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Historia latinoamericana: 1700-2020: sociedades, culturas, procesos políticos y económicos
Historia latinoamericana: 1700-2020: sociedades, culturas, procesos políticos y económicos
Historia latinoamericana: 1700-2020: sociedades, culturas, procesos políticos y económicos
Libro electrónico1248 páginas12 horas

Historia latinoamericana: 1700-2020: sociedades, culturas, procesos políticos y económicos

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Presenta un panorama de la historia y las problemáticas comunes de los países de la región, con su debate historiográfico.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 ago 2020
ISBN9789878321646
Historia latinoamericana: 1700-2020: sociedades, culturas, procesos políticos y económicos
Autor

Marisa Gallego

Marisa Gallego es Historiadora e Investigadora graduada en la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Es docente en la carrera de Derechos Humanos de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo. Actualmente realiza una investigación en el Archivo de la Comisión Provincial de la Memoria referida a las luchas obreras llevadas a cabo a partir del golpe de estado del 24 de marzo y la resistencia a lo largo del período 1976-1983. Participó de la investigación realizada para la obra colectiva Grandes protagonistas de la Historia Argentina, dirigida por Félix Luna para la Editorial Planeta. Es autora de Eric Hobsbawm y la historia crítica del siglo XX, y coautora de Luchar siempre. Las marchas de la Resistencia 1981-2001; y de diversos libros de texto para el nivel medio de educación publicados por Maipue.

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    Historia latinoamericana - Marisa Gallego

    Historia latinoamericana

    1700-2020

    Sociedades, culturas, procesos políticos y económicos

    Teresa Eggers-Brass

    Marisa Gallego

    Fernanda Gil Lozano

    Historia latinoamericana 1700-2020. Sociedades, culturas, procesos políticos y económicos

    Teresa Eggers-Brass, Marisa Gallego, Fernanda Gil Lozano

    ISBN: 978-987-8321-64-6

    Arte de tapa: Armando Damián Dilon

    Colaboradores: Rodolfo González Lebrero (América Latina en la crisis de 1930), Loretta Brass (Historia del arte latinoamericano), María Alicia Vaccarini (Historia de la literatura latinoamericana)

    Diseño de tapa y diagramación: DisegnoBrass / Mariana Cravenna

    © Editorial Maipue, 2020

    Tel/Fax: 54 (011) 4624-9370 / 4458-0259 / 4623-6226

    Zufriategui 1153 (1714) – Ituzaingó

    Pcia. de Buenos Aires – República Argentina

    Contacto: promocion@maipue.com.ar / ventas@maipue.com.ar

    www.maipue.com.ar

    Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723.

    Libro de edición argentina.

    No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por otro cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el consentimiento previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

    Índice

    Palabras preliminares

    Capítulo 1. El mundo colonial iberoamericano hacia el 1700

    Acerca del nombre

    ¿Por qué Latinoamérica?

    Los indios

    América del siglo XVI al XVIII: la situación colonial

    Colonialismo y neocolonialismo

    El pacto colonial

    España y sus colonias

    Consecuencias de la conquista en América

    La minería colonial

    El comercio entre España y sus colonias

    La rivalidad colonial entre las distintas potencias

    La piratería y el contrabando

    El tráfico humano

    Los portugueses en América

    Las colonias europeas en América del Norte

    Conflictos entre España y Portugal

    El rol de las misiones jesuíticas

    Las expresiones culturales en la época de la colonia

    Una mirada a la complejidad literaria de América Latina

    La literatura colonial

    La pintura

    La arquitectura

    La música en la colonia

    Selección de textos y documentos

    Capítulo 2. Las independencias latinoamericanas

    España y el oro americano

    Industria y colonias

    La Reforma colonial

    Las sublevaciones americanas

    La rebelión andina de Túpac Amaru y Katari

    La Revolución Francesa y su impacto en América Latina

    Las guerras napoleónicas

    La revolución negra en Haití

    Los jacobinos negros

    La independencia de Haití

    Planes británicos en Hispanoamérica

    El bloqueo continental

    La Gran Reunión Americana

    Las invasiones inglesas al Río de la Plata

    La invasión napoleónica a España y Portugal

    El movimiento juntista americano

    La difícil situación económica en el Río de la Plata hacia 1809

    El proyecto carlotista

    La ruptura del lazo colonial

    Las revoluciones americanas

    Artigas y la lucha en la Banda Oriental

    El proyecto de Artigas

    La segunda etapa de las luchas por la independencia (1816-1824)

    Bolívar y San Martín en la lucha por la independencia americana

    México

    La independencia brasileña

    El arte en las primeras décadas del siglo XIX

    La literatura en el período de las independencias latinoamericanas

    Selección de textos y documentos

    Capítulo 3. Los primeros años de las naciones latinoamericanas

    El intento de unión hispanoamericana de Bolívar: el Congreso de Panamá

    La organización de los nuevos Estados latinoamericanos

    Inestabilidad institucional y caudillismos

    La situación de México

    Rosas, la Confederación Argentina y los países vecinos

    El Imperio en Brasil

    Guerras interamericanas

    La primera guerra brasileña y la independencia del Uruguay

    La guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay

    La guerra del salitre o del Pacífico

    La literatura romántica. Primera época

    Hacia una expresión propia latinoamericana

    Las transformaciones en el arte

    Selección de textos y documentos

    Capítulo 4. La nueva dependencia latinoamericana: las relaciones con Gran Bretaña y Estados Unidos

    La política norteamericana hacia América Latina

    La doctrina Monroe

    El destino manifiesto

    La guerra norteamericana con México

    Fin de la trata y abolición de la esclavitud en América Latina

    El fin de la esclavitud en el Imperio de Brasil

    Un nuevo comercio de hombres

    California, inmigración y xenofobia

    La abolición de la esclavitud en los Estados Unidos

    La segregación racial: un modelo norteamericano

    Cuba, última colonia española en América

    La lucha por la independencia en Cuba

    Un caso de neocolonialismo: Puerto Rico

    Selección de textos y documentos

    Capítulo 5. América Latina en la segunda mitad del siglo XIX

    La inserción de Latinoamérica en la división internacional del trabajo

    La economía-mundo capitalista

    Las inversiones extranjeras

    Diferentes economías exportadoras de materias primas

    La estructura agraria en América Latina: latifundio-minifundio

    Características de la modernización de América Latina

    Las reformas liberales y la privatización de las tierras

    México: las reformas liberales de Benito Juárez

    Un príncipe europeo en México

    Perú: el ciclo del guano

    Argentina, un enclave británico: La Forestal

    La inmigración masiva transatlántica

    El Estado oligárquico en América Latina

    El Estado oligárquico en Chile

    El Estado oligárquico liberal en Perú

    Brasil: la República Vieja

    Porfirio Díaz en México

    La modernización política: las primeras democracias

    Coexistencias literarias: la gauchesca, segunda generación romántica, premodernismo

    Segunda generación romántica

    El criollismo

    Los premodernistas

    La pintura latinoamericana

    La música

    Selección de textos y documentos

    Capítulo 6. La Revolución Mexicana

    Introducción

    La caída del régimen porfirista

    La revolución constitucionalista

    Emiliano Zapata en Morelos

    Pancho Villa y la División del Norte

    La intervención norteamericana

    El conflicto petrolero y la Primera Guerra Mundial

    El significado de la revolución mexicana

    Un debate historiográfico

    Las artes en la Revolución Mexicana

    La literatura mexicana a partir de la Revolución

    Selección de textos y documentos

    Capítulo 7. Centroamérica y el Caribe bajo la política del garrote (1900-1930)

    Introducción

    La irrupción norteamericana en el Caribe

    El protectorado en Cuba

    El imperialismo y la diplomacia del garrote

    La diplomacia del dólar

    Centroamérica: el imperio bananero

    El Canal de Panamá

    La devolución del Canal

    Intervención norteamericana en Nicaragua

    La resistencia de Sandino

    La ocupación norteamericana de Haití

    La era Roosevelt: Buenos vecinos

    El pensamiento antiimperialista en Latinoamérica

    El primer antiimperialismo de José Martí

    La Doctrina Drago

    El antiimperialismo de Sandino

    El APRA

    La literatura en este período

    El modernismo y la búsqueda de un tono americano en la expresión

    El modernismo en Brasil

    La novela en Latinoamérica

    Selección de textos y documentos

    Capítulo 8. Crisis y surgimiento de populismos en América Latina (1930-1945)

