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La fragilidad de las armas.: Reclutamiento, control y vida social en el ejército en la Ciudad de México durante la primera mitad del siglo XIX
La fragilidad de las armas.: Reclutamiento, control y vida social en el ejército en la Ciudad de México durante la primera mitad del siglo XIX
La fragilidad de las armas.: Reclutamiento, control y vida social en el ejército en la Ciudad de México durante la primera mitad del siglo XIX
Libro electrónico529 páginas10 horas

La fragilidad de las armas.: Reclutamiento, control y vida social en el ejército en la Ciudad de México durante la primera mitad del siglo XIX

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El ejército mexicano del siglo XIX ha sido estudiado principalmente desde los enfoques de la historia política y militar. Esta historiografía nos ha develado la difícil conformación y consolidación de esta institución, que a su vez iba de la mano con los avatares del naciente Estado. A partir del estudio de expedientes judiciales, códigos, circular
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 nov 2022
ISBN9786075644646
La fragilidad de las armas.: Reclutamiento, control y vida social en el ejército en la Ciudad de México durante la primera mitad del siglo XIX

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    La fragilidad de las armas. - Claudia Ceja Andrade

    I. ORGANIZACIÓN, ESTRUCTURA Y RECLUTAMIENTO EN EL EJÉRCITO

    En un intento loable por poner en su justo medio la tan consabida práctica del pronunciamiento militar en el México decimonónico, Will Fowler argumenta que este tipo de expresiones suponían una suerte de negociación política entre distintas facciones, a partir de las cuales se manifestaba el rechazo hacia determinadas acciones hechas por autoridades locales o nacionales, obligándolas a modificar sus posturas o, en su caso, a dimitir.¹ El autor coincide con Josefina Zoraida Vázquez y François Xavier Guerra en que estos mecanismos no eran privativos del medio castrense (aunque sus miembros estuvieran al frente de ellos), sino que fueron orquestados en contubernio con autoridades e instituciones civiles.²

    El argumento de fondo de Fowler es que, para entender el protagonismo mesurado de los militares frente a los pronunciamientos, es necesario tener claro la naturaleza informal del ejército,³ pues los oficiales de alto rango no eran militares de carrera y varios estaban más interesados en el complot político que en las estratagemas militares.⁴ Por lo que hace a la tropa, el autor comenta lo siguiente:

    [El ejército] estaba compuesto de lo que antes de la Independencia había sido un grupo variopinto y dispar de fuerzas armadas: ejército, milicia provincial, milicia local, compañías presidiales, indios flecheros, patriotas defensores de Fernando VII, batallones del comercio, compañías sueltas y volantes, al que se sumaron las guerrillas insurgentes. Sus tropas eran, al decir de un testigo de la época de una pinta […] nada militar, […] su vestimenta hecha jirones con parches de todos los colores del arco iris, sus batallas, según otra fuente contemporánea "no eran otra cosa que melées o las peleas de la turba […] generalmente terminadas con una carga de caballería", y los oficiales de alto rango eran, en su mayoría, generales de tiempo parcial que dedicaron tanto si no es que más tiempo a cuidar de sus haciendas o a participar en el teatro político local y/o nacional que a comandar un regimiento o una división.

    Por consiguiente, tener presente la informalidad del ejército para estas décadas arroja luces del porqué los pronunciamientos no eran exclusivamente de raigambre militar, esto debido a que la configuración de la institución fue modelada tanto por la actuación como por las prácticas de sus agremiados (gente poco profesional, carente de instrucción, mal pagada y con un escaso interés por la vida militar), justo como este historiador ha demostrado.

    En ese sentido, este libro se aleja del estudio de las prácticas políticas y militares de los altos mandos castrenses e intenta reflexionar sobre dicha naturaleza informal del ejército, por lo que la idea que predomina en esta investigación será integrar a la narrativa histórica a los grupos menos visibles del mundo militar, intentando con ello detectar y visibilizar sus manifestaciones e interacciones sociales, así como al ejercicio del poder informal practicado entre los sectores marginales del ejército pues, en gran parte, su actuar delineó la dinámica operativa y formal de dicha institución, repercutiendo igualmente en las acciones y experiencias de los altos mandos.

    ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL EJÉRCITO

    La conformación del ejército durante las épocas novohispana e independiente guarda ciertas particularidades que conviene conocer para entender sus orígenes. Como algunas investigaciones han demostrado, antes de que las guerras de Independencia se desataran, el gobierno español contó con ejércitos en territorio americano, pero sin el profesionalismo ni el número suficiente de efectivos para enfrentar movimientos populares armados, invasiones extranjeras o escenarios parecidos.

