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Autonomía y subordinación: Mujeres en Concepción, 1840 - 1920
Autonomía y subordinación: Mujeres en Concepción, 1840 - 1920
Autonomía y subordinación: Mujeres en Concepción, 1840 - 1920
Libro electrónico520 páginas7 horas

Autonomía y subordinación: Mujeres en Concepción, 1840 - 1920

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Este es un libro de historia de las mujeres desde una perspectiva de género. Su autora, Alejandra Brito, busca interrogar el conocimiento instaurado sobre la naturaleza femenina, indagando los mecanismos a partir de los cuales las mujeres han sido incluidas en el sistema social patriarcal que les impone modelos socioculturales (el de madresposa, el primero de ellos). Buscando una fuente más directa, distinta del discurso dominante, que le permitiera reconstruir la vida de las mujeres desde mediados del siglo XIX hasta principios del XX en la zona de Concepción, Chile, Brito se encontró con los testamentos, que pudo consultar en el archivo notarial: "Lo interesante, sobre todo en el caso de las mujeres, es que al realizar el rito que el documento mismo implicaba y que estaba mediado por el escribano que lo recogía, las mujeres insistieron en dar detalles de sus vidas a fin de dejar arregladas de manera más explícita sus cuentas terrenales y espirituales".
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento11 mar 2017
ISBN9789560005748
Autonomía y subordinación: Mujeres en Concepción, 1840 - 1920

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    Autonomía y subordinación - Alejandra Brito Peña

    Alejandra Brito Peña

    Autonomía y subordinación

    Mujeres en Concepción, 1840 - 1920.

    LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

    © LOM Ediciones

    Primera edición, 2014

    ISBN Impreso: 978-956-00-0574-8

    ISBN Digital:978-956-00-0894-7

    A cargo de esta colección: Julio Pinto

    Diseño, Composición y Diagramación

    LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Fono: (56-2) 688 52 73 • Fax: (56-2) 696 63 88

    www.lom.cl

    lom@lom.cl

    En memoria de Luzmira, mi abuela

    Agradecimientos

    Este trabajo no hubiese podido llegar a su fin sin la ayuda de muchas personas e instituciones que en momentos distintos me apoyaron. A todas ellas quiero agradecerles.

    Al Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico – FONDECYT, pues los Proyectos Nº 1000377 y Nº 1040367 me permitieron recopilar las fuentes que sirvieron de base para esta investigación.

    A quienes fueron estudiantes (hoy profesionales) que me acompañaron en la recopilación de fuentes y sistematización bibliográfica, en especial a Carlos Vivallos, Priscilla Rocha, Raúl Rodríguez, María Rosa González, Valentina Soto. Les agradezco no solo por el profesionalismo de su trabajo, sino por haberme entregado su amistad y cariño en el largo proceso para terminar esta tesis.

    A Mauricio Casanova, Licenciado en Historia, quien me apoyó en la fase final de esta investigación, en especial en completar algunos vacíos de información para la versión final.

    Al profesor y amigo Leonardo Mazzei. Sin su apoyo y confianza hubiese sido más difícil avanzar en el sinuoso camino historiográfico. Le agradezco el haberme acogido en Concepción y haberme hecho descubrir la riqueza de los testamentos como fuentes históricas.

    Al profesor Julio Pinto, por la paciencia y respeto con que leyó y corrigió cada palabra escrita en esta tesis.

    A Daniel, mi compañero de vida. Por su apoyo profesional para discutir y corregir cada palabra y fundamentalmente por acompañarme con su amor y paciencia en este largo proceso.

    A mis hijos Mauricio y Alejandro, por estar ahí y llenarme con su presencia a pesar de mis ausencias.

    A las mujeres que rodearon mi vida, mi madre y mi abuela (que no alcanzó a ver terminada esta tesis), simplemente por enseñarme la importancia de ser mujer y entregarme las herramientas que me han permitido llegar hasta donde estoy.

    A las muchas mujeres que he conocido en mi trayectoria de vida. A mis amigas, que me han brindado el cariño y la fuerza para embarcarme en más de un sueño. A las mujeres que he conocido en los muchos cursos, talleres, marchas, etc., quienes me han entregado sus experiencias y reafirman día a día la importancia de relevar las historias anónimas de las mujeres, para avanzar en el firme propósito de construir una sociedad más igualitaria, que nos permita ser mejores personas y más felices.

    Introducción

    La historia de las mujeres desde una perspectiva de género es el centro de esta investigación. Lo que me interesó fue poner en discusión el hacer de las mujeres, problematizando sus acciones a fin de comprender cómo funcionaba –en determinados aspectos– la sociedad que estudiamos. El espacio donde centramos la mirada fue el «Gran Concepción» entre los años 1840 y 1920, incluyendo el centro urbano y un amplio espacio rural que lo circunda.

