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Almas Teñidas
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Libro electrónico292 páginas4 horas

Almas Teñidas

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Descrito por John Lloyd de The Bookbag como "el que atrapa en el nido de cuckoos", Almas Teñidas es una valiente novela literaria sobre la etapa de iniciación a la mayoría de edad, ambientada en la California de 1980. Más un trabajo de filosofía que de psicología, “Para el adolescente, eso tiene una búsqueda irritante de redención para llegar a la mayoría de edad. Para el adulto tiene eso, así como una mirada literaria a una vida ficticia singular”.

Charlie Lyle ama la ciencia, la historia y el mundo de la mente, y eso le sirve de refugio mientras intenta hacer frente a su drogadicta madre y un mundo de circunstancias más allá de su alcance. En particular, Charlie recurre a las obras de Charles Darwin en un intento tanto de comprender su situación como de encontrar una salida. En el camino, se enamora de una igualmente dañada chica llamada Margo, pero el final catastrófico de esta relación impulsa a Charlie en un viaje a través del país y un curso de colisión con su desconocida historia.

Grady Harp, crítico de San Francisco Review of Books opinó: “Gary Santorella es un escritor de esencia, un importante novelista fresco que merece una amplia atención... Esta novela es de la más alta calidad, una que suplica ser leída por adultos jóvenes que enfrentan barricadas similares, pero también una que impresionará a los lectores de buena literatura. En pocas palabras, ¡es brillante!"

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento5 ago 2021
ISBN9798201222598
Almas Teñidas
Autor

Gary Santorella

Gary Santorella runs his own Lean/Culture building consulting business and is a licensed psychotherapist in California. Prior to this, he was a counsellor in psychiatric hospitals, gaving him first-hand experience in these settings. His book, Lean Culture for the Construction Industry: Building Responsible and Committed Project Teams, 2nd Edition is published by Taylor & Francis.

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    Almas Teñidas - Gary Santorella

    1. Gran Blanco

    ––––––––

    Mi mamá no dice nada. Después de todo, la mayoría de las veces, no tiene que hacerlo. Ha desarrollado un lenguaje silencioso propio que también puede paralizar mi lengua. La artemisa y el roble de los matorrales pasan por el rabillo de mi ojo. Miro fijamente por el parabrisas, tragando el grito que sube por mi garganta. Mi mamá parece estar desafiando al camino o a mí, para que no le diga que disminuya la velocidad. No puedo hablar por la carretera, pero sé que es lo mejor. Nos acercamos a la siguiente curva cerrada, y mis dedos buscan grietas en la tapicería desgastada del Rambler. Lo que daría por un cinturón de seguridad en este momento, un sentimiento que tengo a menudo cuando estoy con mi mamá.

    Hace un sofocante calor, pero viajamos con las ventanas arriba. No es porque mi mamá quiera que todos piensen que esta vez tenemos aire acondicionado. Ella quiere que sude por lo que hice.

    Una nociva infusión de humo de cigarrillo e intoxicado sudor hace que mi estómago se desmaye. Cuando una fina fragancia de semillas de salvia se filtra por la rendija de la ventana lateral, cierro mis ojos y tomo un respiro largo, profundo, oculto, aferrándome a su dulzura por todo el tiempo que pueda. Pero el ambientador desgastado de Pep Boys que cuelga del encendedor le da toques a mi rodilla, sus tres sonrientes caras se burlan del aprieto en el que estoy. Extiendo mi mano para detener su ritmo.

    —¿Quién te dijo que tocaras eso?

    Mi mano se congela en el aire.

    —Y guarda esos malditos guantes feos donde no pueda verlos.

    Entierro una mano debajo de cada pierna. Mi mamá se acerca y presiona el encendedor. Las sonrientes cabezas se balancean maniáticamente en su acortada atadura.

    Subimos, y el sol se desliza lentamente por el drenaje del horizonte. Mi interior se hunde junto con él. No estoy orgulloso de lo que hice, pero ella tampoco tenía ningún derecho a hacer lo que estaba haciendo. Ella me da ganas de vomitar cuando la atrapo en eso. Novio mi trasero.

