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Existir es un hecho, vivir un arte: Después de Laura, con Laura
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Existir es un hecho, vivir un arte: Después de Laura, con Laura
Libro electrónico267 páginas3 horas

Existir es un hecho, vivir un arte: Después de Laura, con Laura

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Información de este libro electrónico

La madurez de una niña frente a las adversidades.

Cuando un hijo fallece, te invade la desesperación y frustración en el cuerpo y en el alma. Esta madre supo el dolor y la proyección que tenía su única hija sobre su propia vida futura. Con su fuerza y su saber vivir, fue la mejor maestra. Le enseñó a vivir con la verdad de esta vida, «con arte». Empezó con un acto de valentía a desarrollar ideas, proyecciones de hacer cosas que le hubieran gustado a su hija, con la intención de perdurar y no olvidar. No fue fácil para Isabel vivir este camino con su hija y por su hija. Fue bastante complicado por la sociedad en la que vivimos, pero por encima de las opiniones de los demás estaba el amor a su única hija, Laura. Por lo que decidió homenajearla cada día de su vida y hacer de cada día triste un día alegre. De cada cumpleaños, una celebración. De cada aniversario, un brindis al cielo. De su lugar de descanso, un precioso jardín donde cada miércoles se homenajea a Laura.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento5 ago 2021
ISBN9788418608315
Existir es un hecho, vivir un arte: Después de Laura, con Laura
Autor

María Isabel Santillán Lázaro

María Isabel Santillán Lázaro nace en 1956 en Bahabón de Esgueva (Burgos), en una familia de cuatro hermanos. Sus padres se dedicaban a la agricultura y a la cría de vacas de leche. Isabel siempre fue una niña alegre y feliz. Después de su colegio le gustaba ayudar en el reparto de la leche por el pueblo. A los doce años sigue con sus estudios en un colegio internado en las Hermanas Josefinas (Tarrasa). Es el primer libro que escribe, con el título Existir es un hecho, vivir un arte, motivada para dar a conocer la vida de Laura, su hija, que fallece a los quince años. Intenta en este libro demostrar al lector que, ante algo tan terrible como es perder a su única hija, su vida continúa teniendo sentido. Durante este tiempo, su objetivo es compartir con todo aquel que aparece en su camino, y en cada ocasión que le han solicitado, cómo se puede vivir con fuerza después de Laura.

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    Existir es un hecho, vivir un arte - María Isabel Santillán Lázaro

    Existir-es-un-hechocubiertav2.pdf_1400.jpg

    Existir es un hecho, vivir un arte

    Después de Laura, con Laura

    María Isabel Santillán Lázaro

    Existir es un hecho, vivir un arte

    Después de Laura, con Laura

    Primera edición: 2021

    ISBN: 9788418608834

    ISBN eBook: 9788418608315

    © del texto:

    María Isabel Santillán Lázaro

    © del diseño de esta edición:

    Penguin Random House Grupo Editorial

    (Caligrama, 2021

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com)

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Este libro dedicado a Laura

    es un libro cien por cien solidario.

    La autora donara todos los beneficios de los derechos

    de autor de esta obra sin animo de lucro

    a la ONG Aldeas Infantiles.

    Laura siempre fue muy solidaria, desde que tenía

    cuatro añitos todo su deseo era ayudar a estos niños

    y con su humilde aportación empezó a colaborar

    con Aldeas Infantiles.

    Su generosidad sigue presente con algunas otras ONG.

    en nombre de Laura. De eso se encarga su mamá.

    Índice

    Dedicado 9

    Prólogo 11

    Capítulo 1. Con Laura 13

    Primera parte

    Nacimiento de Laura 17

    Infancia 25

    Comunión 35

    Segunda parte

    Adolescencia 39

    Enfermedad 43

    Tercera parte

    La partida 85

    Cuarta parte

    Fotos de Laura 90

    Capítulo 2. Después de Laura, con Laura 113

    Primera parte

    ¿Qué hacer para seguir levantándome cada día después de la partida de mi única hija? 119

    Segunda parte

    ¿Cómo vivir a Laura después de su partida? 125

    Capítulo 3. Diario de los miércoles en el jardín de Laura 197

    Capítulo 4. Laura haciéndose hueco en muchos corazones 201

    Historia de Laura en su web 203

    Dedicatorias 215

    Capítulo 5. Agradecimientos 251

    Capítulo 6. Fotos en homenaje a Laura 257

    Capítulo 7. Carta de su padre a Laura 271

    Carta a mi hija 273

    Dedicado

    A mi hija, Laura Justo Santillán, por todo su ejemplo de vida, de lucha y coraje. Por todo lo que me enseñó, a pesar de su corta edad. Por guiar mi camino en esta parte de vida tan complicada.