    La preocupación por incorporar a las mujeres como sujetos históricos no es casual. Parte de una experiencia personal familiar fuertemente marcada por la presencia de mujeres, y se desarrolla en un despertar a la vida adulta en un contexto sociopolítico donde las mujeres se transformaron en protagonistas. La reconstrucción histórica de mujeres se convirtió en una necesidad vital por conocer mi propia historia, presionando a mi abuela para que se explayara en sus historias de vida, que me contara sus migraciones constantes «cargada de hijos/as» en búsqueda del sustento para una familia que crecía y se mantenía por sus propios esfuerzos. Me gustaba escucharla relatar lo que había sido su vida en el campo, sus juegos y sus correrías de niña; la frustración del sueño de ser enfermera, por la decisión de su abuela de que lo mejor para ella era casarse; o cuando fue empleada doméstica en alguna casa patronal; o el relato de su huida desde un ambiente de violencia doméstica en Santiago, con un nuevo bebé en su vientre (mi madre), hasta llegar a Concepción y Chillán, donde se transformaría en comerciante popular. Transitó a lo largo de su vida entre múltiples actividades laborales, formales e informales: fue empleada doméstica, lavandera, comerciante, costurera, cocinera y obrera. Lejos de responder al estereotipo de la mujer tradicional que centra su identidad en el modelo de madresposa, ella siempre fue un sujeto activo y productivo; su ejemplo iluminó mi experiencia familiar y se convirtió en un aprendizaje cultural. Había que hacer la historia de mi abuela y de las muchas abuelas que llenaban las páginas de nuestro país.

    También nutrieron mi aprendizaje cultural las mujeres que se esforzaban en la calle por retornar a la democracia y, sobre todo, aquellas que, desafiando la represión de la dictadura militar en los años ochenta, protestaban por la violación a los derechos humanos; ellas, sin transgredir los roles tradicionales de madres, esposas, hijas o hermanas de…, se enfrentaron a los militares exigiendo respuestas. O aquellas que frente a la crisis económica de los años ochenta recuperaron la memoria histórica de las mujeres y se convirtieron en las protagonistas de las estrategias de sobrevivencia a partir de las solidaridades barriales, organizándose para formar comedores infantiles, ollas comunes, los «comprando juntos», las redes de salud, etc. Esas mujeres, ausentes de las historias oficiales que se estudiaban en las aulas universitarias en esos mismos años, son las que impulsaron mi primer acercamiento a las historias de mujeres.

    Mi trayectoria académica se ha nutrido también de muchas mujeres con las que he compartido encuentros, talleres, cursos e investigaciones, y aunque esos vínculos han sido aparentemente verticales, desde mi condición profesional y académica han resultado fundamentales; he podido conocer sus experiencias, su manera de construir la propia historia de vida y sus aportes a la construcción de la sociedad. De sus relatos y de la generosidad para compartir sus experiencias es que se construye también la historia que presentamos.

    Pero el lugar de producción también está territorializado. No es casual escribir sobre las mujeres de Concepción; es aquí donde he desarrollado mi vida académica, son las calles y rostros penquistas los testigos de mis principales preocupaciones historiográficas. Cobijada en la Universidad de Concepción, pude transitar en sus aulas y poner en discusión con estudiantes de distintas carreras muchas de las ideas que aquí se sistematizan. Hacer historia de las mujeres de Concepción es una forma de retribuir a este territorio que me adoptó, permitiendo rehacerme como mujer y como historiadora y que me ha abierto la riqueza de su historia y de su posicionamiento para la construcción social. Los territorios no son casuales y las historias reconstruidas responden a esos espacios. En el curso de esta investigación no solo he conocido a las mujeres que vivieron en Concepción y sus alrededores entre los años 1840 y 1920, sino también he conocido la historia regional, lo que a su vez me permitió una comprensión mayor de los comportamientos de las mujeres estudiadas.

    El período elegido para este estudio, 1840 a 1920, tampoco fue al azar. Estos ochenta años constituyen un referente central para comprender la formación de la sociedad chilena moderna. Los procesos modernizadores de la segunda mitad del siglo XIX, que consolidaron el modelo capitalista, dejaron su huella en el espacio local. Es el período donde se potencian las capacidades productivas locales y se inserta la región en el circuito económico nacional e internacional. Pero los efectos de los procesos modernizadores no fueron solo económicos; también influyeron en las formas en las cuales se concibieron las relaciones sociales y se moldearon las identidades de género. Es el período en el cual la familia pasa a ser el referente central en esas nuevas identidades de género, y en el que las mujeres son reconocidas e incorporadas en dichos procesos a partir de su condición de madres.