    Mi mamá finalmente vuelve a pisar el acelerador. Pasamos por el último conjunto de curvas, y una puerta de hierro emerge bajo el tenue lavado amarillo de los viejos faros. Adjuntando un letrero que dice:

    Villa de Tratamiento Residencial Hawthorne

    Por favor, regístrese al llegar

    Eso suena como si nos dirigiéramos a un mágico lugar escondido en lo profundo de las Montañas de los Ángeles. Créeme, no lo estamos.

    Mi mamá detiene el auto a poca distancia de la cabaña. —Nadie tiene que saberlo, ¿me oyes?

    No hemos vivido en Virginia durante mucho tiempo, pero de todos modos mi mamá usa un fuerte acento sureño. Esa nunca es una buena señal.

    —¿Estás escuchando, Charlie?

    Sus ojos se clavan en mí como si fuesen regordetes dedos.

    —¿Por qué nos detenemos aquí? ¡La cabaña está allí! —suelto abruptamente. Gran error.

    Ella agarra mi barbilla y acerca mi cara hacia la suya, su cabello todavía está revuelto y mojado a causa del asiento. —Dale una buena mirada, chico Charlie— dice, señalando hacia la cabaña con sus ojos. —Porque aquí es exactamente donde estarás si no consigues arreglar toda tu mierda— aparto mis ojos de los de ella y ella aleja mi rostro.

    —Sabes, ahora solo somos tú y yo. No hay abuelo ni abuela que te engría. Así que soy yo a quien debes mostrar algo de respeto si alguna vez quieres salir de esta extraña conexión. Quizás deberías pensar en eso la próxima vez que tengas ganas de echarle agua helada a tu mamá— coge su bolso, hurgando en él hasta que encuentra su cepillo para su cabello. Ella trabaja con el cepillo a través de sus enredos, sin ocultar lo irritada que eso la está poniendo. Deja escapar un profundo suspiro sureño para llenar el espacio donde debería yo estar hablando, pero no me atrevo. —No lo sé, tal vez eso es lo que realmente has querido desde el principio, que tu mamá desaparezca y no regrese nunca.

    La mayoría de la gente no sabe esto, pero cuando un Gran Blanco está de caza, no entra en un frenesí como lo hacen otros tiburones. Golpea a su presa solo una vez, dejando un gran corte semicircular con sus afilados dientes. Luego retrocede y espera a que su víctima se desangre para que pueda terminar de alimentarse sin conflictos.

    Mi mamá se inclina hacia atrás, sonríe y acaricia mi mejilla. —Está bien, Charlie, no te preocupes. Acabas de tener una cómoda vida con tus abuelos, eso es todo. Olvidaste que la mayoría de la gente no tiene eso tan fácil, tienes que ser duro para triunfar en este mundo. Para eso está aquí tu mamá, para recordártelo siempre.

    Ella suspira otra vez, y trato de evitar sentir un escalofrío que me atraviesa.

    —Digo, ¿te acuerdas de esa vieja biblioteca solo en las afueras de Arlington?— ella pregunta. —Solías caminar de arriba a abajo, buscando y arrojando, buscando y arrojando. Luego harías un pequeño pulcro montón y me leerías acerca cada uno— ella se inclina. —Tuve que actuar como si estuviera escuchando cada palabra o podría llegar a fruncir con algo de fiereza. Dios sabe que yo sabía más sobre el ciclo de vida de las ranas de lo que nunca imaginé. Después, nos dirigíamos a Dairy Queen en la calle Old Post y siempre obtenías lo mismo, un cono de vainilla bañado en chocolate, y terminabas poniendo la mitad en tu cara. ¿Te acuerdas?— ella sonríe, esperando a que yo me ría con ella.

