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Las heroínas silenciadas en las independencias hispanoamericanas
Las heroínas silenciadas en las independencias hispanoamericanas
Las heroínas silenciadas en las independencias hispanoamericanas
Libro electrónico550 páginas6 horas

Las heroínas silenciadas en las independencias hispanoamericanas

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El libro que hace visible lo que la historia silenció: la participación de las mujeres en las independencias hispanoamericanas

Las heroínas silenciadas en las independencias hispanoamericanas revela la participación de las mujeres en los procesos independentistas hispanoamericanos denunciando el silencio histórico al que fueron condenadas, rescatándolas de la ingratitud con que fueron tratadas y reivindicando el mérito, la dignidad y el protagonismo de aquellas mujeres cuya labor fue decisiva en el triunfo de la independencia.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento18 ago 2016
ISBN9788491126799
Las heroínas silenciadas en las independencias hispanoamericanas
Autor

Ana Belén García López

La autora nació en Asturias en el año 1963; es historiadora, especialista en Historia de América. Es coautora del libro #Antonio Guzmán Blanco#, editado por la editorial Anaya y ha colaborado en el libro #Crónica de América#, de la editorial Plaza y Janés. Ha sidomiembro colaborador de la Asociación Complutense de Investigaciones Socioeconómicas de América Latina (ACISAL) y miembro fundador,coordinadora y ponente del grupo de estudio y debate sobre la realidad americana #Tertulias Americanas#, en la Casa de América de Madrid y en el Museo de América de Madrid. Es autora de varios artículos en revistas, entre ellos #Presencia de la mujer en las corporaciones municipales (1979-2003), en la revista administrativa #El Consultor#, #La participación de las mujeres en la independencia hispanoamericana a través de los medios de comunicación#, en la Revista Historia y Comunicación Social de la Universidad Complutensede Madrid, #Las olvidadas de la independencia hispanoamericana#, en la revista Archipiélago de México, #Del olvido al protagonismo histórico#, en el boletín #Bitácora de la Independencia# de la Universidad de Cuyo (Argentina). Ha sido ponente en numerosas conferencias y seminarios sobre diversos temas americanos, en la Casa de América, Museo de América de Madrid, Universidad Autónoma, Ateneo de Madrid y otras instituciones culturales. Actualmente está desarrollando una investigación sobre los movimientos sufragistas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX en España e Hispanoamérica.

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    Las heroínas silenciadas en las independencias hispanoamericanas - Ana Belén García López

    INTRODUCCIÓN

    A principios del siglo XIX se produjeron diversos acontecimientos a ambas orillas del Atlántico que, unidos a la evolución natural de la sociedad colonial, propiciaron una coyuntura idónea para el estallido de movimientos revolucionarios que dieron inicio al proceso independentista del imperio colonial español en América.

    En este proceso intervino el conjunto de la sociedad, pero la historiografía sólo destacó la actuación de la élite, creando la figura del héroe, hombre y criollo, ignorando a los grupos marginales de aquella sociedad: indígenas, mestizos, mulatos, negros y, por supuesto, mujeres, como colectivo integrado por todas las clases y etnias.

    A ellas nos referiremos en nuestra investigación, a las heroínas silenciadas por la historia. Esta denominación no significa que tratemos de crear un nuevo prototipo independentista, constituido esta vez por mujeres excepcionales, adornadas de virtudes, entronizadas como madres de la patria o como Santas de América, sino que adoptamos el calificativo de heroínas para amplificar la voz silenciada por la historia de aquellas mujeres de cualquier origen o condición que soñaron, sintieron y lucharon por conseguir el ideal de libertad de su tierra y obtuvieron como recompensa el desprecio o el olvido.

    2

    PROLEGÓMENOS Y DESARROLLO DE LAS INDEPENDENCIAS HISPANOAMERICANAS

    Abordar la participación de las mujeres en el movimiento independentista hispanoamericano es una invitación a enmarcar los principales acontecimientos, la situación preindependentista y las causas políticas, sociales y económicas que dieron origen y marcaron el desarrollo de dicho proceso, desde una perspectiva global, entendiendo los territorios americanos como parte de un imperio transoceánico, en el que a pesar de su tamaño y heterogeneidad geográfica, económica y social, es posible enumerar elementos y rasgos comunes, como lo demuestra la simultaneidad y semejanza de los procesos independentistas que provocaron la caída y desintegración del Imperio.

