Madres y huachos. Alegorías del mestizaje chileno
Por Sonia Montecino
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Madres y huachos. Alegorías del mestizaje chileno - Sonia Montecino
Sonia Montecino Aguirre
Madres y Huachos
Alegorías del mestizaje chileno
La colección Dos Siglos agrupa textos fundamentales que contribuyen al entendimiento y necesaria profundización en las identidades e historias de Chile. Se propone como un aporte reflexivo indispensable ante la interpelación que nos provoca el Bicentenario de la República.
MONTECINO AGUIRRE, SONIA
Madres y huachos. Alegorías del mestizaje chileno / Sonia Montecino A.
Santiago de Chile: Catalonia, 2017
ISBN: 978-956-8303-63-1
ISBN Digital: 978-956-324-360-4
ANTROPOLOGÍA DE GÉNERO
305.42
Colección DOS SIGLOS. Bicentenario de Chile.
Diseño y diagamación: Sebastián Valdebenito M.
Diseño de portada: Guarulo & Aloms
Niño en ilustración de portada: Gustavo Boldrini
Fotografías e ilustraciones interiores: La Carmela
. Colección Madonas de El Bosque de María Soledad Espinoza www.madonasdelbosque.blogspot.com Archivo Catalonia
Dirección editorial: Arturo Infante Reñasco
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, en todo o en parte, ni registrada o transmitida por sistema alguno de recuperación de información, en ninguna forma o medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo, por escrito, de la editorial.
Cuarta edición: agosto 2007
ISBN: 978-956-8303-63-1
ISBN Digital: 978-956-324-360-4
Registro de Propiedad Intelectual N° 164.757
© Sonia Montecino A., 1991
© Catalonia Ltda., 2017
Santa Isabel 1235, Providencia
Santiago de Chile
www.catalonia.cl – @catalonialibros
Índice de contenido
Portada
Créditos
Índice
Madres y Huachos Alegorías del mestizaje chileno
Agradecimientos
PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓN Roberto Hozven
PRESENTACIÓN A LA PRIMERA EDICIÓN Guadalupe Santa Cruz
PRIMERA PARTE: Madres y huachos. Alegorías del mestizaje chileno
Introducción
Puntos de vista
Madres y huachos
La virgen madre: emblema de un destino
La política maternal
y la palabra disociada de las prácticas
Tematización del mestizaje en Chile
Discurso de entrega del premio Academia
a Sonia Montecino. Adriana Valdés
Discurso de agradecimientos en ocasión de la entrega del Premio Academia 1992
SEGUNDA PARTE: De huachas y sacrificios
Los nudos y avatares de la huacha: tiempo de cierres y aperturas
Identidades de género en América Latina. El lenguaje de la diversidad
Identidades en tensión, sacrificios, sueños y fecundidades
Género y política en Chile: ¿tensiones o subversiones al poder?
Signos de la exclusión: las relaciones de género y el juego de lo invisible/visible
Digresiones finales. Género y creatividad: los hilos, la cocina y los mitos
Notas
A Cristian
por haber nacido
En el patio un pájaro pía
como el centavo en su alcancía.
Un poco de aire su plumaje
se desvanece en un viraje.
Tal vez no hay pájaro ni soy
ése del patio en donde estoy.
(Octavio Paz, Identidad)
Agradecimientos
Este ensayo se ancla en una profusión de símbolos encontrados en lecturas históricas, en mitos oídos en el campo, en las reducciones indígenas, en ritos populares, en libros aclaratorios y en la propia experiencia como sujeto portador de signos y conductas. Sin duda, muchas de las primeras ideas que hemos sostenido se han reorientado gracias a las discusiones y aportes de personas que me han apoyado en esta aventura y me han alentado para publicar este compendio. Quiero mencionar y agradecer al antropólogo Rolf Foerster, con el cual hemos dialogado cotidianamente muchas de las reflexiones realizadas y que bien podría ser denominado co-autor
de varias de ellas. También a Gustavo Boldrini, Soledad Miranda, Rafael Baraona, Diego Irarrázabal, Manuel Ossa, Víctor Toledo y Octavio Lillo, amigos que me han nutrido de informaciones y textos, y que han sido valiosos interlocutores de muchos de los temas abordados en este ensayo. A Lourdes Arizpe por su gran entusiasmo y estímulo para la parición
del texto. Agradezco también a mis compañeras y colegas del CEDEM que han tenido la paciencia de escuchar y debatir los tópicos marianos, especialmente a Loreto Rebolledo, por sus finas observaciones, a Ximena Valdés y Angélica Willson.