    A mis padres, Antonia y Miguel, que fueron segundos padres para mi hija Laura. Gracias por haber sido padres ejemplares hasta vuestro último aliento.

    Al padrino de Laura, Miguel, que partió cinco años antes que Laura por la misma enfermedad.

    A Joaquina, abuela de Laura. Y a Joaquín, un ser especial al que Laura quiso desde el momento en que lo conoció.

    Prólogo

    En este libro intento desarrollar una historia real basada en la vida de una madre y su hija, que lucharon siempre unidas, hasta que un día, por un capricho del destino, se separaron físicamente. A pesar de esa separación, la madre siguió luchando por mantener siempre presente a su querida y única hija, Laura, en contra de todo lo que una parte importante de esta sociedad opina.

    Después de tanta incomprensión, siempre tuvo muy claro que el amor a su hija estaba por encima de todo, por lo que decidió ponerse el mundo por montera y seguir viviendo su propia vida de la forma más saludable, que es el amor que siempre tuvo a su hija, dado que, pase lo que pase, seguirá amándola hasta la eternidad.

    Capítulo 1

    Con Laura

    Primera parte

    Nacimiento de Laura

    El día 6 de enero de 1994, día de Reyes, en un precioso pueblo medieval al sur de Francia, María amaneció con dolores fuertes, como de contracciones. No pudo aguantar en la cama y, ante su inquietud y sus dudas sobre lo que estaba pasando, al ser madre primeriza, lejos de todo, de toda la familia, y sola en casa, decidió levantarse y hacer lo posible para que fuera un día normal.

    Hacía un día precioso de sol en ese pueblo de Francia donde vivía, en una casa grande de una sola planta. Todo era bastante diáfano, con un jardín inmenso que rodeaba toda la casa, lejos de la civilización, donde lo más cercano eran las casas que había a quinientos metros y a la misma distancia rodeada de viñedos.

    María decidió seguir el día con normalidad, dentro de que las contracciones le paralizaban su trabajo de la casa. Era un día de Reyes en el que por la noche tenía invitados a cenar y tenía que hacer lo posible para cumplir con su compromiso. Entre contracción y contracción, iba haciendo las cosas de la casa para que en la noche estuviera todo perfecto. Llegó la hora de preparar la cena y algo no funcionaba. No había gas ni tampoco botella de repuesto.

    En ese país en ese año, ya se compraban las botellas de gas en las gasolineras. María, apurada por la situación y sin apenas poder pedir ayuda, visualizaba la situación: el coche en la puerta y la botella vacía. Ese no era el mayor de los problemas, ya que las contracciones las podía controlar con tan solo parar y respirar. Imaginaba la gasolinera cerca. La gasolinera estaba cerca en una situación normal, pero, por más que María deseaba coger el coche, había algo que se lo impedía. Las contracciones eran cada vez más fuertes. Por lo que decidió pedir ayuda para que alguien le trajera la botella para seguir cocinando, a pesar de que todo era bastante complicado porque las contracciones eran tan intensas que tenía que parar, doblarse y respirar hasta que pasaban.

    Llegada la noche, todo estaba preparado, la mesa perfecta y la cena exquisita. María, bien arreglada, como si nada pasara, recibió a sus invitados para hacerles pasar la mejor noche de Reyes, una noche que para María seguro que iba a ser la mejor de su vida.

    Todo se desarrolló con normalidad. María intentaba disimular dentro de lo posible sus contracciones, se levantaba disimuladamente, incluso en la mesa, para que nadie se preocupara y pudieran disfrutar de esta cena con tanto amor y tan especial en un día tan importante para María.

    Así se desarrolló este día, en el que algo maravilloso iba a llegar a la vida de María. Algo que esperaba con la mayor ilusión de su vida. Terminada la cena y ya pasadas las once de la noche, decidieron marcharse a descansar, por lo que María decidió ocuparse de lo que realmente era importante: prepararse para salir al hospital.

    Las contracciones eran insoportables. Cuando llegó al hospital, María pensó que, después de estar todo el día con las contracciones, su hija estaba para nacer. La sorpresa fue cuando le dijeron que no había dilatado nada, que iba para rato. Controlada en todo momento, con todos los medios posibles, decidieron meterla en una bañera para forzar la dilatación. María estaba sorprendida por ese método poco conocido para ella, pero feliz de que estaba esperando lo más maravilloso que la vida le podía regalar.

    Después de todo, de los métodos y de tantas incógnitas, en otro país, sin familia, ante una persona que no le inspiraba confianza, intentaba estar pendiente de cada palabra en un idioma francés que no comprendía del todo, de cada gesto de la enfermera para que no se le escapara nada. Solo quería que todo fuera bien y ver a su hija sana.