    La formación de las nuevas repúblicas americanas a partir de los territorios americanos del Imperio español fue producto de un proceso independentista que comenzó a gestarse en los primeros años del siglo XIX y se desarrolló a lo largo de casi dos décadas.

    Su marco espacial se circunscribe a la América colonial española, con la excepción de los territorios caribeños, reunida en cuatro grandes agrupaciones administrativas, los virreinatos de Nueva España, Nueva Granada, Perú y el Río de la Plata, aunque al ser parte de una unidad imperial, su ámbito se amplíe, tanto por influencia como por repercusión a la metrópoli.

    Este proceso eclosionó en 1809-1810, cuando se formaron las primeras Juntas de Gobierno en la América española, lo que supuso una ruptura irreversible con la metrópoli.

    Para entender las causas de esta ruptura hay que explicar la coyuntura en que se produjo.

    Dejando aparte las especificidades regionales, diremos que la sociedad americana de principios del s. XIX se caracterizaba por ser compleja, estratificada en clases rígidas, muy bien definidas, impuestas por la capacidad económica y la etnia. La mayoría, compuesta por mestizos, indios y negros, vivía en precarias condiciones, sometida a una minoría compuesta por los españoles peninsulares y los españoles americanos o manchados de la tierra, descendientes de los primeros y llamados criollos.

    Esos últimos gozaban de buena posición económica, pero no ostentaban el poder político, reservado a los españoles peninsulares.

    Muchas eran las razones entre la población americana que podían motivar el inicio de una revolución que cambiase el orden establecido. Por parte de las clases marginadas, revertir las condiciones sociales y económicas que les impedían prosperar, y por parte de los criollos, procurar el acceso al poder político, que se les negaba y con ello la obtención de la libertad de comercio, favorable a sus negocios económicos.

    Este grupo estaba integrado mayoritariamente por los miembros criollos de las élites culturales, reunidos en torno a tertulias, cafés, sociedades literarias, etc, que serán el motor de la independencia.

    En el último cuarto del siglo XVIII se produjeron dos acontecimientos cuyos ideales y principios impregnaron a cierto sector de la sociedad americana: la revolución francesa y la independencia de las colonias angloamericanas del Norte.

    En los albores del siglo XIX otro hecho de las mismas características extendió su ascendiente sobre la América española: la independencia de Haití.

    Se puede decir que el terreno estaba abonado para que se produjese algún hecho que alterase el orden establecido desde la metrópoli. Pero no fue este panorama interno el detonante de la disgregación del Imperio, sino los sucesos que ocurrieron en la España peninsular, lo que prueba la conveniencia de esa perspectiva global.

    En 1808 el ejército napoleónico invadió la Península Ibérica deponiendo a las autoridades españolas, lo que derivó en la abdicación de Bayona del rey Fernando VII en favor del hermano de Napoleón, José Bonaparte.

    Este hecho conllevó un vacío de poder, un desmoronamiento de la legitimidad monárquica que fue sustituida por la legitimidad popular de las Juntas insurreccionales que se fueron formando en la Península en 1808 como rechazo al invasor.

    A partir de este momento los sucesos que ocurren en España tendrán una repercusión tal en el otro lado del océano que son considerados determinantes en la ruptura de los lazos coloniales y en el desarrollo de la insurrección.

    En un principio las noticias provenientes de España provocaron la adhesión unánime a las reacciones antifrancesas que se produjeron en la península, pero los sucesos ocurridos en la metrópoli entre 1808 y 1810 (proliferación de juntas insurreccionales locales, constitución de la Junta Central en septiembre de 1808 y posterior disolución de esta última en enero de 1810, convocatoria y celebración de Cortes Extraordinarias de Cádiz) dieron origen a un movimiento que desembocó en la independencia hispanoamericana.

    A pesar de la proclamación de igualdad entre los reinos americanos y la metrópoli, que se hizo desde las sucesivas convocatorias de elecciones para la Junta Central en enero de 1809, para las Cortes Extraordinarias de Cádiz en enero de 1810 y en la declaración votada en las Cortes de Cádiz en octubre de 1810, se produjo en la práctica un rechazo y una muestra de la desigualdad entre la Península y los territorios de ultramar, manifestados primero en la representación exigua y ridícula del número de diputados que se le reservó a América en la Junta Central y en las Cortes Extraordinarias y luego en el no reconocimiento de las juntas americanas que se fueron formando entre 1809 y 1810 como imitación de las juntas peninsulares.