Mi gratitud también a quienes me han impulsado a realizar esta cuarta versión corregida y aumentada a partir de la trama que he ido tejiendo con la noción de huacha: a Verónica Vergara y a Arturo Infante, amigos entrañables sin cuyo apoyo esta nueva edición no habría sido dada a luz
; a María Luisa Femenias por su invaluable colaboración bibliográfica y de diálogo iluminador, a Oresta López por la permanente conversación sobre antropología del género en América Latina, a Adriana Valdés por las lúcidas conversaciones en torno a las relaciones de género y sus sentidos actuales, a Rubí Carreño, Alejandra Araya, Michelle Sadler, Alexandra Obach, Carolina Franch, Vivian Lay y Florencia Muñoz por su afecto y por la posibilidad que me han dado de desbordar las brechas generacionales en una relación de constante reciprocidad intelectual. A Carmen Padilla, debo su paciente recopilación y cuidado de los artículos y ponencias que conforman la segunda parte de este libro. Como siempre, mi madre Margarita Aguirre y mi hijo Cristián han sido los nortes cotidianos en los cuales he posado la estabilidad necesaria para reflexionar y escribir.
PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓN
Roberto Hozven
Tenemos entre las manos un libro peregrino: anda por tierras extrañas en su afán de entender cómo ha sido posible el terrón natal y los nativos que en él moramos. Sonia Montecino es una contadora de patrias
¹. En sus palabras: nos entrega una reflexión que devela sitios no tocados por el saber oficial
; como ser mujer y ser hombre en nuestro territorio mestizo
; la identidad de género y su relación con la cultura latinoamericana y chilena
. El hombre y la mujer —entiende este libro— surgen dentro del orden secularizado de un sistema producido, nunca recibido. Los seres se hacen, el sexo llega a ser por ese conjunto de creencias y de hábitos que conforman la sexualidad. El ser mujer u hombre es siempre efecto de una serie de prácticas significantes ancladas en el cuerpo y alma de un terruño morado como propio. Estas prácticas son históricas, imaginativas, políticas, religiosas, sexuales, sociales; en suma, culturales en un sentido amplio. La autora las descifra en símbolos encontrados en lecturas, mitos oídos en el campo, en reducciones indígenas, en ritos populares, en lecciones magisteriales, en fin, en el vasto campo de una experiencia que incluye seres, magias y encantos de los diversos rincones de Chile. Ser mujer u hombre mestizos, en territorios de ultramar, es una aventura cognoscitiva que Montecino recorre existencialmente siguiendo los cauces heterológicos (diversas lógicas) de una crítica ideológica posmoderna. Y no moderna ya que la ‘modernización’, en Chile, tendió a correr tupidos velos sobre nuestra realidad cultural mestiza
.
