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Tú, Hope... mi esperanza
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Libro electrónico413 páginas5 horas

Tú, Hope... mi esperanza

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Nelo, agente forestal, tiene pesadillas, teme a su hijo, ¿por qué?

Nelo Salvaterra junto con Hope, su esperanza, acaban de ser padres, pero el agente forestal tiene pesadillas, temor a ser rechazado por su anhelado hijo.

¿Qué había pasado tiempo atrás, apagando un incendio?

Tras dicho accidente, se hundió en un abismo profundo y negro, siendo abandonado por su amada Rajel. Buscando su esperanza, esta la encontró de la mano de una joven enfermera, a la que rescató de una cueva, cuya gracia era Hope. Tras este fortuito encuentro, obra quizás del destino, se inició un romance; los dos estaban huérfanos de afecto, lo que motivó numerosos encuentros apasionados, cuyo fruto tras la unión de sus vidas fue un precioso bebé, el cual alegró a sus progenitores, si bien atormentó al padre, pues sufría pesadillas y temores.

A lo largo de su vida profesional, chocó con intereses especuladores, caza de brujas por parte de un compañero. Aprovechando los recorridos de vigilancia, extinción de incendios, describimos algunos de los parajes naturales de nuestra Comunidad Valenciana y, al igual que florecen estos, lo hace el amor y la pasión del agente forestal y la enfermera. ¿Por qué el temor paterno? ¿Quién lo odia hasta el punto de llevarlo ante la justicia?

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento9 oct 2021
ISBN9788418832635
Tú, Hope... mi esperanza
Autor

Nelo S. Bacora

Nelo S. Bacora (La Pobla de Farnals, Valencia, 1943) es pensionista en la actualidad. Su vida laboral transcurrió durante aproximadamente cuarenta y dos años en una entidad benéficofinanciera, hoy desaparecida gracias al buen hacer de los políticos. No tiene títulos académicos ni tampoco másteres, allá por el año 50 del pasado siglo obtuvo lo que llamaban entonces «certificado de estudios primarios». Posteriormente, estudió unos cinco años en los Salesianos de la calle Sagunto de Valencia, los cuales dejaron huella de buena moral y conocimientos de cultura y algo de contabilidad. De allí opositó y entró a formar parte de la plantilla de la entidad referida por el año 1960, hasta su jubilación. Su bagaje cultural lo debe principalmente a su afición a leer novelas. Además de estas, ha devorado también manuales, libros de contabilidad, sobre administración de empresas, informática para usuarios, asistido a muchos cursillos, análisis de documentación legal y la lectura casi diaria de la prensa escrita, así como consultas a través de la red de Wikipedia. Hace unos años se propuso escribir una novela, por aquello de tener hijos, plantar árboles y escribir un libro. Ha plantado muchos árboles y plantas. Casado y con tres hijas, actualmente le quedan dos, tras perder a su primogénita, después de seis años de lucha contra el cáncer. Su añorada hija ha sido la estrella que ha guiado su mano a la hora de escribir, sin los recuerdos de su manera de ser, su obra hubiera sido estéril; y si no lo es, se debea su guía, que sosiega su espíritu.

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    Tú, Hope... mi esperanza - Nelo S. Bacora

    T

    ú, Hope… mi esperanza

    Nelo S. Bacora

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.

    Tú, Hope… mi esperanza

    Primera edición: 2021

    ISBN: 9788418832086

    ISBN eBook: 9788418832635

    © del texto:

    Nelo S. Bacora

    © del diseño de esta edición:

    Caligrama, 2021

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A mi nieto, Aritz,

    nuestra esperanza.

    «En cada amanecer hay un vivo poema

    de esperanza y al acostarnos pensamos

    que amanecerá».

    Noel Clarasó

    En la actualidad…

    Vivienda en la que acababa de iniciarse una trinidad, habían pasado dos semanas desde el 24/8/2010, día en que de dos, tras el acto de amor de la procreación meses atrás, nació un pequeño varón de apenas algo más de tres kilos.

    Las noches en dicho hogar deberían ser rotas por los llantos del pequeño, mas eran los del padre, este se despertaba de la pesadilla que, desde que su semilla empezó a germinar en la madre, lo atormentaba continuamente.