    Lo que sí comprendía María es que le decían madame, como la llamaban allí. Madame Justo, en Francia te quitan hasta el apellido, y pasó a llamarse señora Justo. A ella no le hacía demasiada gracia, era como si le perteneciera su vida a otra persona. Pero eso es lo que tiene vivir en Francia.

    María comprendía a la perfección lo que hablaban las enfermeras sobre madame Justo. Decían: «Es muy valiente», y eso le alegraba, porque, de alguna manera, sentía que todo ocurría como tenía que ocurrir.

    A las tres y cuarto de la madrugada del día 7 de enero de 1994 nació su hija, una hija deseada y muy querida. La sorpresa para María fue cuando la llevaron a la habitación y no vio a su hija. Sorprendida y preocupada por su francés a medias, preguntó por su niña, y le dijeron que estaba en la incubadora porque no tenía temperatura suficiente. Qué tristeza para María, con ganas de llorar y sin consuelo de nadie, la familia lejos y sin apenas explicaciones.

    La pequeña Laura pasó tres días en la incubadora. Su mamá iba a visitarla y se le encogía el alma al ver a una cosita tan pequeña en esa caja, que era como de metacrilato, encogidita. Era tanta la preocupación de la mamá que estaba continuamente visitando a su hija en ese lugar aparentemente frío y de desolación al ver a su hijita con otros bebés arrancados a sus mamás.

    María solo pensaba qué sentiría su hija, después de estar nueve meses unidas por el cordón umbilical y, a su nacimiento, separarla totalmente de su mamá.

    Cuando somos bebés no recordamos nada, pero hay algo claro, y es que todo lo que se vive en esa época se queda en la consciencia de ese ser tan pequeñito, y a lo largo de la vida se nota.

    María, con su tristeza y preocupación en esa cama del hospital, solo deseaba poder hablar con alguien que le explicara bien todo lo que estaba pasando. Pero no pudo ser. Solo intentaba comprender todo lo que hablaban, y lo único que seguía comprendiendo a la perfección de una conversación entre ellas era que madame Justo fue muy valiente, muy fuerte y apenas se quejó.

    De repente, entró una enfermera y dijo:

    —¿Madame Justo?

    —Sí.

    —Tiene usted un regalito.

    —¿Un regalito?

    —Sí, una cesta grande con un montón de plantas.

    Pero a María solo le interesaba la tarjeta para saber quién estaba con ella en esos momentos tan complicados. Cuando leyó la tarjeta se le iluminó su cara. Sabía que, aunque lejos, su familia estaba con ella: sus padres y hermanos. Ese regalo fue un soplo de aliento para volver a ver a su pequeña Laura en ese cajón de metacrilato y contarle que sus abuelos y tíos la querían y que tenían ganas de conocerla.

    Pasados esos tres días separada de su hija, por fin pudo tenerla en sus brazos y darle su biberón, ya que no pudo ser de otra forma, porque tenía problemas de vómitos. Su píloro no estaba formado y decidieron alimentarla con biberón.

    Fue maravilloso poder tenerla en sus brazos, a pesar de que vomitaba mucho y lloraba. El corazón de María estaba constantemente encogido por no saber qué iba a pasar con su hija Laura.

    Primero no tenía temperatura, luego problemas de estómago. Era cuestión de dejar pasar los días allí en esa clínica Montreal de Carcassonne.

    Hasta que por fin le dieron el alta para regresar a casa. Esa casa solitaria, triste por todo el entorno, y solas, prácticamente solas. ¿Cuál fue la sorpresa de María cuando llegó a casa?

    Tenía unas preciosas plantas bien florecidas en la puerta de la calle cuando salió al hospital, pero a su regreso estaban secas, descuidadas, como si todo lo ocurrido en ese tiempo con su hija hubiera afectado a sus plantas.

    Con su cara de tristeza, pero feliz por tener a su hija en sus brazos, cruzó la puerta y se encontró con una casa totalmente diferente a como ella la dejó después de esa cena, la última cena en la que llevaba a su hija en su vientre. Sabía que a la vuelta iba a tener que ocuparse exclusivamente de su hija y dejó la casa ordenada y limpia, cosa que no encontró cuando volvió con su hija.

    La casa estaba sucia. Había llovido y el suelo estaba asqueroso, pero se puede entender cuando vives en una casa a pie de jardín. Lo más sorprendente fue cuando miró la cocina y había una cacharrería sin fregar, María no lo podía creer.

    Por un momento, pensó que su recibimiento a la vuelta podía ser un ramo de flores, regalitos para su niña, ropita o muñecos. Pero jamás pudo pensar que su recibimiento podía ser esa casa triste, dejada y sin alegría.