La crítica ideológica de Montecino es posmoderna cada vez que contrapone ficciones teóricas alternativas (a las fallidas de la realidad) para evidenciar y explicar los antagonismos por los cuales hemos construido nuestra identidad, así como hemos fijado su memoria propia y colectiva de un modo engañoso. Antagonismo ocasionado por la escisión entre nuestras prácticas cotidianas ilegítimas (amancebamiento, barraganía, malón-orígenes genésicos de nuestro mestizaje) y sus denominaciones respectivas socialmente encubridoras (blanqueamiento, marianismo, culto de las apariencias). Frente a esto, Montecino reacciona des-familiarizándonos
respecto de los relatos conscientes (pero mentirosos) con que nos hemos auto-engañado respecto de la (verdadera) manera de operar de nuestros hábitos inconscientes. ¿Cómo ponernos a tono con la verdad irrefutable de hábitos inconscientes testimoniados por la experiencia? Pero en los que no podemos creer conscientemente e, incluso, sobre los cuales ironizamos creyéndonos inmunes respecto de ellos. ¿Quién podría sostener conscientemente, en el Chile de hoy, por ejemplo, que los portadores de apellidos conspicuos —y hagámoslos extensivos a los de las elites políticas— debieran ser objeto de privilegios sociales especiales? Sin duda, nadie; sin embargo, esto ocurre todo el tiempo en la administración de la vida diaria, aunque sea de modo inexcusablemente inconsciente. ¡Es que con el Poder no se juega! Y aquí tenemos otro hallazgo de este libro: el Poder, para reproducirse, necesita de esta disociación tenaz entre las prácticas (inconscientes) y sus denominaciones (conscientes). Disociación, si no escisión fetichizada —insinúa la autora— que está en la base de nuestra enfermedad endémica
: el reino de la máscara y el imperio de la mentira constitucional y consubstancial en Latinoamérica
(Octavio Paz).
La ficción teórica nuclear de Madres y huachos es el modelo mariano. A través de sus dos hipótesis de base, síntesis social mestiza y sincretismo religioso-cultural que valoriza el polo femenino ante la ausencia del masculino, Montecino inventa² un mito para explicar la génesis de la identidad de género y de la cultura chilena. Este invento, con sus hipótesis, es apical en el ensayismo chileno. Establece un hito, que nace maduro, en su esfuerzo por incorporar y reflexionar sobre la parte que le cabe a las vivencias de la gente en la conformación del discurso público (Norbert Lechner). Esta parte es política e inventivamente cultural.
Política cuando Montecino moviliza las costumbres, imágenes, usos, liturgias y símbolos por medio de los cuales gobernantes y gobernados ordenan y gobiernan el paisaje humano que los envuelve y sostiene por igual. Inventivamente cultural, cuando Madres y huachos convierte en obra de arte convincente las fantasías y creencias que habitan el imaginario chileno, transposición ficticia por la que este libro desciende a lo real de nuestros conflictos, deseos, temores y obsesiones más secretos. En este sentido, Madres y huachos se sustenta en y expresa, bajo la forma de un ensayo artístico, importantes intuiciones y contribuciones intelectuales sobre los seres enigmáticos y las costumbres insólitas (en que abunda Chile y Latinoamérica) desarrolladas antes por antropólogos (Rolf Foerster, Claude Lévi-Strauss, Ary Zaira), críticos literarios y de la cultura (Jorge Guzmán, Ana Pizarro, Adriana Valdés), escritores (José Donoso, Gabriela Mistral, Octavio Paz), historiadores (Francisco Encina, Jaime Eyzaguirre, Gabriel Salazar) y sociólogos (Carlos Cousiño, Pedro Güell, Pedro Morandé, a cuyos trabajos teóricos y enseñanza se les hace un reconocimiento especial). Este descenso a los orígenes, conflictos secretos y tendencias que mueven a la nación mestiza, a la matria
chilena —como le complace decir a la autora— plasmadas en una visión reveladora y enigmática, se traduce en un mito de orígenes que Montecino escribe con la documentación caudalosa de una antropóloga en terreno
(desde hace décadas) y con la imaginación fabuladora de una escritora iniciada en la atmósfera mágica y tenebrosa del mundo mapuche-mestizo chileno³.