    Esa noche el sembrador se despertó gritando entre lágrimas: «No, hijo, no me temas».

    La madre, que se había despertado unos minutos antes, como ocurría cuando su amado sufría el tormentoso sueño y se movía inquieto, lo abrazó, susurrándole:

    —Tranquilo, mi amor, no pasa nada, estamos aquí a tu lado.

    Por el rostro del padre caían lágrimas como las de la Dolorosa, amargas.

    —Mira tu pequeñín. Verás cómo te adora como yo te adoro.

    —Lo sé, pero el temor a lo que tú sabes me atormenta. No podría soportar que mi hijo tan deseado me rechazara.

    —Sabes que no será así. Te lo he dicho muchas veces. Los pediatras así me lo aseguraron.

    —Eso espero y así pienso que debe ser, pero en mi sueño me encuentro lejos de ti y el pequeño para no darle temor.

    —Oh, amado mío, eso ni lo pienses, el bebé y yo iríamos adonde tú fueras. No comprendes que los dos no podríamos vivir sin ti.

    Ambos se fundieron en un fuerte abrazo, emocionados, lágrimas rebeldes resbalaban por sus rostros, con sabor dulce y amargo.

    De pronto oyen llorar al bebé y la cara de los dos cambió de lágrimas a sonrisas.

    —¡Vaya! —exclama la madre—. Este bribón pide su desayuno. Vamos, papá, tráemelo a mi regazo.

    Esta se saca uno de sus pechos que el pequeño bribón rápidamente atrapa y comienza a mamar. Es una muestra del enorme poder del instinto con que nacen los bebés. Si los colocan sobre el cuerpo desnudo de la madre, el recién nacido busca el pecho para alimentarse sin ningún tipo de ayuda. La madre naturaleza cumple su función primigenia.

    —Está hecho un glotón —suspira la madre—; mira qué precioso está.

    El padre miraba feliz a sus dos amores, que hacía unos días estaban unidos en un solo cuerpo. Quería soñar que el tiempo había transcurrido y su pequeño corría a sus brazos y lo llenaba de besos. Se haría realidad este sueño o el que le atormentaba.

    Qué temor tenía el progenitor. Por qué no estaba jubiloso de tener un precioso hijo. El tiempo lo diría, mientras, los segundos iban pasando.

    En este caso, habría que cambiar la letra de la canción El reloj, de Antonio Prieto, que podría decir:

    Reloj, adelanta las horas

    porque voy a enloquecer.

    Que pase el tiempo esta noche

    para que amanezca unos años después.

    * * *

    2007

    I

    Martín tenía un violín,

    pero nunca lo tocaba

    pues amaba a Rajel

    y a ella sola miraba.¹

    Lunes, 24 de septiembre de 2007

    Nelo Salvaterra se halla pasando el domingo con su amada Rajel.

    Por la noche, por invitación de ella, circunstancia habitual desde hacía unos meses, la pasaban en la vivienda de la joven, situada en la avenida Tres Cruces, cerca del Beijing Palace, casi esquina con la calle de Ceramista Ros.

    Tras cenar unas pizzas encargadas en una pizzería de la misma calle y ver algún programa de TV, ella le invita a pasar a su habitación, donde también tiene una Sony de plasma de cuarenta y dos pulgadas, para estar más cómodos, aduce.

    Rajel inicia un striptease, que sabe que le encanta al varón, quedándose con apenas una minúscula braguita, dejando sus generosos pechos con libertad. Él se quedó únicamente con un pequeño slip. Se acomodaron en el respaldo de la amplia cama, ella con su vaso de whisky, su pareja con su Aquarius, era abstemio, pero su embeleso era tal, mirando el hermoso cuerpo de la mujer, que se hallaba prácticamente ebrio, como si se hubiera bebido una botella de lo que ella tomaba. Perdía la noción del tiempo, de su entorno, de su trabajo, solo en ella pensaba.