    La decisión de no tener un número importante de fuerzas regulares en el territorio se debía a la enorme desconfianza acerca de la fidelidad de los criollos, mestizos, indios y castas para incorporarlos al ejército y armarlos, así como por los costos elevados que representaba formar, mantener y equipar a las tropas, por lo que la seguridad quedó en manos de las milicias de servicio temporal. Anthony McFarlane nos brinda una fotografía del tipo de ejército que se tenía:

    El ejército español en América era aún, como siempre lo había sido, una aglomeración de fuerzas estacionarias de diversa potencia cuyos mayores contingentes se concentraban en las ciudades de importancia estratégica y/o política. Ninguna colonia contaba con un cuartel militar listo para entrar en acción: las tropas regulares estaban distribuidas entre guarniciones distantes, y sus comandantes rara vez desplegaban a los efectivos fuera de dichas guarniciones o de los territorios adyacentes. Esta estructura regionalista era aún más notoria entre las milicias, cuyos miembros sólo estaban dispuestos a servir en sus propias regiones, y se mostraban por demás renuentes a hacer cualquier cosa.

    La Guerra de los Siete Años (1756-1763) fue un punto de inflexión que marcó el inicio de un cambio en la estrategia militar del poder español.⁸ Sin embargo, y a pesar del interés por reformar e incrementar las fuerzas del ejército, esto no redundó en un cuerpo profesional ni de calidad, pues la mayoría de sus inscriptos provenían de los sectores marginales, y sus oficiales comenzaron a tener prácticas más relajadas debido a que pasaron gran parte de su vida en territorio americano sin enfrentar guerras continuas.⁹ Esta situación quedó evidenciada cuando las unidades regulares contendieron por mantener la autoridad real durante la crisis política de 1808-1810.

    A partir de 1821 México lograba su independencia como nación buscando una nueva organización política, económica, social y militar. A decir de Juan Ortiz Escamilla, mientras no existiera un modelo de Estado para el país, la organización de las fuerzas armadas tampoco podría llevarse a cabo quedando en manos de los gobiernos en turno que, en ocasiones, las utilizaron para sus propios fines políticos.¹⁰ Por tal motivo, durante la primera mitad del siglo XIX observaremos una coexistencia en la composición de dichas fuerzas (ejército permanente y milicias), lo que a su vez trajo como consecuencia una multiplicidad de corporaciones con diversa nomenclatura: compañías de patriotas, guardias nacionales, milicias urbanas, locales, cívicas, activas, etc. Así, por ejemplo, la formación y el auspicio económico de las milicias cívicas quedaron a cargo de los ayuntamientos, dado que este tipo de compañías fueron concebidas como cuerpos de policía dedicadas a celar el orden y la seguridad pública de su entorno. A diferencia del ejército permanente, el radio de acción de las milicias cívicas era su villa o ciudad, no obstante podían ser llamadas en momentos puntuales.¹¹

    Encargadas de resguardar la vida y la propiedad de los miembros de su comunidad, estas milicias, de acuerdo con lo especificado en la legislación, estaban integradas por hombres entre dieciocho y cincuenta años, quienes además debían tener un modo honesto de vivir, ser propietarios y contar con una buena reputación.¹² Su incorporación a las filas no les permitía gozar del fuero militar, pero en su calidad de ciudadanos armados tenían la posibilidad de que cabos, sargentos y oficiales fueran elegidos en votación directa por la tropa, ejercicio democrático que no se ponía en práctica entre los miembros de los ejércitos permanentes ni activos.¹³

    A diferencia de las milicias cívicas que estaban a cargo de los municipios, las milicias activas dependían del gobierno central por medio de las comandancias generales. Sus miembros dividían su tiempo entre la vida doméstica y la castrense, y en caso de alguna emergencia nacional, sus miembros eran llamados para apoyar a las fuerzas permanentes ofreciéndoseles tanto sueldo como fuero militar completo, es decir, era un ejército de reserva habilitado.¹⁴

    En un primer momento la milicia activa fue el espacio ideal para enviar a soldados u oficiales que ya no tenían cabida en el ejército regular o habían sido calificados como poco aptos para el servicio. El propósito era mantenerlos ocupados y en sus casas para evitar algún alzamiento, sin que fueran una carga para el erario, ya que sólo las planas mayores (jefes y oficiales en activo) disfrutaban de un sueldo.¹⁵ En el caso de los miembros de la tropa (soldados, cabos y sargentos) su ingreso era a través de sorteos y, dependiendo de las necesidades del gobierno, podían permanecer en ellas temporal o definitivamente. Como es de suponer, y dados los acontecimientos políticos durante las primeras décadas, sus miembros estuvieron continuamente en activo y siempre bajo la subordinación de los comandantes militares de cada estado, por lo tanto, varios cuerpos subsistieron y pasaron a formar parte del ejército regular.¹⁶