    Desde mayo de 1809 se hace visible el proceso emancipador, con motivo del primer grito libertario, en la ciudad de Chuquisaca o La Plata (actual Sucre), en el Alto Perú, dependiente desde 1777 del Virreinato del Río de la Plata, y la formación de la Primera Junta de Gobierno con la consiguiente expulsión de las autoridades españolas.

    Esta primera manifestación insurreccional fue seguida por otra ciudad del Virreinato del Río de la Plata, La Paz, en julio, y por Quito, perteneciente al Virreinato de Nueva Granada, en agosto del mismo año de 1809.

    Estos tres intentos de emancipación fueron rápidamente sofocados, aunque en 1810 fueron imitados en todo el continente. Fue así como a lo largo de este año se sucedieron en todo el territorio americano los gritos libertarios y las juntas de gobierno que proclamaban su autonomía en nombre de Fernando VII y bajo el lema de fuera el mal gobierno.

    Este carácter autonomista y no independentista de las primeras juntas americanas se ha puesto en duda por los historiadores, alegando que eran una mera pantalla para no enfrentarse frontalmente al poder virreinal en cada uno de los territorios. Fuese o no un artificio para enmascarar las verdaderas intenciones independentistas, lo cierto es que la evolución en todos los territorios se hizo de forma similar, aunque con ritmos diferentes, hacia el logro de la independencia.

    A lo largo de los años siguientes se fueron proclamando las diversas independencias, aunque su verdadera conquista no llegase, en muchos casos, hasta la década de los 20. El contexto estuvo marcado por las luchas independentistas en todo el territorio.

    Mientras tanto, en la metrópoli los franceses eran expulsados, Fernando VII volvía a España e instauraba un absolutismo férreo que repercutió en América en forma de una fuerte reacción ofensiva contra los intentos de emancipación; marcó el recrudecimiento de la guerra, la crueldad de las medidas represivas y la adhesión definitiva de muchos criollos a la causa americana, con el consiguiente abandono de las filas realistas.

    En los últimos años de la década de los 10 sobresalen en América los caudillos independentistas, Bolívar, San Martín, O’Higgins, etc, que proclamarán la independencia de los principales territorios en estos años o a principios de la siguiente década, aunque el proceso independentista no culminó en la América continental hasta 1825, cuando se selló la independencia del Alto Perú, dando origen a la actual república de Bolivia.

    Quedaban las colonias caribeñas que siguieron una evolución diferente, aplazando el conflicto hasta la segunda mitad del siglo y consiguiendo la ansiada independencia a finales del mismo.

    JUNTAS DE GOBIERNO

    DECLARACIONES DE INDEPENDENCIA

    3

    LA MUJER: PRESENCIA EN LA HISTORIA DE LAS INDEPENDENCIAS HISPANOAMERICANAS

    El vocablo historia tiene dos acepciones. Se entiende por historia la sucesión de hechos del pasado, pero también alude al relato de esos acontecimientos sucedidos en el pasado. Es decir, el término implica tanto la ciencia como la materia o el objeto de la misma.

    A lo largo de la historiografía (historia como ciencia) la mujer ha estado ausente o ha aparecido como un elemento accesorio sin apenas importancia.

    En el período y lugar que nos ocupa, el primer cuarto del siglo XIX y el imperio español en América, las huellas de la mujer en la historiografía son prácticamente inapreciables, sólo reseñadas en la figura de contadas heroínas que se destacan por su carácter varonil.

    Sin embargo, existen multitud de testimonios contemporáneos que demuestran su presencia decisiva en los acontecimientos históricos que dieron lugar a la independencia del continente.

    Es necesario preguntarse por qué esta presencia histórica ha sido invisibilizada en la historiografía posterior.

    La respuesta se halla en la situación de las mujeres en la sociedad de la época.

    3.1. CONCEPCIÓN SOCIAL DE

    LA MUJER DE PRINCIPIOS DE S. XIX

    A finales del s. XVIII y principios del s. XIX la sociedad colonial se regía por los valores de un sistema patriarcal reforzados por la moral impuesta por la todopoderosa Iglesia católica.