    La historia de las mujeres de Concepción en los años de estudio se realizó rescatando sus discursos y sus experiencias de vidas relatadas en los testamentos, para lo cual se usó como enfoque teórico-conceptual el género, categoría de análisis social que nos remite a la construcción sociocultural de lo femenino y lo masculino en relación con una estructura significativa y fundante de relaciones de poder. La historia de las mujeres desafía de manera ambigua a las historias conocidas, dice Joan Scott (1999); por una parte, es un complemento inofensivo de las historias escritas; por otra, es una sustitución radical de la misma. Pero para llegar a este momento los movimientos de mujeres debieron entablar una larga lucha por el reconocimiento social y para que sus saberes fueran validados en el quehacer científico. Transformado en un campo de saber, se reconstruyen historias de mujeres, pero simultáneamente se construye una teoría que pone en tela de juicio las historias existentes, no solo porque hacer historia de mujeres deja en evidencia que lo que existe es incompleto, sino también porque la incompletitud existente está marcada por sesgos culturales que hacen necesario un replanteamiento de la disciplina misma. Nada de esto es neutral, es por ello que Scott insiste en que no debemos olvidar el vínculo con el feminismo como movimiento social, ni el hecho de que la historia de las mujeres es un campo de acción político¹.

    Al interior de la disciplina histórica, un primer problema a enfrentar fue el modo en que tradicionalmente se habían abordado las historias de las mujeres. Estas habían privilegiado la condición sexual y biológica femenina; se consideraba que estaban adscritas a dicha condición por su sola naturaleza. Sin embargo, al considerar la jerarquización social según género, se logra desnaturalizar la condición social de las mujeres. Desde esta perspectiva creemos que el analizar la historia de las mujeres penquistas con una perspectiva de género, nos permite mirar no solo las determinantes propias de su condición femenina, sino fundamentalmente, desde el accionar concreto de ellas, reconocer aspectos sociales más amplios. De allí que nos interesó relacionar la perspectiva de género con el análisis de la vida cotidiana, lo que nos permite dar una mirada a una historia regional que incorpore los aspectos propios y específicos de las mujeres como también las normatividades sociales, la relación institucional y la construcción de las subjetividades sociales, en el marco de una sociedad patriarcal.

    Nos interesó profundizar, además, en la historia de las mujeres a fin de reconocer las formas en las cuales han sido incluidas en los sistemas sociales. Nuestra intención era mirarlas en aquellas esferas que tradicionalmente han sido consideradas masculinas, como el caso de la gestión económica, con el objeto de desnaturalizar el conocimiento instalado sobre la naturaleza femenina y sus espacios propios.

    La discusión teórica más tradicional ha legitimado la búsqueda de los sujetos sociales en espacios definidos, que marcan una serie de fragmentaciones y clasificaciones dicotómicas, en una binariedad que hace aparecer la construcción discursiva como realidad social. Dentro de estas discusiones, la separación de espacios entre hombres y mujeres ha sido una de las que han tenido mayor consagración. El espacio público es atribuido a los varones, y el privado, el de la intimidad, el de la domesticidad, a las mujeres. El significado sociopolítico de esta distribución de espacios para las mujeres ha sido la asignación de una pasividad, en tanto el espacio doméstico de la «casa» es concebido como un ámbito reproductivo, donde no se requieren habilidades ni el desarrollo de las potencialidades que exige el mundo de la «calle» asignado a los varones. Esto debido a que se considera que las habilidades para el desarrollo femenino en el espacio doméstico vienen asociadas a la naturaleza femenina, vinculando directamente la capacidad reproductiva de la maternidad con las conductas sociales de la domesticidad.

    En la actualidad, la separación de espacios rígidos ha sido refutada, dando paso a nuevos enfoques teóricos en torno a la constitución de los sujetos; sin embargo, la «vieja tradición» ilustrada aún se mantiene como modelo comprensivo de la constitución de las identidades de género, en tanto esta configuración se ha naturalizado, lo que hace difícil su cuestionamiento. Estas construcciones de género instaladas como verdades han servido de base para la consolidación de un sistema de dominación patriarcal, legitimado bajo los conceptos burgueses de utilidad y valor, lo que se materializa en el encierro de las mujeres en el espacio doméstico-reproductivo, y se traduce en un cuerpo legal que institucionaliza la normatividad patriarcal. De allí la necesidad de construir conocimiento que permita poner realmente en discusión dichos encuadres.

    Así, entonces, el estudio de la vida cotidiana de las mujeres de Concepción aparece como un área de conocimiento importante. A partir de la interacción cotidiana con otros sujetos es posible reconocer cambios socioculturales; es decir, a partir de los comportamientos individuales se pueden reconocer las directrices que guían los comportamientos colectivos y, por tanto, las transformaciones sociales.