    Mientras, miraban el programa televisivo, que ninguno de los dos veía. La habitación estaba en penumbra, el varón tenía una enorme erección y, como siempre, esperaba a que la fémina se quitara la minúscula prenda, lo cual era señal de que estaba dispuesta a recibirlo. Era una mujer malvada, no le dejaba tocarla hasta que ella le autorizara, viendo cómo sufría de deseo.

    Cuando Rajel se acabó el vaso y fumado un cigarrillo, hizo la señal de costumbre y, tras exponer su desnudez, susurró como una gata en celo:

    —Ven, mi amor, no me hagas esperar más, mi ciudadela espera tus acometidas.

    Se amaron con frenesí, como si en ello les fuera la vida, ella era experta en tales lides y actuaba más con el cerebro que con el corazón. Le encantaba el dominio que ejercía sobre el macho de la especie, tal como si de una mantis religiosa se tratara, si bien no se lo comía literalmente hablando, era indudable que le absorbía su cerebro de tal forma que solo en ella pensaba.

    Estando ambos en los brazos de Morfeo, sobre las ocho del día siguiente, lunes, sonó el móvil del varón, cuya actividad laboral era agente forestal de la Generalitat Valenciana; y, cuando iba a cogerlo, pues pensaba que se trataría de una emergencia, pues ese día lo tenía libre, Rajel, muy mimosa, le suplicó:

    —Déjalo, ámame otra vez, no puedes dejarme así, estoy ardiendo de deseo.

    —Pero puede ser…

    Ella le cogió su miembro. El macho había perdido su capacidad de raciocinio, no podía separarse de las garras que lo aprisionaban, al igual que el macho de la mantis, no podía evitar ser sacrificado.

    A las dos horas, ella apagó el imán de su atracción y el agente forestal recuperó el poder sobre su cerebro e inmediatamente cogió su móvil, pulsando el de la llamada perdida.

    Comprobó que era de su jefe. Se maldijo por haber cedido, como le había ocurrido otras veces y, girándose hacia su pareja, comentó:

    —Lo que me temía, la llamada era de mi jefe. Tengo que marcharme, hay una emergencia de incendio.

    —No te preocupes, tampoco serás tan imprescindible que no puedan solucionarlo sin ti. Hoy era tu día libre.

    —Imprescindible no hay nadie, pero todos somos necesarios —matizó Nelo, enfadado consigo mismo, amén de que ella siempre lo menospreciaba. Tenía que conseguir que su mente cogiera las riendas sobre sus decisiones.

    Ignoraba que ese mismo día ocurriría el detonante que él esperaba, aunque doloroso tal vez.

    Tras subirse a su jeep Wrangler cuatro litros, puso el móvil en manos libres a través del Bluetooth y llamó a su jefe, preguntándole este dónde coño se hallaba.

    —Estoy por la zona de Tres Forques, he…

    —Pues coge la V-30 y ven a toda pastilla, hay un incendio en la Calderona. Ahora te dejo, me llaman por la otra línea, te pasaré las coordenadas, pero ve camino de Gilet.

    —Lo siento, jefe, no volverá a ocurrir.

    Sus palabras resultaron proféticas.

    Saliendo de Tres Cruces, tomó Tres Forques para tomar la V-30, dirección norte, pasando por la avenida del Cid, desviándose a la derecha para tomar la autovía citada, junto al nuevo cauce del Turia, pasando Quart de Poblet, Manises y Paterna, esta última a su derecha y, rodeando el polígono industrial Fuente del Jarro, tomó la A-7 dirección Castellón, cruzando la CV-35, autovía a Ademuz. Pasados los términos de Bétera a su izquierda, Moncada y otras poblaciones a su derecha, dejó atrás la localidad de Puzol, donde tendría que seguir hasta tomar el desvío a la autovía Mudéjar, cerca de Gilet. Sonó su móvil en manos libres y oyó de nuevo la voz de Tomás, su jefe.

    —Nelo, ¿dónde te encuentras?

    —A punto de tomar el desvío hacia Gilet.

    —Vale, pasa por dicha localidad y dirígete por la CV-3280, dirección Santo Espíritu. A medio camino hay un desvío hacia el norte, el incendio está entre la urbanización Balcón de la Peña y el citado monasterio.

