Unplugged, Una Historia de Rock
Por Hernan Chousa
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Sebastián Ayerza es un adolescente solitario, bohemio, de espíritu libre y creativo. Estudia diseño gráfico pero su pasión es la música: género rock y blues. En busca de su autonomía, hace poco tiempo vive solo en un monoambiente en Palermo Soho.
Su confidente y amigo es Gabriel, su papá. Con el correr de la historia comienza un romance con Mara, su compañera de curso y ambos emprenden un proyecto de formar una banda de rock. En el camino de esa búsqueda conviven la amistad, el amor y la traición.
Toda búsqueda, todo camino, tiene lazos que mutan y otros que permanecen. Seba, como le dicen sus amigos, deberá decidir cual elegir.
Hernan Chousa
Hernan Chousa is an Argentinian author, businessman, and public speaker. He lives in Buenos Aires and runs a global zinc flake coating business as Chousa SRL's CEO.He is a former professional tennis player willing to share his experiences in parenting through books and talks. He published My Son the Tennis Player and How to Help Your Kid Succeed in Sports.He also wrote Unplugged, his first novel, where he could fuse two passions: music and writing.He is married to Mariana and has two sons: Julian and Sebastian.
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Unplugged, Una Historia de Rock - Hernan Chousa
Tabla De Contenido
Tabla De Contenido
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo VI
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capítulo XXVI
Capítulo XXVII
Capítulo I
T
erminó mi condena, dieciocho años en la jaula. Tuvo consecuencias, claro que las tuvo: uñas comidas, pocos amigos y algunas sesiones de terapia que no sirvieron para nada, obvio. Pagu é el precio de no transar, de bancarla solo, de no fingir para pertenecer a un grupo por conveniencia: durísimo. Nadie me entendió, claro, cada uno estaba en la suya, no los culpo. Pero ahora todo cambió: ya tengo un lugar, mi lugar; mientras el resto se mantiene en la burbuja siguiendo a sus líderes, obedeciendo sin rebeldía, corriendo sin avanzar, abrigados y pat é ticos en su zona de confort.
Este monoambiente es ideal para crear: 45 metros cuadrados divididos por una biblioteca. De un lado, una mesa y cuatro sillas de madera; del otro, una cama con una mesa de luz. Los acordes de un par de guitarras y la melodía de un saxo le dan vida al quinto piso de Concepción Arenal en Palermo Soho. No tengo televisión ni internet, el celular es mi ú nico contacto.
Siete de la mañana del viernes. Suena el despertador, lo apago de un manotazo y sigo un rato más: esto de vivir solo tiene sus ventajas. Abro un ojo y el reloj marca las 7:30. Salto de la cama y me pongo lo que encuentro, sabiendo que voy a llegar tarde a la primera clase del cuatrimestre, ni idea cuál es. Chequeo si en la mochila tengo todo y salgo a tomar el 140 que me deja a tres cuadras de la facu. Subo al bondi y no hay lugar para sentarme, fuck . Me recuesto en un parante y armo un cigarro.
Al bajar, lo prendo. No tengo apuro, un par de minutos más o menos no va a cambiar nada. Paso la tarjeta por el scanner , subo al primer piso y espío la clase, llena de pibas y sólo algunos flacos. La profe me dobla en edad: una vieja. Entro y me siento al fondo en silencio.
—Para los que se quedaron dormidos, esta es la clase de Introducción al Lenguaje Visual —dice la profesora.
Varios pares de ojos me miran. Cierro los míos y levanto las cejas. Saco un cuaderno.
La clase es monótona. La llegada tarde me obliga a prestar más atención.
Sobre el final nos da una tarea: crear un diseño, una portada, con una canción de Charly García. La consigna me gusta y decido meterle pilas.