    La vida cotidiana de las mujeres penquistas debe ser analizada, en el entendido de que sus interacciones representan una actuación donde es posible reconocer la puesta en escena que ellas hacen de sí mismas y las formas en las cuales conciben las relaciones con los otros. Entonces, reconocer que «...las rutinas de la vida diaria, que nos enfrentan a constantes interacciones cara a cara con otros, constituyen el grueso de nuestras actividades sociales. Nuestras vidas están organizadas en torno a la repetición de esquemas similares de comportamiento día tras día, semana tras semana, mes tras mes e incluso año tras año [...] El estudio de la interacción social en la vida cotidiana ilumina significativos aspectos de los sistemas e instituciones sociales más amplios»². Es por ello que se deben incorporar los contextos y las situaciones específicas a partir de las cuales se generan las interacciones cotidianas, de lo contrario la relación cara a cara de los sujetos puede dejar de tener sentido.

    El análisis de Goffman (1994) sobre la vida cotidiana incorpora otros elementos útiles al enfoque que quisimos darle a este estudio. Utilizando la analogía de la representación teatral, explica las interacciones. Plantea que «si la actividad del individuo ha de llegar a ser significante para otros, debe movilizarla de manera que exprese durante la interacción lo que él desea transmitir. En realidad se puede pedir al actuante que no solo exprese durante la interacción las capacidades que alega tener sino que también lo haga en forma instantánea»³. Otro de los aspectos destacados de sus postulados es que los actos a través de los cuales las personas se representan en sus interacciones cotidianas presentan una imagen idealizada de sí mismas, intentando ocultar aspectos propios en sus actuaciones. Se ocultan placeres secretos anteriores a la actuación o de épocas pasadas. También pueden ocultarse errores cometidos mientras se preparaba la representación, como los pasos para corregirlos. Es posible que se intente mostrar solo los productos finales, ocultando los procesos de producción. Así mismo se puede intentar ocultar el «trabajo sucio» que les permitió llegar a los resultados finales. Se puede, además, dejar fuera conscientemente otros criterios de actuación. Finalmente, se pueden acallar los insultos, humillaciones o pactos realizados para seguir actuando. Es posible también que las personas transformadas en actores mistifiquen su actuación, limitando el contacto y estableciendo una distancia social entre ellos y la audiencia, a fin de infundir respeto en la misma⁴.

    Por otra parte, Radkau (1986) agrega que en la vida cotidiana es posible reconocer espacios de mayor libertad, una apropiación del cuerpo, del entorno, del tiempo y del deseo; allí es posible reconocer un contrapoder femenino, resignificando el espacio reproductivo como un espacio de creatividad. De allí que la autora plantea que para profundizar la mirada centrada en las mujeres es necesario detenerse en lo cotidiano, entendiéndolo como lo particular, pero no como contraposición de lo público o político, sino comprendido en la totalidad que representan ambas esferas. Ella propone el concepto de «modos de vivir», como una categoría mediadora entre lo general (macro) y lo particular (micro). Esto significa que a partir del conjunto de costumbres, normas, situaciones, percepciones, expectativas y acciones, las personas experimentan y expresan sus relaciones sociales⁵.

    Teniendo en cuenta las premisas anteriores, la reconstrucción histórica de las mujeres estudiadas centró el análisis en los testamentos obtenidos de los Archivos Notariales de Concepción, y desde ellos reconoce los escenarios posibles, las imágenes de sí mismas y las formas en las cuales interactuaron con otros. Creemos que es posible plantear el análisis de esta manera, ya que el recuento sinóptico que hacen las mujeres de sus vidas y que plasman en los documentos testamentarios, no puede ser entendido solo como un arreglo de cuentas cuyo fin es esencialmente económico. Más bien, desde dicho arreglo de cuentas económicas las mujeres dan un salto cualitativo y nos permiten reconocerlas desde sus entornos concretos, explicitando sus interacciones con otros que se constituyen en otros significativos en el escenario de sus propias vidas. Las formas de expresión y los reconocimientos que otorgan a las personas que dejan como legatarios y/o herederos pueden ser considerados como gestos que evidencian las formas en las cuales desarrollaron sus interacciones cotidianas. Lo que intentamos hacer a partir del análisis de los testamentos, no es solo describir y explicar la realidad económica de las mujeres, sino dar un enfoque cualitativo que nos permita reconstruir parte de la vida cotidiana de estas mujeres.