    Dichas reglas concebían a la mujer como un ser desprovisto de entendimiento, movido únicamente por los sentimientos, sin capacidad de raciocinio, necesitado de la tutela y protección masculina, ya sea ejercida por el padre, los hermanos o el marido.

    Que el hombre aspire a la libertad y la mujer a las buenas costumbres. ¿Y en qué consisten las buenas costumbres? En obedecer¹

    Había un denominador común que las reducía a todas a la categoría de mujer, un ser que no alcanzaba nunca la madurez para ser considerada ciudadana y por tanto excluida de la esfera pública, recluida en el espacio privado, donde se le reservaba el protagonismo, conforme a sus capacidades naturales, pues hay que subrayar que su diferenciación respecto al hombre provenía de la naturaleza, lo que convertía la discriminación en una situación inapelable o en una verdad irrefutable.

    En este sentido, es significativo el comentario aparecido en La Gaceta limeña:

    Nacidas para suavizar las costumbres del hombre, no deben tomar una parte activa en las discusiones, cuyo ardor es incompatible con la ponderación y dulzura que forman el embeleso de su sexo.²

    De acuerdo con esta imagen, la mujer era educada para cumplir las funciones propias de su género, que marcaban un destino en el que sólo cabían dos opciones: el matrimonio o el convento.

    En el primero la mujer se subordinaba a la voluntad del marido, siguiendo la máxima de El marido dispone y la mujer obedece. Su objetivo como mujer casada, conforme a la tradición cristiana, era dedicarse a las tareas del hogar, desarrollar su facultad de convertirse en madre y procurar la felicidad y el bienestar de su marido e hijos.

    Estos eran los axiomas del patriarcado, pero no impregnaron el conjunto de la sociedad colonial con la misma intensidad, pues las mujeres no constituían un bloque homogéneo. Su posición social, íntimamente asociada a la etnia, establecía diferencias entre las mismas que determinaban sus funciones en la vida cotidiana.

    Las actividades socio-económicas de cada región influyeron en las relaciones entre los géneros: había zonas predominantemente criollas, donde la rigidez moral era más significativa, otras donde el proceso de mestizaje era mayoritario, como el caso de las zonas mineras, donde existía un menor puritanismo y otras en las que la mayoría de la población era indígena, imperando una concepción diferenciada del modelo patriarcal.

    En las sociedades urbanas las mujeres se integraban en tres estamentos sociales según su capacidad económica y su etnia. La élite sólo era accesible para las españolas y criollas; sin embargo, un estrato intermedio o clase media podía estar integrado por descendientes de españoles con menos recursos económicos y por mestizas, y una tercera capa social, muy numerosa, se conformaba por blancas y mestizas con escasos recursos, mulatas, negras, indígenas, etc.

    El patriarcado consolidó su implantación entre la mujer blanca y mestiza, sobre todo entre las pertenecientes a las élites, institucionalizándose el matrimonio monógamo, generalmente pactado entre los padres de los novios, con el fin de reforzar o mantener la posición económica y social de la familia, y ante el que la mujer no gozaba de la libertad de elegir su pareja.

    Se fijaba una dote con el fin de garantizar un buen matrimonio para la hija; dote que, además, creaba de hecho una diferenciación social entre las mismas mujeres. Si la novia se negaba a casarse con quien disponía el padre era sometida a todo tipo de presiones e incluso a castigos violentos o traslados forzosos a otras regiones.

    En caso de rebeldía de la novia, el padre podía iniciar un proceso de disenso matrimonial, establecido en 1778 por la Real Pragmática Sanción de 1776, con el objeto de impedir que las hijas se casaran con personas desiguales.

    Las separaciones eran escasas entre los españoles y criollos acomodados, pues era esencial mantener la apariencia de matrimonio indisoluble; en cambio eran más frecuentes entre los mestizos de clase social pobre.

    Las principales causas de separación eran el maltrato y la infidelidad del marido, aunque también alegaban falta de manutención, injurias, abandono, libertad de costumbres y adulterio femeninos. Los fallos solían favorecer al marido, teniendo las mujeres que abandonar el hogar para sobrevivir como sirvientas o vendedoras ambulantes.

    Las formas jurídicas de separación eran el divorcio, la nulidad y el simple litigio o separación formal.

