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XV: Quinceañera
XV: Quinceañera
XV: Quinceañera
Libro electrónico165 páginas2 horas

XV: Quinceañera

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Información de este libro electrónico

Quinceañera, en tu día esperabas recibir alegría y regalos... perdóname, fui yo quien los recibió.

Quinceañera, en tu día esperabas recibir alegría y regalos. Hoy te pido que a él lo perdones, fue él quien los recibió.

Él es un novato, un adolescente que le dio la bienvenida a la anorexia. Lo sé, para muchos sonará raro que un hombre haya padecido aquel problema. Lo sé, para muchos les sonará raro que un hombre haya vestido de seda. Para una sociedad religiosa, lo que él hizo estuvo mal, estuvo mal el increpar a la religión, a la muerte y a una sociedad machista.

Lo sé, muchos le dirían: «Novato, ¿por qué eres tan raro?». Realmente, lo único raro fue la manera en la que la muerte llegaba y a él lo perdonaba. Él no era raro, él era tan natural... Él tan solo se iba conociendo.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento18 abr 2019
ISBN9788417772079
XV: Quinceañera
Autor

Santiago Ho.

Santiago Ho. nació el 19 junio de 1994 en Oaxaca, México. XV es su primera obra literaria. Es egresado de la Facultad de Idiomas de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca. Es justo a esta facultad a la que le agradece lo mucho que en él influyera para ser el escritor que hoy en día es. Fueron los conocimientos adquiridos, las experiencias vividas y las personas que lo rodearon en esta etapa de su vida. Familia, amigos y profesores.

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    XV - Santiago Ho.

    XV

    Quinceañera

    Primera edición: 2019

    ISBN: 9788417772697

    ISBN eBook: 9788417772079

    © del texto:

    Santiago Ho.

    © de esta edición:

    CALIGRAMA, 2019

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Memorias

    Aquella reacción burlona que sobre mi respuesta hiciera aquel profesor nunca la olvidaré.

    «Que trabajen los bueyes». Aquella frase, la única que recuerdo de su vacía clase, aquella trivial frase plasmada sobre su playera adquirida en alguno de los tantos tianguis callejeros, tan propios de él.

    «¿Cómo liberan sus emociones? ¿Cómo expresan su adrenalina?». Aquellas fueron las preguntas que él nos cuestionara, aquellas preguntas fueron las que evidenciaron mi sutileza. Bien sé que la adrenalina es una emoción que se expresa mayoritariamente con el dinamismo corporal; bien sabía que la respuesta que él quería escuchar era el nombre de algún deporte; a él le encantaba el fútbol, como a la gran mayoría. Bien lo supuse. Todos mis compañeros varones le respondieron como él quería. Algunos dijeron básquet, otros pocos, béisbol, la mayoría dijo fútbol. Él les aplaudió, y a las niñas ni siquiera les preguntó; para él, ellas eran aburridas. Él era el típico machista, un típico mal profesor. Yo, que a ningún deporte jugaba; yo, que pasaba los recesos dentro del aula; yo, que solo tenía una «amiga», ¿qué respondí?

    Si bien recuerdo, la única pelota que había tenido en mis manos fue justo aquella, la que mi abuela diabética me pidió que le comprara, su pelota de esponja para sus ejercicios. Hoy ella ya no está, ha muerto, y yo aquella pelota aún la resguardo. Me costó mucho convencer a mi madre para quedarme con aquel objeto. Ella se negaba a que me quedara con aquella pelota, para ella era de mala suerte, un recuerdo triste y sin sentido de preservar. Yo realmente llegué a apreciar aquella pelota. Gracias a aquel objeto, pude convivir mucho con ella. Fui tan ingenuo que creía que aquella pelota ella la quería para jugar, y sí, jugué con ella muchos días. Ella nunca se negó a jugar conmigo, la rebotaba en el piso y ella la atrapaba, pero tristemente se cansaba muy rápido. Fui feliz con ella, y supongo que ella también. Supongo que quería disfrutar sus últimos días con su único nieto. A mi abuela la extraño tanto… También extraño tanto su tradicional pipián, aquel antiquísimo platillo mexicano. Es tan nostálgico recordar lo que significa comer bien, comer algo hecho con amor. Ella, en verdad, cocinaba todo muy rico. Pero bueno, mi vida sin ella debía continuar. Continuar en la escuela.

    La pasividad que caracterizaba mi manera de expresar lo que sentía no era viable en aquella selección deportiva escolar; selección conformada por sus tan abundantes miembros activos. Yo, expulsado en el primer día de entrenamiento. La literatura, aquel taller, era el perfecto refugio para los sutiles y pasivos en cuanto a dinamismo. La literatura es la casa de los activos y creativos de mente. No quiero generalizar, habrá quizá algún escritor que guste del deporte. Quizá aquel con su padre deportista convivió mucho, quizá le haya tomado cariño al deporte gracias a ello. Escribir fue mi respuesta dada a aquel profesor, aquella actividad tan significante, la misma que hoy me permite desahogar y presentar mi desahucio fallido.