    Los testamentos eran documentos públicos. El Código Civil de 1855 lo definía como «un acto más o menos solemne, en que una persona dispone del todo o de una parte de sus bienes para que tenga pleno efecto después de sus días, conservando la facultad de revocar las disposiciones contenidas en él, mientras viva»⁶. Se establecía que la facultad de testar era indelegable y se excluía del derecho a personas con muerte civil, el impúber, el interdicto por demencia, el que no estuviese en su sano juicio por ebriedad u otra causa, todo el que no pudiera expresarse claramente de palabra o por escrito⁷. Si bien jurídicamente tenía el objetivo señalado, simbólicamente fue considerado también un arreglo de cuentas religioso; de allí que la «salvación del alma» fuese considerada por muchos como el objetivo central en la firma del documento. Esto se traducía en un espacio privilegiado para las evocaciones religiosas, y la gran cantidad de legados que muchos y muchas dejaban para misas en su nombre o directamente a instituciones religiosas. Lo interesante de este documento, sobre todo en el caso de las mujeres, es que al realizar el rito que el documento mismo implicaba y que estaba mediado por el escribano que lo recogía, las mujeres insistieron en dar detalles de sus vidas a fin de dejar arregladas de manera más explícita sus cuentas terrenales y espirituales. Es por ello que constituyen piezas claves en la reconstrucción de la vida de mujeres.

    A partir de los testamentos reconocimos las representaciones simbólicas que evocaban, entre las cuales se evidenciaron de manera nítida las evocaciones religiosas que formaban parte del discurso a partir del cual se construía el testamento como documento público. Pero también pueden considerarse, desde el punto de vista de representaciones culturales, las evocaciones discursivas de las relaciones matrimoniales, los grados existentes de enunciados de afecto para con los hijos/as y/o familiares cercanos. Desde allí también pueden reconocerse en los testamentos conceptos normativos, como por ejemplo las formas legales de reparto de las herencias; sin embargo es en lo relativo a sus bienes de libre disposición donde volcaron directamente sus afectos y recrearon ciertas evocaciones simbólicas, como por ejemplo, la solidaridad femenina. Los testamentos también nos acercaron de manera evidente a ciertas nociones políticas, instituciones y formas de organización social, como por ejemplo las formas de circulación de capitales, la conformación de sociedades comerciales, entre otras. A partir de las formas de interacción de las mujeres con los otros, es posible dilucidar ciertos aspectos importantes en la constitución de su propia identidad subjetiva.

    Para esta investigación se recogieron un total de 2.573 testamentos de mujeres que testaron en Concepción entre 1840 y 1920. Hasta el año 1910 se recogieron el total de los testamentos de mujeres de los Archivos Notariales de Concepción con un total de 2.438; de los 135 restantes, 75 datan de 1915 y 60 de 1920. La información obtenida en los documentos se dividió en tres niveles: «información demográfica», «información económica» e «información sociocultural». Además, se recopilaron documentos notariales con información de gestiones económicas específicas, donde estuvieron involucradas mujeres, a fin de profundizar en los datos que arrojaron las fuentes primarias, para lo cual utilizamos documentación del Archivo Notarial, fundamentalmente mutuos y cancelaciones. Finalmente se recopiló documentación de prensa regional, para rastrear imágenes que existían sobre las mujeres, con el fin de compararlas con los datos obtenidos en el análisis de los testamentos. Para ello se revisaron los volúmenes de el Diario El Sur correspondientes al periodo 1888 y 1920.

    Decidimos dividir el trabajo en cuatro capítulos; un primer capítulo de discusión teórico-conceptual y tres capítulos temáticos, los que van precedidos por una discusión bibliográfica que actúa como un marco contextual que nos permite dar inteligibilidad al análisis de las fuentes utilizadas. Nuestra opción fue no realizar un solo capítulo de análisis bibliográfico y/o teórico que abarcara temas aparentemente distintos, sino más bien introducir a los lectores y lectoras en las áreas temáticas que trabajaríamos en el análisis de las fuentes. Así, se trabajó en el capítulo segundo con la familia, el tercero con las actividades económicas y el cuarto con imaginarios sociales y mentalidades.

    El capítulo I lo denominamos La historia de las mujeres con perspectiva de género, y en él damos cuenta de los ejes conceptuales de nuestra investigación, centrando la discusión en el género como categoría de análisis social y la incorporación de la historia de las mujeres en la discusión historiográfica, para cerrar con el problema teórico central de nuestra investigación: la discusión en torno a la dicotomía público/privado y su problematización desde una perspectiva feminista, para desde allí realizar una crítica a los abordajes de la historia de la vida privada. Finalmente terminamos ese capítulo con un acercamiento al tratamiento de las fuentes testamentarias a la luz del pensamiento de Michel de Certeau.