    La mujer soltera alcanzaba la mayoría de edad a los 25 años, pero era portadora de una imagen negativa, objeto de compasión y lástima, agredida verbalmente, teniendo que refugiarse en el hogar paterno o en el de alguna hermana o hermano para cuidar hijos y ancianos, salvo las dedicadas a la vida religiosa, convertidas en ideales del estereotipo de mujer piadosa, consagrada al servicio religioso.

    Las mujeres pertenecientes a los estratos sociales inferiores gozaban de mayor libertad respecto a la rigidez moral impuesta. Muchas mujeres de capas sociales intermedias, obligadas por la necesidad de subsistencia, regentaban tiendas, pulperías u otro tipo de pequeños negocios, trabajaban en los mercados locales, desempeñando su actividad en un escenario público.

    La mujer indígena, a pesar del establecimiento del modelo de familia patriarcal, conservó sus costumbres, su forma particular de subordinación al hombre y su participación en el trabajo comunitario.

    En las áreas urbanas se dedicaron al servicio doméstico o la venta en mercados locales y en las áreas rurales, integradas en las comunidades donde se practicaba una economía de subsistencia, desempeñaban un papel importante como fuerza de trabajo, tanto del producto destinado al autoconsumo como el que debía servir para pagar el tributo al que estaban obligadas dichas agrupaciones, especialmente cuando los miembros varones entregaban su trabajo íntegro en las minas y haciendas. Se ocupaban también del comercio de los pequeños excedentes.

    La mujer negra, en su calidad de esclava, sirvió de fuerza de trabajo en el campo y en las casas señoriales del campo y la ciudad, desempeñándose junto a las mulatas como amas de leche, ocupándose en la crianza de los niños en sus primeros años, o ejerciendo de criadas, sirvientas o esclavas domésticas.

    En los estratos más bajos de la sociedad perdieron influencia instituciones como el matrimonio monógamo o las normas que condenaban a las mujeres a un espacio únicamente doméstico, aunque era un ser doblemente subordinado: por su clase y por su género.

    Estos estereotipos femeninos se quiebran en todos los órdenes sociales. Así, algunas mujeres pudientes accedieron a conocimientos que les estaban prohibidos por su condición de género, impulsadas por su carácter, su curiosidad o sus ansias de conocimiento, amparadas por sus progenitores.

    Desde finales del siglo XVIII o principios del XIX, algunas de estas mujeres instruidas ocuparon espacios intermedios entre las esferas pública y privada a través de la sociabilidad en los salones o en las tertulias donde se hablaba de literatura y de cuestiones científicas, se intercambiaban ideas, se improvisaban versos y bajo tal apariencia de reuniones literarias se discutían las nuevas ideas ilustradas procedentes de los círculos europeos o de las recién emancipadas colonias de América del Norte, se preparaban conspiraciones, se urdían los planes revolucionarios o se organizaban asociaciones al servicio de la independencia, como en el caso de la sociedad secreta de los Guadalupes, en México, integrada por numerosas mujeres y entre ellas destacadas independentistas como Leona Vicario o la Corregidora. Proliferaron en los años previos, simultáneos y posteriores a la independencia, destacando en ellas mujeres como Manuela Espejo, en Quito, ilustrada y precursora de la defensa de los valores femeninos; Manuela Sanz de Santamaría, organizadora de El Círculo del Buen Gusto, una de las más célebres tertulias de Santa Fé, en el Virreinato de Nueva Granada; Mariana Rodríguez del Toro de Lazarín, promotora en sus tertulias de la conspiración de abril destinada a arrestar al virrey Venegas en la ciudad de México, o Mariquita Sánchez de Thompson, en cuya tertulia se interpretó por primera vez el himno nacional argentino.

    Es preciso recordar que como en toda regla hay excepciones y se dan casos singulares como el de la Güera Rodríguez, aristócrata mexicana que, desafiando las costumbres de la alta sociedad colonial, solicitó el divorcio acusando a su marido de maltrato e intento de asesinato mientras el marido la denunció por adulterio, lo que ocasionó un gran escándalo en la sociedad mexicana de principios de siglo.

    También se dio en Buenos Aires, capital del virreinato del Río de la Plata, el caso de Mariquita Sánchez de Thompson, que, cuando tenía apenas 14 años, cuestionó las imposiciones sociales, negándose a casarse con el caballero español que su padre había elegido para ella y acogiéndose a la Pragmática Sanción interpuso una apelación ante el virrey Sobremonte para poder casarse con su primo Martín Thompson, en contra de la autoridad paterna.