    Mi abuela ha muerto, y con ella, su receta. Aquel platillo lo extraño, aquella capacidad de comer sin culpa es la que más anhelo que vuelva a mí. Tristemente, aquel plato de pipián jamás saldrá del cementerio. Lo admito, aquella pelota la usaba para reducir mi ansiedad, la ansiedad que causaba el antojo de aquel platillo, el cual nunca más volveré a probar.

    Santiago Ho.

    Centro de Bachillerato Tecnológico Industrial y de Servicios. Memorial nombre que ostentaba mi inolvidable institución, un lugar tan común y misceláneo en este aún más misceláneo país. Optar por aquel instituto fue, sin duda, un acto complejo. Dicha complejidad electiva era similar a la que realizaba a diario al ir a comprar productos en mi colonia. Mis opciones se limitaban a tan solo dos; había solo dos misceláneas en toda la colonia. La primera de estas era la de Rosita, aquel lugar donde compraba el refresco de cola a razón de su cercanía. La segunda miscelánea era la de don José; esta la frecuentaba por motivo de su variada oferta confitera. Sin duda, aquella tiendita era el segundo lugar donde se podía hallar un buen caramelo, y si digo segundo es porque aquel primer lugar se lo llevaría el baúl donde resguardan la dentadura y más cosas de mi fallecida abuela.

    El antes mencionado instituto fue la antesala a mi educación superior, trascendental lugar del cual, funestamente, debo aceptar que conservé cero amigos. Cuenta de ello me di a los pocos días de egreso; tras ello, reafirmé que no era alguien social, y muy probablemente nunca lo sería. Dicha actitud preocupaba a mi madre. Aún recuerdo las fiestas infantiles y las no tan infantiles, en las que ella, desesperada, tenía que persuadir al resto de infantes para que me aceptaran en su grupo de juego. En numerosas ocasiones, los dulces que ella les proveyó fueron el motivo de mi «aceptación», un infantil y cruel soborno. Siempre, al finalizar las fiestas, me quedaba sin dulces y, para variar, sin haber jugado. Los niños también son crueles, también excluyen, también te hacen sentir un extraño, también te pueden dejar sentado, contando hasta llegar al millón. Un ingenuo total.

    En resumen, mis excompañeros se convirtieron tan solo en conocidos. Excompañeros que, de no ser por los no mutuos likes de las redes sociales, no recordaríamos que alguna vez en nuestra vida el techo de algún salón compartimos. Benditas redes sociales, que a mí me proporcionaron el pretexto ideal para no tener que convivir en persona con mi nada grato grupo escolar, el medio evasivo perfecto para alguien antisocial como yo. Creo que lo negativo recaía en aquellos que sí eran sociales, ya que de esta habilidad los despojaba.

    Reconozco la profunda admiración intelectual que por mi padre guardo. Admiración que, sin duda, influyera al optar por aquel instituto, aquel lugar indicado para cursar mi educación media superior. Aquella adversa elección la alentó mi padre a razón de su experiencia vivida, su muy buena vivencia pasada allí. Pero eso no significaría que devolviera esta en mí. No devolvió, ello era de esperarse. Él nunca se sentó conmigo para platicar sobre mis sueños, sobre mis objetivos. Él fue tan indiferente, la persona más indiferente que había conocido. Yo me dejé llevar por sus recomendaciones, y no, no lo culpo del todo. Para esa edad, se suponía que yo ya debía saber lo que quería para mi vida. A él le dije que sí a todo. La verdad es que no había de otra; ir en su contra estaba prohibido.

    A él le escribí este poema. Lo hice en días de esperanza, días en los que creí que él podría asumir el rol de un padre, aquel que fuera atento, afectivo, comprensivo. Días de esperanza y añoranza, días imaginando cómo sería tener un padre y no un hombre que parecía ser solo una sombra en la casa. Quedé en espera.

    Padre

    No comprendía el porqué de tu castigo hacia mí. Realmente, no veía el profundo acto reflexivo que a mí me mostrabas. No lo veía por lo inmaduro que era. En aquellos prematuros días de mi vida, todo era lloriqueo y reproche. Me preguntaba…

    ¿Por qué yo? De tus cien mozos, ¿por qué era yo quien debía enfrentar con aquella oxidada arma a los sanguinarios espinos?

    ¿Por qué yo debía delirar bajo el maduro sol?

    ¿Por qué yo debía ver mis manos labrarse cual camino de tierra?

    ¿Por qué yo sediento debía estar?

    Yo era débil y, por ello, te afligías. Mi piel era frágil y lo lamentabas. Mi lozana piel la detestabas, pero más te aterraba aquel mermado rendimiento que denotaba en tu fértil tierra.