    Siguiendo las indicaciones recibidas, pronto divisó los vehículos oficiales. Nelo aparcó al lado del camino, detrás de los vehículos mencionados. Rápidamente sacó su equipo y, tras ponérselo, se acercó al puesto de control, donde su jefe inmediatamente le puso al corriente, dándole instrucciones: apoyar a un grupo de agentes que estaba rodeado por las llamas. Este se dirigió siguiendo las indicaciones recibidas y, al llegar al lugar señalado, penetró donde se vislumbraban sus compañeros, consiguiéndolo con apenas ligeras quemaduras en su equipo, preparado para estas contingencias. Una vez junto al grupo de sus cuatro compañeros, los cuales estaban agotados, tras echar una mirada circundante y ante la falta de iniciativa de los extenuados agentes, los animó, dándoles las siguientes indicaciones:

    —Vosotros dos. —Los más cercanos a él—. Cortad los arbustos alrededor de esas rocas —conminando al resto—. Vosotros cavad en la parte norte de estas para formar un hueco y esperar que las llamas pasen por encima, más débiles al disminuir su combustible.

    Había indicado además que las ramas cortadas fueran lanzadas tras las rocas mencionadas.

    Viendo que el más joven había perdido su casco reglamentario, se quitó el suyo y apremiándole le dijo:

    —Ponte mi casco y muévete, no va a pasar nada.

    Mientras, él reunió pedruscos alrededor del hoyo excavado, aprovechando una ligera depresión, pues por acumulación de agua de lluvia el suelo estaba fácil de excavar.

    A continuación, reunió a los cuatro a los que indujo a tumbarse dentro de la depresión junto a las indicadas rocas, colocándose Nelo y el más joven sobre los otros tres, poniendo las piedras que había situado al lado del hoyo, encima de sus cuerpos, ejemplo que siguió el que había perdido el casco.

    Así, medio enterrados y dado que los pinos más cercanos estaban a unos cuantos metros, las llamas bastante debilitadas por falta de materia inflamable pasaron sin riesgo para los cinco agentes casi enterrados.

    Tras observar que podían salir sin riesgo, se quitaron las piedras que los cubrían, se pusieron de pie, observando que un nuevo equipo de agentes había logrado acercarse a ellos, apagando los rescoldos a su alrededor, haciéndose cargo de los cuatro agentes casi sin fuerzas, estaban al límite de las mismas. Nelo salía el último por el pasillo libre de llamas cuando un golpe de viento y la coincidencia de la caída de una rama en llamas a unos tres metros; esta cayó sobre su cabeza y la oportuna intervención de los recién llegados, que le quitaron rápidamente los trozos en llamas de la fatídica rama, evitó males mayores.

    Tomás tomó el control llamando a una ambulancia estacionada a unos cien metros para que se hiciera cargo de los cuatros agotados agentes, algo afectaos por la inhalación de humo, y de las quemaduras de Nelo, el cual, al no llevar el casco protector, así como el pelo largo y barba espesa, había sufrido quemaduras de cierta gravedad.

    Consecuentemente, el agente que salió en último lugar sufría horrores que los sanitarios procuraron aliviar inyectándole calmantes de efecto rápido, curándole las quemaduras con medicamentos y cremas especiales para estos casos, ya que iban bien surtidos de estos, así como profesionales especializados en este tipo de trances.

    Nelo y sus compañeros fueron llevados a todo gas y sirenas a todo volumen a la Nueva Fe, en el bulevar Sur de la capital de la provincia, con acceso fácil desde la A-7 y la V-30.

    Tras la marcha de los heridos y controlado el incendio tras una larga hora, Tomás Salgado, jefe del operativo, comentaba al grupo de retén requerido para evitar nuevos brotes de llamas:

    —Este Nelo, lástima que en algunas ocasiones sea impuntual, tiene coraje e instinto de ver todas las posibilidades protectoras del entorno, podría llegar lejos si no estuviera obsesionado por un trozo de carne con pelos. Vamos a esperar que no sean graves sus quemaduras.

    —Si hubiera llevado casco, posiblemente no le hubieran afectado las llamas de esa fatídica rama.