    América Latina en la crisis del 30

    La crisis

    Las transformaciones sociales

    Las transformaciones en las estructuras políticas

    Del Estado liberal al interventor

    El populismo en América Latina

    Conceptos y características de los populismos

    México: el gobierno de Cárdenas

    Brasil: Los gobiernos de Vargas

    Golpe de Estado de 1930: primera presidencia de Vargas

    La segunda presidencia de Vargas

    El Estado Novo

    El golpe contra Vargas

    La última presidencia de Vargas

    Argentina: los primeros gobiernos de Perón

    Resultados del régimen oligárquico de la década infame

    El papel de Perón dentro del golpe nacionalista de 1943

    El proyecto económico de Perón

    La crisis

    Literatura. Crisis y surgimiento de una nueva novela

    Ruptura con la tradición

    Tres poetas de América: Vallejo, Huidobro, Neruda

    Pintura latinoamericana

    Selección de textos y documentos

    Capítulo 9. Las dictaduras patriarcales en América Latina

    Algunas características generales

    Juan Vicente Gómez: el tirano por excelencia

    El panorama previo a su gobierno

    Evolución de la economía venezolana

    Algunas características de la dictadura gomecista

    Los Somoza en Nicaragua (1934-1979)

    Anastasio Tacho Somoza

    La Matanza en El Salvador bajo la dictadura cafetalera (1932)

    Rafael Leónidas Trujillo (1930-1961)

    República Dominicana: la injerencia extranjera

    La dictadura de Trujillo

    El régimen de François Duvalier en Haití (1957-1971)

    Duvalier y el apoyo de Estados Unidos

    Paraguay: la más prolongada dictadura latinoamericana

    Breve panorama de la historia paraguaya

    La Guerra del Chaco (1932-1935)

    Causas

    El territorio y los hombres

    La guerra y sus consecuencias

    Hacia el gobierno de Stroessner

    El stronato

    Oposición y represión bajo Stroessner

    La economía bajo la dictadura

    Los Archivos del Horror

    Selección de textos y documentos

    Capítulo 10. Estados Unidos y América Latina durante la posguerra y la Guerra Fría (1945-1960)

    El impacto de la Segunda Guerra Mundial en América Latina

    La Conferencia de Río de Janeiro

    El orden de posguerra

    La guerra fría: las dos superpotencias

    Latinoamérica en la posguerra

    Las economías latinoamericanas en las décadas de 1950 y 1960

    La revolución guatemalteca

    La intervención de Estados Unidos en Guatemala

    La revolución nacionalista en Bolivia

    La Rosca minera

    La posguerra

    La revolución

    Puerto Rico, una colonia norteamericana

    La nueva novela latinoamericana, su nacimiento a partir de la década del cuarenta

    Selección de textos y documentos

    Capítulo 11. La revolución cubana

    Introducción

    La insurrección

    Las medidas sociales y económicas

    El Che en el Ministerio de Industrias

    El bloqueo norteamericano

    Agresión militar

    La Alianza para el Progreso y la expulsión de Cuba de la OEA

    La crisis de los misiles

    El socialismo en Cuba

    El internacionalismo

    Cuba y la posguerra fría

    Las artes en Cuba

    Letras de Cuba

    Desencuentros

    Selección de textos y documentos

    Capítulo 12. Las luchas sociales en América Latina

    Las décadas de 1960 y 1970

    La teoría de la dependencia

    La Teología de la Liberación

    Las transformaciones de la Iglesia católica

    La crisis de la Iglesia

    Innovación y rebelión en el Tercer Mundo

    El surgimiento de movimientos guerrilleros en América Latina

    La guerrilla en Colombia

    Bolivia: la guerrilla del Che

    El MIR chileno

    Argentina y Uruguay: las guerrillas urbanas

    La guerrilla peronista

    La guerrilla guevarista

    Los Tupamaros uruguayos

    Brasil

    Perú: la movilización campesina y las guerrillas rurales

    El nacionalismo revolucionario del general Juan Velasco Alvarado

    Las medidas adoptadas por Velasco Alvarado

    La experiencia socialista en Chile (1970-1973)

    La evolución política chilena previa al socialismo

    El gobierno de Salvador Allende

    El programa de la Unidad Popular

    El primer año de gobierno

    La agudización de los conflictos

    Hacia el golpe militar

    Los movimientos guerrilleros en Centroamérica

    Guatemala

    Nicaragua: La revolución sandinista

    Reagan y los sandinistas

    La lucha en El Salvador

    La literatura durante las décadas de 1960 y 1970: el realismo mágico, el boom Latinoamericano y el neobarroco

    Cine y sociedad

    Pintura

    Selección de textos y documentos

    Capítulo 13. Las dictaduras de la Doctrina de la Seguridad Nacional en América Latina

    Introducción

    La Doctrina de la Seguridad Nacional

    La influencia de la Escuela Francesa en las nuevas dictaduras

    La coordinación entre dictaduras. La Operación Cóndor o Plan Cóndor

    La dictadura militar en Brasil

    Las dictaduras militares en Bolivia

    El golpe del general Augusto Pinochet en Chile (1973-1989)

    El modelo económico de Pinochet

    El fin de la democracia en Uruguay

    La dictadura en Argentina 1976-1983: el Proceso de Reorganización Nacional

    La situación hacia 1976

    El golpe de Estado de 1976

    El modelo económico

    Continúa el PRN

    Los desaparecidos

    La transición a la democracia

    Literatura y dictaduras en América Latina

    Artistas en tiempo de las dictaduras

    Artes plásticas y performance

    Música

    Cine

    Selección de textos y documentos

    Capítulo 14. Límites de las nuevas democracias

    Las renacientes democracias y sus dificultades

    El final de una dura época

    Los procesos de democratización

    ¿Gobiernos democráticos o de transición a la democracia?

    Las democracias de baja intensidad

    El caso peruano: marchas y contramarchas en la democracia

    Estados Unidos y la guerra de baja intensidad

    en América Latina

    La búsqueda de la verdad sobre los crímenes cometidos

    por los regímenes militares

    Era conservadora y neoliberalismo económico

    El crecimiento de la deuda externa

    Desindustrialización y nueva industrialización

    Los planes de ayuda al Tercer Mundo y el Consenso de Washington

    Bloques de integración regional hacia fines del siglo XX

    El Pacto Andino / Comunidad Andina

    El Mercosur

    El NAFTA o TLCAN

    El ALCA: un pacto neocolonial

    América Latina en el contexto de la globalización

    Venezuela: surgimiento de la revolución bolivariana

    América Latina y la resistencia global

    La literatura a fines del siglo XX y comienzos del XXI

    Selección de textos y documentos

    Capítulo 15. Movimientos sociales y campesinos en América Latina

    Introducción

    México: la revolución zapatista

    Las comunidades zapatistas de Chiapas

    Bolivia

    El movimiento aymara

    La lucha de los cocaleros

    El levantamiento popular y la caída del presidente

    Brasil: el Movimiento de los Sin Tierra

    Características

    El movimiento piquetero en Argentina

    El movimiento de empresas recuperadas

    Los pueblos originarios, hoy

    Chile: la resistencia mapuche

    Problemáticas persistentes de las comunidades amerindias

    Acciones emprendidas por las comunidades originarias

    Selección de textos y documentos

    Capítulo 16. La desigual lucha de los progresismos latinoamericanos contra el neocolonialismo

    Introducción

    Estados Unidos y el nuevo orden imperial

    Colombia en la estrategia global de Estados Unidos

    Proceso de paz entre el estado colombiano y las FARC

    Los gobiernos progresistas

    Hugo Chávez: la revolución bolivariana en Venezuela

    La estrategia petrolera de Chávez

    La Constitución bolivariana

    La política exterior de Chávez

    Chávez, pese a la oposición

    Bolivia

    Presidencia de Evo Morales

    Los gobiernos populares en Brasil

    Argentina y el redistribucionismo

    El kirchnerismo

    Ecuador

    Chile, un modelo persistente y la resistencia social

    El estallido social (2019)

    México

    Uruguay

    Perú

    Golpes mediáticos y lawfare para retornar al liberalismo

    Honduras

    Paraguay

    El golpe de Estado en Bolivia

    Breve panorama del retorno del neoliberalismo

    Pandemia y crisis

    Bloques de integración regional a principios del siglo XXI

    El rechazo al ALCA en la Cumbre de Mar del Plata, 2005

    ALBA

    El Mercosur

    La Unasur

    Prosur

    CELAC

    Alianza del Pacífico

    Selección de textos y documentos

    Bibliografía

    Palabras preliminares

    Todo está guardado en la memoria, / sueño de la vida y de la historia.