    Recuerdo la biblioteca, y la cálida sensación de estar rodeado por todos esos libros. Y mi mamá sentada a mi lado es uno de los pocos recuerdos de ella que me hacen sonreír. Pero con mi mamá, cada buen recuerdo viene con otros tres malos. También me acuerdo de los tipos desaliñados que se acercaban a nuestro auto en el estacionamiento, luciendo grandes sonrisas, con bolsas llenas de drogas saliendo de sus bolsillos, y cómo mi mamá se ponía toda coqueta, y desaparecía por siglos, dejándome sentado allí en el auto con helado y chocolate goteando por mi camisa. Son estos recuerdos, los que mi madre siempre parece olvidar convenientemente, los que me hacen contener mi lengua.

    Mi mamá suspira y mira su reloj. —Eras tan dulce en ese entonces, tan sencillo— apaga su cigarrillo, y vuelve a buscar en su bolso. Le da un vistazo a su alrededor, mete su cara dentro, resopla con fuerza, y se frota el costado de su nariz como si eso estuviera ardiendo.

    Ella pone el auto en marcha y esto se mueve hacia adelante.

    —Será mejor que te endereces tú mismo— dice, frotándose su nariz de nuevo. Ella guía al auto alrededor del círculo, se detiene frente a mi cabaña y apaga el motor. —Mírate— dice. —Entras con esa cara larga y tus cuidadores del zoológico van a pensar que seguramente pasa algo. ¿Quién está ahí ahora?

    —Ted.

    Ella rápidamente revisa su lápiz labial en el espejo retrovisor y empuja sus pechos hacia arriba para que se muestren en su blusa con escote. —Te diré que; esta noche será nuestro pequeño secreto. Nadie debe saberlo, especialmente ese Carl Dorn, ¿de acuerdo?

    Caminamos cruzando por la ventana de la sala de estar, y veo a Ted sentado con las piernas cruzadas frente a la chimenea, balanceándose hacia adelante y hacia atrás con una música que solo él puede escuchar. La chimenea no está encendida, pero supongo que para Ted sí. Mi madre abre la pesada puerta de metal, y Ted sale de su trance.

    —¡Hola, Charles! ¡Hola, Señora Lyle! ¿Cómo está en esta hermosa noche?

    —Oh, estoy bien— dijo mi mamá, vacilando por el efecto. —Es Ted, ¿no?

    —¡Sí, así es! Tiene una memoria increíble.

    —Bueno, ¿cómo podría olvidarlo? Charlie siempre está hablando de ti. ¡Es Ted quien hizo esto, y Ted hizo aquello!— mi mamá miente con tanta facilidad que no sé si reír o vomitar. Esta vez, no puedo evitar reírme.

    —Tengo que decir que estoy muy contento de escuchar eso, Señora Lyle— dice Ted con una sonrisa. Él tiene esta manera de hablar que suena como si tuviera un ojo clavado en algún espejo oculto en el que no puede dejar de admirarse a sí mismo. ¿No se da cuenta de que volvemos un día completo antes?

    Ted inclina su cuerpo de seis pies, cuatro pulgadas hacia abajo hasta que él y yo quedamos cara a cara, y voltea sus rastas de chico blanco a un lado con un rápido giro de cabeza. Su rostro tiene ese cálido resplandor del Señor Rogers. —Charlie, tengo que decir que realmente aprecio recibir estos comentarios de tu mamá. Me alegro de que estemos estableciendo una conexión real.

    —Es Charles,— le respondo con frialdad. Créeme, quiero decir más, pero mi mamá desliza una mano por la manga de mi camisa y me da un buen fuerte pellizco en la parte carnosa de mi brazo. Sé que es mejor retroceder.

    —Oh ahora, Ted, no te lo tomes a mal. Soy la única a la que le permite llamarle así— mi mamá sonríe mientras evalúa a Ted, buscándole alguna debilidad. No le toma mucho tiempo encontrar una. —Vaya, vaya, ciertamente es una hermosa noche, ¿no es así?— ella se mueve hacia la ventana con su minifalda de cuero, asegurándose de que Ted vea bien lo que no debería estar mirando. —Veo que todos los pequeños se han ido a la cama. Debes sentirte muy solo, sentado por tu cuenta— mi mamá hace piruetas y se apoya en el alféizar de la ventana con un solo movimiento, y luego cruza lentamente sus piernas.