    —Le cedió el suyo al joven Aurelio —comentó otro agente—, pues cuando subían a la ambulancia, este no paraba de repetir: «Este casco es el de Nelo, a mí se me cayó huyendo de las llamas, antes de llegar él».

    —Así es —manifiesta uno de los agentes—, este que he recogido chamuscado comprobando los rescoldos pone «Aurelio» en su frontal.

    —Eso debe haber ocurrido —afirma Tomás—, pues cuando se acercó para recibir instrucciones, llevaba su casco, pues es muy meticuloso en cumplir el reglamento.

    —Pues realmente —apunta otro de los agentes forestales²— su valor o irresponsabilidad los ha salvado.

    Sábado, 15 de diciembre de 2007

    Por qué te fuiste aquella noche.

    Por qué te fuiste sin regresar

    y me dejaste aquella noche

    con el recuerdo de tu traición.³

    Atrás han quedado los días de sufrimiento: intervenciones quirúrgicas, curas, hospitalización, alta de esta última, revisiones y tratamientos para minimizar los efectos de las quemaduras, pues las cicatrices cubren tanto su rostro como su cabeza, ambas partes sin pelo. El dermatólogo pronosticó que la llama había prendido su cuero cabelludo, tanto en la cabeza como en el rostro, por la barba espesa, no llegando por esta deducción a dañar ni la frente, los labios y demás partes de la cabeza sin pelo.

    Las quemaduras que precisan inserto de piel y las que tardan más de veintiún días para sanar —también llamadas quemaduras de espesor total— presentan alto riesgo de cicatrización. Esta depende de la edad, el origen étnico y la gravedad, profundidad y localización de la quemadura y se desarrolla dentro de los primeros meses posteriores a estas, alcanza su máximo alrededor de los seis meses y se resuelve o madura de doce a dieciocho meses. A medida que madura, su color se desvanece, se hace más plana, más suave y, por lo general, menos sensible.

    Evidentemente, el agente forestal, con las cicatrices visibles, al igual que otras personas en su situación, se sentía acomplejado y solía evitar las situaciones sociales, produciendo por ello un aislamiento, depresión y una calidad de vida menguada. Por todo ello, se recluyó en su vivienda en Alboraya, saliendo únicamente en situaciones necesarias, protegiendo de las miradas su cabeza con una gorra y unas amplias gafas de sol.

    Finalmente, un sábado, ochenta y dos días después del accidente, sin poder contactar con su amada Rajel, decidió salir después del anochecer a tomar una café en una de las cafeterías que había frecuentado con ella. Esta, tras contestar a su llamada media hora antes, en esta ocasión, se había excusado en la enfermedad de su madre, por lo que no podía salir con él. Le constaba que posiblemente era una más de las excusas que le había dado en las pocas ocasiones que había respondido a sus numerosas llamadas. Mientras estuvo ingresado y con toda la cabeza vendada, únicamente lo había visitado una sola vez, estando apenas unos tres minutos, aludiendo no recordaba qué excusa.

    Nelo entró en la mencionada cafetería por la zona de Cánovas, sentándose en una mesa situada en un rincón, de espaldas a la pared y con un ventanal a su derecha, el mostrador se hallaba en la parte este del citado local.

    Estaba tomando un café cuando se abrió la puerta del local, situada a continuación del enorme ventanal, entrando una pareja entrelazados sus brazos por sus espaldas, sonriendo ambos.

    El varón echa una mirada circular y ve una mesa libre junto al ventanal, a la derecha de la puerta de entrada, parte sur del citado local. Se sientan, él de espaldas al ventanal y la fémina en la silla de al lado, de cara a la parte norte, donde se halla precisamente un varón con gorra y gafas de sol-espejo, que, siendo raro en el interior de una cafetería, el ocupante de la mesa del rincón no se había quitado.

    Al quitarse un momento las gafas, Nelo confirma lo que había visto. Siente que se hunde en un abismo profundo y negro como su suerte. Apenas había iniciado la salida del provocado por las quemaduras, varias operaciones quirúrgicas, ver su horroroso rostro, a pesar de haber reducido su efecto en las intervenciones mencionadas y confiando ingenuamente que el amor de Rajel le ayudaría a recuperar su estado de ánimo anterior.