Como todo mito de origen, el relato que imagina Montecino tiene un conflicto, un héroe y un rito. El conflicto, latente en la colectividad y transversal a sus clases y diversas agrupaciones, consiste en un abandono, en un rechazo, a la vez conyugal y paternal. Un varón desvalido (o pareja, compañero, marido o lacho
—que es decir lo mismo—) y un padre abandonan a los suyos. La heroína es la madre quien, tomando como modelo a María, se desloma por socorrer precariamente el inmenso abandono haciendo de madre, de padre y de proveedora eficaz. El rito, como todos los ritos, busca exorcizar el horror y el goce, el mysterium tremendum, que provoca la naturaleza inapresable de la realidad. Realidad que nos envuelve, sostiene, alimenta y devora; sentimientos exasperados hasta el antagonismo en la orfandad barroca y oral de las madres e hijos mestizos mal habidos en el abandono y el rechazo. Frente a este vacío social, tan inmenso como el horror provocado por la Naturaleza inaprensible, los huachos lo sobrellevarán reconociéndose en imaginarios de violencia y dominio encarnados en caudillos carismáticos. Violencia desplazada del hijo que se extiende, también, contra la sofocante sobreprotección materna. Frente al cruce de razas y fatalidades ideológicas que lo victimizan socialmente, el mestizo blanquea
sus orígenes cultivando supersticiosamente las apariencias. Frente a la inequidad de que son objeto la mujer y su hija (quien repetirá el modelo materno), la sociedad reaccionará promoviendo imágenes pías de la madre como refugio de desamparados e intermediaria ante las injusticias.
Lo siniestro arriba cuando estos tres protagonistas epónimos de nuestro desvalimiento identitario (madre, hijo/hija y padre abandonador) se sienten atraídos, de modo irresistible, a repetir el mismo abandono que repudian, origen de su desamparo e invalidez existencial y social, volviendo así a la situación de partida. Reconocemos en esta repetición traumática a la todopoderosa pulsión de muerte
, ombligo del inconsciente humano (Freud) y vorágine de atracción vertiginosa para el huacho
y lacho
chilenos, quienes se sustraen a duras penas, gracias al soporte andino de la madre-amante y a contrapelo de sus más profundas tendencias autodestructivas. Cuando estas tendencias mortíferas triunfan tenemos al imbunche
, el sujeto abortado del simbolismo nacional, el horror que se resistió a ser normado en realidad, ser deforme alegórico de una identidad que no se fija en nada… remedo del poder, puro significante
de un modo de comprender ciertas características nacionales del encierro, lo contrahecho, lo monstruoso y la manipulación del poder
⁴. La sociabilización chilena pierde su carácter de todo orgánico unido por la solidaridad para dejar lugar a un encuentro identitario que ocurre pasando por el abandono, por una vorágine imbunche, repetitiva, hecha de espejeos y desdoblamientos, de inversiones y diferencias que extravían y desencarrilan las vías auténticas de comunicación y reconocimiento recíprocos. La identidad, más que constituir un espacio simbólico de pertenencia que se extiende en el tiempo (Beatriz Sarlo), sucede, entre nosotros, como el vértigo ante un juego de máscaras-objetos que nos disgregan y alienan pervirtiendo nuestras relaciones con los otros y nosotros mismos.
La perversión, que comenzó con la escisión subjetiva por la que operaba el Poder, continúa transformando las relaciones intersubjetivas en un juego de dominaciones egotistas donde se impone quien hace de su propia conciencia el paradigma supremo que administra el Bien y el Mal para todos los demás. Intersubjetividad es sinónimo de maña
, de capacidad para transponerse en la subjetividad de los otros fascinándolos, anticipándose a sus deseos, convirtiendo el espacio intersubjetivo en un rito donde intervengan los objetos primarios de nuestras fantasías, los objetos que asistieron al parto de nuestro principio. El quid está en emplazarse en el centro anhelante del otro, en el hueco fantasmal donde la alteridad rumia sus ansias más secretas, temidas y reprimidas. Hacerse del centro de las ansias tenebrosamente gozosas de la alteridad⁵. Ésta es la intersubjetividad trascendente hacia la que se orienta la perversión imbunche, producto inmediato de la cópula mestiza (entre "un padre ausente y una madre presente en la conformación del universo familiar), pero producto mediato en el orden de las relaciones trascendentes (entre
un Dios Padre abstracto y una Madre-Diosa concreta [la Virgen] en el universo de lo trascendente")⁶.