    Todo está cargado en la memoria, / arma de la vida y de la historia.

    León Gieco, La memoria.

    La memoria es sobre todo, dicen nuestros más primeros, una poderosa vacuna contra la muerte y alimento indispensable para la vida. Por eso, quien cuida y guarda la memoria, guarda y cuida la vida; y quien no tiene memoria está muerto.

    Subcomandante Marcos, La memoria, una poderosa vacuna contra la muerte, 24/3/2001.

    Cuando pensamos en Latinoamérica, pensamos en un presente con dificultades y en un futuro incierto, pero también somos conscientes de que hablamos de una identidad latinoamericana no siempre arraigada entre las distintas poblaciones de la región. Vivimos en un continente en el que –aunque tiene un pasado en común y problemáticas compartidas– los Estados y las clases dirigentes durante largos períodos han privilegiado en las relaciones internacionales, más los intereses vinculados con los de las metrópolis, que los de las naciones hermanas entre sí.

    En la década de 1960 y 1970 emergieron expectativas de cambio e ideas de transformación social, pero estas experiencias de resistencia pasaron bajo las topadoras de las dictaduras, las intervenciones extranjeras solapadas y abiertas, y la implantación de un neoliberalismo que, como hicieron en Cartago los romanos, destruyó lo anterior y regó la región con sal por las dudas para que la idea de la liberación y de la unión latinoamericana no volviera a crecer. Pese a las políticas de exterminio con las que crecieron el individualismo y el no te metas, surgieron nuevos movimientos sociales y voluntades en América Latina, que buscaron enfrentar a la globalización neoliberal neocolonial con una región unida.

    Nos propusimos en este libro contribuir a fortalecer la idea de un desarrollo común para nuestros pueblos. Por eso partimos en el primer capítulo con la reflexión del concepto de Latinoamérica. Qué somos es nuestra primera pregunta.

    Presentamos un relato de los procesos latinoamericanos y una reflexión sobre los mismos, aunque privilegiando la visión de conjunto. Proponemos una periodización de la historia del continente y el planteo de varios ejes temáticos que permitan ilustrar los acontecimientos más importantes desde el siglo XVIII al siglo XXI, e incluimos una breve crónica de estos. Introducimos algunos debates historiográficos, distintos aportes de las ciencias sociales y expresiones del pensamiento latinoamericano que contribuyan a interpretar la historia de la región. Entre ellos, la polémica entre los historiadores acerca del modo de producción colonial, punto de partida clave para dilucidar y entender el carácter dependiente de las sociedades latinoamericanas. Dependencia que comenzó con la sujeción como colonias de las antiguas metrópolis europeas; luego, en el siglo XIX, tras el proceso de emancipación, continuó cuando esta región del mundo pasó cada vez más a ser una zona reservada a la influencia mercantil británica; y que continúa, por último, con la hegemonía de Estados Unidos, aun hoy potencia regional.

    En esta historia no encontrará el lector un tono neutro o desapasionado: todos los historiadores asumen una posición, y es bueno que esta se haga clara. En este tema, retomamos conceptos e ideas que hasta hace poco (por lo menos en Argentina) habían sido desplazados del ámbito académico y que la propia historia de nuestra disciplina ha vuelto a recuperar; por ejemplo, los términos neocolonialismo, imperialismo, periferia y dependencia, que caracterizan y dan cuenta de la situación de América Latina en el contexto mundial. Destacamos además las expresiones originales de la cultura y de las ideas en nuestro continente: la teoría de la dependencia, el desarrollismo, la Teología de la Liberación, y el pensamiento latinoamericanista en sus distintas vertientes bolivariana, martiniana, indoamericana de Víctor Raúl Haya de la Torre, socialista de José Carlos Mariátegui, guevarista, o zapatista.

    Al ofrecer una síntesis de los procesos históricos latinoamericanos no pretendemos eludir los contenidos ni la reflexión, ni convertir el relato en una sumatoria de nombres y acontecimientos; nuestro propósito es que el libro sirva de consulta, de referencia, y que remita al lector a otros autores y textos posibles.

    Hemos seleccionado procesos políticos representativos de algunos países para ilustrar cada uno de los períodos de la Historia Latinoamericana: la etapa colonial, el proceso independentista, el período oligárquico, las dictaduras patriarcales, los populismos, las luchas sociales de las décadas de 1960 y 1970, las organizaciones guerrilleras, las dictaduras de la doctrina de la seguridad nacional, los nuevos movimientos campesinos y las democracias actuales. Y, dentro de estas experiencias, nos interesa destacar las tradiciones de lucha en Latinoamérica: privilegiamos el campo de la historia social y del papel de las clases subalternas como sujetos de esta historia. Sin hacer una historia de héroes, reconocemos la importancia que han tenido importantes líderes populares en nuestro continente, desde el levantamiento indígena en el Perú colonial y la rebelión de los esclavos negros en Haití hasta las dos grandes revoluciones latinoamericanas del siglo XX, la Mexicana de 1910 y la Cubana de 1959: Túpac Amaru, Túpac Katari, Toussaint L’Ouverture, Simón Bolívar, San Martín, Juana Azurduy, José Martí, Augusto César Sandino, Emiliano Zapata, Fidel Castro, Ernesto Che Guevara, Camilo Torres, el Subcomandante Marcos…

    En las distintas etapas de la historia latinoamericana, destacamos las diversas expresiones artísticas y literarias y cerramos cada capítulo con reproducción de documentos y textos de autores sobre las problemáticas tratadas.

    Las autoras.

    Ilustración de Felipe Guamán Poma de Ayala

    Capítulo 1

    El mundo colonial iberoamericano hacia el 1700

    Capítulo 1

    El mundo colonial iberoamericano hacia el 1700

    Acerca del nombre

    ¿Por qué Latinoamérica?

    El conjunto de las naciones que se localizan al sur de los Estados Unidos constituyen una realidad cultural: son latinas por contraste con la América anglosajona, la conquistada y colonizada desde el siglo XVII por los ingleses.

    Denominadas habitualmente bajo el concepto de Hispanoamérica, Iberoamérica o Latinoamérica, resulta problemático considerarlas como parte de una unidad homogénea cuando lo que predomina es la diversidad. A partir de las independencias, los países latinoamericanos no fortalecieron una conciencia unitaria ni las relaciones económicas entre sí. Por el contrario, durante el siglo XIX, orientaron más aún sus economías hacia nuevas metrópolis: fundamentalmente hacia Gran Bretaña en los casos de Argentina, Brasil, y los países del Pacífico, como Perú, mientras que Centroamérica y México profundizaron sus relaciones comerciales y financieras con los Estados Unidos.

    Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Chile, Perú, Ecuador, México, Cuba, Venezuela, Colombia, Nicaragua, Panamá, Costa Rica y otros países centroamericanos son subproductos del colonialismo español, con las diferencias que la dominación impuso a las poblaciones originarias. En ese sentido somos Hispanoamérica: este término intentó revalorizar los lazos con España, su cultura y la religión católica.