    Fue sometida a la presión de ser recluida en un convento como castigo y como medio para hacerle desistir de su pretensión, pero la resolución a su favor del virrey le permitió casarse con su primo cuatro años después, en 1805.

    No obstante, estos casos no dejan de ser excepcionales en la sociedad colonial, donde la mujer era un sujeto sometido a la voluntad masculina, circunscrito al hogar o espacio privado y excluido del espacio público.

    Sin embargo, este orden social se convulsionó por circunstancias extraordinarias que constituyen el marco adecuado y aprovechado por muchas mujeres para desabrochar el corsé que las oprimía e irrumpir en la esfera pública donde adquirieron un protagonismo extraordinario y determinante en el proceso que llevó a la independencia y culminó con la construcción de las nuevas repúblicas americanas.

    3.2. PRESENCIA DE LA MUJER EN LA HISTORIA INDEPENDENTISTA

    3.2.1 FORMAS DE PARTICIPACIÓN EN LA LUCHA INDEPENDENTISTA

    El conflicto bélico supuso la apertura de espacios para la mujer, que se convirtió en muchos casos en cabeza de familia ante la ausencia del hombre movilizado por la guerra o muerto en batalla, tomó las riendas de su vida y de su familia, sin la tutela masculina; asumió, en definitiva, un nuevo rol, alejado del asignado por el sistema patriarcal.

    Este nuevo papel de la mujer se manifiesta en la participación activa y el compromiso político en todos los ámbitos y por parte de mujeres integrantes de todas las clases sociales, desde las criollas pertenecientes a la élite de la sociedad hasta las mestizas, indias y negras, componentes de las capas sociales más humildes.

    Aunque en muchos casos colaboraron estrechamente, la posición social condicionó las formas de intervención en la lucha emancipadora. Así, las criollas patrocinaron reuniones o tertulias donde se comentaban las nuevas corrientes de pensamiento ilustrado, se recibía información de las recién emancipadas colonias de América del Norte, se discutían las nuevas ideas políticas y se planeaban las acciones revolucionarias; financiaron con su dinero y joyas las campañas libertadoras, contribuyendo a la compra de armas, municiones, víveres e indumentaria para la tropa de los ejércitos; recaudaron fondos para apoyar la causa, persuadieron conciencias a favor de los ideales independentistas, organizaron talleres de costura donde se confeccionaron vestimenta y estandartes para equipar a los ejércitos patriotas, se desenvolvieron como espías valiéndose de su supuesta debilidad y apatía política (En un principio las mujeres eran vistas como criaturas inofensivas con total desinterés por los asuntos públicos por lo que los realistas no ocultaban sus planes en presencia de las mismas), organizaron redes de información, en las que actuaban como correos proporcionando informes que resultaron claves en la estrategia de las fuerzas patriotas.

    Estas últimas actividades fueron compartidas por mujeres de todos los estratos sociales así como la organización de protestas, la propagación de las ideas patriotas y la persuasión entre los ejércitos realistas (algunas fueron acusadas y hasta fusiladas por seducir a las tropas realistas para que se incorporasen al bando independentista), la redacción de idearios y manifiestos o el refugio a los perseguidos.

    Las más humildes contribuyeron en la medida de sus posibilidades realizando el transporte de alimentos, ropas y material bélico, dedicándose a la reparación de armas, asumiendo el sustento familiar ante la ausencia de los hombres integrantes de las tropas insurgentes, incorporándose a las tropas del ejército en su calidad de madres, esposas, hijas o hermanas de los combatientes (troperas, guarichas, cholas, rabonas, guareñas o soldaderas), ocupándose de la logística de los campamentos, preparando los avituallamientos, cocinando, atendiendo a los heridos como enfermeras, enterrando a los muertos, portando las armas y luchando como miembros de las guerrillas patriotas o como soldados en los campos de batalla, algunas vestidas de hombre para ser aceptadas en el combate, pues muchos caudillos patriotas prohibieron su participación en las batallas, y otras desempeñándose como mujeres guerreras, formando batallones femeninos o actuando como estrategas de las acciones bélicas.