    En el segundo capítulo, titulado Las mujeres y la familia, realizamos en primer lugar una discusión bibliográfica sobre la relación mujer y familia, reconociendo a esta última como un espacio de acción. Nos pareció relevante reconocer cuáles son los ejes de la discusión historiográfica que tiene como sujeto de análisis a la familia, además de presentar una caracterización de la familia a través de las reconstrucciones históricas realizadas por algunos/as historiadores/as nacionales. En segundo lugar nos acercamos al análisis de los testamentos reconociendo primero a las mujeres y sus características demográficas, para pasar a rescatar la importancia que ellas le asignaron a la familia desde un punto de vista cuantitativo, analizando las formas de traspaso de bienes dentro de la familia, para después centrarnos en la importancia asignada a través de los discursos, reconociendo la preocupación explícita de las mujeres por resolver todos los problemas familiares existentes e incluso adelantándose a los que pudieran venir.

    En el capítulo tercero, Las gestiones económicas y el papel de las mujeres, contextualizamos el hacer económico, partiendo por la realidad regional, analizando los cuatro ejes centrales del desarrollo económico del siglo

    xix

    : el comercio, la agricultura, la minería y la industria. Todo esto con el objeto de contextualizar el hacer de las mujeres estudiadas. En los testamentos nos detuvimos a analizar el recuento de los bienes que posibilitaron la formación de fortunas familiares de grandes dimensiones o de aquella acumulación que no alcanzaba a ser mayor de la necesaria para la sobrevivencia. Después centramos la mirada en las actividades productivas y las gestiones económicas, reconociendo la importancia que tuvieron las actividades comerciales y de pequeña industria y principalmente el trabajo agrícola, sobre todo el vitivinícola. Después centramos la mirada más económica en el reparto de los bienes, reconociendo entre ellos la importancia que tuvieron las mejoras y los legados como explicitación de bienes concretos que tenían además una significación a su vez material y simbólica. Finalmente nos detuvimos a analizar la circulación de capitales en el medio local, reconociendo la importancia que las mujeres tuvieron como prestamistas, pero también el uso de los préstamos para el desarrollo de sus propios negocios.

    Entre el deber ser y las prácticas sociales. Una mirada a las mentalidades y los imaginarios sociales femeninos es el nombre del cuarto y último capítulo. Allí, en primer lugar, realizamos una mirada teórica a algunos elementos de la historia de las mentalidades que, sin pretender ser exhaustivo, dan cuenta de los énfasis que consideramos más relevantes. De la misma manera se aborda la discusión teórica sobre los imaginarios sociales, entendidos como una herramienta de análisis útil para comprender la construcción de estereotipos y su arraigo social. En segundo lugar, analizamos desde los discursos testamentarios las pautas de comportamiento de las mujeres estudiadas, centrándonos en la importancia de la religiosidad, la construcción de relaciones afectivas y cómo estas se plasman en el documento, la valoración social que se expresa a través del traspaso patrimonial y la importancia de las redes femeninas que actúan como mecanismos de trascendencia social. Finalmente –mediante la prensa– presentamos la forma en que la sociedad local refuerza los imaginarios sociales que circulan y construye discursos sobre las mujeres dando énfasis a la construcción de estereotipos y del deber ser femenino, la presentación contradictoria en relación a los ejemplos mundiales sobre la emancipación de la mujer, la valoración entregada a las organizaciones femeninas, sobre todo las vinculadas a la educación, para terminar con las transgresiones femeninas a partir de las informaciones policiales.

    1 Joan Scott, «Historia de las mujeres», en Formas de hacer Historia, ed. Peter Burke (Madrid: Alianza Universidad, 1999).

    2 Anthony Giddens, Sociología (Madrid: Alianza Universidad, 1994), 124.

    3 Erving Goffman, La presentación de la persona en la vida cotidiana (Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1994), 42.

    4 Johanna Gualas. «Acercamiento cualitativo hacia el seductor silencio noctambular de Coronel». Memoria para obtener el título de Socióloga, Universidad de Concepción, 2001.

    5 Verena Radkau. «Hacia una historiografía de la mujer», Revista de Antropología 30, México (1986): 91-92.

    6 Título III, Art. 999 de Congreso Nacional, Código Civil de la República de Chile (Santiago de Chile: Imprenta Nacional, 1856), 254.

    7 Ibíd., 255 (art. 1004 y 1005).

    Capítulo I

    La historia de las mujeres con perspectiva de género

    I. Un acercamiento teórico-conceptual

    1. El género como categoría social

    El análisis de la posición que ocupan las mujeres en la sociedad nunca ha estado ajeno a la discusión política e ideológica. Las distinciones realizadas para validar la existencia de las desigualdades de los sexos han consagrado, a lo largo de la historia, la posición desigual de las mujeres respecto al hombre. Esto se extrapola a las formas de comportamiento psicológico y social de los sujetos, pero también se extiende a las formas en las cuales se construye el conocimiento, el que finalmente valida las construcciones socioculturales. Así, el develamiento de la situación subordinada de las mujeres se inscribe dentro de la lucha política e ideológica que busca desmantelar las construcciones históricas que han posibilitado su posición subalterna en la sociedad. Una de las estrategias utilizadas ha sido la construcción de conocimientos que cuestionen las verdades instaladas y abran nuevas posibilidades de entendimiento armónico entre los sexos.