    Si englobamos en este conjunto a la región colonizada por Portugal, nos referimos a Iberoamérica, ya que tanto España como Portugal integran la Península Ibérica. Su período colonial, que duró tres siglos y en algunas regiones se prolongó durante 400 años (como en los casos de Cuba y Puerto Rico, únicos territorios bajo soberanía española a lo largo del siglo XIX), significó para las economías y las sociedades americanas una herencia común: el legado colonial. Este legado, en la etapa independiente, se tradujo en continuidades y debilidades estructurales: la segunda servidumbre indígena en Bolivia, México, Perú; la esclavitud durante el siglo XIX en Brasil, Cuba y Puerto Rico, y el racismo institucionalizado.

    Cuando hablamos en términos estrictamente geográficos, teniendo en cuenta los angostamientos del continente americano (el istmo de Tehuantepec, que une América del Norte con América Central, y el istmo de Panamá, que conecta América Central con América del Sur), todos los países al sur de este último constituyen Sudamérica. Pero esta división caprichosa determina que México es un país norteamericano (solo en una pequeña porción es centroamericano), y desconoce sus lazos culturales e históricos con las naciones del sur.

    En cuanto a las características étnicas de la población americana, el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro establece distintas categorías: los pueblos testimonio, los pueblos nuevos y los pueblos trasplantados. El primer caso lo constituyen las naciones cuya mayoritaria población indígena es descendiente de las grandes civilizaciones originarias que sufrieron el impacto de la conquista y fueron incorporadas al orden colonial.

    En el segundo, los pobladores en su mayoría son los resultantes de la imposición de economías de plantación; difieren de la población originalmente conquistada y de los conquistadores por la presencia y el mestizaje, de africanos, europeos, indoamericanos y asiáticos. Finalmente, los pueblos trasplantados son aquéllos que recibieron el mayor caudal inmigratorio de Europa y tienen una fuerte herencia cultural europea.¹

    Sin embargo, en las sociedades latinoamericanas, ya se trate de pueblos nuevos o trasplantados, las comunidades originarias representan la matriz cultural del continente, y también en los pueblos testimonio y trasplantados hay mucho de pueblos nuevos, por ejemplo, en la Argentina el gaucho es descendiente mestizo de criollos, indios² y también de negros.

    Si tomamos en cuenta la pluralidad de pueblos indígenas que habitan en nuestro continente, descendientes directos de sus primeros habitantes, formamos parte de Indoamérica. Este concepto fue propuesto por el dirigente indigenista peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, para vincular con orgullo los ancestros continentales con los presentes en Latinoamérica e integrar a las civilizaciones originarias al árbol genealógico de la nación (como en México, Perú y Bolivia).³

    En la misma línea, el concepto de Afroamérica reconoce la importante influencia africana como uno de los componentes fundamentales de los pueblos latinoamericanos. En general se analiza solo su protagonismo cultural en la música, en la danza o en las formas religiosas, pero en realidad abarca un legado mucho más amplio y poco estudiado.

    Desde Europa, el investigador francés Alain Rouquié denomina estos territorios como Extremo Occidente, con la misma mirada eurocéntrica que designa Extremo Oriente a las civilizaciones del Este asiático. Sin embargo, no puede considerarse al continente un mero apéndice de Europa o de los Estados Unidos: América Latina ha conformado una entidad histórica, con características e identidad de los pueblos que la integran.

    Para el continente entero, antes de la efectiva ocupación, Europa impuso el nombre de América. La Corona española había preferido mantener en secreto los viajes de exploración a lo que creía eran las Indias (en el continente asiático), pero el territorio se conoció por las descripciones de Américo Vespucio. Este cosmógrafo y navegante italiano dio cuenta que se trataba de un continente diferente a los tres ya conocidos por los europeos.

    En una de sus cartas Vespucio lo bautizó como Nuevo Mundo, convirtiéndose en el primero en señalarlo como un territorio desconocido interpuesto entre de Europa y Asia.

    El cartógrafo alemán Martín Waldseemüller publica el primer planisferio en el que incluye el nuevo continente llamándolo América en homenaje a Vespucio. Y de ahí recogió esa designación el famoso cartógrafo flamenco Gerardus Mercator: en su mapa del mundo editado en 1538, incluye estas tierras a las que también denomina América. En la misma época, los europeos las designaban igualmente como Indias Occidentales, en oposición a las Indias Orientales situadas en Asia.

    Más allá de las diferencias, en todos los casos se reconoce una identidad común (social, histórica, cultural, geográfica, idiomática) a los países que se encuentran al sur de los Estados Unidos y es abundante la bibliografía que analiza las características de las naciones que integramos América Latina. El término latina se refiere a la lengua que dio la matriz a los idiomas de los países conquistadores España y Portugal: el latín (aunque también es latino el francés que se habla en zonas de Canadá, que obviamente no pertenece a América Latina). Sin embargo, la denominación América Latina es cuestionada por quienes consideran que las disparidades entre los países que la integran parecen ser más relevantes que las características que los unen.

    Así como un estado se construye desde la conciencia de sus ciudadanos de pertenencia a una nación y la voluntad concreta de robustecer las instituciones que la sostienen, lo mismo sucede con la aceptación de América Latina como entidad histórica. Las características e identidad cultural de los pueblos que la integran avalan esta unidad, que la diferencian frente a los otros. El acto de asumir que somos miembros de América Latina y no un apéndice de Europa o de Estados Unidos supone una toma de conciencia de las problemáticas en común.

    Para una periodización de la historia latinoamericana es importante la perspectiva de su unidad y de sus problemáticas comunes durante tres etapas: la América indígena, la América colonial y América independiente, esta última etapa, más breve, apenas cumplió el Bicentenario.

    Los indios

    Los pueblos originarios del continente no se concebían a sí mismos como una unidad cultural, territorial o política. No eran indios: eran aztecas, mixtecas, tlaxcaltecas, olmecas, toltecas, nahuas, mayas, caribes, aymaras, yámanas, arauacos, chibchas, incas, mapuches, guaraníes, apaches, omaguacas, tobas, matacos; cientos de idiomas, miles de pueblos, millones de personas. Se convirtieron en indios por un error de Cristóbal Colón, quien en 1492 creyó haber llegado a las Indias.

    A partir del choque-invasión, fue la mirada de los otros, los europeos conquistadores, la que unificó en ese término toda la multiplicidad étnica y diversidad cultural americana. La categoría indio, es, entonces, una invención y una categoría colonial.⁴ Define la condición común de colonizado, y se impone genéricamente a todas las poblaciones indígenas del continente.

    La mirada de una Europa en expansión consideró que estos pueblos estaban en estadios de civilización inferior, y esta idea contribuyó, obviamente, a legitimar la conquista.

    Lejos de esta mirada eurocéntrica, sabemos hoy que las altas culturas agrícolas mesoamericanas fueron civilizaciones originarias, y que desarrollaron autónomamente la vida urbana, los Estados, el cómputo del tiempo, la matemática, la astronomía, la escritura y los códices, una arquitectura monumental (como la arquitectura maya), sin contacto o influencias de otros pueblos.

    En la historia occidental solo se han considerado cuatro focos o grandes civilizaciones originarias: Egipto, Mesopotamia, China e India, mientras que las demás culturas han sido derivadas o tributarias del legado de estas, como por ejemplo en Europa, la antigua Grecia y Roma, productos del contacto con las civilizaciones egipcia y del Cercano Oriente que ejercieron su influencia.

    Mesoamérica fue entonces la cuna de un quinto foco civilizatorio, aunque el eurocentrismo ha hecho entrar a los pueblos de este continente en la historia universal, a partir del choque-invasión de 1492.

    Los imperios coloniales se construyeron sobre las ruinas de Cusco, las ciudades mayas y Tenochtitlán (capital azteca), la negación de la diversidad de culturas y de lenguas.

    Los procesos de conquista y la estructuración de un nuevo orden colonial, representaron un período no exento de conflictos. Frente al impacto inicial, con el traumatismo que implicó la conquista (que en Perú se extiende hasta 1570), las poblaciones indígenas no reaccionaron pasivamente, sino que aparecen protagonizando colectivamente opciones: desde la búsqueda de alianzas inestables con españoles por parte de algunos grupos y élites étnicas,⁵ hasta expresiones de resistencia como el gobierno Inca en el exilio de Vilcabamba⁶ (refugio de los últimos Incas después de la caída del Cusco), el movimiento Taki Ongoy,⁷ o los levantamientos Calchaquíes.