¿Qué aprendemos de este descenso sobrecogedor al propio principio, puesto en escena por las fantasías originarias relatadas por Montecino?
Primero: la radicalidad de que da prueba Montecino al tomar por las astas, sin vacilaciones teóricas, el toro problemático de la identidad nacional (chilena, latinoamericana) en su diferencia específica de vivencia sentida como propia
, distinta de otras. Aunque para esta afirmación, la autora tenga que valerse de una estructura de códigos premodernos para poder decir lo moderno
(Montecino, 2000, 422).
Montecino no incurre en la actitud fetichista que ha dominado el tratamiento de estos temas por parte de la crítica especializada. Entre los más grandes, revisemos la postura de Borges con respecto a las identidades nacionales, específicamente en su conocido ensayo El escritor argentino y la tradición
. Borges comienza afirmando su escepticismo ante la correspondencia entre una expresión literaria y rasgos diferenciales expresamente argentinos, ante la cópula escritor argentino y tradición argentina. Se trata —sostiene— de un tema retórico, apto para desarrollos patéticos
; es un simulacro, implica un equívoco. Para deshacer el equívoco, procede a rebatir la pretendida relación de continuidad, afirmada por el nacionalismo literario, entre la poesía espontánea de los gauchos payadores y el género literario poesía gauchesca. Borges nos demuestra, efectivamente, que existen más diferencias que semejanzas entre ambas expresiones poéticas. Luego, sorpresivamente, de sopetón, aborda la discusión sobre qué libro sería más argentino (sic.), si el Martín Fierro de José Hernández o La urna de Enrique Banchs. Con razón, Borges establece que la argentinidad no está en los temas (paisaje, topografía, botánica) sino, más bien, en condiciones subjetivas como el pudor, la reticencia, la desconfianza argentinas; de la dificultad que tenemos para las confidencias, para la intimidad
, significadas de modo indirecto por los poemas de Banchs. En suma, Borges comienza negando la existencia del nacionalismo literario para, luego, incurrir en el placer de afirmar una de sus variantes (el subjetivo) en contra de la otra (el temático), de un modo totalmente natural
.
Esta es la escisión fetichista a que me refería antes (Por cierto, sé que mi madre no tiene pene; sin embargo…
). Y Borges no está solo, otros grandes autores incurren en el mismo procedimiento (Paz, incluido). Montecino, no; probablemente por la dimensión de cosa real que le proporcionó el tomar al pie de la letra la densidad ectoplasmática, traumática de las fantasías, de la novela familiar
que movilizan el territorio nacional.
Segundo: no hay identidad nacional, no puede haber nación, patria o matria sin mito, leyenda o épica que vislumbren y toquen el cuerpo oscuro de la colectividad. Esto es: que se asomen a los miedos, horrores y goces intersubjetivos (siempre fallidos para la codificación simbólica) por medio de los cuales la colectividad se reconoce en su origen y destino particulares. El vínculo que une a los miembros de la colectividad no puede ser reducido al solo ideario de su conjunto de valores e ideas explícitas; si el vínculo es vivo y activo implica siempre una relación suspensiva, palpitante, con un orden gozoso y sufriente convivido en común (Slavoj Žižek). Son los dominios tenebrosos del imbunche donde, como chilenos, no dejamos nunca de encontrarnos: una de sus versiones sociales es la pelambre
, nuestra práctica en terreno del sublime kantiano. Norbert Lechner, en Chile, converge en esta experiencia iniciada por Montecino cuando demuestra, con rotundidad, de qué manera los sentimientos no son un asunto encerrado en el ámbito personal
. No lo son porque la conflictiva y nunca acabada construcción del orden [político] deseado
presupone la experiencia subjetiva del desorden, se nutre de las motivaciones subjetivas para construir un lugar donde todos podamos converger en el tratamiento de nuestras diferencias
. Por ello, lo peor que nos podría ocurrir como sociedad —continúa Lechner— sería una angustiante orfandad de códigos interpretativos
.