Se hacen las 12 y vuelvo al depto caminando. Agarro una seda, tabaco, filtro y me armo otro. Con el trabajo en la cabeza doy la primera pitada. Charly no es de mis preferidos, ni se le entiende cuando canta. Mi viejo siempre me habla de é l. Hoy almorzamos juntos, buen programa: comemos rico, tocamos la viola un rato y me deja unos mangos.
Quince cuadras a paso de viernes son mágicas, voy jugando con el sol y la sombra de los árboles. Las pocas hojas de otoño me dan un respiro de luz mientras converso con mi amigo invisible. Siempre está ah í, dispuesto a escucharme; a veces me contesta, pocas. Bajo por Godoy Cruz y doblo a la derecha en Niceto Vega. Sentado junto a la ventana del bodegón de siempre, veo a mi viejo.
—Hola, Seba.
—¿Qu é hac és, p á ? —digo mientras le hago una seña al mozo.
—Bien, todo muy bien.
—Buenos días, Sebastián, ¿qu é quieres comer hoy?
—¿Cómo está s, Edgar? Tr áenos lo de siempre por favor.
Le explico a mi viejo que Edgar es venezolano y que aterrizó hace un par de meses. Toca la guitarra y le gusta el blues; a veces lo veo en el El Galpón, un bar que queda a un par de cuadras donde tocan bandas en vivo. Fui por primera vez con Juan y Tomy. Está bueno, aunque el sonido a veces falla; la semana pasada tocó un grupo y el bajista tenía el ampli al taco, se movía todo, los vidrios estaban a punto de romperse hasta que apareció una vecina en bata a quejarse, muy freak todo.
—¿La facu cómo la llevá s?
—Tranca, ahí tengo que hacer un trabajo con una canción de Charly
García, ¿conoc é s alguna buena?
—Mmmmm, d é jame pensar, hay varias. Una que te puede gustar es Yo no quiero volverme tan loco
. Búscala por Serú Girán, es el grupo donde tocaba é l. Esa versión es más rockera que la solista.
Saco el celu y la busco; la de Charly solista me aparece primero y le doy una chance: imposible, un torro. Encuentro la del grupo y pongo play : Yo no quiero volverme tan loco / Yo no quiero vestirme de rojo / Yo no quiero morir en el mundo hoy...
.
Me gusta, tiene ritmo, personalidad; Charly entonces tení a vida.
—Sí, está buena, puede andar — digo.
—Fíjate, es una idea nomás; tengo una reunión en el centro, hoy no me puedo quedar despu é s de comer.
—Tranqui, no hay problema, estoy sacando un riff nuevo. La semana que viene te lo muestro.
—Dale, Seba.
Vuelvo a casa tarareando la canción. Es pegadiza y pienso en el dibujo. É l no quiere volverse tan loco. ¿Qu é les pasa a los locos? Los encierran, los marginan. Lo puedo hacer detrás de unas rejas; tambi é n los empastillan para que no jodan, no da, pobre Charly. Capaz le puedo poner un chaleco de fuerza, vi un par de recitales donde se lo merecía. Puede andar. Las pastillas las tengo que reemplazar con algo. La locura está en la cabeza, sólo ahí. Puedo dibujar una ciudad, tal vez. No, muy racional, alienante, sim é trico, con esa imagen no lo saco de la locura ni ahí. A ver, ¿qu é otra cosa lo puede sacar? Mmm, los pies sobre la tierra
. ¿Dónde carajo escuch é esa frase? Cada vez que me mandaba un moco, me decían eso en casa. Le puedo poner un árbol con raíces en la cabeza, bien adherido a la tierra. Sí, ahí va, chaleco para que no la siga cagando y base en la tierra.
Llego al edificio y me encuentro con la del 4 A, una paja. El viernes pasado le pedí unas cartas de póker para jugar con los chicos y me cerró la puerta en la cara, no debía tener. Ahora carga un par de bolsas del super. Descarto compartir el ascensor y subo por las escaleras. Las luces se encienden a mi paso. Ya en casa, me dedico