    Es importante destacar esta perspectiva de la historiografía colonial para recuperar la visión de los vencidos, producto de la crisis del mundo indígena, de su desestructuración y de las debilidades internas que precipitaron la caída de los Imperios, cuya expansión había sometido a distintos grupos étnicos.

    América del siglo XVI al XVIII: la situación colonial

    La invasión del continente y la dominación colonial definió una relación estructural de dependencia de los espacios americanos, ya que constituyó sistemas productivos complementarios, destinados a suministrar a Europa metales y cultivos tropicales.

    De modo que es necesario no perder de vista esta perspectiva global, el nexo profundo, subordinado y dependiente, que existe entre la economía europea y su periferia colonial, considerar que forman un conjunto, y que son partícipes de un solo sistema económico.

    No cabe duda de que el mundo a partir del siglo XVI pasó a ser tributario del centro dominante europeo. Los europeos no solo se reparten colonias en América, sino que descubren nuevas vías hacia el Asia y comienzan a asentarse en las costas del África negra. Comienza a conformarse una economía-mundo.

    Pasada la etapa de saqueo del oro y la plata atesorado por las civilizaciones americanas (el rescate de Atahualpa, las tumbas incaicas), la expansión del capital comercial cumplió un rol fundamental en los espacios coloniales.

    La apropiación del excedente tuvo lugar a través de varias vías: la vía fiscal (los ingresos de la Corona española) y la del comercio atlántico, con su dinámica de monopolio español y contrabando.

    Pero el capital mercantil estuvo ligado a distintas formas productivas en las colonias: la esclavitud, el trabajo forzado en la minería, la comunidad campesina sujeta a obligaciones (tributos en productos o en servicios), y la servidumbre en las haciendas.

    Si adoptamos la noción de modos de producción colonial, podemos advertir una clara división continental. Por un lado, las áreas nucleares, con una alta proporción de población indígena, sede de las grandes civilizaciones agrícolas y de Estados tributarios (azteca e incaico). Allí la economía colonial se basó en la explotación de los pueblos originarios a través del tributo, la expropiación de partes de sus tierras y de su trabajo para las haciendas, los obrajes textiles y para el sector minero.¹⁰

    Otras áreas, más aptas para las plantaciones tropicales (azúcar, algodón, cacao), se constituyeron en sistemas esclavistas (es el caso de las Antillas, Brasil, Guayanas y sur de Estados Unidos), sobre la base de un mercado de esclavos africanos regularmente abastecido. La esclavitud colonial comenzó en el Caribe y adquirió proporciones inéditas garantizando una mano de obra abundante y disciplinada. En algunas islas, el número de africanos superaba al de sus propietarios blancos, como en el caso de Haití, con el consiguiente peligro de rebeliones.

    Algunos autores, como Eric Williams, han destacado el papel fundamental que jugó el comercio negrero y la esclavitud colonial en la economía británica, y en la formación de capital en los centros más dinámicos de Europa. Sin duda, constituyeron las fuentes externas del proceso de acumulación originaria, y la premisa del despegue industrial en el siglo XVIII.

    Así, por ejemplo los plantadores blancos antillanos ligados al comercio negrero y a los comerciantes de Bristol y Liverpool, no residían en el Caribe, eran propietarios absentistas que vivían en Europa (tres cuartas partes de los propietarios de Jamaica eran absentistas), las islas eran lugares de inversión, para hacer fortuna y no para vivir (Genovese, 1971).

    En consecuencia, entre fines del siglo XVII y mediados del siglo XIX, la producción colonial basada en el trabajo esclavo en gran escala formó parte del desarrollo de la economía europea. El capital creó sistemas esclavistas sin precedentes en América, que fueron un soporte y partícipes de este crecimiento.

    Pero a este proceso de acumulación originaria de capitales en Europa corresponde en América, un momento de expropiación de riquezas. Es por eso que puede considerarse el período colonial, tal como señala Agustín Cueva, como un período de desacumulación originaria de América anexada y sometida como periferia del centro europeo.

    El régimen colonial y la llamada herencia colonial, despertaron un especial interés entre los investigadores y propició importantes debates historiográficos en América Latina.¹¹

    Respecto a la discusión sobre el modo de producción que imperó en las colonias, se postularon dos tesis contrapuestas: por un lado, los autores que atribuyeron a la colonización española un carácter feudal, y por otro, los que postularon el desarrollo de un capitalismo temprano, desde el momento de la conquista.

    Estos debates fueron muy fructíferos, pero muchas veces utilizaron esquemas elaborados por los europeos para explicar su propio desarrollo, sin tener en cuenta la especificidad latinoamericana y extrapolando categorías propias de la historia económica y social de Europa.

    Ruggiero Romano, historiador de la Escuela de los Annales, sostiene que el feudalismo español se trasplanta en América. De modo que la encomienda (merced de tierras a los conquistadores) y el tributo indígena bajo la forma de prestación de trabajo fueron, según el autor, instituciones de carácter feudal que conformaron el señorío rural americano. La economía colonial se caracterizó además por su aspecto natural y no monetario. Solo circulaban las llamadas monedas de la tierra, representadas por el producto más importante de una región (hojas de coca, yerba mate, tejidos, cacao).

    El peruano Juan Carlos Mariátegui y el argentino Rodolfo Puiggrós también defendieron la tesis del feudalismo. Según estos autores, ninguna de las regiones coloniales se incorporó al modo de producción capitalista por lo menos en los siglos XVI y XVII. La expoliación colonial no puede equipararse a la explotación capitalista. Más bien, reforzó estructuras tradicionales como la hacienda o la plantación, con el trabajo forzado de indios y la esclavitud de los africanos.

    En la década de 1960, el teórico de la dependencia André Gunder Frank, sostuvo la idea de que el capitalismo se implanta desde la conquista, es decir que América estuvo dominada por una economía de mercado y ha sido capitalista desde sus orígenes coloniales. Gunder Frank y, con un enfoque similar, Immanuel Wallerstein, suponen que la expansión europea fue plenamente capitalista a partir del siglo XVI, momento en que se constituye una economía-mundo y un mercado mundial. De modo que no postularon una distinción entre capital y capitalismo, ni tampoco la posibilidad de coexistencia del capital comercial con otros modos de producción.

    Ernesto Laclau, en cambio, ha destacado este último aspecto: el carácter precapitalista de las relaciones de producción (patrón dominante en América Latina) no fue incompatible con la producción para el mercado mundial, sino que fue intensificado por la expansión de este último. América experimentó un reforzamiento de las relaciones serviles sobre el campesinado indígena, como también se dio en Europa Oriental (con la llamada refeudalización o segunda servidumbre).

    Otros autores, como Pablo González Casanova y Ciro Flamarión Cardoso, han llamado la atención sobre la especificidad del modo de producción colonial en América Latina.

    Si bien la incorporación de los espacios coloniales en la economía-mundo tiene lugar en el siglo XVI, esto ocurrió en un momento de disolución del feudalismo en Europa y de una inédita expansión mercantil. Según estos autores, el auge del comercio y del intercambio internacional no significó capitalismo. Más bien es la época del capital mercantil, que se extiende desde el siglo XVI hasta la Revolución Industrial, y que le asigna a la periferia colonial americana funciones específicas. Europa y América se conectan, y los tesoros de oro y plata serán objeto de un pillaje colonial. Sin embargo, la presencia del capital comercial y la circulación de mercancías no alcanzan para hablar de capitalismo en las colonias.

    Tampoco podemos referirnos a las economías coloniales como cerradas y naturales. El historiador argentino Carlos Sempat Assadourian ha destacado que en algunas regiones se conformó un mercado interno colonial. Así, en el virreinato del Perú, estimulado por la producción minera del Cerro Rico de Potosí hubo intercambios comerciales de productos americanos y una economía monetaria. En efecto, la minería de la plata funcionó como polo de arrastre, impulsando a un conjunto de economías regionales que abastecían las demandas del sector y a la gran ciudad de Potosí.