    Verla reír junto con otro hombre, cuando había querido creer que estaba cuidando de su progenitora, iba a suponerle una caída libre en el mismo abismo, del que quizás sería imposible salir. De todas formas, dicen que el tiempo lo cura todo, sería así en este caso. El tiempo lo diría.

    Comprendió la crueldad de ella, que siempre había intuido, pero que su pasión cegaba. Sus excusas, sus mentiras y sus engaños confirmaron aquella. Hubiera sido más noble por su parte manifestarle su rechazo, el cual dolorosamente hubiera comprendido por su franqueza, si así lo hubiera hecho.

    Su rostro había perdido todo su atractivo, sus cicatrices, amén de causar cierta fealdad, le daban el aspecto de una persona mayor, excepto sus ojos, que conservaban esa mirada suya que cautivaba. No pensaba someterse a más visitas a un quirófano, dado que apenas podían mejorar su aspecto actual. Iba a seguir el tratamiento sugerido por los terapeutas en cuanto a masajes y estiramientos, los cuales volvían las cicatrices más relajadas y más suaves.

    Decidió hacer de tripas corazón y cerrar así su capítulo llamado «Rajel».

    Se levantó con una serenidad que no esperaba, pero pensando que ya había tocado fondo y, por tanto, no podía hundirse más.

    Tras pasar por la barra y pagar su café, se dirigió a la mesa donde ella se encontraba, evocando parte de la canción que decía: «Pero ya estaba escrito que aquella noche perdiera su amor».

    Cerca ya de la citada mesa, Rajel lo vio, haciendo intención de hablar, pero Nelo se le adelantó, diciéndole:

    —Rajel, supongo que lo de tu madre no habrá sido grave, pues tu presencia así me lo indica.

    —Bueno, mejor, así no tengo que darte explicaciones, pues…

    —No continúes, sobran las palabras. Solo decirte, como dicen en México: Ojalá que te vaya bonito.

    Alejándose a continuación, meditó que de alguna forma se había liberado de la incertidumbre respecto a ella. Esperaba que no le costara mucho olvidarla. Había descubierto su cara oculta, cruel esta. Más difícil, reconocía, le habría resultado si ella hubiera intentado explicarle que su amor había muerto, pues estaba ahora convencido de que este nunca existió. Decidió, por tanto, practicar a solas con su violín,⁴ en su caso buscar consuelo en la naturaleza y en su profesión, tanto la primera como la segunda no tenían oculto nada, aunque en lo último se equivocaba, tendría que lidiar con personajes de la catadura de la que le había traicionado a causa de celos, envidias, ambiciones, naturales por desgracia en toda persona, que muchos dejaban fluir de forma consciente.

    Se dedicó de lleno a la lucha contra la plaga de incendios, chocando con intereses creados, personajes que consideraban los parques naturales sus cotos privados de caza. Se enfrentaría a amenazas, traiciones y finalmente esperanza, compañerismo, amor.

    Quiso hallar el olvido al estilo Jalisco.

    Pero aquellos mariachis y aquel tequila

    lo hicieron llorar.

    Apenas podía dormir tras la cruel traición de Rajel, no podía apartar este recuerdo de su mente.

    Se concentraba en su tarea como agente forestal. Recorría con el quad de la agencia, muchas veces peligrosamente, zonas más amplias, más allá también del horario de sus jornadas laborales. Solicitaba tareas peligrosas en solitario.

    A solas con la naturaleza, su flora, su fauna, extinción de incendios, horas de estudio para finalizar los dos cursos que le faltaban para obtener el título de ingeniero agrónomo, que interrumpió, pues amaba a Rajel y solo en ella pensaba.

    Pasaron los días, semanas y meses, mas no olvidaba. Si oía el murmullo del agua, su sonrisa evocaba, si observaba el movimiento de unas ramas, su melena veía; si presenciaba un bello amanecer, su bella silueta evocaba, si llovía, sus lágrimas veía.

    A solas con su violín

    practicaba y practicaba.

    Probecito Martín,

    casi nada avanzaba.