    —Sí, eh, no, me refiero a que todos están arropados— los tendones en el cuello de Ted se tensan contra sus instintos. Es una pena que no vaya a pasar mucho más tiempo con Charlie, quiero decir, Charles.

    —Bueno, ¿a qué se debe, Ted? ¿Vas a algún lugar?

    —No, digo, tan pronto como tengamos una vacante, Charlie, quiero decir, Charles se transferirá a la cabaña de los niños grandes... ya sabe, el lado de los adolescentes. Él siempre ha estado por delante de los niños más pequeños intelectualmente, de todos modos, y desde que ha cumplido catorce...— Ted de repente recupera la razón. Recibió la actualización del programa que enviamos, ¿verdad?  

    Mi mamá luce nerviosa. —Oh... oh sí, por supuesto. Dios mío, ya catorce años—. Ella separa y vuelve a cruzar sus piernas, y luego deja que uno de sus tacones se deslice por su pie y cuelgue de la punta de su pie. Ted aprieta la mandíbula como Kenny antes de uno de sus ataques. Viendo esto, mi mamá sonríe y mira su reloj. —Dios mío, ¿ya es hora? ¿Está bien si arropo a mi pequeño?

    —Claro, Señora Lyle, adelante.

    —Señora Lyle es como llaman a mi mamá. Puedes llamarme Patti— ella se vuelve a poner su zapato y camina hacia los dormitorios traseros, asegurándose de darle a Ted un pequeño meneo mientras lo hace. —Buenas noches Ted. Que duermas bien ahora.

    —Bue... Buenas noches, Señora Lyle, digo, Patti. Para ti también, Charles.

    Cuando estamos fuera de su visión, mi mamá me agarra del brazo y me lleva por el pasillo. Tengo mi propia habitación, así que ella no necesita ser tan cuidadosa, pero deja la luz apagada de todos modos.

    —¿Qué fue todo eso de Charles?— susurra con un fuerte siseo, empujándome a la cama. —Te estaba haciendo quedar bien con el viejo Teddy y tenías que ir y arruinarlo. Será mejor que recuerdes lo que te dije.

    Ella desabrocha mi camisa, agarrando la piel junto con los botones mientras lo hace. —Honestamente, no sé lo qué te pasa a veces— ella escanea mi habitación por la tenue luz que se filtra a través de la ventana. —Vaya, vaya, ¿quieres mirar eso? Él debe haberte enviado la mitad de su maldita biblioteca— deja escapar una risa que suena extraña, se acerca a la estantería, saca un libro, vacila, y lo regresa. Se vuelve hacia mí con una expresión que es en parte una sonrisa, y en parte un fruncimiento de ceño.

    —Será mejor que te metas debajo de esas colchas.

    Cierro mis ojos y ella golpea el contorno de mi cuerpo con rápidos movimientos de karate, metiendo la sábana debajo de mí como si fuese un ajustado sarcófago. Empiezo a pronunciar las palabras lo siento. Pero para el momento en el que abro mis ojos, el arropamiento se ha detenido, y puedo oír el clic-clic-clic de sus tacones en el linóleo, y la puerta lateral abriéndose con un crujido.

    —Buenas noches, Ted— mi mamá llama desde la oscuridad. —No dejes que los chinches te piquen. O sea, a menos que quieras que lo hagan.

    —B... buenas noches, Patti.

    ––––––––

    Mi madre tiene tanta prisa que no cierra la puerta del todo, y eso cuelga perezosamente de las bisagras del desértico aire seco. Los grillos llenan el vacío después de que la puerta del auto se cierra de golpe. Yo espero. Escucho el anémico chasquido de arranque antes de que el motor se encienda. Los neumáticos aplastan lentamente la grava, la servodirección chirría, y el motor deja escapar un cansado rugido. Gradualmente, el sonido del motor da paso a un lejano zumbido hasta que finalmente no hay ningún sonido. Mi mamá se fue. Otra vez.