    Colonialismo y neocolonialismo

    Se llama colonialismo a la dominación política, económica y cultural de un territorio sobre otro, estableciendo relaciones de desigualdad con el territorio colonial y por ende con sus habitantes. La colonización, en cambio, implica la fundación de colonias (en general, asentamientos agrícolas) para el desarrollo económico de una población. Muchas veces se combinaron estas dos acciones en las diferentes etapas de expansión europea en otros continentes.

    La primera etapa de la colonización de América comenzó en el siglo XV con la expansión marítima española y portuguesa. El imperio colonial español fue el más extenso y abarcó los grandes centros mineros de México y Perú. Sin embargo, como competidores y rivales de España, otros estados europeos buscaron participar de las riquezas del Nuevo Mundo que brindaba la oportunidad de controlar territorios (colonias) y comercios.

    La segunda etapa colonialista empezó en el siglo XIX, cuando Europa estaba en plena Revolución Industrial. Sus objetivos habían variado: si bien seguían comprando materias primas en América, comenzaban a ver a sus colonias como mercado donde vender sus numerosas mercaderías producidas por las fábricas europeas. En América Latina esto sucede prácticamente en forma simultánea a los procesos independentistas, que contaron con el beneplácito de la nueva potencia industrial, Inglaterra. Es decir que las antiguas colonias iberoamericanas pasaban a ser colonias económicas de nuevas metrópolis. A este proceso que culmina en una nueva situación dependiente se lo denomina neocolonialismo.

    Sin embargo, no todos los territorios americanos pudieron independizarse en el siglo XIX. Aunque en el siglo XX se aceleró la descolonización –proceso mediante el cual una colonia pasa a ser un estado soberano–, incluso ya comenzado el siglo XXI aún existen pequeños enclaves¹² extranjeros en América: en las Antillas hay trece Estados, y los territorios restantes son dependientes de Estados Unidos, Francia, Holanda y Gran Bretaña. Estados Unidos posee a Puerto Rico como estado libre asociado, y parte de las Islas Vírgenes; las Antillas francesas incluyen Martinica, Guadalupe y otras islas más pequeñas; las Antillas holandesas están conformadas por Aruba, Bonaire y otras; y las colonias británicas están compuestas por las islas Caimán, las islas Turks y Caicos, y las islas Vírgenes británicas. En América del Sur aún existen la Guayana francesa, y las islas Malvinas, territorio irredento¹³ argentino que fue invadido por Gran Bretaña en 1833.

    El pacto colonial

    Un sistema de dominación no puede perdurar siglos dependiendo solo del uso de la fuerza del país colonizador: más bien crea intereses locales en las colonias con el fin de constituir grupos o élites con arraigados intereses económicos o vinculados al comercio con la metrópoli. De este modo, España y Portugal tenían su complemento en América.

    La asociación de intereses entre las monarquías ibéricas y algunos sectores residentes en América es denominada pacto colonial.

    ¿Quiénes eran beneficiarios en este continente de nuestra dependencia?

    Desde ya, a los españoles que venían a América les era ventajosa la situación colonial ya que tenían privilegios para obtener licencias de comercio y ocupaban los principales cargos públicos y religiosos. Por ejemplo, en el Virreinato del Perú existía una solidaridad entre la burocracia española y la élite criolla, sustentada en la situación monopólica de los comerciantes limeños, para quienes su prosperidad estaba ligada al mantenimiento de los vínculos con España. También los que eran descendientes de los primeros conquistadores, habían heredado grandes propiedades –ya sean haciendas o minas– y disponían de abundante mano de obra indígena para trabajarlas. Debieron ser muy fuertes estos intereses coloniales, porque hicieron posible, trescientos años de sujeción a distancia por parte de países tan pequeños sobre todo el conjunto de pueblos del continente.

    España y sus colonias

    España conquistó y colonizó gran parte del territorio americano en un prolongado proceso que se inició a fines del siglo XV. Sin embargo, pese al brillo del oro capturado por la conquista, continuó con su economía agraria y feudal y una Castilla pastoril, exportadora de lana a Holanda y Francia. La reconquista de Andalucía y la caída de Granada, último reino musulmán (rico en sederías y comercio), significó también la explotación de las tierras y de los moriscos conversos (por cristianización forzosa) que se quedaron en España. Pero a comienzos del siglo XVII, la expulsión de los moros debilitó aún más la agricultura del país.¹⁴

    España se convirtió en la intermediaria de un circuito económico que partía de las colonias americanas, se enriquecía por el comercio monopólico, pero sus ganancias se dilapidaban en inversiones improductivas, deudas del soberano, préstamos, y en la compra de manufacturas europeas (Bélgica, Holanda, Francia, Italia).

    Así la copiosa llegada de plata peruana a Sevilla estimuló el parasitismo de la monarquía española y desalentó las actividades productivas en la península. De este parasitismo colonial resultó una notable paradoja: España era el centro de un gran imperio colonial y proveedora mundial de plata (su moneda llegaba a China, vía Filipinas, colonia española en Asia), pero su economía padecía debilidades estructurales y una dependencia de los banqueros extranjeros. En definitiva el metálico pasaba fuera del circuito sevillano, vía Lisboa y hacia otros países de Europa (Vilar, 1972).

    Entre los siglos XV a XVII, España y su imperio fueron gobernados por la dinastía de los Habsburgos (popularmente conocidos como Austrias, por su origen). La Corona privilegió la unidad religiosa en torno a la Iglesia católica, implantando el más severo autoritarismo e intolerancia hacia los moros y el judaísmo.¹⁵

    También en las colonias, a fin de imponer el predominio de los europeos pese a su inferioridad numérica, se formó un riguroso sistema de castas, diferenciando socialmente a quienes tenían más o menos mezclas con indios o con negros (mestizos, mulatos y zambos). Cada estamento de la sociedad tenía su lugar y la discriminación fue un componente característico de la relación con los pueblos indígenas que pertenecían a las castas inferiores; se prohibió el acceso a cargos a mulatos y mestizos, y se privilegió a los españoles peninsulares por sobre los españoles americanos o criollos, es decir, nacidos en América. Pese a esto, durante la época de los Austrias se permitió que algunos criollos ocuparan puestos altos en la administración. De los 170 virreyes que gobernaron las colonias hasta 1813, solo cuatro habían nacido en el continente americano.

    Consecuencias de la conquista en América

    Las consecuencias de la conquista fueron innumerables, ya que no solo se transformó la vida en el continente americano, sino que también tuvo efectos importantísimos en Europa.

    En primer lugar, se impuso un gobierno colonial, con autoridades designadas desde Europa. El mando supremo era el rey, representado en Hispanoamérica por distintos virreyes, que hasta las reformas Borbónicas del siglo XVIII gobernaron dos amplios Virreinatos: el de Nueva España (México) y el de Perú (en Sudamérica).

    La conquista trastocó completamente la economía agraria en el continente por la modificación de las formas de producción indígena, con la significativa reducción del área cultivada, la destrucción del sistema incaico de agricultura en terrazas, los cambios de cultivos, la apropiación del agua y las tierras de subsistencia, y la modificación ecológica introduciendo nuevas especies: caballos, cerdos, ovejas, vacas, gallina, perros, mulas, caña de azúcar, vid, arroz, trigo, ajo, cebolla.

    Además se impuso una economía de plantación y de minería para exportación, o la producción ganadera, como ocurrió en la región pampeana argentina.

    En cuanto a la población, las grandes civilizaciones agrícolas indígenas sufrieron un embate mortal. Aunque los europeos no pudieron dominar a todas las poblaciones, la catástrofe demográfica que significó la conquista derivó en una desestructuración de su forma de vida y economía. El caso inca, estudiado por N. Wachtell¹⁶ es paradigmático; destruyeron el régimen político del Tawantinsuyu, desplazaron del poder al Inca y a los miembros principales de la casta gobernante. Las mejores tierras del Inca y del Sol (destinadas al culto solar cusqueño), como el valle sagrado del Cusco y el valle de Cochabamba, pasaron a posesión de los españoles, que también se apropiaron de los depósitos o reservas destinados, en tiempos del Inca, a la redistribución estatal.