    Cuando solo en su habitación se tumbaba en su cama, recordaba sus abrazos. Se dormía pensando en ella, despertándose con el mismo recuerdo.

    Con constancia, paciencia y tiempo, poco a poco se iban difuminando sus risas, lágrimas, su imagen. Conseguía ver la flora, fauna, oír los sonidos del viento agitando la arboleda.

    Pero durante este periodo que le pareció eterno, siguió su camino enfrentándose de forma temeraria a la extinción de incendios.


    ¹ De la canción Martín tenía un violín de Antonio Prieto.

    ² El autor se toma la libertar de utilizar la palabra «forestal» en lugar de «medioambiental», como se denominan actualmente en la CV.

    ³ La última noche, de Luis Miguel.

    ⁴ De la canción Martín tenía un violín.

    2008

    Lunes, 7 de abril de 2008

    Sede territorial de la Consellería de Infraestructuras y Medio Ambiente en la calle Castán Tobeñas de la Ciudad del Turia.

    Son aproximadamente las nueve horas, Nelo se presenta en el despacho del ingeniero agrónomo Tomás Salgado, su jefe inmediato, el cual está hablando por su móvil, indicándole con una seña que tome asiento.

    Las cicatrices externas del agente forestal se van suavizando, pero aún son llamativas, sobre todo, para personas que no lo conocen, por ello está solicitando destinos alejados y solitarios.

    —Hola, Nelo, ¿cómo te va por la Sierra de Espadán?

    —Bien, tengo tranquilidad, que es lo que deseo, controlando y ayudando en la limpieza de caminos y demás. Recibí su mensaje y aquí estoy.

    —Parece que va mejorando tu aspecto, pero acostúmbrate, aún impresiona a quien te ve por primera vez.

    —En eso estoy. Pero parece que a la flora y la fauna no les afecta.

    —Vamos al grano. Nos han asignado a una joven con puntuaciones excelentes en la oposición, además, ha terminado los cursillos teóricos con las mismas clasificaciones. Va a ser tu compañera durante el tiempo habitual de prácticas in situ. Por lo tanto, debe estar bien preparada para el verano próximo.

    —Pero, jefe, sabe que deseo trabajar solo. Hay aún pocas agentes femeninas, ¿por qué ha tenido que tocarme a mí? Sabe lo que he pasado, y no me refiero a mis cicatrices físicas, aunque tampoco son moco de pavo.

    —Lo sé, Nelo, lo sé. Pero eres uno de los mejores agentes que tengo y casi el único en el que confío en este caso. Esta joven es de formas espléndidas y no quiero tener problemas, tú ya me entiendes, con otros compañeros.

    —Pues ¿qué me considera?, ¿como un eunuco o algo así?

    Nelo está serio, esto es lo último que esperaba, pero comprendía a su jefe. En esos momentos tenía como alergia a tales féminas, amén de que desgraciadamente también había perdido su virilidad, circunstancia que procuraba que fuera desconocida, y por ello no le afectaban aquellas.

    —Por supuesto que no, pero tú sabrás portarte como un compañero y estoy seguro de que aprenderá mucho a tu lado. Además, os llevaréis un todoterreno del parque que conducirá ella, es importante que domine los caminos rurales hasta que se familiarice con ellos, así como espacios agrestes y cualquier senda o camino.

    —Como diga, jefe.

    —De acuerdo, en unos momentos te la presentaré y os largáis cagando leches.

    En ese momento llaman a la puerta y la secretaria del jefe anuncia:

    —Tomás, Neus Serra espera que la recibas.

    —Vale. Dile que pase.

    Apartándose la citada funcionaria, hace su entrada la agente mencionada, espléndida esta, como había anunciado el ocupante del despacho. Era obvio que el uniforme correspondiente no era de la talla de la joven, sobre todo, en cuanto a caderas y pechos.

    —Pasa, Neus, aquí te presento a un veterano que te enseñará las técnicas y conocimientos operativos, por lo que aplicarás la teoría que has pasado con buena nota.

    Nelo se levantó y tendió su mano, en absoluto quería que aquella joven tuviera tan siquiera que rozar sus cicatrices en los abrazos habituales ante presentaciones de miembros de distinto sexo o del mismo en el caso de las féminas.