    La comprensión de las mujeres y su inserción a la vida social está marcada por su adscripción a la naturaleza, que se traduce en una mirada al cuerpo femenino como una estructura biológica que explica los comportamientos sociales. El cuerpo de las mujeres a lo largo de la historia, ha sido una obsesión para los científicos del pensamiento occidental, que intentaron explicar las diferencias anatómicas y su relación con los comportamientos sociales asociados a las mujeres. Thomas Laqueur, en su texto La construcción del sexo, nos muestra un recorrido histórico de las formas en las cuales se conceptualizó el cuerpo femenino, evidenciando cómo las explicaciones científicas estuvieron moldeadas por las ideologías de la época. «Una y otra vez a un cuerpo femenino, problemático e inestable, que o bien es una versión o bien algo completamente diferente de un cuerpo masculino generalmente estable y no problemático. Como las estudiosas feministas han demostrado hasta la saciedad, siempre es la sexualidad femenina la que está en constitución; la mujer es la categoría vacía»¹. Él nos habla de la existencia de dos momentos en las concepciones de la anatomía humana: el primero, que denomina el mundo del unisexo, y el segundo, el mundo de dos sexos. En el primero se considera que existe solo una formación anatómica, donde el cuerpo masculino es la referencia; todos somos hombres, pero con grados de perfección diferente. En esta explicación las mujeres son hombres imperfectos o sujetos que no alcanzan el grado máximo de desarrollo; la prueba se encontraría en el hecho de que los genitales femeninos no alcanzan a salir al exterior. De estas características deriva su debilidad e inferioridad; así, toda la anatomía genital femenina se conceptualiza en relación a la masculina. El que este mundo del unisexo se mantuviera por tantos siglos –desde la filosofía griega hasta el siglo

    xviii

    – se debió, según el autor, a que:

    no había una argumentación biológica sólida sobre la que se asentaran otras características. En realidad la paradoja del modelo del sexo único es que la ordenación de las parejas de contrarios revelaba una carne única a la cual ellos no pertenecían. Paternidad/maternidad, macho/hembra, hombre/mujer, cultura/naturaleza, … y muchos otros pareos, se leían en un cuerpo que no representaba claramente en sí mismo tales distinciones. Orden y jerarquía venían impuestos desde el exterior

    [

    ]

    La segunda explicación para la longevidad del modelo de sexo único vincula el sexo y el poder. En un mundo público con fuerte predominancia masculina, el modelo del sexo único mostraba lo que ya era evidente tomando la cultura en un sentido más general: que el hombre era la medida de todas las cosas y la mujer no existía como categoría ontológica distinta².

    Después de un exhaustivo análisis de los libros de anatomía y los discursos sobre el cuerpo femenino se transita hacia la diferenciación anatómica, ayudada por disección de los cuerpos. Sin embargo, según Laqueur «la historia de la representación de las diferencias anatómicas entre hombre y mujer resulta, por tanto, extraordinariamente independiente de la estructura real de esos órganos o de lo que se conocía sobre ellos. Era la ideología y no la precisión de las observaciones lo que determinaba cómo se veían y cuáles eran las diferencias que importaban»³. Así se llega a la segunda etapa, cambian las concepciones del cuerpo femenino y se pasa a un mundo de dos sexos absolutamente diferentes: ya no es su condición de incompletitud, sino su condición de entidad biológica totalmente distinta lo que explica la debilidad e inferioridad:

    Las estructuras que se habían considerado comunes a hombre y mujer –esqueleto y sistema nervioso– fueron diferenciadas de forma que se correspondieran al hombre y a la mujer culturales. Como el propio cuerpo natural pasó a ser la regla de oro del discurso social, los cuerpos de las mujeres –el sempiterno otro– se convirtió en campo de batalla para la redefinición de la antigua e íntima relación social básica: la de la mujer con el hombre. Los cuerpos de las mujeres, en su concreción corporal, científicamente accesible, en la misma naturaleza de los huesos, nervios y, lo que es más importante, órganos reproductores, hubieron de soportar una nueva y pesada carga de significado. En otras palabras, se inventaron los dos sexos como nuevo fundamento para el género⁴.