    La transición a la economía colonial impuso la redistribución compulsiva de la ya diezmada población indígena, que fue relocalizada y concentrada en reducciones o pueblos de indios, a cargo de un corregidor. De este modo, la comunidad agraria (ayllu) subsistió, pero desplazada de sus territorios.

    Así el sistema colonial pudo romper los patrones andinos de ocupación del suelo (asentamientos dispersos en distintas alturas) y bloquear el acceso de las comunidades indígenas, a distintos pisos y recursos ecológicos. El modelo andino, estudiado por el etnólogo John Murra, implicaba una dispersión territorial de las comunidades. La base étnica se situaba en las tierras altas (papas y pastoreo de llamas); otras familias de la comunidad se asentaban lejos del núcleo principal, colonizaban valles (maíz), costa, salinas y cocales, para complementar recursos.¹⁷

    La política de reducciones, al reagrupar a los indios y concentrarlos en aldeas, significó la ocupación española de las tierras que quedaron despobladas debido al derrumbe demográfico y, también la desposesión de los indígenas del agua, de sus andenes¹⁸ y del acceso a las colonias, por lo que se fragmentó el sistema de complementariedad ecológica andina.

    Además el sistema colonial impuso a las comunidades una cuota de trabajo obligatorio en las minas (el servicio de mita¹⁹ por el cual, por ejemplo, 13.000 indígenas marchaban anualmente a Potosí); y el pago del tributo indígena, que variaba según la región e incluía cultivos introducidos recientemente por los conquistadores, también debían un tributo monetario a la Corona, el tributo textil, servicios en tierras del español y el pago del diezmo eclesiástico.

    Como consecuencia del sistema de reducciones y otros tipos de trabajo forzado, de las migraciones y movimientos demográficos que implicaron, muchos pueblos se mezclaron. Al mismo tiempo, al reconocer el derecho de territorialidad, la Corona favoreció procesos de reconfiguración étnica.

    Así todos los pueblos del imperio inca quedaron bajo la jurisdicción del Virreinato del Perú. El antiguo esplendor de Cusco, la capital incaica ubicada en los Andes, fue reemplazado por Lima (la Ciudad de los Virreyes) en la costa peruana. Y las minas de Potosí constituyeron el nuevo centro de la organización económica colonial.

    Otros pueblos del continente quedaron relegados a zonas marginales, como ocurrió con los mapuches en el extremo meridional de Chile. Esta cultura opuso a los conquistadores una resistencia encarnizada, como la de los chichimecas en la frontera norte de México, y nunca fue vencido. También podemos mencionar la resistencia de los tobas, matacos y mocovíes, que permanecieron aislados en la región del Chaco en el noroeste argentino mientras los españoles consolidaron la conquista de los pueblos andinos.²⁰ Así el Chaco, la Patagonia y la Pampa argentina, permanecieron fuera del control colonial; sus poblaciones impusieron una frontera étnica a la colonización.

    No todas las sociedades indígenas sucumbieron directamente por el avance de los conquistadores: gran parte de la población desapareció debido a las epidemias para las cuales los indígenas no tenían defensas naturales (anticuerpos). El derrumbe demográfico también se produjo debido –entre otros factores– a los trabajos forzados que les imponían los europeos, los traslados y el desarraigo.²¹ Además, los territorios que antes eran cultivados por los indígenas para su alimentación balanceada, ahora fueron ocupados por las plantaciones para exportación (como el algodón y el azúcar en la costa peruana donde la caída demográfica fue más fuerte que en la sierra), y se generó un desequilibrio en sus dietas que los hizo más vulnerables a las enfermedades.

    También, la repercusión psicológica de la conquista debilitó a las poblaciones: la angustia por el tratamiento inhumano que recibían y la falta de futuro que percibían hizo que aumentara la tasa de suicidios y disminuyera la tasa de natalidad, prefiriendo en muchos casos el aborto para evitar el sufrimiento de sus hijos.

    En cuanto a la religión, en Latinoamérica se impuso el catolicismo, fundándose numerosas iglesias y misiones para la conversión de los indios.

    Todos estos cambios introducidos por la conquista produjeron una deculturación o pérdida de características culturales de los pueblos originarios. Los hijos de caciques de la nobleza cusqueña, o de conquistadores y madre indígena (como el Inca Garcilaso y Túpac Amaru II), recibieron educación en colegios religiosos (en Cusco, asistían al colegio de caciques San Francisco de Borja). Así, bajo el régimen colonial subsistieron los cacicazgos indígenas hereditarios. En el Virreinato del Perú, los caciques aymaras y quechuas fueron considerados indios nobles, se les eximió del pago de tributo, podían vestirse a la usanza española, cabalgar caballos, poseer tierras, ganados y mulas dentro de sus territorios. Como contrapartida, los caciques o jefes étnicos tenían que entregar a los españoles la cuota anual de tributos y movilizar la fuerza de trabajo de sus comunidades.

    A pesar de la imposición de las pautas culturales europeas, el proceso nunca fue completo: persistieron en todas las sociedades americanas características propias que resistieron al etnocidio: las lenguas originarias que se hablan en nuestro continente, las cosmovisiones indígenas, la economía comunitaria; es decir, la identidad o conciencia étnica. Como todas las culturas, se transformaron con el tiempo, y encontraron su expresión en el sincretismo cultural o religioso.

    La minería colonial

    La minería fue el sector dominante y dinámico de la economía en las colonias españolas.

    El Cerro Rico de Potosí y el cerro de Pasco fueron los principales yacimientos de plata en los Andes, además de las minas de mercurio de Huancavelica.

    Potosí, durante la primera mitad del siglo XVII, fue el yacimiento argentífero más productivo del mundo y la Villa Imperial, título que recibió la ciudad por el rey Carlos V, fue la más poblada de América: llegó contar con 160.000 habitantes, cuando Lima, la ciudad de los virreyes, solo tenía 52.000 habitantes.

    La explotación de Potosí permitió articular a un conjunto de economías regionales, que satisfacían la demanda del mercado urbano y de insumos mineros. Y como ha señalado Carlos Assadourian, llegó conformarse un mercado interno colonial, una vasta red de intercambios de productos americanos y una economía altamente monetizada.²²

    Las comunidades aymaras de Cochabamba y Chayanta (Bolivia) fueron las principales abastecedoras de granos. Alrededor de las minas de Potosí giraba la economía chilena que proveía de trigo, vinos y carne. Profundamente integradas, Córdoba y Tucumán enviaban mulas, tejidos y carretas. Salta y Jujuy ocuparon una posición privilegiada en el tráfico comercial que conducía al mercado potosino con la feria de mulas salteña y la pastura de mulas que transitaban por la Quebrada de Humahuaca.²³

    Potosí demandó el trabajo forzado de los indígenas de las provincias meridionales del Virreinato del Perú, para trabajar en forma rotativa en las minas. El servicio de mita fue establecido por el virrey español Francisco Toledo²⁴ y los caciques de los pueblos eran los responsables de la entrega de la cuota de trabajadores, a los que se llamaba mitayos.

    Actualmente, como señala el escritor uruguayo Eduardo Galeano, Potosí es una pobre ciudad de la pobre Bolivia. No es casual que las regiones que hoy tienen mayor subdesarrollo y miseria son aquellas que durante la etapa colonial tuvieron sus lazos más fuertes con España.

    Los propietarios de las minas debían entregar un quinto de los metales extraídos a la Corona (el quinto real).

    La mina fue una insaciable devoradora de hombres: el excesivo trabajo en condiciones insalubres provocó el despoblamiento de las tierras indígenas, y fue un fuerte factor desestructurante de las comunidades. En la región de Potosí, los indios y sus familias dormían en corrales, casi a la intemperie y bajo un clima muy frío correspondiente a los casi 5000 metros de altura. Estas condiciones significaban una alta mortandad.

    La huida de la mita fue una forma de resistencia, aunque se debía pagar siete pesos por cada indio ausente del servicio.

    Entre 1570 y 1620, la población altoandina descendió de 1.045.000 a 585.000 habitantes.