    Neus reaccionó como era de esperar cuando al agente le presentaban a alguien que desconocía sus circunstancias tras el accidente.

    Tomás se percató en primer lugar de la oportuna decisión de darle la mano a su nueva compañera, así como el impacto que hizo en esta ver la cara de Nelo sin gorra ni gafas de sol, que disimulaban bastante su aspecto.

    Como respuesta de esta primera impresión, la joven dijo:

    —Hola, Nelo, me han hablado mucho de ti, espero ser una buena alumna y te agradecería que tuvieras paciencia, pues estoy muy ilusionada por conocer en vivo nuestros parques naturales, su flora y su fauna.

    —Los conocerás, tenlo por seguro.

    —Coged el todoterreno y partid ya.

    Tras la salida de los dos agentes, Tomás llama a su secretaria, soltándole nada más entrar:

    —Concha, ¿no había uniformes de más talla para Neus?

    —Jefe, hasta ahora ningún agente había llenado la talla que llevaba la nueva. Para su ilustración, encargué uno de mi talla creyendo que le vendría bien.

    —Tienes razón en cuanto a curvas, pero quizás unos centímetros más en pecho y caderas.

    —Sí, si mira sus datos, observará sus medidas y altura, cerca de 1,70 m, apenas unos diez centímetros menos que Nelo si no lleva tacones, que no es el caso en las botas reglamentarias, pero que no afecta a las secretarias.

    —Vale, lo pillo. Por favor, encárgate de que le hagan el uniforme con arreglo a sus medidas que has mencionado para ayer.

    —Mande y obedezco. Ah, y gracias por enunciar mis encantos, creía que no se había dado cuenta.

    —Concha, no empieces, haz lo que te he dicho.

    Cerrando la puerta, aún pudo oír a su jefe exclamar:

    —¡Mujeres!

    Tras salir del despacho del ingeniero agrónomo, Nelo indicó:

    —Neus, podías coger el Terrano y me esperas al lado de la salida del garaje, voy a consultar unos datos. Supongo que te habrán dado la hoja de ruta que tenemos para hoy.

    —Sí, la llevo en el chaquetón.

    —Vale, solo tardaré unos diez minutos.

    Mientras el varón se dirigía a contactar con el joven Quique, la novata se dirigió a coger el vehículo que les habían asignado. Comprobaría si en este figuraban las herramientas y demás que debe llevar todo vehículo en servicio forestal.

    Como no encontró a Quique, Nelo se dirigió antes de lo previsto al punto de encuentro acordado. Al salir a la calle, vio que la joven estaba junto al vehículo asignado, hablando con dos compañeros varones. Como ella estaba de espaldas a él, no vio que se acercaba y en ese momento estaba comentando a los dos varones:

    —Me he quedado un poco… no sé, he sentido un cierto repelús, pues hasta ahora lo había visto un par de veces con la gorra y las gafas de sol, y la verdad…

    —Neus, cuando quieras nos vamos.

    Esta, sorprendida, se quedó en silencio, los dos compañeros le guiñaron el ojo y se despidieron.

    Una vez situados en el todoterreno, ella arrancó y se dispuso a tomar la V-30 para posteriormente, tras pasar el polígono industrial Fuente del Jarro en Paterna, desviarse y tomar la A-7 dirección noroeste.

    Tras la marcha de Neus, los dos compañeros que habían charlado con ella entraron en la sede y se tropezaron con otro compañero que de alguna manera había oído lo ocurrido, manifestando:

    —No me extrañaría que la joven no pueda aguantar toda la jornada junto al fantasma de la ópera y lo deje. Menudo papelón le ha tocado, con lo buena que está.

    —Tampoco es para tanto —opina uno de los dos varones—, pues aparte de la primera impresión, te acostumbras muy pronto. Como si tuvieras un compañero más viejo y feo.

    —Puede ser, pero no me extrañaría que intentara llevársela al huerto, aunque creo, según rumores, que a pesar de los encantos de Neus no le ocurrirá nada, se dice que el fantasma es impotente.

    —Vamos, no está bien hablar así de un compañero —expresa el mismo

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