    3.2.2. MOTIVACIONES DE LA COLABORACIÓN

    El periodista y político mexicano Lucas Alamán acusó a Leona Vicario, una de las mujeres más destacadas en la independencia de México, de haber actuado en favor de la independencia movida no por el patriotismo, sino por amor a su marido.

    Posteriormente, muchos más cuestionaron las motivaciones de la participación de las mujeres independentistas, lo que en sí ya significa un tratamiento discriminatorio, pues esos mismos no se han preguntado por los móviles para incorporarse a la insurrección de los hombres, ya fuesen criollos, mestizos, mulatos, negros o indígenas.

    Ello implica negar la personalidad independiente de las mujeres, su capacidad de pensar y decidir por sí mismas, concepto derivado, sin duda, de la situación de sumisión y dependencia en la que se hallaba la mujer de principios de siglo XIX con respecto al hombre.

    Los motivos que las llevaron a romper las barreras y tomar las riendas de sus vidas a favor de la causa independentista son tan variados como las formas de participación. En algunos casos fueron las condiciones precarias de sus economías familiares las que las incitaron a actuar, en otros sus sentimientos patrióticos, el pensamiento influido por las nuevas ideas revolucionarias procedentes tanto de América del Norte como de Europa, el rechazo al orden colonial con la consabida discriminación racial y de clases, la rebeldía contra el orden social que relegaba a las mujeres a criaturas sin derechos, y en otros casos, la relación de parentesco o afectiva con los soldados insurgentes o los defensores de la causa independentista.

    3.2.3. CONSECUENCIAS DE LA PARTICIPACIÓN

    Las consecuencias derivadas de la implicación en el conflicto fueron desafortunadas y en muchos casos trágicas. Acusadas de espías, de ocultar rebeldes, de infidencia³, de realizar actividades revolucionarias, de seducir a la tropa o simplemente de tener relación de parentesco o afectiva con insurgentes, las mujeres fueron sometidas a violaciones, castigos crueles y vejatorios, destierros o escarnio público; despojadas de todas sus posesiones, mediante confiscación de sus bienes, quedando sumidas en la miseria; recluidas en hogares, en conventos o en prisiones, donde sufrieron torturas y humillaciones, o condenadas a muerte, bien fusiladas, ahorcadas o asesinadas de la manera más cruel.

    El rigor de los castigos se fue agudizando según transcurría el conflicto y más mujeres se incorporaban al mismo, transformándose la imagen patriarcal de seres débiles, inocentes y apolíticos en verdaderos demonios, maquinadores y dañinos, que era necesario eliminar o enmendar para que no contaminasen al resto de su género.

    La intensidad de las represalias también estaba condicionada por la posición económica y étnica, pues las sanciones más duras, sobre todo las ejecuciones, se aplicaban a las mujeres de clases populares mientras las de clases opulentas eran víctimas de confiscación de bienes o el exilio, reducidas en algunos casos a la miseria, pero sin atentar contra su integridad física gracias a las influencias debidas a su condición social.

    4

    LAS HEROÍNAS SILENCIADAS

    EL VIRREINATO DEL RÍO DE LA PLATA

    El Virreinato del Río de la Plata, fundado en 1776, abarcaba los actuales territorios de Bolivia (Alto Perú), Argentina, Uruguay y Paraguay. Su centro neurálgico se encontraba en Buenos Aires por ser la capital.

    El proceso emancipador del virreinato fue complejo, tanto como lo muestran las partes en las que se dividió. Confluyeron elementos dispares tales como los enfrentamientos entre unitarios y federalistas, la rivalidad entre el ámbito bonaerense y el interior, las invasiones inglesas y los diversos movimientos que fragmentaron el virreinato.

    4.1. BOLIVIA: LA PRIMERA EN REBELARSE

    Fue en el Alto Perú, perteneciente al Virreinato del Río de la Plata desde 1776 y territorio de la actual Bolivia, donde se dio el primer grito libertario en la América española.

    En la sede de la Audiencia de Charcas, la ciudad de Chuquisaca o La Plata (actual Sucre), el 25 de mayo de 1809 se formó la primera Junta de Gobierno, que, tras destituir a las autoridades españolas, tomó las riendas de la administración en nombre de Fernando VII, el rey cautivo en la Francia napoleónica.