    Sumado a lo anterior, se debe decir que el continuo estado de emergencia nacional no sólo provocó que las milicias activas subsistieran, sino que también la matrícula de oficiales aumentara generando que las finanzas públicas mermaran aún más.¹⁷ En palabras de Ortiz Escamilla, la milicia activa fue la más negativa para las fuerzas armadas porque en su seno albergaba tanto a los reemplazos¹⁸ como a los desechos del ejército, que eran todos aquellos hombres (vagos, criminales e incapacitados) que las autoridades locales enviaban a través del reclutamiento forzoso.¹⁹

    Así, mientras este tipo de cuerpos militares (cívicos y activos) prestaban servicio únicamente cuando las circunstancias lo ameritaban, el ejército permanente estaba pensado para defender a la nación ante agresiones externas y la conservación del orden interior, dando continuo servicio por mar y tierra.²⁰ Su organización administrativa dependía del Ministerio de Guerra y estaba subordinado al Ejecutivo, como sucede hasta el día de hoy. La particularidad de este cuerpo era que sus oficiales debían formarse en las academias militares, en este caso, el Colegio Militar —especialmente si querían ascender en el escalafón militar—, no obstante, al menos para los años que abarca esta investigación, el proyecto de creación de un ejército moderno —disciplinado, leal, con formación cívica, militar y espíritu de servicio— fracasó y, por el contrario, lo que veremos es que los hombres enviados a las tropas, tanto activas como permanentes, guardaban perfiles y características muy similares como, por ejemplo, que en su mayoría eran reclutados forzadamente, pertenecían a los sectores bajos de la población, carecían de instrucción, tenían poca pericia militar, difícilmente cumplían los años de servicio que se les imponía, etcétera.

    Con base en lo anterior, quisiera enfatizar que mi interés no es ocuparme de la vida y obra de los miembros del ejército en campaña sino sólo de aquellos que estuvieron acuartelados, orientaré mi visión hacía los problemas y conflictos que se suscitaron entre ellos en estos espacios y sus alrededores. Cabe resaltar que los sujetos que aquí trabajaré pertenecían tanto a la milicia activa como a la permanente. La decisión de revisar los procesos militares de ambos cuerpos obedece al hecho de que, en momentos de conflictos armados, la milicia activa debía empuñar las armas junto con la permanente, lo cual era más una regla que una excepción, dado que la primera tenía una formación, estructura y organización similar a esta última, incluso, hasta en privilegios, pues mientras sus miembros estuvieran en activo tenían fuero militar al igual que los del ejército permanente y, por lo tanto, debían ser procesados por tribunales militares. En ese sentido, debo decir que todas las averiguaciones de las milicias activas que revisé fueron realizadas cuando sus miembros estaban en activo.

    Así pues, los miembros de ambas fuerzas compartieron no sólo condiciones sociales y económicas parecidas, también problemas propios de la vida cuartelaria, situación que a su vez le dio un cariz particular a estos cuerpos que, pese a la subordinación y disciplina solicitada por el código militar, parecían estar alejados de ambos valores.²¹ A esto se suma también la relativa facilidad con la que los soldados podían pasar de un cuerpo a otro, esto es, personas que, en un primer momento pertenecían a la milicia activa, años después se les podía encontrar en cuerpos permanentes o presidiales por diversos motivos que a continuación explicaré.

    La estadía de un soldado en dos cuerpos armados, incluso simultáneamente, en primer lugar tiene que ver con un fenómeno social por demás extendido entre la población militar, a saber, la deserción. En su calidad de prófugos de la ley y lejos de sus hogares, estos individuos vivían de manera marginal, razón por la que, sin dinero y sin poder reincorporarse a su comunidad por el miedo a ser delatados y aprehendidos nuevamente, no les quedaba más remedio que ingresar al ejército para paliar sus necesidades básicas, pero sin mencionar que habían desertado de otra compañía tiempo atrás para evitar el castigo. De tal suerte que su condición de desertor bien podía pasar desapercibida toda la vida, o bien, hasta que se abría un proceso en su contra.²²