Hoy, Sonia Montecino junto con Gabriela Mistral, Benjamín Subercaseaux, Joaquín Edwards Bello, Luis Oyarzún, entre otros ensayistas sintomáticos de nuestra realidad, nos cura de esta orfandad enriqueciendo las perspectivas interpretativas para entender mejor las creencias, gestos, goces sufrientes expresados y sintomatizados por el cuerpo de la realidad chilena. Quizás en esta afirmación enérgica de la diferencia artística de este cuerpo, contra la globalizada insistencia en lo homogéneo, resida la razón de la eminente valoración otorgada a este libro por sus lectores: ser el segundo gran ensayo literario (no histórico) escrito en el siglo XX, a la vera sólo del ya clásico Chile o una loca geografía. Ahora, a usted lector y lectora, le corresponde corroborar (o no) la propiedad de la valoración sobre este libro peregrino. Libro que tuvo que ir al Chile extraño de nuestras fantasías y obsesiones para traernos de vuelta una visión más real e irreductible de nosotros mismos.
PRESENTACIÓN A LA PRIMERA EDICIÓN
Guadalupe Santa Cruz
Gozosa es la transgresión a la cual nos convida Sonia Montecino con este libro: travesía en nuestras máscaras, por nuestros ladinos disfraces de mestizos.
El texto, que viola públicamente una de las leyes primordiales, según la autora, de nuestra cultura, la palabra (como encubridora de la experiencia y el rito que le están disociados), nos provoca en forma ininterrumpida un gesto de asombro, de temor incluso, ante las figuras reconocibles que éste desentraña. Sorpresa y euforia contenida de quien es atrapado en su propia bufonada, demonio feliz
sin lugar a dudas, descubierto en la comedia festiva que ayuda a levantar como escenario.
Contraviniendo la orden, presenciamos en estas páginas un limpiar los trapos sucios
fuera de casa.
Es una mujer quien lleva a cabo, con su escritura, esta gesta.
Y la suciedad
, la inmundicia —la cual, en el plano universal de lo escatológico, representa también una forma de acceder al conocimiento— alude según los términos de la autora a un símbolo de mugre
e impureza que rodea nuestra constitución nacional: la mezcla de sangres, la unión (ilegítima) entre blancos y no-blancos, entre españoles e indígenas.
Con rigor y audacia, recurriendo a ricas y variadas fuentes, como el relato oral, la Literatura, la Historia y la Antropología, Madres y huachos
nos introduce en el tratamiento de diversos tópicos que han contribuido en darle a nuestra cultura densidad simbólica.
El problema de los orígenes
, obliterado y desplazado en un marianismo propio al continente latinoamericano (la imagen, entre otras, de nuestra Virgen María que no se arrodilla frente al niño
). Sus vínculos con la reproducción de un ciclo que establece —bajo un mismo signo, aquel del abandono— el lugar propio de cada género: la madre soltera
y el hijo huacho
. Como si ambos, y cada uno de ellos, no pudiesen más que nombrar esta unidad (la familia) para luego desertarla como escenario. Se nombrarían, de este modo, lugares vacíos: de ahí nuestra práctica del ocultamiento, y su pendiente, el culto de la apariencia
.
La china
, el lacho
, la nana
, el imbunche
, el angelito
son otras tantas formas abordadas aquí en su reveladora articulación con una síntesis cultural emboscada por su negación
.