    El enfriador evaporativo resuena y chirría a través de la rejilla de ventilación en la cabecera de mi cama. Finjo que estoy en un barco que está navegando por el Río Potomac con gaviotas volando por encima de mi cabeza. Pero por mucho que lo intente, mi mente se ve arrastrada por la corriente subterránea de lo que siempre parece suceder. Una visita más ha llegado y se ha ido, con un secreto más que no puedo contar. Y, como es usual, no tengo nada a lo que aferrarme más que al agua y a una ola de vergüenza que siempre me invade cuando estoy con mi madre. Me pregunto si hay algo en lo profundo de nosotros que se dispara como una alarma cada que vamos en contra de nuestros parientes, independientemente de lo que ellos hayan hecho, que nos advierta que nuestra supervivencia está en peligro. Si fuera así, pienso que haría un buen trabajo prestándole atención, porque no importa cuán acertado esté, siempre termino en la misma sensación de mierda después.

    ––––––––

    —¡Oye, chico Charlie!— ríe Frankie desde la habitación de al lado. A Frankie le gusta estar al tanto de las visitas domiciliarias de todos y nada lo hace más feliz que la agonía de la derrota. Puedo imaginarme su cara de rata arrugada de alegría ante la idea de que mi mamá y yo volvamos temprano. Todas las veces en las que leo acerca de los Nazis, no es difícil imaginar a Frankie sentado con Eichmann y el resto de la pandilla en el Bundergarden, teniendo el mejor momento de su vida.

    Cierro mis ojos. Quizás si me quedo callado, Frankie se aburrirá y pasará a otra cosa más. El enfriador evaporativo toma un breve e incómodo descanso. Puedo escuchar los sonidos de dormir que vienen de los dormitorios traseros.

    No sé por qué las cosas siempre se tornan de esta manera entre mi mamá y yo. Darwin dice que la forma en la que actuamos hacia los demás se debe a la simpatía que sentimos hacia ellos, y a nuestra habilidad para descubrir las consecuencias de nuestras acciones; y que ambas capacidades evolucionaron porque aumentan nuestras posibilidades de supervivencia. Si eso es cierto, tú deberías pensar que yo haría una mejor labor en eso. Porque cada vez que estoy con mi madre, un conjunto de instintos completamente diferentes se apoderan de mí, y mi habilidad para resolver las cosas sale volando por la ventana junto con cualquier simpatía que tenga hacia ella. No lo sé; tal vez soy una especie de mutación extraña que no está destinada a tener un hogar. No me refiero al tipo que se construye juntando un martillo y clavos, sino uno donde sabes cómo tener el tipo correcto de sentimientos en cualquier momento en el que los necesites...

    —¡Oye Charlie! ¡CHAR-LIE! ¿Era esa tu mamá? ¡Hombre, ella es ardiente! Apuesto a que ella da un genial...

    Un tsunami de rabia surge a través de mí, pero Frankie no merece una inyección de torazina. El enfriador evaporativo se activa de nuevo, y los sonidos de las rápidas corrientes con los gritos de las gaviotas llenan mis oídos, por lo que ni siquiera la voz de Frankie puede penetrar en la oscuridad.

    2. Circuitos Defectuosos

    Los escucho hacerlo como si eso nunca fuera a detenerse. Corro al parque y me escondo bajo los árboles como siempre hago, pero el sonido no desaparece. En ese momento escucho un nuevo sonido. Un policía haciendo sus rondas, encendiendo su luz bajo los árboles en busca de campistas. Él se acerca. Sin embargo, cuando el rayo se acerca, hay brazos y piernas en todo el alrededor, hasta donde puedo ver. Me levanto para correr, pero los brazos y piernas me bloquean. Grito, pero no aparece nada...

    ––––––––

    Me despierto con un sobresalto.