    El otro motivo atendía a causas de carácter institucional pues debido a la constante reestructuración del sector militar, varios cuerpos eran disueltos o refundados y sus miembros eran enviados a otros batallones y compañías.²³ En otras ocasiones la razón para que un militar fuera trasladado a otro cuerpo era porque había faltado a su deber o cometido un delito, es decir, la reubicación servía como medida correctiva, por consiguiente, si el infractor estaba adscrito a la milicia cívica o activa regularmente pasaba a la permanente como una forma de castigo y, dependiendo de la falta —y por supuesto de la necesidad de efectivos—, se le aumentaba una determinada cantidad de años a su tiempo de servicio. Ahora bien, si era miembro del ejército regular entonces se le remitía a los presidios militares de Veracruz, Acapulco, California o Texas, recargándosele el doble de tiempo o revocándosele, motivo por el cual se incorporaba como si fuera de nuevo ingreso; pero si el agresor era oficial y si el delito era calificado como circunstancia agravante, se le enviaba a algún presidio degradándosele a soldado último.

    El hecho de que un soldado pasara de un cuerpo a otro también tuvo que ver con las circunstancias adversas de la vida militar, pues cuando enfermaba o quedaba discapacitado en alguna batalla, era removido a otro lugar en donde pudiera realizar tareas menos riesgosas, es decir, debía ser un miembro útil y no una carga para la institución. En este aspecto, y hasta donde pude rastrear, no encontré órdenes específicas o un reglamento en el que se indicará que, a partir de su estado de salud, impedimento físico o invalidez, tuvieran que ser enviados a determinadas compañías o a realizar ciertas actividades, por lo tanto, se infiere que la decisión fue tomada a partir de una cuestión pragmática y no apegada a la ley. Aun cuando para este tipo de casos y eventualidades, existieron las licencias absolutas, en apariencia éstas no siempre se dieron, pues se han encontrado casos en los que estos hombres seguían en activo; regularmente los encontramos en la burocracia administrativa militar, o bien, desempeñándose como parte del batallón de inválidos en tareas de seguridad pública y vigilancia. Una posible hipótesis del porqué no se les daba la licencia absoluta era por la falta de hombres, no obstante, también puede ser visto como una forma de castigo. El caso de un soldado de quien sólo tengo la condena y no el proceso arroja luces al respecto, pues la información que la sentencia ofrece devela todos los problemas que líneas arriba he mencionado y que van de la mano con las características informales de la propia institución.

    En la ciudad de Puebla, el 1º de enero de 1822, el herrero Ignacio Ortiz de 13 años de edad fue destinado al servicio de las armas en el batallón del Príncipe de la Unión por ocho años. Un año más tarde pasó al batallón activo de su estado y, el 1º de enero de 1824 continuó su servicio en el ejército permanente.²⁴ En su expediente no aparece ningún comentario sobre quién lo destinó al servicio cuando apenas era un niño, ni las razones para los cambios entre una compañía y otra, sin embargo, sobre este último particular se puede inferir que fue parte de la desmovilización de regimientos que se produjo después de obtenida la independencia en 1821.²⁵

    De acuerdo con su filiación, Ignacio estuvo en el ejército permanente hasta el 14 de noviembre de 1828, día en que se mutiló en campaña y se le concedió su retiro a dispersos de esta capital el 15 de junio de 1829, en el batallón de inválidos.²⁶ No obstante, por orden superior emitida el 3 de agosto de 1832 se le solicitó presentarse en el batallón de Tacuba. Después de eso, entre 1832 y 1835, Ortiz comenzó a desertar una y otra vez, y no fue sino hasta 1837 cuando se le sentenció por seis años al presidio en Texas.²⁷

    El caso de Ignacio Ortiz es parecido al de muchos de sus compañeros y, como aludí anteriormente, es ilustrativo porque refleja las formas inusuales de las que se valían los oficiales para engrosar sus filas, aun a costa de la desgracia de la gente. Ignacio, por ejemplo, era un niño cuando lo reclutaron, y además no fue voluntario, sino que lo envío una autoridad (posiblemente haciendo uso de la coerción). Su discapacidad no le garantizó la licencia absoluta de las armas, por el contrario, se le mandó llamar en momentos álgidos para la nación. De ahí que, ante el carácter informal y restrictivo de la institución militar, hombres como Ignacio decidieran, como una manifestación de inconformidad, escaparse de las filas del ejército una y otra vez; pero, debo advertir, que también es muestra de la posibilidad de desertar fácilmente, de la falta de medios no coercitivos para obligar a los reclutados a cumplir con el servicio, y de la laxitud de las

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