Ecuación entre todas sensible, este trabajo dibuja el modo en que se constituye lo masculino y lo femenino en nuestra cultura. El simulacro de los géneros por escapar a un orden primero que los sitúa en la ilegalidad (y esta ley adversa al cruce y la mezcla, ¿acaso no castiga también —a la luz del vértigo por la homogeneidad de nuestra cultura— el error (el horror) de la diferencia extrema que ahí se realiza?); su estrategia para revertir la huella del castigo, imitándolo finalmente en la precariedad de sus instalaciones y poderíos respectivos: así la mujer-madre, así el hijo-macho. (Habría que actualizar, en momentos que emergemos de una dictadura con rostro masculino, esta pregunta por la diferencia de los sexos: ¿cómo se rehizo, en estas condiciones, su descompensación simbólica? ¿a qué juegos, malabarismos y travestismos tuvo que librarse?).
Paradoja (o exacerbación) de esta falla y falta fundamental, la sociedad chilena parece funcionar, en sus distintos ámbitos y estratos, bajo el sello de la pertenencia —y no-pertenencia— a algún lugar, lugar común de preferencia: la posibilidad de ubicar
al otro en una familia —de cualquier orden que ésta sea— semeja la prolongación de su duda por los orígenes.
La exuberancia de estas páginas no sería tal si no encontrásemos en ellas, también, un lúcido registro de las asimetrías que atraviesan nuestro cuerpo cultural: Norte/ Sur, alto/bajo, blanco/no-blanco, apariencia/ser, rito/palabra... tensiones que hacen la complejidad de nuestro tramado de relaciones, hiriéndolo por un lado en oscuras jerarquías, y constituyendo, desde otro ángulo, el núcleo más irreductible —más ingobernable— de nuestra fuerza.
Somos estos cruces, pensamos, vivimos en y entre su espesor.
Por último, el texto tiene la temeridad de descifrar, con la misma fuerza incisiva, los símbolos de un pasado más reciente: luminosas son las lecturas hechas del Poder Femenino
que convocara al poder militar para su violenta intervención, y aquellas de la política maternal
en su oposición a la dictadura. Nos devuelven el arcaísmo de nuestra gestualidad femenina latinoamericana, su despliegue polisémico, y la coexistencia de varios tiempos de impacto sobre una cultura que se basa en equívocos y estratificados eslabones de sentido.
¿En qué circunstancias funda la repetición un orden nuevo, y en cuáles lo nuevo conduce a la repetición?
Estas preguntas por la conservación y la ruptura, suspendidas entre líneas, son planteadas por una mirada desprendida y apasionada a la vez, la cual tolera en la realidad el desorden de los hechos, los persigue en su mismo pulso para intentar explicarlos.
A la postura antropológica se suma el ademán de la escritora en Sonia Montecino: este asistir a una disposición que busca su forma —y cuyas figuras el ojo y la mano ayudan a delinear—, solidaria de un saber al cual va abriendo una brecha.
La palabra funda un mundo nuevo.
La que aquí se vierte nos emplaza con el Nuevo Mundo que heredamos históricamente.
Sólo girando sobre nosotros mismos, desdoblándonos y mimando la dualidad del(la) mestizo(a) que somos, podremos experimentar la extrañeza frente a lo nuestro y otorgarle nuevos sentidos a esta identidad vivida como resta, carencia y vacío.
PRIMERA PARTE:
MADRES Y HUACHOS. ALEGORÍAS DEL MESTIZAJE CHILENO
Introducción
El ensayo Madres y Huachos, alegorías del mestizaje chileno
, conjunta una serie de artículos, ponencias, charlas e investigaciones¹ en torno al tema de la identidad de género y su relación con la cultura latinoamericana y chilena. Hemos escrito y hablado en diversos espacios sobre el ser mujer y ser hombre en nuestro territorio mestizo, ahora reunimos esos retazos para bordar una trama que, si bien inacabada, pretende entregar una reflexión que ayude a develar aquellos sitios no tocados por el saber oficial
.
Se trata de un ensayo, es decir, de una tradición escritural que más que