    ¿Por qué yo? Si rudo no era.

    Cansado por mi incesante protesta, arremetiste contra mí de una manera ruda y docta:

    «¿Por qué yo? Deja la débil queja y pregúntate: ¿por qué no?

    La vida es hiriente, desoladora y dura; fortaleza y rudeza necesitarás, tu mente y cuerpo tenacidad demandarán. Ve y lava esas heridas, bebe e hidrátate, oxigena tu mente y busca madurez a través de la reflexión».

    Por última ocasión, me pregunté: «¿Por qué yo?». La respuesta era clara, porque era yo su hijo.

    Recuerdo escolar.

    Recordar es revivir, revivir significa haber estado muerto. Al hijo del excelso, su acto imposible de repetir por su prójimo le aplaudo. Nadie recordará, nadie reprochará, nadie dirá «se lo dije».

    Primer año escolar. Poco, muy poco —más bien dicho, nada— relevante ocurrió en mi oculta y ya cansada vida. Fatídicamente, aunaría a mi rutinario día mi temor a aceptar lo que realmente quería experimentar, sentir, besar, acariciar, amar, comer. Ello era la causa principal de mi tan temprana hambruna existencial.

    Cristal

    Algunos nacemos en esferas de cristal, las peceras. Algunos en brillantes lagos germinan; otros más en caudalosos ríos florecen; pero, sin duda, todos tienen un mismo deseo, una misma dirección, el anhelo de desembocar en la mar. Es cómoda la vida en cristal, a diferencia de los lagos y ríos, puedes llegar a acostumbrarte y conformarte. No hasta lograr ver lo que hay más allá de esa frágil pared.

    Los días pasarán, y el deseo por atravesar aquel obstáculo y ser libre se acrecentará. Días, semanas, meses e incluso años pasarán, tu desesperación y frustración te impulsarán, gritarás y golpearás, pero nadie te escuchará. ¡Golpea con fuerza! ¡Insiste! No te dejes vencer, golpea hasta dejar frágil la pared que te encarcela.

    Sin darte cuenta, en cualquier momento, aquella pared finalmente se agrietará tanto que un estridente ruido te estremecerá para, finalmente, ver cristales por doquier. No hay marcha atrás, el sonido de las olas te llama, el sonido de la libertad te alivia. Anda, ve, que libre ya eres.

    Casa-escuela, desayuno-almuerzo, comida-cena. Frustrante, pero ya casi asimilada rutina. De mi dieta no se diga; reprimido, debía cumplir mi trastornada y preocupante prohibición de carne y azúcar. Solo alguien con seria preocupación por su apariencia física debido al odioso acné y la preocupante aparición de grasa en torno a su abdomen se prohibiría consumir proteína en plena etapa de desarrollo físico y mental; ese alguien, fatídicamente, era yo. No era por engreimiento, era tan solo por una muy personal estética visual. Pero bueno, comía; por lo menos, con la ignorada sensación de hambre no me castigaba aún.

    Creer que la carne me haría engordar o, lo que es peor, que con su asquerosa grasa en mi piel provocaría el desagradable acné fue la razón de mi histérica prohibición de este cruel alimento. Cruel y egoísta acto humano, en el cual múltiples especies animales son usadas como vil materia de alimentación, reproducción, experimentación y explotación extrema; lo anterior tan solo para brindar un jamás recíproco placer. Cruel el hecho de tener como propósito de vida terminar en un jugoso corte o solo vivir para producir un innecesario líquido blanco llamado leche de vaca para los humanos. Ansío ver el día en el que exista leche de humanos para vacas; así de estúpidos somos, y me incluyo, pues me encantan los smoothies y licuados. En fin, gracias a esta cruel acción, ya tenía justificación ante mis padres por mi nula dieta cárnica. ¿Fui tan cruel como los carnívoros lo son al usar como pretexto el dolor de los animales? Definitivamente, fui igual de cruel. No comía, pero bebía. A los pobres becerros les quité a su madre a temprana edad, y quizá a algunos otros hasta les arrebaté la vida. Los ganaderos prefieren a las hembras. En fin, todos ponemos pretextos, pido perdón por ello.

    Rol

    No he tenido sexo, solo he comido el lunch fuera del receso.

    No te he hablado por tener en la boca un helado.

    No te miro por miedo a caer en el camino.

    No te amo, pero hoy tu nombre exclamo.

    No te sigo porque no quiero interrumpir tu sigilo.

    No te robo un beso porque ello aceleraría mi deceso.

    Hoy camino, hoy corro, hoy te entrego este sentir no correspondido.

    Hoy me alegro, hoy me alivia saber con certeza que otro a ti te arrastra en la tristeza.

    El segundo año escolar llegó; el tercer y

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