    Como dice Pierre Bourdieu:

    Lejos de desempeñar el papel fundador que se les atribuye, las diferencias visibles entre los órganos sexuales masculino y femenino son una construcción social que tiene su génesis en los principios de la división de la razón androcéntrica, fundada a su vez en la división de los estatutos sociales atribuidos al hombre y la mujer⁵.

    Así, el cuerpo de las mujeres se consolida como el espacio por excelencia para la dominación, pero ya no desde categorías biologicistas que se instalan como verdades inmutables, sino:

    Como locus de interpretaciones culturales, el cuerpo es una realidad material que ha sido localizada y definida dentro de un contexto social. El cuerpo es también la situación de tener que asumir e interpretar ese conjunto de interpretaciones recibidas. En la medida que las normas de género funcionan bajo la égida de los constreñimientos sociales, la reinterpretación de esas normas mediante la proliferación y variación de estilos corporales se convierte en una forma muy concreta y accesible de politizar la vida personal⁶.

    En estas palabras de Judith Butler se sintetiza claramente el significado sociopolítico que asume el cuerpo femenino, a partir del cual los hombres que observan y que escriben sobre ellas las encierran en una biología que es la fuente que explica las diferencias de los sexos y la inferioridad de las mujeres.

    Son estas concepciones esencialistas de las desigualdades entre los sexos –construidas por hombres notables y científicos en las distintas épocas de la historia de la humanidad– las que han primado en gran parte de la historia; sin embargo, también se han levantado voces disidentes que cuestionaron estos modelos y trataron de buscar otras herramientas explicativas. Durante la Edad Media, Cristina de Pizán trataba de buscar algunas explicaciones y avanzar hacia una mejor posición de las mujeres en la sociedad. Sin ser ella una mujer que rompiera con el sistema social de su época «pensaba que estas creencias se podían cambiar con una comprensión práctica de las naturalezas complementarias de los hombres y las mujeres, un reconocimiento del valioso papel que realmente tenían las mujeres y el respeto y la comprensión que merecían». En el siglo

    xvii,

    el filósofo cartesiano Francois Poulian de la Barre, en su escrito «Sobre la igualdad de los sexos» de 1673, demandaba la igualdad de los sexos y reflejaba «en sus obras sus propias luchas contra el prejuicio enraizado en el ámbito social. Denuncia, fervientemente, la injusticia de un sistema que excluye a las mujeres de la educación, las profesiones y, en general, de cualquier actividad prestigiosa

    [

    ]

    Poulain reclama la universalización de derechos, la igualdad para todos los seres humanos, y no sólo para la mitad de ellos»⁸. Pero es, sin duda, con la Ilustración dieciochesca donde la discusión encontró mejores condiciones. En un momento donde se discutía profusamente la igualdad social, hubo voces que se levantaron a fin de incorporar en el debate sobre la igualdad, las desigualdades de los sexos, afirmando que si la desigualdad social y política no eran hechos naturales, sino sociohistóricos, también lo era la desigualdad de los sexos, y, por lo tanto, el papel subordinado de la mujer podía modificarse, a fin de incorporarla plenamente en la construcción del nuevo orden social igualitario. Personajes como D’Alembert, Condorcet, Madame de Lambert, Olympye de Gauges y otros/as, defendieron la igualdad entre los sexos y se mostraron contrarios a las tesis de la inferioridad de las mujeres basada en la naturaleza. Para las estudiosas del feminismo como movimiento social, este período fue clave, ya que la introducción de la discusión sobre la igualdad de los sexos fue vista como la radicalización efectiva del proyecto igualitario ilustrado⁹.

    Sin embargo, a pesar de la experiencia de autonomía y de protagonismo desarrollado por las mujeres en el proceso de la Revolución Francesa, la lógica masculina de dominación se impuso al consagrar la tesis cientificista-biologicista que planteaba la diferencia sexual como clave de la desigualdad y que tuvo en J. J. Rosseau a uno de sus principales exponentes. Las tesis culturalistas que sostenían que las desigualdades tenían también una explicación racional y que la educación actuaba como un factor clave fueron derrotadas¹⁰.

    En el siglo

    xix

    , hubo dos movimientos paralelos. Por un lado, lo que las feministas llamaron la filosofía misógina decimonónica, que se sustentaba en la teoría de la debilidad esencial de las mujeres, y los movimientos de mujeres, que comenzaron su lucha sufragista. Esta lucha de las mujeres estaba estrechamente vinculada a los procesos históricos que se vivían, teniendo como referencia central las desigualdades sociales provocadas por el modelo capitalista, que iba de la mano con la Revolución Industrial, que alteraba la relación ideal entre los sexos, al incorporar de manera desigual a las mujeres pobres al mercado laboral, en una situación de mayor explotación de su fuerza de trabajo. Esto hizo surgir discursos en torno a la subordinación de género, levantando como principal

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