    En el siglo XVIII, las minas del Virreinato de Nueva España ubicadas en México (Zacatecas y Guanajuato) superaron la producción anual de Potosí.

    Todas las zonas implicadas en la rebelión de Túpac Amaru de 1780 estaban sujetas al servicio minero, y en sus proclamas solicitó la abolición de la mita de Potosí.

    Durante las guerras de independencia, la producción de plata decayó; la ciudad de Potosí y su Casa de la Moneda fueron ocupadas alternativamente por los ejércitos porteños y realistas. La mita minera fue abolida en la Asamblea de 1813 reunida en Buenos Aires, luego por San Martín en 1821 desde Lima, y en 1825 Simón Bolívar decretó su abolición en Cusco y La Paz.

    El comercio entre España y sus colonias

    Durante tres siglos, el comercio por el Atlántico fue el principal vehículo para llevar el excedente de las colonias a la metrópoli.

    La travesía se realizaba a través de una ruta regular que partía de Sevilla, conquistada a los moros y centro hispánico de la economía atlántica hasta el siglo XVIII, cuando fue reemplazada por Cádiz.

    La Corona española impuso un restrictivo sistema comercial, prohibiendo la competencia de los barcos extranjeros y la introducción de mercaderías en sus posesiones americanas.

    Pero de este monopolio estatal regulado por la Casa de Contratación, fue partícipe el Consulado: los comerciantes de Sevilla y sus agentes en América controlaban los precios y restringían el flujo de mercaderías a las colonias para encarecerlos.

    Muy pronto se sumaron a los comerciantes locales mercaderes italianos de Génova, Bolonia y Pisa, además de holandeses e ingleses que se establecieron en la ciudad. Además, desde Sevilla se re exportaban mercaderías provenientes de Francia y de los Países Bajos. La decadencia de la industria española era tan acentuada que el 90% de las manufacturas que se consumían procedían de estas regiones.

    En el siglo XVII, los comerciantes sevillanos se fortalecieron a expensas de la Corona y el Consulado terminó desplazando de sus funciones a la Casa de Contratación. Así el comercio con las colonias pasó a control privado a través del fraude y la evasión del registro de mercaderías, pero también de las contribuciones, sobornos y préstamos a la Corona.²⁵

    Para transportar a la metrópoli las remesas de oro y plata España estableció un sistema regular de flotas y galeones. La ruta comercial partía del puerto de Cádiz, hacía escala en las islas Canarias y arribaba a los puertos del Caribe: éste era el trayecto que había seguido el propio Colón y era la ruta más corta y directa desde Europa.

    España enviaba a las colonias solo dos flotas anuales que a la vuelta transportaba la plata acuñada. Por razones de seguridad (evitar la piratería y el corso francés o inglés), viajaban en convoy escoltados por navíos de guerra o galeones.

    Los puertos de llegada en América eran solo tres y estaban bien fortificados: Veracruz (México), Cartagena de Indias (Colombia) y Portobelo (Panamá). Allí se realizaban ferias donde los precios eran tres o cuatro veces mayores que los que tenían en España.

    Los demás puertos sobre el Atlántico habían sido cerrados por las autoridades españolas y tenían prohibido el comercio con las potencias extranjeras. Sin embargo, estas disposiciones monopólicas no se cumplían e Inglaterra logró organizar las redes de contrabando y la introducción ilegal de esclavos. Portugal desarrolló el contrabando en el río de La Plata.

    También España restringió en las colonias la producción de manufacturas que pudieran competir con las importaciones hispanas. El virrey Toledo prohibió el tejido de paños en Perú, sin embargo esta medida no pudo impedir la consolidación de los obrajes textiles coloniales. Se prohibieron viñedos, olivares, y la industria vitivinícola, especialmente en Nueva España (México) y en las islas (para proteger el aceite de oliva y los vinos importados). También se prohibió el comercio intercolonial que se había desarrollado vía el Pacífico, entre ambos virreinatos.

    La defensa del Caribe estaba a cargo de una flota de barcos de guerra que se conocía con el nombre de Armada de Barlovento, y patrullaba las rutas del peligro de piratas y buques de potencias rivales.

    A los puntos más alejados, como el puerto de Buenos Aires, llegaban los navíos de registro que zarpaban de Cádiz con una licencia especial; sus cargamentos debían ser registrados en la Casa de Contratación.

    En el Océano Pacífico, la navegación estaba a cargo de la Armada del Sur, cuya travesía conectaba Panamá con el puerto del Callao. Esta flota transportaba desde Panamá hasta Perú las mercancías provenientes de España, y allí recogía el tesoro del rey –del virreinato del Perú. De regreso en Panamá, el cargamento era transportado a lomo de mula al otro lado del istmo, y en Portobelo se embarcaba en las bodegas de los galeones que lo llevarían a España.

    El comercio colonial se completaba con el galeón de Manila, que realizaba un viaje al año. Recorría una ruta comercial que atravesaba el océano Pacífico, comunicando las islas Filipinas (única colonia española en Asia) con el puerto de Acapulco en la costa de México. Por este medio arribaban a América mercancías orientales como las sedas (que llegó a producirse en México), las especias y las porcelanas chinas.

    La rivalidad colonial entre las distintas potencias

    Desde el siglo XVI, las rivalidades imperiales europeas por el comercio atlántico permitieron desafiar abiertamente el monopolio español a través de la piratería, el contrabando masivo y el tráfico de esclavos como vías de entrada al mercado colonial.

    La piratería y el contrabando

    En el siglo XVII, Inglaterra desarrolló una política exterior anti española, y alentó la piratería caribeña, rompió así el sistema monopólico y ocupó territorios en el Caribe.

    Con la conquista de Quebec y Montreal, en Canadá, los ingleses también desplazaron el poderío francés.

    El mar Caribe fue sin duda una región vulnerable del dominio español y se convirtió así en el punto de entrada de los enemigos de España. Fundamentalmente los ingleses desde su base en Jamaica, propiciaron la acción de los corsarios como actos de guerra de la corona británica. El más famoso corsario inglés fue Francis Drake, quien castigó duramente a las colonias españolas; se dedicó, junto con John Hawkins, al contrabando de esclavos africanos en el Caribe, y en 1578 emprendió la segunda vuelta al mundo.²⁶

    La presencia directa de navíos no españoles en América significó un cambio de relaciones de fuerza en el Atlántico y el desarrollo de un intenso contrabando. Así, durante el siglo XVII, el comercio ilegal eclipsó a la piratería (en auge durante el siglo XVI), e involucró la complicidad de las autoridades y comerciantes españoles en América.

    Esto ocurrió fundamentalmente en los puertos alejados, como el de Buenos Aires, que se veían perjudicados por el sistema monopólico, ya que no contaban con un abastecimiento regular y recibían las mercaderías provenientes de España muy encarecidas. Esta carencia se suplía por el comercio ilegal, y desde muy temprano existió una presencia de los ingleses en el Río de La Plata, en la costa patagónica y en las islas Malvinas, donde fundaron Puerto Egmont (1765).

    De ningún modo, puede considerarse el contrabando con las colonias como un hecho marginal y episódico. Por el contrario, estimulado por las guerras europeas y la necesidad de acceder a los mercados coloniales, por parte de los países excluidos del monopolio español, el contrabando se convirtió en un fenómeno masivo, en un componente estructural del comercio entre América y Europa.

    El tráfico humano

    El tráfico de esclavos (la trata negrera) también fue muy importante para las potencias colonialistas europeas, para su venta en las colonias americanas. Los traían de África, convertida en periferia de la periferia (remitiéndonos al concepto de Wallerstein), organizando un comercio triangular que vinculó estrechamente los tres continentes.

    El tráfico atravesó varias etapas. En un comienzo la Corona española estableció un régimen de licencias para introducir esclavos en sus posesiones; estas estipulaban la cantidad y los puertos a los cuales podían arribar, y cobraba un impuesto por esclavo vendido.

    Luego se impuso el sistema de Asientos de Negros, contratos o concesiones con compañías extranjeras, por un tiempo determinado y con un impuesto por tonelaje del buque, hecho por el cual los

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