    —Hola, soy yo... Ted. No, todo está bien. Solo pensé que debería decirte que Charles regresó anoche... sí, alrededor de las diez... con su mamá... no, ella estaba sola...— a pesar de que tienes que cruzar la cabaña para llegar a mi habitación desde la sala del personal, en realidad se encuentran uno al lado del otro. Así que cuando el enfriador evaporativo no está funcionando, puedo escuchar todas las conversaciones confidenciales del personal a través de la rendija de ventilación en la cabecera de mi cama. —No, ella no dijo... eso no se me ocurrió preguntarle... No, él parecía estar bien, pero había una extraña energía kármica... Está bien, solo registraré lo que observé. ¿Debo decirle que hablará con él mañana?

    Mierda. Tenía que ser Carl Dom al otro lado de la línea. No sé por qué los trabajadores sociales tienen que estar metidos en los asuntos de cada uno todo el tiempo, él más que la mayoría. Y Carl tiene esta forma de mirarte, como si él estuviera observándote a través de un microscopio de alta potencia, pero eres tú el único que está suspendido en la gota de agua, con tus excusas secándose en todo tu alrededor.

    Recuerdo que una vez, cuando David regresó de haber tenido una visita a su casa con esa desagradable mancha púrpura en el costado de su cara. Su padre juró de arriba a abajo que él tuvo eso jugando fútbol. —Él acaba de recibir una paliza. Deberias haber visto el tamaño de este niño.

    Carl desvió la mirada del padre de David a David, quien estaba dibujando círculos en la tierra con nerviosismo con la punta de su pie. Carl no dijo ni una palabra. No tenía que hacerlo. Demonios, incluso yo sabía que su padre estaba mintiendo. Efectivamente, dos semanas después, Carl sorprendió a David quejándose frente al televisor, tratando de que los otros niños cambiaran el programa de La noche de fútbol de los lunes a Eso es increíble.

    —No pude evitar escuchar lo mucho que no te gusta el fútbol —dijo Carl casualmente.

    —Sí, ¿y qué? —dijo David.

    —Bueno—, dijo Carl en su mesurada manera, —me pregunto, ¿por qué lo juegas si es que te disgusta tanto?

    —¡Nunca jugué ese tonto juego! —respondió David. Él parecía estar encantado de haber descubierto a Carl en una mentira. Y David no es la bombilla más brillante en el circuito.

    Carl puso su mano suavemente sobre el hombro de David. —Creo que deberíamos tener una charla en mi oficina.

    Cuando eso finalmente se hundió, toda la sangre desapareció del rostro de David. Y después de eso, el padre de David ya no volvió más.

    Me arrastro por el pasillo y me dejo caer en el duro sofá naranja de la sala de estar del hospital. El hedor de las sábanas empapadas de orina y del desinfectante de potencia industrial se filtra en las corrientes estancadas del aire del domingo, recordándome dónde exactamente estoy, y en donde no. Un cartel roto de aldeanos africanos frente a una hilera de cabañas con techo de paja se aferra a la pared. Entre trozos de cinta amarillenta, la leyenda dice: Si puedes caminar, puedes bailar; si puedes hablar, puedes cantar. Se supone que es inspirador. No estoy seguro del porqué.

    Ron y Stevie irrumpieron en la sala de estar, corriendo de un lado a otro a través de las puertas corredizas de vidrio de dividen la cabaña. No se supone que ellos hagan eso. Walter cruza la habitación y se sienta a mi lado en el sofá. —Es el show de Walter—, él dice, en su forma entrecortada de hablar. —Traído austed porTide T-I-D-E Tide, ahora regresealprograma—. Yo solo lo miro. Nunca sé qué decirle de vuelta a Walter.

    Recuerdo que mi abuelo me dijo que todos nacimos con millones de neuronas en la cabeza, pero que ellas están conectadas de una débil manera hasta que nuestros sentidos tengan la oportunidad de comprobar cosas afuera. Él dijo que nuestros cerebros necesitan tiempo para descubrir cómo debería funcionar el cableado en nuestra cabeza. Eso no se fija hasta que algo llamado mielina se envuelve alrededor de cada neurona como un aislamiento alrededor de un cable. Dijo que algunos sentidos como la vista se conectan

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