    A pesar de todo, María se lo tomó con calma y lo primero que hizo fue ocuparse de su niña y dedicarle todo el tiempo a su hija deseada.

    Laura era una niña muy buena. Por la noche no se despertaba a las tres horas, como suelen hacer los bebés. Dormía seguido casi hasta las seis, algo sorprendente, por lo que le preguntó a su pediatra si debía despertarla. Ella respondió que no, que si dormía, había que dejarla.

    María siempre pensó que su hija era especial, una niña generosa, una niña que en su conciencia sabía que su mamá necesitaba descansar por todo lo vivido juntas y prácticamente solas.

    Cuando nació Laura, el día 7 de enero a las tres y cuarto de la madrugada, con cincuenta y cinco centímetros de altura y tres kilos y medio, las enfermeras le contaron que los niños nacidos el día de Reyes nacían con un don especial, y que Laura seguro que lo tenía. Pasada la primera noche, cuando su mamá abrió los ojos y vio a su pequeña a su lado, no se lo podía creer, era un sueño ver a su hija a su lado. Sentía que era suya, que era parte de su cuerpo, de su corazón, y que era su vida entera.

    Sentía que Dios, la naturaleza, le había regalado el mejor regalo que existe en este mundo, una hija. Una hija que siempre deseó y una hija como siempre la imaginó.

    La veía como un regalo especial, una niña diferente. Por un momento, pensó que quizás la veía tan especial por el amor que sentía, pero, según iban pasando los días y la niña iba creciendo, confirmaba que era una niña muy madura, muy inteligente y, lo más importante, muy sensible, muy humana y con muchas cualidades. La madre la veía como un gran regalo, el mejor regalo de su vida. Una niña totalmente diferente a su mamá. Era su complemento.

    Laura y su mamá pasaban los días en esta casa triste alejada del mundo, en pleno invierno y sin ver a nadie. María se sentía feliz de tener a su hija con ella, la pena era que algo tan maravilloso no pudiera compartirlo con nadie. La familia estaba lejos, en España, y no era momento para viajar, había que esperar unos meses y a que hiciera mejor tiempo.

    Pasado un mes de vida de Laura, su mamá decidió moverse y presentar a su hija al mundo, a ese mundo tan pequeño de un pueblo de Francia donde había una parte horrible de casas muy feas que el Gobierno daba a los inmigrantes. Era supertriste, pero aun así cogió a su bebé, la puso en el cuco dentro del coche y se puso en marcha al centro del pueblo para pasear a su hija por las tiendas francesas.

    Infancia

    Laura no pasaba desapercibida por la forma de vestir. En aquel año, en España todavía se vestía a los bebés y a los niños con esos vestidos tan repimpollos, algo poco habitual en Francia. Por esa razón, las dependientas siempre se fijaban en su carita preciosa, en sus bonitos vestidos y en sus quitines, como llamaba Laura a los calcetines cuando empezó hablar. Le costó mucho hablar, tenía tal tinglado entre el francés y el español que decidió observar para entender todo sin pronunciar palabra, solo con gestos. Era un bichejo, siempre muy pillina.

    Pasaron los meses y por fin pusieron rumbo a su España querida, que tanto amaba, y a su familia, que tanta falta le hacía. Deseaba por encima de todo que su familia conociera lo más grande que la vida le regaló, a su querida y amada hija Laura.

    Por fin, los abuelos, tíos y primos pudieron conocer a su nieta pequeña, su sobrina, su prima, la más pequeña de todos. Disfrutaron mucho, especialmente la abuela, ya que cuando su hija María decidió vivir en Francia le entró una especie de tristeza que nadie sabía qué era lo que le pasaba. Las madres tienen un sexto sentido y no había duda de que sabía que María no lo iba a pasar bien en ese país. Cuando conoció a su nieta y vio a su hija feliz, a pesar de lo que ocultaba de la vida que vivía en esa casa triste, solo deseaba que disfrutara de su nieta entre sus brazos.

    Ese viaje fue maravilloso para todos, solo que el interior de María estaba más triste de lo que los demás veían de solo pensar que tenían que volver de nuevo a ese hogar, por llamarlo de alguna manera, ya que lo único que había de hogar en esa familia era el amor a esa parte pequeña pero inmensa, en esa casa diáfana fría y sin amor, pero el corazón de ese hogar era la unión de la mamá y la hija disfrutando juntas y dando cada día gracias a Dios.

    Tenía todo y le faltaba todo. Le faltaba estabilidad, le faltaba esa parte que una madre quiere para su hija. Ya que en su vida no podía tener todo, tenía lo más importante, por lo que, desde

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