el lector encontrará ejemplos paradigmáticos de injerencia norteamericana en América Latina ya sea en forma directa, mediante el desembarco de los marines, o a través de operaciones encubiertas ejecutadas por la CIA. Pero sea de una u otra forma, en todas ellas se destaca la presencia de un hilo conductor: la defensa de los propios intereses por encima de toda otra cuestión.

    Para ello, el imperio ha apelado a distintas justificaciones. La lucha contra el comunismo, la defensa de los valores democráticos y la lucha contra la droga han operado casi siempre como los pilares de su retórica.

    En la actualidad, tras los atentados a las Torres Gemelas en septiembre de 2001, el terrorismo internacional ha logrado desplazar como argumento a las otras consignas de su sitial de privilegio. Los Estados Unidos han operado frente a América Latina como exportadores de su cultura, constituyéndose en estado hegemónico por excelencia. Mudando su forma de intervención han logrado mantener inalterables sus fines. La era del gran garrote, la diplomacia del dólar, la política del buen vecino y en la actualidad la implementación de programas como el plan Colombia y el plan Puebla- Panamá, son ejemplos de los distintos rostros políticos que ha asumido su injerencia. Con mayor o menor cuota de agresividad, todos ellos expresan la vigencia de la reformulada Doctrina Monroe, aunque hoy se observan ciertos indicios de su debilitamiento, muy alentadores por cierto.

    Cuando hubo resistencia a aceptar su esquema de dominación, a través del cual América Latina se ha visto condenada a una dependencia crónica, la misma se saldó de distintas formas. El golpe de Estado auspiciado desde Washington contra el gobierno chileno del socialista Salvador Allende, en 1973, es un ejemplo de cómo funcionó la Doctrina de la Seguridad Continental. El surgimiento del general Pinochet fue la respuesta de Estados Unidos ante un Chile que, haciendo gala de su soberanía, había tomado la decisión de nacionalizar el cobre, amenazando de esta forma los desmedidos intereses estadounidenses.

    No es obviamente el único caso, y en la brevedad de esta obra, que consideramos meramente introductoria, citaremos sólo algunos pero reveladores ejemplos de esa conducta intervencionista, arbitraria e invasora. Por otra parte, y adelantándonos a un mote que por reiterado es posible que se adjudique también a este texto, toda reacción o voz en pos de justicia, de no intervención, de respeto de las convenciones internacionales cuando son unilateralmente violadas, han sido sistemáticamente tildadas de anti-norteamericanas. Nada tiene que ver la nación que dio ejemplos tempranos de una lucha anticolonial, que acuñó leyes y principios que en su momento significaron una avanzada y un modelo para otras nacientes naciones, con una práctica que deshonra el sueño de sus héroes fundadores. La dicotomía entre lo asentado en el papel y lo llevado al acto, entre los principios republicanos originales y la vocación (y el ejercicio) imperialista posterior, es la verdadera causa de toda legítima y justa reacción.

    De la larga serie de intervenciones norteamericanas que se dieron en el transcurso del siglo XX, se describirán en los distintos capítulos aquellas que resultaron ser paradigmáticas tanto por la forma como por sus resultados. Se ha elegido para ello un criterio ordenador, cronológico, como manera de presentación de esos episodios, a la vez que esto ha permitido mostrar la sofisticación creciente de los mismos. Cada capítulo estará destinado al análisis de una situación intervencionista particular.

    La presencia de los marines como fuerza de ocupación, inti- midatoria y agresiva, fue uno de los recursos a los que echó mano la Casa Blanca para concretar sus objetivos. Para sintetizar muy gráficamente el espíritu que primó en estas fuerzas especiales, encargadas de llevar adelante las intervenciones armadas en América Latina, basta con recordar las palabras de un ex comandante de los marines, el mayor general Smedley M. Butler, durante una declaración pronunciada en el Congreso de Estados Unidos (1935). En aquella oportunidad y a modo de balance personal por su participación en invasiones a México, Cuba, Nicaragua, República Dominicana y Honduras, dijo el militar:

    "He servido durante treinta años y cuatro meses en una de las unidades más combativas de las fuerzas armadas norteamericanas: la infantería de marina. Tengo el sentimiento de haber actuado durante todo ese tiempo de bandido altamente calificado al servicio de los grandes negocios de Wall Street y sus banqueros. En una palabra, he sido un rackeeter al servicio del capitalismo. [...] Fui premiado con honores, medallas y ascensos. Pero cuando miro hacia atrás considero que podría haber dado algunas sugerencias a

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