    La carrera hacia la independencia americana había comenzado y el testigo de La Plata fue recogido por la ciudad de La Paz, que se rebeló en julio del mismo año de 1809, constituyendo la Junta Tuitiva de los Derechos del Rey y del Pueblo que, encabezada por el mestizo Pedro Domingo Murillo, proclamó la independencia del Alto Perú del imperio español y el primer texto constitucional de la América colonial.

    Pero en octubre de 1809 las tropas realistas al mando de José Manuel de Goyeneche entraron en La Paz poniendo fin al primer intento de emancipación, encarcelando y condenando a muerte a los principales líderes del movimiento revolucionario, entre los que se encontraba Murillo, quien antes de ser ejecutado pronunció una frase premonitoria: La tea que dejo encendida, nadie la podrá apagar, viva la libertad.

    Quedaban aún muchos años de lucha, más de quince, hasta derrotar definitivamente a las fuerzas realistas y firmar el Acta de Independencia el 6 de agosto de 1825, que dio origen a la República de Bolivia.

    En este dilatado período las principales ciudades del Alto Perú fueron pronunciando su correspondiente grito libertario y formando Juntas de Gobierno autónomas, que fueron depuestas y refundadas en las sucesivas conquistas y reconquistas.

    Tras la destitución en Buenos Aires del virrey, en mayo de 1810, las cuatro intendencias altoperuanas se incorporaron al virreinato del Perú, siendo nombrado José Manuel Goyeneche como delegado del virrey en el Alto Perú.

    En septiembre de 1810 Cochabamba y Santa Cruz se sublevaron y proclamaron su adhesión a la Junta de Buenos Aires, la cual creó el Ejército del Norte para apoyar los movimientos insurrectos del virreinato.

    En noviembre de 1810 obtuvieron la victoria de Suipacha, lo que les permitió controlar el Alto Perú, adhiriéndose a la Junta bonaerense Potosí, Chuquisaca y La Paz.

    Sin embargo, el 20 de junio de 1811, la derrota patriota en la batalla de Huaqui a manos del gran ejército dirigido por Goyeneche provocó la toma realista de La Paz y Cochabamba, así como Chuquisaca y Potosí, tras la batalla de Sipe Sipe en agosto del mismo año.

    La segunda expedición del Ejército del Norte, dirigido por Manuel Belgrano, obtuvo las victorias de Tucumán y Salta y pudo entrar en Potosí en 1813, pero sufrió las derrotas de Ayohuma y Vilcapugio en noviembre de 1813, ante las tropas de Joaquín de la Pezuela, reconquistando los realistas el Alto Perú.

    La tercera expedición, comandada por el general Rondeau constituyó una sucesión de conquistas y reconquistas del territorio, finalizando con la retirada definitiva del Ejército del Norte hasta Humahuaca, provincia de Jujuy.

    Comenzó entonces una nueva etapa en la lucha independentista, conocida como la guerra de republiquetas o de guerrillas, esenciales en el logro de la independencia.

    Sin el auxilio del ejército argentino, los altoperuanos sufrieron una brutal agresión por parte de Pezuela entre los años 1815 y 1816, en la que asesinó a los principales líderes: Padilla, Warnes y Vicente Camargo.

    Habría que esperar al 6 de agosto de 1824 para obtener la victoria lograda por Bolívar en la batalla de Junín, que marcó el principio del fin de la lucha, alcanzado en la victoria final de Ayacucho, dirigida por Sucre, el 9 de diciembre del mismo año.

    El 29 de enero de 1825, el general José Miguel Lanza tomó La Paz y declaró la independencia de las Provincias del Alto Perú, siendo nombrado presidente.

    Ante la triple alternativa de incorporarse a las Provincias Unidas del Río de la Plata, unirse al Perú o declarar la independencia absoluta, el 6 de agosto de dicho año, una Asamblea reunida en Chuquisaca decretó la creación de una República con el nombre de Bolivia, en homenaje al Libertador, quien declinó la presidencia a favor de Antonio José de Sucre.

    En todas estas acciones tomarán parte nuestras protagonistas, las heroínas calladas, de forma concluyente para el devenir de los acontecimientos, bien aportando caudales y patrimonio, socorriendo u ocultando a patriotas, sirviendo de emisarias, fabricando municiones, reclutando adeptos, organizando o peleando en las guerrillas que proliferaron en la lucha independentista

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